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Capítulo XXIII: Mundo de monstruos y engaños

Hace diecinueve horas:

La maldita culpa.

Se estaba volviendo insoportable. El corazón de Lessa parecía la leña que avivaba el fuego dentro de sí, y cada latido le hacía dar un paso firme hacia Norian. No quería decirle su secreto, pero era peor que Hent y Terrance se lo dijeran antes. De igual forma la iba a odiar, pero quizá todo fuese más fácil de resolver si se lo decía ella directamente.

Era el momento.

«No huirás nunca más».

—¡Norian!

El muchacho, que ya tenía un pie en el almacén, volteó a verla sobre su hombro. Pero ella no le dijo nada. Norian vio cómo se dirigía a él con la fuerza de una estampida para empujarlo dentro de la habitación y cerrar la puerta tras de sí. Fue un portazo tan sonoro que Norian se sobresaltó, mirando a todas partes en un intento por ver si Tara se había despertado. Pero estaba demasiado oscuro y sus ojos aún no se acostumbraban, así que solo le quedó mirar Lessa en forma de regaño.

—¿Qué crees que haces? —siseó, señalando donde debía estar su durmiente hermanita—. Si se despierta...

—Lo sé, lo siento. —Aún en la oscuridad, Lessa se las arregló para sostenerle la mano fuerte—. Pero es que... aún tengo algo que decirte. ¿Podemos hablar?

Norian bostezó. La verdad, ahora que por fin tenía sueño, no quería desperdiciarlo. Pero una vez la vista se le acostumbró a la oscuridad, la mirada de Lessa lo ablandó. Lo veía con avidez, preocupada por algo, hecho que se hacía más evidente por la forma en que lo estaba sosteniendo. Entonces era una emergencia.

—¿Qué pasa?

—Ven acá.

Lessa lo agarró más fuerte y de un tirón lo hizo caminar a su lado. Para ese punto Norian ya era poseso del estrés. Sus latidos iban más rápido de lo normal y por segunda vez estaba sudando frío. ¿Qué iba a decirle? Estaba tan tenso que las manos se le hicieron puños, todo mientras seguía a Lessa en ese recorrido que ella lideraba toqueteando los anaqueles.

Entre empujones e incomodidad silente los dos guerreros llegaron a una esquina, la que tenía de iluminación la luz nocturna proveniente de la ventana. El cristal empañado hacía más borrosa la vista exterior, pero igual era posible distinguir los candiles que colgaban de los árboles aledaños a los caminos cubiertos de nieve. Los copos caían uno a uno en una danza peculiar llena de giros espontáneos con la que Norian se hipnotizó.

Un paraíso helado, eso era Argenea, y aunque la temperatura le molestase, esa fue la primera vez que descubrió todo el atractivo que albergaba. Tenía en frente una obra maestra con salpicaduras invernales.

—Norian.

La voz de Lessa lo sacó del trance, y al recordar que tenían un asunto pendiente, no tardó en clavar sus ojos en ella. Bajo la luz medio azulada, el cuerpo de la joven, aún ataviado en su vestido de dormir blanco, adquiría un aspecto fantasmal y hermoso.

Entonces el vellano la oyó hablar:

—Te traje aquí porque...

Al poco tiempo de haber empezado, Lessa hizo una pausa, cerrando los ojos. Intentó hablar de nuevo, pero como le fue imposible, se sentó en la esquina con las manos en la cabeza.

Norian se sentó a su lado, bañado en la luz. Frente a ambos y bajo el reflector de la luna, partículas pequeñas hacían una danza ingrávida.

—Los humanos le llaman a eso efecto Tyndall. —Norian trató de romper el hielo, y una vez señaló las partículas, echó la cabeza hacia atrás—. Terrance me lo enseñó, ya sabes, antes de que quisiera matarnos.

—¿T-te refieres a los restos mágicos en el ambiente?

—Sí, esas cositas que ves flotando. Los humanos le llaman efecto Tyndall. —Norian resopló con las manos en los bolsillos—. A veces me pregunto por qué no nos llevamos bien. Quizá juntos podamos arreglar el planeta.

—Mm.

—Sí, mm. —Chasqueó la lengua, mirándola con ojos anegados en curiosidad—. Ahora, ehm... ¿qué ibas a decirme?

Lessa se frotó los brazos, repasando mentalmente el discurso que había formulado hace unos minutos. En todo el tiempo callada había analizado muchas variantes, y ahora era tiempo de elegir una. Tiempo de enfrentarse a las consecuencias de sus actos.

Suspiró, mirando al frente.

—Norian... ¿recuerdas lo que te dije en el balcón?

—¿Nuestro baile?

—No, no. —Negó con la cabeza, tan nerviosa que los dedos le empezaron a temblar—. Me refiero a... —dijo y cerró los ojos— lo de Farren.

—Ah. —Norian se tensó, pues que Lessa mencionara eso se sentía como recibir un ataque sin escudo—. ¿Q-qué pasa con eso?

Lessa guardó silencio, y eso bastó para que Norian encendiera sus alarmas. Volteó a verla tan rápido que la joven dio un brinco en su lugar, sobresaltada por el escudriño desesperado de esos ojos cafés.

Sumergidos en la luz, ambos parecían esculturas, representaciones de tragedia estática.

—Te mentí —confesó Lessa de pronto.

El guerrero parpadeó.

—¿Qué?

—Que te mentí, Norian. —La arquera no dejó de mirarlo ni un segundo. Estaba nerviosa, pero también harta. El miedo se había transformado en adrenalina y cada latido la terminaba de convencer. Sus ojos eran temerarios—. Te mentí con lo de que no sé nada, porque yo realmente...

Norian le agarró la muñeca de pronto, de una forma tan repentina que Lessa se detuvo. Los ojos del guerrero exhibían negación.

—No sigas, no quiero saber nada del caso. Estoy, estoy tratando de superarlo y tú...

—En serio necesito que me escuches.

—No puedo. —Norian intentó irse, pero Lessa rodeándole el cuello lo obligó a detenerse—. ¡Déjame ir!

—¡Necesito que me escuches!

—¡Tú escúchame a mí!

—¡P-por favor!

—¡No quiero oír nada de...!

—¡Yo lo hice!

Lessa sintió cómo el cuerpo de Norian dejaba de resistirse. Los músculos se le relajaron, se encogió de hombros, y en los segundos posteriores, no cambió de posición. Estuvo tieso como una estatua hasta que Lessa se animó a ponerle una mano en el hombro.

Entonces, él habló:

—¿Qué hiciste, Lessa?

Lessa se intimidó tanto que se echó para atrás, pero Norian la agarró de un pie para impedir su huida. Ahora que estaban frente a frente, la cara del otro era un reflejo de todo lo que no querían ver.

Él, odio.

Ella, miedo.

El odio de una presa, el miedo de un depredador.

—¿Qué hiciste, Lessa? —insistió Norian, un poco más suave. Pero aunque quisiese verse malo y tétrico, muy en el fondo su mirada lucía un brillo desfalleciente, como de quien se aferra a una esperanza podrida.

Con la espalda contra la pared y el tobillo inmovilizado por Norian, Lessa respiró profundo antes de mirarlo a los ojos. El pasado era un fantasma que volvía siempre por los que dejaban cabos sueltos, pero estaba segura de que, en ese instante, Norian con sus ojos potentes se parecía más a un demonio que a un fantasma. El demonio que él dejaba en la superficie cada vez que algo le dolía.

—Lessa...

—Lo siento. —La voz de la argeneana fue suave, pues luego de los gritos no quería correr el riesgo de despertar a Tara. Miró al vellano entre sus mechones de cabello azul—. Norian, no sabes cuánto lo siento...

—Lessa...

—¿R-recuerdas lo que te dijeron Hent y Terrance del asesinato de Farren?

Norian empezó a hiperventilarse, negando con la cabeza. No, no. ¿Por qué? ¿Por qué de pronto Lessa tocaba un tema así? Ella no podía... No podía estar hablando en serio. Sonrió, a la espera de que la joven le devolviese el gesto y que al final le confesara que todo había sido una broma suya, que podían irse a dormir y olvidar todo. Pero algo así nunca llegó. Lessa permaneció seria y preocupada, una imagen que en el campo visual de Norian empezó a humedecerse más y más.

Estaba llorando.

Algo en él se rompía.

Estaba cayendo de nuevo.

—L-Lessa, Lessa, no...

La voz de la chica le llegó entre sollozos.

—F-fui yo. Fui yo, Norian. —Lessa se inclinó tanto hacia el frente que acabó apoyada con las manos en el piso—. N-Norian, yo fui la que...

—¡Deja de mentirme!

—¡Te estoy diciendo la verdad!

—¡Noooooooo!

—¡Yo la maté, Norian! ¡M-maté a Farren!

Norian calló, al tiempo en que se alejaba un poco para bajar la cabeza y moverla a los lados en forma de gesto negativo. Aun cuando se caía pedazos decidió aferrarse a la fantasía y sonreír, esperando la llegada de alguna explicación que no lo terminara de lastimar.

—Mientes, mientes, mientes... —repitió, tembloroso. Luego alzó la vista—. Estás mintiendo.

—Aquí tengo la prueba, Norian...

Lessa procedió a descubrirse la marca de corazón azul, pero antes de poder completar su objetivo, Norian la detuvo agarrándole los brazos con fuerza temblorosa. Tenía la cabeza baja, así que era poco lo que podía verse de su semblante. Lo único evidente en él eran los ríos de lágrimas y el temblor en su mandíbula, que apretaba cada vez con más fuerza como si eso lo fuese a sacar de la situación. Sus gimoteos aumentaban de frecuencia conforme el temblor se le adueñaba de las extremidades, transformando el agarre sobre Lessa en un gesto patético y desesperado.

—P-por favor, no me hagas esto, ¿sí? —sollozó—. Deja, deja de bromear. Solo vayamos a dormir y-y...

—N-Norian.

Él alzó la vista; ojos azules contra cafés.

—L-Lessa...

—Lo siento.

Y dejó a la vista la marca de corazón.

Con solo verla, Norian se derrumbó. No podía ser. Eso era falso. Las extremidades se le entumecieron y la cabeza empezó a girarle como una pelota, todo bajo el compás de sus latidos frenéticos. Entonces gritó, un alarido intenso y desesperado que Lessa tuvo que silenciar apretándole el rostro contra su hombro, tan fuerte que por un momento pensó que lo ahogaría.

—N-Norian, Norian, por favor, c-cálmate.

Pero él respondió con otro grito más fuerte, solo que esta vez no fue eso lo que preocupó a Lessa. Lo que la hizo sobresaltar fue descubrir que Norian no estaba respirando como debía ser. De nuevo se hiperventilaba, de una forma más rápida y discontinua.

Se había separado de Lessa para respirar mejor, pero la hazaña no había rendido frutos. Iba a ahogarse. ¡Iba a morir! No podía respirar, no podía respirar, los pulmones le quemaban...

«¡Auxilio! ¡Auxilio!»

—¡Norian! —lo llamó Lessa. Pero entre su nube de pánico, él no pudo oírla—. ¡Norian! —La argeneana le sostuvo el rostro, llorosa—. Mírame, mírame, estás bien. ¿Me escuchas? N-Norian, ¡Norian!

—V-voy a... a... morir —jadeó, agonizando por la falta de aire—. Me voy a morir, me voy a morir, n-no puedo... no puedo respirar, Lessa... me voy a...

—Oye, oye. Mírame. —Los brazos de Lessa se convirtieron en un refugio sagrado—. N-no te vas a morir, estarás bien. Solo respira, ¿sí? Solo respira...

Así ella continuó, acariciando la cabeza de Norian incansablemente con las manos trémulas y las mejillas empapadas. También repitió su nombre varias veces y le apretó la rodilla para decirle que estaba con él, que no importaba qué tan profundo estuviera cayendo, porque ella estaría ahí. Siempre iba a estar ahí.

Pero Norian seguía hecho bolita entre los brazos de la arquera, balaceándose hacia adelante y atrás todo tembloroso. No fue sino hasta el cabo de varios minutos que empezó a calmarse. Ahora sus inhalaciones duraban más, y cuando expulsaba el aire, lo hacía lento, sin prisa, absorto en la calidez que salía de su nariz con cada exhalación.

El subir y bajar de su espalda ya no era tan impetuoso...

Ahora en el almacén solo reinaba el silencio. Varios minutos habían pasado desde que la respiración de Norian no resonaba en la pequeña esquina, así que la ausencia de sonido caía sobre ellos como un yugo fantasmal. Alrededor, el vibrar de los pinos a causa del viento furioso y los retumbes en la ventana eran casi imperceptibles, como si el estrés hubiese enmudecido todo aquello que no alimentase la tensión.

Solo eran ellos, dos personas abrazadas bajo una luz a punto de ser cubierta por la nieve. Poco a poco, la oscuridad se extendió con formas irregulares y espantosas, cual garras de bestia ávida por comer lo que quedaba en el centro: ellos.

Siempre serían ellos.

—¿E-es cierto, verdad? —dijo Norian de pronto, señalando la marca en forma de corazón.

Lessa soltó un suspiro ahogado antes de asentir, nerviosa.

—¿Por qué lo hiciste? —La voz de Norian se revistió de fastidio.

—P-por favor, cálmate...

—¡Solo dime por qué lo hiciste!

—¡Fue un accidente!

—¡L-la mataste! ¡Me mentiste!

—¡N-no sabes cuánto me arrepiento!

—¡No! —Buscó irse, y como Lessa le agarró la mano, tuvo que empujarla contra la pared. Ahí ella recibió la mirada más fría de Norian; sin cinismo, sin dulzura, sin malhumor. Solo sus labios rectos y sus ojos decepcionados.

Decepcionados...

—Fuiste tú todo este tiempo... y aun así nunca me lo dijiste. —La tristeza en sus ojos arreció, y debajo de ellos Lessa se encogió de hombros, intimidada—. ¿P-por qué me lo escondiste?

—E-es que...

—¿Lo supiste todo este tiempo?

—Puedo explicar...

Norian se apresuró a taparle la boca. La dejó contra la ventana y su mano. No quería ser brusco, tampoco violento, simplemente quería dejar de ser el oyente. Y Lessa lo supo al ver esos ojos cafés suyos inundados de lágrimas, de un dolor que se iba cada vez más profundo para dejar auténtica decepción y disgusto en la superficie. Todo estaba ahí, en esos ojos que ahora lucían más distantes que nunca.

El silencio fue interrumpido por el vellano:

—¿Explicar qué?

La pregunta rebotó haciendo eco, en el almacén, en sus almas, en sus corazones. En las lágrimas que una a una bajaban por sus mejillas hasta salpicar el piso.

Lessa no pudo responder porque el muchacho le tapaba la boca, pero de no haber sido así, de todas formas no hubiese dicho nada. Se quedó quieta, estoica a pesar de estarse deshaciendo en lágrimas, y enhiesta frente al muchacho cuyos ojos centelleaban por una indignación recién encendida. El crepitar de su melena, aunque leve, no tardó en aparecer.

—¿Explicar qué, Lessa? —casi gimoteó— ¿La forma en que aun cuando te confesé...? —Unas lágrimas escurridizas quisieron huir de sus cuencas, pero con esfuerzo las contuvo—. ¿La forma en que aun cuando te confesé mi pasado tú no hiciste lo mismo? ¿L-la forma en que incluso me mentiste en la cara?

—¿M-me dejas explicarte cómo fue todo, por favor? —pidió Lessa luego de apartarse la mano.

Norian ladeó la boca con las cejas juntas en expresión dolida.

—¿Alguna vez me tomaste en serio?

—Te juro que solo fue un accidente.

Él resopló, apretando los labios para forzar la aparición de un rictus inconforme.

—¿S-sabes lo difícil que se me hizo contarte lo de Farren?

—Lo sé. —Cerró los ojos—. Pero si me dejaras...

—No.

Lessa abrió los ojos como aros al oír su tono curtido en brusquedad. Frente a ella, la cara de Norian era un retrato de emociones enmarañadas y caóticas. En sus ojos se veía todo y nada al mismo tiempo. Y como si quisiera confabularse a favor de ese aspecto turbio, la nieve cubrió un pedazo más grande de la ventana, cortando la llegada de luz y haciendo que el rostro del vellano se pintara con figuras negras que hicieron mucho más evidente el tono carmín en sus ojos.

Lessa lo oyó reír.

Con el alma enferma se rio.

—No sabes lo difícil que fue para mí decirte eso... eso que me atormentaba todas las noches. Y por una vez, Lessa, por una vez sentí que podía confiar en alguien, que podía encariñarme otra vez sin riesgo a que pasara algo malo. —La miró con los ojos anegados en lágrimas. Lessa acalló sus quejidos—. Sentí que podía... que podía permitirme encariñarme contigo porque eras de fiar. Te di mi corazón esperando que me dieras el tuyo, pero lo que me devolviste fue una mentira.

—¿Y tú...? —Lessa hizo una pausa para respirar profundo—. ¿Tú qué hubieras hecho, eh? —Las lágrimas eran menos copiosas, las manos se le habían hecho puños—. Si a último minuto hubieras descubierto que le hiciste daño a una persona que quieres, y que de saberlo te odiará, dime. —Lo miró—. ¿Tendrías el valor de decírselo o te lo guardarías?

—Me esforzaría por no lastimar más a esa persona. —El chico volvió a taparle la boca, más tembloroso que nunca. Segundos después, el último cuadro de luz de la ventana fue cubierto por la nieve y el rostro de Norian quedó colmado de oscuridad; el resplandor en su melena carmesí fue lo único que lo iluminó cuando dijo—: Algo que tú no hiciste.

Ahí la soltó; fue una separación lenta, casi como si ese fuera a ser su último contacto en la vida y quisieran grabarlo a fuego en su piel. Las lágrimas de Lessa impregnaron la mano de Norian. El calor de Norian vibró por la mandíbula de Lessa. Se miraron, y ni mil palabras hubiesen sido capaces de comunicar todos los gritos de sus corazones ansiosos, enfebrecidos por el rastro de una pasión vívida y hasta palpable que ahora dolía recordar.

Lessa, una vez liberada del agarre, lloró más rápido, como si con Norian se hubiese ido el tapón en sus lagrimales. Pero aun así no cayó, no se rindió. Plantó raíces en sus pies y se forzó a sostener la mirada de Norian en todo momento. Él, aunque hubiese alejado la mano, no la había terminado de retraer. La dejó en el aire, entre los dos, sin la voluntad necesaria para alejarse por completo.

Entonces Lessa aprovechó las circunstancias y atrapó la mano de Norian entre las suyas. Quería fundir sus dedos en un agarre firme, pero el vellano se tensó de pronto y ahí sí tuvo el valor de alejar la mano y hundirla en su bolsillo, muy profundo, como si fuera su corazón y quisiera ponerlo en un escondite incluso más recóndito que el de un principio. A través de una película difuminada por gotas salitres, Lessa lo vio sucumbir ante un temblor inesperado y una explosión de lágrimas frenéticas, auténtico preludio de los sollozos quebradizos e inconexos que formuló segundos después.

—N-Norian...

Lessa hizo un último intento de agarrarlo, sin conseguir mucho. El muchacho huyó de su agarre y, antes de que ella pudiese seguirlo, salió disparado hacia la salida del almacén.

Lessa escuchó la puerta abrirse, y cuando creyó que quedaría sola, las últimas palabras del guerrero, pronunciadas con rectitud casi forzada, resonaron por toda la habitación.

—No me sigas. Quiero estar solo, Astral.

Y salió dando un portazo.

La mente era un terreno, y los sentimientos en ella numerosas construcciones.

Podía parecer una estructura compleja y resistente ante cualquier adversidad, pero lo cierto era que hasta el más mínimo temblor podía derribarlo todo, alterar sentidos básicos y dejar a una persona encerrada en los escombros de lo que antes había sido su equilibrio mental.

Lessa estaba experimentándolo.

No se había movido desde la ida de Norian, ni siquiera un poco hacia adelante para ir tras él. El cuerpo se le había agarrotado y por eso era incapaz de enderezarse. Ahí estaba ella, hecha bolita contra la pared que antes había sido iluminada por el cabello de Norian, pero que sin él no era más que oscuridad.

En el exterior, los soplidos furiosos del viento hacían resonar los árboles y ventanas, como si de alguna forma el clima quisiera compadecer a los dos muchachos por medio de aquella tormenta de nieve. Su intensidad inmisericorde llegaba a niveles preocupantes, pero para Lessa todo pasaba a segundo plano cuando no tenía ni ganas de moverse. Solo estaba tiesa, atascada en el recuerdo de los ojos iracundos de Norian y sus últimas palabras.

«—Quiero estar solo, Astral».

Le había llamado por su apellido, algo que ni cuando se acababan de conocer había hecho.

Su llanto arreció.

Pero gran parte de esas lágrimas no eran por arrepentimiento. Más bien, eso era lo que menos sentía. Haberle confesado todo a Norian la había liberado de un peso brutal, uno que sin saberlo había estado oprimiéndola desde hace cinco años. Muchas veces había soñado con encontrarse al sobreviviente y pedirle disculpas, así ahora que lo había hecho realidad, se sentía bien, como si hubiese recibido una corona de autosuperación.

Lo que la hacía sentir mal era el odio en los ojos de Norian. Y era que, ¿por qué? ¿Por qué no podía escucharla? Lessa se sorprendió al saberse molesta, casi indignada, pero bien sabía que lo menos conveniente en un momento así era buscar a Norian para despotricarle en la cara. Además, tampoco tenía deseos de ejecutar semejante escarnio. Estaba bien; Norian necesitaba un tiempo para analizar la situación, calmarse, sanar un poco... y Lessa estaba de acuerdo. Quizá lo mejor fuese esperar un determinado periodo de tiempo antes de darle explicaciones. Después de todo, por mucho que le doliese aceptarlo, Norian se había ido como si quisiera alejarse de ella lo máximo posible, con ojos vueltos charcos de tristeza y la mente de seguro a rebosar de impulsos locos.

Impulsos locos...

Esa presunción de querer alejarse...

¿Norian se habría ido?

«No, no es posible» pensó, agitando la cabeza como quien le pide paz a un insecto que pulula. Pero la hipótesis retornó con más fuerza para darle un golpe contra el frío piso de la realidad. La imagen de Norian saliendo de la sala de conjuros se coloreó con tal nitidez en su mente que tuvo que llevarse las manos a la boca para retener un jadeo de angustia. Por Gneis misma, Lessa no consideraba a Norian capaz de perder ante un arrebato como ese, pero basándose en que estaba sensible...

«No. No. No».

De un momento a otro, todo el letargo de Lessa dio lugar a una sola cosa: preocupación. Ese fue el estímulo necesario para que los músculos le respondieran. Se levantó, y cual huracán furioso avanzó como pudo hacia la puerta para salir del almacén. Una vez fuera, tuvo que taparse la cara debido a la iluminación del pasillo, pero en unos segundos más ya estaba recorriendo todo el sitio para ir a la salida. El corazón le palpitaba en la garganta.

—¡Norian! —gritó al oír demasiado silencio, con un tono indiferente a las personas que de seguro dormían—. ¡Norian! ¡Norian! ¿Dónde estás? ¡Norian!

El pijama blanco ondeaba por su rapidez al caminar, pero se detuvo de golpe cuando Lessa llegó a la sala de conjuros y vio la salida. La puerta seguía cerrada, pero eso no significaba que Norian siguiese adentro. Muy bien podía haber cerrado la puerta al salir. ¿Alice no le ponía algún seguro por dentro?

Se precipitó hacia la puerta mientras una segunda sarta de llamados se construía en su interior, pero un sonido bajo, casi imperceptible, la detuvo en seco y volatilizó sus intentos de gritos. Venía de la izquierda, y si los oídos no le fallaban... era llanto. Norian estaba llorando ahí.

El pecho escociéndole la ahogó en un maremoto de dicotomía. Sí, era consciente de que el muchacho le había dicho que lo dejara solo, que no lo siguiera, pero Lessa se veía a sí misma incapaz de irse al almacén si no se aseguraba de que Norian al menos no iba a hacer nada loco. Estaba en un baño solo con la tristeza, ese sentimiento que degradaba a la gente a su versión más horrible. ¿Qué certeza tenía la argeneana de que el guerrero no iba a atentar contra sí mismo? Aunque también era posible que toda su paranoia no fuese más que una excusa de su mente para acercarse a él...

¿Estaba pensando con el cerebro o con el corazón?

«Concéntrate, Astral».

Se llevó una mano al pecho con los ojos cerrados, enfocada en sentir sus vibraciones ansiosas. Su corazón bullía de preocupación e intranquilidad, demasiado inquieto como para ser domado por la idea de irse a dormir. Si Norian estaba ahí, hundido en la miseria, ella mínimo podía fungir de compañera silenciosa por si pasaba algo.

A su cabeza llegaron recuerdos del ataque de pánico de Norian; de cómo se había ahogado por la falta de aire y el llanto, de cómo había buscado refugio en ella, de lo mucho que había necesitado un abrazo para no caerse al piso. Imaginar que todo eso estuviera pasando la hizo sentir más convencida de su misión.

Las emociones podían destruir personas, pero también construir momentos. Y los momentos vividos con Norian nunca los iba a olvidar.

Camino al baño, Lessa entendió que no era su corazón o su cerebro individualmente los que la hacían tomar esa decisión, sino los dos juntos.

Desde su ingreso al baño Norian no había hecho más que llorar. Pero no eran lágrimas de ira, sino de confusión. Las emociones que se mezclaban dentro de él estaban lejos de su entendimiento, y aunque tratase de interpretar el ritmo impetuoso de sus latidos, lo único que conseguía era agobiarse más.

Lessa era la asesina de Farren, la persona que más odiaba en el mundo, pero también una de las que más quería.

¡Maldito dilema!

Era culpa de ella: aun sabiéndolo desde el principio, no se lo había dicho para protegerse, aprovechándose también de la vulnerabilidad de Norian para ganarse su cariño y llegar a las circunstancias en las que estaban. Sí. Lo había hecho a propósito para hacerlo sufrir, porque todos los argeneanos eran fríos, crueles, horribles, egoístas y... y...

Ya no podía más.

Era inútil.

Por mucho que se esforzara en meter esas características en Lessa, su cerebro se negaba a obedecer, pues la imagen que tenía de la chica distaba mucho de la generalización errónea que había tenido de los argeneanos. Simplemente no podía achacarle todos esos defectos cuando él mismo había comprobado con sus ojos que ella no era así, y que incluso estaba arrepentida. Pero eso era algo que en vez de resolver las cosas, las empeoraba. Hacía que se molestase consigo mismo por no poder odiar a Lessa.

De verdad quería decir que estaba dispuesto a alejarse de ella, que quería desquitarse de todas las formas posibles y que seguirla viendo estaba lejos de sus planes. Pero de decir eso, estaría mintiendo. Cada vez que trataba de invocar odio o rabia, los recuerdos bonitos con Lessa hacían de barrera protectora y lo incapacitaban para sentir algo más allá de melancolía.

«Pero no seas estúpido» se obligó a pensar, agarrando fuerte la tela de sus pantalones. Le ayudaba a mantenerse estable. «Ella lo planeó todo desde el principio, para protegerse y huir de lo que hizo. Es un monstruo, ódiala».

Pero...

«—N-Norian, Norian, por favor, c-cálmate».

Esa dulzura...

«—Estoy aquí».

Esa entrega...

«—Y ese de ahí no es un simple fogoso. Se llama Norian Archer y es mi amigo también».

La sinceridad en cada palabra...

Todo aquello lo ponía cara a cara con la verdad que trataba de esconder: Lessa era una de las personas más puras en su vida; dulce, tierna, amorosa. El ritmo de su llanto arreció con cada adjetivo lindo que se le vino a la mente, haciéndolo sentir miserable por cómo la había tratado en el almacén. Ella no se merecía un trato así ni de cerca, pero en ese entonces, el sentimiento de traición había invocado su armadura de orgullo y por eso había reaccionado de esa forma. En el fondo se sentía muy estúpido por haber odiado a un fantasma durante cinco años de su vida.

Sí, un fantasma, porque para su imaginación, el asesino de Farren era una persona fría sin escrúpulos, esperpento del más bajo mundo. Pero Lessa no era así, ni un poco. Norian había pasado media década derrochando odio en un ser que solo existía en su mente deseosa de venganza, una venganza que ya no era más que un rescoldo extinto por el arrepentimiento y el enojo contra sí mismo.

Una parte de él le había gritado a Lessa para explotar ese odio acumulado, pues para eso lo había concebido, para desquitarse; y lo había obligado a actuar hosco con tal de descubrir si de esa forma dejaba de sentirse tan mal. Pero recibió todo lo contrario a una recompensa. Se sentía horrible.

Pero quitando el odio forzado y la culpa, en el fondo resentía también los ecos de otro sentimiento: la decepción. ¿Por qué Lessa no se lo había dicho? ¿Por qué había aparentado que todo estaba perfecto?

Esa palabra...

Perfecto.

«—No soy perfecta como tú crees...»

«Entonces cometí un error por el que hoy en día sigo sufriendo, y me prometí no volver a ser esa persona que lastima a otros».

«No puede ser».

Esa noche, sin mencionarlo, Lessa se había referido al asesinato de Farren. Por eso había llorado de esa forma. Aquello hizo a Norian más consciente de que se arrepentía, y que de seguro, en algún lugar, la pobre argeneana estaba sufriendo igual que él.

Sufriendo por él.

Cansando, se secó la humedad de la cara para recostarse contra la puerta, aún en el piso. Luego cerró los ojos, buscando concentrarse en otra cosa que no fuera la humedad que empañaba su visón. Simplemente quería dejar de sentir, congelarse en un letargo eterno que le entumeciera todos los sentidos, así no iba a volver a experimentar algo tan doloroso como eso.

«Estúpida vida, estúpido Terrance, estúpido Hent, estúpido corazón, estúpido... estúpido Norian».

—Estúpido Norian —repitió, golpeándose la frente, y lo hubiese vuelto a decir de no ser porque sintió que alguien se recostaba del otro lado de la puerta.

Supo quién era al oírla suspirar, sobre todo porque a través de la rendija de la puerta podía verse su vestido blanco. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Tenía intenciones de hablar o simplemente se quedaría callada? Norian dejó pasar los minutos a la espera de alguna frase o al menos un segundo suspiro, pero para su desgracia, nada se oyó.

La puerta parecía no ser la única barrera entre ambos esa noche.

Norian apretó los labios con la clara intención de hablar, mas el intento fue frustrado por sus propios nervios. Se cruzó de brazos mientras cerraba los ojos con fuerza, de pronto convencido de que todo era una pesadilla y que con algo de esfuerzo podría despertarse. La realidad, sin embargo, no era esa, y una vez abrió los ojos, fue abrazado por la crudeza de sus circunstancias.

Había odiado toda su vida al asesino de Farren, que resultaba ser Lessa, la persona que amaba. Sin embargo, habían reñido y ahora estaban espalda con espalda con una puerta de por medio.

Siempre, siempre separados por algo. Si no eran los nervios, era la ira; si no era la ira, eran las circunstancias; si no eran las circunstancias, eran ellos mismos con sus saboteos mentales. Sus emociones eran tan efímeras que parecían tener corazones de humo.

Y Norian quería hacerlos arder de una vez por todas. Que del humo renaciera fuego y pudieran enzarzarse en toda esa pasión acumulada que hacía de sus latidos una coreografía trepidante.

Se aclaró la garganta para hablar.

—L-Lessa.

Ella no respondió.

—Lessa...

Nuevamente, silencio.

—L-Le...

—¿Sí? —Su voz fue frágil, un susurro quebradizo.

—Lo siento... por haberte hablado tan mal.

Ella no dijo nada.

—C-casi todo lo que te dije allá no lo sentía en serio. —Norian se sorbió la nariz, con la mirada perdida—. Es decir... sí m-me duele que no me lo hayas dicho antes, pero...

—M-me intimidé.

Norian se detuvo al oírla, como dándole a entender que quería escucharla.

—Sé q-que debí decírtelo en el momento, pero en serio, en serio no quería perderte. —Se recostó en la puerta por completo. Pasó un segundo casi eterno antes de que continuara—: Pero cuando Hent y Terrance te lo fueron a revelar, sentí que tenía que hacerlo yo, que sería peor si te enterabas por ellos.

—Y aquí estamos —musitó él.

—Y aquí estamos —secundó ella.

Silencio.

Norian golpeó la puerta con la espalda, mirando arriba. El tamborileo de sus dedos y la enorme bocanada de aire que tomó fueron preámbulo de lo que dijo después.

—¿C-cómo fue?

Su voz salió amortiguada, cansina, como la de un soldado que acepta la derrota al ver que su enemigo es invencible.

La pregunta no había sido específica, pero a Lessa no le costó saber a qué se estaba refiriendo. Sin embargo, no dijo nada. Se limitó a cultivar un silencio ensordecedor que vició el aire de pesadez. Al otro lado de la puerta, Norian replicó su actuar. No quería forzar la conversación. Era como navegar por un río y estar entrando en los rápidos. Si se precipitaba, podía caer y ahogarse.

Cerró los ojos, y sus labios se tomaron la libertad de dejar ir un suspiro leve. El pecho se le desinfló por la pérdida de aire, aligerando la carga interior. Segundos después, ya un poco más calmado, pudo escuchar a Lessa.

—Sí fue un accidente... —empezó la argeneana, cerrando los ojos igual que él—. S-salí con mi espada porque estaba molesta y... y yo no sabía que me iba a encontrar con ustedes, lo juro.

Norian hizo un ruidito de afirmación. No quería pelear, tampoco ser un porfiado. Aquel momento de adrenalina en el almacén había dejado tras de sí una extenuación muy difícil de sobrellevar, para los dos.

Al saberse aprobada, Lessa siguió, comedida.

—Luego pasó el tiempo y me encontré contigo... N-no sabía que habías sido tú el sobreviviente hasta que me lo contaste. Me sentí horrible. No sabes cuánto me afectó. —Tragó saliva—. Pero sé que para ti debió ser más duro porque...

—Era mi novia.

—Sí...

Si hubiesen estado cara a cara, se habrían dado cuenta de que estaban haciendo los mismos gestos: mohín de amargura, ceño fruncido, ojos caídos, dedos temblorosos. Eran casi un espejo de las reacciones del contrario, y aunque Lessa hubiese preferido permanecer así y no perturbar el ambiente, su boca actuó sin permiso y lanzó una frase con la que quiso zanjar el tema.

—Supongo que eres libre de odiarme si quieres.

Norian se espabiló, pestañeando.

—¿Qué?

—Sé que lo he hice estuvo mal y que ni mil disculpas te la regresarán, a-así que...

—Lessa, por Gneis.

Ella se detuvo en seco, nerviosa. Norian volvió a hablar casi de inmediato.

—¿Cómo puedes decir eso? Yo... —Una tanda de hipidos lo obligó a detenerse. Las lágrimas ya no salían, pero el nudo en la garganta aún era difícil de deshacer—. Yo no te odio, Lessa, ni tampoco lo haré. T-te... te quiero muchísimo. —Cerró los ojos—. Lo que pasa es que estoy frustrado, confundido, y-y si te grité en el almacén fue por eso. Lo siento. —Rio con amargura, al tiempo en que jugaba con un hilito de su pantalón—. ¿S-sabes? Odié al asesino de Farren por tanto tiempo que al saber que eras tú... estallé. Estallé porque necesitaba liberar eso que había guardado por tantos años. Pero no mereces eso, no eres ni remotamente como me imaginé al asesino. Lessa, eres...

Norian sonrió entre sus lágrimas, y floreció en él un impulso incontenible.

—Lessa, eres increíble. No sabes cuánto. Para mí no eres una asesina, para mí eres una persona dulce, amable, valiente, tierna, l-la persona...

Norian cerró los ojos para concentrarse. «Tú puedes».

—La persona que me enamoró.

Ella jadeó en su sitio.

—Quería decírtelo luego del baile, en el balcón de Sterea. Larry me dijo que era un lugar bonito. Pero... ya lo hice. —Un ligero temblor lo hizo flaquear—. Y estoy seguro de que no sabes cuántas ganas tengo de darte ese beso que te debo, d-de abrazarte y olvidarme de todo, de...

—N-Norian.

—... de amarte, Lessa —sollozó—. No sabes cuántas ganas tengo de amarte. Pero me siento muy mal, y necesito algo de tiempo para procesar las cosas. Solo quiero que...

La puerta abriéndose interrumpió sus palabras, y como no quería caerse para atrás, se apresuró a apoyarse sobre las manos. Aunque de todas formas no se hubiese caído, pues una vez dentro, lo primero que hizo la argeneana fue abrazarlo por detrás con tanta fuerza que Norian sintió que se haría pedacitos. Ella estaba llorando, podía sentirlo gracias a la humedad que le dejaba en el hombro, y eso, sumado al calor de su agarre, fue todo lo que necesitó para que las lágrimas pugnaran por salir. Y las dejó: fluyeron como dos ríos caudalosos por sus mejillas rojas, pero no causándole más dolor, sino todo lo contrario. Gota a gota el dolor se le destiñó de la piel para dejar al descubierto a un Norian un poco más estable, un Norian que en cuanto tuvo fuerza, encajó a la joven entre sus brazos y alzó la cabeza para mirarla.

Sus ojos, en pleno desborde, volvieron a conectarse.

—Lo siento.

—Lo siento.

La calma de una presa, el arrepentimiento de un depredador.

No.

Realmente nunca había habido un depredador. Solo eran dos presas en un mundo de monstruos y engaños.

Lessa contorneó los ojos del chico con el pulgar para secarle las lágrimas, tímida y cautelosa. Para que se sintiera más confiada, acercándole la cabeza Norian le indicó que estaba a gusto con el gesto. Así ella tuvo total permiso para colmarle el rostro de caricias suaves y apartarle el cabello hebra por hebra, pues su melena flamígera se le había amazacotado por las lágrimas. Él hizo lo mismo con ella, admirando en secreto regocijo cuando la joven se le acurrucaba en la mejilla cual gatito mimoso.

Lessa hizo una maniobra con las piernas y con ellas rodeó el torso del guerrero, que la recibió hundiéndola en su hombro para acariciarle la espalda. Y así estuvieron abrazados hasta ver que el fantasma de la tristeza abandonaba los ojos del otro, hasta que de las lágrimas solo quedaron indicios de humedad. Una vez así, unieron sus frentes con un gesto simultáneo y quedaron absortos en una pequeña burbuja en donde solo se oían sus respiraciones.

—Tú también —dijo Lessa de pronto, haciendo temblar sus dedos sobre los de él.

—¿Y-yo también qué?

Lessa le sujetó la barbilla. El toque pareció traspasar la piel de Norian y penetrar en su alma.

—Tú también me enamoraste.

Norian dio un respingo, enervado a tal punto que varias ondas flamígeras se encendieron en su cabellera. Por lo general se avergonzaba de que su cuerpo fuera tan transparente, pero en ese momento, una risa enternecida de Lessa atenuó la incomodidad. Entonces le sostuvo la mirada.

—Yo también quería guardar eso para después, pero como tú lo dijiste...

Él asintió. Un «está bien» brillaba en sus ojos.

Se quedaron en silencio, sin darle tregua al contacto visual. Bullía en ambos el deseo incontrolable de perderse en los ojos del otro, de entrar más allá de lo que podían ver y hundirse en sus más profundos recovecos. Y pese a que ninguno dijera algo, los dos eran más que conscientes del sentimiento. El silencio arrullaba, las palabras sobraban. Se removieron contra el otro hasta de verdad sentir que la distancia era un concepto que no los podía alcanzar.

La mano de Norian culebreó por el costado de Lessa, arrancándole espasmos propios de las cosquillas. Ella buscó venganza, pero no pudo hacerlo cuando el pelirrojo le atrapó la muñeca con la que pretendía devolverle el ataque, exactamente la muñeca en donde estaba la marca de corazón. La intención del guerrero era besar aquella zona, pero apenas pudo verla antes de tener que girarse a otro lado y luchar contra los nervios.

Soltó la mano, y acto seguido se dio de frente con la mirada de Lessa.

—L-lo siento —balbuceó él, avergonzado—. Aún necesito tiempo para aceptar eso, no... no es que te desprecie a ti ni nada. E-es, es solo el mal recuerdo. Un mal momento. P-pero...

—No te disculpes. —Lessa le besó la frente, tapándose la marca con la pulsera otra vez—. Está bien. Vamos a tu ritmo.

—Pero no hagas eso. —Norian le apartó la pulsera antes de mirarla fijamente—. Q-quiero aceptarlo, quiero verlo. Y te prometo —dijo y acercó la boca al cuello de Lessa, que sonrió al sentir que tenía los labios curvados hacia arriba— que una vez supere esto, voy a besar cada parte de ti. Incluida esta. —Le apretó la muñeca—. Y muy pronto esta también. —Le tocó los labios.

Lessa sintió un incendio en sus mejillas. Ambos, de hecho, solo que en el caso de Norian sí fue literal. El calor en su cara se fue directo a atizar el meneo fogoso de su melena, de un carmín casi tan escandaloso como el de sus mejillas. Tal vez la frase había sido un poco osada, pero a Lessa le había gustado. Lo supo cuando la vio sonreír y clavarle esas dos porciones de cielo despejado que tenía por ojos.

Suspiraron, ligeros de cuerpo y espíritu.

—Oye, Norian...

—¿Mm?

—Te quiero mucho.

El pecho del vellano ardió de ternura.

—Yo también te quiero mucho.

Lessa se hundió en el hombro del muchacho y él la recibió gustoso. Pero poco después, ella se tensó. Aquello fue suficiente para que el muchacho se alertara. La abrazó más fuerte antes de preguntar:

—¿Qué tienes?

—A-aún quiero hablar de algo contigo...

Norian se tensó.

—Pero no es nada malo. —Lessa le sostuvo las mejillas antes de contornearle la nariz con la suya. Él se relajó ante el mimo, aunque todavía ansioso—. Lo que pasa es que he estado pensando en algo.

—¿"Algo"?

Lessa reculó sobre el regazo del chico antes de hablar.

—Creo que Terrance y Hent iban a usar ese secreto para hacernos pelear, para ponernos el uno contra el otro. Porque aun cuando nos tuvieron a su merced, ninguno buscó matarnos, solo cuando Terrance se descontroló. Pero el mismo Hent le dijo que eso no estaba en el plan.

—Entonces...

—Creo que su plan es hacernos pelear para que nos matemos nosotros mismos. Porque, si tanto alteramos el orden, ¿por qué no nos matan ellos de una vez? Es como si una barrera se los impidiese, una especie de... no lo sé...

—¿Regla?

Lessa lo miró con las cejas bien arriba.

—Nos llamaron elegidos de Gneis —explicó el pelirrojo—. ¿Y si Gneis nos protege? Quizá el trato de protección que hizo cuando acabó la guerra tiene que ver. «La unión que ustedes negaron se repetirá, pero mucho más fuerte» eso fue lo que dijo, y, bueno, e-esos somos nosotros... evidentemente. —Se relamió los labios con nerviosismo—. Pero una unión así alteraría el preciado orden de Hent y Terrance, ese odio que tanto quieren mantener, por la supremacía y...

—E-eso fue lo que dijo la familia real de cada reino.

—Sí...

—Norian, ya sé lo que quieren hacer. —Lessa se llevó las manos a la boca. Los ojos se le habían abierto de par en par—. Supremacía, odio, división. Es la receta perfecta para una guerra.

El muchacho tembló en su sitio.

—Según la leyenda, Gneis dijo que nos daría protección de ataques exteriores a cambio de que hubiese paz entre los dos reinos. Pero por lo que oímos en las grabaciones, dijo más cosas, que se repetirían uniones, de... de catástrofes. Y como tú dices, somos los elegidos de Gneis. —Chasqueó los dedos—. Nos puso una protección como garantía de algo, una regla que Hent y Terrance no se atreven a romper. Por eso quieren que nos matemos entre sí, para salir de nosotros y...

—¿Hacer lo que ellos quieran?

—Exacto. Es posible que nosotros seamos una prueba de algo. Imagina, imagina. ¿Cuál hubiese sido la reacción de los guerreros al oír una petición de paz en medio de una batalla? No se la iban a tomar en serio, entonces Gneis declaró que la unión negada, que ya sabemos debió haber sido la de Vann y Meredith, se repetiría, y mucho más fuerte. A lo mejor, ahí —dijo e hizo una pausa para respirar— les dijo a Hent y a Terrance que si sus elegidos... nosotros, a-acababan juntos, serían prueba de que los reinos podían coexistir en calma. Pero que si de lo contrario, nos terminábamos...

—Destruyendo...

—Sería la prueba de que la paz es imposible.

—Entonces eso es lo que quieren lograr —atinó a decir Norian—. Si lo que dices es cierto, Hent y Terrance buscan que nos matemos entre nosotros para probar que el odio es más fuerte. Así, supongo que Gneis tendrá que aceptarlo y mantener el campo de fuerza sin importar el caos, porque habrá visto que su petición de paz es imposible.

—Y Vellania y Argenea entrarán en combate de nuevo, uno impulsado por el odio que ellos mismos han estado acumulando en la población.

—Por eso tanta obsesión con que fuéramos los ratones. ¿Eh, Terrance? —La mirada de Norian se perdió en la infinidad de sus recuerdos—. No querías cambiar a una posición que nos hiciera ganar respeto, no si así disminuía el odio...

—Lo deben estar planeado con la familia real desde el final de la primera guerra. De seguro están frustrados y quieren que finalmente haya un ganador. —Lessa tenía un dedo en la boca, pensativa—. Pero todo puede cambiar esta noche, porque tenemos ventaja.

—Sé lo que hiciste...

—Y no quieres matarme... ¿verdad?

—No lo sé.

—Norian.

—Estoy jugando. —Sonrió entre tímido y cansado—. No voy a matarte, Lessa.

Ella sonrió.

—Bien, si mi teoría no falla, cuando nos encuentren en el baile, nos harán luchar de nuevo. Pero como ya sabemos eso, podremos engañarlos. —Sus ojos estaban fijos en la pared de enfrente, pero daban la ilusión de estar absortos en algo más allá de eso. Lessa Astral era un albergue de pensamientos analíticos, estratega de corazón—. Es importante deshacernos de ellos antes de reproducir los cristales. Los soldados del CEMA casi no hacen nada sin órdenes, así que con Hent y Terrance fuera del juego, la tendremos fácil para revelar los secretos.

—Lo difícil es quitarlos del camino.

—Sí, pero tengo un plan. Es obvio que van a estar buscándonos en el baile, pero no nos van a descubrir gracias a que, número uno, Zeth organizó todo para que la temática fuera baile de máscaras; y número dos, tenemos bloqueos de aura. Aunque Hent tenga a todos los soldados del CEMA en nuestra búsqueda, tardarían horas en encontrarnos. Exponernos con lo de los cristales sería su oportunidad de captura.

—Y como son muchos, puede que nos intercepten y destruyan la evidencia...

—Por eso hay que deshacernos de los entrenadores primero. Ese es el plan. Y para eso nos mantendremos ocultos entre la multitud, y cuando creamos que es buen momento, nos alejaremos de la gente para que nos capturen. Ahí ellos revelarán el secreto para hacernos pelear.

—Una pelea que fingiremos.

—Exactamente. —Lessa asintió—. Les haremos creer que todo va según sus planes, y cuando menos se lo esperen...

—Los atacamos a ellos.

—Así es.

—Y ya así podremos decirle a todos quiénes son.

—Y destruiremos el mundo de mentiras.

—Y destruiremos el mundo de mentiras —concordó el muchacho.

Largaron suspiros al mismo tiempo.

—Solo falta conseguir más ropa —continuó Lessa—. Ya sabes, trajes y máscaras. Y aún tenemos que ver cómo...

Norian le tapó la boca con la mano en un gesto suave, y sobre ella dejó un beso longevo y melifluo. Lessa lo miró, más que enternecida, extrañada.

—Estoy cansado —explicó Norian—. ¿Qué tal si..., mm, vamos a dormir ya?

Lessa frunció la boca, acomodando sus pensamientos. Sonrió al cabo de unos instantes.

—¿Hiciste esa pausa para no decir "acostarnos"?

—Tal vez —fue lo único que dijo, sonriente—. Así que, ¿qué dices? Mañana, un poco más descansados, podemos...

Lessa le tapó la boca con la mano y dejó un beso allí, igual que él.

—Está bien, está bien. Yo también estoy cansada. —Bostezó—. Acostémonos.

—Y yo soy el pervertido...

—Me refería a que... bueno. —Bajó un poco la cabeza, sonrojada—. ¿Podemos dormir juntos? Pero literalmente solo dormir, ya sabes...

Norian rio.

—Creo que es lo más atrevido que me has propuesto.

—¿Eso es un sí?

—Tal vez.

—Duermo sola entonces.

—No, no, está bien.

—¡Duermo sola!

—¡Pero ya dije que sí!

—A ver, repite.

—Sí quiero.

Lessa sonrió, juguetona.

—¿Sí quieres qué, chico fuego?

Norian entornó los ojos.

—Sí quiero dormir contigo, señorita argeneana.

Ella asintió, terminando de levantarse para que él hiciera lo mismo. Las piernas les molestaban un poco por todo el tiempo sentados, así que tuvieron que estirarse un poco antes de en serio salir. Una vez fuera, se rodearon la espalda y de esa forma caminaron en silencio hasta adentrarse en la oscuridad del almacén.

Esa madrugada aprendieron que, víctimas de un mundo de monstruos y engaños, las personas rotas se reparaban entre sí.

Aaaaaaahh, épico, ¿no? ¡Quiero leer sus impresiones! ¿Se imaginaban que Lessa ya le hubiese dicho el secreto a Norian?

Por aquí dejo unas canciones que combinan...

https://youtu.be/xdrgTAt6Qxs

https://youtu.be/3esCjRW2eqI



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