17. Heridas internas
No me respondió, al parecer esperando a que dijera algo más o porque no sabía qué decir.
—¿Con quién hablabas? —insistí.
Volvió a ponerse la máscara de indiferencia de siempre, ni siquiera se preocupó en disimularlo. Estiró la mano y me entregó el móvil.
—Tu madre ha llamado.
Enseguida me enderecé y desvié la mirada, adoptando una actitud esquiva. Sabía que estaba siendo demasiado evidente, pero todo era muy reciente.
—¿Ha dicho lo que quería?
Durante unos segundos su mirada inquisitiva intentó ahondar en mi pregunta, podía sentirla clavada en mí.
—No, en realidad, no dijo ni una palabra, lo cual fue bastante raro —admitió, extrañado.
—Vale.
Atrapé mi labio inferior entre los dientes. Él bajó la mirada y yo deseé que fueran los suyos, de nuevo. Como anoche. Joder, ese beso. ¿Cómo rayos iba a explicar semejante impulso? Mi corazón comenzó a latir más rápido. De pronto me sentí atrapada en aquella casita, cohibida ante su atenta mirada.
—¿Por qué viniste a dormir aquí?
Nos besamos anoche. Nos besamos anoche. Madre mía, nos besamos anoche.
No podía dejar de darle vueltas a lo mismo, pero me obligué a guardar la compostura y transportar mi mente a una hora después. La discusión con mi madre.
Suspiré, mostrándome abatida, el peso sobre mis hombros se estaba volviendo insoportable. Cuando no sabía muy bien qué hacer, como ahora, solía ponerme a arrancarme la pielecita de alrededor de las uñas, hasta hacerme sangrar. Al darse cuenta de ello, se acercó a mi lugar, interponiendo su mano entre las mías. Él sabía que no hablaría de lo que sea que hubiera pasado entre mi madre y yo, mi respuesta siempre era:
—Discutí con mi madre.
Pero hasta ahí, eran contadas las ocasiones en las que, de primera y pata, lograba abrirme a él. Antes lo hacía, pero cuando se volvió repetitivo, temí aburrirlo, así que empecé a restarle importancia. Sin embargo, estaba segura de que me entendía y por eso no me presionaba. Al menos eso me dijo en una ocasión, que jamás tuviera miedo a ser juzgada por él, porque cada día vivía en carne propia lo que se sentía lidiar con emociones que no sabía o no quería entender. Después de leer lo que había leído anoche, yo también lo entendía a él. ¿Podría darse el caso de que la chica no sintiera lo mismo por él?
—¿Quieres hablar de ello?
Negué suavemente con la cabeza.
—Bueno, si lo que buscas es un cambio de aires, entonces tengo el trabajo ideal para ti. ¿Quieres un adelanto? —Elevé una ceja, anticipando sus palabras, a pesar de la seriedad con la que lo había dicho.
Agradecí internamente que no insistiera y cambiara el rumbo de la conversación.
—Déjame adivinar. —Llevé una mano a mi barbilla y me hice la que pensaba un poco—. ¿Marta me espera con cubo y esponja?
—¡Diez puntos al jugador número uno!
Se me escapó una risita cansada.
—Idiota.
Y, por unos breves segundos, se permitió bajar las armas.
Se llevó la mano al pecho, sumamente ofendido.
—Auch.
Volví a juguetear con mis dedos, como una niña pequeña. Me sentía a mí misma tan callada, tan vulnerable... casi apagada.
Antes de poder procesarlo, las palabras se escaparon de su boca.
—No sé qué pasó, pero recuerda que eres luz en la vida de cualquier persona. A veces, en días como hoy, me atrevo a decir que eres un pedacito de magia en un mundo de simples mortales.
Mis ojos se cristalizaron y, en lugar de ocultarme para que no me viera, salté encima de él en busca de su abrazo, escondiendo mi cabeza en el hueco de su cuello. Aquel gesto de mi parte le causaba tanta ternura que no pudo evitar sonreír, mostrando la arruguita que se le hacía en las comisuras de sus ojos.
Para mí era tan fácil leerlo que incluso eso, la ternura, tan poco común en él, se dejó ver.
—Te quiero —balbuceé al cabo de unos minutos en absoluto silencio, solo escuchando las sacudidas que daba mi cuerpo producto de los sollozos que retenía.
Tenía las mejillas húmedas, las pestañas mojadas de lágrimas, haciéndolas ver más oscuras, y la nariz enrojecida, lo supe cuando me separé de él para utilizar la pantalla del teléfono como espejo.
—Dan ganas de agarrarte los cachetes y achucharte como a una niña pequeña.
Aquello no hizo más que volver a sacarme las lágrimas que me esforcé por eliminar rápidamente.
—Ya, ya lo sé —dijo a modo de consuelo, me conocía demasiado bien para saber incluso lo que pasaba por mi mente en ese momento—. Odio verte llorar, así que vamos a salir de aquí a tomar un poco de aire. Mamá nos debe tener el desayuno preparado.
—¿Cómo...?
—Lo sabe porque le dije que me quedaría aquí contigo.
—Pero tú...
—¿En serio crees que no te conozco como para saber que usarías la vieja casa del árbol como refugio? Pasé por fuera de tu casa, desde donde se veía la luz de la cocina encendida, y supe que era tu madre porque tú jamás perderías horas de sueñ por ir a la cocina, además, maldijo en voz alta de manera muy sutil, y tú no eres para nada sutil. Decidí subir por la ventana de tu habitación para hablar contigo pero solo me encontré con Theo entre tus almohadas. Al final no fue difícil adivinar. Así que, ¿vas a ir a tu casa primero para cambiarte o prefieres hacerlo aquí?
Por alguna razón, justo en ese momento que tan bien estábamos, el recuerdo de mí, besándolo en medio de la pista, llegó como una bola de fuego. Otra vez.
—No voy a poder escapar toda la vida de esa conversación así que dame unos minutos —dije, y muy decidida me puse de pie. Pero por más que me esforzara en ignorarlo, el recuerdo seguía allí, punzando por salir—. Ahora vuelvo. Pero, Alex, respecto a lo de anoche…
Sus hombros se tensaron y sus ojos adquirieron un brillo que no supe descifrar.
—Tranquila, sé que todo es parte del teatro. Ayer me viste hablando con Bella y pensaste que podía descubrirnos, mi actitud esquiva tampoco ayudó mucho. De hecho, te debo una disculpa, sé que te hice sentir mal. No te lo había dicho antes porque no quería que conocieras ese mundo, allí todos son gritos, bebidas, excesos y peleas. Pero volviendo al tema…
—Tienes razón —me apresuré a interrumpirlo. No quería que aquello se volviera más incómodo de lo que ya era—. Fue justo eso lo que pasó. Se supone que soy tu novia, si Bella llega a enterarse de lo contrario, ambos podríamos terminar muy mal.
—Exacto.
Que no me contradijera en nada hizo que mi pecho se sintiera apretado. Me obligué a continuar.
—No obstante, te pido disculpas, Alex, fui impulsiva, sin darme cuenta de que tal vez pude haberte causado problemas también, después de todo eres bastante conocido allí.
—No te preocupes, está todo bajo control.
Asentí, pero seguía sintiéndome insegura. Podía soportar el hecho de que quisiera a otra chica, sin embargo, el mero pensamiento de nuestra amistad rota, me provocaba un malestar incomparable.
—Entonces olvidemos lo que ha pasado, ¿vale? ¿Está todo bien entre nosotros?
—¿Por qué no iba a estarlo? Somos mejores amigos.
Claro, mejores amigos.
Me forcé a sonreír. Sorbí por la nariz y besé su mejilla. A pesar de que era algo común entre nosotros, esta vez se sintió diferente, pesado. Menuda conversación incómoda. Pero ya estaba cerrada, justo como debía ser.
Aproveché que el patio de mi casa se comunicaba con el de Alex mediante la cerca y fui probando uno por uno hasta encontrar otro tablón que se moviera. Crucé y llegué a la parte trasera. Pasé por el borde de la piscina, que tenía el agua llena de hojas secas, cosa que me extrañó ya que mi madre solía ser muy estricta, sobre todo con eso de la organización y limpieza.
Hice un mohín para mí misma y seguí caminando.
Cuando entré a casa por la puerta de la cocina, tragué saliva ante semejante suspenso, encontrándomela vacía, sin la empleada y sin mi madre. Me dirigí al salón. Estaba en las mismas condiciones. Cuando pensé que podría llegar sin tropiezos a mi cuarto, subí el primer escalón, lista para subir más rápida y sigilosa que un lince.
Una voz cortó el sepulcral silencio, haciendo que me congelara en mi lugar. Retuve el aire con dificultad, teniendo la sensación que por mi garganta se había deslizado una manzana entera y no solo saliva.
—¿Dormiste bien?
Mi entrecejo se arrugó automáticamente al creer que había escuchado mal.
¿Dónde estaba el "te crees que estás son horas y formas de llegar a mi casa?" o "Cada día me decepcionas más, Andrea".
Elevé las cejas, sorprendida.
No había petulancia ni acusación en su voz, solo preocupación, auténtica preocupación, tal y como lo preguntaba una madre que realmente sintió la ausencia de su hija. Mas no quería hacerme ilusiones, por más que ahora estuviera siendo dulce y cuidadosa, era como una adicta a las discusiones, a hacer sufrir a los demás, en cualquier momento podría volver a ser ella.
La miré por encima del hombro, sintiendo el cansancio asentarse en mis hombros de repente. Intenté relajarlos un poco y solté el aire por la boca.
—Sí, he dormido bien. ¿Y tú?
No podía evitar preocuparme por ella.
—Me tranquiliza saberlo, no tenía ni idea de dónde estabas. Yo…, he tenido días mejores.
Ahí estaba la acusación, muy bien camuflada, pero todavía seguía ahí, pinchando por salir. Aunque debía darle el mérito por esforzarse. Llevaba puesto uno de sus largos vestidos de seda de dormir, de los que se pegaban a su figura para resaltar las delicadas curvas que poseía, aquel era de un tono rosa tierno, lo cual hacía resaltar la blancura de su piel, y a pesar de que llevaba el pelo almibarado suelto y unas oscuras bolsas debajo de sus ojos verdes después de haber pasado la madrugada despierta, seguía viéndose tan deslumbrantemente hermosa como siempre. Era algo que admiraba de ella, su capacidad de resistencia. Tampoco pasé por alto el hecho de que estaba ocultando una copa semivacía tras su espalda. La había visto de refilón.
No sabía que decirle y el silencio entre nosotras era asfixiante, así que subí otro escalón antes de decirle, casi como una súplica, que no siguiera.
—No sigas bebiendo, madre, que no vas a ser tú la única perjudicada.
Se aclaró la garganta, supuse que por la pena de tener que estar recibiendo consejos de una adolescente.
Silencio.
Continué subiendo sin volver a mirar atrás y ya cuando iba por la mitad de las escaleras, me detuve al escuchar su voz de nuevo.
—Dile a Alex que lo esperamos esta noche para la cena. —El corazón me dio un brinco dentro del pecho, de pronto sentí los nervios escalar por mi columna vertebral, como si hubieran estado ahí todo este tiempo, esperando a hacer acto de presencia—. Tu padre quiere conocerlo como el novio de su hija.
No le respondí.
Así que papá vendría, eh. Resoplé una risa, poco convencida de su excusa para volver a Alex el centro de sus dardos envenenados. Solo esperaba que mi padre no decidiera entrar también en el juego.
Cuando llegué a mi habitación lo primero que vi fue a Theo corriendo hacia mí. Me saltó encima, preso de la alegría, y de la impresión trasbastillé y terminé de culo en el suelo. Comenzó a pasarme la lengua por la cara, llenándomela de sus babas en forma de besos, como si hiciera semanas desde la última vez que me había visto.
—¿Me has extrañado, eh, chiquitín? —dije con voz juguetona, rascándole el lomo y detrás de las orejas.
Estaba creciendo muy rápido. Me dedicó un ladrido a manera de respuesta, logrando sacarme la risa que me agitó los hombros. Lo cargué en mis brazos para poder ponerme de cuclillas y alcanzar la bolsa de golosinas. Pesaba como la hostia, pero a él lo alegraba muchísimo así que soporté un poco.
—¿Mi bebé tiene hambre? ¡Claro que sí! Y mira lo que mamá te tiene aquí.
El que me escuchara desde afuera probablemente se reiría a mi costa.
Rellené su tazón y enseguida se tiró de mis brazos para devorar su comida sin dejar de agitar su cola, la mar de feliz.
Me sacudí el pelo que me había dejado pegado a la ropa y me senté en el borde de la cama para poder lanzarme de espaldas sobre la suave superficie. Algo quedó debajo de mí, clavándose en mi espalda de forma insistente, molesta. Era una caja, pude sentirla con los dedos al meter la mano por debajo de mi espalda para no tener que levantarme otra vez. Cuando logré sacarla, la sorpresa desapareció.
Era un teléfono, un iPhone, de hecho, el último que había salido al mercado. Venía con una nota pegada. Pero en lugar de alegrarme por eso, tuve ganas de lanzarlo contra la pared.
Hija, te pido mil disculpas por no haber podido estar presente en tu cumpleaños número dieciocho, pero sabes que estoy trabajando para poder darte un gran futuro. Sé que tienes buenos amigos que habrán hecho de tu noche la más feliz. Espero que disfrutes de tu regalo. Nos vemos muy pronto.
Te quiere, papá.
Bufé una sonrisa, decepcionada. La nariz comenzó a picarme, era algo normal cuando no podía dar argumentos en contra en el momento en que estaba enfadada con alguien que no tenía la razón, y esa era una de esas veces. Me sentía enfadada, triste e impotente.
Eso era lo que valía mi felicidad para él. Un maldito teléfono.
Su problema seguía siendo ese, creer que yo era una adolescente más del grupo, una superficial que con ese pedazo de chatarra se contentaba. Sí, no lo voy a negar, con esa cámara se harían unas fotos espectaculares para Instagram, pero existían tristezas tan enquistadas en el corazón que eran imposibles de ocultar tras un filtro. Sus mil disculpas ya no eran nada para mí después de tantos años escuchándolas, porque todo lo que yo quería era una, con eso bastaba, pero una que fuera completamente sincera. Ninguno de los dos, ni él, ni mi madre, se acababan de dar cuenta de que yo lo único que necesitaba era su cariño y atención, que yo ya tendría tiempo para crear mi propio futuro, así fuese en una caja de cartón. No me estaba quejando de la compañía de mis amigos, al contrario, fueron ellos quienes salvaron mi día pero en el fondo de mi corazón había guardado el anhelo de compartir tiempo con mis padres, como hacía tanto que no lo hacía.
Negué con la cabeza, decepcionada, a pesar de que nadie me veía, más bien fue para recriminarme a mí misma por seguir esperando algo que nunca llegaría, por seguir siendo tan vulnerable.
Dejé la caja en el mismo lugar sin volver a repararla y fui directo a mi armario para buscar una ropa cómoda que ponerme después de asearme, tarea que solo me tomó unos minutos. Así que ni me puse sujetador, solo una camiseta blanca sin mangas, que tenía guardada para este tipo de cosas, las bragas y encima un short de mezclilla muy desgastada que se adhería a mis caderas haciéndome un culo divino. Me peiné el cabello con los dedos y lo sujeté con la goma que siempre llevaba en la muñeca para hacerme una coleta alta.
Bajé de nuevo a la cocina con Theo caminando perezosamente detrás de mí. Mamá me dedicó la sonrisa más bonita que le había visto en los últimos meses y yo no supe cómo reaccionar.
—¿Por qué estás descalza? —fue lo primero que dijo, su tono era calmado. Toda ella se veía relajada.
Podría haberle respondido con algún comentario borde, pero eso no me serviría de nada. Ella parecía estarse esforzando, y yo también quería poner de mi parte para recuperar nuestra relación.
—Alex me ha pedido que le ayude a lavar a Marta.
—¿Quién es Marta? —inquirió con una pequeña mueca de confusión.
—Su moto.
—Ah, vale —aceptó sin reproches, sin señalamientos, ni malas caras de esas que te dicen hasta que mal que te vas a morir. En cambio, tomó el plato con las tostadas ya preparadas con mantequilla, y mi jarra, la cual ponía la frase: Sé como el lunes, porque el lunes, harto de ser odiado, aprendió a amarse a sí mismo, y por la otra mitad, pero si sale mal, no te preocupes, el martes también se puede empezar de nuevo—. Te he preparado el desayuno, justo como te gusta.
La miré sorprendida, hasta ese momento creía más probable que las nubes fueran de algodón de azúcar, que ver a mi madre siendo detallista conmigo. No supe qué decir, y al parecer ella se dio cuenta porque me volvió a sonreír, un poco tensa, antes de sentarse frente a mí con los dedos entrelazados sobre la superficie enlosada de la isla.
—Tiene dos cucharadas de azúcar y siete gotas de vainilla. ¿Te sigue gustando así, no? Sé que ya no eres una niña, pero no sabía que más hacer para poder llamar tu atención.
Quería llamar mi atención. ¿Podía ser posible que la discusión de anoche finalmente le hiciera mella?
—Tranquila mamá, está bien así, sigo siendo la misma Andrea de siempre.
Soltó un suspiro cargado de algo que solo pude identificar como derrota y nostalgia, y también… culpa. Asintió suavemente con la cabeza.
Hubo un corto silencio, de los que predecían que algo importante se acercaba.
—Andrea, sé que no he sido la mejor madre. Por mucho, de hecho. Me he equivocado demasiadas veces contigo como para enumerarlas con los dedos. No sé si ya sea demasiado tarde para resarcir mi error, pero quiero que sepas que estoy arrepentida por todos. No eres una inútil, hija, todo lo contrario. Eres la niña más valiente que conozco. —Tuve la intención de negarlo pero su mirada me pedía que no la interrumpiera. Así que me mantuve en silencio, escuchándola atentamente—. Tal vez lo que me molestó todo este tiempo fue tu capacidad para hacer brillar la vida sin importar la carga que llevaras encima, sin preocuparte por si al hacerlo mal la gente te vería diferente. Tú solo eres feliz, y eso es lo único que me falta a mí. Así que si de alguien estoy completamente decepcionada, es de mí, no de ti. —Todo el tiempo habló sin desviar su mirada de la mía, transmitiéndome todos esos retazos de sentimientos que no podía expresar en palabras. En el último momento la bajó a sus manos, al tiempo que aprisionaba su labio inferior entre sus dientes, como solía hacer yo, dándome a entender que aquello estaba siendo duro para ella. Tomó aire por la nariz, y una vez más, lo expulsó con nerviosismo—. Entiendo que estés enfadada conmigo por un buen tiempo, pero quiero que sepas que me estoy esforzando por mejorar, no solo para ser tu madre, si no también para mí, porque lo necesito. ¿Crees que en algún momento me puedas perdonar?
Temía que todo no fuese más que la vida jugándome una mala pasada otra vez, que fuera un impulso suyo producto de la resaca mañanera. Pero ese pequeño resquisio de esperanza que mi corazón guardaba, me llevó a escucharla, a creer que esta vez sí podía ser diferente. Mentiría al decir que la iba a perdonar en ese instante. Porque no era fácil hacerlo. No después de tantos años sufriendo en silencio por su abandono. Fueron muchas noches preguntándome miles de veces qué era lo que estaba mal en mí. Siempre he pensado que las heridas internas son las más dolorosas a la hora de curar, y las que más tardan en sanar debido a la profundidad que alcanzan en poco tiempo. La perdonaría, sí, pero necesitaba hacerlo con calma porque temía a que en cualquier momento llegara su frialdad, tan afilada como una daga, a echarme en cara todos mis defectos.
Sostuve la tasa con las dos manos y le di un sorbo pequeño a la leche. Estaba deliciosa, en el punto exacto de dulzor y vainilla. Justo como me gustaba, y eso hizo que mis ojos ardieran por las lágrimas que se asomaron. Volví a bajar los brazos, pero sin soltar la tasa, como si eso, de alguna manera, me mantuviera anclada a la realidad con una armadura.
—No te voy a hacer más difíciles las cosas, mamá, porque tú sabes tan bien como yo todo lo que has hecho, y no digo que yo sea perfecta, para nada, estoy muy lejos de serlo, solo que no nos va a servir de nada sacar a flote palabras que en algún momento nos hicieron daño a cualquiera de las dos. Te quiero muchísimo, eso jamás va a cambiar, y te prometo que te voy a perdonar, solo... dame un poquito de tiempo para poder llevar las cosas, ¿vale?
—Claro que sí, hija, toma el tiempo que sea necesario, de ahora en adelante todo va a mejorar, te doy mi palabra.
Asentí con una cabezada, aceptando.
Me puse de pie, apenas había tocado el desayuno. Mi apetito había desaparecido de pronto. Sin embargo, no quería hacerla sentir peor, ya bastante carga suponía caragar con la culpa. Así que agarré una tostada y la mastiqué rápido, teniendo que bajarla con un largo trago de la leche para poder salir con otra en la mano.
—¿Ya te vas?
La miré sin saber muy bien cómo actuar. De un momento para otro todo se sentía tan tenso entre nosotras, como si estuviéramos caminando sobre una cuerda floja, que temía hacer un movimientoen falso y dañar la paz.
—Sí, ¿querías que decirme algo más? —Intenté por todos los medios que mi tono de voz no la hiciera entender algo erróneo.
—De hecho sí, hay un tema del que debemos hablar.
—¿Algo anda mal?
La sentía incómoda, como si quisiera decirme algo pero no encontrara las palabras correctas.
—No exactamente. —Entonces sonrió ampliamente e hizo un ademán de barrer con la mano para quitarle peso al asunto. Aquello no dejaba de sentirse ajeno—. Mejor lo hablamos cuando regreses de ayudar a tu amigo.
—Novio —rectifiqué, a la defensiva.
—Cierto. Lo siento —respondió con cierta mueca de aceptación—. Pues eso, que al rato hablamos, hija, no te preocupes.
Di dos cabezadas de manera afirmativa, repiqueteando las uñas en el espaldar de la silla de patas largas, mostrando un poquito de mi duda.
—¿Nos vemos luego? —Apretó los labios en una fina línea nada más preguntarlo.
—Sí, claro —Me encogí de hombros.
Jamás había existido tanta cercanía entre nosotras, sin embargo, a pesar de la tensión que de por sí tenía la situación, la estancia comenzó a sentirse extrañamente cálida. Como cuando vas corriendo hasta la habitación de tu madre en una fría noche de invierno y entras de puntillas para poder colarte bajo su manta, sin despertar a papá, y sentir su calor, el olor a la calma de un verdadero hogar.
Alex
—No has dejado de mirarla desde que llegó. —La voz de mi madre me sorprendió, pero lo supe disimular, al igual que siempre—. Esa mueca de, no seas tonta, mamá, ya no me la creo, para que sepas.
—¡Alex, mira como está quedando esta belleza! —Señaló a Marta, mientras todavía sostenía el paño con jabón en una mano y en la otra la manguera. Hizo un mal movimiento, teniendo como resultado una estrepitosa caída.
—¡Andrea, ¿estás bien, cariño?! —preguntó mi madre, asustada, entregándome el plato con los cupcakes que había hecho para merendar. Casi se me caen de las manos.
—¡Sí, no te preocupes!
Mi madre también resbaló, pero en lugar de quejarse de su vejez, acompañó a Andrea. Estallaron en carcajadas. Eran de esas risas que te hacían doler el estómago, lo sabía por cómo de estiradas tenían las comisuras de sus labios, al igual que las mejillas levemente teñidas de rojo.
Me acerqué a ellas, teniéndole una mano a mi madre primero.
—¿Acaso estás insinuando que estoy tan vieja como para necesitar tu ayuda? —Elevé una ceja, intentando ocultar mi diversión ante su indignado tono. Levanté los brazos en señal de rendición. Sacudió la falda de su vestido, en vano. Andrea intentó pararse cuando vio que mi madre lo había logrado, pero fracasó una vez más porque había caído en el charco, volviendo su short un desastre de barro y hierba. Decidí que debía intervenir antes de que fuera demasiado tarde. Cuando mi madre pasó por mi lado, me dijo al oído—: Es tu oportunidad, ustedes sigan en lo suyo y hagan de cuenta que no estoy en casa.
Y se fue, dándome un guiño como incentivo.
Negué un par de veces con la cabeza, sonriendo ligeramente hasta llegar al lugar de Andy. Le ofrecí mi mano.
—Debería darte vergüenza, saltamontes, tu torpeza te deja de nuevo por el piso.
Me dedicó una mirada agria, sin embargo, sabía que en el fondo aquello le causaba gracia, era de las personas que lograba hacer reír a los demás hasta en medio de los tropiezos.
—Calla, anda, y ayúdame.
Me acerqué otro poco, hasta que las puntas de mis dedos tocaron los suyos. Grave error, por dos razones; la primera, que logró burlarse de mí y la segunda, que terminé encima de ella, pero con el culo clavado en el barro. Cuando logré apoyarme en mis antebrazos, explotó de nuevo en una carcajada, de esas que más que robarte el aire, te devuelven la vida.
—¡Tienes que verte la cara!
Parecía que alguien le estaba haciendo cosquillas. Pero yo no estaba viendo mi cara, era imposible teniendo en frente ese bosque de sus ojos, agitándome los pensamientos, hipnotizándome de una manera que era difícil describir. Como si me sumergiera en una isla desconocida. Con cada sacudida que daba su cuerpo por la risa, encontrara un detalle diferente en su mirada. Y eso me aterraba. La mera idea de dejarme llevar me ponía los pelos de punta porque eran demasiadas cosas las que podían salir mal, y yo no soportaría su rechazo o que, dentro de un par de meses descubriera que en realidad nunca fui un chico tan interesante como me pintaban los demás, porque para qué negarlo, las apariencias engañan.
Poco a poco su risa fue disminuyendo, hasta terminar en la sombra de una sonrisa. Y ya no era solo yo quien no apartaba la vista del otro.
Su cuerpo desprendía calor bajo el mío. Su ropa estaba mojada, por lo que se transparentaba, mostrando la silueta de sus pechos, poniéndome entre la espada y la pared. De un momento a otro se había creado una burbuja alrededor de nosotros, envolviendo la tensión y mezclando nuestras respiraciones.
Me preguntaba qué era lo que estaba pasando por su cabeza, ¿buscaría algo especial en mí?
Su mirada bajó un segundo a mis labios, y nunca antes un segundo se sintió tan largo, tan pesado. No pude evitar mirar sus labios de la misma forma, dándole una respuesta silenciosa a la pregunta que me estaba haciendo. Hicimos contacto visual, con una intensidad casi asfixiante.
Lo mejor es olvidarlo. Recordé sus palabras.
Como si hubiera secuchado mis pensamientso, su entrecejo se arrugó. Se removió incómoda, intentando salir de debajo de mí con tal impaciencia que cuando me levanté, recibiendo mi peso sobre los brazos, que miré hacia abajo, ella lo hizo hacia arriba, haciendo chocar su frente con la mía en un golpe seco. Ni siquiera se llevó la mano al lugar dañado, a diferencia de mí, solo terminó de ponerse de pie y me tendió la mano para ayudarme, aun sabiendo que, si de verdad la dejaba cargar con mi peso los dos nos iríamos al suelo de nuevo.
—Me vas a matar un día de estos, Andy —me quejé con la voz ronca, sobando el lugar con la yema de mis dedos.
—Perdona, no era mi intención. —Parecía ida, a kilómetros de allí. Dio media vuelta rumbo a mi casa, pero se detuvo con una mano en la cintura, luego se pegó en la frente y susurró un "torpe" antes de volver a darme la cara—. Mis padres quieren conocerte en plan novios, así que te han invitado a la cena de esta noche. Entiendo si no quieres ir.
—Andy —intenté llamar su atención, en vano.
—..., después de todo no es más que un teatro, y que ellos quieran conocerte solo nos empuja a hacerlo un poco más real. De hecho, también voy a entenderlo si lo que quieres es terminar. —Hizo una pausa, pensativa—. Sí, supongo que es lo mejor, ¿no crees? Ya las cosas con mi madre llegaron a su punto de quiebre, por algo más que le eche al saco de problemas no pasará nada, supongo. Y mi padre ni siquiera recuerda el día de mi cumpleaños, mucho menos recordará otro de mis errores.
—Oye, detente un momento.
Lo hizo, mordiendo su labio, de manera que me daba a entender que tenía mucho más por decir pero que se estaba conteniendo para no explotar.
La sujeté por los hombros para que me mirara.
—Por mí está bien, llevo años conviviendo con tu familia, sé comportarme entre ellos. Yo puedo con eso —afirmé y crucé los brazos sobre mi pecho. Se le escapó una risa.
—Ya, claro, ¿cómo te dicen a ti, el domesticador de fieras? —se burló pero estaba seguro de que en el fondo se estaba haciendo a la idea.
Comenzamos a caminar rumbo a la casa.
—Ya verás. —La codeé—. Los voy a dejar tan enamorados como a ti.
Le entró la tos nerviosa de pronto, haciendo que su propia saliva la atorara más, tuvo que doblarse sobre sí misma para poder calmarse. Alarmado comencé a darle unas palmadas por la espalda.
—Estoy... estoy bien. —Levantó una mano para confirmarlo—. Me tragué un bicho.
Me arrancó, completamente contra mi voluntad, una risa.
Una que vez se volvió a enderezar, se golpeó el pecho con el puño, como si todavía no se recompusiera.
—Jamás te voy a negar mi ayuda. No obstante, si lo que realmente quieres es terminar con todo y mandar el mundo a la mierda, también puedes contar conmigo.
¿A quién estaba intentando engañar? Yo no quería terminar con lo que sea que se estuviera formando entre nosotros, podía sonar un poco masoquista pero me daba igual si para ella no era más que un teatro, para mí se sentía tan real que a veces llegaba al punto donde dolía.
Y si era eso a lo que podía aspirar con ella, lo tomaría.
¿Qué les pareció el capítulo?
Admito que se me estrujó un poco el corazón con la conversación de Andrea y su mamá.
Olvidé decirlo, pero la mamá de Alex me cae muy bien, je je
¡No te olvides de votar!
Besos azucarados 🍭
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