Capítulo XIX: Locura de medianoche
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Caos.
Ese era el mejor adjetivo con el que se podía describir la cabina de vigilancia. Fisuras que se extendían como telarañas protagonizaban las paredes, llamaradas intensas bailaban sin censar entre los escombros, y en el medio, aún con la ira dominándoles todos y cada uno de los impulsos, Hent y Terrance se enfrentaban como los rivales eternos que siempre habían sido.
A diferencia de Lessa y Norian, ellos solo estaban unidos por órdenes de sus superiores, no por deseo propio, y el odio anidado en ellos finalmente había encontrado forma de emerger a la superficie. Ahora, entre el escenario catastrófico que ellos mismos habían creado, no eran más que dos títeres corroídos por el rencor de acciones pasadas.
El rencor de sus propias almas incompatibles.
La ira brillaba en sus ojos como una flama encendida a mitad de un cuarto oscuro, y sus cuerpos, fieles portadores de cicatrices y heridas producidas por la guerra, continuaban su infinita sucesión de ataques como si fueran indolentes al dolor o la situación en la que se encontraban. La guerra existía en ellos, por la guerra eran de esa forma y por la guerra morirían.
Eso, claro, si no conseguían detener a los elegidos.
«Los elegidos» pensó Hent, justo cuando un estruendo se hizo escuchar desde el balcón. Había sido tan fuerte que tuvo que agitar la cabeza y despojarse de la adrenalina para distinguir qué era. Sin embargo, ver a su rival dirigirle un movimiento rápido con la espada fue suficiente para regresarlo a su anterior estado de alerta.
Aunque aún interesado en darle una lección a su compañero, Hent se limitó a esquivar el ataque mientras Terrance, que había esperado recibir una acción ofensiva en vez de una evasiva, salía disparado hacia el frente por la fuerza de su propio ataque.
—¡¿Cuál es tu problema?! —vociferó el vellano, que acababa de frenarse para voltear a ver a Hent—. ¿Te acobardaste tan pronto? ¿O es que sabes que te voy a gan...?
A mitad de su perorata de insultos, Terrance decidió detenerse, pues no era divertido provocar a alguien que no reaccionaba. Aprovechó que su rival no se movía para dirigirle un segundo ataque. Pero para su sorpresa, un grito colérico de Hent junto a un ademán rápido de manos lo mandó a volar contra la pared trasera.
¿Por qué Hent ya no quería pelear? ¿Qué cosa tan mala podía estar presenciando para ponerse así?
Ya un poco más calmado, y con la ira reemplazada por curiosidad, Terrance se levantó como pudo para ponerse a un lado de Hent. Con cada uno de sus pasos, las llamas de fuego que había encendido se desvanecían como luceros desfallecientes, así que fue cuestión de tiempo para que quedaran casi en completa oscuridad. El sistema de iluminación se había dañado durante la pelea gracias a la sobrecarga de energía.
Cuando por fin estuvo junto a Hent, Terrance hizo ademán de preguntarle por qué había frenado la pelea. Pero cuando su ojo fue testigo de lo que tenía enfrente, sus dudas se disiparon casi a la misma velocidad del viento embravecido. Ahora comprendía el porqué de la ansiedad del argeneano.
Varios pasos delante de ellos estaba la entrada al balcón, que a diferencia de hace unos minutos, carecía de superficie que pisar. La vieja plataforma había cedido por la intensidad de los ataques, y ahora los escombros, junto con el equipo de los elegidos y algunos soldados del CEMA, se precipitaban hacia el suelo como proyectiles en una caída de la que evidentemente no podrían sobrevivir.
—Mierda... —pronunció el vellano, encogiéndose de hombros mientras apartaba la vista. No era el mejor momento para seguir con la actitud de antes.
Pero Hent no respondió. Lo único que hizo fue precipitarse hacia el borde a observar la caída. Pese a la densidad de la bruma, se podían ver los cuerpos de los futuros difuntos transformados en puntitos cada vez más lejanos y pequeños.
—Atrápenlos con su látigo antes de que caigan —ordenó Hent hacia los soldados del CEMA que quedaban—, ¡ahora!
Pronunciada esa orden, el argeneano miró a Terrance con intensidad, quien asintió con la cabeza para decirle que entendía el riesgo al que se estaban enfrentando. De no cumplir las especificaciones de muerte del segundo camino con los elegidos, todos iban a perecer. Gneis había sido muy clara con sus normas, y si era capaz de proteger a dos reinos con un campo de fuerza indestructible, no dudaba que tuviese el poder de destruirlos cuando quisiera.
Y se estaban quedando sin tiempo.
«Todo es tu culpa» pensó Hent mirando a Terrance, que en ese momento se limitaba a morderse las uñas con el ojo fijo en otra parte. Su actitud despreocupada se le hacía chocante en extremo. Pero aunque en la mente de Hent Terrance fuera el único culpable, los dos debían hacerse cargo de lo sucedido.
Fue ahí cuando se dio cuenta de algo importante.
—Soldados. —Hent miró a los guerreros—. ¿Por qué no acatan la orden? ¡Les pedí que capturaran a...!
—Orden imposible de ejecutar, señor.
—¡¿Por qué?!
—El aura de los elegidos desapareció.
—¿Qué su aura qué?
—Hent, deberías ver esto. —Terrance le dio una palmada en el hombro para llamar su atención.
En otras circunstancias el argeneano le hubiese pedido que dejara de molestar, pero como el rostro del vellano no exhibía ni un poco de burla, decidió hacerle caso.
Entonces lo vio. Las nubes grises se arremolinaban con el salvajismo de siempre, con la diferencia de que ahora habían sido invadidas por una coloración anaranjada y chispeante. Aquella tonalidad intrusa formaba un óvalo de contornos difusos varios metros bajo sus pies, y pasados unos segundos, se cerró poco a poco hasta que el único rastro de su presencia fue el toque naranja de las nubes.
El fenómeno había sido rápido, pero Hent supo perfectamente qué era. Un portal de transporte.
—No es el aura de Hathaway, si eso es lo que estás pensando. —Terrance interrumpió los pensamientos de Hent—. Es un aura diferente, más... intensa y poderosa. Arde de solo percibirla.
—Tienes razón. —Hent extendió la mano hacia el frente, y en segundos, una de las chispas eléctricas aterrizó en sus dedos. Cerró la mano y al abrirla la chispa estaba encapsulada dentro de una estructura circular y transparente—. Es el aura de otra persona, otro hechicero los ayudó. —Miró a los soldados del CEMA—. Tienen una nueva orden, ¡analicen esta muestra de aura y den con el dueño! Quien quiera que sea, sabe dónde están los elegidos.
Los aludidos aceptaron.
—Eso solo va para ustedes. —Hent señaló a dos de los cinco guerreros que habían evitado la caída—. Los demás inicien inspecciones de aura en cada rincón de Argenea. ¡No se detengan hasta tener pistas del paradero de los elegidos!
Como siempre, los guerreros del CEMA asintieron cual autómatas justo antes de pegar la vuelta y dirigirse a la salida, ávidos por cumplir el pedido de su superior. Era lo único para lo que existían, lo único que los hacía importantes. A decir verdad, exceptuando su asombrosa obediencia, eran seres inútiles.
—¿No te dan miedo? —inquirió Terrance, mordiéndose las uñas en un desesperado intento por no hablar de lo que acababa de ocurrir. Odiaba salirse de control, y esperaba que aquel evento quedase atrás. Mientras tanto prefería enfocarse en el plan a cumplir y el dolor palpitante en su cuenca izquierda, la del ojo que acababa de perder. Aún podía sentir el líquido pegajoso deslizarse fuera del orificio.
—En vez de preguntar esas cosas deberías aprender a controlarte. —Una vez solos, Hent señaló a Terrance con un dedo incriminatorio, enojado—. Porque, si no te has dado cuenta, fue por ti que perdimos a los elegidos.
—Los recuperaremos.
—¡Y lo dices tan tranquilo!
—Lo hemos logrado ya varias ve...
—¡Y se están volviendo cada vez más listos, maldito fogoso! —bramó. Pese al insulto, Terrance no quiso replicar. Se lo merecía—. Así que de ahora en adelante vas a obedecerme al pie de la letra.
—Eso lo veremos. —El castaño soltó una risita, cerrando el ojo.
—Sí, sí, ríete ahora. —Hent lo empujó entretanto caminaba hacia él—. Pero cuando hagamos que el segundo camino se cumpla gracias a mí no te seguirás riendo.
—Cuidado con donde pisas.
—¿Por...?
Antes de poder terminar, los pies de Hent se enredaron con un objeto desconocido y trastabilló. Fue un accidente penoso que lo hizo gruñir entre dientes, pero su compañero se limitó a reír mientras lo observaba. Era increíble que siempre estuviese serio y que la única razón de sus risas fueran los accidentes de Hent.
—Pudiste haberme avisado antes de que me tropezara.
—No los hubieses visto.
—¿Ver qué?
—Las cosas con las que tropezaste. —Terrance se agachó en el piso para revisar los objetos—. Son bolsos, y están repletos del aura de los elegidos.
La palabra «elegidos» encendió todo el interés del entrenador argeneano. No tardó mucho en acuclillarse en el piso para revisar los bolsos. Terrance tenía razón, el aura de los elegidos brotaba de ellos de tal forma que era fácil asumir que les pertenecían. Lo que no terminaba de quedarle claro era por qué habían llevado esas cosas para allá.
Parecían provisiones y ropa.
—No entiendo —pronunció Hent, rebuscando en los sacos como si quisiera hallar alguna pista. Eran cinco en total, pero él tenía solo cuatro. El otro estaba en manos de Terrance—. Es como si hubiesen planeado pasar un tiempo aquí, ¿por qué no simplemente se fueron? Habría sido más inteligente.
—No para alguien que quiere asistir al baile.
—¿Asistir al baile?
—Exactamente. —Terrance señaló el interior del bolso que estaba revisando, y además de una máscara, Hent también pudo ver una tela brillante que parecía ser de un vestido—. Si consiguieron ropa así, lo más probable es que quieran ir al baile.
—¿Por qué harían eso?
—Creo que están planeando algo. —Terrance se llevó la mano a la barbilla, meditabundo—. Y aunque no lo hicieran, aún debemos estar atentos a que algo peor pase. Ese baile puede ser el momento.
—¿Qué?
—Ya sabes, el empate en el torneo anual, los terremotos, todo forma parte de la profecía de Gneis. Es obvio que el plazo se nos está venciendo, ¿qué pasa si ese baile es el momento en el que quieren...?
—¡Ni lo digas! —La voz de Hent resonó ente la penumbra—. No, eso no va a pasar. Por los momentos sabemos que no se van a ir de Argenea hasta después del baile. Desde hoy colocaré soldados en la frontera, y si no atrapamos a los elegidos esta noche, también pondré soldados en la entrada del castillo, en el baile. Antes de que puedan pasar tiempo juntos, los atraparemos. Antes de que...
—... se juren amor eterno —completó Terrance con pesar.
Habían caído.
Lessa sintió todo, desde la furia del viento pegando contra su piel hasta los gritos de todos sus compañeros en busca de ayuda. Pero era inútil. Nadie iba a escucharlos, y si alguien los salvaba, lo más probable era que fuese del equipo de Hent. Por eso debían resignarse a aceptar que morirían vueltos papilla contra el suelo nevado de Argenea.
Esos habían sido los pensamientos de Lessa hace unos minutos, porque ahora estaban rodeados por una niebla naranja que, además de llenarles todo el campo visual de ese color vivaracho y cegador, también los mantenía suspendidos en el aire dando vueltas como hojas movidas por el viento.
Pero haber parado de precipitarse contra el suelo no calmaba a Lessa. ¿Quién los había frenado? Larry no podía ser porque esa no era su aura. ¿Habría sido un trabajador de Hent? ¿qué iban a hacerles?
Desesperada, zangoloteó tanto como pudo para salir de la bruma impenetrable, pero ni con todas las fuerzas que le quedaban pudo moverse por voluntad propia. El único movimiento que hacía era un meneo constante en círculos, involuntario y agobiante, que si bien durante los primeros segundos le había parecido una ridiculez inofensiva, ahora le daba náuseas.
Y las heridas en su piel no ayudaban en lo absoluto...
Dolían tanto que no tardó mucho en detener sus intentos por liberarse y permanecer estática. La sangre deslizándose fuera de sus raspones y el palpitar de sus morados le hacían saber que si no se quedaba quieta iba a desmayarse en cualquier momento. Lo borroso en su campo visual y los gritos de su corazón, codificados en bombeos absurdamente poderosos, lo declaraban sin tapujo. Su cuerpo no daba para más.
Fue por eso que ni siquiera trató de agarrarse de algo cuando empezaron a caer de nuevo. De todas formas no había nada útil, y aun así lo hubiera, sería imposible de distinguir entre la coloración naranja imperante. Lessa se dejó devorar por el miedo mientras oía los gritos del resto de sus amigos.
Y aterrizaron.
El golpe fue brusco, pero bastante alejado de lo que Lessa había creído. Aterrizar sobre unos cojines había sido de ayuda.
¿Cojines?
Confundida, Lessa se incorporó sobre las palmas de las manos para iniciar un análisis del alrededor. La bruma naranja que antes le había dificultado la visión empezaba a perder espesura, y ya entre sus zonas transparentes se podían avizorar algunos aspectos del sitio en el que estaban. Las paredes eran de un gris lúgubre, en su mayoría cubiertas por estantes largos que exhibían libros, pociones e ingredientes. En el centro del cuarto había mesas largas, también llenas de pociones e instrumentos, y a un lado de Lessa estaba Norian, acostado con Tara en brazos; Larry, sentado en el piso mientras tosía; y más allá una silenciosa Zeth, inmutable pero aparentemente maravillada por lo ocurrido.
Lessa bufó, no podía creer que a la rubia le pareciera asombroso lo que acaban de vivir. Y era que, ¡habían estado al borde de la muerte! Además, quien quiera que los hubiese salvado tenía que estar cerca, y no sabían si era de fiar. Lessa intentó ignorar las náuseas y el ardor en el cuerpo para tomar acciones defensivas, pero no tuvo mucho éxito. Cuando quiso ponerse en pie, toda su anatomía se ancló en el suelo, como si su peso se hubiera triplicado, así que solo pudo jadear mientras esperaba que la bruma terminase de desaparecer, aferrada a su arco.
Poco a poco, la silueta de una persona vestida de negro se recortó entre la niebla, y cuando el entorno ya empezaba a ser familiar para la exsoldado, la persona frente a ella dio un pisotón que hizo que la neblina naranja desapareciera en cuestión de instantes. Ya no había nada que le impidiese a Lessa reconocer el sitio. Incluso Norian, que solo había ido una vez, sonrió de alivio.
Lo único que le daba miedo era la mujer pelirroja que tenían enfrente. Sin embargo, oír a Larry pronunciar su nombre lo calmó.
—M-maestra Alice...
La mujer se cruzó de brazos, con el ceño fruncido, y eso la hizo ver tan intimidante que los jóvenes se encogieron de hombros. Desde su perspectiva, la hechicera tenía un porte demasiado imponente como para replicarle algo, no solo por su altura, sino también porque ellos la veían desde un ángulo bajo. A sus ojos era una gigante, ataviada en vestiduras negras como la noche, rodeada de un poderío asombroso y poseedora de una mirada capaz de congelar al que se le quedara viendo.
Larry, que muy bien la conocía, se vio obligado a hablar de nuevo, pero con la cabeza gacha.
—¿Está... molesta?
—¡Pero claro que estoy molesta!
La intensidad en su voz instó a Larry a alzar la vista, pero en vez de toparse con el semblante severo de su mentora, se encontró con una sonrisa burlona y un par de ojos repleto de diversión. Incluso la posición de la mujer había pasado de intimidante a relajada y sencilla.
—¿Cuántas veces te he dicho que me puedes decir solo Alice? También puedes tutearme, por Gneis, ¡que me haces sentir vieja! Solo tengo veintisiete, ¿sabes?
Larry suspiró de alivio.
—¿N-no estás molesta por...?
—¿Porque los tuve que salvar de caerse? Mm, no. —La mujer desapareció envuelta en una nube de chispas naranjas para volver a aparecer sentada en una silla, un poco más lejos de donde había estado inicialmente—. Lo que sí siento es curiosidad, ¿qué demonios hicieron para caerse así?
—¿C-cómo nos encontró? —interrumpió Lessa, que al notar que había ignorado la pregunta de la mujer, se encogió en sí misma. Se sentía maleducada.
—Bueno, cuando sientes la energía de tu único pupilo y sus amigos caer metros y metros hasta el piso, te alertas. —Alice pasó una pierna por debajo de otra, al tiempo en que mordía un pan despreocupadamente. Lo acababa de aparecer—. Por eso abrí un portal para traerlos aquí, pero no pensé que hubiese dos extraños. —Señaló a Norian y a Tara, que se encogieron de hombros—. Holaaaa, ¿cómo andan? No tengan miedo, no muerdo. —Mordió el pan—. Al menos no a ustedes. En fin, ¿ya van a decirme qué hacían ahí arriba y por qué están tan golpeados?
—E-es... —Larry miró a Lessa mientras hablaba, quien alzó los hombros sin saber cómo responderle—. Es un poco complicado...
—¿Complicado? —Zeth interrumpió. Sus ojos grises brillaban más que nunca—. ¡Fue increíble, Alice! Casi nos matan, pero estos dos —dijo señalando a Norian y a Lessa— hicieron, ¡jush! ¡jush! ¡Bam! —Simuló movimientos de pelea—. ¡Y pudimos escapar! Además, además, no te lo vas a creer, ¡Hent nos está persiguiendo! Junto con el entrenador de Vellania. ¡¿No te parece cool?! ¡Somos unos fugitivos!
—¡Zeth, ya basta!
—¡Pero es que muy emocionante!
—Déjenme ver si entiendo. —Alice hizo un ademán para pedirles que se callaran, dándole un último mordisco al pan. Después se sacudió las migajas y tragó con lentitud—. ¿Me están diciendo que iniciaron una mini rebelión... —dijo e hizo una pausa— y no me invitaron?
—¡¿Ves que sí es asombroso?! —insistió Zeth.
—¡Bastante! —le siguió Alice, mirando a la rubia—. Pero eso es algo que esperaría de ti, no de Lessa, Larry y... —Se quedó viendo a la pareja de vellanos.
—Norian y Tara, así se llaman —atinó a decir Lessa, impulsándose hacia el frente—. Y lo que Zeth dice es cierto. Hent y el entrenador de Vellania, Terrance, están detrás de nosotros. Por eso fue que convocaron una audiencia hoy en la mañana, porque querían ejecutar a Norian sin que nadie pudiera evitarlo. ¿No le pareció raro que solo fueran autoridades de primer orden? Fue por eso, no querían que los desobedecieran. —Tomó la mano de Norian, a lo que él enrojeció debido a la sorpresa—. No somos criminales, solo descubrimos algo muy malo de Hent y Terrance y queremos mostrarles la verdad a todos. —Al darse cuenta de que había hablado demasiado, Lessa se empequeñeció, penosa, pero ver la sonrisa de Norian le devolvió la seguridad—. P-por eso... si no es mucha molestia, Alice, ¿podrías ayudarnos?
Al principio del relato, la cara de la mujer había sido la más pura representación de la curiosidad y las ansias por conocimiento, pero ahora sus ojos alargados y calculadores permanecían entrecerrados con sorpresa, al mismo tiempo en que los dedos le tamborileaban sobre las rodillas a ritmo parsimonioso. Por su parte, Lessa, que había empezado a sentirse sofocada por la intensidad en los ojos blancos de Alice, se hizo aun más pequeña mientras miraba a otro lado. Quizá lo mejor fuese retirar lo dicho.
Ya estaba abriendo la boca para retractarse cuando la voz de Alice cortó el silencio como un cuchillo recién afilado.
—Ya no lo tienes.
—¿Tener qué? —le siguió Lessa.
La seriedad en el rostro de la mujer se evaporó de inmediato, reemplazada por una pizca de diversión.
—Olvídalo —dijo con tono despreocupado, levantándose rodeada de estelas entre moradas y rojizas. Larry bufó al distinguir tal espectáculo; su mentora siempre disfrutaba ser el centro de atención—. Puede que los ayude, pero antes necesito información más detallada de lo que están haciendo.
—B-bueno...
—Tenemos pruebas de que los entrenadores tras nosotros hicieron cosas muy malas, y que son responsables del inicio de la guerra. —Fue Norian el que tomó la palabra. A su lado, Lessa no pudo evitar sorprenderse—. No sé si Larry le haya dicho, pero es por eso que fue al bosque a recolectar ingredientes. Tenemos las pruebas en cristales expositivos y queremos proyectarlos el día del baile, y para hacerlo se necesita...
—Una poción —completó la hechicera, con una mano en la barbilla—. Sí me lo dijo, pero no sabía que andaba de rebelde.
—¿E-eso qué significa? —inquirió Larry.
—Lo que me dicen es complicado. —La pelirroja empezó a caminar de a grandes zancadas—. No lo sé... Rebelarse contra la autoridad de esa forma, darles refugio a unos fugitivos, darles apoyo mágico... mm. —Se detuvo—. Un adulto responsable no haría esas cosas.
Larry sonrió.
—Alice, deja de fingir.
—¿Tan mal lo hice? —contestó la pelirroja, en parte ofendida—. ¿De verdad fue tan mala mi actuación?
—Ponle un poco más de esmero y luego hablamos.
—A-ahm, Larry. —Norian interrumpió—. ¿Ella va a ayudarnos o...?
—¡Claro que voy a ayudarlos! —gritó mientras chispas llameantes la rodeaban—. Por Gneis, Hent siempre me ha caído mal. No voy a perder una oportunidad como esta. ¿Qué secreto sucio tienen de él? ¿A qué se refieren con que inició la guerra?
Lessa y Norian se miraron, sin saber qué decirle. La historia era muy extensa y complicada como para narrarla ahí, además, tampoco les parecía viable proyectar el contenido de los cristales con tantas personas viendo. Norian no quería que Tara fuese testigo de más escenarios turbios. Había tenido suficiente con esa noche.
—Podemos mostrarle el contenido de los cristales, pero más tarde, cuando estemos solos y seguros —dijo Lessa. Norian asintió al oírla—. Por ahora necesitamos que no puedan percibir nuestra aura. Hent y Terrance deben estar detrás de nosotros.
—¡No es justoooo! —se quejó Zeth—. ¿A qué se refieren con "más solos"? Quiero ver la proyección ya.
—Eres demasiado boca suelta, Zeth —habló Larry—. Al primer secreto que veas vas y se lo dices a quien se te cruce por el frente.
—¡Soy buena guardando secretos!
—Los regalos sorpresa que me arruinaste no piensan lo mismo —contradijo Lessa.
—¡Fue solo una vez!
—Sí, una vez cada año...
—Se van a arrepentir, lo verán. —La rubia se cruzó de brazos—. Para que vean que sí soy discreta. Hay cosas de mí que ninguno sabe y no ando diciéndolas.
—A ver, ¿cómo cuáles?
—Hace unos días yo fui la que... Un momento. —Hizo una pausa, a la vez que le dirigía a Larry una mirada potente con sus ojos grises—. No trates de manipularme, no te diré nada. Ja.
—Claro, claro...
—Cliri, cliri...
—Ya basta. —Lessa los detuvo—. Zeth, Larry tiene razón, no eres muy discreta. Lo mejor sería que no vieras el contenido de los cristales aún.
La rubia asintió de mala gana, y mientras tanto la guerrera miró a Alice de nuevo.
—Ahora, con respecto a lo que le pedimos...
—¿Quieren un bloqueo de aura?
—¿Podría hacerlo?
La mujer enarcó una ceja.
—¿Podrías hacerlo?
—Mucho mejor. —Con un giro rápido la mujer se deshizo, justo antes de aparecer nuevamente detrás de una de las mesas—. ¡Bloqueo de aura iniciando!
—¿Siempre es así de escandalosa? —inquirió Norian, a lo que Lessa y Larry asintieron. Sí, Alice era harto excéntrica. Se le notaba hasta en la forma de vestir.
Los hechiceros eran considerados piezas clave en el desarrollo, no solo de Argenea y Vellania, sino de casi cualquier sociedad conformada por seres mágicos. Por eso todo lo relacionado a ese tema se trataba con extrema minuciosidad, así que era de esperarse que los hechiceros actuaran y se vistieran acorde a su profesión. No podían ser escandalosos, tampoco excesivamente emocionales ni mucho menos vestirse de manera informal o llamativa.
Ese era el estándar impuesto para los especialistas en magia, y Alice estaba lejos de cumplirlo.
Era ruidosa, demasiado social y su forma de vestir hacía que los maestros de hechicería más antiguos pegaran un grito al cielo. Porque Alice no solo usaba escotes, pantalones rotos o vestidos por encima de la rodilla, sino que también todo lo que se ponía era del mismo color: negro, o en todo caso, una tonalidad de azul muy oscura.
Por costumbre, los hechiceros evitaban vestirse de ese color porque era el que usaban los brujos, y lo que menos querían era ser confundidos con ese tipo de seres. El estigma hacia la brujería siempre rozaba límites absurdos en sociedades lideradas por hechiceros, y viceversa.
La vestimenta de Alice, repudiada disimuladamente entre casi todos los especialistas en magia, era, quizá, una de las razones por las que habían rechazado su petición de pertenecer al Comité Máximo de Hechicería de Argenea. Sin embargo, también había otros detalles que hacían de Alice la hechicera de peor fama en el reino, como el color de su melena.
Los argeneanos se caracterizaban por su orgullo. Siempre se debían sentir identificados con su tierra y felices de haber nacido ahí, por ende, tenían que estar agradecidos y conformes con su apariencia. Al fin y al cabo, la diferencia entre alguien de Vellania y un argeneano era bastante clara. Mientras los argeneanos tenían pieles más pálidas y variedades de cabello y ojos que se inclinaban más a los colores fríos, los vellanos solían ser de piel más rosada con cabellos rojizos o marrones. Además, luego de que se mezclaran con los habitantes de los demás reinos debido a las conquistas, había mucha más diversidad en cuanto a su apariencia. Por eso los vellanos siempre se quejaban de los argeneanos con la típica frase de «todos se ven iguales».
Con base en todo eso, para los especialistas en magia era una completa abominación que Alice se hubiese teñido el cabello de una tonalidad rojiza. Todos se preguntaban por qué una niña de cabello blanco y precioso había tomado una decisión como esa, pues era rechazar sus raíces y la forma en que la naturaleza la había hecho, pero a Alice nunca le importaron esas cosas. A sus quince años les plantó cara a los profesores, explicando con mucho orgullo que el cambio de apariencia había sido producto de un accidente ocurrido durante un experimento.
Experimento no autorizado.
Sí, ella había descubierto la forma de cambiar el color de su cabello, y había escogido el rojo, su favorito, ¿pero qué hicieron sus superiores? Castigarla y quitarle el crédito por el descubrimiento. Siempre alegaban que la magia tenía reglas y que había que seguirlas para evitar accidentes. Para Alice era comprensible, claro que sí, pero a veces las normas eran demasiado extremistas. Cada vez eran menos los hechiceros que se aventuraban a crear nuevos conjuros.
—¿A-Alice? —La voz de Larry sacó a la mujer de su ensimismamiento. Había quedado congelada leyendo cómo ejecutar el bloqueo de aura—. ¿Alice? ¿Me oyes? Está...
—Pensando, solo estaba pensando. —Sus ojos blancos se pasearon por el texto del libro, y tras entender lo que quería, lo cerró con fuerza. Causó un estruendo—. Ahora sí, bloqueo de aura, ¡iniciando!
Alice hizo un ademán para indicarle a Larry que se sentara junto al resto, y después de verlos todos juntos extendió los brazos bien abiertos hacia donde estaban, como si quisiera abrazarlos a distancia. Pero lo que hacía estaba lejos de ser un abrazo. De sus ojos brotaron estelas de energía del mismo color de su cabello, que ahora ondeaba cual bandera a mitad de una ventisca. Poco a poco, los objetos pequeños a su alrededor vencieron la gravedad e iniciaron un recorrido incesante en torno a la mujer, como planetas fieles a su estrella mayor. Una sucesión de brillo anaranjado también se unió a las piruetas formando espirales infinitos.
Gloriosa, así se veía Alice desprendiendo tal magnitud de poder. Su aura era ardiente y determinada, la fiel representación de un espíritu indomable.
Respiró profundo antes de enfocar sus ojos en la primera persona a la que le bloquearía el aura: Larry. Señaló al chico con un dedo, hizo un ademán giratorio, y pasados tres segundos, una masa incorpórea empezó a brotar de sus labios. Los ojos del chico se tornaron incoloros justo antes de cerrarse debido al desmayo que lo embargó. Pero Alice, a diferencia de los del grupo, no sintió miedo. Era normal perder la consciencia cuando te sacaban el alma.
Ajena a la tensión reinante en los compañeros de su pupilo, Alice movió las manos para mantener la masa incorpórea bajo control. Era algo inestable, pero nada que no pudiera manejar. Su color lila representaba un carácter tranquilo y honesto, dulce, justo como lo era Larry, y el borde azul que lo rodeaba no era más que un indicativo de sus raíces, Argenea. Era fascinante toda la información que podía conseguirse de una persona con ver su alma.
Pero no estaba ahí para eso, sino para bloquear la esencia, así que cerró los puños para comprimir el alma y que fuera más fácil cubrirla. En el proceso decidió dejarle una sorpresa.
Ya teniendo el alma de menor tamaño, movió los dedos de abajo hacia arriba como si simulase pintarla con un pincel desde lejos, y eso bastó para que una capa blanca translúcida la cubriera. Estaba lista. Era imposible de detectar.
Cuando la devolvió al lugar de origen, Larry despertó. Estaba en perfectas condiciones, excepto por un pequeño mareo y la nueva tonalidad de sus ojos. No habían regresado al color de siempre, ahora más bien eran de un gris translúcido.
Lessa abrió la boca con asombro al verlo, pero no pudo decir nada porque se desmayó. Ya Alice había sacado su alma. Al igual que la de Larry tenía forma de óvalo y borde azul, pero sus movimientos eran más organizados y precisos, sin mencionar que en la parte del medio había un exceso de agitación. Era una persona organizada, inteligente y capaz, pero al mismo tiempo abatida por algo.
En fin. Alice no le prestó demasiada atención a eso. La cubrió para que no fuera detectada y la introdujo en su portadora. Después procedió a repetir el procedimiento con la pareja de vellanos. El chico tenía un alma rojiza con bordes del mismo color, pero más oscuros, también poseedora de un carácter impredecible. Se movía como una fogata a mitad de su apogeo, con ímpetu incontrolable y fulgor apasionado.
El alma de la niña era casi idéntica, solo que su movimiento era más veloz y menos impredecible. Además, era más fácil mantenerla bajo control.
Ahora la única que faltaba por recibir el bloqueo era Zeth, así que Alice viró la cabeza hacia su dirección para repetir el proceso. Sin embargo, un movimiento evasivo por parte de la chica la hizo detener.
—Yo paso —se excusó, apartando la vista—. No me hagas nada.
—Zeth, tenemos que bloquear tu aura... —dijo Larry.
—Será rápido —le siguió la hechicera, dirigiéndole una mirada divertida en un esfuerzo por esconder su cansancio—. ¿O es que la revoltosa número uno de Argenea tiene miedo?
La rubia volteó los ojos.
—No tengo miedo.
—No va a dolerte... —alentó Lessa—. Por favor.
—Sí, por favor.
—Aish. —La rubia bufó, pero como las miradas de sus compañeros eran demasiado intensas, tuvo que asentir de mala gana. Entre su indignación podía observarse un rastro de miedo.
Alice fue indiferente a sus expresiones, solo extendió una mano hacia ella para sacar el alma e iniciar el proceso. Todo fue normal hasta que detalló el color del alma: blanco. Toda la masa era de ese color, al igual que los bordes; y su movimiento era casi imperceptible. Se asemejaba a un estanque en eterna quietud, imperturbable incluso cuando las condiciones a su alrededor fuesen caóticas. Ver un alma así no figuraba entre las cosas más usuales.
Sin embargo, como no quería distraerse, Alice terminó de cubrir el alma para después introducirla en el cuerpo de la rubia, quien despertó igual al resto: un poco desorientada y con ojos más claros.
Alice deshizo la magia, así que los objetos que habían estado levitando aterrizaron en el piso como proyectiles, al igual que la mujer. Había gastado tanta energía en el bloqueo de auras que tuvo que agarrarse de una mesa para no caerse.
Presenciar tal cosa bastó para que Larry corriese a ayudarla.
—¿M-maestra Alice? ¿Todo bien?
Ella rio. Una risita aletargada.
—Te dije que me llamaras solo Alice...
—Eso no responde a mi pregunta.
La mujer se zafó de su agarre, y para sorpresa del chico, pudo caminar a la perfección. Después giró sobre sus talones para tenerlo cara a cara, le dedicó una mirada tierna y le acarició el cabello para despeinarlo.
—Estoy bien, niño. Te preocupas demasiado.
—Tú te preocupas muy poco.
—Lamento interrumpir, pero... —Lessa irrumpió en el diálogo mientras se les acercaba con dificultad. Norian, que no quería permanecer solo en el fondo, la siguió. Pero Tara se quedó en su sitio—. Alice, ¿no deberías bloquear tu aura también? Podrían detectarte.
Larry abrió los ojos con sorpresa, de verdad no lo había considerado. Por su parte, Norian se apoyó en una mesa para no perder el equilibrio.
—Lessa tiene razón, podrían dar contigo cuando nos estén buscando. —Larry miró a su mentora—. ¿Podrías hacerlo?
—Ese es un hechizo de clase diez, no lo puedo aplicarlo sobre mí misma —se lamentó—. Pero puedo hacer otra cosa para que no lleguen aquí.
—¿Qué cosa?
La mujer extendió las manos hacia el lado izquierdo, justo en la entrada, para luego trazar un pequeño rectángulo en el aire. Era como si quisiera hacer una copia de la puerta. Luego deslizó cada mano hacia el centro, y con eso los contornos de la puerta dibujada en el aire se disiparon. De resto, no sucedió nada emocionante.
—¿Qué hiciste? —inquirió Lessa.
—Esta sala de conjuros está oficialmente cerrada.
—¿Eh?
—Es un mecanismo de seguridad —explicó Larry—. Por dentro no cambia nada, pero por fuera la entrada desaparece. Es casi imposible que entren así, ni rompiendo la pared podrían dar con la sala.
—Es como desaparecer. —Alice hizo ademanes vistosos con los dedos.
—H-hablando de desaparecer. —Por segunda vez Norian tomó la palabra—. ¿Podría ayudarnos con estas heridas? Por favor...
—Sí, ayúdalo —dijo Larry—. Ha dicho "por favor" muchas veces en el día. Debe sentirse muy mal.
—Ay, cállate.
Lessa rio, y luego de eso, la voz de Alice llegó a sus oídos cubierta de severidad.
—Los curaré, pero me tienen que mostrar lo de los cristales y explicarme cuál es su plan. —Los señaló con exigencia—. ¿Trato hecho?
Lessa miró a Norian antes de responder. El muchacho sabía que no les quedaba otra opción más que aceptar el trato, por eso no había argumento que pudiese utilizar para negarse. Terminó asintiendo.
—Trato hecho —dijo Lessa.
—Entonces manos a la obra. ¿Todos necesitan cura?
—¡No hay nada grave por aquí! —gritó Zeth desde el fondo, a un lado de Tara—. Puede empezar con ellos.
—Empiece con Lessa. —A pesar de su dolor Norian se dio la vuelta para ir hasta el fondo de la sala. Pero antes de irse volteó a ver a Larry sobre su hombro—. Si vamos a proyectar los cristales me gustaría llevar a Tara a otra parte... ¿Hay un sitio al que pueda llevarla?
—Para allá. —Fue Alice la que respondió, señalando el pasillo a la derecha del muchacho, la parte del fondo—. El almacén está ahí, hay asientos para que esté cómoda. Algunos colchones también, pero son difíciles de sacar.
—Gracias.
—Está demasiado educado —le susurró Larry a Lessa.
—Te escuché, Hathaway...
A espaldas de Norian, el aprendiz de hechicero y la exsoldado soltaron pequeñas risas que lo hicieron bufar.
Aun así, el guerrero se limitó a avanzar hacia su hermana, y una vez cerca de ella, se le acuclilló al frente para hablarle.
—¿Tienes sueño?
La niña, cuyos párpados luchaban por mantenerse abiertos, negó con la cabeza.
—No me mientas. —Norian le atrapó la nariz entre los dedos—. Debes dormir, necesitas energía para el baile.
Los ojos de Tara se abrieron de un chispazo.
—¿Entonces sí me vas a dejar ir?
—Lessa y yo terminaremos una misión. Luego de eso puedes ir.
—Aahh, ¿y dónde voy a estar yo mientras tanto?
—Aquí, pero vendré a buscarte cuando termine.
—¿Y podré deslumbrar a todos con mi...? —Los ojos de Tara se abrieron al máximo.
—¿Qué pasa?
—La ropa. —Zeth, que aparentemente había escuchado la conversación, se levantó de un brinco—. ¡Maldición! ¡Los bolsos con la ropa!
—¿C-cuáles bolsos? El bolso más importante es el de Larry y lo tenemos aquí.
—Zeth nos había traído ropa para el baile —explicó Lessa—, y si ahora está en manos de Hent y Terrance...
Norian abrió los ojos de par en par, entendiendo la situación.
—... sabrán que queremos estar ahí —completó, frustrado—. Maldición, ¿y ahora qué? Estoy seguro de que ya los vieron.
—Sí, pero creo que no saben nada de sus verdaderas intenciones. —Larry trató de calmar el ambiente—. Me atrevería a decir que no tienen ni idea de su plan de revelar los secretos. Lo peor que puede pasar es que se les dificulte el ingreso al baile, pero con Alice de nuestro lado... creo no será un gran problema.
—¡Aun así! —gritó Zeth, indignada—. ¿Sabes lo mucho que me costó hacer esos trajes?
—Podrían usar cualquier cosa de aquí —sugirió Alice.
—No, quiero que usen esa ropa. Mi ropa.
—¿Y qué vas a hacer?
—Ir a buscarla.
—¿Qué?
—¡Los veo en el baile!
Larry quiso detenerla, pero fue demasiado tarde. La rubia había corrido a toda velocidad hacia la puerta para luego salir de la sala de conjuros. Se oyeron sus pasos bajar de volumen gracias a la lejanía, algo que fue más audible para Larry cuando hizo el intento de ir tras ella.
Sí, un simple intento, porque cuando tenía un pie fuera, una mano sobre su hombro lo detuvo.
—No lo hagas —escuchó decir a Norian—. Ella tiene el bloqueo de aura, no la van a encontrar.
—¿Y si la ven?
—¿Y si a ti te ven?
—Norian, yo no...
Un quejido de Alice los interrumpió, pero cuando voltearon para verla, ella no dio señales de malestar. Estribada en el estante más cercano, reunió fuerzas para decir:
—Nadie más va a salir, no con lo peligroso que es... —Chasqueó la lengua, cerrando los ojos como si se esforzara en unir un pensamiento esparcido. Escondía dolor gigante—. Zeth estará bien. No sé cómo lo hace, pero siempre se escabulle para que no la vean. Ni siquiera yo puedo encontrarla cuando desaparece así. Pero en cambio tú, Larry...
El aprendiz empuñó las manos.
—No tengo esa habilidad, lo sé. —A su pesar Larry se introdujo en la sala de nuevo—. Es un riesgo que salga...
Lessa quiso objetar en contra, pedirle a Alice que la curara para luego ir por Zeth. Pero la mujer tenía razón. Aquella rubia había podido desaparecer incluso cuando estaba bajo el cuidado de Hent, como si fuera transportada por el viento. Esa era una de las razones por las que el entrenador no la soportaba. Entonces, partiendo de ese punto, si Zeth de por sí ya era difícil de rastrear sin un bloqueo de aura, con uno puesto sería más que imposible.
En cambio ellos serían atrapados fácilmente...
«Hay muchas cosas de mí que no saben» recordó el enunciado de la rubia, sin poder evitar sentirse abrumada. ¿Qué había tratado de decir? ¿De verdad había una razón lógica tras sus desapariciones o había algo más? Todo era tan confuso que tuvo que agitar la cabeza para despejarse, porque si no, terminaría ahogada en un mar de desconcierto.
Por su parte, y con mucho dolor, Larry cerró la puerta. Era evidente que una vez cerrada no había forma de que alguien de afuera entrase, así que Zeth tendría que quedarse por ahí hasta que el resto saliera. A lo mejor por eso había dicho que los vería en el baile. Conocía los riesgos.
El silencio causado por la ida de Zeth fue tan angustiante que Norian se vio obligado a hablar.
—Bien, llevaré a Tara al almacén y luego...
—Yo lo hago, estás muy herido. —Larry sonaba un poco triste, pero aun así le dedicó una sonrisa al vellano—. Me quedaré con ella mientras hablan con Alice. Toma. —Se quitó el bolso de la espalda para abrirlo y sacar una cajita—. Aquí están los cristales, un poco golpeados, pero deberían funcionar.
—Gracias —fue lo único que pudo decir Norian, pero contrario a él, Lessa sí tenía algo que preguntar.
—¿No vas a ver la proyección? Podrías ayudarnos a...
Larry, atacado por un ardor potente en las zonas de su cuerpo donde había sellos, negó con la cabeza. No quería ver una proyección de cosas de las que ya estaba enterado. Era mucho mejor irse con Tara a entretenerla, no solo para mantenerla distraída, sino también para que Lessa y Norian hablaran.
—¿Nos vamos ya? —preguntó Larry, mirando a Tara mientras le extendía su antebrazo en un alarde de caballerosidad. Después de recibir un asentimiento, miró a Alice—. Cuando terminen vendré a hacer una poción para agrandar las proyecciones, así que podrás descansar.
—Estoy bien, niño.
Larry se limitó a sonreír, justo antes de esconderse tras el pasillo para ir al almacén. Lessa y Norian quedaron solos frente a Alice, con un cristal expositivo en una mano y un corazón ardiente en la otra.
—Eso es todo —dijo Alice, palmeando la espalda de cada guerrero al terminar la cura—. Pueden irse ya a dormir.
—¿I-irnos? —El tartamudeo de Lessa se vio embargado de confusión—. ¿Usted no quería ver la proyección de los cristales?
La vivacidad en torno a la mujer pareció extinguirse por unos segundos, pues los ojos se le vaciaron y casi estuvo a punto de caer al suelo. Casi, porque a último minuto se agarró de la mesa que tenía enfrente y recuperó el equilibrio. Tras su proeza alzó la vista para detallar a los guerreros.
Entre aquel manto de cabello rojizo, su rostro relucía una palidez mortuoria.
—No, no, no... No tienen que hacer eso. —Hablaba lento, con pausas, arrastrando palabras con cansancio—. Solo lo dije para que se asustaran, les creo. Además, si mañana planean ir al baile, deberían ir a dormir. Los colchones en el almacén... Larry debió haberlos sacado ya.
—Pero...
—¿Qué pasa?
—¿Estás bien? —inquirió Lessa—. Te ves un poco...
—Estoy bien, solo necesito dormir. —Volteó a verla sobre su hombro—. Buenas noches, y por favor, no preocupes a Larry con esto. Me siento bien.
Esas habían sido las últimas palabras de Alice antes de que Lessa la viera adentrarse a su cuarto, uno que estaba en el fondo del pasillo. Varios minutos habían pasado desde entonces, tantos que, luego de que hubieran comido un poco de las provisiones en la sala de conjuros, Norian ya se había metido al almacén, de seguro para dormir; y Larry había salido para hacer la poción de los cristales.
De todas formas la mente de la exsoldado no dejaba de reproducir la misma escena una y otra vez, en el fondo preocupada por Alice. Esa palidez enfermiza y lentitud al hablar no eran propias de ella.
A su lado, Larry mezclaba los ingredientes que había recolectado camino a Vellania, silencioso y constante. Lessa le había preguntado por qué no podía ejecutarse un simple hechizo para hacer lo que querían, a lo que él respondió que, como una proyección era algo intangible, no funcionaba. Por eso debía alterar la estructura de los cristales con un procedimiento que Lessa estaba lejos de entender. Ahora le quedaba más que claro por qué la hechicería era tan importante.
Y tan peligrosa...
«—Por favor, no preocupes a Larry con esto. Me siento bien».
El recuerdo hizo que Lessa cerrara los ojos, nerviosa. No quería seguir pensando en eso, ya tenía mucho con lo sucedido en la cabina de vigilancia como para que otra cosa llegara a atormentarla. Fue ahí que, para su consternación, una a una las escenas de la batalla con los entrenadores se abrieron paso por su mente como un tumulto enardecido. Podía recordarlo todo. Desde la llegada de Terrance hasta el momento en el que estuvo a punto de perder su amistad con Norian.
El momento en el que revelaron su secreto.
«—Ella fue la que te quitó a Farren».
Si se habían tomado la molestia de investigarlos y relacionar su pasado, significaba que hacerlos pelear era muy importante para ellos. Pero, ¿por qué? ¿qué ganaban? ¿Norian había tenido razón al decir que solo querían mantener el odio entre los reinos? Quizá así lo fuese, pero de igual forma Lessa continuaba hundida en otro pensamiento mucho más aterrador: su relación con Norian.
¿Qué pasaría si descubría el secreto? No podía permitirlo, no quería que se alejase... Tenía que hacer todo lo posible por esconder la marca. Estaba tan hundida en eso que al sentir una mano en el hombro pegó un respingo mientras se apretaba la pulsera, la que servía de escondite para el corazón azul.
—¿Estás bien? —oyó la voz de Larry—. Te he estado llamando y no contestas...
—A-ah, sí, lo siento. —La argeneana agitó la cabeza—. Estaba ida, ¿qué decías?
—Que terminé.
Lessa abrió los ojos grandemente.
—¿Los cristales ya están listos?
—Míralo tú misma.
Dicho eso, el joven presionó uno de los cristales para hacerlo proyectar su contenido. Antes la pantalla era del tamaño de una cabeza, pero ahora abarcaba casi toda la sala de conjuros, con un tamaño tan grande que desmerecía cualquier mueble del lugar. Lessa se le hubiese quedando viendo de no ser porque fue encandilada por la luz.
Larry apagó el cristal, tosiendo con disimulo y pasando sus dedos por los ojos de la chica para secarle las lágrimas.
—¿Todo bien?
—Sí, ya sabes, la luz era muy fuerte...
—Me refería a si te sientes bien. —La voz de Larry pasó de dulce a severa, y cuando la chica volteó a verlo, notó que su semblante estaba cubierto por un manto de seriedad—. Mañana en la noche se acaba todo. Si las cosas salen bien, la gente se enterará de que Hent y Terrance son... —Se detuvo, víctima de una punzada de dolor que pudo disimular muy bien—. Se enterarán de que son unos mentirosos, y los van a desterrar. ¿Qué piensas hacer luego de eso?
Lessa quedó en blanco, de verdad no había llegado a cuestionarse tal cosa.
—¿Por qué la pregunta? —prefirió responder, sentándose a un lado del chico. Ambos miraban la pared de enfrente como si fuera el hogar de todas las respuestas.
—Es que... —El argeneano volvió a callar—. No sé, tenía curiosidad. Es todo.
Tras la declaración, sus bocas fueron silenciadas por la inseguridad. Ninguno sabía qué decir, el ambiente se había tornado incómodo y les era imposible despegar la vista de la pared para verse cara a cara. Parecían asustados del reflejo que pudieran encontrar en los ojos del otro.
Ella con miedo de ver al chico lastimado; él con miedo de llorar frente a quien podía estar a punto de perder para siempre.
No obstante, el meneo nervioso de los pies de Lessa sobre el asiento distrajo a Larry de ese asunto. Las piernas de la joven, visibles desde un poco más abajo de las rodillas, se estremecían con persistente inquietud como si todo su ser fuera presa de la ansiedad. Parecía a punto de decir algo. La forma en que jugueteaba con sus dedos y cabello lo puso en evidencia.
—Larry...
—¿Sí?
—Sí hay algo que quiero hacer luego de acabar con Hent y Terrance, pero necesito tu ayuda.
—Dispara.
Lessa inhaló profundo antes de hablar. Su rostro no reflejaba ni una pizca de duda, pero al analizarla mejor, en su mirada podían observarse remolinos de incertidumbre. Estaba tan abatida y nerviosa que Larry se sorprendió al ver que lograba parársele enfrente para decir:
—¿Me enseñas a bailar?
El insomnio nunca había sido un problema para Norian. De hecho, su facilidad para quedarse dormido muchas veces le cobraba caro. Solía dormirse en las clases aburridas cuando el cansancio era mayor que sus ganas de aprender, o en todo caso, se dormía apenas tocaba la almohada al regresar a su habitación. Lo difícil para él era despertarse.
Pero esa noche, pese a haber librado batallas extenuantes y que cada parte de su cuerpo clamara por descanso, sus ojos se negaban a cerrarse. Además de eso, su cerebro, cual araña que busca construir una nueva red, no paraba de materializar sus temores en pensamientos paranoicos. ¿Lo lograrían? ¿Qué pasaba si alguien les impedía la entrada al baile? ¿Y si los capturaban antes de proyectar los cristales? ¿Los cristales estarían listos?
«Deja de pensar y duérmete, Norian» se repetía entre aquella maraña de pánico mental, pero era inútil. El estrés se había transformado en un castillo que se volvía más grande, y su mente en el terreno debajo. Resistirse contra la preocupación era como detener el esparcimiento de un virus.
Ni siquiera el colchón suave bajo su cuerpo contribuía. Con ayuda de Larry lo había sacado de unos anaqueles para acomodarlo cerca de la puerta y acostarse ahí junto a Tara, ávido por dormir e invocar a la mañana siguiente, pero al parecer su hermana era la única que había logrado conciliar el sueño. Ahora el consuelo de Norian no era más que la luz gris que se metía por la ventana a lo lejos, además de las partículas diminutas de polvo que danzaban debajo de ella. Tal vez si se concentraba en eso podría conseguir su tan ansiado reposo.
—¿No puedes dormir?
La voz de Tara hizo que los párpados se le abrieran más que antes, y aunque en la oscuridad alrededor fuera imposible distinguir algo, se volteó para ver justo la parte en la que la niña había estado durmiendo. ¿Siquiera había dormido? No lo sabía, pero no podía permitir que su hermana corriera la misma mala suerte de no descansar por lo que quedaba de noche.
—Duerme —pidió, de voz dulce y aletargada. Le había empezado a acariciar la cabeza—. Necesitas descansar para mañana.
—Tú también.
—Sí, pero estoy pensando, es todo. Obedece al caballero vitamina C.
La niña rio.
—Me hacen falta mis jugos, además, yo también estoy pensando en cosas.
Norian, un poco más despabilado, entrecerró los ojos con incertidumbre.
—¿Pensando en qué?
—Es... mm, es por el bloqueo de aura que nos hicieron. Cuando nos sacaron las almas.
Norian hizo un ruidito de afirmación.
—Bueno, cuando estaba en la biblioteca estuve leyendo algunas cosas de codificación espiritual. Ya sabes, para leer las almas.
—¿Y entonces...?
—Mayormente los argeneanos tienen almas con borde azul y los vellanos las tienen de borde rojo. Es lo usual. Pero —dijo e hizo una pausa para tragar saliva— la amiga de Lessa, Zeth, no cumplía con nada de eso. Toda su alma era blanca... ¿Sabes qué criatura tiene el alma mayormente con bordes de ese color?
—¿Cuál?
—Humanos.
A altas horas de la noche, los pasillos del castillo de Vann eran hacinamiento de mudez y quietud. Los trabajadores subían a sus respectivos pisos residenciales para dormir, los que no vivían ahí se iban a sus casas; y solo quedaban despiertos los guerreros a los que se le hubiese encomendado la tarea de vigilar. En el caso del componente Atilla, los soldados montaban guardia en los límites del reino. Los pertenecientes a Herma, por su parte, eran encomendados a vigilar el interior del castillo y sus afueras. Esas dos opciones, aunque tuvieran su nivel de complejidad, eran las más cómodas.
Todos preferían vigilar el interior de un castillo que ya de por sí era seguro en vez de lidiar con la temperatura afuera, en donde muchos tenían que luchar contra criaturas o detener a personas que buscaban entrar al castillo con intenciones dudosas. En fin, criminales de momento. Aunque por los reportes no eran muchos los crímenes cometidos en tierras argeneanas; su gente era mucho más fácil de controlar que los vellanos, o al menos así siempre se oía de los guerreros que viajaban a misiones.
Alter, que en ese momento aguardaba sentado en una silla, cumpliendo lo que quedaba de su jornada como guerrero, realmente nunca había pisado tierras vellanas, pero podía hacerse una idea de su aspecto con algunas descripciones. En su lado del bosque había algunas zonas de naturaleza rostizada por el fuego, y más adelante su terreno se extendía repleto de relieves de gran variedad. Montañas, cráteres, valles; todas esas cosas les habían quedado a los vellanos tras las conquistas de los otros reinos, y si bien Alter solo sabía de eso gracias a pinturas y relatos, estaba seguro de que no se equivocaba al decir que por lo menos en biodiversidad los fogosos tenían la delantera.
En cambio Argenea, más allá de sus montañas, paisajes nevados y construcciones, no tenía mucho que mostrar. Solo era una extensión enorme de tierra sumergida en un invierno infinito, todo producto del accidente que habían cometido hace ya varios años.
Según los libros de historia, los cinco reinos se originaron a partir de la división de una numerosa horda de seres mágicos que había decidido construir su civilización en esa área. La disputa en cuestión fue causada por diferencias de pensamiento y planeación; mientras unos querían agruparse en ciertas zonas al alegar que eran mejores para cultivos, algunos preferían irse a otras que según ellos eran mejor refugio. Incluso hubo grupos que optaron por irse a las tierras de mayor reserva mágica. Así, liderados por sus respectivos cabecillas, terminaron divididos en cinco grupos que se asentaron en lo que en ese momento conocían como la zona de los cinco reinos.
Exiria, Argenea, Baldir, Fervus y Vellania. Esos habían sido sus inicios, y con el tiempo, cada civilización, gracias al potencial mágico anidado en su respectiva zona, pudo especializarse en el dominio de un elemento mágico: la Argenea de ese entonces consiguió dominar el hielo, Vellania el fuego, Exiria la electricidad en las tormentas, Baldir la vegetación y Fervus la tierra.
Pero eso no era suficiente, por lo menos no para Argenea, y en un desesperado intento por ampliar su poder sobre el hielo, ocurrió ese accidente del que seguían siendo víctimas: el clima. Desaparecieron todas las estaciones, y únicamente quedó un gris y gélido invierno. Algunos historiadores opinaban que el fallo en la investigación no había sido accidente, sino un ataque realizado por traidores al mando de la líder exiriana, pero no había pruebas suficientes para corroborar la hipótesis.
De todas formas, hubiese sido un accidente o no, los hechiceros decían que era irreversible.
Todo era tan profundo y enmarañado que Alter bufó con desdén, cansado. Tuvo que escuchar un golpe seco a mitad del pasillo para que su vigilia retornase.
Espabilado y asiendo su espada con firmeza, se levantó de la silla e inició un recorrido fugaz para distinguir si había alguien. En poco tiempo sus ojos aterrizaron sobre una muchacha.
Entre la tenue oscuridad del pasillo, el tono rubio platinado de su cabello resaltaba casi como un punto de luz. Más abajo, su mirada, de orbes grises con carácter hipnótico, se clavaba en él como los de una niña curiosa.
—A esta hora está prohibido merodear —habló el hombre, guardando la espada. No quería asustar a la niña—. ¿Por qué no regresas a tu cuarto? Ya es tarde y mañana es el baile.
No contestó.
—Si te perdiste, puedo guiarte de regreso.
Ella alzó el dedo. Apuntaba a la puerta detrás de Alter.
—Por ahí no puedes pasar, está prohibido. Ven. —Se agachó para levantarla del suelo—. Vámonos antes de que alguien te vea. ¿En qué departamento estás? Puedo...
Pero Alter no pudo terminar la oración. Con un simple toque de la chica, cayó rendido ante la inconsciencia.
Ella, aún impávida, se levantó sin mayor esfuerzo para seguir su camino.
—¿Humanos? —Norian repitió la palabra con diversión, pero al notar el silencio de la niña, se lo tomó en serio—. ¿Dices que Zeth es humana?
—No lo sé, es solo una suposición... —La frase quedó suspendida en la oscuridad del almacén—. Su alma no es como normalmente debería ser.
—Pero tú misma lo dijiste, las almas con bordes azules y rojos son de la mayoría, no de todos.
—Sí, pero creo que no ha habido un caso de un argeneano o vellano con alma así. Esas le pertenecen a otras criaturas, como los humanos.
Humanos...
Ahora que se ponía a pensar, esa chica Zeth siempre hablaba con palabras típicas en la jerga humana, o por lo menos con las registradas en los libros de historia. Además, aquella vez en la que se le había quedado viendo, Norian no había podido sentirla hasta que el escudriño fue demasiado obvio. De resto, de no haberse dado cuenta de que estaba siendo observado, nunca habría sentido su presencia, como si fuera imperceptible.
—¿Las almas de los humanos se pueden detectar como las nuestras? —inquirió el vellano
—Creo que sí. Leí que tienen una energía diferente y que son muy poderosas, a pesar de no tener magia.
—Entonces...
—¿Qué pasa?
Norian calló para analizar ciertas cuestiones. Número uno, que Zeth no tuviera poderes por ser humana tendría sentido, porque nunca la había visto hacer una demostración mágica. Fuerza e ingenio eran todo lo que la había visto mostrar. De por sí... ahora que pensaba en Zeth, había un detallito de ella que había pasado por alto gracias a la adrenalina del momento.
¿Cómo había ido a la torre de vigilancia?
La respuesta podía ser muy obvia: pues subiendo por las escaleras. Pero, ¿por qué no la habían visto subir? Al principio creyó que era porque había subido mientras ellos estaban desmayados, pero entonces surgió otra pregunta: ¿por qué no había tratado de despertarlos? Quizá, y solo quizá, pudo haberse asustado tanto que se limitó a correr hacia la cabina de vigilancia para avisarle a Lessa, pero otra parte le decía que era posible que Zeth fuera...
¿Secuaz de Hent?
Tal vez por eso se había ido, para avisarle a Hent en dónde estaban...
—Tara. —La voz de Norian salió llena de necesidad—. Una persona como Terrance y Hent, ¿de qué color tendría el alma? La parte de adentro.
—Debería ser negra, o de un color oscuro...
—¿Hay posibilidad de que Zeth sea como ellos?
La niña frunció el ceño, confundida.
—Su alma es blanca, y hasta la fecha no hay métodos para modificar su aspecto permanentemente. —Por los movimientos que hacía, era fácil saber que estaba revolviéndose entre los cobertores—. Zeth no es una mala persona, lo que sí es que el color de su alma no es natural.
Norian, todavía un poco preocupado, respiró tranquilo.
—¿Entonces es imposible que un alma blanca sea mala?
—Exacto.
—Bien. —El pelirrojo le acarició la cabeza—. Aun así, dudo que Zeth sea humana.
—¿Por?
—Dijiste que un alma humana se detecta, que desprende mucha energía, pero cuando la tengo cerca, ni la siento. ¿Escuchaste lo que dijo la mujer? Alice. —Hizo una pausa para relamerse los labios—. Zeth aparece y desaparece y casi nadie la puede detectar, como si desapareciera. ¿Has leído de alguna criatura que coincida?
—B-bueno...
—¿Qué pasa?
—Es poco lo que sé de esto, pero hay un... un tipo de criatura que sí coincide un poco. Alma blanca, desapariciones.
—¿Cuál?
La niña respondió en voz baja y temerosa, justo en el oído del chico. Él no supo qué decir frente a lo que acababa de escuchar.
Vacío, silencioso.
El castillo de Vann parecía apagarse todas las noches a la misma hora, justo como esas famosas máquinas del ejército humano cuando se quedaban sin energía. La oscuridad se extendía por las paredes como un manto denso y lúgubre, una capa de luto infinita que por las noches caía y en las mañanas se disipaba.
Pero había entre aquella inmensidad coloreada de tristeza un minúsculo destello de luz, como una chispa, un aluvión potente. Una ráfaga luminosa que surcaba los pasillos con el encanto y rapidez de una estrella fugaz.
De silueta imperceptible, la figura se paró frente a una puerta cerrada y de un toquecito la abrió. El chirrido de la pieza metálica al desplazarse reverberó en la oquedad de la sala a la que el destello, silencioso y constante, se adentró. Pero ni eso, ni el peligro de que alguien llegase a interrumpir su odisea, bastaron para que la ráfaga diese fin a su avance. En cambio avanzó con seguridad por toda la sala hasta que sus ojos grises dieron con lo que quería.
Un estante.
Pero no era el estante lo que le interesaba, sino las tres bolsas que había dentro.
Ya con la silueta mucho más detallada que antes, la chica destello caminó con naturalidad hasta el preciado mueble, y ya ahí tocó la cerradura mágica para deshacerla. Ahora solo tenía que agarrar la bolsa más importante e irse.
—¡¿Quién anda ahí?!
Sin previo aviso, las luces se encendieron y la joven quedó a merced de la portadora de la voz femenina que acababa de escuchar, aparentemente de una soldado. Pero ella no tenía miedo. Era tan indiferente a la aparición de esa persona que lo único que hizo fue seguir revisando las bolsas. Tenía que sacar las cosas del baile y luego rellenar ese bolso vacío. Así, si Hent y Terrance no volvían a revisar con esmero, no se darían cuenta de que faltaban los atuendos y las máscaras.
Pero a diferencia de la chica, la soldado que acababa de entrar sí estaba hecha un manojo de emociones incontrolables. ¿Por qué la intrusa no volteaba a verla? ¿Cómo había entrado, en primer lugar? Había mucha protección por los pasillos y la puerta se suponía estaba cerrada...
—Por la autoridad conferida por mis superiores, le ordeno que venga aquí con las manos arriba. —Al ver que la orden era inútil, la mujer invocó su arma, una guadaña—. Estoy autorizada a usar la fuerza contra los intrusos. Por favor, no me obligue a usarla. Quiero ver sus manos en alto.
Casi todos le obedecían al escuchar eso, pues la líder del componente Herma no era alguien a quien una persona en su sano juicio quisiera desafiar. Pero aquella chica intrusa era la excepción. Estaba quieta, ni siquiera se había sobresaltado por las órdenes de la mujer y mucho menos parecía tener ganas de entablar un diálogo.
Entonces era hora de usar la fuerza.
—¿Estás segura de lo que dices?
—Sí. —Tara hizo un sonido de afirmación—. Las criaturas de tipo espectral son las únicas que encajan con esas características.
Norian se incorporó con sus codos para quedar sentado sobre el colchón. El abatimiento se había apoderado de su mente.
—Todo esto significaría que Zeth, si realmente no es argeneana ni vellana, está...
Los pasos de la mujer en dirección a la intrusa fueron firmes y precisos, y una vez estuvo lo suficientemente cerca, alzó la guadaña entre sus manos con la clara intención de atacar a la rubia. Pero antes de hacerlo, se detuvo a esperar que la sombra de su cuerpo hiciera reaccionar a la invasora. El intento, sin embargo, fue inútil. Aquella joven de identidad desconocida era como un pedazo de hielo, y si la soldado no conseguía sacarla por las buenas, tendría que hacerlo por las malas.
Un corte de advertencia funcionaría perfecto. No iba a arriesgarse a sacarla a rastras con la posibilidad de que tuviera armamento oculto.
No dudó en cortar con la guadaña.
—Muerta —dijo Tara—, creo que Zeth está muerta.
La guerrera sintió cómo el filo del arma chocaba contra algo, pero realmente no se esperaba que fuera la mano de la intrusa. Parpadeó una, dos, tres veces al creer que todo era una alucinación, pero era lo contrario. La chica rubia había girado el cuerpo a una velocidad pasmosa para frenar el filo con una mano, y ahora detenía su avance como si ir contra la fuerza de un guerrero del componente Herma fuese lo más fácil del mundo. Ni siquiera sangraba.
—¿Qué...? —jadeó la soldado, esforzándose por mover la guadaña— ¿qué eres?
Zeth solo sonrió, le acarició el cuello con la mano libre y vio cómo se desmayaba en el piso.
«Un fantasma» fue lo primero que llegó a la mente de Norian, sentado en posición de loto a mitad de la negrura del almacén. Tenía los codos apoyados en las rodillas y la cabeza sobre las manos, una posición meditabunda. Mientras tanto, sus ojos, más allá de contemplar la danza del polvo bajo la luz que se metía por la ventana, trataba de hallarle sentido a los argumentos que acababa de oír.
Número uno: existía la posibilidad de que Zeth no fuera ni argeneana ni vellana.
Número dos: había un tipo de criatura que encajaba con su descripción, los de tipo espectral. Los fantasmas.
Y número tres, lo más importante: Zeth no podía ser una mala persona porque su alma era blanca. Eso quitaba gran parte de la preocupación.
Sin embargo, no bastaba para que el chico pudiera recuperar la escasa avidez por dormir que tenía antes. Algo en lo que acababa de decir Tara lo mantenía alerta, como si muy en el fondo sintiese que tenía razón con sus suposiciones.
¿Zeth pertenecía a otro tipo de criaturas?
Seres como los argeneanos y vellanos entraban en la clasificación principal, la humanoide, el conjunto de criaturas más parecidas a los humanos. En cambio, los de tipo espectral podían tener diferentes formas, pero eso no quitaba que se pudiesen presentar con una apariencia parecida a la de los humanos.
¿Y si era el fantasma de un humano?
No. Imposible. Tara había dicho que las almas humanas eran potentes, que se percibían con facilidad, y el aura de Zeth, incluso sin el bloqueo, era imperceptible.
Pero, ¿seguiría así después de la muerte? ¿qué le aseguraba que el espíritu de un humano no se volvía casi neutro luego de morir? Eran muy pocas cosas las que sabía de los humanos, todo por el prejuicio que despertaba hablar de ellos dentro de la mayoría de comunidades mágicas, y para empeorar la situación, Norian nunca había sido un estudiante muy aplicado.
En sus tiempos de escuela general solía sentarse en los asientos del fondo para dormir disimuladamente, así que aunque lo intentara, no podía recordar nada acerca de codificación espiritual. Le era imposible conseguir las respuestas que tanto quería.
¿Era cierto? ¿Zeth estaba muerta? ¿Las criaturas de tipo espectral eran visibles por mucha gente y podían tocar cosas? Ya sentía que estaba enloqueciendo, pero aun así tuvo fuerzas para maldecirse por no prestar atención en sus clases. De haberlo hecho, a lo mejor podría pensar con lógica y no como un insomne atolondrado por los argumentos de su hermanita.
Una locura de medianoche.
Pero otra pequeña parte de él le decía que dejara ese tema en paz, que era estúpido, ilógico y que no era momento para preocuparse de cosas no concernientes al baile de la luna plateada. Y en parte era cierto. A lo mejor su mente solo quería aferrarse a un sinsentido cualquiera para no dormir, una excusa simple con la que torturar al cansado cuerpo del vellano. Pero la confusión acerca de las supuestas desapariciones de Zeth y el misticismo que la rodeaba era casi imposible de disipar.
Se sentía con el deber de buscar respuestas.
Y fue ahí que pensó en algo.
—Ehm, Tara...
—¿Mm? —la oyó decir, un poco amortiguada. Estaba oculta bajo los cobertores.
—¿La codificación espiritual es una rama de la hechicería, no?
—Sipi.
—Está bien, gracias.
Satisfecho con el dato, Norian amagó con levantarse, pero una mano aferrada a su muñeca lo detuvo. Al voltear de soslayo se encontró con el brillo difuso en los ojos de su hermana.
—¿A dónde vas?
—Voy a hacer unas preguntas, tú duérmete.
—Cómprame jugos.
—Te compraré lo que quieras, pero luego de la noche de mañana. ¿Está bien?
—¿Y si te mueres mañana? ¿Te quieres escapar de tu deuda tan fácil? No creas que se me olvidó que me debes otras cosas.
El sonido de Norian riéndose ayudó a deshacer el aura de misterio causada por la penumbra. Pero a los ojos de Tara no era gracioso. Ella quería sus cosas, y le hubiese reprochado otra vez si el muchacho no le hubiera dado un beso en la frente.
—Te amo —susurró—, y no, no voy a morir, pequeña manipuladora. Te compraré las cosas luego.
—Estoy luchando contra la abstinenciaaaaaa.
—Shh. Duerme. —Le puso un dedo en los labios, y con la otra mano le dio un coscorrón—. Si cuando llegue no estás despierta, no te compraré nada.
A sabiendas de que su hermano no podría ver bien su reacción, Tara rodó los ojos, bufando. Pero el pelirrojo se limitó revolverle el cabello con brusquedad para después, habiéndole empujado la espalda contra el colchón, cubrirla bien con las cobijas. No podía irse tranquilo si ella quedaba desprotegida de la inclemente Argenea nocturna. De por sí, él a duras penas podía aguantar gracias a su suéter.
—Quédate aquí, hablaré algo importante. Ya vuelvo.
Tara respondió con un ruidito aletargado, de seguro cansada.
Norian estaba consciente de que existía la posibilidad de que la muy escurridiza estuviera fingiendo, y que se preparara para seguirlo con la cautela que a él le faltaba. Pero no. Pudo comprobar que no lo seguiría cuando, tras avanzar a tientas por el almacén, abrió la puerta y la luz del pasillo iluminó el rostro de su hermana. Estaba despidiéndose con la mano y en sus ojos reinaba un brillo de somnolencia absoluto.
—Si me sigues, te aparecerá Zeth —amenazó Norian por si acaso, a lo que la niña gruñó.
Sin más que decir, salió del almacén en dirección a la sala de conjuros. Ahí había dejado a Lessa y Larry haciendo lo de los cristales, por eso esperaba que siguiesen ahí. El ritmo de sus pies descalzos frotándose fue su única melodía durante el trayecto.
Llegó a la sala.
En efecto, Larry y Lessa seguían ahí, pero no estaban haciendo pociones o conversando.
Acurrucados, así estaban, con una separación inexistente y los brazos alrededor del cuerpo del otro. La cabeza de la chica estaba sobre el hombro de Larry, quien había imitado el gesto para estar aun más cerca. En la parte inferior, sus piernas los balanceaban de un lado a otro como si estuvieran a mitad de un baile improvisado.
Norian se sintió incómodo.
Pesado.
¿Dolido?
Pese a la baja temperatura, estaba seguro de que había empezado a sudar de los nervios. Era estúpido. Por eso quería largarse lo más rápido posible, al fin y al cabo, quedarse como una estatua a presenciar un momento aparentemente íntimo no figuraba entre sus cosas favoritas, mucho menos si incluía a Lessa.
«¿Por qué...? ¿por qué me siento así?»
Estaba tan atribulado e incómodo que en su retroceso chocó con un anaquel, y aunque quiso minimizar el estruendo, varias herramientas acabaron estrellándose contra el piso. Mierda. Lo que le faltaba. De inmediato, los ojos de Lessa y Larry cayeron sobre él, y sin esperar más tiempo, cada uno dio un paso atrás para separarse del otro.
—I-ignórenme, sigan... Sigan en lo suyo —murmuró el vellano, tratando de recoger todo a máxima velocidad. Por la premura muchos objetos se le caían de las manos—. ¿Saben qué? Mejor me voy, tengo que ir al...
—N-Norian.
—Voy al baño, solo a eso.
—¡Norian!
—¡Que voy al baño!
Larry había sido el del segundo llamado, pero Norian no estaba dispuesto a dejarse atrapar por él, no si así afrontaba una situación incómoda. No quería recordar, no quería pensar en lo que acababa de ver. Pero la mente siempre sería el peor de los verdugos. Mientras más trataba de ignorar lo sucedido, más imágenes de Lessa y Larry abrazados se aglomeraban en su cabeza.
Encajaban tan bien...
Larry era inteligente, tranquilo y maduro, no se andaba con cosas estúpidas como Norian. De él venían todos los consejos relacionados con Lessa. En cambio al pelirrojo le faltaba astucia, era inseguro y ni siquiera tenía el valor de hablarle de nuevo a la argeneana. Era una basura comparado con el potencial de Larry.
Angustiado, y sabiendo que Larry iba tras él, aceleró el paso hasta llegar al término del corredor. Ya ahí analizó las paredes lo más rápido que pudo, y antes de que el aprendiz de hechicero pudiera decir otra cosa, el pelirrojo ya había desaparecido tras la puerta del baño. No sabía cómo asegurar la puerta, así que la bloqueó con la espalda mientras extendía las piernas al otro lado de la pared para ofrecer resistencia.
Frente a él, el muchacho reflejado en el espejo era una viva representación de lo que había sido de niño: temeroso del exterior, tímido con los extraños, siempre oculto en cuatro paredes en las que pudiera sentirse seguro. Su zona de comodidad. ¿No había cambiado desde entonces? ¿Seguía siendo el mismo infante miedoso pero en un cuerpo más grande? Se sintió tan avergonzado que apartó la vista para no contemplar el reflejo.
—Norian, abre la puerta —oyó la voz de Larry, a lo que el vellano no pudo formular oración—. Hablemos, por favor.
—E-es, estoy en el baño —logró balbucear, aún haciendo esfuerzos para impedir la entrada del chico—. ¿Podrías dejarme a solas?
—Los dos sabemos que solo te estás escondiendo.
—¿Y qué pasa con eso? —masculló, empezaba a malhumorarse—. Si quiero esconderme, lo haré. Tú sigue con Lessa.
Sorprendentemente, esa última oración no había salido con la vehemencia de antes, ni siquiera con un ápice de cólera. Más bien había sonado dolido. Era como una declaración de derrota codificada en una frase vagamente intimidante.
—Norian...
—¿Qué?
—Lessa y yo... no estábamos haciendo nada. Es decir. —Calló un momento—. Yo no le gusto, no tienes porque...
—No estoy celoso, si es lo que crees.
—¿Me dejas entrar?
—¿Por qué debería?
—Anda, déjame entrar o sal tú, como quieras.
—Mmm...
—Por favor.
A regañadientes, ahora que estaba más calmado, Norian fue despegando los pies de la pared de enfrente para deshacer la fuerza que impedía el ingreso de Larry. Estaba nervioso, pero prefería atravesar esa sensación incómoda en vez de quedarse viendo su patético reflejo. Mirar dentro de uno mismo a veces era una experiencia penosa, pero al mismo tiempo, el impulso tras el cambio.
Por eso, y solo por eso, permitió que Larry entrara y que incluso tomase asiento en la silla en forma de cubo que servía de retrete.
Norian aún no conocía el funcionamiento de los baños en Argenea, así que se le hizo mejor mantenerse quieto en un sitio a que estar moviéndose. Permaneció sentado en una esquina bajo la mirada atenta de Larry.
—Ya te dejé entrar, ¿ahora qué?
El argeneano se apoyó en silencio contra la pared, mirando a Norian.
—¿Estás bien? —fue lo que dijo.
El pelirrojo le dedicó una mirada interrogativa. ¿Por qué le preguntaba esas cosas?
—Claro que estoy bien, solo déjame. Vete.
—Si lo de Lessa y yo te molestó...
—¿Por qué habría de molestarme? —El tono del vellano, aunque no fuera su intención, salió cubierto de sarcasmo—. ¿Porque estaban abrazados y se veían increíblemente bien juntos? O-o... —La voz empezó a temblarle—. ¿O porque ahora de pronto me siento mal? No, no estoy molesto. Solo vete.
—¿Por qué te sientes mal?
—¿Qué ve Lessa en mí?
—¿Eh?
—Como escuchaste. —Ahora libre de beligerancia, Norian alzó la vista para encontrarse con la de Larry. Sus orbes cafés sacaban a relucir una tonalidad opaca y triste—. ¿Qué ve Lessa en mí? Un estúpido guerrero de reserva, es decir... —suspiró con aire derrotista— No tengo nada que ofrecer, en cambio tú —dijo y lo señaló—, un hechicero cerca de graduarse, inteligente y maduro, lo tiene casi todo... Estaría mil veces mejor a tu lado.
—¿Estás escuchando lo que dices?
—Sí, y tengo razón.
—No, claro que no. No puedes simplemente...
—¿No puedo simplemente qué? —contratacó Norian, bufando—. ¿No puedo aceptar la realidad? Mira a Lessa, es increíble, responsable, inteligente. Siendo como es, tendría miles de posibilidades mucho mejores que las que yo tengo para darle. —Se encogió de hombros—. Posibilidades que podría conseguir contigo.
Quedaron en silencio, así que Norian entendió que había ganado.
Podía considerarse la cúspide de lo patético. Era guerrero de reserva desde hace tanto tiempo que ni recordaba, además, casi nadie lo quería en misiones. «¿Quién quiere a un soldado que se congela cuando ve a una espada?» recordó a la líder del escuadrón Ferston, el más básico de todos. «Yo te responderé: nadie quiere a un soldado así. No pierdas tu tiempo en este departamento».
Había querido rendirse, pero Terrance siempre lo alentó a seguir, y ahora que sabía lo falso que era no podía evitar sentirse traicionado. La única persona que había creído en él ahora quería destruirlo.
Lessa no merecía a alguien así.
—Tienes razón, Norian. —Larry rebanó el silencio, sentándose al lado de él—. Lessa tiene más posibilidades a mi lado...
—¿Lo ves?
—Más posibilidades de pensar en ti todo el tiempo.
Norian abrió los ojos con sorpresa, pero al no entender las palabras del argeneano, los entrecerró, curioso y confundido.
—No sé qué te imaginaste cuando nos viste juntos, pero ella lo hizo por ti. Me pidió que le enseñara algunos pasos porque quería bailar contigo mañana. —Una sonrisa apareció en los labios de Larry. Norian no tuvo palabras para describir lo mal que se sentía por haber montado una escena—. Si la hubieras escuchado... Por Gneis, hablaba de eso como si fuera el momento de su vida. No paraba de hablar de ti y lo mucho que quería bailar contigo. Así que sí, Norian. —Lo miró—. Si ella estuviera conmigo habría más posibilidades, pero de que pensase en ti todo el tiempo. Te adora, y si es así no es porque seas un guerrero de reserva, un hechicero, cocinero o lo que sea, sino porque eres tú, Norian, y te lo ganaste.
La opacidad en los ojos del joven se deshizo, cubierta por un fulgor chispeante. ¿Acababa de oír bien? ¿Esa guerrera argeneana que había dejado en la sala de conjuros había hecho eso por él? ¿También había estado hablando suyo con fascinación? Realmente no se esperaba eso.
Abrió la boca para decir algo, cualquier cosa, pero aunque la lengua sí le reaccionase a las órdenes, su mente no era más que un campo vacío. Sin ideas. Sin argumentos. No había oración que pudiese construir sin balbucear como estúpido, así que solo le quedó bajar la cabeza a modo de disculpa.
—L-lo siento —logró decir, avergonzado. Después se llevó las manos a la cabeza—. Lo siento, lo siento... No quise hablarte así. E-es que...
—Oye, está bien. —Larry le palmeó la espalda—. ¿Te sientes mejor?
—Algo. —Asintió con la cabeza, un poco menos decaído—. Creo que estoy paranoico, no he dormido bien en toda la noche y... mierda. —Apoyó la cabeza contra la pared—. Tengo miedo del baile de mañana.
—Yo también.
Los dos suspiraron.
—¿Acabaste con los cristales? —inquirió Norian, que recibió una afirmación del contrario— ¿Fue difícil?
—No, solo que... —tosió— necesito un descanso de la magia por un tiempo. He abusado mucho de mi flujo.
—¿Como el de las hadas?
—Sí. Todos nacemos con un flujo mágico que debemos desarrollar.
—¿Es lo que les ayuda a hacer hechizos, no? A los hechiceros.
—Exacto. —Asintió para darle intensidad a su respuesta—. Va subiendo poco a poco. Un hechicero con un gran flujo mágico puede ejecutar hechizos mucho más fácilmente. Pero si se pasa de su límite... —Tosió—. Puede debilitarse, incluso morir.
Norian abrió los ojos, alarmado.
—¿Tú estás bien? Lo que pasó en El Nangi...
—Estoy bien, nada grave. —Le sonrió para calmarlo—. Después del baile podré descansar.
—Hablando de magia... —Norian bajó la voz, casi como si quisiera contarle un secreto. La atmósfera se había tornado lúgubre—. ¿Sabes de codificación espiritual?
—Conceptos básicos, ¿por?
—¿Puedo preguntarte algo?
—Dispara.
—¿De qué otros colores pueden ser los bordes de las almas argeneanas?
—Qué especifico... A ver. —Larry se quedó pensativo, moviendo la lengua—. Son... mayormente azules. Pero también se han registrado de color morado, verde y hasta rosa. Aunque hay mucha más variedad. Hoy día se siguen descubriendo tonos.
—Ah... bien, bien. —Norian empezaba a calmarse—. Otra pregunta: ¿Por cuánto tiempo pueden verse los seres de tipo espectral? Si es mucho, ¿cómo se ven? ¿pueden imitar formas de otros seres? ¿Pueden tocarse?
—A-ah, ¿por qué tan interesado en taxonomía mágica de pronto?
—Mi... Mi hermana me estuvo hablando de eso, no me deja dormir con sus dudas —se le ocurrió decir—. Por eso vine a preguntarte.
—Bueno... de eso no sé mucho, pero hasta donde sé, los fantasmas no pueden estar en nuestro mundo por mucho tiempo. Son periodos cortos. Se presentan en diferentes formas y... no, no pueden tocarse. Pero ellos sí a nosotros.
—Ah, perfecto. —Norian sonrió, completamente relajado. Le hacía bien descubrir que Zeth no era un fantasma—. Gracias, y... —Se detuvo antes de irse—. Perdón por la escena de antes.
—Tranquilo.
Norian respondió con un asentimiento de cabeza, dispuesto a salir, pero la voz de Larry lo hizo detener.
—Norian.
El pelirrojo se dio la vuelta.
—¿Sí?
—Duerme un poco, que te ves horrible.
Él rodo los ojos con diversión, y cuando pretendía irse, de nuevo Larry lo detuvo.
—También iba a decir que... bueno. —El hechicero titubeó, bajando la cabeza. Luego lo miró con una fuerza paralizante, la necesidad se palpaba en sus ojos—. Pase lo que pase, esto es lo correcto. El camino correcto.
Norian no supo qué decir.
—Eso... Eso era todo. Cuida mucho a Lessa. —Le palmeó la espalda—. Buenas noches.
Dicho eso, Larry abrió la puerta y la señalo con la barbilla, pero sin mostrar la más mínima intención de irse. Quizá quería usar el baño. De todas formas, Norian no pretendía preguntarle. Le dio las buenas noches con una sonrisa antes de salir del baño y cerrar tras de sí. Su versión indefensa había quedado atrás, también su lado cobarde. Estaba decidido a no rendirse.
Contento, se metió la mano en el bolsillo y sacó el regalo de Lessa: aquel objeto humano brillante y redondo que servía como espejo deforme. Lo puso frente a su rostro y pensó:
«Quiero ser la mejor versión de mí».
Sola.
Así había quedado Lessa luego de la ida de Norian y Larry, sin nadie con quien hablar. Por eso ahora, sentada frente a uno de los mesones y con los dedos jugueteándole entre sí, no podía evitar que el cuerpo se le estremeciese por la impaciencia. ¿A dónde habían ido? Bueno, eso sí lo sabía. De seguro estaban en el baño, pero, ¿por qué?
¿Por qué Norian había salido corriendo así?
Tal vez se había puesto celoso...
Pero Norian no parecía de esos, o al menos eso esperaba ella. Además, cuando Lessa lo miró, en su semblante no se vio indignación o ira, sino un sentimiento profundo y difícil de desenmarañar. ¿Tristeza? ¿Decepción? ¿Vergüenza? Una mezcla de esas tres cosas parecía haberse apoderado del corazón del pelirrojo en el momento en que los descubrió, y no entender por qué se había sentido así hizo que Lessa se llevase las manos a la boca, preocupada.
«¿Qué te pasa, chico fuego?»
Él no solía ser así...
¿Y si le había pasado algo a Tara?
No.
No era posible. De ser así Norian hubiese salido de la habitación como una tormenta estruendosa, indiferente a si ella y Larry estaban bailando o no. No se les hubiera quedado viendo con aquel rostro carente de vivacidad que aún se dibujaba en la cabeza de la exsoldado. Ese rostro que transmitía pesadez y decepción.
¿Decepción de ella?
No... eso tampoco.
Estaba tan atrapada en sus propios líos que bufó para desahogarse, hundiendo el rostro entre las manos mientras las piernas se le movían con inquietud. Necesitaba relajarse un momento. Aunque aún faltasen horas, el baile estaba cerca, y si quería dar lo mejor de sí, descansar correctamente era imprescindible. Por eso no podía andar estresándose por algo que de seguro se resolvería pronto. Algo que no era la gran cosa.
Dispuesta a alejar los malos augurios, se puso en pie para luego caminar hasta el anaquel de enfrente, el mismo con el que Norian había chocado. A sus pies aún estaban los objetos que se habían caído, y como acomodar cosas la relajaba, se puso la misión de colocar todo en su sitio antes de que los muchachos volvieran. Era una buena forma de mantener su cerebro concentrado en banalidades.
Hace años, cuando aún estaba bajo la tutela de la señora Main, la mandaban a limpiar y organizar ciertos lugares del castillo junto a sus compañeros. A decir verdad, aquellas redadas de limpieza extenuantes nunca habían sido del agrado de los niños, y no nadie podía culparlos. Las habitaciones eran ridículamente grandes y los muebles muy pesados. Era fastidioso tener que limpiar salas así.
Sin embargo, Lessa sí disfrutaba de limpiar. Era relajante, la mantenía enfocada en un solo objetivo, y podía satisfacerse con la comparación que hacía de las salas antes y después de la limpieza. Saber que era la causa de que las habitaciones estuviesen limpias le daba cierto bono de gratificación, una recompensa de su cerebro por haber trabajado tan duro. Además, la señora Main le dejaba conservar objetos de las habitaciones siempre y cuando ya no fueran muy utilizados.
Así Lessa había adquirido una colección de tesoros que resguardaba como su propia vida. Tenía de todo; pasando por artículos ornamentales hasta accesorios coloridos. Desde pequeña a Lessa le atraían los objetos brillantes, por eso se encargaba de seleccionar los que cumplieran con esas características. ¿Lo mejor? Luego de limpiarlo, además de quedárselo, podía observar su reflejo sonriente.
Un reflejo que Hent la había hecho odiar.
Un reflejo que ahora lo iba a hacer pagar por sus atrocidades.
Rayos. Estaba enredándose en pensamientos pesados de nuevo, todo lo contrario a lo que realmente quería. Su objetivo era relajarse un poco para poder dormir. Estaba tan desvelada que el día del baile ya les había caído encima y solo les quedaban horas antes del gran momento. Habían pasado varios minutos desde las doce.
«Hoy es el baile» pensó nerviosa, agachándose para agarrar el último objeto que quedaba: un círculo metálico con un hoyo en el centro. No obstante, justo cuando estaba cerca, una mano lo recogió primero. Al seguir el brazo Lessa se topó con la cabellera rojiza de Alice.
—¿Insomnio? —La mujer tomó la palabra, entre divertida y curiosa. Puso la pieza en el estante.
—Ahm, no, es que... —Lessa se encogió en sí misma, jugueteando con la pieza que la mujer acababa de guardar. No le gustaba quedarse a solas con ella, siempre sentía que podía leerle la mente—. Es que estaba acompañando a Larry mientras hacía lo de los cristales, es todo. Ya terminó.
Alice se recostó contra la pared, pero con un movimiento tan brusco y accidentado que Lessa quitó los ojos del estante para detallarla. Parecía estar bien. Una sonrisa de labios camines seguía invicta en sus labios.
—¿Nerviosa por el baile? —siguió la mujer, a lo que Lessa no supo qué decir. Le parecía extraño que de pronto Alice estuviera tan empecinada en hablarle.
—Un poco, sí —atinó a responder la exsoldado, girándose para apoyar la espalda en el anaquel, a un lado de la hechicera. Con ese ángulo la sala de conjuros se veía más grande—. ¿Desde hace cuánto trabaja aquí?
Alice le dio un golpecito en el hombro, riéndose con amargura. De pronto su postura y la mirada vacía hacia el frente que dio la hicieron ver derrotada.
—Tutéame. Ya te dije que podías hacerlo. —Su voz fue neutra—. No me quiero sentir como... esas maestras insoportables que se creían la gran cosa. Siempre exigiendo que les hablaran con formalidad extrema. —Tosió—. Se creían las reinas del mundo.
—¿C-cómo era estudiar hechicería antes?
Alice volteó a verla con diversión.
—¿De verdad quieres saber?
La exsoldado asintió.
—Horrible. —Alice gesticuló exageradamente para agregar dramatismo, moviendo las manos—. Bueno, todo era horrible para los hijos de la guerra. Pero —dijo y echó la cabeza hacia atrás, anhelante— una parte de mí no quería rendirse. Tenía sueños.
—¿Los cumpliste?
—Más o menos.
La voz de Alice fue lúgubre, y aun así estaba sonriendo. Una sonrisa amarga y cansina.
—Mi sueño era inventar mi propio hechizo, presentarlo al Comité Máximo de Hechicería y formar parte del equipo. —Se rio, inclinando la cabeza. Parte de su cabello le cubrió las facciones—. Pero ninguno me tomaba en serio. Más bien, les sorprendía que me hubiese graduado. Solo querían que me desempeñara en trabajos menores... Pero yo quería algo más.
—¿Enseñar?
—Algo así. —La sonrisa de Alice fue dulce, pero el tiritar de sus manos la hizo ver desesperada y débil. Las escondió en sus bolsillos—. Fui tan terca que para deshacerse de mí me pusieron a cargo de este sitio, una sala de conjuros que casi nadie quería. Pero para mí estaba bien. Luego quise estudiantes.
—¿Por qué sólo tienes uno?
—Dicen que mis métodos son "peligrosos". —Hizo comillas—. Me dieron a Larry como forma de prueba, y no han querido asignarme a más desde entonces. Es como si yo fuera una plaga para ellos. Pero no me importa, me basta con no ser como las tiranas que me enseñaron a mí. —Sonrió con recuperada vivacidad, mirando a la guerrera—. ¿Qué hay de ti? Tener a Hent de entrenador...
—Se sentía como un juego de supervivencia —murmuró con pesadez, frotando sus brazos entre sí—. M-muchos deseaban ser entrenados por Hent, "el mejor entrenador de Argenea". Pero una vez dentro de su escuadrón, se arrepentían. Las rutinas de ejercicios eran demasiado... y a los que se negaban o cansaban los pateaba hasta hacerlos obedecer. —Cerró los ojos—. No me sorprende que la tasa de supervivencia a los entrenamientos de Hent fuera tan baja en ese entonces...
—Sí, lo sé. —Alice aspiró profundamente, como si quisiera absorber algo.
—Luego empezó a ser menos brusco, pero igual era horrible...
—Al menos ya no lo tienes encima.
—Sí... —Lessa sonrió con vivacidad—. Él ya no puede hacerme nada.
—No me refiero a Hent.
Lessa abrió los ojos, confundida, para luego girar la cabeza en dirección a Alice. La mujer estaba tranquila, enfocada en la pared que tenían enfrente. Sus brazos y pies cruzados la hacían ver determinada.
—¿A qué te refieres entonces? —siguió Lessa, incomodada por el silencio.
La sonrisa de Alice se deshizo, y con un semblante entre serio y preocupado, le dedicó una mirada potente a la arquera.
—El hechizo guía. Ya no lo tienes.
Lessa dio un respingo.
—¿C-cómo...?
—¿Que cómo lo sé? Soy hechicera, sé reconocer un aura mortificada fácilmente. Y la tuya era como si siempre estuviera bloqueada, con algo encima. —Puso una mano sobre la otra. Hablaba con tanta simpleza que la exsoldado no lo podía creer, ¿lo había sabido todo ese tiempo?—. Eso que tenías encima era el aura de Hent, producto del hechizo. Ya no la tienes.
Lessa no supo qué decir, pues ni ella misma se había dado cuenta de ese detalle. Llevaba casi un día entero sin oír la voz del Hent imaginario dentro de su cabeza. ¿Cuándo había sido liberada? ¿En el estadio, quizá? Con todo lo que habían vivido de seguro no le había puesto importancia a un detalle así.
—De eso te hablé antes, pero no me parecía el lugar correcto. —Alice le puso una mano en el hombro al verla tan abatida—. ¿Estás bien?
—Sí... —La mirada de Lessa fue débil, pero al estudiarla, Alice notó que tenía los ojos brillantes por la emoción, como si sus orbes azules fueran dos lagunas a rebosar de tesoros—. Gracias, me siento bien ahora.
En parte era cierto, se sentía muy bien. Pero a los ojos de Alice, la bruma alrededor de la guerrera seguía teniendo pequeños rastros de preocupación.
Al sentirse incómoda por su mirada, Lessa se alejó un poco, apretándose la muñeca mientras se encogía en sí misma.
—Aún hay algo que te preocupa.
—Sí. —Lessa sabía que no había sido una pregunta, pero aun así contestó de esa manera—. Quizá sea el baile, en la noche nos vamos a arriesgar y...
—¿Y...?
Lessa suspiró, derrotada. Su rostro exhibía estrés.
—Alice, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Dispara.
—Imagina que... alguien que quieres mucho confía en ti, y te cuenta algo de su pasado. —Lessa se detuvo para tomar aire, estaba nerviosa y no quería que Alice diera con la razón—. Ahí descubres que le hiciste daño hace mucho tiempo, entonces no sabes qué hacer. Si le dices, él podría dejarte para siempre. Y si no...
—¿Podría sentirse traicionado?
—Exacto, ¿y qué tal si se entera por otros medios? —Lessa tragó saliva, sin dejar de frotarse la muñeca. Cerró los ojos en pánico—. ¿No sería eso peor? Porque hay personas que quieren usar tu secreto en tu contra para hacerlos pelear entre sí. Entonces, ¿qué harías? ¿decirlo o escondérselo?
Alice largó un profundo suspiro.
—Tarde o temprano esa persona va a enterarse, así que... —Sonrió—. ¿No sería mejor decírselo yo misma? Y afrontar las consecuencias.
«Afrontar las consecuencias» pensó Lessa, viendo que Norian acababa de salir del baño. Estaban solos, sin ninguna distracción o elemento que les impidiese hablar. Alice se había ido dormir hace un rato. Eran las condiciones indicadas para confesar su secreto.
Convencida, la arquera empezó a caminar hacia su dirección, pero no contaba con que Norian correría hacia ella.
Él la envolvió en sus brazos sin emitir sonido. Se quedó quieto con ella, apretándola cada vez más fuerte, deseoso por pegarla a su pecho y hacerla sentir el bombeo constante de su corazón. Lessa podía percibirlo con facilidad. Eran golpeteos fuertes y eufóricos, como si el simple hecho de tenerla cerca lo alegrase.
—Norian...
—Te quiero, muchísimo. —Su voz salió amortiguada por tener el rostro contra el cuello de la guerrera—. Siento haberme ido así cuando...
La mirada de Lessa lo enervó y lo detuvo. Le tomó un rato acopiar el valor para seguir.
—Siento haberme ido así cuando cuando estábamos en el balcón. —Entrelazó sus dedos y juntó sus frentes, tierno—. No quise rechazarte así.
Lessa calló unos segundos. De verdad hubiese preferido que aquel asunto del beso quedara olvidado, cubierto por algo así como una ley de silencio. Pero Norian acababa de sacarlo del olvido, y aunque inicialmente quiso huir, Lessa miró a Norian firmemente para enfrentarlo. No quería ser la única que se disculpara.
—También es culpa mía —admitió, bajando la cabeza—. Debí suponer que no te sentirías... cómodo si no te avisaba.
—Está bien. —Norian sonrió, divertido—. Te quiero.
La exsoldado inclinó la cabeza y le puso una mano en la frente.
—¿Estás seguro de que Alice te cuidó bien, chico fuego? Porque estás muy cariñoso.
—Bah. —Rodó los ojos—. Ahora te jodes. No te voy a decir algo bonito otra vez.
—Solo estoy jugando. —Le dio un beso en la frente—. Yo también te quiero.
—Ajá.
—¡Hablo en serio!
—Mm.
—¿Ahora te molestas porque mis "te quiero" no son convincentes? —La argeneana lo examinó de pies a cabeza, con los brazos en jarras—. A ver, ¿de verdad eres el mismo que se asustó cuando lo abracé en la biblioteca? Porque siento que te cambiaron.
—¿De verdad eres la misma que me quería apresar cuando entré a Argenea en la noche? Porque siento que te cambiaron.
—Fogoso rebelde.
—Señorita frialdad.
—Chico fuego.
—Señorita argeneana. —Norian sonrió, deshaciendo el cruce de sus brazos para acercársele. Un destello nervioso presidía su mirada, por encima de sus cachetes arrebolados—. Ya que estamos, creo que... mm, podría darte lo que te debo.
—¿Qué cosa? —Esbozó una sonrisa juguetona.
Él sonrió, un poco más envalentonado.
—Cierra los ojos.
Su voz había salido seria, carente de jocosidad o malas intenciones, así que Lessa obedeció, imaginándose lo que le daría.
Ahora no había ni una pizca de duda en los ojos cafés de Norian, esos que en algún momento habían mirado a Lessa con fastidio, pero que ahora se posaban en ella como lo más valioso del mundo. Incluso en sus manos se le notaba la delicadeza, esa lentitud de movimientos, esas caricias suaves en sus mejillas. Lessa Astral se había convertido, no en la debilidad del guerrero, sino en parte de su fuerza.
La misma fuerza con la que se propuso besarla.
Lessa lo sintió acercarse, pero un pensamiento intruso arruinó el momento.
«¿No sería mejor decírselo yo misma? Y afrontar las consecuencias».
—E-espera. —Justo cuando sus labios iban a unirse, Lessa lo bloqueó con la mano, abriendo los ojos.
Él pestañeó confundido. Ver el rostro serio de Lessa lo hizo dar un paso atrás.
—¿Te... molestó?
—No, no, no es eso. —Lessa lo tomó de la mano para hacerle ver que estaba a gusto con su cercanía, pues el guerrero había empezado a alejarse—. Es que... bueno, quiero hablar contigo de algo primero, ¿está bien?
—Ah... —Norian bajó la cabeza unos segundos, medio decaído. Pero al alzarla se vio vigoroso de nuevo—. ¿Qué pasa?
—Bueno...
Los ojos a la expectativa de Norian fueron una tortura para Lessa. ¿Cómo se suponía que empezara la confesión? ¿Con un «mira, yo maté a tu querida novia»? No, así no podía ser. ¿Y si le mostraba la marca? Justo ahí negó con la cabeza, tampoco podía hacerlo de esa forma. Necesitaba darle una base de información antes de revelarle todo, solo así podría minimizar las posibilidades de que...
«De que me odie».
Atacada por ese pensamiento, se llevó las manos a la boca y negó con la cabeza. Había sido una completa estúpida al intentar poner en marcha el plan de Alice; no era tan fuerte como ella y estaba segura de que no podría soportar ver odio en los ojos de quien le gustaba.
Había que abortar la misión.
—Lessa...
—A-ah, lo siento. —La argeneana frotó sus brazos entre sí, nerviosa. Evitaba el contacto visual con su abundante cabello—. Creo que deberíamos dormir ahora. El baile es hoy y...
—¿No ibas a decirme algo?
—Ah, sí. —Lessa suspiró para calmarse y perder el aspecto sospechoso—. Solo quería decirte que... —Señaló el anaquel detrás de ella—. Que recogí lo que tiraste.
—¿Eso es todo?
—Sí, lo siento. —Bajó la cabeza—. Estaba nerviosa por el beso, es todo.
—Ah. —La sonrisa de Norian la enterneció, también el hecho de que se tomara la molestia de acariciarle el rostro. Esa mirada amorosa era hechizante—. Supongo que estamos a mano ahora, señorita argeneana.
—Por supuesto, chico fuego. —Sonrió—. ¿O debería decir caballero vitamina C?
—No puede ser, ¿Tara te lo dijo?
—Tal vez.
—Bah. —La sonrisa de Norian se agrandó—. Estoy cansado, ¿y si nos acostamos ya?
—Pervertido.
—N-n... ¡No! —Norian la señaló con un dedo incriminatorio, todavía sonriente. Lessa también sonreía con descarnada diversión—. La pervertida es usted, señorita argeneana. Yo me refería a dormir, que su espíritu cochambroso quiera hacer otra cosa no es...
Lessa le dio un beso en la mejilla.
—... no es algo que me moleste, la verdad. —Norian fue anestesiado por una ternura repentina, incapaz de eludir el impulso de abrazarla y besarle la punta de sus mechones azules—. Pero creo que no es el momento, mi argeneana pervertida.
—No me digas así...
—Tú empezaste.
—Fuiste tú el que usó las palabras equivocadas.
—Tú fuiste la que le agarró el doble sentido, no yo.
—Mm.
—¿Mm?
—Mucho por hoy. —Lessa se separó un poco de su pecho para mirarlo a los ojos. Era tan tierno... pero esos orbes café a rebosar de cariño también la hacían sentir mal. Culpable. Apartó la vista con inquietud—. Así que sí, "acostémonos" ya.
—Ahora resulta que los argeneanos son más calientes de lo que creía.
—¡N-Norian! ¡Por Gneis!
Lessa enrojeció de golpe. Aquello había sobrepasado su juego. Aun así, Norian solo se rio a carcajadas al ver su carita nerviosa, casi igual de roja que la suya.
—Eres un pervertido.
—Ajá. —La hizo reír con un beso la frente—. Vamos a dormir pues.
—Está bien, está bien... —aceptó Lessa, pero el cuerpo se le paralizó de pronto. El peso de la culpa había materializado grilletes invisibles para apresarla.
—¿Lessa?
—A-adelántate tú —se le ocurrió decir. La dulzura en la mirada de Norian la hizo sentir tan mal a último minuto que tuvo que apartar la vista, acribillada por la culpa—. Iré al almacén en un rato, necesito... usar el baño cuando Larry salga.
Norian hizo el intento de decir algo, pero no pudo. Lessa solo lo vio abrir la boca en silencio antes de que se dirigiera al almacén con las manos inmersas en los bolsillos. Era una pose despreocupada, típico de Norian. Pero Lessa estaba lejos de distraerse con su postura, no podía detallar esas cosas cuando algo le quemaba a mitad del pecho.
La maldita culpa.
Entre la negrura impenetrable que reinaba en el sitio, un rayito de luz fue expandiéndose hasta convertirse en una oleada de iluminación difícil de ignorar. Uno a uno fragmentos de oscuridad se disiparon para revelar lo que había tras ellos: un pasillo de paredes lúgubres que en algún punto habían brillando por pintura violeta, pero que ahora, tras años de descuido, no eran más que la barrera desgastada que mantenía ocultos todos los secretos.
Dos pares de piernas aterrizaron en el suelo del pasillo, iluminados por la luz que entraba desde el agujero superior, la entrada, que se cerró segundos después de su ingreso. Eran dos hombres los que habían entrado, dos hombres que acababan de ocultarse bajo un manto de oscurana, pero que ni se molestaron en usar una luz en su trayecto.
Un camino casi en línea recta no era mucho problema.
Sus pasos eran firmes, siempre al mismo ritmo. Después de todo, algo les decía que luego de esa noche por fin iban a poder descansar antes de poner en marcha los preparativos de la segunda parte del plan.
Aunque realmente eso era algo que ninguno de los hombres mencionaba. De por sí, desde su aparición en el pasillo no habían expulsado más que respiraciones indistintas, siempre absortos en la realidad alterna que se formaba en sus mentes en momentos de cavilación, como un árbol retorcido que extiende sus ramas para llegar más y más alto, hasta que llega a un punto en el que no hay forma de volver.
Así estaba Terrance hasta que su compañero, con un ademán carente de delicadeza, lo sacudió a los lados. Entonces el vellano cayó en cuenta. Ya estaban frente a la habitación que con tanto ahínco mantenían oculta del mundo, esa que almacenaba vivencias prohibidas y la base de los tratados que hasta ese entonces conservaban a los reinos en una frágil estabilidad.
—¿Para qué querías venir exactamente? —quiso saber el argeneano, con fastidio—. Luego de cumplir el segundo camino podremos destruir estas cosas y...
—Shh.
—¿Y ahora qué?
Terrance no respondió, sus pies solo avanzaron en eterna sincronía para atravesar la tela de la entrada y meterse en las ruinas de la biblioteca. Como tal, aquel sitio nunca había sido agradable a la vista ni un derroche de elegancia, solo era una habitación ovalada de paredes toscas color violeta, hogar de estantes y mesas con pilas de documentos mal organizados. A Hent siempre le gustaba poner todo en orden, pero en cuanto a lo que esa biblioteca respectaba, le daba lo mismo. Eran cosas que destruiría de no ser por las restricciones de Gneis.
Aunque en ese aspecto los elegidos ya le llevaban la delantera. La mayor parte de los documentos estaban quemados, un obvio indicativo de que Archer había usado sus poderes durante la batalla contra el wendigo. No le sorprendía. Ese inestable era propenso a incendiar cosas incluso cuando algo lo ponía de malas, por eso era más que evidente que, al darse cuenta del secreto de Astral, la carbonizaría en segundos.
Todo iba a ser fácil... siempre y cuando encontraran a los elegidos. Por eso mismo Hent masculló entre dientes, harto del silencio calculador de su colega. ¿Qué demonios le pasaba? A veces prefería su faceta irresponsable y burlona en vez de ese rostro frío y lejano que portaba, pues al menos así se sentía un poco menos irritado con él.
Pero es que esa era la cara real de Terrance, no un hombre cariñoso y dedicado, sino uno capaz de deshacerse de personas sin compasión si estaban como obstáculos en su camino.
Por eso ya no había un Terrance amable y dulce con Norian o Tara, no cuando ellos eran parte del problema que hace sesenta años habían decidido evitar.
Pero a Hent seguía molestándole el hecho de que el vellano le hubiese reñido para volver a la biblioteca y que ahora no le dijese el porqué. ¿Cuál era la causa de esa motivación repentina? ¿Había algo más que quisiera leer entre los documentos que casi se sabían de memoria?
Hent golpeó una mesa.
—¿Ya vas a decirme qué hacemos aquí? —insistió ceñudo—. Porque, si te lo tengo que recordar, mientras estamos aquí abajo los elegidos aguardan por nosotros. Tú mismo dijiste que el momento estaba cerca, y que en el baile de seguro iban a...
—Lo sé —respondió tajante, acomodándose el parche en su cuenca vacía. Era meticuloso y delicado en extremo con todo lo relacionado a los vendajes—, pero ellos no irían al baile sin un plan.
—Lo que sea que pretendan, es imposible que salga bien. —Hent se cruzó de brazos—. Tenemos un equipo más numeroso, también más recursos. Ah, y apenas se muestren en el baile, podrían ser atrapados. ¿Qué plan podría ocurrírseles que nos pusiera en peligro?
Terrance rio en voz baja. Aunque fue más un resoplido condescendiente que una risa.
—"Tenemos un equipo más numeroso, también más recursos" —arremedó. Una mueca torcida bailaba en sus labios—. ¿Sabes que esos pensamientos fueron los que hicieron que el ejército vellano bajara la guardia en la guerra? Y luego boom, un ejército pequeño pero mejor entrenado de argeneanos empezó a ganar casi todas las batallas. —Terrance señaló su sien—. Usa lo que tienes aquí, no te confíes.
Hent se vio aprisionado por la impotencia al escuchar eso. Odiaba cuando Terrance le decía ese tipo de cosas.
—¿Y bien? —prefirió decir, con los brazos en jarras—. ¿Cuál es el maravilloso plan de los elegidos, si es que sabes?
Terrance miró el interior de una caja del tamaño de su mano antes de responder:
—Lo que me temía.
—¿Puedes ser más específico?
Terrance le mostró la caja, vacía y sin rastro de lo que habían puesto allí. Entonces Hent retrocedió dos pasos antes de sostenerse el pecho, negando con la cabeza ante lo que acababa de presenciar.
Pero de todas formas se topó con la espantosa realidad reflejada en los ojos de Terrance: no estaban, los cristales expositivos no estaban, esas piedras que contenían secretos comprometedores que, de ser expuestos, causarían más revuelvo que la existencia de Gneis, la amenaza de destrucción y los fraudes en el torneo anual.
Sería el nacimiento de una sublevación incontrolable.
—No —jadeó Hent, con las manos trémulas y una sonrisa nerviosa en el rostro—, no, no... ¿No insinúas que...?
—Ellos se los llevaron.
—Pero, ¡¿cómo?!
Terrance desapareció detrás de una mesa por unos segundos. Cuando volvió a aparecer, tenía un papel roto entre las manos. Hent lo reconoció. Era la hoja en la que habían escrito el hechizo para crear a la criatura que protegería la biblioteca, esa que habían hecho con el apoyo del amenazado Larry.
Casi estuvo a punto de reprocharle a Terrance por qué recogía una cosa así hasta que recordó las palabras de Hathaway:
—Los wendigos no tienen consciencia, solo quieren lo mismo que su creador.
—Nosotros... Nosotros queríamos borrar todas estas cosas, hacer como si no hubieran sucedido, desaparecerlas...
—Y el deseo fue tan fuerte que de seguro el wendigo escondió los cristales en su interior —completó Terrance—. Entonces, cuando Lessa y Norian lo mataron...
—Obtuvieron los cristales, sí, me consta. —Hent se apoyó en la mesa del frente, agachó la cabeza y sus pulmones iniciaron una serie de respiraciones erráticas. El hielo a su alrededor denotaba su nerviosismo—. Mierda, mierda, ¡mierda! ¡Tenemos que atraparlos!
—¿Crees que no lo sé? El baile será su momento, quieren revelar lo que hicimos.
—¡Mierda! ¡Mierda!
—¿Ya terminaste de desahogarte?
—¡Maldición!
—Bien, te espero.
Hent apretó los puños contra la mesa, obligándose a pensar. El fastidio en la voz de Terrance tenía razón de ser, era cierto: no podían descontrolarse si eso significaba más minutos perdidos. Debía pensar con cabeza fría. Los elegidos no iban a ganar la carrera que ellos mismos habían iniciado.
Un poco más tranquilo, Hent inhaló profundo antes de alzar la cabeza y mirar a su compañero. Expulsó el aire por la nariz y se enderezó..
—¿Estás seguro de que esperarán al baile?
—Si no, no tendrían razón para asistir.
—Bien, bien... —El argeneano se masajeó la nuca, tronándose el cuello. Tenía los ojos cerrados—. Aún hay tiempo, los encontramos, y antes de hacerlos pelear les quitaremos los cristales. Esa es la primera prioridad.
Terrance asintió, y Hent hubiese sonreído con suficiencia de no ser porque la cabeza empezó a dolerle. Se sentían como punzadas, fuertes y eficaces a la hora de desestabilizarlo. Evitó la caída aferrándose una mesa, apretó la mandíbula y empuñó las manos alrededor de su ropa. Era obvio lo que sucedía, alguien estaba llamándolo telepáticamente para darle información, y al suponer que sería importante, dejó de luchar para permitir la conexión.
Los ojos le brillaron en azul al conectarse.
—Mm —se quejó, sobándose la sien—. ¿Alguna novedad?
—Encontramos una coincidencia de aura al cien por ciento. La hechicera Alice Kalandra, mentora de Hathaway, en su sala de conjuros.
Le faltaba el aire.
Asfixiada, Alice despertó de golpe y se enderezó sobre su cama para inhalar profundo, sintiendo el ardor de sus pulmones y el golpeteo constante a mitad de su pecho. Las manos le temblaban sin descanso, gotitas de sudor frío se le deslizaban por la frente y su campo de visión exhibía alrededores borrosos. Fue cuestión de tiempo para que la mujer se balancease hacia el frente a punto de caer.
Su peso parecía haberse triplicado, le costaba moverse, y con cada expansión de su pecho para respirar, algo muy en el fondo le quemaba, como si el oxígeno inhalado se fuera directamente a alimentar un incendio en su interior. Estaba cansada, pero una ola de malestares la engullía cada vez que cerraba los ojos y por eso le era imposible dormir.
«No puedo, no puedo respirar».
De nuevo se ahogaba.
En un impulso saltó como un resorte hacia la pared de enfrente, palpando la superficie con insistencia para aferrarse a lo que sí era real. No podía ver bien, los sentidos le fallaban a tal punto que sus piernas temblorosas no serían capaces de mantenerla de pie por mucho tiempo más. Entre su desesperación, abrió la boca todo lo que pudo para inhalar aire, justo como lo había hecho cuando acababa de despertar, pero no pudo.
El escozor en su pecho la hizo toser, así que entre su ahogamiento se tapó la boca para retener el líquido que salía de ella.
Sangre.
Estaba tosiendo sangre.
Aquello fue presagio de lo que se avecinaba. Consciente de lo que iba a pasar, abrió la puerta como pudo y dio pasos titubeantes hasta el baño. El trayecto fue doloroso, y la taquicardia que le asaltó el pecho hizo todo mucho peor. Pero no estaba dispuesta a rendirse, no cuando un maremoto se revolvía en sus entrañas ansioso por salir.
Una vez en el baño, cerró la puerta y se fue en vómito. El portal que se abrió fue útil para que no quedara ni un rastro. Cuando recuperó fuerzas, se pasó una mano por la boca para luego poner ambas manos frente al espejo. De la parte superior descendió un chorro de agua gélida, proveniente de las fuentes de agua argeneanas, que después de lavarle las manos cayó en un portal bajo los pies de Alice. Listo. Ya no había rastros.
Aún con pasos temblorosos, salió del baño directo a la caja de provisiones que había en uno de los anaqueles. Según recordaba, la había puesto cerca de su habitación, en la primera pared perteneciente a la sala de conjuros. Al encontrarla revisó su contenido con avidez, desesperada, pero aun así esforzándose por ser silenciosa. Cualquiera de sus invitados podría despertarse y verla así.
Debía recomponerse lo antes posible, por lo que no dudó ni un segundo en sacar una manzana de la caja y comérsela cual monstruo feroz. Luego otra, otra y otra. También devoró panes y se empinó una botella de leche. Quizá comer esas cosas no fuera la solución definitiva, pero iba a darle fuerzas. No podía permitir que su flujo mágico siguiese en descenso.
Mantener tantos hechizos estaba matándola lentamente...
De pronto, sus labios carmines se curvaron en una sonrisa mientras negaba con la cabeza. Ella no iba a morir, al menos no tan pronto. Daría hasta su último aliento cuando le diese la gana y a su manera.
Dispuesta a luchar contra el dolor, Alice volvió a meterse en la profundidad de su cuarto para acostarse un poco y descansar. Pero era demasiado. El agotamiento retorcía cada parte de ella, como si un batallón de agujas se le deslizara por debajo de la piel, mientras su cabeza, inundada de pensamientos alarmantes con respecto al futuro, seguía palpitando con furia demente.
«Ya no puedo más...».
Eso fue lo último que pensó antes de quedarse dormida.
Holaaaaaaa. ¿Qué taaaal? ¿Les gustó el cap? ¿Cuáles son sus impresiones? ¿Qué piensan de Alice? ¿Qué teorías tienen sobre Zeth? Como siempre, los leo 👀
Lamento informar que... hoy tampoco hay dibujo. (RE SORRY). Últimamente el tiempo se me va, y bueno, llega el día de publicar y no tengo nada XD Pero al menos, al menos, trataré de hacer algo bien épico para la próxima actualización (que creo que será doble).
¡Ya estamos cerca del final! Calculo que el libro estará totalmente subido como en tres/cuatro semanas. ¿Les emociona? 🥳
Como no tengo dibujos, les dejo estos memes que hice porque sí. No sé si dan risa, pero... se me hacen bonitos.
Referencia al cap de antes del flashback. (Por cierto, ¿qué les pareció? No puse preguntas ahí porque... no sé)
Yyyy con eso, me parece que es todo. Pero antes de irme quiero hacer una última pregunta: ¿qué creen que pase en el siguiente cap?
Ahora sí es todo. ¡Gracias por leer! Los leo en la siguiente actualización 😉
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