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19. Un error

El llamado a desayunar de mi madre me sorprendió, sobre todo por la insistencia con que lo estaba haciendo. Se estaba esforzando por demostrarme que yo le importaba de verdad y que estaba dispuesta a cambiar, y eso provocaba un agradable calor en mi pecho que hacía mucho no sentía.

Bajé el último escalón todavía somnolienta, restregándome los ojos al tiempo que se me escapaba un bostezo. Arrastré mi cuerpo hasta la silla de patas largas y me senté. Theo bajó las escaleras a toda velocidad, como si el llamado hubiera sido con él, pasándome por un lado para ir directo a su tazón que, dicho sea de paso, también había servido mi madre. No pude evitar mirarla sorprendida. Ella le sonreía al cachorro que movía su cola, lleno de alegría, supuse que por el mismo motivo que yo. Le dio un par de lametazos a sus zapatos a manera de agradecimiento antes de comenzar a atiborrarse la comida.

—Buenos días, mamá.

La palabra se deslizaba tan fácil por mi lengua que daba la impresión de haber sido siempre así, fácil.

—Buenos días, cariño. No sabía lo que querías desayunar así que he hecho algo simple.

Sobre la isla de la cocina descansaba un plato con huevos revueltos y beicon, en otros habían tostadas y frente a mí una jarra de jugo de naranja con pinta de ser recién exprimido.

—¿Hay mantequilla?

—Oh sí, olvidé ponerla, lo siento.

Sacudí la cabeza a modo de negación.

—No pasa nada, yo lo puedo hacer.

Le hice un gesto para que se quedara tranquila y me levanté yo a buscarla.

—También hay mermelada, por si te apatece.

—Prefiero la mantequilla, de lo contrario el jugo me sabrá malo.

Preparé cada tostada con dedicación, velando por que las migas cayeran dentro del plato, odiaba cuando quedaba algún espacio sin rellenar porque eso significaba que no experimentaría todo el sabor, así que intentaba que el relieve fuera del todo parejo.

—¿Y papá? —indagué con la boca llena luego de dos mordidas. Me requirió con la mirada por mi falta de educación y yo le sonreí inocentemente. Tragué lo que me quedaba en la boca—. Lo siento.

Hizo un mohín.

—Ha recibido una llamada esta mañana diciendo que lo esperaban urgentemente para resolver un asunto de suma importancia.

—¿Y qué asunto era ese que, de nuevo, no le permitía despedirse de mí?

—No me dijo, cariño, y yo pensé que era mejor no indagar para no pinchar más su humor. Después de lo de ayer ha estado bastante tenso.

—Ya... —No me terminaba de creer ese cuento del dichoso asunto urgente, estaba convencida de que solo era una excusa para escaparse y desaparecer del problema que suponía plantarme cara, como siempre—. ¿Y quién dices que lo llamó?

—Alexa.

—Ah, su secretaria. Vale.

—Andrea...

—¿Qué?

—Sé por donde vas y te aconsejo que no sigas ese camino.

—No estoy haciendo nada mamá, solo exteriorizo mis emociones.

Aquello no me olía bien.

—Sé que sigues enojada con él por una larga lista de cosas y que estás buscando motivos para culparlo y de ese modo poder seguir enfadada con él porque crees que es lo correcto. Pero te voy a adelantar algo. —Su expresión se tornó más seria, mas no perdió la calidez—. Lo único que vas a conseguir con eso es hacerte más daño. Yo estuve en tu lugar todo este tiempo, buscando la más mínima falla para reclamarle, supongo que era la menera que tenía de justificar el hecho de que yo también estaba cometiendo errores, y hasta ahora fue que logré darme cuenta de que, en realidad, solo me hizo una infeliz.

No respondí, pero que me dijera aquello me ayudó a entenderla un poquito más.  Estaba enfadada, no con ella, sino conmigo misma por ser tan ilusa al pensar que mi padre también podría cambiar. Porque es verdad eso que dicen, el ser humano es lo más inconforme que existe; la relación con mi madre dio un giro de ciento ochenta grados de la noche a la mañana, era casi irreal, pero en lugar de disfrutar del cariño que tantos años anhelé y que al fin me estaba dando, me encontraba allí, enojándome por no poder tener lo mismo con mi padre. Por eso quería seguir enfadada con él, tanto como para que no quedara ninguna oportunidad para seguirme autoengañando con tontas esperanzas.

Intenté masticar lo más rápido posible, casi a la velocidad que trabajaba mi cerebro y eso era mucho decir. Bajé todo a duras penas con un poco de jugo.

—¿Ya?

—Sí, gracias por el desayuno.

Me puse de pie con intenciones de subir de nuevo a mi habitación para arreglarme antes de que se me hiciera demasiado tarde.

—Es un gusto hija, siento mucho no haber tenido la delicadeza de hacerlo antes.

—Estamos a tiempo de arreglar lo que hicimos mal, mamá.

Cerró el grifo y se sacudió las manos antes de secarlas en el paño que tenía sobre la encimera para voltearse.

Me sujetó de los brazos, como si quisiera hacerme entender.

—Te quiero muchísimo, cariño.

Había miedo en su voz, miedo a ser rechazada, por mí. Y, sin embargo, sus ojos estaban cargados de anhelo. No obstante, seguía siendo cuidadosa, no quería dar ningún paso en falso.

—Yo también te quiero mucho, mamá. Nada va a cambiar eso. Y sé que necesitas escucharlo, así que no lo voy a posponer más, te perdono, por todo.

No se esperó que la perdonara tan pronto. Se quedó quieta, procesando mis palabras. Asintió con una cabezada, sin dejar de mirarme, sin dar un paso. Fui yo quien se arriesgó, y la abracé. No tardó en rodearme con sus brazos, y entonces, todos esos recuerdos que tenía de niña llegaron con más fuerza que nunca, risas infantiles llenaron el espacio, luego un llanto profundamente roto, que poco a poco se tornó en otra risa, pero mucho más actual, como si mi yo interior estuviera reviviendo cada emoción, luego, calma. Todo se quedó en silencio. Me hubiera gustado abrazarla durante horas, pero también quería darle su espacio, esperar a que se sintiera completamente cómoda con esa nueva versión de sí misma.

Entonces me soltó con movimientos torpes. Sorbió por la nariz y parpadeó un par de veces, como cuando las lágrimas asoman y quieres evadirlas. Pero era demasiado tarde, ambas estábamos llorando, mas era de alegría.

Me pasé el dorso de las manos por debajo de los ojos y ella, con una risa avergonzada, hizo lo mismo.

—¿Ya vas a salir para la escuela?

Me aclaré la garganta, todavía un poquito afectada.

—Pues sí, tenía pensado tomar el autobús porque anoche no quedé en nada con Alex.

Y menos después de lo que pasó. Joder, lo besé por segunda vez y esta no tenía ningún motivo válido.

—Vale, dame unos minutos y te llevo. Tengo unas ideas en mente que quiero compartir contigo para que me des tu opinión.

Escucharla decir aquello me hinchó el pecho de alegría pero lo disimulé con un:

—Vale.

—Ve a por tus cosas y espérame fuera, que ya termino.

Silvé para que Theo viniera a mí y con él volví a subir las escaleras para llegar a mi habitación. Había dejado la mochila a medio preparar sobre la cama luego de terminar a toda carrera el trabajo que debía entregarle hoy a Clarisse. No sabía si estaba del todo bien pero la verdad era que se me había ido de la mente que hoy era el último día. Me calé las zapatillas y me senté frente al tocador, me puse un poco de máscara de pestallas y gloss. Terminé de guardar todo y cerré la cremallera antes de colgarme la mochila por una sola asa al hombro.

—Me cuidas la casa, ¿vale? —inclinó la cabeza a un lado como si intentara entender completamente lo que le estaba diciendo y después sacó la lengua, de tal forma que parecía que me estaba sonriendo, aquello me provocó tanta ternura que no pude evitar ponerme de cuclillas para acariciarlo—. Vuelvo en un rato, chico, así que no me extrañes mucho.

Me dedicó un ladrido como respuesta, ganándose que le rascara tras la oreja.
Sonreí. Él era mi fiel compañero y, definitivamente, no sé qué sería de mí si no hubiera estado conmigo durante los malos tiempos. Parecía una eternidad, cuando en realidad era solo un año.

Salí al pasillo, dejando la puerta abierta en caso de que deseara caminar por la casa, y bajé directo a donde me había dicho mi madre. Me la encontré ya afuera, forcejenado con dos grandes cajas de cartón para meterlas en los asientos traseros. Con tanto agite el bolso terminó por deslizarse de su hombro hasta el antebrazo, complicando más el trabajo.

—Deja que te ayude.

—Gracias mi niña.

Tomé la caja de arriba para que ella pudiera guardar la otra y luego fue mi turno de repetir el proceso. En realidad no pesaban demasiado, tal parecía que llevaban artículos hechos de plástico pero al ser de gran tamaño, las puntas chocaban. Una vez logramos acomodarnos me coloqué el cinturón cuando comenzó a dar en reversa para salir a la calle. Me estiré un poco el pulóver que llevaba puesto, que al ser varias tallas más grande, lo utilizaba como vestido con un cinturón que lo amoldaba un poco a mi figura.

—¿Para qué son esas cajas? —no pude evitar preguntar cuando la curiosidad volvió a picarme.

—Algunas de las cosas necesarias para la decoración. Estoy planeando hacer el baile de invierno un poco diferente.

—¿No que eso es trabajo de los alumnos jefes de cada curso?

—Sí, pero este año he decido que sería yo porque la verdad que es no me convencían mucho las candidatas.

—Vaya...

—Seguro que conoces a la de tu año porque está en tu salón, aunque en realidad eran dos, prácticamente peleándose por ser la elegida. —Antes de que yo indagara añadió—: Clarisse, que además es presidenta del periódico escolar, y Megan.

Giré los ojos ante la mención de la barbie, porque así era mientras estaba sola. En compañía de sus amigas eran como las Bratz.

—¿Por qué el desagrado?

—Megan es la capitana de las porristas.

Omití decirle que mi odio hacia ella no era del todo irracional, que ella se había revolcado con Leo —todavía no tenía la menor idea de quién me había enviado aquella foto, pero un gran porciento inclinaba la balanza a su favor—, y no satisfecha con eso, había convertido en su pasatiempo favorito, intentar humillarme frente a las demás.

Después de una larga pausa en la que el espacio comenzó a sentirse demasiado pequeño e incómodo para ir las dos, ella rompió el silencio.

—Me estaba preguntando si te gustaría ayudarme.

Giré la cabeza como si me hubieran instalado un resorte en el cuello. ¿Ella pedirme ayuda? Con lo meticulosa que era con su trabajo. Era más probable que las nubes fueran de algodón de azúcar.

—Yo, este...

No sabía qué decirle, me había pillado desprevenida.

—Si tienes otros planes en mente no hay problema, puedo apañármelas. Solo quería que compartiéramos tiempo juntas, madre e hija.

¡Claro que me hacía ilusión! Era lo único había deseado toda mi vida.

Por como se le iluminó la cara ante la posibilidad, a pesar de que lo dijo sin querer darle mucho peso al asunto, sabía que lo tenía, tanto como para mí.

—Estoy libre, así que puedes contar conmigo.

Intentó ocultar su sonrisa con un asentimiento, pero incluso así la logré ver. Y eso me hizo feliz a mí también. Finalmente las cosas estaban tomando un buen curso.

En coche, vivíamos a veinte minutos de la escuela, caminado eran treinta o treinta y cinco, dependía las condiciones físicas de cada uno. Pero ese tiempo se me había ido volando y cuando quise darme cuenta, ya estábamos en el aparcamiento de la escuela, con el motor apagado. Mamá fue la primera en salir.

A unos metros de distancia se encontraba Alex, recostado a su moto con las piernas cruzadas, dándole un aire despreocupado que, sumado a su expresión natural y seductora, lo hacía ver guapísimo. Creo que de eso iba su atractivo, de ese aire enigmático que se cargaba y que atraía a las chicas como si fuese un imán.

Nuestras miradas coincidieron por un segundo antes de darse cuenta que no estaba sola.

Entonces le dio la última calada al cigarrillo y expulsó el humo hacia arriba, con un mohín de sus labios, a una lentitud arrebatadoramente sexy.

Mi madre sacó la primera caja y dejó la puerta abierta para que yo tomara la otra. Él decidió acercarse, con paso decidido, dándole a Isabella la oportunidad perfecta para repararlo.

—Déjeme ayudarla.

—Gracias.

Sabía cuánto se estaba esforzando por aceptarlo después de todos estos años aborreciendo su influencia en mí. No solo yo me había dado cuenta del cambio de Alex a lo largo de los años, ella también, puesto que, en su tiempo, necesitaba verificar las amistades que me frecuentaban, así que no era ignorante al hecho de que él era diferente, llegando a las tantas de la madrugada, borracho, con varias chicas colgadas de sus brazos y faltando a clases. Todo eso fue llenado la copa de su paciencia, hasta ahora.

—¿Dónde hay que ponerlas?

—En la dirección.

—Entendido.

Me hizo una seña para yo también le diera mi caja, pero negué con la cabeza. Yo podía hacerlo.

Mamá se adelantó, haciendo resonar sus tacones por el pasillo, alertando a todos de su llegada. Se veía tan imponente metida en aquella blusa blanca de mangas anchas hasta sus muñecas y la falda de tubo negra, que hacía que cualquiera tuviera que tragar saliva con dificultad. A veces daba miedo acercarse a ella, no sabías cómo iba a responder.
Alex y yo nos esforzamos por seguirle el paso.

—Tú y yo tenemos una conversación pendiente.

No pude evitar el calor que subió a mis mejillas. Estaba segura de que si me miraba a un espejo estarían teñidas de rojo.

—¿Qué? No recuerdo que haya nada que hablar —resoplé con gracia fingida, haciéndome la loca.

—No me digas, porque yo sí que recuerdo perfectamente lo que se sintió tener tus labios sobre los míos.

Probablemente culpabilidad, por haberme besado pensando en otra, pero no le diría eso, de lo contrario le haría saber que estuve husmeando entre sus cosas. En cambio, decidí esconderme tras:

—Fue un error, Alex —admití en voz baja, no me hacía gracia que alguien más nos escuchara.

—¿Un error?

—Sí, estaba triste, con el corazón destrozado. Necesitaba sentir que no estaba completamente sola y que los pedazos de mí no caían al vacío, que le importaban a alguien. Quería engañar a mi mente para que dejara de pensar por un momento, ¿entiendes?

Era cierto lo que decía, solo que había decidido disfrazar un poco la verdad ya que no podía permitirme desnudarme de esa manera frente a él, porque una vez confesado el torbellino de emociones que dejaba en mí, no habría vuelta atrás. En parte había sido un error besarlo porque probar sus labios producían en mí el mismo efecto que la droga más exquisita, y sabía que cada vez iba a querer más. Pero por otro lado, jamás quise que pensara que consideraba un error su compañía.

Así que en lugar de decirle que lo necesitaba de la misma forma que deseas probar tu pastel favorito, quise decirle que era la magia que unía mis fragmentos, incluso esos pedacitos que nadie parecía ver.

Pero su silencio me confundió.

¿Acaso esperaba escuchar otra cosa?

No pronunció palabra alguna, sin embargo, sentía que algo había cambiado en él.

Cuando llegamos a la dirección, dejó la caja en suelo, donde mamá le indicó y salió rápido. Yo hice lo mismo.

Algo iba mal, estaba segura.

—Alex...

Me llevaba casi corriendo tras él, llamarlo era como hablar con la pared. De pronto parecía furioso. Su semblante se había ensombrecido y sumido en un tortuoso silencio que me ponía demasiado nerviosa.

—Oye, detente un momento, por favor...
Pero seguía como si nada. Vacilé un segundo, cuestionándome el si seguirlo hasta donde él decidiera detenerse o dejarlo ir.

¿A quién quería engañar? Si hubiera sido otra persona probablemente la dejaría marchar hasta que se le pasara la rabieta, pero él no era cualquiera. Y aquello no tenía pinta de ser ninguna rabieta. Por más que mi cabeza me ordenara detenerme, el corazón me aporeaba con fuerza contra las costillas, indicando todo lo contrario.

—Déjame en paz —le escuché sisear.

Ya estábamos fuera del instituto, específicamente rumbo al campo de entrenamiento.

—No, no voy a dejarte en paz hasta que me digas qué coño te pasa.

—No me pasa nada —ladró.

—Ajá, claro.

Atravesó la valla metálica que rodeaba el campo por detrás de las gradas, por la parte que estaba rota en lugar de la puerta que estaba a varios metros. A mí me costó un poco más de trabajo así que cuando logré destrabar del alambre, el extremo de mi sudadera azul que se había enganchada, ya él me sacaba una ventaja que únicamente en carrera iba a poder terminar.

Megan tenía razón, estaba perdiendo forma y resistencia.

—Alex...

Habían unas pocas personas alrededor, la mayoría enfilaba rumbo al instituto con sus mochilas al hombro, sin prestarnos atención.

Hice una pausa, de pronto yo también estaba enfadada. No entendía su reacción. Comencé a sentir que el enojo burbujeaba en la base de mi estómago.

—¡¿Te puedes detener de una puta vez?!

Y lo hizo, se frenó en seco, casi haciéndome chocar con su espalda ancha. Solté un suspiro de alivio bastante sonoro, pero si me escuchó, hizo como si no. Estaba tenso, lo noté por la forma en que se dio la vuelta.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—Que se acabó.

Lo miré sin esforzarme por ocultar mi confusión.

—¿Qué quieres decir?

En el fondo ya sabía lo que quería decir, por supuesto que sí, lo que no quería creérmelo.

—Nosotros, Andrea. Se acabó. Me parece que no es muy complicado de entender.

—¿Es algo que dije, te he hecho sentir mal de alguna manera?

No respondió.

A veces el silencio dolía más que mil palabras y eso me estaba quemando de una manera inexplicable, e incluso así, quería aferrarme a él, a lo que sea que fuera verdad dentro de aquella mentira que habíamos creado.

—Fue un error, Andy.

Escuchar de su boca las mismas palabras que yo había dicho un momento antes fue un golpe de realidad. Dolía.

—Yo..., lo siento.

Negó con la cabeza, sin resto de enfado, más bien, parecía agotado.

—Esto fue una mala idea, desde el principio todo apuntaba al desastre.

—¡Pero vamos bien, y dentro poco...!

—No habrá un dentro de poco porque se acabó, Andrea, ¡justo ahora!

Tantos Andrea en lugar de saltamontes me hacían darme cuenta de que no íbamos a encontrar la solución.

No entendía la razón por la que me aferraba en lugar soltarlo de una vez por todas para volver al ruedo de siempre.

—Pero...

—¡¿No te das cuenta de que no puedo seguir con esta mentira?! —Se pasó las manos por el cabello, y esa vez en lugar de acomodarlo, solo lo revolvió más. Dejó las manos sobre su rostro un segundo, en busca de calma, y luego las bajó de nuevo—. Me vuelve loco saber que mis besos para ti no son más que el diálogo que me toca en este guion. Yo no puedo vivir a medias, Andrea.

Quiso emprender su caminata de vuelta, pero mis palabras lo detuvieron justo a mi lado, hombro con hombro. En mi cabeza solo existía una posibilidad, que se repetía una vez tras otra.

—Estás enamorado de alguien...

Mi voz fue un susurro dolorido y la suya, una exhalación de derrota.

—Sí —admitió con la vista clavada en el suelo. Lo miré por encima de mi hombro. Él era de las personas que en una batalla de miradas siempre ganaría, era tan directo, tan intenso y sincero que podía dejarte con las palabras atoradas en la garganta. Pero esa vez no supe descifrar lo que hallé en aquellos tormentosos ojos—. Hace tiempo que estoy enamorado de alguien y eres tú la única que parece no darse cuenta de eso.

Y con eso siguió caminando, dejándome allí plantada en mi sitio. Ahogándome en la culpa por hacerlo sentir mal con mi actitud, por haberlo puesto en el compromiso de fingir algo que en realidad deseaba tener con otra persona. La tristeza que me provocaba saber que tendría que tomar mis sentimientos por él y guardarlos en una cajita en el lugar más recóndito de mi corazón hacía que mis lágrimas se sintieran calientes.

Era el horario de almuerzo y Chloe y yo estábamos sentadas con la vista fija en la comida que todavía seguía intacta. Mi cabeza no dejaba de repetir lo que había pasado por la mañana. Después de eso no había vuelto a ver a Alex, ni siquiera en clase.

Hice una mueca, hastiada de la situación en la que me encontraba. Tenía que dejar de pensar o me volvería loca. Las mentira había llegado a su final y, probablemente, mi amistad con alex también. Así que ansiosa por escapar de mis pensamientos, ataqué a la única persona que seguía conmigo. La miré de reojo.

—¿Problemas con tu chico?

Levantó la mirada con los ojos abiertos como platos. ¿A que esa no se la esperaba, eh? La había pillado con la guardia baja. Perfecto.

—¡Qué dices!

—Vamos, Chloe, no soy tonta.

—No es nada...

—Voy a fingir que no me duele el hecho de saber que no has querido compartir conmigo, tu mejor amiga, los detalles jugosos de tu vida amorosa, si decides contarme ahora.

Vale, estaba buscando desesperadamente una excusa para dejar de compadecerme de mí misma y pensar en Alex. Dados los hechos ninguna de las dos me iba a servir de nada, me recordé.

Vi que dudaba bastante al respecto así que decidí no seguirla presionando.

—¿No quieres contarme?

Negó suavemente con la cabeza, apesadumbrada y también un poco avergonzada por, lo que estoy segura que pensaba, haberme decepcionado.

—Todavía no...

—Pero, ¿está todo bien? ¿Tú lo estás? —Se encogió de hombros a modo de respuesta, ya no me estaba correspondiendo a la mirada—. Si necesitas algo puedes contar conmigo, no importa el motivo ni la hora, voy a estar para ti, ¿lo sabes, no?

Asintió, pero yo sabía que a menos que fuera algo que se saliera completamente de sus manos, ella no lograría abrirse conmigo.

Chloe era de esas personas que les gustaba estar sola, disfrutando de las miles de vidas que le brindaban los libros, decía que esa era una forma de aprender del mundo sin tener que salir de casa, sin embargo, yo sabía que en realidad tenía miedo de mostrarse tal como era y terminar decepcionando a los demás. Y era algo que después de sufrir mis decepciones, yo no lograba entender que ella no se daba cuenta. Porque a mi parecer, cuando alguien realmente te quiere no impone marcas que debas cumplir, ni tampoco espera constantemente cosas de ti que tú ni siquiera sabes que deberías tener, todo lo contrario, amará la versión que tú desees mostrar sin hacerte ninguna atadura, hasta que te des cuenta que puedes ser tú en todas tus locas versiones.

—Eres perfecta Chloe, no dejes que ningún idiota te haga pensar lo contrario.

Respiró profundamente y soltó todo el aire en un largo suspiro.

—No, no es eso.

—¿Entonces?

—No tienes que preocuparte por mí, yo estoy bien, completamente. —Levantó la mirada, esa vez más decidida—. ¿Pero eso que me has dicho? Me parece que eres tú quien más tiene que creérselo.

Elevé una ceja, desafiante, aunque la verdad intentaba ocultar mi vulnerabilidad.

—No es de mí de quien estamos hablando. —Me puse a la defensiva.

—Ahora lo es, tu turno de oírlo. —No respondí porque en lo más profundo de mi corazón, deseaba escucharlo—. Tú sí que eres perfecta, Andrea, ¿me oyes bien? Sé que a veces necesitas escucharlo para comenzar a creértelo, aunque suele pasar que hasta que lo oyes de la persona de verdad que te causa todo ese dolor, no le das importancia, pero eso no quiere decir que vaya a dejar de repetírtelo. Eres perfecta, con todo y ese ruido que a veces te atormenta y no te deja ver cuánto brillas en la vida de los demás, y esos miedos que todavía escondes a pesar de ir siempre con una sonrisa.

Me aclaré la garganta, incómoda por ser el centro de atención, lo que indicaba que dentro de nada iba a hacer algo para cambiar los papeles. Me aclaré la garganta.

—Está buena la comida hoy ¿no? Debería pasarme a felicitar a Mary.

Apretó los labios, divertida. Yo intenté relajarme.

—Claro.

De pronto sentí la garganta seca. Alcancé mi botella de agua y di un largo trago.

—Me dijiste que íbamos a iniciar la operación Encontrar al chico misterioso, ¿qué pasó con eso?

Suspiré, aliviada internamente por que ella decidiera darle un giro a la conversación.

—Lo haremos, pero antes necesito hablar con mi madre. —Le fue imposible ocultar su sorpresa así que, mentalizándome para volver a mi yo de siempre, decidí ponerla un poco al día—. Digamos que este fue un fin de semana fue bastante agitado y el resumen es que finalmente las cosas en casa explotaron, creo que entre mi madre y yo van a mejorar mucho. Ya lo están haciendo, de hecho.

—¿Te sientes bien?

—La verdad es que sí, no te voy a negar que al principio me aterraba despertarme y toparme con la cara de disgusto de mi madre, pero finalmente las cosas entre nosotras van como siempre deseé así, que voy a disfrutarlo.

—Es tan bueno escuchar eso.

—Incluso Alex fue a cenar a la casa.

—¡Oh, Dios mío! ¿Tu padre estaba allí?

—Síp.

—¿Fue todo bien? ¿Hubo algún momento incómodo, de vergüenza o discrepancia?

—Al principio todo bien, demasiado para ser verdad. Tenías que haber visto a Alex, parecía otro, hablando con mis padres, incluso bromeando. —Elevé ambas cejas al rememorar, fue imposible no sonreír con nostalgia, como si hubieran pasado años de eso—. Pero la noche terminó arruinándose gracias a mi padre, que ve signos de dólares en todas partes, y eso le provoca la necesidad de desestimar a cualquiera que se le aparezca delante y no piense igual. Para él no somos más que una inversión y la mayoría del tiempo no mide las palabras con que lo dice.

—Ah, lo imagino, debe haber sido feo.

—No te lo imaginas, Chloe —arrugó el entrecejo, como cuando sientes pena por alguien pero no puedes hacer más que dejarlo revolcarse en su mierda—. Se van a divorciar.

—¡¿Tus padres?!

Blanqueé los ojos, a veces hacía cadas preguntas que me dejaban cuestionándome si se había caído de la cama al despertar.

—No, Chloe, las ardillas de mi patio. —No pude evitar reír ante lo absurdo de la situación.

Hizo una mueca que terminó estrellándose en una risa. Tomó un pedazo de fruta entre los dedos y me la lanzó, colocándola como un adorno en mi cabello, sumando puntos a mi estrafalario atuendo después de haberme roto el corazón con falsas ilusiones.

—Tal vez sea lo mejor.

—Sí —admití.

—¿Y Alex?

Bien, era el momento, no podía ocultárselo más.

—Hemos terminado.

Dicho así sonaba mucho más real, más profundo. Yo lo sentía real, tanto que dolía pensar en sus palabras de nuevo, como retorcer un puñal en la boca del estómago.

Fue un error, Andy.

—¿Quieres hablar de ello?

—¿Por qué querría hacerlo? —Bufé una risa, pero lo cierto es que no me daba ninguna gracia y era consciente de que ese gesto me hacía ver desagradable pero no podía controlar el impulso de ponerme a la defensiva—. No es como que fuéramos novios realmente, solo era un teatro para callarle la boca a mi madre, sabes eso.

—No has aguantado la presión, ¿cierto?

—Por supuesto que sí.

—Entonces ha sido él quien se ha rendido —concluyó con la mirada entornada, sosteniendo su barbilla entre los dedos índice y pulgar. Su entrecejo se arrugó.

Antes de que siguiera maquinando decidí agregar:

—Está enamorado de alguien más.

Elevó una ceja, dándole ese brillo filoso a su mirada café que solo aparecía cuando disfrutaba de algo que, supuestamente, era demasiado obvio. Claro que ella lo sabía. La única ciega había sido yo, dejándome llevar por meras ilusiones.

—Así que ese es el problema —meditó—, ya veo. ¿Cómo te sientes respecto a eso?

No quería pensarlo, mucho menos decirlo en voz alta porque de alguna manera sentía que se volvía más real, más cruel. No solo eso, sino que algo dentro de mí se retorcía, dejándome el mal sabor de la verdad. Si en mi momento no tuve oportunidad alguna, ahora se reducían a cincuenta bajo cero.
Sacudí la cabeza para volver al presente, y con la intención de que Chloe se diera cuenta de que no quería seguir hablando de eso.

—Mejor dejemos el tema, ¿sí? Y hablemos de lo que nos compete.

—¿Y eso es? —preguntó con un tinte de aburrimiento en la voz.

Me recliné sobre la silla y chasqueé la lengua.

—Buscar al chico de las figuritas de papel.

—Si esta es tu forma de darle la espalda...

De alguna forma me estaba retando, ella sabía que eso me volvía loca, pero en esa ocasión no podía caer en su trampa.

—No, de verdad que quiero hacerlo, llevo tiempo posponiéndolo.

¿De verdad quería hacerlo o solo estaba creando una distracción lo suficientemente llamativa como para no pensar más en Alex?

—Está bien, te voy a ayudar. ¿Ya tienes algo planeado?

Poco a poco dejé de balancearme en la silla. Mordí mi labio inferior y arrugué la nariz.

—Pues... noup.

—No sé cómo puedes andar por la vida así.

—¿Así cómo?

—Sin rumbo fijo.

Me encogí de hombros, restándole importancia, aunque en realidad jamás me había detenido a pensar en eso.

El timbre que daba inicio al último turno del día nos interrumpió. Nos levantarnos de nuestros asientos, y antes de salir votamos los restos de comida. Pasamos por los casilleros para sacar lo necesario y seguimos con rumbo a los vestuarios de chicas.

—¿Qué te parece esto? —retomé el tema—. Mi madre está organizando el baile de invierno, ya sabes, para despedir el año antes de las vacaciones de Navidad, y me ha pedido ayuda con la temática y lo respectivo a la organización —la adelanté unos pasos para poder caminar de espaldas y verle la cara—. Podemos aprovechar la oportunidad, no sé, poner algún requisito de entrada. O no, eso sería demasiado tedioso. —Froté mi barbilla mirando el techo, pensativa—. ¡Ya lo tengo!

Chloe elevó la comisura izquierda de sus labios, divertida ante mi emoción repentina.

—Ilumíname.

—¡Una competencia de manualidades para elegir a los reyes del baile!

La sostuve por los hombros para poder sacudirla y quitarle la expresión divertida de "¿En serio, Andy?".

Retiró mis manos de sus hombros, como quien toma a un niño por las manitas antes de sentarlo en su regazo para explicarle que no, que está muy pequeño para alcanzar el tarro de galletas de la alacena.

—Andy, donde se elige al rey y la reina es en el baile de fin de curso.

—Lo sé, pero, ¿no crees que a los demás les emocione saber que tendrán dos oportunidades?

—Bueno —dudó un poco—, si me lo dices así, tienes razón, supongo.
Sonreí con todos los dientes y volví a posicionarme a su lado para caminar correctamente.

Todas las chicas estaban en los vestuarios. La mayoría, a pesar de que ya habían terminado, hablaban entre sí. Los cuchicheos se incrementaron una vez que Chloe y yo nos sentamos en la banca del centro para cambiarnos las zapatillas. Levanté la cabeza sin dejar de desabrocharme las agujetas y lo primero que capté fue que, entonces, las voces disminuyeron considerablemente su volumen, luego la risita de Katia, que se acercó más a Jessica, la cual me observaba con una expresión de superioridad, como si yo fuese la goma de mascar que estuvo a punto de pegarse a su zapato pero que, al final, logró esquivar. Se inclinó y ahuecó la mano para susurrar algo al oído de la morena.

Miré a ambos lados a ver si era solo yo su centro de atención. Pero no me equivocaba.

Por alguna extraña razón todas estaban reunidas a nuestro alrededor.

Me puse de pie con la intención de cambiarme de ropa, todavía con la pesadez de sus miradas encima.

—¿Qué carajos les pasa?

Para que Chloe hablara de esa manera se necesitaba bastante, lo que quería decir que también se había dado cuenta y su cerebro marchaba sin encontrar respuestas.

Somos dos, pensé.

Pero antes de responderle, la voz de Jessica me atravesó los tímpanos como un aguijón, no por la intensidad, sino por lo que salió de su boca.

—Al parecer el problema no son los chicos, es Andy que no tiene lo que se necesita para mantenerlos.

Arrugué el entrecejo al empezar a comprender por donde iba la cosa. El rumor se había expandido rápido, demasiado para mi gusto.

—¿Qué mierda quieres ahora, Jessica?

—¿Yo? Nada, honey.

—Entonces apártate de mi camino...

—¿O qué, vas a llamar a mami? Hasta donde tengo entendido vivimos en un país libre, puedo hablar de lo que me apetezca donde y cuando quiera.

Di un paso en su dirección, dispuesta a hacer lo primero que me cruzara la mente para demostrarle que no estaba hablando con cualquiera. Que yo era Andrea y sí, era la hija de Isabella en todo el sentido de la expresión que podía aplicarse ahora.

Chloé rodeó mi brazo con los dedos, pidiéndome silenciosamente que no cayera en sus juegos. Apreté los puños, conteniéndome de hacer cualquier locura de la que después seguro me iba a arrepentir. Le dediqué una mirada cargada de odio y repugnancia por su asquerosa forma de ser y tratar a los de su alrededor. Odiaba que hubiera gente que por tener un alfiler más se creyera con el poder de pisotear a los demás.
Salí de allí echa una furia con Chloe siguiendo el paso muy de cerca.

—Que comience el espectáculo...

Fue lo último que escuché le escuché decir a Jessica.

No tuve que esperar mucho para averiguar lo que había querido decir.
Me detuve en seco, sintiendo los latidos de mi corazón en la garganta.

—Oye, cuidado.

La queja fue de Chloe, que chocó contra mí, sin embargo, apenas me di cuenta; la imagen a un lado de nosotras, específicamente en las gradas, me dejó sin habla. Alex y Megan. Alex mostrando el amago de una sonrisa, de esas sonrisas que utilizaba para cautivar a las chicas, con las manos en los bolsillos laterales de su pantalón. Y Megan jugueteando con sus dedos en la tela de la camiseta negra de mangas de él, riendo coqueta y rozando sus tetas contra su pecho al estar demasiado cerca.

La imagen me repugnaba y encendía mi rabia a partes iguales.

Por eso no me lo pensé cuando de un par de zancadas llegué hecha una furia hasta donde estaban ellos.

Agarré a Megan por la coleta alta que tenía y la mandé atrás de un tirón, lo siguiente fue el sonido seco de la palma de mi mano al chocar contra la mejilla de Alex.

—Eres un imbécil —escupí en un siseo.

Sostuvo su mejilla para mover la mandíbula y como si nada, me miró, directo a los ojos, de esa forma tan intensa como el mismísimo hielo.
No me respondió y yo, egoístamente, esperaba que lo hiciera. Solo quería una excusa que adormeciera la tristeza.
Bajé la cabeza y la sacudí, ocultando mi mueca de decepción.

Las secuaces de Megan corrieron a su rescate pero ni me inmuté. No me preocupaba disculparme ni mucho menos. Megan era una zorra que disfrutaba entrometerce en asuntos ajenos.

Aunque la grieta entre Alex y yo estaba ahí desde antes, solo buscaba un culpable. Y lo había encontrado. Siempre fui yo.

Supuse que Chloe también me siguió, pero no quise mirar atrás.


Noooooo, así no eraaaaa. Ya la cagaron estos dos🤬

A veces me parece que Andrea le falla un tornillo y me dan ganas de tomarla por los hombros y gritarle: ¡Eres tú, eres tú!

En fin, ¡nos vemos en comentarios!

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