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10. Pensando con el cerebro y no con el p*ene.

Alex

Eché un vistazo hacia la calle para verificar si había espectadores o no porque no me hacía gracia que algún vecino me viera colgado de la ventana de una chica a esa hora de la noche. Al no registrar ningún movimiento sospechoso, crucé una pierna para entrar a la habitación, quedando a horcajadas sobre el marco, pero como tenía la mano izquierda ocupada con la cesta de rosquillas, lo hice sosteniéndome sobre la mano derecha para no dañar mis partes nobles y privar al mundo de mi descendencia. Una vez logré estar completamente dentro, me recibieron las tres fotos de Theo que estaban enmarcadas encima del cabecero de la cama, Andrea las había tomado en el parque hacía unos meses. Era muy buena en eso, lástima que ella no se lo creyera tanto como yo.

Alisé mi camiseta negra para eliminar las arrugas que se habían hecho. Hasta entonces fue que me percaté de que la habitación se encontraba vacía, lógico, de haber estado Andrea ya me habría lanzado algún comentario burlón sobre cómo siempre terminaba yendo a ella. Ni siquiera Theo estaba ahí, seguro andaba husmeando por la cocina en busca de algo comestible.

Con mucho cuidado dejé el regalo de mi madre sobre el tocador, encima de una hoja que llamó particularmente mi atención. Levanté el borde de la cesta para poder sacarla, y cuando lo logré, sin hacer el más mínimo ruido para alertar a Andrea, que estaba dándose una ducha, según me indicó el sonido de la regadera, sonreí victorioso. Tanto que se esforzó aquel día en la biblioteca para que yo no viera lo que estaba haciendo y al final, sin tener que hacer absolutamente nada, la lista para buscar al chico perfecto terminó en mis manos.

No iba a negar que antes de leer me decepcionó un poco ver que se llevaba una sola línea, seguramente sería una condición prácticamente imposible de cumplir, sin embargo, tal fue mi sorpresa cuando leí que no pude evitar sentir una chispa de esperanza.

Pensar con el cerebro y no con el p*ene.

Repentinamente una sonrisa se dibujó en mis labios.

¿Yo podía cumplir con eso? ¡Claro que sí, si yo era todo un caballero!

No me resistí al impulso, hacer mi disimulado baile de la felicidad que, aunque los movimientos no tenían sentido alguno, se llevaba el premio por originalidad.

Escuché que el agua dejaba de correr y enseguida me recompuse, volviendo a la máscara fría y hosca de siempre, como si necesitara convencerme de algo, hasta que ella apareciera. Doblé la hoja, pensando en si conservarla o no, al final terminé guardándola en el bolsillo trasero de mi pantalón.

En el corto trayecto que separaba el tocador del baño, me enredé con una prenda, jamás en mi vida había visto tanto reguero en una misma habitación a excepción de la de Alek. Tuve que doblarme hacia adelante para alzar la pieza del suelo y quitarla del camino porque con lo torpe que era la dueña, no dudaba que pudiera ocasionarse un accidente ella misma. Tragué saliva para que no se me escapara una carcajada a costa de la madurez de Andrea, cuando lo levanté y supe de qué se trataba; un sujetador azul marino con dibujitos de piña.

Escuché girar el pomo de la puerta del cuarto de baño y casi volando llegué hasta la pared que quedaba a su derecha.

Andrea salió a paso muy lento, con el cepillo del pelo a la altura de la cabeza, apuntado a mi dirección, aunque ella no se había dado cuenta. Se veía tan chistosa en aquella improvisada posición de ataque que preferí detener su tortura.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—¡Aaahhh!

Elevó las manos y tiró su arma, dándose por vencida antes de haber hecho nada.

Negué con la cabeza, era un desastre.

—¡Soy yo!

—No me mates, no me mat... Espera, ¿qué?

Se giró solo un poco para verme la cara, lentamente hizo coincidir su mirada con la mía, robándome el oxígeno. Todavía no me acostumbraba a su intensidad.

Pasó saliva, llevando una mano a su pecho para recomponerse del susto.

Sin dudas era mi desastre favorito.

—Hola, saltamontes —saludé con una media sonrisa, intentando eliminar la tensión.

Me acerqué a ella, haciendo que quedara de espaldas al baño.

—¡Eres idiota, me has hecho pasar un susto horrible!

De repente su rostro ya no mostraba temor alguno, cualquier otra emoción había sido sustituida por un repentino y creciente enfado contra mi persona.

—Oye, ya estoy aquí, relájate.

No entendía nada, con cada nuevo ataque retrocedíamos un poco. Yo mantuve mi sonrisa calmada a pesar de su furia a pesar de que sabía que aquello solo la enfadaba más. Me encantaba verla así, sus mejillas enrojecían. Quise sujetarla por los brazos para intentar calmarla un poco pero casi fue imposible, siguió arremetiendo contra mi pecho, aunque la verdad era que parecía estar luchando consigo misma. Hubo una fracción de segundo en la que pareció enternecerse, el tiempo suficiente para que yo actuara. En el siguiente golpe conseguí atrapar sus puños contra mí, no obstante, empezó a removerse incómoda, ansiosa por soltarse.

No iba a detenerse completamente hasta que algo desviara su atención así que sin pensarlo demasiado nos lancé a la cama, ella cayendo de espaldas sobre el colchón y yo encima de ella sujetando sus manos sobre su cabeza.

—¡Pude haberte matado, idiota! —Pasé por alto el insulto cuando explotó, por experiencia sabía que después de eso ya comenzaría a calmarse.

Quise reírme por su absurda acusación, mas fue imposible. Tenía la respiración agitada por el esfuerzo que había hecho, su pecho subía y bajaba rápido, tocando al mío con cada inspiración. Todo alrededor de nosotros pareció quedar en un segundo plano, muy lejos y silencioso. Entonces fui completamente consciente de la situación en que me había metido, Andrea estaba cubierta únicamente por una toalla blanca.

Eso era todo lo que me separaba de ella, de la suavidad de su piel blanca, una maldita toalla.

El olor al champú de coco que solía utilizar adormeció mis sentidos y casi logra escaparse cuando volvió a forcejear, no obstante, fui más rápido y el intento no le sirvió de nada.

Sus ojos estaban fijos en mis labios y ni siquiera se había dado cuenta, por eso todo dentro de mí todo era una revolución. Sentir la suavidad de su piel contra la mía, así fuera únicamente la de sus brazos, enviaba una corriente eléctrica que bajaba por mi estómago, directo a mi miembro. Me asfixié desde el segundo en que probé sus labios por primera vez hace unos días, cuando me di cuenta de que no volvería a tenerlos en un futuro cercano. Los quería de nuevo, y luchar contra el instinto primitivo de lanzarme a ellos para hacerlos míos me quemaba por dentro. Era una tortura.

Hizo coincidir sus ojos con los míos de nuevo, pero esta vez con una intensidad abrumadora y, maldita sea, jamás lo admitiría en voz alta pero el verde de su mirada, adornado y esas pecas que salpicaban su nariz y una pequeña parte de sus mejillas, era mi color favorito. Su mirada era como un acertijo para mí, todavía más complejo cuando se me observaba fijamente. Estaba queriendo decir algo que no lograba descifrar y estaba seguro, ella tampoco entendía, lo supuse por la manera en que arrugó ligeramente el entrecejo. Ver la punta su lengua asomar para mojar sus labios dejó en un devastador desierto a mi garganta.

—Ciertamente, pudieras haberme matado —admití con voz profundamente ronca. Era el deseo hablando por mí.

Casi de manera imperceptible contuvo la respiración. Con sus dientes aprisionó su labio inferior y lentamente los arrastró para liberarlo. Sus labios carnosos y enrojecidos por la presión que había ejercido eran tan... Maldita sea, serían mi perdición.

La tensión me tenía al borde de la explosión y la lucha en mi interior estaba a punto de hacerme enloquecer, cada mínimo gesto que ella hacía incrementaba mis ganas de devorarla lentamente. El besarla ya no era un simple deseo, se había convertido en una necesidad que me dejaba sin aire. Pero si permitía que mis instintos ganaran la batalla, entonces también mandaría mis esperanzas por el caño.

Debía respetar la única norma que Andrea había puesto en su lista y así, tal vez algún día, tendría la oportunidad de que me viera como algo más que su mejor amigo.

Decidido a convertirme en su chico perfecto me puse de pie sin rozar ninguna parte de su cuerpo que hiciera que el mío saliera del limbo en el que había estado, entre la locura y la poca cordura que me quedaba, y extendí mi mano para ayudarla a levantarse también. Cuando lo hizo, la burbuja que nos encerraba explotó, dejándome caer en la vergüenza.

Rasqué mi nuca. Estaba tenso. Metí la otra mano en el bolsillo de mi pantalón. De ahí en adelante no supe qué hacer.

—Perdona, yo no...

Pasó saliva y una risita nerviosa se le escapó.

—No, no, ha sido mi culpa por la tensión del momento, pensé que era un ladrón y todo eso...

—Sí, claro.

Le eché una ojeada de arriba a abajo y me aclaré la garganta, incómodo. Ella seguía vistiendo aquella toalla del demonio que se burlaba de mí por ser merecedora de su piel.

—Eh, lo siento... yo, este... mmm, dame un segundo para cambiarme.

Intentó pasar por mi lado para volver a entrar al cuarto de baño, sin embargo, hicimos el mismo movimiento, ella huyendo y yo dejándola escapar. Tropezó no sé con qué y eso la hizo trasbastillar, casi enviándola al suelo, de no ser porque sostuve su mano antes. Al parecer los movimientos fueron demasiado rápidos o no sé qué, solo fui consciente después.

Igual que en cámara lenta para mis ojos, la toalla se deslizó por su cuerpo hasta reposar a sus pies, dejándola casi desnuda, porque aquellas diminutas bragas de encaje, asesinas de mi autocontrol, dejaban muy poco a la imaginación.

Esa vez, teniendo en cuenta los acontecimientos pasados, había perdido la inocencia de las otras ocasiones en la que ya la había visto así. Sus mejillas se tiñeron de rojo a medida que los segundos entre una acción y otra avanzaban. Dio un leve tirón para soltarse de mi agarre y no pude poner resistencia.

—¡No me mires las tetas, idiota! ¡Cierra los ojos!

Y por respeto a ella y compasión a mi cordura, lo hice, cerré los ojos y también los cubrí con ambas manos, para mayor seguridad.

La silla chirrió sobre el suelo y al instante ella protestó.

—Joder.

—¡Te he escuchado decir una palabrota! —la acusé, divertido, y sostuve mi afirmación señalándola con mi dedo índice, pero con los ojos cerrados aún.

—¡Que no mires!

Solo de imaginarme lo que se había hecho como para protestar así me hizo arrugar la nariz y volví a cubrirme los ojos.

Trasteó un poco más por la habitación hasta que encontró lo que buscaba.

—Ya puedes mirar.

Destapé los ojos y la recompensa me hizo estirar los labios en una sonrisa. Estaba sentada al borde de la cama cruzada de brazos, haciendo que la silueta de sus senos se marcaran por debajo de la tela negra. Conocía muy bien aquella camiseta, era de mi banda favorita y la tenía desaparecida desde mediados de las vacaciones, de hecho, había sido un regalo de ella.

—Eso es mío —señalé, cada vez se ponía mejor, su cara parecía a punto de explotar de lo colorada que estaba, pero su expresión la delató, aquello la divertía tanto como a mí—, además...

—Era, porque a mí me queda mejor.

—Te he visto las tetas.

Me lanzó la almohada para ocultar su sonrisa, y si su segunda intención fue borrar la mía, no lo pudo conseguir porque detuve su ataque.

—Idiota.

—Pero me amas —canturreé, yendo hasta el tocador para hacerle entrega de su regalo.

—Qué remedio.

Volví con la cesta en la mano y me senté a su lado.

—Mi madre y yo hemos hecho rosquillas con sabor a limón para ti.

—Gracias.

Había nostalgia en su voz.

Me encogí de hombros, restándole importancia a aquel simple regalo, como siempre que tenía un gesto amable.

No supe qué le había hecho más ilusión, si los dulces o que los adornos preparados por mi madre fueran sus flores favoritas, pero durante el tiempo que estuvo admirando la cesta en silencio, el brillo de sus ojos me dejó encantado.

—Todavía no es la hora, pero conociendo a Chloe, lo hará nada más llegar y yo quiero ser el primero —confesé con una sonrisa para ella—, así que feliz cumpleaños, pequeño saltamontes.

Vi cómo sus ojos se cristalizaban por las lágrimas que luchaban por escaparse para robar protagonismo, así que conociendo lo poco que le gustaba sentirse vulnerable de cualquier manera ante alguien, envolví mis brazos alrededor de su cuerpo menudo. Escondió su cabeza en el hueco que quedaba entre mi cuello y mi hombro y sorbió por la nariz antes de hablar.

—Te quiero —pronunció con un hilo de voz y suspiró.

—Lo sé —acepté, incapaz de seguirla en voz alta <<yo también te quiero, pero mucho más de lo que piensas>>.

La puerta se abrió de pronto, haciendo que Andrea se separara rápidamente de mí, como si mi tacto la quemara, dejándome caer en la realidad nuevamente. Chistó por el movimiento y Chloe llegó hasta ella a la velocidad de un rayo, sin saludarme si quiera, levantó la manga de la camiseta, dejando al descubierto un tatuaje, estaba seguro, con muy pocas horas de hecho. Andrea volvió a quejarse sin dejar de palpar alrededor de la zona del dibujo.

Cuando logré identificar de qué se trataba algo dentro de mí se removió, era una corona de espinas.

El inicio de mis cejas casi se une con mi gesto.

—¿Pero, qué coño te has hecho?

¿Por qué de repente me sentía molesto si yo tenía un montón? ¿Acaso era porque se había dignado en marcarse y dañar la blancura de su piel tan perfecta? ¿O en realidad era otra cosa y no tenía los huevos de aceptarlo de una vez por todas? Tal vez que tuviera hecho el mismo tatuaje que yo, pero con forma y lugar diferente, me afectaba más de lo que creía.

—¿No lo ves? —intervino Chloe en su defensa—. Es un tatuaje, lento. Además, yo también me he hecho uno.

Y me mostró su brazo, exactamente en el mismo lugar se había hecho una curita que sujetaba unas florecillas que parecían crecer de su piel. Delicado y significativo. No obstante, seguía pensando que Andrea hiciera aquello era ridículo.

Pero, ¿qué demonios me pasaba? Apreté los puños sin que fuera visible, haciendo acopio de toda mi paciencia.

—Sé que es un tatuaje, Chloe. —Redirigí mi mirada a Andy, volviendo a hablarle a ella—. Me refiero a por qué te lo hiciste.

—Porque lo vi y me gustó.

Su intento de convencerse a sí misma era patético. Dejé escapar un bufido, demostrándome que mi desacuerdo con su decisión la enfadaba bastante y le parecía injustificada.

Ya somos dos.

—Espero que esto no haya sido solo para llevarle la contraria a tu madre —no dándome por vencido, volví a atacar.

Abrió la boca, visiblemente ofendida por mi acusación y eso me confirmó mi sospecha. Fingió recomponerse para quitarle peso a la situación y con el tono que yo usaba para restarle importancia a las cosas me dijo:

—Fue un regalo de cumpleaños, así que relájate.

Por supuesto que no lo hice, en cambio me puse de pie y fui hasta la pared de enfrente, al lado de la puerta que daba al pasillo, recosté la espalda y me crucé de brazos, viendo la escena desde afuera.

—¿Has traído nuestro regalo? —pregunté, queriendo parecer despreocupado.

Andrea alternó la vista entre ambas, incapaz de ocultar su curiosidad.

—Por supuesto, soy una persona eficiente, querido mejor amigo.

Una semana atrás, en una conversación con Chloe, donde el tema principal era cuál sería nuestro regalo para Andrea, recordé que ella había dicho algo sobre lo genial que sería tener algo en común, que nos mantuviera a los tres siempre conectados. No se nos ocurrió mejor idea que tallar en oro lo que más nos unía, que sin importar qué, de alguna manera, siempre estaríamos en la vida de los otros dos.

Con ese pensamiento, a mi malhumor no le quedó más remedio que desaparecer.

—¿Qué hay dentro? —No pudo disimular su emoción cuando Chloe sacó de su mochila, la caja de terciopelo negro donde reposaban las tres cadenas de oro.

—¿Quieres abrirlo tú, Aleixter? —Me miró de reojo sin intenciones de disimular su mala cara por mi comportamiento.

Negué con la cabeza desde mi lugar.

—Nah, te cedo los honores a ti.

Asintió, conforme.

Andrea se llevó las manos a la boca cuando la Chloe abrió la cajita. Se puso de pie y giró sobre su eje para dejar que le colorocara su cadena. En lo que Andy admiraba cada tramo de la prenda, Chloe me entregó la mía y ella misma se puso la suya.

Con ojos llorosos, Andrea abrió los brazos esperando a que fuéramos a su encuentro. La primera en corresponderle fue Chloe, dejándose abrazar sin ningún tipo de protesta. Yo no tardé en unirme, rodeándolas a ambas con mis brazos. Casi al momento Chloe empezó a removerse hasta que logró romper el abrazo.

—Bueno, ya está bien de tanto cariño. Muevan el cuerpo y acaben de bajar las escaleras, que allá abajo dejé esperando cuatro pizzas y dos batidos de chocolate, y otro de almendras para el señorito.

—¡Como ordene, jefa!

—Uy, ¿esto es para mí? —husmeó la castaña, sacando una rosquilla de la cesta.

—No, me lo ha traído Alex como detalle de cumpleaños, de parte de su madre también.

Giró los ojos, como si fuera obvio y volvió a dejar el bocadillo en su lugar, pero sin soltar la cesta.

—Bebé, lo que es tuyo es nuestro.

Y se fue, como señal para que la acompañáramos.

Suspiré viendo a Andrea seguirla. Esa sería una larga noche, sin duda.

Al principio todo fue bien, el reality era llevadero, hasta divertido, podía decirse, pero al cantar el coro de cumpleaños, también se cantó mi sentencia. Llevaba años conviviendo con ellas, y aun así, jamás iba a lograr comprenderlas del todo. Tenían una extraña afición por el sufrimiento, esa manía de solucionar todo con algo bien triste que las pusiera más tristes todavía. Chloe se estaba conteniendo, se pasaba el dorso de la mano por debajo de la nariz o se aclaraba la garganta mirando hacia el otro lado para llamar la atención lo menos posible. Era como la quinta vez que veíamos la película desde que se había estrenado, sin embargo, Andrea estaba hecha un mar de lágrimas y no le importaba dejar sus mocos regados al aire cada vez que sorbía o se sacudía la nariz.

Estabámos los tres sentados en el sofá del salón, ellas con mantas sobre los pies y yo con el tazón de palomitas, como siempre. El suelo bajo nuestros pies estaba lleno de pañuelos desechables utilizados por Andrea, ya solo quedaba uno en la caja y la tarea de reponerlos me tocaba a mí, me quedó clarísimo con la mirada de advertencia que me lanzó Chloe.

Me tenían para recadero y yo, bien imbécil, me dejaba usar, aunque tampoco me convenía tener a esas dos chicas en mi contra.

Puse los ojos en blanco y resoplé por lo divertido que era hacer de niñera. Fui hasta la cocina y enseguida avisté la otra caja de pañuelos que había dejado Chloe sobre la isla. Qué previsora. Tuve que sortear a Theo que dormía tranquilamente junto a las banquetas de madera, para poder alcanzar los pañuelos. Me detuve antes de dar un paso más, cuando una brillante idea se cruzó por mi cabeza. Cambié mi dirección y llegué hasta la nevera, adentro, de lo que yo buscaba que era helado, todo lo que había era sabor a almendras, como si mi suegrita lo hubiera hecho pensando en mí. Solté lo más parecido a un bufido. Isabella jamás me aceptaría de buena gana como su yerno, así le bajara una estrella, para ella siempre sería el chico descarado y problemático. Aunque en realidad no sabía a qué otra cosa podía deberse su actitud hacia mí.

Cargué dos potes de helado y cerré la nevera, el ruido hizo que Theo se removiera incómodo, mas era igual que su dueña, ni una bomba lograba despertarlo cuando caía profundamente dormido.

Volví a esquivar al cachorro para regresar al salón.

Extendí mi mano en dirección a Andrea, ofreciéndole la caja de pañuelos.

—Eres mi salvación.

—Lo sé.

No sé si lo hizo a posta, pero una vez me volví a sentar a su lado, se sacudió ruidosamente la nariz y yo puse cara de asco.

Le entregué un embase a cada una, Chloe empezó a comerlo en silencio, pero Andrea cada dos o tres cucharadas, me hablaba.

—¿Puedes creer que ella va a morir si no encuentra pronto un donante compatible? —preguntó realmente preocupada, saboreando el bocado.

Dios, quería coger sus mejillas entre mis manos y dejarle besos en toda la cara. Se veía tan hermosa con la nariz colorada y los ojos llorosos, queriéndome hacer entender el porqué de su sufrimiento, que resultaba una tortura tener que resistirme a mis instintos.

—Va a dejar a su hija crecer sin el amor de una madre. ¡Va a dejarlo a él, solo!

Comencé a ponerme nervioso cuando me di cuenta de que, otra vez, estaba al borde del llanto. La notaba demasiado susceptible, probablemente por el abandono de sus padres en un día tan especial.

—Es una injusticia, ¡¿qué clase de persona sin sentimientos escribe un libro así y encima deja que le hagan una película, acaso quiere lágrimas?! —berreó mirando a Chloe en busca de apoyo.

Levantó las manos como quien está al borde de su paciencia y luego se señaló, reafirmando lo que había dicho. Furiosa como solo ella, se tragó tres cucharadas de un bocado y la cuarta, sosteniéndose la cabeza por la punzada que seguramente sentía, la acercó a mi boca. Yo negué con la cabeza, ya era bastante comida para mí por esa noche. Con todo el descaro del mundo, sabiendo el efecto que tenía en mí, hizo un puchero y cuando despegué los labios para decirle que eso no iba a funcionar, metió la cucharada a mi boca. Aunque como compensación dejó un beso fugaz en mi mejilla.

Vaya, si todas las torturas serían como esa, me declaraba a favor del abuso dulce entre mejores amigos.

Al poco rato ya se había terminado el helado, Theo apareció meneando la cola con el objetivo de unirse, me sentí muy ofendido al ver que cuando lo cargué se cambió para las piernas de su dueña quien, ajena a todo, comenzó a rascarle la panza. Entrecerré los ojos en dirección al cachorro traidor, obteniendo un resoplido orgulloso de su parte.

Conforme los minutos fueron avanzando, los soldados fueron cayendo, la primera en abandonar el salón fue Chloe. Dejó un beso en el cabello de Andy y nuevamente la felicitó, a mí solo me guiñó un ojo en medio de un bostezo, luego se estiró y, finalmente, se perdió escaleras arriba.

Si mis cálculos no fallaban, ya faltaba poco tiempo para que la película terminara. Yo estaba entre dormido y despierto, dando cabezazos contra el espaldar del sofá, cuando el chillido de Andrea me hizo pegar un salto.

—Desperté, desperté...

—¡No puede ser! —exclamó como si fuera la primera vez que veía la escena en la que, luego de que la protagonista se despertaba de la cirugía, al mismo tiempo que leía la carta, se escuchaba la voz del chico, donde tomaba la decisión ser el donante que salvaría al amor de su vida—. ¡Dio su vida por ella, porque de verdad está enamorado! Algún día tendré un amor así, que me quiera tanto como Zhaied quiere a Riley, entonces, no lo dejaré escapar nunca.

Poco a poco su tono se fue apagando, dándome la señal de que finalmente se había rendido ante el cansancio.

Sonreí, completamente a merced de su rostro calmado después de la tormenta que habían ocasionado sus sentimientos.

Miré el móvil. Eran las tres de la mañana cuando apareció una vez más el título de la película en pantalla, Irreversible había llegado a su fin justo a tiempo.

Me restregué los ojos con las manos para terminar de despertarme y me levanté con algo de pereza para después estirarme, haciendo crujir mi columna. Con mucho cuidado de no despertar a Andy, sostuve a Theo para dejarlo a un lado del sofá, y así poder llevarla a ella para su habitación. Pasé una mano por detrás de sus brazos y otra por sus muslos. Theo gruñó en protesta, pero cuando vio que se trataba de mí, movió la cola y volvió a quedarse rendido al instante.

Cargar a Andrea era como llevar una pluma, siempre había sido muy delgada, así que no me costó ningún trabajo subir las escaleras con ella. La veía tan delicada y vulnerable entre la tosquedad de mi cuerpo y lo intimidante de mis tatuajes que solo me daban ganas de abrazarla y protegerla de todos.

Existían tesoros tan raros y exquisitos, que era necesario protegerlos, incluso de uno mismo, aunque eso significara alejarse de ellos. Pero yo era demasiado egoísta.

Su respiración estaba tan acompasada que era capaz de contagiar la tranquilidad de la que disfrutaba. Se encontraba profundamente dormida, exahusta después de haberse pasado dos horas sufriendo. Aún tenía el rastro seco que habían dejado las lágrimas en sus mejillas.

Fue sencillo entrar gracias a que Chloe dejó la puerta abierta antes de quedarse dormida en posición fetal en una orilla de la cama. Traté de ser lo más sigiloso posible cuando deposité el cuerpo de Andrea. El colchón se hundió, provocando balbuceos sin sentido como protesta de parte de Chloe. Las cubrí a ambas con la manta para que el frío de la madrugada no les causará un resfriado, y Andrea soltó un suspiro de placer.

Di media vuelta y remarqué mis pasos con la intención de regresar al salón y así limpiar un poco el desastre que habíamos dejado. Sin embargo, me detuve en el umbral, con la excusa de que si dejaba pasar el momento, más tarde terminaría por arrepentirme.

Rápidamente llegué a ella, solo fueron suficientes dos zancadas.

Me incliné hacia delante, con la mano izquierda dejé una leve caricia sobre su cabello color miel, y con la derecha escondí tras su oreja un mechón rebelde que ocultaba parte de su rostro. Con suma lentitud acerqué mis labios a su frente, dejando un beso algo torpe pero cargado de todo aquello que no podía decirle. Y me alejé, permitiéndome unos segundos para contemplarla. Incluso estando dormida lograba dejarme embelesado.

Sonreí, consciente de lo afortunado que era.

Andrea amaba los amarantos porque pensaba que eran como ella. Pero yo amaba más a Andrea, porque, aunque ella no lograra creérselo, era toda la luz que alguna vez había anhelado.

También le encantaba ver esas películas tristes donde siempre terminaba con la nariz enrojecida de tanto llorar, hasta quedarse dormida, pero a mí, si me preguntaran, sinceramente diría me gustaba mucho más ella.

Alex, pero tú tienes ganas de morir ahí, a mí no me engañas.

Esa película a la que se hace referencia es mi libro, que pasé a borradores hace unos años, IRREVERSIBLE.

Aquí las que lloramos por los finales tristes de las pelis.

Ronda de preguntas:

¿Cuál es tu género favorito?
¿Película favorita?
¿Palomitas o helado mientras ves una película?

⚠️🤫SOPOILER: —¿Quieres ser mi novio?

¡Nos leemos! Déjame tu estrella si te gustó el capítulo.

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