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Capítulo V: Esa máquina que se hacía llamar persona

Los pasos de Lessa eran torpes mientras avanzaba entre los pasillos atestados de gente, que para sorpresa suya, se hallaba más agitada de lo normal. Había guerreros del CEMA correteando por los pasillos, con sus típicas armaduras que les cubrían desde los pies hasta el rostro; también servidores del castillo llenando agendas mientras corrían de una esquina a otra; entrenadores azorados, y uno que otro pupilo en soledad que miraba con desasosiego todo el caos imperante alrededor.

«¿Qué demonios está sucediendo?» se preguntó Lessa, a la vez que apretaba la nota de Norian fuerte entre sus dedos. Por alguna razón ya no quería tenerla en el bolsillo. Y mientras tanto, sus ojos, circulares y aun así un poco alargados al final, recorrían cada pequeña parte del pasillo en busca de Hent. Si lo que Norian decía era verdad, primero necesitaba hablar con su entrenador para hacerle ciertas preguntas al respecto, porque estaba segura de que él no le mentiría. No a su favorita...

Una sonrisa se le dibujó en los labios al pensar en eso, y por mero impulso empezó a deslizarse por la cerámica como siempre hacía cuando deseaba ser más veloz. Gracias al duro entrenamiento podía recorrer el castillo hasta con los ojos cerrados; conocía casi todas las habitaciones, los pasadizos, las bóvedas subterráneas e incluso los corredores laberínticos que les hacían compañía. No por nada Lessa en ciertas ocasiones era la envidia de los pupilos pertenecientes a otros entrenadores: ella era especial, la protegida de Hent, nada más y nada menos que el mejor entrenador de Argenea. Era normal que quisieran estar en su puesto.

Lo bueno era que nunca había tenido alguna confrontación directa con nadie debido a eso, pero aun así Hent la había entrenado para sentir la aproximación del peligro en cualquier parte , para que sus sentidos se estremecieran con intensidad ante la latente cercanía de alguna amenaza. Y fue por eso que, pasados unos segundos, la piel de la joven se crispó como forma de alerta.

Y no cualquier alerta.

—¡Mi guerrera favorita! —Unos brazos le rodearon la cintura, y después de habérsele aferrado con fuerza suficiente, le levantaron los pies del piso para describir círculos con su cuerpo en el aire—. ¡Atrapada!

—¡L-Larry, bájame!

El muchacho dio dos últimos giros con ella para, tras plantarle un beso en la mejilla, hacerla aterrizar de nuevo en la superficie.

De niños Larry era introvertido y silencioso, pero luego Lessa lo perdió de vista por unos años, y cuando lo encontró de nuevo se dio de cara con un joven más extrovertido y entusiasta. Pero con Lessa tenía un trato mucho más especial. No por nada se corría el rumor de que aquel aprendiz de hechicero babeaba por la guerrera desde hace años, y que a pesar de sus a lo mejor no tan evidentes rechazos, él seguía con ella incondicionalmente.

Ser amigos de la infancia mantenía viva su relación, aunque a veces se sintieran como dos extraños.

—¿Cómo estás, eh? —indagó el joven, agachándose varios centímetros para que sus ojos quedaran a la misma altura de los de Lessa—. ¿Zeth te envió mi regalo?

—Sí, pero...

—¿Y qué tal?

La sonrisa de Larry era una de las más difíciles de ignorar, sobre todo porque su expresión parecía la de un niño ilusionado cada vez que la miraba. Tenía los ojos oscuros y a pesar de eso brillantes, buena combinación con su cabello morado.

Para Lessa era dulce, mientras que para Zeth un empalagoso.

—Tus galletas estaban ricas —repuso ella finalmente, mientras él apoyaba la frente sobre la suya—. Pero... me tengo que ir.

Larry empuñó las manos alrededor de la cintura de Lessa. Su ceño se había fruncido con intranquilidad.

—¿A dónde? —fue lo que dijo, pero antes de que Lessa pudiera separar los labios, añadió—: ¿De nuevo con Hent?

—Es mi entrenador, Larry, es al que tengo que...

—Obedecer, lo sé. —Su respuesta fue un suspiro de resignación semejante a una derrota—. Lo obedeces ciegamente desde que... 

Lessa le clavó las uñas en el brazo para indicarle que no quería oírlo hablar del tema, y él, por razones que iban más allá del pacto que habían hecho hace cinco años, asintió con pesar.

—¿Estás bien luego de eso?

—Estoy bien, Larry. —La voz de la argeneana fue dura, no admitía réplica, casi como la de Hent. Larry temía profundamente que se convirtiera en su copia exacta—. Si me disculpas, tengo que ir a buscar a mi entrenador.

—P-pero...

—Adiós.

Y dicho eso, Lessa se separó de Larry de un empujón brusco y se abrió paso por el pasillo, dejando atrás esa aura tranquila y dulce que antes la había hecho ganarse el cariño de muchos. Ahora caminaba de a pasos veloces, con ojos tristes y una línea recta en donde antes había estado una sonrisa hermosa, pero que ahora solo llegaba a mostrar curvas de felicidad fingida.

Porque para Larry la Lessa de antes había muerto, solo para ser reemplazada por esa máquina que se hacía llamar persona.

La señora Main era apreciada por muchas cosas, entre las cuales estaba su increíble capacidad para cuidar a los niños. Anteriormente, gracias a los conflictos que tenían contra Vellania, casi todos los adultos eran alistados en las filas defensoras y en consecuencia morían, dejando a una generación de huérfanos que quedaba sin protección a lo largo de todo el reino. Fue así que la señora Main, junto con otros servidores del castillo principal, decidió darles refugio y educación para incluirlos dentro de la servidumbre.

Para esa época la comida escaseaba bastante, por lo que recibir una buena ración de alimento era un privilegio que solo se podía obtener a cambio de un servicio. No había comida para alimentar a quienes no fueran útiles. Por eso se organizaron programas que sirvieran para el desarrollo del reino; desde los soldados defensores, pasando por los hechiceros que preparaban pócimas y formulaban hechizos, los aprendices de videntes, los fabricadores de armas, hasta los recolectores de comida. Pero para ser inscrito en alguno de esos programas, los niños debían pasar por una educación previa, y ahí era donde cobraba importancia el papel de la señora Main.

Ella los educaba y cuidaba como sus hijos, para después ceder un registro con sus cualidades a los encargados de distribuir los cupos y organizar una selección con los líderes de cada departamento. Pero luego de que la guerra cesara, las siguientes generaciones sí pudieron gozar de una infancia menos agobiante.

A pesar de todo, la señora Main continuaba trabajando, quizá no como la segunda madre de todos los niños, pero sí como su maestra.

—A ver, niños. —La mujer rolliza, de postura firme, ojos concentrados y cabello azul perfectamente recogido en una coleta alta, dio un paso fuera de su escritorio para mirar a los estudiantes—. ¿Alguien sabe cómo fue el inicio de la guerra argeneo-vellana?

Por unos segundos toda la clase permaneció en silencio. Los ojos de los niños se pasearon de pupitre en pupitre en busca de alguien que conociera la respuesta, apretujando sus cabecitas para exprimir todos los recuerdos posibles. Pero no. Nadie abrió la boca para atender la pregunta.

—¿Nadie sabe?

Ante la timidez de los niños la señora Main sonrió, golpeando contra su cadera la vara que tenía en la mano.

—Hagamos un repaso. —De un rápido movimiento con la vara la señora Main dibujó cinco castillos en el aire, como si trazara sobre papel invisible. Estaba usando una variante de la tinta alimar—. Hace muchos años existían más de dos reinos... ¿alguien sabe cuáles son?

—E-e... ¿E-Exiria?

—Muy bien, ¿cuáles más?

—¡Baldir!

—¿Alguien se sabe el último?

—¡Y-yo! ¡Yo! —Una niña levantó la mano enérgicamente, a lo que la señora Main asintió—. Esteeem, ¡Fervus!

—Muy bien. —La maestra sonrió con orgullo, colocando uno de esos nombres sobre cada castillo que había dibujado en el aire. Los sobrantes eran Argenea y Vellania —. Esos reinos se originaron después del primer ascenso.

—C-cuando las criaturas mágicas se mostramos por primera vez —refutó un niño.

—¿Frente a quiénes? —indagó la profesora.

—H-humanos...

—Sí, los humanos. El primer ascenso fue una rebelión de los mágicos contra los que hasta ese momento eran dueños de la tierra. —La señora Main se volteó y dijo, casi como si fuera el nombre de un demonio, la palabra—: Humanos. ¿Qué sabemos de ellos?

—¡No tienen magia!

—Exactamente, Nicole. ¿Qué más?

—Atacan con algo... algo llamado t-tecnogía.

—Tecnología, sí —corrigió la mujer, en esa ocasión con un semblante serio—. Gracias a la guerra entre mágicos y humanos muchas tierras dejaron de ser fértiles, y eventualmente las de los cinco reinos pasaron por lo mismo. La crisis fue tal que se originó el periodo de tiempo llamado el hundimiento. Y todo empeoró cuando Meredith, princesa vellana, obtuvo el título de reina.

—¿Por qué? —inquirió un niño, a lo que la señora Main respondió trazando dos siluetas en el aire: una femenina y otra masculina.

—Meredith estaba loca, tenía una maldición de familia que la hacía querer consumir todo a su paso. —Los castillos que representaban a Exiria, Fervus y Baldir desaparecieron, mientras los territorios de Vellania crecían—. Conquistaron los reinos débiles para quitarles su comida, reclutaron soldados a la fuerza, robaron sus secretos mágicos y se convirtieron en una amenaza para Argenea. Pero nosotros no íbamos a desaparecer como los demás.

—¿Y-y qué pasó después?

—El príncipe Vann, que le dio nombre al castillo principal de nuestro reino, este mismo en el que están ahora.... —dijo y señaló la silueta masculina que había dibujado en el aire minutos antes— se hartó de ver a sus soldados morir, por eso un día montó su caballo y logró infiltrarse en las tierras vellanas para matar a su reina.

Los niños abrieron los ojos con pasmo.

—¿C-cómo la mató?

De un trazo vivaz la señora Main desapareció la cabeza en el dibujo femenino que había en el aire.

—Le cortó la cabeza, y al mismo tiempo, los guardias vellanos se la cortaron a nuestro príncipe. —La señora Main borró los dos dibujos—. Por eso Vellania le declaró la guerra a Argenea, y así los dos reinos se sumieron en desgracias que... —dijo y se acarició la cicatriz que tenía oculta bajo sus mangas— nos marcaron a todos.

Los segundos posteriores al discurso de la mujer transcurrieron en silencio, ya que ningún niño sabía qué decir en una situación como esa. Pocos eran los relatos de la guerra que oían en casa, principalmente porque era un tema casi prohibido entre los pobladores. Les costaba aceptar que eran hijos de la muerte y del dolor.

Pero para fortuna de todos, antes de que el ambiente se tensara más, una pequeña oleada de aplausos individuales reverberó en las cuatro paredes del salón de clases. Dicho sonido alertó a los infantes que hasta ese momento habían permanecido silenciosos en sus pupitres, y al buscar la causa de los aplausos, sus ojos se encontraron con una chica de cabello azul al lado de la puerta, ataviada en el uniforme de las fuerzas defensoras del reino y con una sonrisa en los labios. Eso hizo que los estudiantes soltaran suspiros de admiración y sorpresa.

Recibir una visita de la afamada «mujer de hielo» no era cosa de todos los días.

—Es ella, es ella... —murmuraban los más atrevidos, fascinados por estar tan cerca de la guerrera que había participado en el torneo anual. Muchos adultos la admiraban, otros solo se cuestionaban el porqué de su fracaso, pero los niños siempre estarían varios pasos fuera del prejuicio. Por eso solo la miraban con asombro.

—Veo que sigue siendo una tutora excelente —halagó Lessa, dando pasos largos entre las filas de pupitres—. La felicito, señora Main.

—¿Le dio clases, maestra? —preguntó uno de los niños.

—Mucho más que eso —repuso Lessa sonriente, acuclillándose frente al pupitre del niño—. Después del guerra ella me cuidó como su hija, y ahora los está educando a ustedes para que puedan vivir felices.

—¿Estuviste en la guerra? —quiso saber otro estudiante, una niña que haló el cabello de Lessa con timidez—. E-es decir, ¿tú...?

—No, claro que no. —Lessa se rio—. La guerra argeneo-vellana empezó hace noventa años, y terminó hace sesenta. Pero formalmente estamos en "paz" desde hace solo once años, desde el inicio del torneo anual, así que antes de ese tiempo aún estábamos en crisis. Por eso la señora Main me cuidaba.

—Y-y... —Un niño se aclaró la garganta antes de hablar—. ¿Qué hacían los niños antes de eso? Ehm... durante la guerra.

—Para ese entonces solo los adultos luchaban. Los niños trabajaban y entrenaban. —La voz de Lessa transmitía seguridad y despertaba el interés de los niños, por eso la señora Main se apartó un poco. Quería ver cómo se desenvolvía su antigua estudiante.

—¿Y no jugaban? —curioseó otro niño.

—No había tiempo para jugar. —Pese a que el relato fuese triste, Lessa sonrió para no deprimir el ambiente—. Pero como la guerra terminó y Argenea es el reino más fuerte, ustedes, niños —dijo y tocó las narices de dos de ellos— pueden jugar todo lo que quieran.

—P-pero... pero...

—¿Sí? —Lessa volteó a ver a la niña que alzaba la mano para llamar su atención.

—¿Cómo terminó la guerra?

—Sí, ¿cómo terminó? —corearon los demás.

Lessa miró a su tutora en busca de ayuda, quien alzó los hombros en gesto divertido mientras se cubría la sonrisa con una de sus manos.

—Bueno... —empezó a decir la guerrera—. Dicen que una entidad...

—¿Gneis?

—Sí, sí, dicen que una entidad autodenominada Gneis apareció a mitad de un campo de batalla, y que con su magia detuvo a todos los guerreros. —Tras un suspiro, añadió—: Según los libros, Gneis negoció con los reinos diciendo que, si se detenían, ella formaría un campo de fuerza mágico alrededor de todos para protegernos de las guerras que había en el exterior, además de restaurar nuestras tierras, y que así ambos territorios perdurasen.

»También premió a los mejores trabajadores con vida eterna, para que contaran el suceso de generación en generación. Por eso vemos a la señora Main aquí. —Lessa sonrió—. Pero a día de hoy no sabemos si fue cierta la aparición de Gneis, ya que... el esfuerzo ocasionado por la batalla pudo haber hecho que los soldados alucinaran, y la extensión de vida pudo ser causada por una explosión mágica en un cráter vellano. Lo que sí sabemos, niños —dijo y volvió a tocarles las narices— es que una fuerza superior a lo que nosotros podemos entender es la que nos protege, y ya sea Gneis o no, debemos aprovechar eso, ¿entendido?

—¡Sí, señora!

—Pueden llamarme Lessa.

—B-bueno, Lessa. —Por segunda vez un niño le haló el cabello—. Si somos los más fuertes, ¿por qué perdimos el torneo?

—Oh, no, no perdimos. —Lessa hizo ademanes de negación con las manos—. Lo que pasó fue que...

—¿A-ahora estamos en peligro?

—¡No! Si me dejaran...

—¿Vellania va a atacar? ¿Por eso hay tantos guerreros del CEMA afuera?

—¡Que no!

—¿Vamos a tener que dejar de jugar?

—¡Mi abuelo dice que se acerca el segundo hundimiento!

—¡Dejen que les expli...!

—¿Qué va a pasar con nosotros?

—T-tengo miedo...

—¡Los soldados se están preparando!

—¿N-nuestros padres van a morir?

—¡Cállense de una puta vez! —rugió Lessa, que al darse cuenta de lo que había dicho se llevó las manos a la boca mientras las mejillas se le coloreaban.

Maldición. De verdad quería que todo fuera un mal sueño, pero no, al abrir y cerrar los ojos solo se encontró con lo mismo: un salón de clases lleno de jovencitos anonadados por la intensidad de sus palabras. Palabras de una guerrera que debía dar el ejemplo, pero que contrario a eso, había metido la pata.

Por eso maquilló la vergüenza con una sonrisa.

—L-lo siento... —murmuró con debilidad, pero era muy tarde. En los ojos que antes había reinado la idolatría, ahora no se reflejaba más que un miedo insondable, como si Lessa se hubiera convertido en una bestia de malas intenciones—. L-lo siento mucho, en serio, en serio. No lo... no lo volveré a hacer. Y-yo... yo lo siento mucho...

De un momento a otro sus pulmones la traicionaron, lo mismo con sus rodillas, así que no tardó mucho en caer al piso hecha una masita de temblor y jadeos dificultosos. Ella no había querido ser una niña mala, no había querido desobedecer de esa manera, no había querido hacerle daño a nadie...

«Por favor, por favor. Perdóname».

—¡¿Qué hiciste?!

«¡Perdóname!»

Luego de tal brutalidad la mano de Hent le quedó marcada en la mejilla por todas las bofetadas que le había dado, y Lessa, arrepentida y temerosa de sus acciones, le juró obediencia por lo que le quedaba de vida.

—No... no quise hacerlo... no quise...

—Lessa...

—¡No quise...!

—¡Lessa! 

La voz de la señora Main la regresó a la realidad, y al darse cuenta de la enajenación que había tenido, las mejillas de la joven terminaron de colorearse. No se sentía bien, iba a vomitar, y la nula coordinación entre sus respiraciones le iba a causar un desmayo para nada conveniente. El corazón le iba a un ritmo desquiciado.

—Lessa... ¿Lessa, estás escuchándome?

—Y-yo...

—Respira, ¿bien? —La señora Main la abrazó—. Respira lento... y trata de calmarte. Inhala....

—E-exhala.

—Inhala...

—Exhala...

—Un beso. —La señora Main presionó sus labios contra la frente de la chica.

—Y una sonrisa para terminar —concluyó Lessa, cuyos labios, casi como si fueran levantados por una fuerza mágica e incomprensible, se curvaron en forma de sonrisa. No podía dejar que esos niños ni nadie más la vieran tan afectada, su sueño de pertenecer al CEMA dependía de su aparente estabilidad emocional—. Lo siento —dijo a los niños, levantándose presurosa—. No repitan eso, ¿está bien? Yo... ya me voy.

—Lessa. —La señora Main la detuvo. La guerrera odiaba que ella supiera cuándo estaba bien y cuándo no, sobre todo por sus miradas profundas cargadas de incertidumbre—. ¿Estás...?

—Sí, sí, estoy bien, en serio. 

La mujer frunció el ceño ante su respuesta, pero no le sorprendía. Ella misma le había enseñado el arte de esconder emociones.

—Solo vine aquí buscando a Hent, ¿sabe dónde está? —siguió Lessa.

—Pero...

—A Hent, lo necesito. Ya.

La voz de la guerrera ahora era casi tan demandante como la de su entrenador, y la señora Main, en vista de que el corazón de Lessa yacía sellado en un cofre de escarcha, no pudo hacer sino suspirar con resignación mientras le agarraba las manos.

—Lo vi entrar en la sala de la familia real —respondió la tutora tras unos segundos, con la voz pesada—. Y ya sabes que se tarda mucho cuando entra ahí. ¿Para qué lo necesitas?

—Era para conversar y pedirle algo pero... —Lessa apretó los labios justo antes de que se le iluminaran los ojos—. Con usted también me sirve.

—¿Eh?

—¿Podría firmarme un permiso para ir a Vellania?

A Norian nunca le había gustado complacer los caprichos de los niños, ni siquiera cuando se trataba de su hermanita, pero la muy endemoniada lo había metido en su telaraña de extorsión, y ahora con cada segundo estaba en peligro de que Terrance lo descubriera.

—¡Te obedecí y te dejé hablar con tu rival! —había replicado ella, sorbiendo su juguito de frutas mientras la picardía en su sonrisa aumentaba a niveles perturbadores. Parecía una mini dictadora—. Así que... a cambio, quiero algunas cosas.

—Te compraré otro jugo. Tómalo o déjalo.

—Eso es trampa. 

La niña se sentó en su cama mientas sorbía el jugo con más fuerza. El ruidito sacaba a Norian de sus casillas, pero su experiencia también le había hecho saber que si mostraba algún signo de eso, Tara tendría más formas de molestarlo. Por eso se limitó a escucharla.

—Haremos un contrato y será bajo mis términos, porque: número uno, te dejé hablar con tu rival. —La niña batió las pestañas—. Número dos, de camino a casa te obedecí al pie de la letra. Y número tres, que es lo más importante: no te obligué a decirme qué tramabas.

—¿Y eso qué? Puedo quitarte tus jugos si quiero. —Norian se cruzó de brazos—. Así que no, no hay lugar para ningún trato.

Luego de aquella declaración, la contraria se mantuvo en silencio, así que Norian, acostado en su cama de brazos cruzados y boca arriba, sonrió para sí mismo. Nunca había sido tan fácil ganarle una batalla.

—Gané yo —presumió, pero al girarse se encontró con que su hermana seguía sonriendo maliciosa, como si aún tuviera un plan—. ¿De qué te ríes?

—¿Qué diría Terrance si se enterara de que su gran pupilo se escapó anoche?

—No lo harías...

—Pruébame.

—¡Tú también saliste!

Tara dio un último sorbo a su caja de jugo, para después, de un movimiento elegante y veloz, tirarla a la papelera que estaba en una de las esquinas. Acto seguido, y con la parsimonia propia de una princesa que quiere demostrar mesura, dio una vuelta en el centro de las dos camas para que su vestido lila ondeara en el aire. Esa prenda la había conseguido luego de un trato con Norian, otra buena manipulación.

—Me llevaste allá en contra de mi voluntad —mintió con rostro serio—, para que así los guardias nocturnos no te dispararan.

—¡Tara!

—Yo no quería ir, pero me obligaste. —Varias lágrimas de cocodrilo se asomaron por sus ojos cafés, idénticos a los de su hermano, quien los tenía llenos de impotencia y frustración—. «Oh, Terrance, estaba tan asustada... Norian sigue siendo un impulsivo que no supera el pasado».

—Basta...

—«¡Nos puso en riesgo porque no supera lo que sucedió!»

—¡Te dije que basta!

—«¡No supera la estúpida muerte de...!»

—¡No la nombres! —Norian se le fue encima para cubrirle la boca con las manos, harto de oírla repetir esa misma recriminación una y otra vez.

Sí. Sabía que era un idiota encerrado en el pasado, sabía que estaba perdido en la tristeza. Pero la realidad siempre es fácil de sobrellevar cuando no se la tiene cara a cara.

Por eso Norian prefería vivir en una distorsión de sí mismo.

—Lo siento, lo siento —dijo avergonzado, deshaciendo el agarre que había ejercido sobre el cuerpo de su hermana. Los ojos se le habían ensombrecido—. Solo... no me gusta recordarla. Es todo.

—¿A-aún la quieres?

Una risa amarga se construyó dentro del chico, y cuando la dejó salir se oyó similar a un gemido lastimero. Luego apartó la vista con orgullo.

Y Tara entendió que era momento de cambiar el tema.

—Bueno... si aún estás dispuesto a salvar tu pellejo, aquí tienes. —Le extendió un pedazo de papel—. Es una lista con todas mis peticiones.

Norian la había agarrado de mala gana, y desde entonces estaba recorriendo pequeñas tiendas en busca de los cachivaches que su hermana había pedido. En las alturas, el celaje rojizo de Vellania se mostraba imponente sobre las cabezas de todos los habitantes que estaban afuera, que en su mayoría eran niños corriendo de un lado a otro mientras jugaban con espadas de madera, otros jóvenes practicando hechizos, familias atendiendo sus negocios y uno que otro guerrero defensor cumpliendo su jornada laboral.

A diferencia de las tierras argeneanas, Vellania era cálida, llena de gente dulce y espontánea que no se tomaba las reglas como métodos infalibles del éxito. Los vellanos actuaban por instinto, comportamiento que para los argeneanos no era más que una vil impulsividad. Tal vez fuese así, pero en lo que para Norian respectaba, Vellania era y siempre sería superior a Argenea por varias razones.

La primera, porque el clima era mucho más soportable y por eso permitía un mejor mantenimiento de los cultivos. Pero a pesar de eso y que los agricultores se la pasaran trabajando todo el día, la comida nunca abundaba. Pero al menos era suficiente como para que Norian y Tara tuvieran buenos platos de comida cada vez que fuera necesario.

Otra razón por la que Norian apreciaba más a su reino era por la tranquilidad de la gente. No había soldados en cada centímetro como en Argenea, tampoco códigos y normas para cada estupidez que realizaran. No. Ellos no necesitaban de tantas reglas para comportarse de forma decente, a diferencia de los estúpidos argeneanos que siempre arruinaban todo.

Por ellos había iniciado la guerra, y eso era un hecho que ni miles de años de supuesta perfección iban a borrar.

Pero aunque el tema de los argeneanos le molestara, había otra cosa que en ese momento se ganaba todo el origen de su ira: la actitud averiguadora de la gente. En cada establecimiento su presencia atraía miradas curiosas y cuchicheos supuestamente disimulados, todos producto del accidente en el torneo que, para desgracia de Norian, había corrido de boca en boca hasta infectar a todos, como si fuera un virus.

Y lo peor del caso no era eso, sino que aquel pelirrojo partícipe del torneo siempre había sido centro de atención para todos. Casi nadie sabía de su pasado, su presente o sus aspiraciones a futuro. Solo sabían que había sido elegido por Terrance, uno de los mejores entrenadores de Vellania, y que todos sus entrenamientos se realizaban en las profundidades del castillo. No era como los demás aprendices: él no salía a luchar con el resto, no era conversador, y como punto más escalofriante, en sus ojos refulgían dos llamas ardientes cada vez que alguien le preguntaba algo.

Norian odiaba a esos metiches, de eso no había dudas, pero también disfrutaba de su miedo. Gracias a eso se había convertido en el aprendiz intocable de Terrance, del que todos se alejaban cada vez que iba a dar un paso. No era lindo, pero siendo él una persona de pocas palabras, no le molestaba en lo absoluto. Ser un vellano fuera de la norma tampoco era su mayor problema.

Luego de todas esas reflexiones, y tras haber dado una leída a lo último que le faltaba comprar para Tara, se adentró en la tienda que tenía enfrente asegurándose de que el rostro le quedara cubierto bajo su caperuza negra. Pero a pesar de eso, todos lo reconocían.

—¿Qué se le ofrece? —preguntó la dependienta, demostrando su temor a través del repiqueteo constante de sus uñas contra las vitrinas de cristal.

—Eso. —Sin más que decir, Norian señaló el peluche en forma de oso que colgaba del techo, y antes de que repitiera su pedido, la mujer ya lo había bajado de la cuerda para dárselo—. Precio.

—Serían... tres rubíes.

Silencioso y casi falto de emociones, Norian pagó, metió el peluche en su bolso, y tan rápido como había llegado, desapareció tras las puertas del local.

Su hermana solo había pedido tres cosas: un peluche, un vestido blanco y un paquete de jugos de frutas, al parecer los tres pilares de su existencia; y aun así la búsqueda había sido tan exhaustiva que Norian moría por llegar a su cuarto a recostarse un poco. Las manchas oscuras bajo sus ojos ya eran indicativo de que no había dormido bien en las últimas noches, y lo quisiera o no, debía obligarse a dormir para que Terrance no descubriese su mal estado.

Iba tan rápido que sin darse cuenta empezó a correr, así que en pocos minutos estaba subiendo las escaleras del castillo. Su habitación, misma que compartía con Tara, estaba en uno de los pisos más altos, y por esos segundos Norian maldijo a los constructores culpables de que el castillo fuera tan gigantesco. Estaba a punto de maldecir otra vez en cuanto sus ojos por fin aterrizaron sobre la puerta de su habitación.

«Ya era hora» pensó para sí, apresurándose a realizar el ademán mágico que abría la puerta: la mano hacia la izquierda, luego hacia arriba, a la derecha y nuevamente hacia arriba, solo que más rápido. Cada cuarto tenía su combinación mágica y esa era la suya, por lo que la puerta que tenía enfrente no tardó mucho en abrirse.

Pero para desgracia de Norian, lo que había adentro lo perturbó tanto que lo hizo dar un paso atrás.

A primera instancia quiso pensar que se trataba de una pesadilla, por eso cerró los ojos, pero al abrirlos se encontró con la misma escena de terror: su rival del torneo, ahí, sonriente, sentada en su cama, ¡su cama! Mientras trenzaba el cabello de su hermanita, que sonreía burlona.

—Hola, chico fuego —saludó Lessa en un intento por ser efusiva—, ¿qué tal?

Ahí, una sonrisa irritada decoró los labios del muchacho. 

Heeeeelloooooo, aquí dejo una línea de tiempo para que entiendan mejor el libro.

Yyyyy el dibujo terminado de Zeth. Aunque tenga la cara chueca, me encanta.

He aquí otra cosa de Zeth, pero en vez de algo oficial, es como un experimento fallido. Ver bajo su propio riesgo.

XD

Pasando a otro tema...

En la multimedia tienen otra canción que combina con Lessa, pronto vendrán las de Norian y el cómic que quiero hacer de él. Por los momentos, tengo el boceto, pero no lo he pasado a limpio por vaga :D

Baaaai.

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