Capítulo X: La caída de una novata, el levantamiento de una actriz
«El valor sin experiencia era suicida».
-Ángeles y demonios
Luego de que el suelo de la biblioteca volviera a unirse, el pasillo subterráneo permaneció a oscuras y en silencio. Lo único que se oía fue la respiración agitada de Lessa y Norian antes de que él encendiera flamas entre sus dedos para servir de iluminación. Así aceleraron el ritmo.
Ninguno de los dos hablaba, pero era más que palpable la tensión que había entre ambos. Norian estaba metido en su mundo de pensamientos y preguntas sin resolver, mientras que Lessa, visiblemente nerviosa y con el corazón latiéndole en la garganta, analizaba sin parar todos los mapas del castillo que se había tenido que aprender en sus lecciones.
A diferencia de los otros pupilos, al ser su favorita Lessa recibía atención especial por parte de Hent, por eso le había dado la oportunidad de ver planos del castillo que a ningún otro le había mostrado. Así la chica había podido conocer pasadizos y habitaciones que se encontraban ocultas para la mayoría de servidores, una recompensa conseguida por su buen desempeño y fidelidad como soldado.
Por eso Lessa se había sentido un poco especial, porque desde su inocente punto de vista, se creía una de las personas más cercanas a Hent. Pero ya veía que no. Descubrir ese pasadizo había sido como si una bola de demolición hubiese golpeado el edificio de todas sus creencias, y ella, aún atrapada en las ruinas, no podía aceptar haber sido un pupilo más para Hent.
Él le había dicho que era especial y diferente... ¿por qué esconderle esas cosas? ¿No confiaba en ella como su soldado?
«Obviamente no va a confiar en alguien que le está desobedeciendo» la voz del hechizo de Hent resonó en su cabeza como de costumbre. «Mírate, te haces llamar aspirante a soldado del CEMA y te le estás rebelando a tu superior, ¿quién confiaría en alguien así?»
Las cejas de la argeneana se unieron por el desencanto, y como no quería hablar sola frente a su compañero, decidió ignorar los reclamos del hechizo guía. Con el pasar de los años había descubierto que ignorarlo era una buena forma de hacer que se callara. Por eso trató de concentrarse en cualquier cosa que no fuera su propia decepción, pero con cada paso que avanzaba, la espina de la incomodidad se hundía más profundo en su pecho.
Sí había momentos en los que se sentía desechable y común, reemplazable como cualquier otro, pero luego recordaba las atenciones especiales de Hent y se sentía de lo mejor. Había estructurado su valor en base a la utilidad que Hent le había dicho que poseía, pero si ahora realmente no era más que una simple soldado mimada de turno, ¿cuál era su importancia? Hent estaba a mil pasos por encima de ella en la escalera de la vida, en ascenso ininterrumpido. En algún momento ella no iba a ser más que una memoria vieja y empolvada.
Esa idea hizo que su habitual dolor en el pecho hiciera aparición, tan fuerte que tuvo que apretar los labios para retener los quejidos que pugnaron por salir. Un soldado no podía mostrarse emocional, mucho menos por algo tan estúpido como no ser considerado importante. Porque un argeneano que no luchaba era un argeneano sin valor, y eso era a lo que se aferraba para mantener la sonrisa en sus labios.
Una mueca que se había convertido en la tapa del frasco de penas en su interior.
—M-me duele —se quejó, sobándose la mejilla que, además de tener humedad causada por las lágrimas, también tenía una marca rojiza enorme debido a las bofetadas de Hent. Esa era su mejor forma de castigarla cada vez que hacía una travesura—. M-me duele, señora Main...
La mujer, que hasta ese momento había permanecido con las uñas en la boca, rostro acongojado y los hombros caídos, suspiró hondo para caminar hacia ella e inclinársele enfrente.
—Lessa —empezó diciendo, y a su vez le acarició la mejilla—, sé que lo odias, pero es tu entrenador y...
—¡N-no lo necesito! —chilló. Quería verse igual de demandante que siempre, pero las lágrimas en sus ojos la delataban como una frágil joven de doce años— ¡Usted sabe que puedo cuidarme sola! ¡Dijo que era mejor que sus demás estudiantes!
—Sí, pero...
—¡¿Entonces por qué tengo que obedecerlo a él?! —Se sacudió bajo el agarre de la tutora, bajando la cabeza en un gesto de aparente rendición—. Quiero ir al departamento de hechicería, o quedarme con usted aquí, señora Main, ¿no puedo?
—Oh, Lessa. —La mujer le secó las lágrimas con los pulgares al ver que el llanto arreciaba—. Si hubiera una forma de que siguieras siendo mi estudiante, claro que te dejaría, pero ya no tienes edad para estar aquí. Y en cuanto a la hechicería, sabes muy bien que no cumples con...
—Entiendo. —Lessa se sorbió la nariz con desdén, mirando hacia la puerta—. Usted no me quiere.
—¡Lessa!
—¡No me quiere! ¡No me quiere! ¡No me quiere! ¿pero sabe qué? —Se levantó para enfrentársele con su altura, que a pesar de ser poca comparada con la de su oyente, no era para nada desfavorable entre los demás niños—. No necesito que usted me quiera, ¡no necesito a nadie, señora Main! ¡Puedo valerme por mí misma!
—¡Lessa Astral! —La mujer le agarró brazo antes de que se fuera de la habitación. Su tono había pasado a ser autoritario—. ¿Es que no entiendes la situación en la que nos encontramos ahora? Seguimos tratando de mejorar relaciones con Vellania, hay poca comida, gente sin hogar. ¡Y tú —dijo y la señaló con el dedo— lo único que haces es comportarte como una impulsiva! Si tan grande te crees como para cuidarte sola, empieza por madurar, a ver cuánto sobrevives allá afuera.
Un gruñido semejante al de un animal fue lo que la señora Main recibió como respuesta, y antes de que pudiera frenarla, la joven había salido del lugar hecha un torbellino de furia. Sus pasos eran tan sonoros que todo aquel servidor que la conociera podía ser consciente de su cólera, sobre todo por el brillo que desprendían sus ojos, la levitación de algunos de sus mechones, y la rapidez con la que el piso se congelaba a su paso.
Los más atrevidos musitaban de ella, siempre carroñeros de la desgracia de los demás, pero eso era algo a lo que la fúrica Lessa prefería no prestarle atención. ¿Dañar el prestigio de su entrenador? ¿Ser expulsada del departamento de defensa? Ja. Cualquiera de esas cosas le valía lo más mínimo, por lo que no dudó a la hora de dirigirse hacia el cuarto de armas, cubrirse con una caperuza que la protegiese del frío y tomar su espada.
Iba a demostrar lo que podía hacer si la retaban.
Poseída por el corrosivo espíritu de una rabia incontenible, Lessa salió con espada en mano hacia el bosque. Los copos de nieve estaban próximos a ser testigos de la tragedia que estaba a punto de suceder, porque la Lessa Astral de doce años no le temía a nada, ni a la autoridad, ni a lo que pudiera sucederle a sí misma si se exponía al peligro; no era más que un recipiente de ferocidad falto de experiencias.
«El valor sin experiencia era suicida».
Con la cabeza ausente de pensamientos juiciosos, siguió abriéndose paso entre la nieve hasta que por fin, tras unos desesperantes minutos, llegó a la entrada de la foresta. Hent la había llevado ahí algunas veces para que conociera su entorno, pero solo a las partes más cercanas al reino, ya que, según sus propias palabras, había un punto en el que el bosque era demasiado denso como para ser atravesado por estudiantes a pie.
«Con que muy denso, ¿no?» pensó la joven, colocándose en posición para usar su espada. «Te demostraré de lo que soy capaz». De un rápido movimiento hizo que el arma entre sus manos desprendiera una onda color azul, que a pesar de ser delgada, congeló varios árboles antes de hacerlos estallar y abrirle camino por la parte más espesa.
Hent siempre le decía que aún no estaba preparada para cosas grandes, que debía limitarse a obedecer para conseguir buenos resultados. Pero ella ya era buena, no necesitaba tutoría de nadie, ¡de nadie! Iba a demostrarles a todos su superioridad abriendo un nuevo camino hacia Vellania. Así no volverían a imponerle sus estúpidas normas que solo funcionaban para crear sumisos.
—¡Si me vieras, Hent —gritó, blandiendo la espada nuevamente para estallar más árboles— no pensarías que soy una novata! ¡No me tratarías como a tus demás niños imbéciles! ¡No me considerarías inferior! —Cada grito era un paso más dentro del bosque, y sin darse cuenta, ya se había metido por completo.
Bajo sus pies el piso se congelaba a ritmo vertiginoso, sus mechones azules levitaban, y los ojos, transformados en profundos océanos de ira, le brillaban en una coloración de azul eléctrico, fiel representación del caos emocional que siempre sentía.
Una bomba al borde del estallido.
Un depredador descontrolado.
Una fiera enardecida.
Una rebelde sin causa.
Todo eso era Lessa. Su expresión furiosa iba más allá de una simple mueca curvada hacia abajo y unas cejas juntas, y sin importar que a su alrededor hubiese hielo, lo que había dentro de ella eran brasas ardientes que imploraban liberación inmediata.
«Déjame salir. Déjame salir...»
—¡Esto es por considerarme una maldita idiota! —gritó mientras congelaba más árboles— ¡Esto por obligarme a estar aquí! ¡Y esto! —Le dio una estocada a un arbusto— ¡Y esto! ¡Y esto! ¡Y esto! —Con cada grito golpeaba más cosas con la espada— ¡Es lo que desearía hacerle a tus reglas de mierda! ¡Y quiero que te jodas tú también! ¡Todos! ¡Aaahg!
«Nadie me controla. Nadie me controla. Nadie me controla».
Los ataques que le siguieron a esos fueron mucho más silenciosos, pues su garganta ya no podía más con tantos gritos, mucho menos si eran tan frenéticos. Continuó abriéndose camino con las ondas mágicas de la espada hasta que un grito de horror detuvo cada parte de su cuerpo.
¿Un grito? ¿De dónde era?
Sus ojos escrutaron todo lo que estaba cerca de ella, descubriendo, para su consternación, que a pocos metros de distancia había un par de chicos que debido al miedo no podía distinguir bien. Sí. Por primera vez en su vida la salvaje Lessa Astral tenía miedo, sobre todo al darse cuenta de que, al parecer, un ataque suyo le había dado a la pareja.
¿Por qué no podía moverse? ¿Eso era lo que el miedo hacía? ¿Paralizar? ¿Por qué su corazón iba tan rápido? «Maldición, no entiendo qué me pasa» pensó con impotencia, atormentada por los gritos de la chica que había recibido el golpe. La piel se le erizó, y sus manos, que antes habían blandido la espada con suma destreza, ahora no paraban de temblar a ritmo incesante.
Se había convertido en una mediocre temerosa, sin el valor de ver a las dos personas que acababa de herir. Una cobarde. Una inútil. Una... una... una novata.
«¡No!» quiso gritar, pero lo que sus labios emitieron fue un quejido de angustia al oír la explosión y el último grito de la persona que había recibido su ataque. Por un momento quiso convencerse de que no había muerto, que todo estaba bien y que el ataque solo la había dañado un poco, pero al alzar la vista unos penosos centímetros, se dio de cara con la inevitable realidad: la chica había explotado en pedacitos.
Y por primera vez, Lessa lloró por alguien que no fuera ella misma.
«Yo, yo... yo no quise hacerlo... fue un accidente» quería decir, pero la lengua le había perdido sincronización con el cerebro, congelándose y siendo completamente inútil para otra cosa que no fuera hacerla gimotear como una patética debilucha.
—¡¿Pero qué hiciste?! —oyó la voz de un chico, el acompañante de la otra joven que acababa de asesinar.
Asesinar. Matar. Quitar la vida misma.
Eran acusaciones tan fuertes que Lessa no sabía qué hacer, pero como el chico empezó a perseguirla, tuvo que luchar contra su parálisis para salir corriendo de ahí. Ante su borroso campo visual el bosque era una imagen distorsionada cubierta de blanco, y los sonidos llegaban a sus orejas en forma de algarabía.
—¡¿Por qué lo hiciste?! —oyó de nuevo a su perseguidor, que por la alta temperatura que desprendía asumió era un fogoso. Sí, alguien del reino enemigo—. ¡Regresa, maldito!
A pesar de las acusaciones y el cansancio, Lessa no paró de correr, pero su objetivo principal no era huir de su perseguidor, sino más bien liberarse de ese dolor ardiente que le quemaba el pecho al recordar lo sucedido. La furia. Los ataques descoordinados. El asesinato de esa chica cuyo rostro no había podido ver. Todos esos recuerdos se habían transformado en monstruos amenazantes, y era de ellos que Lessa trataba de huir. Pero era imposible alejarse de algo que estaba dentro de sí misma.
Algo que ella era.
Una asesina.
Pero no había sido su culpa, no lo había hecho con la intención, ella... ella... ¿Por qué no podía sentirse fuerte y parar de llorar? Era increíble cómo el miedo había congelado su coraje más rápido que cualquier castigo.
Porque algunas emociones siempre serían una forma de autodestrucción.
En un momento dado su perseguidor le agarró la muñeca, pero Lessa, dominada por el pánico, liberó una onda que lo mandó a volar lejos. Estaba segura de que eso no lo mataría, y con aquello en mente fue que siguió corriendo despavorida hasta regresar al castillo.
—¡Lessa!
En el trayecto una voz conocida resonó a sus espadas, pero ni siquiera eso, o saber que ya estaba en las profundidades de Argenea, pudo hacerla mermar la rapidez con la que corría. En vez de eso Lessa aceleró el paso al escuchar que alguien venía detrás de ella, pero por desgracia su cuerpo aún no tenía suficiente resistencia como para aguantar una persecución por tanto tiempo, así que inevitablemente fue bajando la velocidad hasta ser atrapada por la persona que la había llamado por su nombre.
—¡Déjame! —chilló asustada, sin poder controlar sus sacudidas frenéticas— ¡Déjame ir!
—¡Lessa! —El rostro de Larry apareció en el campo visual de la chica, con sus ojos oscuros llenos de intranquilidad—. ¿Qué tienes? ¿P-por qué corres así?
—Y-yo... L-Larry...
—Estás temblando. —El chico la apretó contra su cuerpo para darle calor, pero ni así dejó de temblar—. ¿L-Lessa?
—M-ma, m-ma...
—¿Qué pasa?
—U-un... un vellano... y-yo...
—¿Eh?
Entre tartamudeos lamentables y un mar de lágrimas incontenibles, Lessa puso todo su esfuerzo en explicarle lo sucedido: desde su arranque de rabia, pasando por su huida al bosque, hasta el asesinato de la chica vellana. Ser narradora de tal desastre causado por ella la hacía sentir miserable, más de lo que se sentía siendo subordinada de Hent.
Terminado el relato, se derrumbó contra el pecho de Larry, que como consuelo la abrazó lo más fuerte que pudo.
Desde que tenía uso de razón la amistad de Lessa había sido una de las cosas más importantes para él. No solo habían soportado juntos la adversidad de vivir sin un techo cuando eran pequeños, sino que habían tenido la oportunidad de ser educados por la misma tutora. Gracias a eso su lazo era mucho más fuerte que el de los otros niños, y a pesar de que ahora pertenecieran a departamentos diferentes, ninguno de los dos quería separarse del otro o verlo sufrir.
Por eso Larry no soportó oír el llanto de Lessa, y en un impulso desesperado la jaló del hombro para meterse en el castillo. No sabía si lo que iba a hacer era lo correcto, pero por las reglas que se sabían de memoria, confesar la fechoría a la autoridad aparentaba ser la mejor opción. Huir en una sociedad como la de Argenea era casi imposible.
—L-Larry...
—Lo resolveremos. Te lo prometo.
Al oír esas palabras el corazón de Lessa había latido con esperanza, pues cuando Larry hablaba con tanta determinación era porque sabía cómo solucionar las cosas. Sin embargo, luego de que él entrase a la sala en donde estaba Hent a explicarle lo sucedido, la situación empeoró para Lessa.
Aún recordaba sus gritos...
—¡No puede ser, Astral! —gritó el hombre. Larry quiso intervenir, pero un gesto autoritario por parte de Hent fue suficiente para detenerlo—. ¿No sabes que la cantidad de reglas que tenemos es para evitar estas cosas? No, al parecer no. Porque no eres más que un caso perdido. —Pisó fuerte, intimidando a la chica—. Cuando te transfirieron aquí pensé que podía volverte útil y no la basura que me habían dicho que eras, ¡pero hete aquí! Arruinando las cosas como siempre. —Le agarró del cabello para que le sostuviera la mirada, la primera vez que Lessa veía los ojos de Hent con algo que no fuera frialdad. Estaban llenos de ira, y la nueva sonrisa en sus labios terminaba de darle un aspecto perturbador—. Dime, Astral, ¿con qué cara voy a presentarme ante las autoridades vellanas? ¿Qué les voy a decir, eh?
—Ehm...
—¡Las reglas existen para evitar estas cosas! —La empujó—. ¡Y hasta que no aprendas eso no podrás...!
—¡Señor!
—¡Silencio, Hathaway! —Hent conegló a Larry con un ademán de manos, para después acuclillarse frente a la debilitada Lessa. El temblor en su cuerpo dejaba en claro que no podía levantarse—. ¿Qué piensas decir en tu defensa, Astral?
—Y-yo...
—Te oigo.
—L-lo siento —gimoteó, a la vez que reposaba la cabeza en el piso como forma de respeto frente a su entrenador. Ante eso Hent parpadeó dos veces, incrédulo— Y-yo... yo lo siento mucho, p-por favor, perdóneme, seguiré sus reglas, le obedeceré, por favor, haré todo lo que me pida. Por favor...
Hent volvió a parpadear, por un momento considerando las probabilidades de que lo que acababa de oír fuera un simple sueño. Lessa Astral no había sido puesta en la lista de mala conducta solo porque sí. Ella se había ganado ese puesto de rebelde debido a su actitud salvaje y desenfrenada, así que oírla disculpándose y suplicando con ese tono tan sumiso era impropio de ella.
—¡Obedeceré! ¡O-obedeceré! —El llanto empezaba a cubrirle las palabras—. ¡Se lo juro! ¡Le obedeceré! N-no quiero...
—¿No quieres qué, Astral? ¿Sentirte culpable por lo que hiciste?
Ella alzó la cabeza para verlo y asentir, mostrando el río de lágrimas que le surcaba las mejillas. A los ojos de Hent se veía patética, una apariencia muy lejana a la que debía mostrar una soldado, pero tal vez... y solo tal vez, podía usar ese sentimiento para convertirla en personal útil.
A veces la fuerza nacía de la debilidad.
Hent sonrió.
—Está bien, Lessa. —Era la primera vez que la llamaba por su nombre—. Te perdonaré, pero bajo una condición.
—¿C-cuál?
—Debes obedecerme en todo lo que yo te diga.
En esa frase de Hent Lessa vio la oportunidad de deshacerse de la culpa, de olvidar lo que había sucedido y empezar de nuevo una vida sin errores. Si según Hent seguir las reglas era el método infalible para que accidentes así no volviesen a suceder, lo obedecería hasta el final de los tiempos. Haría lo que fuera para dejar de sentirse culpable.
—L-lo juro, señor —habló con firmeza, volviéndose a inclinar frente a él—. Juro que le obedeceré por lo que me queda de vida. Por favor, no me deje cometer más errores.
—L-Lessa...
—Te aconsejaría que no te metieras en esto, Hathaway —le interrumpió Hent, mirándolo con una sonrisa altiva. El pobre chico estaba arrinconado en el fondo de la habitación tratando de recuperarse del golpe—. ¿O quieres que tu amiga siga yendo por el mal camino?
Larry frunció el ceño y empuñó las manos, harto de la situación abusiva, pero como la autoridad era algo incuestionable dentro de Argenea, se vio obligado a aceptar cómo ese hombre enfermo de ambición utilizaba la culpa de Lessa para su propio beneficio.
—Entonces, Astral Lessa, ¿juras solemnemente servir a tu entrenador?
—L-lo, lo juro. —Lessa se secó las lágrimas—. Pero, ¿u-usted me promete que... que si sigo las reglas esto no volverá a pasar?
—Con mi guía serás lo más cercano a la perfección. —Le acarició el cabello, y con el pulgar libre le secó una lágrima—. Si estoy contigo no cometerás más errores.
—¿E-en serio?
—En serio.
—P-pero, ¿y...? ¿Y si usted no está conmigo? —Lessa se aferró al brazo de Hent como una niña desamparada—. Q-quiero que siempre esté ahí, por favor. Por favor.
—Bueno... —Hent volvió a sonreír con perversidad, volteándose de una forma que pretendía ser inocente. Larry lo observaba con ganas de golpearlo—. Hay una forma de que siempre esté contigo.
—¿Cuál?
—Un hechizo guía. —Hent pronunció la palabra con suma lentitud, y pasados unos segundos, dirigió la vista hacia Lessa nuevamente—. Con eso estaría transfiriendo mi voluntad a tu cabeza. No sería yo, pero sí una réplica de lo que yo pienso. Una voz que te ayudará a no volver a equivocarte. —Vio los ojos de Lessa brillar con ilusión—. Pero necesito tu consentimiento para hacerlo, ¿qué dices?
—¡Lessa, no! —suplicó Larry, pero la fría mirada de Hent lo dejó sin palabras. Parecía una serpiente molesta.
—Esta es una decisión de ella. —El hombre de sentó frente a su aprendiz, sobándole la cabeza—. ¿Qué dices? ¿Aceptas la imposición del hechizo guía?
Lessa no dudó a la hora de pronunciar el «sí», y ya con eso, poniéndole una mano en la frente Hent transfirió su voluntad a la cabeza de su aprendiz para poder controlarla incluso cuando estuvieran lejos del otro. En todo el proceso Larry estuvo gritando para que se detuvieran, pero como la la chica sabía que en su interior reposaba un huracán de desgracias, la única forma de no cometer otro error era esclavizándose a la obediencia.
Vender su individualidad a cambio de un sueño imposible.
Luego de terminar el proceso Hent le dio una palmadita en la cabeza a su pupilo, satisfecho por lo que había logrado. De haber sabido que algo tan estúpido como un asesinato la haría sentir así de culpable, hasta el punto de volverla una persona obediente, la habría orillado a esa situación desde hace mucho tiempo. Él no le temía a sacrificar personas con tal de mejorar a otras.
No había espacio para inútiles.
—Bien. Ahora, Lessa —empezó a decir, señalándole la salida—. Déjame a solas con Hathaway un momento.
El miedo en los ojos de su amigo fue señal de alerta para la joven, pero justo cuando quiso desobedecer, la voz de su entrenador le hizo eco en la cabeza, ordenándole que saliera de la sala tal y como él se lo había ordenado. Fiel a su juramento, Lessa se vio obligada a obedecer las reglas y salir, dejando a Larry con Hent.
Estar a solas con él era como ser estrangulado por una serpiente.
Después de que salió de ahí, el rostro de Larry ya no fue el mismo: el brillo en sus ojos se había apagado, la boca le temblaba y su expresión entera dejaba ver pánico, como si en esos escasos minutos hubiese visto horrores inconfesables.
—L-Larry. —Lessa tomó la palabra antes de que él se fuera de ahí, pues por sus pasos parecía estar a punto de escapar del pasillo—. ¿Qué pasó?
Él apartó la vista al responder.
—Nada.
—Larry...
—¿Qué?
La carita de súplica de Lessa fue desgarradora, mucho más cuando envolvió el torso de Larry entre sus brazos temblorosos. No había quedado ni un rastro de la Lessa fuerte que antes lo había ayudado a superar todas las adversidades, no, Hent se había aprovechado de la culpabilidad de esa chica para transformarla en otro sirviente suyo. Por eso siempre lo odiaría.
—No quiero que hablemos de esto otra vez —le suplicó ella, de voz amortiguada por habérsele apretado contra el pecho—. Nunca más.
Larry se tensó bajo el agarre, y por mucho que le doliera, movió el cuerpo hasta hacer que Lessa lo soltara. Después dio respuesta al pedido de su amiga.
—Está bien —fue lo que dijo, girándose—. No podría hablar de eso aunque quisiera.
Ese acontecimiento había sido un temblor en la amistad entre Lessa y Larry. Ella nunca entendió el porqué de su fría actitud en ese momento, tampoco de la distancia que empezó a poner entre ambos, pero tampoco era como que tuviese mucho tiempo para reflexionar en esas cosas, no cuando se la pasaba entrenando día y noche.
—Esos, Astral —dijo Hent señalándole una fila de soldados que caminaban cerca de ellos—, son los guerreros del CEMA, los más poderosos dentro del reino. Son símbolo de obediencia y disciplina.
La mención de esas dos palabras hizo que los ojos de Lessa brillasen con ilusión, ya que, como muy bien le había dicho Hent, obedecer y convertirse en una persona disciplinada le ayudaría a deshacerse de la culpa y a no cometer errores. Si llegaba a pertenecer al CEMA, no solo lograría terminar su proceso de redención, sino que también iba a enorgullecer al hombre que le había ayudado a mejorar.
—Serías la niña más buena si entraras en el CEMA, dejarías de ser una...
—L-lo sé —lo cortó de tajo. Odiaba cuando Hent decía la palabra «asesina» para moverle una fibra sensible—. Entonces... ¡Entonces quiero entrar al CEMA!
—Es una gran responsabilidad. Muchos entrenamientos.
—¡Quiero hacerlo!
Hent sonrió de lado. Amaba manipular a esa inocente cabecita.
—Está bien. Iniciaremos mañana con los entrenamientos especiales.
Desde ahí Lessa atravesó una serie de cambios que sorprendió a casi todos en el castillo. Ya no era desordenada, tampoco una revoltosa que le hacía maldades a los demás aprendices. Era la más pura representación de disciplina dentro del reino, fiel a las indicaciones de Hent, de postura firme, ropa impecable, mente ágil y una fuerza física que incluso rivalizaba con la de los aprendices varones.
Siempre que caminaba la veían con respeto y admiración, aunque también estaban aquellos que murmuraban de ella y de cómo Hent había logrado convertirla en una copia suya. Muchos eran conscientes de que los métodos de enseñanza de ese hombre no eran para nada convencionales y que muchos de ellos involucraban la violencia y la humillación, pero nunca nadie lo creyó capaz de convertir a Lessa Astral, anteriormente conocida como el torbellino de Argenea, en una persona de conducta tan intachable.
Pero a pesar de su apariencia inexpresiva y poderosa, la verdad era que la joven seguía teniendo pesadillas acerca del asesinato en el bosque y de cómo le había arruinado la vida a esos dos vellanos. Despertaba gritando tan fuerte que la señora Main, que había sido notificada del accidente, tenía que correr a su habitación para consolarla.
—N-no me quiero sentir así, señora Main... —sollozó una noche, sin poder evitar que el dolor en su pecho arreciara. Era como si las emociones que escondía a lo largo de sus entrenamientos estallaran en la noche para hacerla sentir miserable—. N-no quiero sentir, señora Main, no quiero recordar...
La mujer juntó sus frentes, justo antes de darle la lección que Lessa obedecería al pie de la letra los próximos cuatro años.
—Sonríe.
—¿Q-qué?
La señora Main le puso los dedos en los labios para hacerla sonreír. Si no podía sanar su dolor, se encargaría de cubrirlo.
—Una sonrisa arregla todos los problemas. —Sonrió ella también—. Y así siempre serás una niña feliz.
Su antiguo yo fue enterrado bajo la disciplina y la falsa felicidad, convirtiéndose poco a poco en eso que era ahora. Fría, capacitada y obediente, todo lo que le impediría cometer errores como ese de hace cinco años.
¿Verdad?
Ahora no lo sabía.
Sus emociones se habían congelado al igual que su rostro, las manos no paraban de temblarle y el corazón volvía a dolerle con cada latido. ¿De verdad esa era la vida que deseaba? ¿Ser soldado del CEMA le quitaría todas esas malas emociones, o como siempre, iba a continuar viviendo dentro de una ilusión? ¿Hent le había vendido la idea de algo imposible?
«Estás aquí para luchar. Porque argeneano que no lucha, argeneano que no vale. ¿Y tú quieres ser útil, no?»
La chica se llevó las manos a la cabeza, abrumada por la cantidad de cuestiones que estaba analizando; la infiltración al pasillo oculto, sus recuerdos dañinos, el dolor en el pecho y el silencio. Sí. Maldito silencio. Esa ausencia de ruido solo la dejaba a solas con sus reflexiones, y como ya tenía bastante claro, reflexionar acerca de algo doloroso era como echar hielo molido en una herida abierta.
Quería borrar el pasado, desaparecer a la Lessa de antes, ¿por qué seguía apareciendo en sus recuerdos? ¡¿Por qué no podía taparlo con una sonrisa?! ¡¿Por qué...?!
—¿Estás bien? —La mano de Norian posándosele en el hombro la hizo salir despedida de su cabeza, solo para ver que los ojos confundidos del muchacho la analizaban con profundidad.
—S-sí, estoy bien —mintió sonriente, frotándose los brazos con el nerviosismo propio de cuando se ponía a cavilar—, ¿p-por qué la pregunta?
Norian señaló el piso, y para sorpresa de la argeneana, casi toda la superficie estaba cubierta de hielo. Sus poderes se habían descontrolado.
—L-lo siento. —Bajó la cabeza a modo de disculpa—. Es... estaba pensando en nuestro plan, es todo. —El hielo empezó a derretirse—. Dime, ¿tienes idea de a dónde nos estamos dirigiendo?
—No, pero por lo que puedo ver —empezó a decir el vellano, al mismo tiempo en que su flama se volvía más intensa para iluminar el camino. A pocos metros había una luz—, llegamos al final.
En silencio, los pasos del chico reverberaban en las paredes del corredor a velocidad constante, como una melodía perfecta y sincronizada con los demás sonidos del ambiente para no darse a conocer.
Tímido, lento, incesante. Así era el ritmo con el que caminaba aquel extraño, cuyo rostro era difícil de ver debido a la falta de iluminación y su postura cabizbaja.
Su respiración era dificultosa, y por su cojera podía deducirse que estaba herido, hecho que fue aún más evidente cuando, al tratar recostarse contra la pared, terminó cayéndose en el suelo. La caída fue tan aparatosa que le arrancó un quejido mezclado con unas cuantas maldiciones, pero eso no lo detuvo. Aquel chico sabía que, de no cumplir con las peticiones de su jefe, en un futuro cercano tendría más heridas de las que quejarse.
Por eso habérsele rebelado la noche anterior no había sido nada bueno. Aún recordaba sus ojos fríos y colmados de ese aire supremacista que tan bien lo representaba. Impartir miedo era su mejor arma.
«Si aprecias tu vida, deberías obedecer... Larry».
La mandíbula del chico se apretó de la rabia por recordar esa amenaza tan altiva, pero no había rebelión que tuviera cabida en una sociedad como la de Argenea, o incluso la de Vellania. Ambos reinos habían prosperado en base a secretos y pactos que él, vasallo de la ambición de sus superiores, tenía que aguantarse a no ser que quisiera recibir otra reprendida.
Estaba tan adolorido que en vez de terminar de salir del corredor empezó a quitarse la camisa para vendarse las raspaduras que le decoraban la piel. Esas eran de las más dolorosas, pero los que de verdad se robaban el protagonismo en el lienzo de magulladuras plasmado en su torso eran unos círculos negros, llamados sellos, capaces de causarle un dolor insufrible si se atrevía a desobedecer las normas.
Eran apenas cinco círculos. Uno en su espalda, otro en el pecho, uno en cada hombro y el último alrededor de su brazo, cada uno siendo una fiel representación de lo que tenía prohibido hacer: hablar de los secretos. No podía decir nada. Los sellos le prohibían hablar de temas específicos, y por lo que Hent le había dicho a la hora de ponérselos, si desobedecía...
«Lo pagarás con la muerte».
Tragando saliva con brusquedad, Larry agitó la cabeza a los lados para deshacer el recuerdo, y como permanecer ahí haría que su maestra se preocupara, se apresuró a cambiarse de ropa para que a nadie se le hiciera extraño verlo vestido de negro. Porque Larry, un chico alegre, dulce y que siempre mostraba una sonrisa, ¿usando ese tipo de prendas? Era impropio de él, ni siquiera le gustaban, pero Hent prefería el disimulo a la hora de resolver sus asuntitos en Vellania. Por eso debía usar ropa como esa.
Después de haberse tratado las heridas y cambiado la ropa, se incorporó sobre las palmas de las manos y salió del pasillo secreto. No era lindo estar ahí oculto de los demás como una vil rata, pero como muy bien le había dicho Hent, el único sitio para los secretos era ese: la oscuridad.
Ahí había nacido, y ahí moriría.
Ante el aviso de Norian Lessa abrió los ojos con pasmo, y aun habiendo notado perfectamente la luz que había a varios metros, permaneció estática por dos razones. La primera, porque aún le costaba salir de su asombro debido a la cantidad de cosas que de seguro desconocía del castillo de Vann; y la segunda, porque haber estado distraída tantos minutos en sus recuerdos la desorientaba.
Era como haber sido transferida a una historia en donde era protagonista y villana al mismo tiempo.
—Hey, tierra llamando a Lessa. —Por segunda vez Norian tuvo que llamar su atención, chasqueando los dedos frente a ella—. Yo voy a seguir el camino, no sé tú.
La poca paciencia de Norian fue el impulso que Lessa necesitaba para, después de darse su merecida bofetada mental, apresurar el paso e ir al lado de él. Las llamas en su cuerpo le daban toques rojizos a las paredes negras, e incluso la vestimenta azul de la joven se había manchado de esa tonalidad tan increíble.
A los ojos de Lessa el fuego era un espíritu libre imposible de contener, alguien espontáneo, apasionado y efusivo.
Pero por el contrario, a pesar de ser de Vellania, Norian no cumplía con esos estándares. Era frío, orgulloso y a veces demasiado brusco, con un carácter difícil de tratar y habilidades comunicativas cuestionables. ¿Por qué era tan callado en momentos así? ¿No le molestaba el silencio?
La ausencia de ruido, para Lessa, era una invitación para que su cerebro reprodujese una película protagonizada por sus errores, mientras que para Norian era un alivio no escuchar la voz de alguien molestando.
Al llegar a la luz se dieron cuenta de que había una cortina tapando la entrada en el fondo del pasillo. Después de que Lessa y Norian se sincronizaran para apartar la cortina al unísono, sus ojos quedaron frente a una habitación presidida por una mesa colmada de papeles, al amparo de un ilucentro en el techo.
Por instinto los pies de los intrusos siguieron adentrándose en la habitación, atraídos por la cantidad de objetos misteriosos que contenía. Documentos viejos, dibujos de personas y mapas eran algunas de las cosas que decoraban las paredes, presumiendo una apariencia tan vetusta que lo más probable era que estuviesen ahí desde hace años.
El lado izquierdo, por el que Lessa había entrado, tenía mapas de Argenea, retratos de las familias reales y decoraciones azuladas. Pero el lado en donde estaba Norian no era así. En vez de eso había documentos y demás cosas relacionadas con Vellania, incluyendo banderas y escudos.
—¿Por qué tu gente querría tener información de ambos reinos en el mismo sitio? —inquirió el muchacho, más para deshacer la tensión que para recibir una respuesta, pues muy bien sabía que Lessa estaba igual de extrañada que él.
Por eso lo que hizo fue seguir ojeando las paredes hasta que, ya sea por torpeza o premura, derribó una pila de cartas que estaba en una de las mesas del fondo. El ruido alertó a Lessa, pero de un ademán rápido él le dijo que permaneciese en su lugar. Después de un asentimiento de su parte Norian empezó a recoger las cartas.
Había tanta información en ese sitio que perder el tiempo era un lujo que no podían darse, por eso al ver que Norian tenía la situación controlada, Lessa siguió pasando los ojos rápidamente por todos los documentos. Algunos ya los había visto, como declaraciones y tratados entre Argenea y Vellania, pero hubo uno que le llamó la atención.
Era de hace once años.
«Los aquí presentes acordamos la imposición del sistema gato-ratón para la supervivencia del reino más capacitado. A través de esto, se asegura que el reino ganador tenga suficientes recursos para prosperar, y que en consecuencia, el perdedor quede sometido a las peticiones de este».
Bien, Lessa entendía muy bien el concepto de gato y ratón que habían establecido hace años, pero lo que no terminaba de comprender era la parte de que el perdedor iba a estar sometido a las peticiones de los ganadores. ¿A qué se referían con eso? En todos los años que tenían siendo ganadores no le habían pedido nada a Vellania... ¿o sí?
Abrumada por las dudas, Lessa rebuscó más entre los documentos y encontró, no la continuación de lo que acababa de leer, pero sí una hoja con un título muy interesante.
«Posibles elegidos» decía, y más abajo mostraba dibujos de habitantes tanto vellanos como argeneanos, acomodados en parejas. Al un lado había una pequeña descripción acerca de sus poderes, el departamento al que pertenecían, su edad y el desenvolvimiento en su respectivo reino. Pero lo más interesante era que la mayoría de dibujos estaban tapados con una X roja, junto a un mensaje que decía:
«Eliminados. Amenaza: nula».
Miles de preguntas revolotearon en la cabeza de la chica y la hicieron seguir pasando hojas con exacerbada curiosidad. Así fue testigo de muchos más dibujos tachados con una X roja. Cada hoja nueva era más horrible que las anteriores, pero hubo una, específicamente la última, que de verdad se llevó el premio de la peor.
Enormes, con lujo de detalles e incluso coloreados, dibujos de Lessa y Norian abarcaban la parte más grande de la página, como los objetivos de alguna investigación macabra de la que ninguno de los dos estaba enterado. Seguido de eso había detalles acerca de sus vidas.
Tras una leída rápida los ojos de Lessa aterrizaron en el título de la hoja.
«Elegidos encontrados».
¿Se refería a eso de los elegidos de Gneis? Porque de ser así, ¿cuál era la misión de ella y Norian en el mundo? ¿Para qué habían sido seleccionados? Trataba de buscar la respuesta a esas preguntas leyendo los perfiles que les habían construido, pero antes de poder terminar, una frase escrita en color rojo reemplazó su curiosidad por más pánico.
«Aniquilación en proceso».
—N-Norian, creo que...
—Tienes que ver esto —interrumpió él, y antes de que Lessa pudiera intentar hablarle, Norian ya se había aproximado hacia ella para mostrarle una pintura en la que aparecían dos personajes importantes en la historia de ambos reinos: el príncipe Vann y la reina Meredith.
Pero no estaban luchando, sino dándose un beso.
Jaaaaaaai, por aquí una canción que combina con Lessa chiquita.
https://youtu.be/5AnIu4S-Gl4
En cuanto al dibujo de la semana, bueno, estoy haciendo uno de Lessa y Norian y quiero que lo vean terminado, so, por ahora no hay dibujo. Peeeeero, sí hay encuesta: ¿qué personaje del libro quieren que dibuje?
¿Qué les parece el libro hasta ahora?
Yyyy, no sé, ¿alguna teoría acerca del pasado de los reinos?
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