13. Nuevas perspectivas
—Te noto alterada Andy, ¿puedo saber la razón?
—¿Alterada yo? —Bufé una sonrisa, pero no me daba nada de gracia—. Creo que tantos libros te han distorsionado el sentido de la realidad, Chloe.
Más por inercia que otra cosa, miré a ambos lados del pasillo, aunque sin ver a nadie en específico. A esta hora no estaba tan concurrido ya que algunos se mantenían en los alrededores del terreno disfrutando del horario de receso o tomando un poco de los débiles rayos del sol para aplacar la frialdad de mediados de noviembre, antes de volver a entrar al aula.
—No quiero arriesgarme con meras suposiciones. —Claro que iba a soltarme lo que pensaba, no podía aguantarse una opinión—. Pero ese estrés tuyo tiene un nombre, y se llama Aleixter.
Me hice la sorda y en cambio, escupí mi enfado sobre la única persona que me aguantaba.
—¿Sabes qué día es hoy, querida mejor amiga? —Di dos palmadas al aire a modo de falso festejo y volví a fingir una sonrisa como si realmente la respuesta a mi pregunta fuera un tema de celebración—. Día número tres fingiendo ser novios. Apenas es martes, lo que quiere decir que me quedan demasiadas horas teatrales hasta el fin de semana donde por fin podré tomar un respiro de mis instintos asesinos, porque la verdad es que ya estoy harta, específicamente, al volverme loca con todas esas arpías sobre Alex. ¡No dejan de darle vueltas como moscas ansiosas por dejar sus patas pegadas al pastel! —Arqueé las cejas y levanté una mano en señal de stop para que notara lo escandalizada que estaba—. Y lo peor del caso es que a él no parece molestarle en lo absoluto. Aunque no me asombra, la verdad, siempre ha sido así, pero bueno, dadas las circunstancias y el grado de importancia que pensé que yo tenía en su vida, esperaba un ligero cambio de actitud frente a los reflectores, dígase mi madre y el resto del mundo excepto nosotros y tú.
Doblé y aceleré el paso, intentando escaparme de sus conclusiones, no obstante, ella continuó a mi lado sin mostrarse afectada en lo más mínimo.
—Si hubiera alguien además de mí escuchándote, o que fuera capaz de meterse en tu cabeza probablemente, afirmaría que tu diagnóstico es algo grave, Andy —Esta vez solo elevé una ceja, y estiré la comisura de mi boca, restándole credibilidad a su palabrería tan bien organizada. Ella tenía la manía de jugar a la psicóloga y, tristemente, siempre me tocaba el papel de paciente—. Estás celosa.
Nos detuvimos frente a nuestros respectivos casilleros, pero su voz casi la sentí como un susurro en mi oído.
—No —claudiqué. Al mismo tiempo que abría mi casillero para guardar los libros que tenía en las manos del turno anterior. Lo hice con tal ensañamiento que no me sorprendería si alguno terminaba por despegarse—. No estoy celosa.
—Ya, claro, y yo voy a cantar con Pavarotti en su próximo concierto, ya sabes, un homenaje a Andrea, la chica más sincera del instituto... —dijo, incapaz de ocultar su sarcasmo. Estaba al otro lado, la puerta abierta me impedía ver su rostro.
Ambas sabíamos que lo suyo no era el canto, mucho menos ser el centro de atención, y que encima me metiera en ese invento, demostraba que su buen humor no era más que su manera de burlarse de mí. Hice una mueca de inconformidad a sabiendas de que no me vería. Había sido un poco ingenua al pensar que ella no se daría cuenta, me conocía mejor que nadie.
—No estoy celosa, Chloe —recalqué a nada de rayarme la cabeza, no con ella, sino porque cada vez que lo decía me volvía más consciente de que no era cierto. Sí estaba celosa, no obstante, no iba a dar mi brazo a torcer, si bien a ella aquello le divertía mucho, a mí solo me traería problemas—, en absoluto. Estoy furiosa porque parece que él no se está tomando en serio nuestro trato, cuando le dejé claro lo importante que es para mí. Sigue siendo el mismo Don Juan de siempre.
Saqué dos libros más y mi cuaderno de apuntes para regresar al aula. Algo cayó al suelo y fue Chloe quien se acuclilló para recogerlo mientras yo terminaba de acomodar las cosas en mi mochila y cerrar la cremallera. Cuando cerré el casillero, lo primero con lo que me topé fue con una figura hecha de papel, puesto que Chloe la sostenía frente a mi nariz. Un poco más y ambas nos quedábamos bizcas mirando la figurita.
Se me escapó la risa.
—No me da gracia.
—Tenías que haber visto tu cara. —Hice una mueca, sacando la lengua y moviendo los ojos hacia abajo, exagerando la expresión que le había visto a ella.
—Ja, ja. Sigue sin darme gracia, Andy.
Puse mala cara, decepcionada ante su malhumor.
—Eres una aguafiestas, Chloe.
No pude evitar soltar una risita derrotada ante un gesto tan femenino. Me estaba sacando el dedo medio. Le arrebaté lo que tenía en la mano y me acomodé el asa de la mochila encima del hombro. Negué con la cabeza pero con la vista fija en lo que resultó ser la forma de una mantis de papel.
—Vaya esto es... diferente. —No sé me ocurrió otra palabra para describirlo, ambas nos quedamos sorprendidas.
—¡Es lindo! —exclamó de pronto, maravillada, juntando sus palmas bajo la barbilla, podía hasta exagerar un poquito más y decir que hasta le brillaban los ojos—. Hostia, ¡que tienes un admirador secreto!
El impulso me llevó a cubrirle la boca con las manos, muerta de la vergüenza. Sentí que varias miradas recayeron sobre nosotras. Inmediatamente la sangre se me acumuló en las mejillas, haciéndome enrojecer.
—Es que mi novio es taaan detallista. —Alargué la vocal para ver si Chloe captaba mi indirecta.
Miró disimuladamente a ambos lados e hizo una mueca.
—Y vaya que sí. No todas podemos tener a un Alex Falcone ¡que pena! —dijo en voz más alta de la normal, apoyándome.
Levantamos un poco la mirada a ver si iba surtiendo efecto, y fue perfecto ya que, justo en ese momento nos adelantó Megan, seguida por sus dos secuaces, Jessica y Katia. Las dos últimas, que no podían ser más opuestas físicamente, se giraron sin esforzarse un poco en disimularlo, en cambio, Megan, me miró por encima del hombro, riendo cuando sus amigas se pusieron a cuchichear en forma de burla hasta desaparecer de mi radar. Solté lo más parecido a un gruñido.
Tomé a mi amiga por los hombros para que devolviera su atención a mí.
—Ya, creo que ha sido suficiente.
—Vale, entonces —hizo una pausa, pero no capté qué fue lo que me indicó con eso—, ¿quién será el admirador?
—Pues no tengo ni idea. —Me encogí de hombros, olvidando mi enfado y a Megan y sus amigas.
Se me alumbró el bombillo al recordar la flor de papel del otro día. Le di varias vueltas y levanté algunos dobleces con cuidado de no desarmarlo, pero no encontré nada, ni un solo trazo de tinta que me indicara quién sería el remitente.
Refunfuñé con un mohín demasiado infantil.
—¿Quién envía una mantis de papel sin ninguna indicación? Vamos, una flor sí, se entiende, pero esto no, ¿acaso nadie se ha dado cuenta que soy lenta de pensamiento?
Chloe hizo el amago de reírse pero pronto su expresión se tornó seria. Comenzamos a caminar.
—¿No es el primero que recibes?
Oh, zona peligrosa. Me remojé los labios con la lengua. Nunca, jamás de los jamases, oses ocultar algún tipo de información a tu mejor amiga, mucho menos si es algo que te parece sumamente insignificante, esas suelen ser las más importantes para ella.
—La verdad es que con tanto lío se me había olvidado contarte que, en la fiesta, alguien me ha dejado esto —me excusé con mi mejor cara de disculpa y saqué la flor de mi bolsillo delantero, no porque la cargara conmigo siempre, sino porque habían sido los primeros pantalones que había encontrado en la selva de ropa que tenía en mi habitación—. Cuando desperté a la mañana siguiente no me acordaba de mucho, la verdad, tenía una resaca horrible y apenas me levanté para almorzar. La encontré en el suelo, caída debajo de este mismo pantalón, así que lo devolví a él cuando recordé de qué se trataba.
—¿Y quién fue? —preguntó, tomándome del brazo para entrar al aula. Todavía faltaban unos minutos para que comenzara el turno, lo que indicaban que había tiempo para el chisme—. Debe ser la misma persona que te ha dejado la de hoy, digo yo, no es como que, de la nada, en este instituto haya un brote de creatividad.
Reí por la forma en que dijo aquello. No era menos cierto que navegábamos entre gente nada interesante.
Nos sentamos en nuestros puestos habituales, yo en el segundo y ella en el tercero, solo Alex se sentaba al final, junto a la ventana, para poder despejar la mente en las clases, según él, aunque a mí me parecía que hacía cualquier cosa menos atender a las clases y, sin embargo, cuando estudiábamos juntos, a la primera lograba hacer todos los ejercicios.
Vaya injusticia, a los chicos se les daba mejor esto de estudiar sin pasar trabajo.
—Ese es el problema, que no tengo la menor idea, fue el chico que entró conmigo a los cinco minutos en el paraíso, en el cuarto de los instrumentos, y estaba demasiado oscuro como para poder definir su rostro, mas no debe ser alguien de muy lejos.
Chistó en señal de desaprobación.
—Andas comiéndote las cosas sin saber qué son y luego te quejas si te dan indigestión.
Fruncí el ceño, un poco perdida al principio debido a su comparación, ya luego con la mirada que me dedicó me pude dar cuenta de que seguíamos hablando de lo mismo. Arrugué la nariz ante su metáfora.
—A veces me mareas, Chloe —admití.
Cerré la boca justo en el momento en que la profesora de entraba al salón montada en sus tacones rojos, al igual que el vestido que se ajustaba a su cuerpo. Sin dudas era la de Literatura, porque en el horario decía que era el turno que nos tocaba, lo que quería decir que era nueva por aquí. Los demás entraron después, casi derrumbando el marco de la puerta a su paso, parecían ganado saliendo del corral antes de que cerraran la puerta. Me giré completamente para quedar de frente al pizarrón, dejando a Chloe con la palabra en la boca.
—Te odio —escupió. Siempre que dejábamos la conservación a medias se ponía de mal humor, y a mí como que me gustaban los deportes de alto riesgo; una mujer con el chisme a medias podía ser un peligro. No obstante, su mala cara me causaba gracia.
—Sí, yo también te quiero —susurré con una risilla, ganándome un puntapie al fondo de mi silla. Oculté mi sonrisa al tiempo que Alex pasaba por mi lado con la mochila colgada al hombro y le daba una palmada en el hombro a Oscar, uno de los chicos del club de natación.
Me dedicó un guiño antes de sentarse, lo que quería decir que el Alex coqueto y juguetón estaba de vuelta. Pero estaba enfadada con él, así que no correspondí al gesto.
La profesora terminó de hacer los apuntes en el pizarrón, correspondientes al inicio de la clase, y se quedó de pie junto al escritorio, sacudiendo el polvo imaginario de la falda de su vestido y poniendo tras su oreja un mechón castaño.
—Buenos días —dijo al fin. Su voz era sumamente melodiosa pero firme. Todos hicieron silencio.
—¡Buenos días! —respondió Clarisse, la empollona del salón, que contrario a lo que todos pensábamos, resultó ser una persona insoportablemente egocéntrica, amante a hacer pasar vergüenza a los que tenían mucha menos recepción cerebral.
La profesora le dedicó una sonrisa incómoda ante tanta efusividad.
—Como verán, a partir de hoy seré su nueva profesora de Literatura...
—¿Y qué pasó con la señora Rita? —preguntó Luke y yo no pude evitar enarcar una ceja ante su intervención al darme cuenta de que lo único que deseaba, más que saber por el estado actual de la antigua profesora, era llamar la atención de la nueva—. ¿No va a volver?
—¿Cuál es tu nombre?
—Luke. —Le dedicó una mirada coqueta al cumplir su objetivo.
La profesora bajó la cabeza para intentar ocultar su sonrisa, luego, con un evidente, conmigo no va a funcionar, en su expresión alegre, le contestó.
—La Señora Rita ha decidido retirarse, ya que como ustedes bien saben, estaba en tiempo de hacerlo. En su lugar, como es obvio, yo seré su nueva profesora. —Era una mujer muy expresiva, o como correspondería decir, un libro abierto. Su piel blanca no parecía tener ni una sola imperfección, y su rostro, sin una gota de maquillaje, demostraba lo joven que era. De esas personas que transmiten alegría y seguridad, como si pudiera desprender luz—. Mi nombre es Samantha Murphy, y espero poder hacerlos disfrutar, con las herramientas que se requieren en este último año, de los mundos que nos ofrecen los libros. Si ponen un poquito de actitud positiva de su parte les aseguro que la emoción será lo único que jamás faltará en nuestras clases. Así que como la capitana de este barco solo resta preguntar, ¿todos a bordo?
Nos miramos entre nosotros mismos, algunos evidentemente sorprendidos por la bienvenida, otros un tanto desorientados por el hecho de que la cosa podría volverse seria, y la mayoría contagiados de esa misma felicidad. Yo pertenecía al último grupo.
—¡Sí capitana! —afirmó Clarisse y el resto comenzamos a aplaudir ante tan bonita presentación.
No veía el rostro de Chloe pero estaba segura de que su corazón brincaba de alegría porque finalmente parecía que alguien quería enseñarnos a aprender de la lectura, y no solo transcribir.
La clase avanzó e incluso para mí que no era amante empedernida de la literatura, como lo era mi amiga, al menos, me resultó atrayente la idea, hasta divertida gracias a la elocuencia de la profesora.
La clase avanzó más rápido de lo que esperaba, y no me aburrí en ningún momento. Cuando ya estábamos copiando la actividad extraclase, vi asomar el antebrazo de Chloe con la mano cerrada en un puño para ocultar un pedacito de papel. Lo tomé, intentando no llamar la atención.
¿Vamos por un batido después de clases?
No podía negar que la oferta era tentadora, pero tenía entrenamiento con las demás chicas del equipo y no me podía dar el lujo de faltar, de lo contrario sería gasolina para la lengua sagaz de Megan.
Todavía nos queda el turno de deporte y después tengo entrenamiento, pero no lo recordabas porque ya no me prestas atención. Sabía que en algún momento me cambiarías por todos esos chicos a los que le andas correteando, zorra rompecorazones.
Le respondí, y agregué el dibujo de una carita llorando amargamente. Volví a doblar el papel y se la entregué, fingiendo recoger el lápiz del suelo.
Pasaron unos segundos y sentí que dejaba el papelito en el cuello de mi abrigo. Me hice la que me arreglaba el pelo y la saqué.
¿Cómo que zorra? Si te refieres a los personajes literarios (porque no puede ser otra cosa ya que estoy más sola que la una) tengo fuentes que verifican que mientras más, mejor. ¿Tú sabes lo que cuesta resistirse a ellos? Sacan tus deseos más oscuros a la luz.
Reí al leer aquello. Cuando le dabas rienda suelta al tema libros, no tenía para cuando parar, era sorprendente la facilidad que tenía para contarte de qué se trataba la historia sin saltarse ningún detalle relevante, como si lo hubiese leído la noche antes, y, sin duda, la pasión con que lo hacía te dejaba queriendo saber mucho más. Chloe era de las personas que se ajustan a la frase de todo o nada.
En los últimos minutos del turno la profesora se dedicó a dar puntualizaciones sobre los temas a evaluar durante el curso, o más bien, como ella los evaluaría, entre ellos habían numerosos trabajos investigativos y una exposición oral, aunque no especificó de qué ni cuándo.
Cuando sonó el timbre para el cambio de turno, todos se apresuraron en llegar al campo de deporte. Chloe y yo no fuimos la excepción. Los pasillos del vestidor femenino estaban llenos, en ese momento la palabra pudor quedaba relegada para darle lugar al "¡Cincuenta sentadillas por tardanza!" del profesor Gordon, el tipo menos fitness que había visto en mi vida de estudiante. Mientras tanto algunas hablaban de chicos, otras de la última compra que hicieron, incluso de con quién habían quedado. El vestidor siempre ha sido el mejor lugar para enterarte de los detalles jugosos de otros.
Escuché el nombre de Alex flotar entre aquellas paredes hasta desaparecer, algunas me observaron fijamente, sin preocuparse en disimular, y otras ni siquiera se molestaron en bajar la voz. Tuve que hacer mi mayor esfuerzo por no ladrarles que fueran a joder a otro lado, que Aleixter Falcone era mío por tiempo indefinido. Luego me di cuenta de lo fuera de lugar que sonaba eso, incluso para mí, y sacudí la cabeza alejando el creciente ataque de celos. Chloe me dedicó una mirada confundida que pasé por alto ya que no quería volver a caer en el mismo tema.
Terminé de anudarme las agujetas de mis deportivas blancas y tomé a mi mejor amiga del brazo para alejarme de aquel bando de arpías.
—¿Así que das rienda suelta a tus deseos más oscuros mientras lees, Chloe? —La pinché, intentando mantener mi mente alejada de los cuchicheos.
Ella no era de enrojecer, más bien de dedicarte una mirada agria, y lo hizo.
Sentí a alguien corriendo hacia nosotras, así que giré la cabeza para ver de quién se trataba. No me esperé que fuera Alex, vestido con su uniforme negro de deporte que tan bien le sentaba a su cuerpo tonificado, mucho menos el beso que le robó a mis labios cuando me pasó por el lado, dejando la estela de su amplia sonrisa. Y mientras las chicas murmuraban entre ellas, señalándome con la mirada, y el profesor estaba sentado en el primer banco de las gradas revisando los apuntes de su tablero, gritándonos que tomáramos nuestros lugares, yo me había quedado como gelatina.
—Me ha besado.
Chloe llevó las manos a su barbilla sin reprimir el chillido de emoción. Sabía que lo hacía para seguir el teatro, pero yo no podía evitar que las mariposas de mi estómago dieran vueltas descontroladas. Tal vez debería llamarlas abejas, revueltas alrededor del polen.
—¡Es un romántico!
Debería haber subido el volumen de su tono si quería que la escucharan, pero como estaba tan metida en mi cabeza, no pude decir otra cosa que:
—Alex me ha besado frente a todos.
Me miró extrañada, como si estuviese hablando puras incoherencias y me di cuenta que me había quedado atontada por mucho tiempo. Me erguí y aclaré mi garganta con un carraspeo antes de sonreír con suficiencia a mi público. Querían algo de qué hablar, ahí lo tenían.
La clase siguió su curso y, a pesar de que parecía que el profesor Gordon nos estaba entrenando para el servicio militar, mi mente hacía los ejercicios en modo automático. Me detuve un momento, y casi de manera inconsciente, me pasé los dedos por mis labios. Cuando miré hacia atrás, a la fila de los varones, ya tenía la mirada de Alex sobre mí, que sin borrar la sonrisa cazachicas, como yo las llamaba a veces, me dedicó el segundo guiño del día.
Volví la vista al frente sintiendo el calor de la sangre subir a mis mejillas. Chloe tuvo que darme un toquecito en el brazo para avisarme de que ya las chicas que estaban a mi lado habían comenzado a dar las vueltas a la pista. Yo también lo hice, pero creando escenarios en mi cabeza.
—Te va a salir humo de la cabeza —se burló Chloe cuando pasó por mi lado. Ella era tan mala haciendo ejercicio que el hecho de que me hubiese adelantado me alertaba del tiempo que llevaba ida de rosca.
Le sonreí a modo de respuesta, incapaz de entablar una conversación sin volver a perderme en mis pensamientos. Pero Chloe tenía razón, me iba a volver loca si no encendía ya las alertas. Aquella mentira apenas había empezado y yo ya estaba sufriendo las consecuencias de mis actos. Si no le dejaba las cosas claras a mi corazón, aquel teatro iba a terminar con algunos accidentados. Y no podía ser, de ninguna manera.
Mi corazón tenía terminantemente prohibido enamorarse de mi mejor amigo.
¿Alguien que sea #TeamChloe?
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