Epílogo: El fin de los tiempos
Destino.
Esa era una palabra que había marcado a Larry lo largo de su vida. «Estás destinado a hacer esto» escuchaba a veces, «tu destino es aquí». Pero, ¿qué era realmente el destino? Desde que había caído en las garras de Hent, pensaba que era un futuro inexorable escrito exclusivamente para él, pero ahora que iba con los cristales en la mano, subiendo varios pisos para ganar altura, se daba cuenta de que el destino no era eso; no era un final determinado por otra persona, sino por él mismo.
La vida era un libro y él tenía la tinta alimar, que antes no hubiese tenido el valor de tomarla y escribir sus propias páginas era otra cosa. Ahora se sentía dispuesto a romper las ataduras invisibles que lo oprimían, porque eso era lo que Alice hubiese querido, y más importante: lo que él quería.
Su caminar lento por los pasillos de pronto se convirtió en caminata veloz, la caminata veloz en trote, y el trote en carrera. Estaba cansado, pero su avidez por ser libre traspasaba cualquier limitación física. No fue hasta que llegó a la parte más alta, cuando se detuvo, que todo ese cansancio retenido le cayó encima como el peso de una roca, obligándolo a tomar unos segundos para recomponerse.
Nunca había destacado en las actividades relacionadas con la aptitud física, contrario a Lessa. No por nada ella había sido admitida en el departamento de defensa y él en el de hechicería. Había sido una decisión forzosa, pero no se quejaba. Su intelecto lo había hecho resaltar entre los demás estudiantes y conseguir una habilidad muy adelantada para su nivel.
Y era esa misma habilidad lo que iba a usar para mantenerse tranquilo, pues a consciencia de sus intenciones, los sellos le habían empezado a arder. Eran una amenaza, una que buscaba alertarle de las consecuencias que tendría si continuaba su plan. Pero a Larry le importó poco; luchó contra el dolor y las náuseas con tal de voltearse hacia la audiencia con los cristales expositivos en mano.
Había una baranda protegiéndolo de caer al vacío, más allá de la que se veía el baile en su máximo esplendor. En circunstancias normales sería difícil llamar la atención de tantos, pero como estaba en la parte de mayor altura, y encima tenía a su disposición un buen nivel de magia, lo único que necesitó fue lanzar un rayo púrpura sobre la audiencia para que todos se asustasen.
De inmediato miles de cabezas curiosas se alzaron para ver la causa del fenómeno. La música hasta se detuvo para abrirle paso al silencio, uno que Larry aprovechó para proyectar los cristales.
—¡Queridos invitados, yo también tengo un mensaje para ustedes!
Las dos pantallas intangibles brotaron de su respectivo cristal, arrancando jadeos de asombro y disgusto a partes iguales. ¿Qué les estaban mostrando? ¿Por qué había una cuenta regresiva? Ya iban a replicar en cuanto las figuras de Hent y Terrance en su juventud aparecieron en las proyecciones, lo que fue suficiente para que todos prestaran su máximo de atención.
Y mientras ellos miraban el espectáculo improvisado, Larry se enfocó en cómo varios soldados del CEMA salían del pasillo por el que se había ido Norian. De seguro lo estaban buscando a él por lo de los cristales, pero no importaba. Débil, el muchacho se desplomó en el suelo hasta quedar oculto tras la baranda, deleitándose con la explosión de libertad que sentía a mitad del pecho.
Por fin había hecho lo que quería, iba a ser libre...
Era feliz.
Los contornos del mundo real se emborronaron entre sus lágrimas de alegría, el ruido de la proyección se hizo difuso, un manto frío lo envolvió... y así, con una encantadora sonrisa de victoria en los labios, su cuerpo estalló en pedacitos.
Había crecido en la oscuridad, pero muerto en la luz.
Lessa y Norian se precipitaron contra los entrenadores al apenas brotar de la nebulosa púrpura, aprovechando el factor sorpresa para empujarlos contra la pared. Los hombres recibieron un ataque que resonó en la inmensidad de la sala, pero más tardaron los elegidos en volver a atacar que ellos en recomponerse. Ya listo, Terrance hizo un gesto circular con el brazo para construir una onda, que con solo tocar a los muchachos los hizo retroceder entre flamas ardientes.
Pero ellos no iban a darse por vencidos. Norian y Lessa se miraron, asintieron y otra vez se enrolaron en la pelea.
El vellano corrió sin dudar entre las lenguas de fuego oscilantes, y de inmediato Terrance se puso en posición para contrarrestar su futura estocada. Lo que no sabía, sin embargo, era que Norian no iba por él. Cuando se le acercó lo suficiente y el entrenador amagó con darle un golpe, el pelirrojo se agachó. Así no solo pudo salvarse de un impacto potente, sino también servirle a Lessa de apoyo para impulsarse hacia arriba.
Su movimiento fue veloz, imposible de percibir, y para cuando Terrance fue consciente del riesgo al que estaba expuesto, Lessa ya le había clavado su espada en el brazo. De súbito una capa de hielo empezó a esparcirse desde la herida hasta el resto de su extremidad. Se le inmovilizó a tal punto que no pudo defenderse bien de la patada lateral que le dio Norian después.
Ese era el problema de pelear con los elegidos. Eran como uno solo, una unidad que luchaba junta en pos de los mismos fines. Casi parecía que pudieran leer la mente del otro para sincronizar sus movimientos, otra de las razones por las que a Terrance se le dificultó contraatacar en la tercera ola de ataques. Lessa lo rodeó con hielo y le dejó el camino libre a Norian para que le diera un corte con su hacha.
Lo que el entrenador pudo hacer a modo de defensa fue apartarse del camino antes de patear a su aprendiz contra la pared detrás de él.
Pero Lessa aún estaba por ahí, y al presenciar semejante escena no tardó en dirigirse al hombre con espada en mano. Realizó cinco cortes con precisión admirable, pero el hombre pudo salvarse de recibir daño profundo. Aun así, como su brazo aguardaba por descongelarse, sus movimientos no fueron tan fluidos y sí recibió cortes en el cabello y ropa. Pero nada de eso fue importante para él cuando pudo atravesar la barrera defensiva de la argeneana y patearle el estómago para enviarla directo hacia Norian.
La fuerza con la que la chica se estampó contra la pared también se llevó al pelirrojo, así que quedaron uno contra el otro y con el muro detrás. Sus respiraciones hacían eco en la sala por el cansancio, mezclándose con la de Terrance, pero de todas formas sus ojos no borraban esa chispa de convicción. El dolor los impulsaba a seguir, un sentimiento que demostraron al regresar contra Terrance.
El entrenador pisó fuerte para crear una onda de calor que se extendió desde su pie hasta cada esquina. De esa manera forzó el retroceso de los elegidos por un rato. Al poco tiempo, Lessa saltó para enterrar la espada en el piso. La punta hundiéndose en la cerámica esparció colinas de hielo que rodearon al entrenador, mismas que fueron usadas por Norian para ir directo hacia él, con hacha en mano.
«Malditos sean» pensó el castaño, moviéndose a un lado para esquivar el ataque de Norian. Así pudo golpearle la espalda y estrellarlo contra el piso, pero al mismo tiempo, esa posición fue útil para Lessa a la hora de darle una patada. Gotitas carmines brotaron de la boca del entrenador con ese golpe, y cuando quiso vengarse, un corte feroz en la pierna por parte de Norian le quitó el equilibrio. Por eso Lessa buscó arremeter con su espada, con la diferencia de que en esta ocasión Terrance la pudo golpear a un lado.
Pero la pelea era un círculo vicioso. Derribaba a Lessa, Norian lo atacaba. Derribaba a Norian y sucedía al revés. Estaban en todas partes, conectados de corazón y alma para cada movimiento. Y el entrenador, cuyo brazo apenas daba indicios de descongelarse, dudaba poder él solo con esos dos por mucho tiempo.
—¡¿No crees que deberías hacer algo?! —gritó a Hent, haciéndose oír entre el bullicio de la pelea. Aun así el argeneano no le dedicó ni una mirada; se estaba riendo solo en una esquina desde el inicio del combate—. ¡¿Qué mierda te divierte?! ¡¿No ves lo que está...?! ¡Mierda! —Esquivó una embestida de Norian—. ¡¿No ves lo que está pasando?!
Su indignación por el comportamiento de Hent llegó a tal punto que se le hizo difícil notar cuando Lessa le enterró la espada de nuevo. Fue en el hombro, y además de hacer peor el congelamiento del brazo, lo extendió por otras zonas como su cuello y mejilla derecha. Su movilidad se vio tan limitada que fue víctima fácil de uno de los atentado de Norian, que lo derribó en el piso con una patada veloz.
Y ante todo Hent no paraba de reírse.
—¡Deja de jugar y ven! —reclamó su compañero, rodando como barril para evitar que Norian lo pisase. Pero Lessa estaba del otro lado, con las mismas intenciones, así que Terrance le pateó el pecho para obligarla a retroceder.
—Es divertido ver esto —murmuró el entrenador de Argenea.
—¿Ah, sí? —El comentario de Terrance fue exento de humor, mientras golpeaba a Norian. Lessa le dirigió un corte con la espada que por poco le cortó el brazo—. ¡Porque yo no me estoy divirtiendo! ¡Ven aquí de una puta vez!
—Está bien. Voy a ayudarte.
Tras apoyar la mano en el piso, de ella brotaron oleadas de hielo que, habiendo dominado toda la superficie en la que los elegidos estaban, estallaron en infinidades de pedacitos. La explosión hizo alarde de la potencia necesaria para impulsarlos a la pared, cada uno en sentido opuesto, así que Terrance finalmente pudo tomar un respiro mientras se recuperaba de sus heridas. Poco era lo que podía sentir de su extremidad congelada.
Aun así, el argeneano pasó de él y prefirió enfocarse en los elegidos. Sus auras presumían una convicción inquebrantable, casi tan resistente como su fuerza. En definitiva eso demostraba que revelar el secreto había sido un plan falible.
De igual forma, Hent Lagger no dejó de sonreír.
Norian arqueó una ceja, dubitativo. No creía posible que alguien en tan mala posición pudiese portar un gesto así.
—¿De qué te ríes? ¿de tu compañero? —jadeó con sorna—. Porque te haremos lo mismo a ti.
—¿Seguro? —Hent chasqueó los dedos.
Norian amagó con responder, pero algo que vio por el rabillo del ojo se robó toda su atención: era Lessa. De estar parada firmemente contra su lado de la pared, había pasado a temblar, y lo que en algún punto había sido su respiración estable se transformó en una seguidilla de resoplidos vehementes. De equilibrio trémulo, acabó estampándose contra el piso en un aterrizaje lejanamente cuidadoso, como si sus piernas hubiesen dejado de funcionar, y de inmediato se llevó las manos a la cabeza mientras se retorcía en su sitio.
—¡Lessa! —Norian corrió hacia la chica, ignorando a Hent, pero el hombre formó una muralla de hielo a mitad de su camino.
Así el pelirrojo quedó imposibilitado para ir con ella. Pero lejos de rendirse, empezó a golpear la pared para atravesarla. Del otro lado, los gritos de Lessa se hacían más fuertes a la par de sus sacudidas furiosas. Eso hizo que el guerrero mirase con furia al aparente responsable. Hent.
—¡¿Qué le hiciste?!
—Solo cumplí su sueño, haría todo por mi estudiante favorita.
—¿De qué carajos hablas? —replicó Terrance, aún medio congelado. Su rostro era un mapa de signos de interrogación.
Incluso teniendo dos miradas ansiosas encima, Hent sonrió, echándose para atrás en una despreciable presunción de grandeza. Norian apretó la mandíbula y los puños para retener el impulso de golpearlo, pues la prioridad debía ser llegar a Lessa, pero de verdad se le hacía difícil sabiendo que a pocos metros de él ese hombre retorcido se regocijaba con sus percances. Una chispa de locura relucía indomable en sus ojos.
—Nada de esto estaba en el plan —volvió a quejarse Terrance, ahora impertérrito y con la mano en el bolsillo—, no entiendo qué estás...
—Hablas demasiado.
Con un movimiento simple Hent rodeó a Terrance con capas de hielo, que escalaron a una velocidad escalofriante hasta cubrir cada parte de él. En sus últimos segundos de movilidad, el vellano buscó impulsarse hacia el frente, de seguro con la intención de huir del hielo, pero ya era demasiado tarde. Toda esa armadura de frialdad lo había cubierto cual cobija, y de él solo quedó una escultura azul con rostro en eterna desgracia.
Hent sonrió más, para luego apretar el puño con fuerza. El Terrance congelado se hizo añicos en cuestión de instantes.
—¿Q-qué...? —Norian parpadeó— ¡¿Qué hiciste?!
—Ser proactivo, Archer. —Hent empezó a acercársele con pasos cautelosos—. Porque sinceramente estoy harto de su juego de héroes y las limitaciones de esta maldita profecía. ¿No crees?
Él no supo qué decir.
—¿El gato te comió la lengua?
Norian se echó para atrás, movido por un pánico que lo hizo caer. Hent... Hent acababa de matar a su compañero, no quedaba nada de él además de cristales azules que no tardaron en derretirse. Por mucho que quiso dejar de pensar en eso, no pudo lograrlo, y en su cabeza empezaron a reproducirse los capítulos más dolorosos de su vida.
El congelamiento. La estatua. La cara de tragedia. El estallido. Los fragmentos de su persona desperdigados por todas partes...
«No. No. No. ¡No!»
—¿Eso te recuerda a algo, Archer?
—D-déjame en paz... —logró decir, a la vez que golpeaba la pared de hielo con un nivel de fuerza mínimo. Lessa todavía agonizaba—. ¡Déjanos en paz! ¡Solo queremos vidas normales!
—El detalle es, Norian, que no voy a dejar que me humillen. —Otro chasquido de dedos bastó para que Lessa terminara de enloquecer. Se apretaba tan fuerte la cabeza que a Norian le dio la impresión de que se la haría explotar—. Si yo no gano, ustedes tampoco.
El guerrero maldijo, sin desistir en la tarea de romper la muralla. Pero era demasiado sólida, y más tardó él en cansarse que el primer raspón en aparecer. Su energía se agotó a tal punto que se vio obligado a apagar su hacha y proceder a la antigua: con los puños. Lo hizo tantas veces que sus nudillos empezaron a sangrar.
—Bueno, me equivoqué —volvió a hablar el hombre, modulando una naturalidad insufrible—. Lessa es la única que cumplirá su sueño aquí.
—No sé de qué me estás hablando, no sé de qué me estás hablando...
—Ah, ¿ella nunca te habló de eso?
—¡¿De qué?!
El guerrero se empecinó tanto en gritarle que no se dio cuenta de que Hent se le había acercado. Antes de que pudiera reaccionar, el entrenador lo pateó lejos. La sorpresa junto al dolor de la caída formaron un cóctel de emociones amargas dentro de Norian, y cuando reunía la fuerza para levantarse, vio que Hent acababa de diluir la muralla para posarse a un lado de Lessa.
Ella lloraba...
—A-a... ¡Aléjate de ella!
—¿Cómo se va a alejar de su líder?
—¿Qué?
—Cierto, tengo que ser más claro contigo. —Hent aplaudió, la sala se sumió en una oscuridad aterradora y la única luz sobrante se posó sobre él a modo de reflector. Lo que dijo después fue pronunciado con un tono satisfecho—: El sueño de Lessa es convertirse en soldado del CEMA, así que la convertiré en uno.
Impulsado por la ira, Norian se aproximó hacia él con la velocidad de una flecha. Pero cortando sus planes, Hent hizo un gesto simple con el que invocó la presencia de sus guerreros. A paso autómata formaron un círculo a su alrededor, con capas, capas, capas y más capas, así hasta convertirse en una barrera metálica difícil de atravesar.
Escondido detrás de esa sucesión de armaduras, Hent se rio.
—¿Alguna vez te has preguntado por qué los soldados del CEMA son taaaan obedientes?
Sabiendo que solo buscaba provocarlo, Norian volvió a usar su hacha y empezó a abrirse paso entre los guerreros del CEMA. Había una cantidad enorme de ellos alrededor de Lessa y Hent, y con cada capa derribada, se volvían a levantar. Lo raro era que no peleaban con él, ni mucho menos intentaban defenderse de los ataques caloríficos. Parecían no ser más que personas convertidas en murallas.
Tan... extraño.
—Ignorar a un adulto es de mala educación, pero bueno. —La voz de Hent apareció de nuevo, pero no desde un solo punto, sino desde cada rincón del cuarto, como si de pronto hubiese mil más como él hablando al unísono. Aun así Norian lo ignoró y siguió avanzando hasta Lessa—. Yo te voy a decir por qué: ellos son especiales, los entrené yo mismo, y como punto especial, tienen un hechizo que los hace perfectos.
Norian hizo oídos sordos a su discurso. No le importaba nada que no fuese rescatar a Lessa. Los gruñidos de la joven habían pasado a ser llanto, súplicas entre jadeos forzosos, así que aun con todo en contra el vellano no iba a rendirse.
Pero todo se estaba complicando. Aunque los soldados del CEMA no se resistiesen, eran cada vez más difíciles de derribar, como si tuvieran los pies anclados al piso. Necesitaba más fuerza con cada capa que rompía, y dudaba estar en condiciones de mantener el ritmo. Pese a estar acercándose a Lessa, se sentía cada vez más inalcanzable...
Y para completar, Hent siguió su parloteo.
—¿Sabes cuál es ese hechizo que los hace perfectos?
—¡Cállate ya! —gritó el pelirrojo, derribando a un soldado.
—Es la versión más agresiva de un hechizo guía —murmuró con regocijo—, afecta sus mentes. No, más bien, las destruye por completo, y quedan vacíos.
—¡B-basta!
—¿Es que no te has dado cuenta?
—¡No quiero oírte!
—La verdad...
—¡Silencio!
—...sobre los soldados del CEMA...
—¡Voy a arrancarte la maldita lengua!
Entre sus gritos y movidas de hacha, Norian logró derribar a otro soldado, cuyo casco salió rodando lejos de su cabeza. Así el vellano pudo verle rostro. Era un hombre tan pálido que las venas se le marcaban. Había, además, líneas azules rodeando su cuello y creando caminos serpenteantes por toda su piel. No tenía cabello, y más abajo su mirada exhibía el mismo brillo que la de un difunto; lejana, desvanecida, incolora. Norian tenía frente a sus narices a un ser que no vivía, sino que solo respiraba.
—... es que ya no son personas.
El hacha se le cayó de las manos, presa de los nervios, y como no quería seguir presenciando tal cosa, empezó a retroceder involuntariamente. En el proceso chocó contra un soldado, así que intentó huir, pero de nuevo otro le bloqueó la salida. La situación lo llevó al borde y se tuvo que llevar las manos a la cabeza, sintiéndose como un prisionero dentro su propio cuerpo.
El corazón le latía a todo dar, Lessa gritaba cada vez más fuerte, y entre todo ese caos a duras penas pudo distinguir cuando Hent chasqueó los dedos, después de lo que todos los soldados del CEMA se tiraron al piso.
Él quedó visible, y a su lado Lessa exhibía casi los mismos rasgos del hombre que Norian acababa de ver: mirada perdida, líneas azules en el rostro. Lo único diferente era que aún tenía cabello y que estaba temblando, ahogada en lágrimas.
—Te presento a la soldado ciento uno, Archer.
«¿Soldado... ciento uno?» repitió Norian en sus pensamientos, confundido. Mas no pudo terminar de darle vuelta al asunto porque Hent pateó a Lessa directo hacia él, haciendo que se impactaran contra el suelo. Dolió, pero no tanto como sentir el temblor constante de la chica y la forma en que profería chillidos ahogados.
«—Es la forma más agresiva del hechizo guía. Daña sus mentes, no, más bien, las destruye por completo...».
No.
¡No!
Lessa era más fuerte que eso. Había luchado toda su vida contra el yugo de Hent, así que no podía ceder ante otro truco barato.
¿Verdad?
Pero sus ilusiones pronto fueron aplastadas al ver que el rostro de Lessa estaba casi completamente lleno de líneas azules, que comenzaban a extenderse por su cuello y brazos. Cadenas. Eso eran, y presenciar la lucha que Lessa mantenía contra eso ablandó a Norian hasta orillarlo a mirar a Hent.
—D-detén esto, por favor.
—¿Y yo qué gano?
Norian intentó formar llamas de fuego como amenaza, pero el caos emocional en su interior actuó como barrera para los poderes. Solo pudo invocar estelas débiles que tras serpenteos penosos desaparecieron por completo. Ahí Hent rio, apoyando la mejilla en una de sus manos como quien observa a un niño tener un berrinche. Luego sus ojos reclamaron un toque más sombrío, lúgubre. Su anterior sonrisa pasó a ser una línea recta carente de encanto, y sin importar que Lessa aún agonizase entre los brazos de Norian, lanzó su orden.
—Soldado ciento uno, acaba con el guerrero Norian Archer.
De pronto la chica se paralizó en los brazos del pelirrojo. Ya no había temblor, ni llanto, ni quejidos, solo un cuerpo quieto que poco a poco fue llenándose de tensión. Norian trató de acariciarla para hacerla volver en sí, pero al tocar su piel la sintió lejana. Sin importar que una distancia nula los estuviese separando, su cuerpo se sentía ausente, como si no fuera más que un saco vacío controlado por otra persona.
Una marioneta.
Los soldados del CEMA eran marionetas.
Norian se arrastró en el piso para retroceder. Mientras tanto vio, atónito, cómo Lessa se levantaba con una sincronía absurdamente precisa, para luego dedicarle una mirada repleta de matices lúgubres. Como tenía la cabeza agachada, la mayoría de sus rasgos yacían cubiertos por sombras, pero sus ojos brillaban. Era un par de resplandores potentes, y sobre todo macabros. No había en ella ni ápice de su dulzura y calidez.
Sus ojos, bellos y azules, se cubrían progresivamente por una nebulosa blanca que la hacía ver mucho más distante.
—Lessa, Lessa —la llamó él, justo cuando ella se le acercaba y lo cubría con su sombra—. Soy yo, el chico fuego. P-por favor...
—¡Soldado ciento uno, acata la orden!
Lessa se retorció en su sitio, e inmediatamente después alzó la espada para atacar al pelirrojo. El impacto fue tan potente que levantó una nubecilla de polvos azules, pero por fortuna Norian pudo rodar hacia otro lado para salir ileso. Intentó huir, pero Lessa formó hielo debajo de él y lo hizo tropezar. El chico quedó indefenso a la hora de combatir un segundo ataque.
Esta vez ella realizó un corte lateral, y si bien Norian pudo moverse un poco, la verdad fue que el filo sí le hizo daño. Le hizo un corte en la mejilla que además de sangrar empezó a congelarle gran parte de la cara.
En serio quería hablarle a Lessa para hacerla reaccionar, pero ella no le daba respiro. Cuando trató de recomponerse, Lessa ya lo había golpeado contra la pared de atrás, y en el momento en que intentó despegarse de la superficie, se vio obligado a huir de otra estocada, esta vez desde lejos.
El ataque fue un movimiento diagonal con la espada que emanó una onda, y que al impactarse contra la pared la congeló por completo.
El mismo...
—El mismo que usó contra tu novia —habló Hent, caminando por la habitación—. ¿No te parece divertida esta situación? Lessa Astral, asesina de Farren Beller, también va a asesinarte a ti. Y luego dicen que no soy romántico.
Norian amagó con retrucar, pero en el proceso Lessa volvió a lanzarle el mismo ataque mágico. La diferencia fue que Norian lo esquivó mejor que la primera vez, procurando concentrarse en lo que estaba viviendo y no en lo que había vivido. «Del pasado se aprende, no se vive» era lo que le había dicho la bruja, y estaba a punto de ponerlo en práctica.
Sin darle tiempo a Lessa de reaccionar, se aproximó hacia ella con una presunta intención ofensiva. La joven se preparó, espada en mano, pero grande fue sorpresa al ver que Norian la rebasaba. Ella no era su objetivo, sino Hent, que pese a estar en riesgo no mostró ni un rastro de alarma. Se mantuvo quieto e impasible a la expectativa de Norian y su acercamiento acelerado hasta que estuvo demasiado cerca.
Ahí el hombre chasqueó los dedos, y justo cuando el muchacho iba a herirlo, una barrera metálica chocó contra él y lo derribó en el suelo. Todo había sido tan rápido que necesitó unos instantes para darse cuenta de que eran soldados del CEMA que Hent acababa de llamar, pero no pudo observar demasiado, pues casi al mismo tiempo sintió cómo alguien se le iba encima para embestirlo con una sucesión de patadas dolorosas.
Era Lessa. Sus golpes eran tan poderosos que Norian no podía levantarse. Cuando trataba de encontrar un punto de apoyo, ella lo derribaba de nuevo, y siguieron en ese plan hasta que Norian acopió la fuerza necesaria para repelerla con calor. Formó una onda expansiva tan potente que la argeneana salió volando contra la pared.
El impacto fue un evidente ataque extremo contra la espalda de la joven, así que mientras ella analizaba su próximo movimiento, Norian no pudo evitar sentirse culpable. Esa no había sido su intención, solo quería hablar, ¿por qué era tan difícil?
Entre su espiral de conflictos, miró a Hent, que estaba totalmente bajo la protección de sus soldados. La imagen lo hizo rabiar a tal punto que se obligó a enfocarla en Lessa de nuevo, que todavía se enderezaba en su sitio para contraatacar.
La distancia entre ambos era considerable, pero el vellano aún podía distinguir un brillo azul en sus ojos junto a una chispa de arrepentimiento. Ella estaba ahí, no importaba que Hent la estuviera controlando. Era ella y no se sentía capaz de volver a herirla.
—Lessa...
Aunque la chica separó los labios, no pudo decir nada. Se quedó un rato sin avanzar, torciendo la espalda en posiciones incómodas mientras se apretaba la cabeza. Eso hizo que Norian se sintiera más seguro cuando atrajo su arma para guardársela en el bolsillo, alzar las manos en señal de rendición y acercarse a la joven con pasos lentos pero valientes.
Ella no hacía mucho, solo retorcerse en su sitio mientras se golpeaba la cabeza, como si luchara por arrancarse algo del cerebro. Todo eso junto permitió que Norian se le acercase, y cuando pudo tocarle el hombro, ella se deshizo en lágrimas. El cuerpo se le debilitó, a punto de caer al piso, así que el pelirrojo la envolvió en sus brazos antes de que eso pasara, antes de que Hent fuese a interrumpir.
—Soy yo, Lessa —dijo, besándole la frente. Sin querer le manchó el cabello con la sangre proveniente de su mejilla—. Estoy aquí y sé que tú también, así que por favor, por favor, vuelve conmigo.
—N-Norian...
Una chispa de esperanza le iluminó los ojos al oírla pronunciar su nombre. ¿Había funcionado?
Norian le alzó el rostro para comprobar, pero solo consiguió decepcionarse. Frente a él, la chica continuaba llena de líneas azules, y la nube blanca sobre sus ojos ya iba por la mitad. Aun así estaba llorando, y los ríos de tristeza que bajaban de sus lagrimales eran una forma de demostrar que seguía ahí.
Norian no iba a darse por vencido.
O al menos así fue hasta que ella volvió a hablar:
—M-mátame, por favor.
La imagen que Norian tenía de Lessa se fue haciendo borrosa gracias a las lágrimas. De pronto fue enajenado y se volvió prisionero de sus latidos.
—¿Ya te lo pidió, eh, Norian?
La voz burlesca de Hent fue lo que necesitó para ser devuelto a la realidad. El subidón de ira fue más que suficiente, y cuando miró al hombre, lo hizo con los ojos convertidos en pozos insondables de ira. Pero Hent no se intimidó.
—Sí... el proceso para transformase en soldado del CEMA es doloroso en extremo. ¿No te lo dije? La mayoría grita y pide que los maten. Y no sé tú. —El hombre hizo una pausa, todavía de lejos. Norian lo podía ver porque los soldados del CEMA se habían apartado un poco—. Pero si la amara, haría lo que quiere. La liberaría de su dolor, ¿no crees?
Colérico, Norian se dirigió al hombre para arremeter en su contra, pero los soldados del CEMA volvieron a juntarse y hacer de barrera. Entonces el pelirrojo alzó la mano, listo para un contrataque poderoso, pero no contaba con que Hent volvería a chasquear los dedos. Entonces Lessa gritó, a la vez que enredaba un látigo alrededor de la muñeca del vellano para atraerlo hacia sí y asestarle un golpe en la espalda.
Él gritó escupiendo sangre. Era el golpe más potente que alguna vez había recibido. Quedó tan débil que al ser liberado del agarre de Lessa no le quedó más que caer al suelo. Poco después, una patada potente lo hizo salir despedido hacia una pared, un impacto que le brindó más moretones y malestar.
Su cabeza giraba como un carrusel en torno a imágenes difusas, y cuando recuperó una pequeña parte de la nitidez en la visión, fue testigo de cómo Lessa se preparada para darle otra embestida.
Norian sonrió, escupiendo sangre y sin dar indicios de moverse.
—¿S-sabes? —jadeó—. Te amo...
Lessa fue indiferente. Se limitó a enterrarle la rodilla en estómago con una fuerza que lo hizo gritar.
—¡Te...! ¡Te amo!
Recibió una patada.
—¡Te a-amo, Lessa Astral!
Luego otra.
—Te amo, te amo, te amo...
Otra, otra, y otra. No importaba cuántas veces lo golpease, él seguía repitiendo lo mismo, siempre con una sonrisa. Parecía importarle poco que su cuerpo moribundo ya no fuera muy útil en el combate. Solo disfrutaba sus últimos segundos de vida declarándose como nunca había podido.
Hent, sin embargo, estaba lejos de disfrutar la escena. Cada confesión del chico ponía en riesgo su victoria, así que alzó la voz para adelantar el resultado.
—Deja de jugar, soldado ciento uno. Mátalo.
Ella asintió.
—Pero... usa un ataque más fuerte. Asegúrate de que no quede nada de él.
Norian tosió, con su bobalicona sonrisa todavía indeleble. Estaba estático frente a su futura asesina y de todas formas la miraba con ojos desbordando dulzura.
—¿S-sabes, Lessa?
Él hizo una pausa, esperando que contestara, pero como lo supuso, fue inútil. La joven estaba tan ensimismada en su mundo bélico que no hizo nada excepto obedecer la orden que acababa de recibir. Tiró su espada a un lado, y habiéndose puesto en posición, empezó a dibujar líneas en el aire. Una bruma azul a rebosar de brillos empezó a formarse entre sus manos, y aunque Norian ya la hubiese visto hacer eso antes, igual se sorprendió al descubrir que acababa de aparecer su arco.
Después repitió el gesto, pero con una flecha, y al acomodarla en el arco se puso en posición para disparar, directo hacia Norian.
—B-bueno, lo que iba a decirte... —El guerrero tosió—. Aprendí muchas cosas contigo. Cada experiencia a tu lado, Lessa, t-te juro que fue muy importante para mí.
La flecha de la arquera emanó un resplandor agresivo.
—Y-y, ya sabes, si quieres hacer esto... hazlo. Porque no voy a oponerme. No lucharé contra ti. Te amo, Lessa.
La joven tensó el hilo, suspiró y se preparó para soltarlo.
—Pero antes de que lo hagas me gustaría decirte algo que aprendí contigo.
La argeneana soltó la flecha.
Y contra todo pronóstico, Norian se movió.
Fue imperceptible, increíblemente veloz, pues había reservado fuerzas para aquel plan. Por eso había dejado que lo golpeara tantas veces contra el mismo punto de la pared, y ahora que por fin se había movido, se deleitó con la fase final de su estrategia: la flecha de Lessa impactando contra el muro.
Un estruendo agresivo resonó por toda la sala, al mismo tiempo en que la superficie se llenaba de fisuras. El guerrero pudo terminar su monólogo.
—Lo que aprendí es que todo, todo se puede romper.
En una coreografía de movimientos veloces, Norian le hizo un hueco a la pared de una patada, agarró a Lessa del brazo y sin más que decir se introdujo por el hoyo. Cuando Hent fue consciente de lo que acababa de pasar, no pudo hacer nada para perseguir a los elegidos, pues al correr hacia la abertura se dio de cara contra una pared de fuego impenetrable.
—¡Mierda!
Terrance sería útil en esa situación, pero ya era tarde para pensar en él. Lo había asesinado, y como para un argeneano era imposible resistir ese tipo de cosas, no le quedó otra opción más que abrir la puerta para correr a la habitación contigua.
Esa era su intención, mas no pudo cumplirla. Al tratar de salir fue detenido por una muchedumbre alborotada que no tardó en rodearlo con abucheos y golpes. Tanto argeneanos como vellanos formaban esa horda improvisada, y sin importar que fueran solo civiles, fueron tan numerosos e insistentes que lo terminaron haciendo retroceder, alejándolo más y más de la preciada salida mientras varios insultos le perforaban los oídos.
—¡Mentirosos!
—¡Criminales!
—¡Farsantes!
—¡Vimos todo lo que hicieron! ¡Fue su culpa!
Hent no entendía nada hasta que sus ojos atravesaron la puerta y cayeron sobre dos grandes detalles: proyecciones de cristales expositivos justo en el medio de la sala. Pero no cristales cualesquiera, sino sus cristales. Los que contenían secretos capaces de crear una revolución.
La misma revolución que lo estaba atacando.
«Malditos elegidos».
Hent apretó la mandíbula para retener las ganas de gritar, apartando la vista con el fin de concentrarse en una solución. En consecuencia su mirada cayó en el agujero por el que acababan de desaparecer los elegidos, pero no exactamente en el fuego que hacía de barrera, sino en las dos figuras luminosas que acababan de aparecer a un lado.
Eran una mujer pelirroja y un chico de cabello morado. Él estaba sentado en el piso con una sonrisa, reluciendo orgullo en los ojos. Ella, por su parte, permanecía de pie, con una mano en la rodilla, la otra en la cintura, y esa estúpida sonrisa que había llevado en el rostro hasta el final de su existencia.
La misma sonrisa con la que le había dicho a Hent sus últimas palabras:
«Hueles a derrota».
La luna plateada debía traer dicha y tranquilidad a todos los habitantes, pero esa noche estaba sucediendo todo lo contrario. Luego de que un hechicero anónimo proyectara dos cristales expositivos y que la audiencia descubriese todo lo que contenían, había empezado una verdadera revuelta.
Molestos y unidos por un fin en común, las personas se ensañaron con los soldados del CEMA, que eran instrumentos infalibles de Hent, para luego penetrar en el pasillo por el que él había entrado.
Querían hacerle frente tanto a Hent como a Terrance, pero la señora Main no se quedó para descubrir el desenlace. Apenas fue consciente del disturbio, tomó a Tara de la mano para salir del castillo, y ya afuera descubrieron que no eran las únicas personas en tomar esa decisión. Cada vez eran más los que salían del castillo con rostros de pánico, pero al mismo tiempo ojeando sobre sus hombros, dubitativos. Era como si una parte de ellos quisiera estar presente en la rebelión, pero que su lado lógico los hubiese instado a mantenerse a raya con tal permanecer seguros.
Aunque también había otros que no mostraban vacilación. Salían del castillo como bengalas hasta alejarse lo más rápido posible. Eso era lo que la señora Main quería, estar lejos de esa estructura antes de que algo malo sucediera, pero Larry, Lessa y Norian seguían ahí, y ni ella ni Tara pretendían abandonarlos. Cada vez que veían siluetas escapar del castillo esperaban que fuera alguno de ellos.
Pero no. Meros rostros sin nombre eran lo que veían, y las expresiones de angustia que portaban, junto a algunos gritos de disgusto entre la multitud que seguía adentro, hizo que la señora Main apretase más fuerte a Tara a modo de protección. Si Hent y Terrance se sentían amenazados, muy bien podían usar todos sus recursos para apaciguar la revuelta, y si eso incluía a los muchachos, dudaba que los dejasen con vida.
«¿Dónde están?» volvió a preguntarse la mujer, ya empezando a jugar con sus dedos libres para calmarse un poco. Estaba tan ensimismada en su nube de estrés que a duras penas escuchó la pregunta de una voz femenina a su lado.
—Tremenda luna plateada, ¿no?
Era Zeth.
Al parecer había llegado hace poco tiempo, y estaba de pie junto a ellas en posición solemne y extrañamente lejana. Su cuerpo, ataviado en un vestido blanco hasta el piso, estaba ahí, pero sus ojos grises daban la ilusión de estar viendo algo más allá del alcance común. Tenía las manos juntas tras la espalda, el pecho inflado y un rostro impasible poco común en ella. Además, tampoco se movía. Era una doncella detenida en el tiempo.
Pero la señora Main ignoró su repentino encanto y lo primero que hizo fue tomarla del hombro para quedar cara a cara.
—¡Por Gneis, Zeth! ¿Dónde estabas? ¿Estás bien? —El rostro de la mujer exhibía oleadas de preocupación. El de Zeth, en cambio, permanecía impávido—. ¿Sabes dónde están los chicos? ¿Los viste? ¡Por amor a Gneis, contesta! ¡Zeth Kye!
Ena la sacudió, y lo único que la rubia hizo fue dedicarle una mirada carente de emociones.
—Zeth... —tanteó la maestra, cautelosa. Le puso una mano en la mejilla—. ¿Estás bien?
—El fin se acerca.
—¿Qué?
—El fin —dijo y se volteó para quedar frente al castillo— se acerca.
La señora Main amagó con formular una pregunta, pero de todas formas no hubiese servido. La joven acababa de irse en dirección al castillo de Vann, y a sabiendas de que las palabras no la detendrían, la tutora la persiguió para agarrarle la muñeca.
Zeth se detuvo y le dedicó una mirada fría.
—¿Estás loca, verdad? —insistió la señora Main—. Creo que sabes muy bien lo que está pasando ahí adentro, así que no voy a dejar que sigas haciendo tus locuras, Zeth Kye. Vas a quedarte con nosotras.
Una convicción inquebrantable latía con fervor dentro de la señora Main, pero de un momento a otro, víctima de la mirada potente de la rubia, el coraje le fue dando lugar al miedo. Su corazón empezó una oleada de latidos vehementes, a la vez que sus dedos se veían dominados por un temblor repentino en torno a la muñeca de Zeth. Ahora ella sí mostraba emociones; pena, principalmente, pero eso estuvo lejos de detenerla cuando se liberó de un jalón.
La maestra quedó incapacitada, viendo cómo la rubia se abría paso por la multitud con su pequeño cuerpo. Pero no. No estaba sola. Había tres siluetas brillantes rodeándola: un chico de cabello morado, una mujer de ropa negra y de último un hombre con traje lila, todos avanzando con ella a modo de protectores.
La señora Main parpadeó.
Habían desaparecido.
—¿Vamos a dejarla ir? —inquirió Tara, guindándose del brazo de la mujer, que seguía absorta en la multitud del castillo.
—Yo... —empezó a decir Ena, mientras veía cómo Zeth se volteaba para echarles un último vistazo. Los contornos de su cuerpo se desdibujaban entre chispas incoloras, y cerca de ella volvieron a aparecer esas tres figuras, ahora más reconocibles: Alice, Larry y un hombre desconocido. Esos eran, y cuando la chica se giró para seguir adentrándose en el castillo, ellos la siguieron—. Creo que sabe lo que hace.
Lessa y Norian aterrizaron en el piso de la habitación contigua, igual de lastimados, con la única diferencia de que la joven se levantó tan pronto como cayó para preparar un ataque contra su enemigo.
Norian, que acababa de formar una barrera de fuego para impedir la entrada de Hent, no pudo hacer mucho para esquivarlo, y antes de que se diera cuenta ya había recibido una patada en el rostro. La nariz le sangró, pero al ver que la tenía tan cerca se sintió motivado para halarle el pie hacia adelante. Así Lessa fue víctima de un resbalón.
Una vez en el suelo, Norian se le subió encima, enredando sus piernas y brazos para evitar algún movimiento brusco.
Así pudo contemplar el rostro de la guerrera. Las lágrimas en sus mejillas estaban secándose, y del azul en sus ojos solo quedaba un rastro diminuto. Todo el resto de su mirada yacía cubierta por una coloración nívea, impersonal. Una lejana representación de lo que había sido y que quizá nunca volvería a ser.
Las líneas azules también habían tomado mucho territorio. Estaban extendidas por toda su cara, cuello y brazos. Era difícil encontrar una zona grande de su piel blanca.
—Oye... —Norian le apretó los brazos con una sola mano para usar la otra libre en una caricia, recorriendo sus mejillas entre lágrimas y agitación—. Sé que estás ahí. Por favor, dime algo.
Lessa jadeó, pero no para responder, sino por el esfuerzo que invertía en liberarse.
—Lessa... —Norian juntó sus frentes—. Hent ya no está aquí, puedes tratar de liberarte. P-por favor. —Aunque quiso evitarlo, una de sus lágrimas cayó sobre Lessa—. T-te lo suplico, inténtalo. Vuelve...
Con esa última frase consiguió una reacción, pero no la que esperaba. Aún con los ojos casi completamente blancos, Lessa había empezado a llorar, pero sin fruncir el rostro. Parecía una estatua a la que de súbito le habían puesto gotas en las mejillas, que le surcaban el rostro de a caminos curvos hasta impactarse contra la mano de Norian. Él lloró devuelta, esta vez sin contenerse, sobre todo luego de ver cómo Lessa buscaba emitir un grito.
Pero fue silenciada. Solo pudo soltar un quejido ahogado que fortaleció el llanto de Norian. Odiaba verla así... y ser testigo de lo poco que le faltaba a la nubecilla blanca para cubrir los ojos de Lessa lo hizo sentir mucho peor. Había intentado de todo y nada había funcionado. ¿Qué tan inútil tenía que ser como para que le pasara eso? Y lo peor: era su culpa. Si no la hubiese incitado a ir al balcón, no la habrían capturado, hubiesen permanecido juntos hasta el final y él no hubiera dejado que la condenaran con un hechizo así. Estarían bien, de seguro disfrutando su victoria junto al resto del grupo.
Pero la realidad no era así, y ahora frente a él tenía a Lessa agonizando. Si así se comportaba cuando la transformación ni siquiera estaba completa, no quería imaginar lo que iba a sentir cuando terminase. Tal vez perdería sus sentimientos, sus recuerdos, todo lo que la hacía ella. Una tortura para toda la eternidad.
«—Sí... el proceso para transformase en soldado del CEMA es doloroso en extremo. ¿No te lo dije? La mayoría grita y pide que los maten».
«—M-mátame, por favor...».
Esas voces reclamaron la entrada a su cabeza con agresividad inaguantable, y cuando quiso hacer algo al respecto, ya era imposible. Empezaron a repetirse en bucle y a reverberar en el vacío de sus pensamientos.
Las lágrimas se tornaron más vehementes, limitando su campo visual a un cuadrado repleto de manchas. Una pintura de colores corridos.
Pero aun así podía verla, saber que estaba ahí sufriendo y de seguro suplicándole que la liberara. Todos sus intentos habían fracasado... Pero tal vez ese último bastase para acabar con su dolor.
Quizá fuese hora de hacer lo que no se había atrevido antes.
Se levantó con mucho esfuerzo, como si pesara más de lo normal, y apenas lo hizo Lessa aprovechó eso para moverse. Se puso de pie mucho más rápido que el joven, pero no lo atacó, sino que empezó a retroceder hasta la pared trasera para invocar su espada y preparar una embestida desde lejos.
Norian, aunque limitado por las lágrimas y el temblor en sus dedos, hizo lo mismo. Sacó el hacha, la encendió, y sin pensarlo dos veces se puso en posición de ataque. Su rostro estaba iluminado por las lenguas de fuego provenientes de su arma, sumergido en matices rojizos que de alguna manera acentuaban la frialdad en su expresión. Ya había decidido lo que iba a hacer, no podía echarse para atrás. Ver cómo Lessa terminaba de cargar luz en su espada se sintió como una cuenta regresiva.
Cada uno se miraba desde un extremo diferente, y desde una perspectiva lejana daban la ilusión de ser enemigos de toda la vida. Lessa mostraba frialdad, un encanto impasible. Norian, por su parte, presumía una seguridad tan intensa que su cabello formó llamas serpenteantes.
Lessa impulsó un pie hacia el frente. Norian la imitó.
«Uno...».
Lessa enfocó la vista en su objetivo: él.
Norian enfocó la vista en su objetivo: ella.
«Dos...».
Lessa tomó aire. Norian también.
«Tres».
Sin pensarlo dos veces, ambos se precipitaron contra el otro, dejando a su paso estelas de hielo y fuego mientas emanaban auras del mismo color. Era como la primera vez que habían peleado, ese día en la habitación de Norian, pero el desenlace estaba lejos de ser el mismo. Refulgía en sus ojos la necesidad de atravesarse al mismo tiempo; odio, pasión. Todo lo que habían sentido formaba una pócima dentro de ellos que los impulsaba hacia el frente.
Hasta que pasó.
Chocaron.
Lessa alzó su espada y...
«No soy una bestia, y mis labios, sabios conocedores de lo que se aproxima, defienden la identidad de aquellos capaces de destruir su mundo con el arma más poderosa que pueda existir.
»Porque cuando el odio no sea más que una razón para seguir viviendo, lo que alguna vez consideraron imposible se alzará frente a sus ojos cual cataclismo purpúreo: unión prohibida, restos de un ayer inacabado, el fin de los tiempos y rebelión de tierras malditas.
»He aquí mi profecía.
»¡Llegarán! ¡Llegarán dos guerreros de azul y rojo a deshacer sus normas! ¡Los elegidos! ¡Hijos de la guerra! ¡Fieles destructores de su mundo!
»¡Muerte! ¡Devastación! ¡La unión que ustedes negaron se repetirá más fuerte que nunca y salvaré a los que sean dignos de ella!
»Y cuando ese momento llegue, quiero ver que intenten detener a mis elegidos».
La rubia avanzó con cautela entre el caos imperante en el castillo. No miraba mucho a los soldados del CEMA tirados en el suelo, pues con su mera cercanía las armaduras se disipaban entre chispas de un azul fugaz. Así eran liberados, y después de frotarse la cabeza con cansancio y asombro, los contornos de su cuerpo se emborronaban para convertirse en figuras luminosas, que terminaban siguiendo a la niña rubia como polillas atraídas por la luz.
Pululaban a su alrededor para protegerla, cual guardaespaldas incansables, pero la verdad era que la joven estaba lejos de necesitar ayuda.
Había fuego por algunos pasillos, y bastó un ademán suyo para que se apagara. Podía atravesar cada rincón sin hacer el mayor esfuerzo.
Así pudo terminar de subir las escaleras rumbo a una de las habitaciones. Sin embargo, no entró. Se quedó contra la pared con los ojos cerrados a esperar la llegada del fin.
.... Norian la besó.
Al entrar en contacto con ella, soltó el hacha y usó las dos manos para apretarla contra sí, aprovechando su sorpresa para precipitarse contra sus labios. Lo hizo fuerte, pero al mismo tiempo de forma delicada. Quería transmitirle todo lo que ella le hacía sentir; todo ese amor, todo ese cosquilleo. Quería, con todo su ser, decirle que esos latidos alborotados le pertenecían a ella y solo a ella, y que estaba dispuesto a hacer lo que fuese para recuperarla.
Lessa se paralizó en sus brazos, y Norian, que con una mano le apretaba la cintura y con la otra le acariciaba el rostro, tembló al sentir lágrimas que no eran suyas deslizársele entre los dedos. Lessa lloraba, pero eso no hizo sentir mal a Norian. Poco a poco la lejanía entre él y el cuerpo de Lessa fue deshaciéndose, así hasta que no quedó nada de esa aura fría y arrogante que la había subyugado.
La espada hizo un estruendo al aterrizar en el piso.
El guerrero lloró también, haciendo torpes intentos por seguir acariciando los labios de la chica con los suyos. Estaba tan nervioso que le temblaban, pero cuando la sintió responder con movimientos tímidos, no pudo evitar sonreír. La tenía devuelta, y saber eso lo instó a profundizar el encuentro entre sus labios. La tomó de las mejillas y la atrajo hacia sí con tal vigor que ella soltó un jadeo, esforzándose por retener una sonrisa.
Pero se le hizo imposible, y en respuesta Norian sonrió más, justo antes de empezar a darle besos por las mejillas. Las líneas azules se le estaban borrando, pero él no fue consciente de eso. Se abstrajo tanto en besarle el rostro que solo pudo salir del trance cuando las piernas de la chica atravesaron un momento de flaqueza. Estuvo a punto de caer, así que Norian la agarró más fuerte y se separó de su rostro para analizarla.
Ella estaba ahí, encogida entre sus brazos pero mirándolo con una sonrisa temblorosa. Tenía los párpados caídos, señal de su cansancio, pero el detalle que más llamó la atención de Norian fue cómo el puntito azul en sus iris comenzaba a latir, haciéndose más y más grande a ritmo suave. El color blanco había empezado a desaparecer bajo una capa azul cielo.
Norian lloró, lloró y lloró hasta que no pudo soportarlo más y la abrazó con toda su fuerza. Eran lágrimas de felicidad, pero sentir lo débil que estaba Lessa lo preocupaba. Por eso no tardó en volverse a separar de ella para hacer un nuevo escudriño.
—H-Hola —balbuceó, apartándole un mechón de la cara. Se veía preocupada de pronto—. ¿Te sientes bien? ¿T-te duele algo?
—¡A-aléjate!
—¿Qué...?
Norian fue cortado a mitad de su oración por tener que expulsar un escupitajo de sangre. Se sintió débil, en su estómago palpitaba una punción fría y profunda. Respirar empezó a hacérsele difícil, el campo visual se le nubló, y entre toda esa nube de desconocimiento, solo pudo oír los gritos descarnados de Lessa.
¿Qué...? ¿Qué acababa de pasar?
Al bajar la vista obtuvo la respuesta.
Una daga de hielo le había atravesado el estómago, y la mano que la sostenía era de Lessa. Esa parte de su cuerpo aún no regresaba a la normalidad; seguía cubierta por líneas azules y no obedecía las órdenes de la joven, que gritó de impotencia al ver cómo su mano desobediente hundía la daga cada vez más profundo.
Norian se puso pálido, y no fue hasta que se desplomó en el piso que Lessa logró hacer que su mano lo liberase.
Tuvo que aplicar mucha fuerza para lograrlo, y eso, junto al nerviosismo y lo difícil que era recuperarse del entumecimiento, hizo que la daga con la que había herido a Norian desapareciera. Entonces la sangre tuvo la vía despejada para salir de a borbotones, creando una mancha rojiza cuya extensión parecía ser inevitable.
—¡N-Norian! —Lessa se tiró al piso con él, y con las manos trémulas buscó tapar la herida. Igual la sangre siguió reclamando territorio—. Lo siento, l-lo siento, lo.. Norian, ¡Norian! ¡Norian! Por favor, por favor, ¡responde!
Él tosió sangre, jadeando.
—Lo siento —sollozó ella, que al descubrir que sus manos eran inútiles decidió arrancarse un buen pedazo de tela del vestido y usarlo para rodear el estómago del guerrero como un vendaje improvisado. Mientras aplicaba presión con eso, se apresuró a poner el rostro sobre el de él para hablarle—. No sabes cuánto lo siento, Norian, y-yo...
—N-no fue tu culpa.
Un sollozo acalló a Lessa.
—Odio que llores —jadeó el muchacho, acariciándole el rostro para limpiarle una mancha de sangre. Él actuaba con lentitud y tranquilidad mientras ella estaba hecha un manojo de estrés, apretando y frotando su estómago para detener la hemorragia y devolverle el calor. Había quedado frío gracias a la daga—. O-oye, oye... —se quejó— no tan fuerte.
—Tengo, tengo que sacarte de aquí. Iré a-a... a buscar a alguien que nos ayude y...
—Quédate conmigo.
El llanto de la argeneana cobró más fuerza.
—Tengo que ayudarte. P-por favor, déjame ir. Buscaré a alguien rápido y verás que... que... —Las lágrimas cubrieron sus palabras—. Verás que saldremos de esta.
Lessa tenía la cabeza baja, pero al sentir que él le ponía una mano en el mentón, decidió subirla. Se dio de cara contra la expresión de Norian. Había lágrimas en sus ojos, pero aun así no dejaba de mirarla con amor y ganas de tenerla cerca. Esa imagen avivó la llama de dolor dentro de la chica, y con una mano apretándole la abertura en el estómago, se lanzó a abrazarlo.
—Por favor, déjame salvarte.
—No me dejes solo.
—Norian.
—S-siento la herida muy, muy fría.
—L-lo sé. —Se le hundió en el cuello, ahora usando las dos manos—. Estás sangrando demasiado. S-si me dejaras...
—Tengo miedo.
—Y-yo también.
—La maldición se va a cumplir, Lessa. T-tengo miedo.
—Deeeja de decir esas cosas, c-chico fuego. —El temblor en su tono denotaba su agitación. Trataba de sonreír para calmarlo—. Te amo, muchísimo. ¿Quieres que te lo recuerde?
Norian cerró los ojos, asintiendo con debilidad. Así recibió un beso en los labios que lo hizo sonreír entre sus lágrimas. A la guerrera no le importaba mancharse la boca de sangre, tampoco su propio cansancio. Había echo todo eso a un lado para enzarzarse en otro beso torpe y ansioso entre dos bobos moribundos, y aunque la situación no fuese buena, Norian no podía sentirse más feliz.
—Te amo —murmuró ella, besándole la mejilla—. Te amo, te amo, te amo. A-así que no tienes de qué temer.
—Yo también te amo —balbuceó con dificultad, para luego hacer un movimiento brusco con el brazo hacia la parte trasera de su pantalón.
Lessa trató de impedirlo, alegando que hacer tanto esfuerzo aceleraría la salida de sangre, pero Norian la ignoró. Rebuscó en su bolsillo contra todos los malestares que lo atenazaban hasta que al cabo de un tiempo consiguió lo que quería. Fue entonces cuando agarró una de las manos de la argeneana para darle el objeto que se acababa de sacar del bolsillo.
Lessa tembló al reconocerlo.
Era la moneda.
—N-Norian...
—La t-tengo desde que me la regalaste —admitió sonriente, dándole un beso en la mano—. Y t-te juro en nombre de esta moneda que te amaré hoy y siempre, Lessa. M-mi... mi señorita argeneana.
La joven dejó ir un sollozo ahogado, juntando su frente con la de él. Una sonrisa entre temblorosa y conmovida decoraba sus labios.
—Yo también... yo también juro que te amaré hoy y siempre, Norian. Mi chico fuego.
—¡Noooooooo!
Un grito bañado en cólera los sobresaltó, y cuando voltearon a ver, sus ojos dieron con Hent entrando a la habitación por el agujero. Las llamas que Norian había puesto como barrera se habían disipado a causa de su debilidad, y ahora el entrenador se dirigía a ellos con espada en mano y la evidente intención de herirlos.
Ningún guerrero estaba en las condiciones para defenderse. Al suponer que ese sería el final, Lessa cubrió a Norian con su cuerpo para hacerle de escudo y él la abrazó, cerrando los ojos mientras la embestida de la espada de Hent se volvía más y más inminente.
¡Zaz!
Se oyó el filo hundirse en algo.
Pero no fue el cuerpo de Lessa, ni el de Norian.
Los jóvenes se miraron entre sí, con los ojos a rebosar de interrogación, pero no duraron mucho, pues la curiosidad por saber qué había sucedido con Hent los hizo virar los ojos hacia donde estaba.
La espada de entrenador había sido detenida, pero no por torpeza o algún hechizo, sino por la mano de una persona, que se había puesto frente a Norian y Lessa para brindarles protección. Del otro lado, Hent fortaleció el agarre sobre su espada y la impulsó hacia el frente para volver a atacar, pero de un soplido la persona desconocida lo obligó a retroceder.
Norian y Lessa quedaron a merced de la entidad extraña, no obstante, cuando la arquera entrecerró los ojos para distinguirla mejor, supo quién era.
—¿Z-Zeth...?
Aunque un brillo glorioso la rodease, su cabello rubio y estatura media era imposible de confundir. Lessa intentó llamarla de nuevo, sin saber que el cuerpo de la joven empezaría a crecer hasta convertirse en el de una adulta. En el proceso un manto oscuro aterrizó sobre su cabeza, cubriéndole todos los rasgos, y mientras Lessa y Norian trataban de hallarle sentido a la escena, Hent dio un paso al frente y miró a la recién aparecida con repudio.
—Así que eres tú —acusó, señalando a la mujer del manto con un dedo incriminatorio—, siempre fuiste tú. ¡Acordamos que no podrías interferir!
—Y ustedes tampoco, Hent. —La risa de la mujer fue tan familiar para Norian que se le erizaron los vellos—. Así que como los dos empezaron a interferir, yo también lo hice, ¿algún problema?
—Eres una maldita tramposa, Gneis.
—Tendrás mucho de qué quejarte a donde te voy a llevar, tranquilo. —Volvió a reír—. Despídete de este mundo de una vez.
Hent gritó, pero fue cortado por la bomba luminosa que brotó de la mujer. Lessa y Norian se aferraron al otro con fuerza, también siendo consumidos por el brillo cegador. La tierra empezó a temblar, sus corazones a sacudirse, unas imperiosas ganas de dormir a consumirlos...
Después, todo fue blanco.
AAAAAAAH, ¡llegamos al finaaaal! ¿Qué les pareció? ¿Les gustó? Para los que están preocupados: tranquilos, los protas están vivos.
Y además: tranquilos, este es el primer libro.
El segundo libro aún está en proceso, pero si quieren, puedo publicar por adelantado el primer cap.
Por otro lado: ¿cuál fue su escena favorita? ¿Les gustó el beso? 👀
¡Muchas gracias por leer!
Pero hey, esto aún no acaba. Faltan las curiosidades 😎
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