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Capítulo IX: Una (no) amistad

«A veces duele más reflejarse en los demás que en un espejo».

-Bicolor

La conversación con aquella extraña hechicera había motivado a Norian. No solo había formulado un plan perfecto para iniciar acciones con Lessa, también había tenido la fuerza de voluntad para ejecutarlo, no sin antes asegurarse mil veces de que Tara no lo estuviera siguiendo.

Luego de haberse escabullido dentro del bosque sin que las autoridades de Vellania lo descubriesen, el último reto que le quedaba era recorrer toda la vegetación para llegar al reino enemigo y encontrar a Lessa.

Eso era lo que había pensado todo el camino hasta que, dañando todas sus ilusiones, se dio cuenta de que un grupo de tropas argeneanas vigilaban recelosas la salida del bosque. Eran muchas más de las que Norian había visto durante su primera infiltración, así que supuso que el reino se había enterado de tal cosa y que por esa razón habían decidido poner más guardias.

Una maldición escapó de sus labios al darse cuenta de que su misión iba a ser más difícil de lo que pensaba, y tuvo que retroceder sobre sus pasos en busca de un área libre. Después de eso no tenía ni la menor idea de cómo iba a encontrar a Lessa, pero bueno, algo podría ocurrírsele en el camino.

Dio inicio a la marcha con determinación hasta que una ramita bajo sus pies hizo un ruido espantoso.

Oh, no...

Por un momento quiso pensar que los soldados no lo habían oído, que tal desgracia con la ramita no era nada de lo que tuviera que preocuparse. Pero cuando giró el cuello hacia el frente, se dio cuenta de que todos los guardias, que antes habían estado de espaldas, ahora estaban en posición opuesta para ver al interior del bosque.

El terror de ser descubierto no solo aceleró el pálpito del chico, también lo hizo detenerse al instante. De no hacerlo, los mil veces mejor entrenados soldados de Argenea no tardarían en descubrir su pequeña infiltración, como tampoco dudarían en atacarlo si las cosas empeoraban.

«Mierda» fue la primera palabra que llegó a la cabeza de Norian, sin saber cómo aguantaría tanto tiempo quieto si a duras penas podía contener los escalofríos que le causaba el poco nivel de temperatura. Los dientes le castañeaban a un ritmo casi tan frenético como el de su corazón, que en vez de latir, lo que parecía estar haciendo era un zumbido desquiciante. Uno que le retumbaba en el pecho hasta subirle por los oídos y terminarlo de alterar.

No podía fallar en un momento así, no cuando estaba tan cerca de entrar en su objetivo. Ya dentro de Argenea solo le quedaba encontrar a su aliada, cosa que si bien era una tarea difícil, no lo sería tanto si se cubría el cabello con el suéter marrón que se había llevado. De esa forma, siempre y cuando se alejara de los guardias y de cualquier servidor con la habilidad de detectar la energía de un vellano, todo estaría bien.

«Un, dos, tres, cuatro. Estoy bien, estoy a salvo» repitió en su cabeza, aún manteniendo una posición estática para que los guardias no lo volviesen a ver. ¿Podrían sentir su energía a esa distancia? Lo más probable era que no, de ser así ya habrían atacado. A lo mejor solo se quedaban ahí para tratar de identificar qué era Norian: si una criatura o alguien del reino, quizá, pero entonces... ¿por qué no entraban?

Presa de la curiosidad y el desespero, Norian volteó la cabeza con la lentitud de una tortuga para ver si podía distinguir qué estaban haciendo los soldados, y para su sorpresa, la gran mayoría no estaban mirando hacia su dirección: se encontraban conversando en un círculo mientras uno de ellos, el del centro, se sostenía la sien y hablaba aparentemente solo.

¿Qué significaba eso?

Antes de que el pelirrojo pudiera buscar una contestación a su pregunta, el soldado que estaba en el centro del círculo asintió, para luego hacer un ademán con la mano y alejarse de ahí. En respuesta, los demás del equipo lo siguieron, siempre caminando con la sincronía perfecta que caracterizaba a los argeneanos.

Pulcros. Arrogantes. Fríos. Sin corazón. Esa era la imagen que el chico tenía de ellos, algo que ni siquiera Lessa había podido sacarle de la mente. Porque ella era justo así: obediente a un nivel excesivo, paranoica, a veces demasiado sumisa y... bueno, también poseedora de una fuerza admirable. Podía decirse que esa última cualidad era del agrado de Norian, junto con su ocasional sumisión, porque a él no le gustaba que le contradijeran, pero de resto la personalidad de la chica era harto detestable, y era por eso que luego de hacer su plan se aseguraría de romper relaciones con ella.

«No es que esté huyendo» trató de convencerse, «es que de verdad, de verdad no me cae bien».

Además de eso Norian también la detestaba por ser de Argenea, un odio que se le salía de control cada vez que se trataba de alguien así. Mucho había sufrido por la muerte de Farren como para tratar con respeto a quienes la habían asesinado, porque para él todos tenían la culpa: los que habían hecho el arma, los que habían entrenado al asesino, los que lo habían dejado suelto, y claro, el asesino en sí. Por eso cada vez que veía un argeneano, más allá del miedo incontrolable que lo inmovilizaba, también sentía cólera y deseos de venganza por lo sucedido.

Terrance le había dicho que la venganza no era buena y que buscar al asesino no iba a arreglar nada, pero eso era algo a lo que Norian nunca le había prestado atención. Iba a vengar a Farren de cualquier forma.

Sin darse cuenta, como ya no existía peligro de ser descubierto por los guardias había empezado a caminar por el bosque con una velocidad constante. Los ruidos que hacían sus botas al hundirse en la nieve poseían una secuencia rítmica digna de una canción.

No pudo evitar que el recuerdo de su discusión con Terrance lo asaltara de pronto.

Siempre habían tenido sus altercados, pero era principalmente por la actitud de Norian, así que el entrenador nunca había llegado a hablarle con tanta dureza hasta ese momento.

En parte le causaba decepción, no contra otro más que sí mismo.

Fue en ese momento que, pese al desasosiego imperante, sus sentidos se dispararon al percibir la presencia de otra persona. Al principio creyó que se lo estaba imaginando todo debido al estrés y la falta de sueño, pero cuando el ruido de otros pies aplastando la nieve se hizo escuchar, el pelirrojo no pudo estar más seguro de sus sospechas: sí, había alguien más ahí.

Y al parecer no estaba muy lejos.

Dominado por la incertidumbre, Norian analizó cada parte del lugar para ver si sus ojos daban con la razón del sonido y descubrir si era una criatura o un soldado. Pero cuando lo oyó nuevamente, la primera opción se borró de su lista de probabilidades. Eran pisadas que hacían el intento de sincronizarse con las suyas para pasar desapercibidas, y un animal, o en todo caso una criatura, no iba a hacer eso.

Entonces era un soldado.

Ahí Norian maldijo entre dientes, sin saber cómo iba a salir victorioso en una situación así. Antes por lo menos podía saber la ubicación y la cantidad de soldados a los que se enfrentaría, pero esta vez no veía a nadie, y estaba mucho más metido en el bosque de coloración nívea en el que obviamente él, comparado con un argeneano, iba a ser más notorio. Sería un blanco fácil.

Tenía que hacer algo para impedir un final siniestro.

—Estoy perdido —mintió, a sabiendas de que era algo estúpido. Por el suéter que llevaba sabrían que se había preparado para ir a Argenea, pero ya no había vuelta atrás—. Yo... estaba explorando y perdí el rumbo. Siento haber entrado en sus tierras sin permiso.

Luego de su falsa declaración el joven fue testigo de un extraño movimiento en los arbustos, y justo cuando iba a salir corriendo, una larga cabellera azul bastante conocida se dejó ver entre la vegetación. En efecto, sí era un soldado el que se había asomado, pero no cualquiera.

Detrás del arbusto, y con un poco de nieve en la coronilla, Astral Lessa lo miraba con la cautela propia de un depredador a punto de atacar, el rostro serio y las manos empuñadas. Aquello parecía un intento intimidatorio de su parte, pero en vez de sentirse en peligro, Norian suspiró contento de que solo hubiese sido ella la que estaba ahí.

—Eres tú —dijo aliviado, relajando los músculos anteriormente tensos. A la par Lessa se puso en pie, aún de semblante inexpresivo—. A ver, ¿por qué esa cara? —Norian hizo una pausa en la que se le ocurrió algo terrible, así que bajó el volumen de su voz para que solo ella lo escuchase—. ¿No eres la única a la que mandaron por mí?

—Soy la única.

La frialdad en su voz se le hizo extraña, pero como la respuesta había sido gratificante, no le dio muchas vueltas al asunto. Además, como no eran amigos, él no tenía por qué preocuparse por su bienestar, ¿o sí? Solo debían cumplir su misión y separarse.

—Ahora que estamos los dos, tengo que decirte mi plan. —Norian dio grandes pasos hacia Lessa, quien no se inmutó en ningún momento—. ¿Recuerdas esa conversación con Hent y Terrance que oímos?

Ella no respondió.

—Hey, hey, ¿estás oyéndome o tienes nieve en los oídos? —El pelirrojo la sacudió bruscamente, y ella puso tan poca resistencia que terminó meneándose como una hoja de papel—. ¿Qué te pasa ahora? ¿Se te subió el velo* o algo así? Porque no estoy de humor para lidiar con esas cosas, en serio.

—Yo...

—Perfecto, ahora sí me oyes. —Le dio una brusca palmada en el hombro en un intento por animarla—. Bueno, Hent mencionó una biblioteca, ¿no es así? —De nuevo no hubo una respuesta de la chica—. Ajá... por eso estoy planeando que entremos a esa biblioteca, ¿de casualidad sabes dónde está? Nah, de seguro sí sabes, ¿no? Bueno, llévame ahí.

Ella no dijo nada.

—¿Por favor?

De nuevo, nada de nada.

—¿Estás tratando de castigarme con una broma? —Esta vez la expresión de Lessa sí cambió. Se le arrugaron las cejas y sus labios hicieron el intento de decir algo, pero al final no lo hizo—. Mira, sé que ayer me comporté como un imbécil y todo, pero no creo que...

—N-Norian.

—¿Qué?

—P-por favor, no me odies por esto.

El chico estuvo a punto de preguntarle por qué, pero antes de siquiera separar los labios, la argeneana ya le había disparado con una de sus flechas, no azules, sino verdes.

Pero sin importar que el ataque hubiese sido intenso, Norian no sintió nada además de los párpados pesados, y sin darse cuenta, en unos segundos más ya estaba completamente dormido y entre los brazos de su atacante.

El cielo rojizo de Vellania se alzaba frente a los ojos de Terrance con su típica majestuosidad, un espectáculo de tonalidades cálidas que fascinaba a la mayoría de habitantes. Pero para el entrenador no era así, pues si bien su cielo podía considerarse una expresión artística en sí mismo, la verdad era que el simple hecho de verlo lo hacía evocar sus memorias de la guerra.

Estresante.

Así había sido el hundimiento, una época que ni el entrenador ni nadie más en el castillo quería repetir. Pero eso no era lo único que hacía que los músculos se le tensaran como forma de alerta, ni que la cicatriz bajo su mejilla ardiese más que nunca, no; lo que lo hacía sentir así era la pelea que había tenido con Norian la noche anterior.

Desde entonces no había servidor en el castillo que supiera dónde se encontraba, ni siquiera su hermanita, y era por eso que había iniciado un recorrido profundo a través de toda la estructura para encontrarlo. Porque era poco común que Norian madrugara, y más aun que lo hiciera para ir a otro sitio además de sus escondites habituales para evitar los entrenamientos.

Terrance sabía perfectamente que aquel chico era impredecible e inestable, sobre todo cuando se le obligaba a recordar cosas que le dolían, pero en los nueve años que tenía siendo su entrenador, en ningún momento había hecho la gracia de desaparecer por tantas horas. Porque Norian Archer, además de repudiar el contacto con otros, tampoco era de dar paseos tan largos en soledad. En todo caso se hubiese llevado a Tara.

Sin darse cuenta, pensar tanto en esas cosas hizo que las cejas se le juntaran hacia el centro, frustrado e impotente. Nunca creyó que el chico tímido que había conocido al inicio de los entrenamientos le fuese a dar tantos problemas.

Algunos se caerían para atrás de saber que el tosco y asocial Norian de ahora no había sido más que un niño penoso que se escondía detrás de su entrenador cada vez que se le acercaban otros aprendices.

Ese había sido el mayor problema con Norian luego de haberlo reclutado, y después de pasar de entrenador en entrenador y casi ser expulsado, finalmente Terrance lo acogió con la esperanza de convertirlo en personal de provecho. La tarea no fue fácil, pero a diferencia de los otros, Terrance usó un arma muy poderosa para mejorar la relación con su nuevo pupilo: la paciencia.

Esa no era una característica que se le atribuyera a los vellanos, pero en esa ocasión Terrance dio lo mejor de sí para usarla. Al principio, debido al prolongado silencio que Norian siempre mantenía, el entrenador se convenció de que era mudo, pero tras unos cuantos meses por fin se atrevió a dirigirle la primera palabra.

«Gracias» fue la primera cosa que Terrance le oyó decir al en ese entonces diminuto pelirrojo luego de haberle curado una herida en el brazo. Después de eso todo fue sobre ruedas hasta el asesinato de Farren.

Desde ahí, todo el esfuerzo que había puesto en Norian se derrumbó, dejándolo con un aprendiz mucho menos comunicativo que antes. Eso lo frustraba, sobre todo por lo que había sucedido en el torneo. 

Las pulsaciones se le aceleraron, un temblor intenso avasalló sus extremidades y el pecho empezó a dolerle como si acabara de correr un maratón. Algo parecido sucedía en su cabeza también, ya que si antes solo había sido agobiada por malos pensamientos, ahora terribles y repetitivas vibraciones eran las que se encargaban de cumplir dicha tarea.

—A-ahora no... —jadeó malhumorado, sosteniéndose la cabeza mientras, con la máxima velocidad que su adolorido cuerpo podía darle, recorría el alrededor con la mirada para estar seguro de que no hubiese oyentes indeseados.

Para fortuna suya el pasillo estaba en completa soledad, así que luego de apoyarse en la ventana y enderezar el torso, se concentró lo mejor posible para establecer una conexión decente con la persona que le había causado ese dolor. La comunicación telepática a larga distancia aún no estaba en sus fases finales.

—¿Ahora qué quieres? Es la segunda vez hoy —se quejó, sobándose la sien derecha mientras la mirada le empezaba a brillar en rojo.

—¿Qué clase de entrenador de pacotilla deja que su pupilo huya? —La voz de Hent resonó dentro de su cabeza, molesto y aparentemente caminando por los pasillos. Terrance incluso podía imaginarse su rostro de facciones duras a punto de estallar del enojo.

—¿A qué te refieres con dejar huir a mi pupilo?

—¡A que tu mal...! —Hizo una pausa para contenerse—. ¡A que tu aprendiz está aquí, Terrance! ¿De qué otra forma quieres que te lo explique?

—Ah, con que ahí estaba —se rio el vellano, a sabiendas de lo peligrosa que era la situación, pero al mismo tiempo disfrutando de acabar con la paciencia de Hent.

—¡¿Cómo puedes estar tan relajado en un momento así?!

—Solo fue a Argenea, ¿cuáles son las probabilidades de que...?

Ayer mi aprendiz fue a Vellania, Terrance, y dudo mucho que haber vuelto con una caperuza de ahí sea por pura casualidad. Está mintiéndome.

En otras circunstancias Terrance se habría burlado de que el perfeccionista Hent, que siempre presumía ser el mejor educando pupilos, de pronto estuviese teniendo que lidiar con la rebeldía de uno de ellos. Pero como la situación empezaba a preocuparlo decidió enseriarse.

—¿Cómo que te mintió?

—Nadie me esconde la verdad fácilmente. Me dijo que había ido a dar un paseo por el lado del bosque vellano cuando sé muy bien que fue a ver a tu aprendiz.

—¿A Norian? —La pregunta fue más para sí mismo que para su oyente, porque no concebía la idea de que su pupilo consintiera un encuentro con una argeneana—. ¿Estás seguro de lo que dices?

—¿Cuándo no estoy seguro de algo?

—Sabes que no es tiempo para tu egocentrismo.

—¡Tampoco para tu indiferencia! ¡No cuando los elegidos de Gneis están tramando algo juntos!

Terrance dio otra mirada a las cercanías para confirmar la privacidad. Aún no había nadie.

—¿Sabes dónde están ahora?

—Lo único que sé es que el vellano que se infiltró aquí es tu aprendiz, y que la mía no va a ir a capturarlo como se lo ordené.

—¿Y ella no era una especie de máquina obediente o algo así?

—Yo también creía eso. —Ahí el entrenador argeneano hizo una pausa que avivó el suspenso—. Pero se está rebelando, lo veo en sus ojos. Me mintió con lo de la captura y no sé cuántas cosas más.

—¿Y qué sugiere el grandioso Hent?

El silencio tras esa respuesta fue satisfactorio para el vellano, así que sonrió.

—Yo sí tengo un plan —presumió, ensanchando su sonrisa luego de haber oído un refunfuño del contrario—. Si están juntos, dejemos que jueguen a los detectives por hoy. Cuando regresen aumentaremos sus horarios de trabajo hasta no dejarles tiempo ni de dormir. No creo que les queden ganas de continuar con sus planes.

Hent chasqueó la lengua. Terrance podía sentir la derrota en ese simple gesto.

—Debo admitir que... no está nada mal para un fogoso —admitió a regañadientes—, pero de todas formas nos estás exponiendo a un riesgo. ¿Qué pasa si el primer camino se cumple?

—Conozco a Norian, eso no pasará con él.

—Más te vale. —Esa simple oración, salida de la boca de Hent, era algo parecido a una sentencia de muerte. Se oía con voz de ultratumba.

—Lo sé —masculló el vellano. Su paciencia tenía límites—. Por los momentos podemos contener la amenaza, pero no tenemos la solución. ¿Cómo los llevaremos por el segundo camino?

Eso déjamelo a mí. —Hent recuperó su aire ególatra de siempre—. Solo debo buscar algo que los haga luchar contra el otro hasta matarse.

Ante la convicción del argeneano, Terrance asintió, esperando que todo fuera según sus planes. El amor no debía iniciar una segunda guerra.

El cuerpo de Norian se había convertido en algo semejante a una bomba detenida en el tiempo: no podía estallar, pero tampoco hacer algo para deshacer las malas sensaciones que lo dominaban. Su única opción era seguir luchando por abrir los ojos y descubrir su ubicación.

Por su espalda podía deducir que estaba sobre una superficie dura, y además, el ardor en sus muñecas y talones lo hacía saber que estaba amarrado. «Fabuloso» ironizó para sí; no solo estaba en desventaja por no poder moverse, sino porque incluso de poder hacerlo, tampoco podría iniciar maniobras ofensivas debido a las ataduras que aparentemente estaban unidas a la superficie en la que se mantenía acostado.

—¿C-cómo estás?

En contraste con toda la dureza que lo rodeaba, una voz femenina, suave y dulce rebanó el silencio de una forma tan repentina que lo hizo detener. Si no se equivocaba, el hablante era Lessa, y de nuevo, si su memoria no se había alterado gracias al golpe, ella era la culpable de que se encontrara así. Le había disparado con una de sus flechas.

Saber eso funcionó mejor que cualquier otro estímulo, así que en pocos segundos Norian ya estaba con los ojos bien abiertos y el cabello ardiente cual antorcha. Frente a él había un techo gris que se le hizo poco importante, lo mismo con los libreros de madera, pues lo que tenía a pocos metros de distancia era mucho más interesante que eso.

Lessa Astral estaba inclinada sobre él, con sus largos mechones azules cayéndole sobre los hombros y aterrizando en el rostro de Norian. No era un roce para nada incómodo, pero ver la cara inocente de la chica lo hizo rabiar tanto que las llamas de su cabello aumentaron de golpe.

Ella... ¡Ella lo había traicionado! Siempre había sabido que confiar en las personas era un error, que mostrar sus debilidades frente a otros solo lo haría más manipulable en un futuro y que por eso no debía esperar nada de nadie más allá de una puñalada por la espalda, que en este caso había sido un flechazo desvergonzado.

«Malditos argeneanos» pensó, envenenado por la ira. «Maldita bruja». Ella había sido su mayor impulso para llevar a cabo el plan, pero ahora que estaba atado de manos y pies se arrepentía de haberla oído. De volverla a ver se aseguraría de encararla.

Pero por ahora su rabia le pertenecía a alguien muy diferente: Lessa. La muy desgraciada seguía ahí inclinada sobre él, mirándolo con esos ojos brillantes y una sonrisita medio tímida en los labios. ¿Cómo era posible que lo mirara tan tranquilo viendo la situación en la que estaba? ¿Ni un poco de culpa sentía por haberlo traicionado? En busca de una respuesta, el chico arreció sus sacudidas mientras se esforzaba por decirle algo, insultos, en su mayor parte, pero había una venda en su boca que solo le dejaba soltar jadeos ahogados.

Y encima de él Lessa seguía de espectadora.

Norian intentó gritarle de nuevo, pero tal y como la primera vez, de su boca solo salió una mezcla de sonidos ansiosos. Además del bullicio por los movimientos salvajes que hacía para romper las ataduras no había otro ruido dentro de la habitación.

—Y-yo... —Lessa se frotó los brazos entre sí, aún sonriendo con pena. Pero ni eso ni sus cejas juntas engañarían al colerizado Norian otra vez. Esa carita de borrego era peligrosa—. Y-yo no puedo soltarte si sigues así.

Un momento...

¿Soltarlo?

—Voy a quitarte la venda, pero prométeme que no vas a gritar.

Como respuesta Norian parpadeó dos veces, sintiendo que la ira que antes lo había dominado mutaba a incertidumbre. ¿Por qué iba a soltarlo de un momento a otro? Bueno, si lo había capturado con tanta frialdad, lo más seguro era que lo de la liberación también fuese una vil trampa de su parte.

Pero como ponerse terco no lo llevaría a ningún lado, asintió con la cabeza ante su pedido. Se le acababa de ocurrir un plan.

—Bien, voy a quitarte la venda.

Norian volvió a asentir, y pasados unos segundos ya tenía a la argeneana desamarrándole la venda en la parte trasera de su cabeza. Aquello fue un proceso que lo incomodó mucho debido a la horrible cercanía de la muchacha, pero después de haberlo soportado pudo jactarse de que tenía la boca libre para hacer lo que quisiera.

Por eso, sin pensarlo dos veces, abrió la boca lo más grande que pudo y le mordió la mano.

—¿Qué te pasa? —recriminó ella, dándole un manotazo en la frente—. ¡Te ayudo a escapar y así me pagas!

—¡Me traicionaste!

—¿Que yo qué?

—¿Ahora te haces la tonta? —Norian señaló las ataduras con sus labios—. ¿Y esto qué es? ¿Un regalo de bienvenida? ¿Atas a tus amigos a una mesa luego de conocerlos?

—¿S-somos amigos?

Norian palideció.

—Eh... no —trató de decir, pero ya había metido la pata—. ¡No somos amigos! Pero sé que entendiste mi punto. ¿Qué demonios es todo esto? ¿Te mandaron a capturarme, verdad?

—S-sí, pero...

—¡Y obedeciste!

—¡Shhh! —Lessa le tapó la boca con las manos al ver que hacía demasiado ruido, pero como Norian no iba a ser derrotado tan fácilmente, empezó a lamerla. Aun así la argeneana no se quitó—. Mierda, ¿podrías dejar de comportarte como un niño y oírme de una vez?

Norian respondió con un intento de mordida.

—Está bien, está bien. Sé que te tomé por sorpresa, pero... —Lessa hizo una pausa para, con una de sus manos, liberar las muñecas de Norian—. No voy a hacerte nada, solo que tú no me has dejado explicarte.

—¿Explicar qué? —indagó el pelirrojo luego de que le destapara la boca, arqueando una ceja.

—Que... —Lessa bajó la mirada mientras se frotaba los brazos. A Norian le hartaba la forma en que podía ser firme e insegura a la vez—. Que sí me mandaron a capturarte, pero en vez de llevarte frente a mi entrenador, yo... y-yo...

—¿Desobedeciste?

—¡No! B-bueno, sí. —Lessa volvió a frotarse los brazos—. Pero si lo dices de esa forma me siento culpable.

—¿Y qué? ¿Me vas a entregar?

—¡N-no, pero...!

—Entonces eres una desobediente. —Norian sonrió con suficiencia, levantándose de la mesa luego de haber liberado sus tobillos. Ya así le dio una sacudida brusca al cabello de la chica, como si hablara con un perrito rebelde—. Considera esto tu primer paso a la independencia. Se siente bien desobedecer.

—N-no lo digas así...

—Maldición, a veces me hartas. —Norian le puso una mano en el hombro, y con la otra le alzó el mentón. Quedaron a la misma distancia que la misma vez que se habían confrontado—. ¿De verdad eres la misma soldado que acabó con el pirata esa noche? Porque ahora solo pareces un saco de nervios. Vamos. —Le dio una palmada brusca en la espalda en un intento por ser amistoso—. Te necesito activa para lo que vamos a hacer.

—E-está bien, lo siento.

—¿Podrías dejar de tartamudear?

—Lo siento.

—¡Deja de disculparte por todo! ¡Maldición! —El cabello de Norian se prendió en llamas, y debido al peligro que representaba un incendio decidió alejarse de la madera—. No entiendo cómo eres tan...

—¿Tan...?

Buena. —Esa última palabra la pronunció con ira. Lessa lo notó al ver que empuñaba las manos, pero al mismo tiempo le temblaban como si estuviera luchando contra recuerdos indeseables.

Segundos después el chico quiso decir algo, cualquier cosa, pero lo único que pudo soltar fue un suspiro derrotista. Su postura dejaba ver tanta impotencia que Lessa se le acercó con timidez, posándole una mano en el hombro a modo de consuelo. Él se crispó.

—¿Sabes? Mi tutora dice que una sonrisa arregla todos los problemas. —Sonrió, tocando las mejillas de Norian con ahínco—. ¿Qué tal si...?

Antes de dejarla terminar, el pelirrojo, de un movimiento tan rápido que ni la experimentada guerrera pudo detenerlo, le apretó las mejillas entre sus manos para obligarla a borrar la sonrisa que siempre mostraba. Para él era enfermizo que lo hiciera tanto, y que tratara de motivarlo a hacer lo mismo lo terminaba de molestar.

—Pues dile a tu  tutora, Lessa. —Norian pronunció su nombre con sumo cuidado—. Que una puta sonrisa no resuelve los problemas de nadie, solo los esconde. —La soltó bruscamente—. Ahora vamos a iniciar la búsqueda, que ya me estoy impacientando. ¿Dónde está la biblioteca?

La mirada de Lessa se había ensombrecido, y ahora en vez de restregarse los brazos se mantenía estática en su lugar, como una estatua hecha a partir de la decepción. El encanto que siempre desprendía se había convertido en silencio mortal.

—¿Lessa...?

—Estamos en la biblioteca central. —Su voz fría fue incluso más dolorosa que un flechazo—. Mi entrenador ha pasado bastante tiempo aquí, así que de seguro están las respuestas que buscamos. —Dio pasos automáticos hacia uno de los estantes, sacó un libro, leyó el título y lo puso sobre una de las mesas—. ¿Qué esperas? Hay mucho que leer.

—Ah... sí. —Norian no sabía cómo actuar frente a la actitud repentinamente brusca de la joven, pero como tampoco quería hacerse el interesado, decidió obedecerle y empezar la búsqueda.

Al fin y al cabo, no tenía por qué preocuparse por ella, no eran ni serían amigos.

Habían pasado varios minutos desde el inicio de la búsqueda, y a pesar del esfuerzo que invertían, no lograban encontrar algo útil. La mayoría de libros relacionados con Gneis no eran más que recopilaciones de relatos, dibujos hechos en su honor en base a las descripciones de los soldados, y una que otra parte dedicada al campo de fuerza que rodeaba los reinos.

No había nada acerca de elegidos ni de futuros desastres, y eso, sumado a la mudez que había dominado la biblioteca, hacía que la culpa se apoderara del pelirrojo. ¿Por qué? Nunca se había sentido tan culpable hasta ese momento, y ahora que experimentaba una sensación así, no podía evitar frustrarse. ¿Era por la derrota, quizá? ¿Por haber perdido su tiempo? No, esa no era la razón, y todo empeoró cuando sus ojos se toparon con Lessa.

Ella estaba de espaldas a él, bastante lejos y aún revisando con determinación varios libros. Había puesto dos montañas a un lado: una que de seguro era de libros útiles, y la otra de los que no les servirían. Ese alto nivel de organización hizo que Norian mirara con vergüenza su propio trabajo, ya que si bien él había revisado varios libros, no los tenía clasificados de la misma forma. Era una pila de volúmenes y hojas sueltas en desorden lo que él tenía alrededor

Tal vez por eso no conseguía información útil...

Frustrado por su ineptitud, soltó un bufido lo suficientemente intenso como para Lessa lo escuchara, en el fondo deseando que ella hiciera algún ruido además del que causaban los libros al ser apilados. Pero no. A pesar del quejido de Norian, Lessa siguió con su objetivo como si fuera una máquina programada: sin hacer pausas, siempre a la misma velocidad, de postura inmutable y respiración tan silenciosa que parecía inexistente. Por eso, si se volteaba para no verla, a Norian le daría la ilusión que de verdad estaba solo.

Y eso le tenía que gustar... ¿no?

«¿Por qué no me gusta este silencio?» se cuestionó, jugando nerviosamente con las palmas de sus manos para hacer ruido. Esperaba que ella soltase alguna queja al respecto, pero como era de esperarse de una soldado argeneana, lo que hizo fue seguir leyendo con una frialdad no afín con su antiguo carácter dulce.

¿Estaría... molesta?

A lo mejor la dureza de Norian era la razón de que ella estuviera así de distante, y eso solo lo hizo preguntarse si así se sentían las personas al estar junto a él. Porque de ser así, era una experiencia de verdad espantosa, como ser considerado un fantasma. Tal vez se había pasado de la raya con ella...

Aunque, tampoco era algo que debiese interesarle. Su misión era buscar alguna forma de contrarrestar las amenazas, no de forjar una amistad estúpida, y era a esa idea que trataba de aferrarse como forma de consuelo.

Pero el escozor causado por la culpa, lejos de disminuir, arreció.

Muy, pero muy en el fondo, el Norian sensato sabía que se estaba sintiendo así por haber sido demasiado grosero con Lessa, y que la única forma de sentirse mejor era disculpándose, pero luego el Norian de la superficie, es decir, el orgulloso y retraído, se rehusaba a tomar esa vía tan patética. ¿Disculparse? No, él no hacía esas cosas.

Pero...

«—Te da miedo encariñarte...»

La insufrible voz de la hechicera con la que había hablado la noche anterior lo hizo bufar, mientras negaba con la cabeza mil y un veces. No. Él no le tenía miedo a encariñarse con alguien tan apocado como Lessa, era genuino el desprecio que le profesaba. Entonces, ¿por qué no podía seguir acomodando libros sin pensar en ella?

«Me siento culpable por poner en riesgo nuestra alianza, es todo» se convenció, «si estamos peleados, no va a ayudarme». Ese fue el pensamiento que Norian usó como excusa para iniciar un diálogo casual.

—Oye... —empezó diciendo, de espaldas a ella—. ¿Cómo estás?

—Tu caperuza está en mi cuarto, si eso es lo que quieres preguntar. —La severidad en su voz fue escalofriante—. Sigamos leyendo.

—Pero...

—¿Qué?

Norian frunció el ceño. Odiaba que se dirigieran a él usando ese tono tan duro. Además, aumentó su nivel de culpa.

Siempre le hablaba así a casi todo el mundo...

—Yo... yo quiero hablar contigo —confesó el vellano, cerrando los ojos como un niño que, luego de haber confesado una travesura a su madre, teme recibir un golpe. Los dedos incluso habían empezado a temblarle—. ¿Podemos?

—Estamos ocupados, Norian. —Por el sonido que hizo, el pelirrojo supuso que se había volteado para verlo—. Hay mucho que leer.

—Lo sé, pero...

—Ve al grano.

—L-lo siento. —El muchacho enrojeció debido a la vergüenza de haber dicho tal cosa, sobre todo porque lo hacía sentir como el niño cobarde y penoso que había sido de pequeño—. Me disculpo si fui demasiado brusco contigo. Sé que arriesgaste mucho tu pellejo al meterme aquí y desobedecer a tu superior... por eso, ehm, yo... yo, bueno, gracias. Y ajá. —Se rascó la nuca con incomodidad—. Eso era lo que quería decirte. ¿Ya no estás molesta?

Norian continuó con los ojos cerrados luego de eso, sin saber cómo reaccionar frente a la nueva mudez que se había instalado en la biblioteca. Y lo que era peor: ya ni siquiera oía el sonido de los libros al ser apilados por la argeneana, cosa que lo hizo suponer que sus tartamudeos penosos no habían sido el mejor método para arreglar las cosas.

Como no quería seguir en ese ambiente más tétrico que el anterior, acopió el poco aguante que le quedaba para contar un chiste. Era algo estúpido, pero estaba tan desesperado por matar el silencio que habló sin pensar.

—Ehm, Lessa, ¿por qué la gallina cruzó el...?

A mitad de su pésimo intento de comedia, unos brazos le rodearon el torso, y como el cuerpo de Norian estaba acostumbrado a los entrenamientos, sus reflejos actuaron antes que él. Su primera reacción fue la de apresar las muñecas de la chica con sus propias manos, tan fuerte que le arrancó un quejido.

—¿Q-qué pretendes? —preguntó el nervioso Norian, sin saber por qué de un momento a otro Lessa, que parecía de lo más enojada y distante, se le había acercado con un sigilo tenebroso—. ¿Qué intentabas hacerme, eh?

—Solo te iba a...

—¿A qué?

—A abrazar. —Decir eso había incomodado a la chica—. Te iba a dar un abrazo. Es todo. Como disculpa.

—¿Disculpa?

—Sí estaba un poco molesta, pero ya no. —Su voz fue suave, pero luego le apareció un ápice de burla—. Por eso quería darte un abrazo, pero si te acobardas por algo así...

—¡No me acobardé! —El Norian orgulloso volvía a tener el control—. Solo me tomaste por sorpresa. No vuelvas a hacer eso.

—Entonces... ¿no puedo abrazarte?

El vellano analizó la propuesta con lentitud meditabunda. Por un lado estaba su desprecio a todo lo que tuviera que ver con Argenea, pero por el otro, si rechazaba a la chica, era probable que se pusiera con sus sentimentalismos otra vez y que eso entorpeciera la misión. Nunca creyó que una argeneana pudiera ser tan intimidante y tan sensible al mismo tiempo.

Se parecía... ¿a él?

Negó con la cabeza, eso era imposible, y como no quería seguirle dando vueltas al asunto, aceptó que la chica le diera un pequeño abrazo. Él permaneció rígido como un muñeco de madera durante todo el proceso, con la cara igual de gruñona que siempre y los brazos extendidos hacia los lados para no rozar los de Lessa. Le avergonzaba ser partícipe de algo tan ridículo como lo era un abrazo, mucho más porque era de una argeneana, pero en el fondo sabía que todo su cuerpo disfrutaba de un consuelo así.

Era un hecho que el Norian orgulloso ocultaba tras un rostro ceñudo y disconforme.

—Listo. Sigamos —anunció Lessa, dándole una palmada en la mejilla—. No te acostumbres a esto, chico fuego.

—Deberías decírtelo a ti, despilfarradora de abrazos.

—Tú lo aceptaste.

—Sí, pero no me gustó.

—¿Y por qué estabas tan tranquilo?

—Ay, cállate. —El chico gruñó, pero la chica no hizo sino sonreír dulcemente—. No pongas esa cara, no somos...

Interrumpiendo su oración, una sacudida brusca en la biblioteca hizo que los jóvenes se alertaran mientras recorrían el sitio con la mirada en busca de una razón lógica para tales temblores. Era como un terremoto, pero asomarse por la ventana fue suficiente para saber que la parte de afuera no estaba temblando. La habitación era lo único que se sacudía.

Además, el castillo de Vann era una estructura anti-sismos.

Los dos guerreros se pusieron en pie segundos antes de que el piso bajo sus pies se dividiera en dos pedazos: uno en donde estaba Norian, y otro en donde estaba Lessa. Fueron separándose del otro mientras toda la estructura se sacudía.

Y ni siquiera podían ver, ya que una humareda gris cual nubarrón dominó cada centímetro de la biblioteca. Sus campos visuales no eran más que rectángulos repletos de imágenes borrosas, y su último recurso útil, la audición, solo servía para distinguir los llamados del otro y la forma en que el crujido de los estantes.

 Sus narices habían sido brutalmente atacadas por el olor del humo, obligándolos a toser. Los demás sentidos se encontraban en una batalla lucha constante por entender la tesitura.

Los ojos de Lessa ardían por sus esfuerzos de distinguir el alrededor, pero lo bueno fue que de esa forma pudo descubrir que su compañero vellano estaba cerca. Había encendido flamas en su cuerpo para ser llamativo y combatir los efectos cegadores de la bruma, pero Lessa no podía alcanzarlo. Había un enorme hoyo entre los dos que impedía su reencuentro.

Solo les quedaba esperar.

Poco a poco los temblores fueron volviéndose más suaves, de tal forma que la caída de algún objeto sobre sus cabezas ya no era una amenaza. Entonces no tardaron mucho en sentarse para evitar un tropiezo, aún con los corazones agitados debido al desastre repentino que acababan de presenciar.

Porque ni siendo una de los mejores soldados Lessa había sido avisada de tal cosa, y todo empeoró cuando, al disiparse la niebla, sus ojos vieron que el piso se había abierto para mostrar la entrada a un pasillo subterráneo. En él había escaleras que seguían bajando hasta un sitio que debido a la oscuridad no podía distinguirse bien, pero lo único seguro era que, si estaba en una ubicación tan secreta y desconocida, debía ser algo importante.

Norian miró a Lessa como si quisiera decir «te lo dije» antes de tomar impulso para saltar dentro del pasillo soterraño. Lessa lo miró con ojos de gatito inseguro.

—¿Vas a venir? —replicó él con las cejas enarcadas, cruzado de brazos—. No tenemos todo el día.

La argeneana juntó las cejas con pesar, pero como no tenía de otra, terminó asintiendo y saltando al interior del pasillo junto al pelirrojo. Estaban a punto de descubrir algo grande.

Cuando empezaron a caminar, el piso se cerró sobre sus cabezas.

WUUUUUUU, DIBUJO DE NORIAN



Está medio tieso, I know, pero igual me gusta.

(Corrección de la Gatotortuga del futuro: ya no me gusta XD).

Ahora, glosario moment:

Se te subió el velo*: expresión típica de Argenea Vellania usada para señalar, generalmente de forma peyorativa,  el comportamiento desorientado de una persona. Su origen se basa en las consecuencias que genera ser expuesto a la influencia de los velos, llamados así por la similitud que tienen las formas espirituales de estas criaturas con la susodicha prenda. En ese estado, los velos se te aferran a la cabeza, te hipnotizan y te guían a ellos para devorarte. He ahí la razón de que asocien un comportamiento alelado con el actuar de los velos.

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