15. La calma antes de la tormenta
—Vamos Andrea, que se nos hace tarde.
—A esos lugares no se llega tarde, Chloe —avisé desde el otro lado de la puerta.
Después de que Chloe propusiera dar el golpe maestro, faltaba la ubicación. Ninguna de las dos tenía la menor idea de a dónde debíamos ir ya que, al menos para mí, era la primera vez que veía a Alex tan renuente a mostrarnos algo, lo que quería decir que, además de que nos guardaba secretos, este no era uno cualquiera. Admito que en el fondo me dolió un poco su falta de confianza después de todo lo que habíamos pasado juntos. Pero él era complicado.
Su teléfono había estado en línea por última vez a las afueras de la cuidad, en un sitio poco conocido para nosotras, pero al parecer, el predilecto para este tipo de actividades; los suburbios. No sé cómo fue que nunca me pasó por la cabeza que él podía estar metido en eso.
—Claro que sí, así que muévete o nos perderemos la acción.
Me alisé la falda de vuelo que apenas y llegaba a taparme poco más que el trasero, llevaba pantis negras pero eso no hacía mucha diferencia. Ajusté mis tetas de forma que sobresalieran un poco más del borde del top negro para que se vieran provocativas. Decidí no llevar nada para abrigarme porque se me arruinaría el atuendo.
Imagínense ustedes, una tenía que saber utilizar sus atributos y decía mi tía Mary que para lucir había que sufrir a veces.
—¿Sabes, Andy?
—¿Qué? —pregunté sin prestarle especial atención mientras me pasaba los dedos por el pelo para hacer que las ondas quedaran más separadas.
—El sonido de la lluvia era mi favorito hasta que te escuché mear.
Logró que se me escapara una risa de forma repentina, casi escupí el espejo por su culpa.
—¿Y eso a qué viene?
Se encogió de hombros, despreocupada.
—No quería cortarte horita.
Ella era única, con su genio, su pesado sentido del humor y con su fría armadura, pero seguía siendo mi mejor amiga; nuestra Chloe, que solo se permitía suspirar por puros personajes literarios.
Presioné mis labios uno con el otro para comprobar que el labial ya se hubiera secado y finalmente abrí la puerta, miestras me ajustaba las guantilla en forma de red que me había puesto en la mano derecha, dándome de lleno con una Chloe de brazos cruzados. Aunque no fue eso lo que llamó mi atención, sino su atuendo. Vestía un enterizo negro que se ajustaba a sus curvas de reloj de arena, lleva el cabello lacio suelto sobre la espalda y rozándole el inicio de las caderas, dando la impresión de que estaba más oscuro de lo normal, sus labios estaban pintados de un rojo sange opaco, haciéndolos ver mucho más carnosos y provocativos de lo que ya eran.
—Eres un cañón, Chloe —no pude evitar decir.
Theo, que estaba echado bajo mi cama, la miraba con atención. Le regaló otro ladrido, que a pesar de yo no poder traducir, sabía que era de apoyo.
—Ay, cállate.
—Dios mío, ¿la idea era que yo impresionara? Porque ni siquiera hemos salido y ya te has robado todo el protagonismo, perra suertuda.
No lo dije de mala manera. Diosito sabía que jamás envidiaría a mi mejor amiga, yo la amaba, amaba verla brillar porque sabía de todo lo que sería capaz si se lo proponía. Por eso mismo tenía que decirle la verdad, la verdad que ella jamás se había atrevido a aceptar, y es que siempre era portadora de belleza sin siquiera esforzarse por ello. Y en ese momento estaba hermosa, qué hermosa, se veía poderosa.
—¿Nos vamos o qué? Carla nos está esperando abajo.
Asentí con una cabezada sin decirle nada más para que no se sintiera presionada. Me calé las botas y tomé la bolsa de golosinas que la empleada me había traído para alimentar a Theo. Dejé una buena cantidad en su tazón, para si me tardaba, no pasara hambre. Apagué la luz de mi habitación, pero apenas entraba luz de la calle porque tenía las ventanas entrecerradas, así que volví a encenderla.
—Te portas bien —le dije a mi cachorro, que miraba atentamente mis movimientos—, y cuidas a la abuela.
Aunque tal vez mi madre preferiría una patada en los ovarios, que una muestra de afecto.
Le lancé un beso al aire que devolvió agitando su cola, y cerré la puerta tras de mí.
A esa hora mi madre ya estaba en su quinto sueño después de haberse bebido dos botellas y media de vino. Estaba demasiado extraña luego del último viaje, andaba con un humor horrible, por momentos era fría y heremética, y otros la pillaba siendo la sombra de la madre preocupada que una vez conocí. Decidí que, igual que siempre, esta vez tampoco tenía que avisarle de mi salida. Supuse que eso era algo bueno. ¿Cuántos adolescentes no habían por ahí haciendo las mil maravillas por conseguir el permiso de sus padres para salir a alguna fiesta de mayores de veintiuno? Yo ni siquiera tenía que preocuparme porque notaran mi ausencia. Cerré la puerta de casa y oculté la llave bajo la alfombra.
—Hola, chicas, ¿están listas para la aventura?
Carla rebosaba energía, siempre. Y a pesar de que siempre nos animaba a romper las reglas, aquello era diferente, peligroso, la policía podía llegar y entonces las cosas se pondrían feas. Por es al principio pensamos que se negaría a ayudarnos en esto, pero para nuestra sorpresa, su única condición fue acompañarnos hasta el final, cosa con la que no teníamos problemas.
Si las cosas se ponían feas, tendríamos a quien recurrir.
—Hola Carla, ¿todo bien?
—De caramelo, chica. Veo que el tatuaje sanó de maravilla, te sienta genial.
—Así es —le sonreí—, gracias.
Abrí la puerta de mi lado para subir al coche, pensé que Chloe iría en el asiento del copiloto pero se sentó detrás también, conmigo, después de saludar a su hermana con dos besos.
Se la veía muy callada, y nerviosa.
Nos pusimos en marcha y fue Carla quien rompió el silencio, haciéndome apartar la vista de mi amiga para fijarla en el espejo retrovisor.
—Me encanta que me llames para hacer cosas ilegales, hermanita.
Chloe la miró con los labios apretados en una sonrisa, sin responderle.
—¿Qué te pasa? —susurré para que solo ella pudiera escucharme.
Soltó un suspiro, como si hiciera mucho rato que estuviera llevando una carga demasiado pesada para sus hombros, o en este caso, para su cabeza. Yo sabía que su cerebro trabaja dos veces más rápido que el de cualquiera.
—Estoy nerviosa.
Eso ya lo sabía.
—¿Por qué?
—No me gusta salir de mi zona de confort, Andrea.
Cuando decía mi nombre completo con ese tono, era porque el tema no era de juego. Y la entendía completamente, por eso me asombré tanto cuando me propuso su idea de venganza. Sabía que se estaba esforzando por mí, por que yo me sintiera bien, aunque eso supusiera darle una oportunidad a sus miedos. Esa se sumaba al cúmulo de razones por las cuales Chloe era tan importante para mí. Pude haberle dicho que nos quedáramos en mi casa, pero ella necesitaba eso tanto como yo, su mundo no podía seguirse reduciendo.
—Va a estar todo bien, ya verás —intenté animarla—. Además, ¿de las dos quién crees que es la más propensa a cometer alguna locura que la deje en vergüenza? Claro que yo. Así que te encuentras en total libertad de dejar que me revuelque sola en la mierda, para ver si yo sola me doy cuenta de mi desastre.
Empezó a juguetear con la cutícula de sus uñas para disimular los nervios. Al parecer mi intervención le dio el impulso que necesitaba para abrirse.
—Nunca haría eso y lo sabes.
Me causaba ternura verla así, cohibida, pero luchando por no huir. Esta Chloe distaba mucho de la que convivía diariamente conmigo en la escuela, la que parecía segura de sí misma a la hora de tomar una desición que nos involucraba a varios, la que daba un paso adelante cuando nadie se atrevía a ser el primero en las exposiciones de clases, o la que se tomaba sus tiempos libres para explicarnos los ejercios de algunas de las ciencias, la que me decía que las cosas me pasaban por dejar que la estupidez me nublara el sentido, pero la misma que siempre estaba para mí cuando necesitaba un helado después de una ilusión rota o se quedaba a hacerme compañía hasta que llegara la noche cuando la casa era demasiado grande y solitaria para mí. En todas esas, Chloe siempre me había parecido la chica más valiente.
Tomé sus manos para que viera que hablaba en serio.
—¿Quieres que regresemos a, no sé, ver alguna película? Por mi no hay ningún problema.
De pronto se puso seria, borrando cualquier atisbo del miedo que antes la dominaba. Se deshizo de mi agarre y negó repetidas veces con la cabeza.
—No, imposible. De ninguna manera, no.
—Vaya, cuánta determinación.
—¿No ves que si no hago esto ahora ninguno de ustedes dos jamás será capaz de dar la cara?
Giré los ojos con fastidio. Ahora la que no quería seguir hablando era yo.
¿Era una inmadura? Tal vez.
¿Por qué me irritaba de solo pensar que su nombre estaba implícito en nuestra conversación? Jamás me había sentido así con él, pero últimamente mi corazón estaba en discordancia total con mi cerebro.
—Lo veo cada día, Chloe. —Fingí que no sabía a qué se refería.
—Sabes que no me refiero a eso.
Resoplé y me acomodé en el asiento.
—Bien —mascullé, inconforme.
Soltó aire por la boca antes de poner la vista en la carretera frente a nosotros.
—Bien.
Anduvimos en silencio durante todo el resto del camino, media hora de lectura en el móvil para para Chloe, y una buena tanda de Candy Crush para mí. De vez en cuando Carla hizo sus comentarios a ver si nos contagiábamos un poco de su energía y se animaba el ambiente, pero fue en vano, conforme se reducía la distancia, aumentaban los nervios.
—Muy bien, chicas, hemos llegado —avisó Carla antes de apagar el coche.
Había escogido el lugar más apartado de los demás coches para estacionar. Supuse que así nos daba brecha para ultimar los últimos detalles del inexistente plan. La música se escuchaba altísima, tanto que el suelo bajo mis pies parecía retumbar. Chloe bajó para llegar a mi lado, estiró las piernas y se sacudió las manos antes de tronar su cuello como si se estuviera preparando para una batalla.
No podía negar que a veces era un poco exagerada.
—¿Cuál es el plan?
Chloe soltó una risa y yo tragué saliva.
—No hay plan.
—¿Cómo que no hay plan, Chlotilda?
No pude evitar soltar una risita de burla ante el apelativo cariñoso que le tenía su hermana. Mi amiga le dedicó su mejor mala cara.
—¡Te he dicho que no me llames más así!
—Oye, no te enfades, cosa guapa —bromeó haciéndole voz como si fuera una bebé y apretándole las mejillas, a lo que Chloe respondió con un manotazo.
—Ya está bien.
—Como digas, saco de resabios. Entonces, ¿tienen pensado en ir a meterse en aquella manada de locos sin al menos haberlo pensado un poco? Esto sí que estará bueno.
—Carla, cuando se trata del corazón la verdad es que no puedes pensarlo mucho o terminas por arrepentirte. —Mi mejor amiga me miró como si me hubiese salido un tercer ojo. Hasta a mí me resultó raro decir aquello en voz alta. Me aclaré la garganta, sintiéndome apenada por la mirada de ellas encima de mí—. Bueno, eso es algo que diría Chloe.
Pero no lo dijo ella, fui yo.
—En fin, ya ustedes sabrán lo que hacen, no quiero volverme la mamá regañona así que me iré por ahí, quizá me encuentre con algún conocido. Si necesitan cualquier cosa, me llaman. Una vez terminada la carrera nos vamos a casa, nada de desvíos.
Ambas dimos un asentimiento como respuesta y ella no dijo más, giró sobre su eje, dándonos la espalda para comenzar a alejarse.
—¿Lista? —me preguntó Chloe una vez estuvimos solas. Desde nuestra posición se escuchaba claramente la última parte de la letra de Are you ready?, de Måneskin, en algunos versos siendo coreada por el gentío—. ¿Cabeza limpia de locuras?
Me encogí de hombros.
—Yo nací lista para la acción. Nada de locuras.
—Ya, claro, que te compre quien no te conozca.
Le saqué la lengua en respuesta.
Conforme nos acercábamos al tumulto que gritaba enfurecido, la música, en ese instante se había infiltrado una de Nirvana, y el sonido de las botellas al chocar entre sí, inundaban el ambiente. Me di cuenta de que, definitivamente, este sería un ambiente donde Alex se sentiría cómodo. Habían coches estacionados estratégicamente con las foquetas encendidas allá donde los reflectores del lugar no lograban iluminar al cien. Pero lo que más abundaban eran las motos, algunas tan relucientes como si hubieran sido acabadas de sacar del paquete, otras con modificaciones hechas, dándoles el aspecto bestial que tenía locas a algunas chicas, pero más a los hombres, permitiéndoles alardear sobre sus conocimientos sobre la maquinaria.
Hablando de chicas, todas las que estaban por allí, que era en menor medida que el género masculino, ostentaban poca ropa, dadas por shorts de mezclilla demasiado rasgada, vestidos dos tallas más pequeños y cosas por el estilo, y abundantes sonrisas. Algunas se dejaban portar como trofeos, otras daban un show público.
Hice un repaso al panorama, pero no logré ver a Alex por ningún lado.
—¿Qué tal si ya se fue y solo vinimos aquí a perder el tiempo? Oye, Chloe. —Pero era como hablar con una pared. Agité mi mano delante de su cara y volví a repetir su nombre para hacerla salir de su ensoñación—. ¡Chloe!
—Ay, no grites, loca.
Ya la notaba mucho más relajada.
—¡Pero no me haces caso!
—Lo siento, ¿qué me estabas diciendo?
Giré los ojos con fastidio.
—Nada, olvídalo. ¿Qué era lo que te tenía tan absorta en tus pensamientos?
Pero no fue necesaria su respuesta en palabras, me bastó con seguir el recorrido de su mirada para encontrarme con el foco de su atención. Un chico vestido con un enterizo de color negro y rojo, como los que usan los competidores profesionales para las carreras, lo confirmé cuando tomó el casco que reposaba encima del asiento de la moto. Tenía el cabello castaño rapado, dándole un aspecto peligroso, por así decirlo, que acompañaba con los cuatro aros que perforaban los lóbulos de sus orejas, dos en cada uno, apenas se distinguía su color de ojos, pero estaba casi segura de que debían ser de algún color poco común porque desde la distancia uno se veía claro y el otro más oscuro, aunque también podía ser producto de mi imaginación.
Lo que sí estaba convencida era de que lo que tenía a Chloe sonrojada y fingiendo mirar a otro lado, era la sonrisa seductora que le estaba dedicando.
—¿Acaso lo conoces?
Entonces su atención regresó a mí.
—Solo de pasada, es uno de los amigos de Bella.
—Conque te llevas así de bien con esa pelirroja, eh.
—Más o menos, ¿qué pretendías si ella fue la única que me acompañó en la sobriedad el día de tu fiesta de cumpleaños?
Entrecerré los ojos.
—Tú estabas tan borracha como yo —interrumpí.
—Imposible, porque te recuerdo que estabas como una cuba. Y no, Andy, que te conozco, no te vayas a poner celosa.
No quise irle más a la contraria porque jamás lo admitiría, en cambio, sí que me puse celosa.
—Tarde, señora tomate —canturreé, pasando por alto su advertencia mientras me alejaba, camuflándome entre el gentío a ver si lograba encontrar a Alex, en caso de que ya me hubiera visto y se estuviera escondiendo.
Fue el turno de Zitti e Buoni, también de Måneskin, para reventar los altavoces. Incluso por encima de la música pude sentir los gritos que formaron el coro de ánimo cuando uno de los competidores asomó al inicio del recorrido para llegar a la curva dónde me encontraba.
Había llegado tarde, la carrera ya estaba por terminar pero no fue difícil integrarme. En mi cabeza se reproducía la letra al compás de la canción.
El competidor iba a la cabecera y había un buen tramo que recorrer todavía pero venía tan rápido, que con el ritmo creciente de la música de fondo y la emoción que le impregnaban los presentes, la sensación de que iba a estrellarse contra nosotros me hacía retumbar el corazón. Era una mezcla entre el miedo de una colisión y la expectativa de lo que se sentiría cuando llegara el latido donde, por culpa de la adrenalina, el corazón se tropezara dos latidos.
Sguardo in alto tipo scalatori
(miro hacia arriba, como escaladores)
Quindi scusa mamma se sto sempre fuori, ma
(Entonces, lo siento mamá, siempre estoy fuera de casa pero)
Sono fuori di testa, ma diversi da loro
(estoy fuera de mi mente pero soy diferente a ellos)
No sé cómo carajos a semejante velocidad pude identificarlo, pero el inconfundible aroma que dejó la estela de su perfume me acarició la nariz. Y cuando miró por encima de su hombro, pese a que fue menos de un segundo y que estaba prácticamente oculta entre los demás, su mirada, de alguna forma, como si se tratara de un imán, se conectó con la mía.
Mi estómago dio un vuelco peligroso, consiguiendo que las abejas que me había esforzado por mantener dormidas, despertaran furiosas por salir.
—¡Vamos hijo de puta, hasta mi abuelita es más rápida que tú! —se burló uno, supuse del que iba rezagado, e hizo estallar la botella vacía que tenía en la mano para que, acto seguido, otros más le siguieran la corriente con sus risas y abucheos.
Algunos se adelantaban a otros y reían como maniáticos cuando lo lograban, se sacaban el dedo medio y hasta hacían piruetas encima de las motos para ver si conseguían mayor atención. Uno de ellos se desestabilizó cuando otro le pasó por el lado y terminó por salirse del camino, estrellándose contra una de las pilas de neumáticos que delimitaban el terreno de la carrera dentro del mismo perímetro custodiado por vallas metálicas.
Me fue imposible no llevarme una mano a la boca debido a la sorpresa tan desagradable, ese golpe definitivamente después dolería como el demonio.
—¡Eso te pasa por ser una nenaza!
Me tomó desprevenida el grito, aunque la verdad es que ni sabía cómo rayos alguien podría estar preparado para algo así. Nadie a mi alrededor siguió prestándole atención al incidente más que gritarle un par de sandeces.
Nuevamente logré ubicar a Alex para volver a centrarme en lo que se refería a él.
Otro competidor vestido de blanco a excepción de los pantalones de mezclilla, pero incluido el casco, comenzó a acelerar hasta el punto de estar pisándole los talones a Alex, haciendo que entonces la multitud se dividiera en dos bandos para comenzar a gritar y señalar las maniobras que ellos creían más adecuadas, dejando en un segundo plano al resto de los competidores. En ese momento me di cuenta de que él no llevaba ningún tipo de protección y me preocupé cuando también aceleró, sin embargo, logró la última curva con una precisión perfecta, como quien pone en un fondo blanco el último lunar en el lugar correcto para terminar de llenar la hoja; como si llevara años haciendo lo mismo y lo mismo.
Y finalmente el último estallido con la victoria de Alex.
—¡Tenemos a nuestro exinvicto de nuevo dando pelea! —gritó alguien por el megáfono—. ¡Démosle la recompensa que se merece!
Comenzaron a cantar a coro algo que no logré identificar si como una canción cualquiera o más bien un himno, me decantaba más por la última opción. Agitaban sus botellas, salpicándome la cara y el pelo de cerveza. A esas alturas mi cabello debía oler a sudor, cigarrillo y suciedad. Pero no me iría hasta cumplir con mi objetivo.
—¿Ese es tu chico?
Pegué un respingo del susto y cuando giré la cabeza, me encontré con uno de los tipos fortachones y con aspecto pendenciero.
—¿Eh?
—No has dejado de mirarlo desde que llegaste, cualquiera con ojos en la cara se da cuenta de que llevas rato maquinando qué hacer —dijo y se empinó a la boca de la botella. Tenía el pelo largo, suelto y enmarañado, como si llevara tiempo sin lavarlo y al contrario, mucho en carretera. Llevaba el bigote arreglado al estilo de los años ochenta. Estaba vestido con un pantalón y camisa negra con las mangas deshiladas, con una gran calavera blanca pintada en el lado izquierdo—. Míralo, la está pasando en grande, se nota que este es su lugar. Si quieres llamar su atención, vas a tener que atravesar el campo de fieras, solecito. Yo que tú lo hago sin pensar.
Pasé por alto su manera de referirse a mí, desviando la vista al lugar donde se había referido.
Tener el apoyo del público hizo que Alex riera con ganas, saboreando su victoria como si fuese una inyección directa a su ego. Se bajó de la moto para sumarse al grupo que celebraba, coreando también, dándose puños en el pecho como un maldito gorila.
—Fue un gusto. —Lo miré, enmarcando una ceja ante su tono de suficiencia—. Por el consejo, digo. Soy Sombra.
Extendió su mano, esperando a que yo correspondiera su ofrecimiento de amistad. Me pareció agradable tener a alguien a ami lado, así que, contrario a mis intenciones iniciales, no pude evitar sonreír mientras aceptaba su mano.
—Soy Andrea.
—Me quedo con solecito.
Formaron un círculo y se sujetaron unos a otros por el cuello antes de comenzar a saltar al ritmo de la canción, entre ellos vi al chico de hacía un rato, el que estaba coqueteando con Chloe, así que supuse que eran un equipo.
Ese era su ambiente, como bien había dicho Sombra, lo estaba disfrutando tanto que hasta yo me emocioné, pero esa alegría rápidamente fue sustituida por la rabia cuando vi que el ganador del segundo lugar se quitó el casco, dando vida a una cabellera rojiza como las mismísimas llamas del fuego. La sonrisa de Bella era capaz de dejarte embelesado por unos segundos. A pesar de no saber de dónde, un odio irracional comenzó a crecer en mí, haciéndome apretar los puños.
Era ahora o nunca.
Le dediqué una última mirada a mi nuevo amigo, que me la devolvió con una sonrisa pícara en los labios, incentivándome. Con el valor que de pronto parecía recorrerme cada rincón del cuerpo le arrebaté la botella y la llevé a mis labios para dejar entrar un largo trago. La bebida bajó quemando mi garganta pero no me atoré ni empecé a toser como posesa. Se la devolví prácticamente tirándosela al pecho y me limpié las comisuras con el dorso de mi mano.
—Deséame suerte.
—¡Esa es mi pequeña!
Probablemente el tono que había utilizado para decirme aquello era producto del alcohol, pero se sintió tan bien tener a alguien dándome ánimos que no pude evitar sentir un empujoncito reconfortante en la espalda.
Alex me miró en ese momento y le correspondí con una sonrisa que prometía problemas.
Bella lo tomó de los cachetes como si fuera un bebé, para decirle algo que no logré entender y aquella acción no hizo más que avivar mis ganas de explotar.
Entre el alcohol, el calor, los gritos y la nueva canción que comenzó a sonar, mi mente creó un escenario paralelo donde yo entraba en cámara lenta, toda poderosa, creyéndome invencible.
Acorté la distancia en un par de zancadas furiosas y sin siquiera pensarlo cuando llegué a su lado, lo tomé de una mano y le di un tirón para hacerlo chocar contra mi pecho y tener la oportunidad de tomarlo por la nuca. Instantáneamente clavó sus dedos en mi cintura.
Entonces lo besé, lo besé con tanta furia que sentía que por mis venas circulaba fuego en lugar de sangre, incendiando todo mi cuerpo a su paso, erizándome deliciosamente la piel. Yo era quien tenía el mando, era quien estaba reclamando el terreno como suyo, gritándole a todos con cada roce de nuestras lenguas que Alex Falcone era mío en todas sus versiones.
No hubo respiro que se lograra escapar del caos que estábamos armando con cada nueva arremetida de nuestros labios.
De un momento a otro la mano que había sujetado mi mejilla se deslizó hasta el nacimiento de mi cabello, tomándolo en un puño para tenerme a su disposición. Su intención no era solo dominar el beso, no, lo conocía demasiado bien como para saber que esa era su respuesta a mi provocación, todo en él gritaba vamos a ver quién cae primero.
—¡La leona está reclamando a su rey! —podía jurar que había sido la voz de Sombra, dándome un lugar entre el gentío, pero no quise girarme para comprobarlo porque sentía que la adrenalina se me escurriría por los dedos. Aquello estaba yendo demasaido lejos.
Y como siempre ante cualquier cosa que pareciera arriesgada, gritaron para animar a que los otros hicieran lo mismo.
Deslicé las manos hasta su pecho, sonriendo en medio del beso y, con la misma fuerza que lo traje a mí, lo empujé para alejarme de él, dejándolo aturdido por unos segundos, los suficientes para poder escabullirme entre las demás personas sin que pudiera ubicarme rápidamente.
Atravesé por la parte donde se levantaba la valla y seguí corriendo como si estuviera escapando del fin del mundo. Todo el cuerpo me temblaba por el revoltijo de emociones que estaba guardando para después, los labios me cosquilleaban y la sonrisa que estiraba mis labios parecía estar amoldada con fijador.
No muy lejos vi a Chloe entrar al coche mientras el chico de antes se alejaba en dirección contraria a mí. Teniendo a Alex tan cerca nunca me di cuenta cuando el chico abandonó el grupo. No me miró y yo fingí hacer lo mismo mientras seguía corriendo. Más tarde interrogaría a mi amiga.
Mis dos acompañantes ya estaban listas para partir gracias al cielo, solo tuve que entrar y dar el portazo que avisaba que debíamos marcharnos de allí lo antes posible.
—¡Dios mío amo esta adrenalina! —exclamó Carla en un arranque de locura, cambiando de marchas para acelerar una vez entramos a la carretera—. Chica, tienes que llamarme más seguido para este tipo de cosas, ¡me encantan, joder! ¡Yujuuu, esto sí es vida!
Reí, pero fue una risa histérica por los nervios, al contagiarme de su energía. Incluso Chloe dejó asomar la diversión que le causaba aquello. No me había preguntado nada al respecto porque sabía que una vez entradas en el tema, no pararía hasta hacerla escupir eso que se estaba esforzando por ocultarle a todos.
—Tu novio es bueno, Andrea.
—Sí que lo es.
Miré a otro lado para que nadie viera la sonrisa que me provocaba su mención.
Solo entonces me permití respirar profundamente. Toqué mi labio inferior con la punta de mis dedos, y lo sentí tan hinchado como el superior. Mi boca se había quedado con su sabor, haciéndome salivar al recordar la manera en que arrastró sus dientes por mi carne, enloqueciendo mis hormonas.
Sin haberme detenido a pensarlo, estaba cavando mi propia tumba, y lo más jodido del caso era que estaba dispuesta a tirarme de cabeza.
M
e detuve en el porche de casa para despedirme de mi amiga y su hermana, cuando vi que se habían alejado lo suficiente me acuclillé para buscar las llaves bajo la alfombra de la entrada, rezando por que estuvieran ahí todavía, de lo contrario tendría que trepar hasta la ventana de mi habitación como lo hacía Alex o, en última instancia, despertar a mi madre y bancarme por lo que le diera su humor.
Mi teléfono se había apagado hacía diez minutos, así que suponía que serían como la una y veintitanto de la madrugada. El frío que hacía me tenía la piel de gallina. Me apresuré a abrir y cerré tras de mí con el seguro nuevamente. Theo vino hasta mi lugar moviendo su cola para que le acariciara la cabecita, era raro que me recibiera, mucho menos a esta hora, puesto que era un perro bastante dormilón y le gustaba moverse lo menos posible, la mayoría del tiempo estaba en mi habitación o en la cocina cuando la empleada estaba en casa, así que supuse que algo iba mal, y lo confirmé cuando escuché el ruido de algo de cristal al caer al suelo, proveniente del comedor.
Inevitablemente mis latidos se dispararon, lo único que se me ocurrió preguntar en primer lugar fue:
—Mamá, ¿eres tú?
Otro ruido, y supe que fue el tazón de frutas de la isla porque una de las manzanas rodó hasta hacerse visible en el pasillo.
—¿Mamá?
—Soy yo cariño, ¡estoy en la cocina!
La verdad es que si resultaba ser algún ladrón no hubiera sabido qué hacer. Probablemente lo dejaría que se llevara todo lo que le apeteciera, sin chistar.
A paso rápido fui hasta la cocina, seguida por Theo.
Inmediatamente solté un suspiro de alivio, sin pasar por alto su apelativo cariñoso. Era la primera vez desde que se había vuelto una adicta al trabajo, como papá, que me llamaba de esa manera. Debían ser los efectos secundarios del vino.
—¿Pasa algo que estás despierta a esta hora?
—Busco un poco de vino, ¿acaso no puedo disponer en mi propia casa?
Tenía que tomar la situación con calma porque si estando sobria era de tener cuidado, con alcohol encima se volvía volátil.
Me acerqué a ella, que seguía rebuscando en los cajones de la encimera. Al parecer lo que buscaba ya no estaba en el lugar donde solía estar, porque había armado un desatre por todo el lugar.
—Creo que ya has bebido suficiente, mamá.
Entonces se irguió para dedicarme una mirada de indignación.
—Tú no eres quién para decirme qué puedo o no hacer. —Un mareo la hizo desestabilizarse y perder el equilibrio, obligando a que me moviera, casi me lancé para evitar que se golpeara con la isla. Las cosas no podían empeorar—. Eres igual a él.
Me sacó de onda su cambio de tema. Supuse que se refería a mi padre, pero no quise indagar, no era momento de buscarle las cosquillas. Se llevó una mano a la cabeza, chistando por lo que supuse sería vértigo. Cuando logró mantenerse en pie por sí sola, su mirada bajó a mi brazo, donde estaba el tatuaje, y se alejó de mí sin decir nada al respecto, como si mi toque, de repente, le resultara desagradable.
—Hueles a cerveza barata, Andrea. ¿Dónde coño estabas metida a estas horas? —inquirió, su tono había adquirido una mezcla de enfado, frustración y algo mucho más profundo; la decepción. Por más que intentara acostumbrarme a ella y a sus drásticos cambios de humor útimamente, jamás sería capaz de soportar aquello—. ¿Por fin te diste cuenta de que ni siquiera el vecinito te aguanta porque no eres buena para nada, y ahora andas de puta ofrecida?
Una puñalada hubiera dolido mucho menos que las palabras salidas de su boca. De pronto sentí que mi amor por ella me comprimía desde adentro, formando un nudo de púas, agrietándome.
Me escocieron los ojos, una clara advertencia de lo que estaba a punto de pasar.
—Mamá, ya basta...
Theo gimió, como si no fuera capaz de ladrar.
—Claro, intenta silenciarme, nadie aguanta la verdad porque es como un puñetazo en el estómago. ¡Pero estoy harta! —Se rio de sí misma, fue una risa completamente vacía. Luego me señaló—. Dicen que de tal palo tal astilla, ¡y ustedes dos son igualitos! Márchate tú también, si total, lo único que sabes hacer es eso, utilizarme y luego dejarme sola como si fuese un resto de basura que no mereciera ni un mísero segundo de atención.
Definitivamente no se estaba refiriendo a mí, pero sus palabras me calaron tan hondo que entonces fui yo la que no pudo soportar más.
—¿Tú estás harta? ¿De qué demonios estás harta mamá, de intentar ser cada día más bonita, más perfecta y peor madre? ¡Tú no sabes una mierda de lo que es estar cansada! —Conforme más palabras le sumaba a mi intervención, más aumentaba el volumen y el remordimiento, auxiliándome de mis manos para gesticular con toda la rabia que llevaba tiempo acumulando—. No importa qué tan malo haya sido el día anterior, cada maldito día me levanto con una sonrisa en la cara para poder dedicártela. Cada. Maldito. Día —remarqué cada palabra, sintiéndolas amargas en mi lengua—. Pero nunca la vez de verdad, ¿sabes por qué? ¡Porque nunca estás! ¡Nunca estás cuando de verdad te necesito! Y todavía tienes la poca vergüenza para decirme que no te doy atención, que soy una mala hija y una persona irresponsable. Solo haces acto de presencia cuando me equivoco en algo, o cuando por no ser lo que se espera, termino haciendo el ridículo frente a las personas que tú consideras importantes. Y yo no me incluyo en ese grupo, para ti no soy importante. Pero soy tan estúpida, tan ciega que aún así, me sigo esforzando, aun sabiendo que no importa cuánto haga o cómo lo haga, siempre voy a ser yo la que estará mal, la que jamás será suficientemente buena o suficientemente seria o suficientemente educada.
Se mantuvo en silencio, sus ojos haciendo contacto con los míos, como dos fieras abatidas, cansadas. Algo dentro de mí dolía tanto que sentía que pronto dejaría de respirar, la sensación era similar a tener un nudo retorciéndose en mi garganta, masacrando mis cuerdas vocales, haciendo que tragar se volviera una tarea difícil.
—¿Por qué no lo puedes ver? Yo soy explosiva, torpe y un puto desastre andante, pero sobre todo eso, soy feliz. —Mi tono disminuyó considerablemente, dejando escapar una sonrisa triste y sin fuerzas—. No sé si sabes lo que significa ser feliz porque me he dado cuenta de que te pasas la mayor parte el tiempo buscando la forma de pisotearla en todo el mundo. Pero te quiero, ¿sabes? No importa qué tan cruel seas, yo soy el doble de masoquista si se trata de ti. Y también estoy harta.
Vi un destello en sus ojos pero no lo pude identificar, porque conforme apareció, se fue. Como si ella estuviera intentado alejarme. No lo entendía. Hubo silencio, otra vez, sin embargo, este gritaba una sola cosa.
—¿Quieres que me vaya? —se me ocurrió preguntar.
—Sí, ¿o acaso estás tan defectuosa que también te has quedado sorda, cariño? Si lo que quieres es demostrar qué tan rebelde eres, ¡lárgate de mi vista tú también! —Miró al techo y levantó ambas manos, como si esperara que la respuesta a sus problemas llegara de ahí—. ¿En qué me equivoqué tanto, eh?
Me di cuenta de lo forzada que sonó su voz al principio, y al final, como si le hubiera pasado un camión por arriba. No obstante, me fue imposible ignorar sus palabras, fueron la gota que colmó el vaso. No quise escuchar más, sentía que en cualquier momento iba a explotar. Tal vez ya algo dentro de mí lo había hecho. Pero no lloraría delante de ella, de ninguna manera iba a darle el gusto de repetirme lo inútil que era. Di media vuelta para llegar a la puerta, abrí nuevamente y cerré de un portazo antes de alejarme de allí a pasos agigantados.
Ay pero tú estás loca, Andy, ¿dónde te metiste?
¿Y ese final? Madre mía.
Chisme:
¿Cuál es su tipo de música favorita?
¿Algún cantante o banda que elijan por encima de todo?
¿Prefieren leer con música?
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