Capítulo II: Nacida de la guerra
«A veces, la persona a la que más trabajo te cuesta entender es a ti mismo. Si lo logras, vivirás plenamente, pero si no, acabas de crear a tu peor enemigo».
-Imperia: Corazón de Esmeralda (-Sweethazelnut-)
Voces. Oía voces.
Luces. Veía luces.
Adolorido y somnoliento, Norian empezó a revolverse sobre lo que parecía ser una cama de enfermería. No era consciente de cómo había llegado ahí, pero sus escasos recuerdos del torneo lo hicieron suponer que el accidente había sido el culpable.
El accidente con su enemiga y el cristal de Lúmbarus.
Cuando aquella imagen le asaltó la mente, abrió los ojos con la velocidad de un rayo, y aunque al principio tuvo que parpadear para acostumbrarse a la iluminación de la sala de enfermería, blanca, potente, y fatigante, después de unos segundos fue perfectamente capaz de distinguir todo lo que tenía alrededor.
Vacío y blanco.
Esos eran los adjetivos más compatibles con la estancia, pues además de la camilla de sábanas incoloras en la que yacía su cuerpo, y la mesa diminuta que estaba cerca de la puerta, lo único que se podía distinguir era la blancura enfermiza de las paredes, junto a una luz cegadora que no solo provenía del ilucentro en el techo, que era una esfera brillante que hacía de iluminación; sino de al parecer cada rincón del cuarto.
Sin embargo, y pese a la molestia que le causaba el extremismo de la iluminación, al separar la espalda de la camilla se enfocó en dos cosas: número uno, en la venda que le rodeaba la frente y parte del torso; y número dos, la ventana transparente que había en la pared izquierda, a través de la que se veía otra habitación igual a la de Norian. La única diferencia era que la camilla de aquel otro cuarto era ocupada por su rival de Argenea: Lessa, si mal no recordaba, que se abrazaba a sí misma mientras tambaleaba el cuerpo de adelante hacia atrás.
Sus labios finos, semisonrientes y aun así dominados por el temblor, se movían para repetir sin falta un montón de enunciados que Norian no podía escuchar. Pero bastaba con ver la tragedia en sus ojos para suponer que no se encontraba en el mejor de los ánimos.
Justo en aquel instante de fugaz observación, Norian no supo si fue por casualidad o por mala suerte, pero Lessa volteó a verlo con lentitud. El cabello azul que se le atravesaba en el rostro impedía que el chico pudiera distinguirle alguna expresión además del pánico, pero lo que sí seguía viéndose con claridad era su gran sonrisa, como una doncella congelada en la felicidad de su propio retrato.
Pasados unos segundos que para Norian fueron eternos, Lessa apartó la vista hacia el frente, se llevó las manos a la cabeza y así, balanceándose de adelante para atrás, continuó su repetición infinita de palabras incomprensibles para Norian. Nada. No había sonido. Un sufrimiento silencioso y escarchado.
«Está loca» reflexionó el pelirrojo, sobre todo al recordar que la había oído hablando sola antes de atacarla en el laberinto. Y si no era eso, tal vez se debiera a la excentricidad de los argeneanos. En fin. Solo estaba seguro de que no quería hablarle de nuevo a esa chica, no cuando le despertaba tantas sensaciones de extrañeza y vulnerabilidad.
Estaba a punto de analizar el porqué de aquella problemática en cuanto dos voces atacaron el silencio, las mismas que había oído antes de despertar. Si los oídos no le fallaban, eran los entrenadores Hent y Terrance los que estaban conversando, o más bien, discutiendo acerca de algo que debido a la rapidez de sus palabras era casi imposible entender.
Pero se podían distinguir ciertas cosas....
—¿Cómo que los elegidos de Gneis? ¿Estás bromeando, verdad? —Era Hent el que hablaba, estresado.
—¿Crees que voy a bromear en un momento así? ¡Los dos sabíamos que esto iba a pasar!
—¡Baja la voz!
—¡Tú empezaste a cuestionarme!
—¡Porque hablas de algo que...!
—¡Algo de lo que se nos advirtió hace casi medio siglo, Hent!
—Lo sé, pero...
—Y tú más que nadie sabe que ella hablaba muy en serio. —Ahí Terrance bajó la voz, y Norian casi pudo imaginárselo apretando los labios fuertemente como siempre hacía cuando estaba nervioso—. Si te pones a pensar, la primera parte de su profecía se...
—Ya sé. —Hent fue cortante en extremo, cargado de malhumor—. ¿Pero qué pretendes hacer, ah?
—Obligarlos a seguir el segundo camino.
—¿Segundo camino? ¡Segundo camino! No me jodas. —La elegante frialdad en el tono de Hent se deshizo por completo—. ¿Pretendes hacer que...?
—Sabes que sí.
—¡Es negligente!
—¿Prefieres arriesgarnos a la consecuencias del primer camino?
—Obviamente no, Terrance.
—¿Y entonces dónde quedó el Hent determinado? Porque aquí enfrente solo veo a un cobarde.
Hent gruñó, pero para sorpresa de Norian, su respuesta no fue tan ofensiva como esperaba.
—Fogosos, siempre impulsivos —fue lo que masculló—. A ver, ¿siquiera analizaste las consecuencias del segundo camino?
—En definitiva son menos graves que las del primero. No podemos permitir que algo semejante ocurra.
—Mmm. —Luego de eso los pasos discontinuos de Hent empezaron a alejarse, como si le diera la espalda al entrenador vellano—. Supongo que a pesar de tu... impulsividad, tienes un buen punto. —Chasqueó la lengua lentamente—. Pero dame un tiempo para analizar las posibilidades en nuestra biblioteca. Mientras tanto, mantén vigilado a tu inestable.
—Y tú a tu máquina.
Después de eso Norian oyó pasos hacia su habitación, así que se apresuró a envolverse en las sábanas y cerrar los ojos lo más rápido posible. Pero antes de hacerlo, su mirada volvió a conectarse con la figura de Lessa a través del cristal, comprobando, al ver su expresión entre acongojada y confundida, que ella también había escuchado la conversación, y que en definitiva estaban hablando de ellos.
Fue con ese pensamiento que, ya cuando Norian estaba en la cama fingiendo dormir, la puerta del cuarto se abrió para dar paso a Terrance, o al menos eso fue lo que el pelirrojo quiso pensar.
Tras la aparición de unos pasos cautelosos lo siguiente que inundó los oídos de Norian fue el crujir característico de unas persianas al bajarse.
Había tapado algo.
—Norian...
Terrance era el que hablaba, pero como abrir los ojos de golpe delataría que no había estado durmiendo, lo que Norian hizo fue separar los párpados con lentitud perezosa y pestañear varias veces para convencer a su entrenador de que acababa de despertarse. Así pudo ver que el semblante habitualmente jocoso de Terrance se había cubierto de severidad. Eso solo hizo que le naciera un mal augurio en el pecho.
—¿Está todo bien? —alcanzó a decir con la voz ronca, a lo que Terrance apretó los labios mientras apartaba la vista—. ¿Pasa algo?
—Esto... no debía suceder.
—¿A qué te refieres? —Al no recibir respuesta inmediata, Norian levantó la espalda de la camilla como pudo, pues el entrenador había empezado a caminar en círculos por todo el cuarto y no quería perderlo de vista—. ¿Hablas de...? ¿De que el cristal de Lúmbarus nos mandó a volar?
—Tú lo tocaste.
—¿Y?
—Te dije, Norian —musitó de voz severa mientras lo volteaba a ver—, que no teníamos la oportunidad de ganar contra Argenea.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Que era mejor perder?
—Bueno...
—¿Bueno qué? ¿Debí haberme resignando a ser un perdedor toda la vida?
—Norian, eso no es lo que estoy...
—¿Que eso no es lo que estás diciendo? ¡Porque así parece!
—¡Norian, tu cabello!
—¡Me vale mierda si toda Argenea arde en llamas, Terrance! ¡Me...!
—¡Ya basta! —Con un ademán de manos el cuerpo de Terrance desprendió un aura que paralizó casi todos los músculos de Norian, dejándolo inmóvil sobre la camilla—. Estás herido y confundido, lo sé. No es momento para tener esta conversación. —Lo miró atentamente—. Ahora voy a soltarte, pero solo si te calmas, ¿bien?
Norian rodó los ojos.
—Parpadea dos veces para sí y una para no. ¿Te calmarás?
Él cerró los ojos.
—¿No vas a colaborar, Norian? Porque podemos pasar así un laaaargo rato y nunca salir de Argenea.
Asustado por tal premisa, Norian parpadeó dos veces de la forma más convincente que pudo. ¿Pasar más tiempo en ese sitio? No, eso ni loco. Quería salir de ahí cuanto antes.
Al ver el gesto tan desesperado, Terrance rio, pero para no hacerlo enfadar se apresuró a deshacer el hechizo que lo mantenía inmóvil.
El pelirrojo volvió a incorporarse sobre sus antebrazos, pero esta vez solo miró a Terrance con decepción y frialdad. La mezcla más dolorosa que pudiese dedicarle a alguien.
—Quiero respuestas, Terrance. ¿Qué sucedió allá?
—Aún tratamos de averiguarlo. —El entrenador dirigió la vista hacia la pared izquierda que, sorprendentemente para Norian, había sido oculta tras una persiana. Ya no se podía ver la habitación de Lessa—. Tara está en una sala de recreación, mientras la busco unos enfermeros vendrán a revisarte. Luego nos vamos, ¿te parece?
—¿No vamos a repetir el torneo?
—Olvida el torneo, Norian —masculló malhumorado, tragándose el pensamiento de «ahora nuestras vidas están en peligro» mientras le daba la espalda para salir del cuarto.
Norian quiso suplicarle que no lo dejara solo de nuevo, pero al sentirse estúpido sacudió la cabeza a los lados para reaccionar. No. Él ya no era el niño llorón de hace años, podía protegerse solo.
Por eso al regresar a su hogar haría hasta lo imposible por descubrir la información que Terrance le ocultaba. Sin embargo, antes de acomodar mejor sus pensamientos, el sonido de un golpe brusco proveniente del otro cuarto lo interrumpió.
Lessa había sido abofeteada, de eso no tenía dudas, pero a pesar de todo no oyó ningún llanto.
«—¡Sabes muy bien cuál es tu misión, Astral!
—Lo sé, señor...
—Entonces, ¿qué fue eso que vi en el torneo? ¡Nos dejaste en vergüenza por tu ineptitud!
—S-señor, yo...
Antes de poder terminar ya tenía la palma de Hent marcada en el rostro.
—¡Tu irresponsabilidad le costó su reputación a Argenea! ¡Confié en que podías con esta tarea y lo único que hiciste fue decepcionarme!
—¡Se...! ¡Se lo recompensaré! ¡Lo juro!
—¿Y cómo, Astral?
—Haré la guardia nocturna hoy. No, más bien, ¡una semana! ¡Lo haré por una semana! El tiempo que usted quiera... por favor, perdóneme. —Bajó la cabeza como forma de súplica—. Haré lo que me pida.
Ver la sumisión en el carácter de su pupilo hizo que Hent parpadeara dos veces, consternado, para después masajearse el puente de la nariz mientras mascullaba oraciones inconclusas. No podía permitir que la que en ese entonces consideraba su mejor guerrera flaqueara de esa forma.
—Bien, Lessa... harás la guardia nocturna esta noche.
—Gracias, señor. ¡No se arrepentirá!»
Hent había asentido de mala gana ante la determinación en el tono de la chica, y por eso horas más tarde ahí estaba ella, caminando de un lado a otro sobre la nieve, con su arco en mano, rodeada de ventisca gélida y con la piel protegida por el uniforme reglamentario: unos pantalones gruesos color azul marino, una camisa de mangas largas del mismo tono, pero más claro, y por último un abrigo blanco con capucha que le gustaba amarrarse en la cintura. El frío de Argenea nunca le había molestado tanto como para tener que abrigarse.
Ahora solo estaba concentrada en cumplir su labor de guardiana nocturna, un puesto que muy pocos querían aceptar debido al peligro que representaba. Cuando el sol le cedía su puesto a la luna el bosque se volvía una amenaza para la mayoría de gente que intentara cruzarlo, por lo que pasar por ahí estaba estrictamente prohibido tanto para vellanos como argeneanos. Y para eso estaban los guardianes nocturnos: asegurar que nada ni nadie entrara o saliera del perímetro establecido como seguro.
Lessa esperaba que su esfuerzo ayudase a disipar la decepción de Hent, y que así volviera a confiar en ella tal y como antes del accidente.
Ese tropiezo era algo que en definitiva deseaba olvidar, pero por desgracia no había boca en Argenea que no estuviese hablando de tal cosa, y los chismes se transportaban casi con la misma rapidez del viento. ¿Qué había sucedido? ¿El cristal de Lúmbarus se había desestabilizado? No, una roca de tipo B no podía desestabilizarse. ¿Había sido una sobrecarga de energía? Supuestamente aún estaban investigando. Y muy a pesar de que quisiera alejarse de todas esas preguntas, el recuerdo del accidente exacerbaba su incertidumbre y la vergüenza de haber fallado frente a su entrenador.
«Fallé en lo único para lo que existo» pensó frustrada, al tiempo en que pateaba un montículo de nieve con sus botas negras. «Soy una deshonra».
—Soy una deshonra —repitió en voz alta, agachando la cabeza y cubriéndosela con las palmas de sus manos—. Soy... ¡Soy una deshonra! ¡Deshonra! ¡Deshonra! ¡Deshonra!
Con cada grito sacudía la cabeza a los lados como si quisiera arrancarse sus propios pensamientos, envenenada de rabia contra sí misma y le ineptitud que había demostrado. ¿Dejar mal parada a Argenea? ¡Por Gneis! Acababa de joderlo todo y no podría perdonárselo nunca.
El pecho... el pecho le ardía.
Algo la estaba quemando desde dentro.
«Déjame salir. Déjame salir...»
—¡Mierda! —chilló cuando, de una patada, hizo que un cúmulo de nieve descendiera sobre su cabello. La frustración era tanta que no podía evitar encajarse las uñas en la piel de los brazos, inconscientemente tratando de hacer un hueco por el que su alma pudiera huir de ese envase tan inútil y lleno de pesadez—. Porque... p-porque no existo para otra cosa...
«Si no sé luchar bien, ¿de qué sirvo...? Soy reemplazable. Una arquera común».
Y ahí el pecho le volvió a quemar.
Al principio, en sus primeras apariciones, el dolor era tan imperceptible que a duras penas le molestaba, pero ahora se sentía como si le agarran el corazón con un par de tenazas calientes. O como si, en el peor de los casos, una bestia tratara de salírsele del pecho cada vez que tenía la oportunidad.
Oh, no.
Lessa se llevó la mano al pecho para tranquilizar sus latidos, y como seguir pensando en eso solo la pondría más nerviosa, decidió sonreír. De alguna manera ese gesto conseguía drenarle todas las preocupaciones, porque como muy bien se lo había dicho su tutora, darle al mal tiempo buena cara era una forma creativa de afrontar los problemas. Así su hermosa sonrisa nunca iba borrarse.
«—Y siempre serás una niña feliz...»
Recordar las frases y mimos de la señora Main la puso contenta, tanto, que cuando acabara la guardia nocturna se aseguraría de visitarla un momento. Atravesar el pasillo decorado con flores que había hacia su habitación le subía el ánimo.
Pero su entusiasmo fue interrumpido cuando, desde la penumbra, el sonido de unos pasos sigilosos acercándose hizo aparición. Eran pisadas tan suaves que Lessa no podía distinguir con exactitud a qué tipo de criatura pertenecían, así que como primer impulso sacó una fecha de su carcaj, la acomodó en su arco y se preparó para apuntarle a lo que sea que estuviera acechándola desde los árboles.
Los pasos de Lessa se sincronizaban con los ruidos naturales del entorno para no alertar al posible enemigo, moviéndose en trayectoria circular con la destreza y sincronía propia de una bailarina que interpreta su mejor danza. Porque Lessa había nacido de la guerra, el campo de batalla era su escenario y los enemigos sus últimos espectadores.
Pero pasó mucho tiempo y nada volvió a escucharse. Fue casi al final, cuando pensaba guardar la flecha, que un movimiento en los arbustos la alertó nuevamente. Había alguien cerca, podía sentirlo. Pero por la ligereza del crujir en las plantas no podía ser una criatura.
—Aquí Lessa Astral, soldado argeneana al servicio de las tropas defensoras del reino —habló fuerte y claro, más para intimidar a la otra persona que como amenaza directa—. Le ordeno que se identifique ahora mismo. Advierto que estoy armada.
—De verdad sigues siendo el trofeo de Hent, ¿no?
Oír esa voz femenina tan familiar fue lo que la hizo bajar el arco y la flecha, suspirando frustrada al ver a Zeth, su compañera de habitación, salir de los arbustos mientras daba saltitos burlones y movía las manos de un lado a otro.
Bajo la luminiscencia del astro nocturno su piel pálida adquiría un encanto fantasmagórico, lo mismo con su cabello rubio blanquecino, pero sus ojos grises como dos nubarrones eran todo lo contrario. Resaltaban más que cualquier otra cosa y parecían tener brillo propio.
Un brillo que se tornaba malévolo cuando le hacía bromas a casi cualquier habitante del castillo.
—¿Qué haces aquí? —regañó Lessa, y se agachó en el suelo con la rubia para que no las fueran a ver. Hent podía estar vigilándola—. Dime, dime, dime, ¿qué ha...?
—Estoy aburrida y Larry me dijo que estabas aquí.
—¿Larry? ¿Cómo él...?
—Es tu enamorado, normal que sepa hasta cuándo cagas.
—¡Zeth!
La risa de la menor fue tan fuerte que Lessa tuvo que taparle la boca.
—¡E-es...! Estoy hablando en serio, Zeth. —La arquera endureció el tono de voz para hacerle frente, pero de todas formas era casi imposible intimidarla. Parecía importarle poco bajar de rango con cada una de sus desobediencias—. Deberías estar en el castillo bajo el cuidado de...
—¿La señora Main? La dormí, me aburre hacer manualidades con ella. Lo bueno es que me enseñó un hechizo hace poco. —Los ojos se le iluminaron con malicia—. ¿Puedo probarlo en ti? ¡Por favor! No será como la última vez.
—Aún me duele cuando me siento.
—¡Pero sobreviviste!
—¡No, Zeth! Estoy ocupada, y tú —dijo señalándola con el dedo, a lo que la rubia se cruzó de brazos infantilmente— deberías estar durmiendo. Llegaré pronto.
—Así ni tendrás tiempo para ir al festival de la luna plateada. ¿Por qué sigues siendo la lame botas de Hent?
—A dormir, Zeth.
—¡No evadas mis preguntas!
—¡Shhh!
—¡Me escupiste!
—¡Vete!
—¡No hasta que te disculpes!
—¡Ya, ya! ¡Lo siento!
—¿Lo siento por qué?
—Lo siento por haberte escupido.
—Sigue, sigue. —Zeth se puso una mano alrededor de la oreja para oír mejor, sonriendo—. No te oigo.
—Lo siento por haberte escupido, Zeth. —Lessa suspiró profundo para serenarse—. Ahora vete a dormir antes de que te vean por acá.
—Lo que tú digas, pero antes... —Zeth levantó su delgado cuerpo de un brinco ágil, así que en pocos segundos ya estaba de pie y revisando su bolso amarillo. Lessa esperaba que no fuera alguna broma de mal gusto—. Toma, de parte de Larry. A esto vine.
La rubia le extendió unas galletas empaquetadas en un material transparente, provocando que Lessa expulsara el milésimo suspiro cansino de la noche. Ya le había dicho a Larry que no iba a tener ningún tipo de relación con él, así que, ¿por qué tanta insistencia? Admiraba su determinación.
—¿Las vas a tomar o...?
—Sí, está bien —aceptó de mala gana, tomando las galletas. Si las rechazaba solo le enviaría más—. Ahora sí quiero que te vayas a dormir.
Zeth le guiñó un ojo mientras hacía un símbolo raro con los dedos, y luego de esbozar una de sus enloquecidas sonrisas, le dio la espalda para caminar de a paso lento hacia el castillo. Ese fue un recorrido en el que Lessa la siguió atentamente con la mirada, pues Zeth tenía el don de escabullirse como un gato por donde quisiese. ¿Tenía hambre? Se iba a la cocina en cuestión de segundos. ¿No quería asistir a los entrenamientos? La descuidaban y desaparecía sin dejar rastro. Lessa se sorprendía de que una simple joven de trece años fuera capaz de poner patas arriba cualquier lugar que pisase.
Era como un tornado dentro de una botella.
Y aun así, recordando todo lo malo, Lessa sonrió complacida. Aquella visita sorpresa había acabado con sus nervios y por eso ahora estaba segura de que podría terminar su jornada con la concentración de siempre. Además, las galletas estaban ricas. No había nada de qué quejarse.
Pero las pisadas volvieron.
—¿Zeth, eres tú?
No hubo respuesta.
—¿Zeth?
«Si es otra de tus bromas, me las pagarás...» pensó con los labios apretados, apresurándose a sacar una de sus flechas como forma de prevención. Zeth se había ido por el frente y las pisadas provenían del interior del bosque... no podían ser de ella. A menos, claro, que hubiese aprendido un hechizo para crear ilusiones auditivas.
—Esa niña... —masculló—. ¡Zeeeeth! ¡Deja de jugar! —Apuntó con la flecha los arbustos entre los que se sentía el movimiento—. ¡Voy a disparar si no sales, Zeth!
«No lo digo en serio, no quiero usar otra arma en este lugar» fue el pensamiento que le asaltó la mente, con los dedos temblándole sobre el agarre del arma. Su frente estaba empapada de sudor frío, y aunque quiso evitarlo, el corazón empezó a latirle a ritmo frenético.
Algo se estaba acercando.
Al percibir que la amenaza provenía del centro, Lessa apuntó de inmediato hacia allá, aún con el corazón enfermo de cobardía pero de todas formas dispuesta a cumplir su deber. No importaban los malos recuerdos que tuviera en ese bosque, tampoco su dolor. Nada de eso se interpondría en cumplir la única finalidad para la que la habían entrenado: defender a Argenea de las criaturas y los invasores enemigos. Por eso no dudó en gritar con todas sus fuerzas.
—¡Por el poder conferido por mis superiores ordeno que se detengan! ¡Son tierras argeneanas que no pueden cruzar sin permiso! —Se preparó para apuntar—. ¡Estoy autorizada a disparar a cualquier persona que...!
—¡Necesitamos ayuda!
—¿Q-qué?
Antes de poder analizar la petición, dos siluetas emergieron de la oscuridad del bosque como ráfagas presurosas, seguidas de los alaridos de una criatura negra y alada que surcaba el cielo nocturno para perseguirlos. «Un pirata» pensó Lessa, pero cuando quiso tomar acciones ofensivas contra la criatura, una de las siluetas le cayó encima. Era un vellano, pero no cualquiera.
Era su rival del torneo.
—¡Ayúdanos, por favor! —lo oyó rogar.
¡Hoooola! Dos cositas rápidas.
Uno: la canción que puse en la multimedia combina bien con Lessa, para que la escuchen si quieren 🎶
Dos: planeaba pasar los dibujitos de este cap a digital, o en todo caso hacerlos en limpio para colorearlos y ponerlos aquí bien zukulentos, pero no he podido, so, por los momentos les dejo solo los bocetos de Zeth y Tara, próximamente más presentables.
(Dibujito viejoooooo XD).
No se ve casi, sorry :(
#Noséhacerpieshelp
Aquí Zeth:
Por último, un dibujito bien viejo, otro de los primeros que hice para el libro. Se hizo lo que se pudo XD
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