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Capítulo I: El odio de una presa, el miedo de un depredador

PRIMERA PARTE DEL CAPÍTULO

«La mayor oscuridad siempre es la que precede del alba».

-El símbolo perdido

La incesante caída de los copos de nieve cubría el suelo con un manto de blancura impoluta, en el que los argeneanos, en su mayoría constantes y ansiosos, dejaban huellas camino al estadio central en el que se realizaría el torneo. Esa enorme estructura en forma de óvalo, con una ingente cantidad de asientos y al aire libre, se decoraba cada año con el objetivo de presentarla de la mejor manera ante el enemigo, y aunado a eso, junto con el castillo de Vann figuraba entre las construcciones más importantes para Argenea.

Y aunque marcadas por innumerables muertes y conflictos contra los vellanos, para ese momento las tierras argeneanas atravesaban un apogeo envidiado por la mayoría de seres mágicos sobre la tierra.

Había guerras mucho más allá de los reinos, pero por fortuna su diosa Gneis los protegía del peligro. Su magia había estado resguardándolos tanto a ellos como a los vellanos desde el cierre de los últimos enfrentamientos, y se afirmaba constantemente que había sido la aparición de esa misma diosa lo que dio fin a la guerra argeneo-vellana.

«Pero eso es algo que no podemos saber» pensó uno de los hombres que iba de camino al estadio, de la mano de su hija. «Solo los guerreros alegan haberla visto».

La única prueba clara de la existencia de la diosa era el campo de fuerza que protegía los dos reinos del caos imperante en el resto del mundo, así que por eso el hombre se limitaba a respetar las esculturas que habían hecho en honor a la diosa, neutral y sin volverse un creyente fiel.

—¿Ya vamos a llegar? —preguntó su hija, tapada de pies a cabeza con un abrigo blanco como la nieve—. Dijiste que ibas a comprarme una burbuja al llegar, ¿falta mucho?

—Por aquí ya se puede ver el...

El hombre hubiese terminando de hablar de no ser porque una persona escondida bajo una caperuza negra, presumiblemente un chico, se metió en medio de ambos y los empujó con vehemencia para abrirse camino hacia el estadio central. De sus labios no había salido ni siquiera un «con permiso» o una palabra de disculpa que sirviera de consuelo, y esa característica, sumada al cabello rojizo que sobresalía de la caperuza, hizo que el hombre se diera cuenta del tipo de persona con la que trataba.

«Un fogoso» fue el primer pensamiento que tuvo, a la vez que cargaba a su hija en brazos como forma de protección. Por la impulsividad característica de los vellanos no quería imaginarse el riesgo al que se enfrentaban todos por haberlos dejado entrar en Argenea; incluso habían llegado a destruir buenas partes de su territorio, ¿por qué confiar en ellos?

—¡Lo sentimos! —gritó una niña que de pronto pasó corriendo frente a él. Tenía el cabello rojizo y los ojos de un café brillante— ¡Mi hermano puede ser gruñón, pero es bueno! ¡Huele a naranja!

—¡Tara, cállate!

—¡Terrance, Norian me está gritando!

—¡Vuelvan acá los dos! ¡No podían separarse! —se oyó al entrenador, que sin darse cuenta también atropelló al hombre y a la niña con su andar presuroso. Luego, entre gritos autoritarios y masajes en la sien derecha, atravesó el campo repleto de nieve en busca de la niña y el chico que desoían sus órdenes con absoluta indiferencia.

«En fin, los fogosos» fue el último pensamiento del hombre, «una perfecta representación del caos».

Derecha. Izquierda. Derecha.

Derecha. Izquierda. Derecha.

Detrás del entrenador Hent, Lessa se deslizaba cual patinadora sobre los pisos de cerámica plateada, mientras su cabello celeste, parecido a un trozo de cielo despejado, se movía de un lado a otro como si tratara de salirse de la cinta con la que Lessa lo había recogido. Que fuera tan extenso representaba un obstáculo a la hora de luchar, y como el tiempo que pasaba entrenando con Hent no le permitía ir a cortárselo o aprender a hacerlo ella misma, se lo ataba. Al fin y al cabo no estaba dispuesta a perder ni un segundo de entrenamiento valioso, no cuando su sueño más grande era pertenecer al Círculo Especial y Mágico de Argenea.

El CEMA era la organización más importante del reino, creada principalmente con el objetivo de proteger a todos en el caso de que, número uno, el campo de fuerza mágico se destruyese, o número dos, que los vellanos iniciaran otra guerra. Ambas cosas eran muy poco probables debido a la cantidad de años que habían transcurrido sin que los videntes vaticinaran destrucción, pero aun así, desde su primer contacto con los guerreros de aquel grupo, Lessa soñaba con unirse a ellos para...

¿Para qué?

«Para honrarnos, para luchar» recordó la voz de Hent, siempre altiva y en forma de reproche. «Porque argeneano que no lucha, argeneano que no vale, Astral. No existes para otra cosa».

—No existo para otra cosa —repitió convencida, viendo algunas de las marcas que le recorrían la piel.

La primera que se había hecho, entrenando de pequeña, le había resultado horrible, por eso su tutora se la había camuflado con una estampa de corazón azul en la muñeca, la cual se cubría con un brazalete del mismo color. Pero ahora ya no le importaban las marcas, y si seguía tapándose la muñeca era por mera costumbre.

—Así es, Astral. —Hent detuvo su avance para mirarla de reojo, siempre con las dos manos unidas tras la espalda y el pecho hacia afuera—. Existes para luchar, para honrarnos, para que sigamos siendo el gato y que nuestras generaciones perduren. ¿No se te ha olvidado, verdad?

—No, señor.

—Repite el lema.

—Argeneano que no lucha, argeneano que no vale.

—¡Más fuerte!

—¡Argeneano que no lucha, argeneano que no vale!

—¿Y existes para...?

—Para luchar, señor. Nada más. Luchar y defender Argenea.

—Muy bien, Astral. —El hombre la volteó a ver completamente—. Ahora deja de sonreír, sabes que no me gusta.

Ella se disculpó con incomodidad, frotándose los brazos entre sí mientras el corazón se le encogía. En ocasiones dicha sensación le daba ganas de llorar, pero las lágrimas, tal y como si tuviesen miedo de la luz, se negaban a salir por mucho que quisiera soltarlas. Simplemente no salían; ni de risa, ni de cansancio, ni de dolor, ni de tristeza. Sus expresiones se habían congelado en forma de sonrisa indeleble y le era muy difícil acabar con eso.

«Porque una sonrisa arregla todos los problemas, preciosa» le había dicho su tutora, mejor conocida como la señora Main. ¿Sería cierto eso? Y si así fuera, ¿por qué el entrenador odiaba tanto las sonrisas? Tal vez solo le hiciera falta un abrazo.

O una patada.

O mejor ambas.

Desobedeciendo las órdenes, Lessa sonrió ampliamente mientras aceleraba el paso para no perder de vista al entrenador. Por las ventanas de los pasillos ya se podía ver la multitud ansiosa por disfrutar el torneo:  algunos se mantenían sentados en las gradas, y otros de pie vitoreando y sacudiendo banderas azules. Más arriba, unos cuantos niños flotaban en el cielo dentro de burbujas transparentes. Aquel era un servicio que algunos padres pagaban a los hechiceros para entretener a los niños, aunque también funcionaba para deshacerse de ellos por un rato.

Lessa siempre había querido subirse a una...

—¡Astral!

—¡Y-ya voy, señor!

—No hagas que me arrepienta de mi decisión. Sabes muy bien por qué te elegí. Necesito un poco de la Lessa de hace cinco años. —Al decir tal cosa sonrió con una satisfacción casi enfermiza—. La Lessa que...

Lo sé. —Ella fue cortante, tanto, que ni siquiera se dignó a mirarlo a los ojos. La frialdad había deshecho su sonrisa—. Pero esta es una competencia creada para evitar conflictos, señor, no puedo...

—¡Norian, detente ya!

Antes de descubrir al dueño de aquella voz, una figura cubierta bajo una capa pasó corriendo con la velocidad suficiente para hacerla perder el equilibrio. Como primer impulso ella agarró la capa con la que el extraño se cubría, y en consecuencia ambos terminaron cayendo al suelo: ella con la caperuza encima, y él aturdido y tratando de levantarse a toda velocidad.

Y... ¿olía a naranja?

Lessa se destapó para conocer la identidad del extraño. Era un muchacho de armadura plateada también, hecho bolita en el piso y el cuerpo temblando como hoja al viento. Tenía la cabeza hundida entre las manos, y de su boca escapaban balbuceos de los que no se podía extraer nada con sentido.

Pero lo que más le llamó la atención fue su cabello... cabello rojo. Era un vellano, su rival del torneo.

Presa de su asombro, y aún medio aturdida por el golpe, Lessa gateó con sigilo hasta el muchacho para descubrir la razón de sus nervios. Pero antes de poder lograrlo, el pelirrojo se apartó como si la proximidad de Lessa le quemase. En sus ojos cafés se reflejaba el miedo propio de una presa a punto de ser embestida por un depredador. Ratón frente a gato. Sin posibilidades de escapar o siquiera pedir apoyo.

Y Lessa, la depredadora, por primera vez en mucho tiempo sintió que algo dentro de ella se sacudía con brusquedad. Había desbloqueado una nueva sensación: el miedo.

«¿Por qué esa voz asustada me es tan...?»

—¡A-aléjate de mí! —vociferó el vellano al ver que Lessa no cesaba su avance— ¡Que no te acerques!

Al escuchar la orden, Lessa se detuvo al instante, todavía con las manos hacia al frente como si con eso pudiera ayudar al chico que se arrinconaba contra la pared del fondo. Desesperado y carente de soltura, él puso bastante esfuerzo en levantarse para después cubrir el miedo en su rostro con una capa de impasibilidad perturbadora. Una estatua de hielo, en algo así se había transformado en cuestión de segundos, y esos ojos que antes habían despertado una sensación familiar en Lessa pasaron a ser dos orbes despectivos e impacientes.

¿Impacientes por qué?

—¿No me la piensas dar? —cuestionó el pelirrojo, y Lessa estaba tan ida que tardó varios segundos en darse cuenta de que se estaba refiriendo a la caperuza.

—T-toma.

Pese a su actitud hosca, las manos del vellano temblaban sin cesar, algo que la chica de cabello azul notó luego de haberle extendido la caperuza y que él se la arrebatara con un ademán enfurruñado.

—¡Hasta que por fin te detienes! 

Un hombre de cabello castaño entró en la escena con la misma velocidad del pelirrojo, con la única diferencia de que en vez de chocar con alguien lo primero que hizo fue apoyar las manos sobre sus rodillas para recuperar el aliento. 

—¿E-está bien, señor? —inquirió Lessa, pero antes de poder acercársele, Hent la agarró del hombro de forma posesiva. El brillo en sus ojos era mucho más arrogante que en un principio, y su sonrisa ególatra, esa que solo esbozaba en momentos de mucha satisfacción, crecía de una forma que Lessa siempre consideró imposible.

Definitivamente, la sonrisa de ese hombre daba más miedo que su rostro enojado.

—Vaya, vaya —habló el entrenador de Argenea, más como provocación que como forma de iniciar un diálogo amistoso—. Así que ese de ahí —dijo señalando al chico de armadura— es tu guerrero de este año. No creí que hubiese tan malas opciones allá como para que trajeras a alguien así, pero como siempre, la ineptitud fogosa nunca deja de sorprender, ¿verdad?

El otro hombre, que hasta ese momento estuvo con la cabeza gacha, la alzó de pronto para dibujarse una sonrisa de matices burlones en los labios.

—No lo sé, Hent —fue lo que respondió, recorriéndolo de arriba a abajo—. ¿Aún te duele la pierna por lo de aquella vez?

—¿A ti te duele verme vivo todavía?

—Las cucarachas sobreviven a casi todo. No me sorprende.

La tensión entre ambos era una entidad casi palpable, y estar ahí solo hacía que Lessa se sintiese a mitad de una batalla silenciosa, en la que cada frase no era más que el envoltorio verbal en el que reprimían todos los insultos que de seguro querían decirse. Por eso, tensa por las miradas entre los dos entrenadores, intentó retroceder hasta que chocó con otra persona.

Era una niña que le llegaba hasta la cintura, protegida por un suéter rojo más oscuro que su cabello. Y contraria a Lessa, ella estaba tranquila e indiferente, como si aquel momento no fuera más que una divertida presentación en el que ella era la principal espectadora. La forma en que sorbía su juguito de frutas lo reflejaba.

—Lo siento —habló la niña de pronto.

—¿M-me hablas a mí? —quiso saber Lessa, a lo que Tara asintió— ¿Por qué te disculpas?

—Por Norian. —Apuntó al pelirrojo que permanecía a varios metros de distancia—. A veces es difícil de tratar. Pero huele rico, ¿no?

—Ah...

—Mi guerrera no tiene tiempo para este tipo de conversaciones. —Hent volvió a poner el brazo sobre Lessa, como un campesino ahuyentando a los animales de su terreno—. Porque, como verás, Terrance, yo sí hago un buen trabajo entrenando a mis pupilos. Así que tú y tus... —dijo y los recorrió con la mirada— amiguitos desastrosos pueden irse preparando para otra derrota.

—Como quieras, Hent, pero vas a seguir teniendo que ver mi cara cada año —se burló, al mismo tiempo en que agarraba la mano de la niña para empezar a irse—. Suerte.

—Deséatela a ti mismo.

El entrenador vellano forzó una sonrisa, y ya con eso se dio la vuelta completa para por fin irse. Hent hizo lo mismo y empezó a jalar a Lessa en sentido contrario, pero la curiosidad era muy fuerte, siempre lo había sido, y por eso la chica volteó a ver a su rival una última vez antes de que desapareciera tras el primer cruce.

Fue un contacto visual de un instante, pero solo eso bastó para que entendiese lo que él quería transmitir con sus ojos irascibles: odio.

Así que por segunda vez en cinco años Lessa sintió miedo.

—¿Por qué esa cara, Astral? El torneo está a punto de empezar.

—N-no es nada, señor.

—¿Acaso no estás lista?

Ella miró con nervios la compuerta a la que se estaban acercando. No podía echarse para atrás en un momento así.

—Estoy lista, señor.

—¿Qué demonios fue eso, Norian? —regañó Terrance, esforzándose por seguirle el paso a su iracundo pupilo. Pese a la inexpresividad era fácil distinguirle en los ojos que estaba molesto.

—Un tropiezo —casi masculló el pelirrojo.

—Sabes muy bien que no me estoy refiriendo a eso.

—Me tropecé y ya, Terrance. Agradecería que dejaras de hablar de eso.

—Te paralizaste otra vez. —Fue Tara la que habló, sorbiendo su jugo ruidosamente ante la mirada asesina de su hermano—. Dijiste que ya no le temías a los de Argenea.

—No les temo. Solo no me gustan.

—Pues parecías un ratón asustado cuando se te acercó tu rival. —Dio un sorbito.

El cabello de Norian se encendió, y eso fue suficiente para que Terrance pidiera el silencio de Tara colocándole un dedo en los labios. Acto seguido, y con la paciencia que siempre se esforzaba en mantener, posó las manos sobre los hombros de Norian para establecer contacto visual. Pero como era de esperarse, el pelirrojo se cruzó de brazos mientras apartaba la vista, tenso y con los mechones ardientes.

—Norian, mírame.

—No quiero.

Terrance suspiró.

—Sé que es difícil para ti estar en este lugar, así que si quieres puedes...

—¿Puedo qué?

—Regresar a casa y buscar al reemplazo. —Al ver que Norian estaba a punto de negarse, prosiguió, susurrándole al oído—: Sé que aún no lo superas.

—Mentira. Ya lo superé.

—Te estás...

—Váyanse ya, ¿quieren? —Ahí mismo les dio la espalda, dando pasos firmes hacia la compuerta que había en una de las paredes—. ¿Tengo que salir por aquí, verdad? Bien, agarro el cristal de Lúmbarus, gano, y nos vamos a casa como unos vencedores. Pueden irse a las gradas ya.

—Norian...

—Ya tomé mi decisión, Terrance. —Lo miró firme—. Ahora váyanse, estoy bien. Puedo con esto.

Terrance sabía que no era verdad, que lo sucedido hace cinco años aún hacía estragos en su comportamiento y que por ende, su miedo a los argeneanos y la parálisis que lo dominaba al verlos persistía. Pero también sabía que hacerlo cambiar de opinión era imposible, y como le convenía más que Norian fuera el participante, asió a Tara del brazo mientras los dos se iban del sitio.

Luego Norian quedó solo, víctima de sus recuerdos y con la piel crispada de pies a cabeza. Terrance tenía razón al decir que no lo había superado, pero su deseo de venganza siempre había sido más fuerte que el miedo.

—Lo haré por ti, Farren. Estoy listo.

Hoooolaaaa, espero que les esté gustando 💖

La siguiente parte será la continuación del mismo capítulo, ¿y por qué no le pongo capítulo dos, se preguntarán? Porque ño, me gusta así :3

Lo dividí porque consideré que era un poco largo, y como vamos empezando no quiero que se abrumen. Además, no me agrada la idea de ponerle "capítulo dos" porque el argumento del torneo sigue abierto y prefiero cerrarlo antes de la siguiente etapa.

Mientras tanto aquí les dejo un dibujito raro de los protas (viejito y deforme).


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