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Capítulo XXXIV: Sabotaje

La reina Andreia, la comandante de la guardia real Lena de Grey y el general Abramsson recibieron al soldado en el salón del trono, sentados alrededor de la gran mesa de madera, sobre la que se encontraba un mapa desplegado de la región y otros pergaminos.

—Majestad. —El soldado hizo la debida reverencia antes de hablar. Están a dos millas de las ruinas del castillo de Greibs, llegarán mañana al atardecer al paso. Hay alrededor de seis mil hombres.

—Muy bien —asintió el general.

Ya habían deducido que sería más o menos esa cantidad. Contando con los hombres que Rowan consiguió en Enframia y los mercenarios que Lena contrató en Briön igualaban la cifra.

—Lo otro es que tienen armamento pesado.

—¿A qué os referís? —preguntó Andreia.

—Catapultas, Majestad. Al menos diez de cinco varas cada una.

—Catapultas —repitió Andreia—. Rowan no dijo nada de Catapultas.

—Las usaron contra mi nación —dijo Lena—, destruyeron Roca Plateada en un solo día.

—Rowan debió asumir que sabríamos que traerían catapultas —concluyó Andreia con los codos en la mesa y la barbilla apoyada en sus manos entrelazadas—. ¿Qué proponéis?

—Saboteemos sus catapultas —sugirió Lena—. Esta noche tendrán que descansar en el paso, no cruzaran por el estrecho en la oscuridad. Puedo infiltrarme con algunos hombres y dañar los mecanismos.

—¡¿Qué?! —se alarmó Andreia—. ¡Es demasiado peligroso!

—¡Es una oportunidad única, Majestad! —intervino Abramsson—. El paso es un lugar montañoso y con mucha vegetación, le sería fácil a la comandante huir luego de cumplir el objetivo.

Andreia meditó un instante. No quería arriesgar de esa forma a Lena, aunque comprendía lo que decía Abramsson.

—Muy bien —aceptó finalmente—, pero os acompañaré.

—¡Impensable! —exclamó Abramsson.

—¡De ningún modo, Majestad! —se opuso Lennox, el primer consejero—. Si sois atrapada estaríamos perdidos, sois demasiado importante.

—Puedo hacerlo, Majestad —dijo Lena mirándola a los ojos—, confiad en mí.

Andreia se mordió el labio inferior. No era una cuestión de confianza. Sabía lo hábil y valiente que era la comandante de su guardia real. Era más bien una cuestión de afecto, simplemente temía por ella.

—Os llevaréis a los mejores hombres con vos —aceptó mirándola ansiosa—. Y si veis que es muy arriesgado, si creéis que de algún modo algo puede salir mal, os regresaréis. ¿Entendido? No os pongáis en riesgo, buscaremos otra forma menos peligrosa.

—Obedezco, Majestad —Lena bajó levemente la cabeza en señal de aceptación y respeto y salió del salón para preparar el asalto.

Andreia se levantó de la mesa y caminó alrededor del salón acariciando su codo mientras pensaba en lo que acababan de planear. Si algo llegaba a salir mal y Lena fuera lastimada, no se lo perdonaría. Tomó una decisión.

—¿Majestad, puedo pasar?

—Adelante.

Lena entró. No vestía la armadura completa, sino el uniforme de cuero sobre el cual usaba la coraza, los avambrazos y las grebas. Por último, una capa negra de lana gruesa con capucha la cubría.

—Vine a deciros que ya nos vamos, Majestad. —Lena bajó los ojos azules al hablar.

—Cuidaos, por favor. Estaré atenta a vuestro regreso.

—No tardaremos.

Andreia asintió y Lena se dio la vuelta para salir, pero antes de que lo hiciera, ella la llamó nuevamente.

—Esperad. —Andreia llevó las manos a su cuello y desató el cordón que colgaba de él—. Quiero que lo llevéis con vos, os dará suerte. Es un amuleto de la tribu de mi madre.

La reina se lo entregó en la mano. No era más que un cristal tornasolado engarzado en una base de plata, pero para ella significaba mucho. Lena lo tomó entre sus dedos largos y pálidos. A la luz de los braseros, brillaba como si fuera un trozo de hielo.

—¿Un amuleto?

—Así es —contestó Andreia. El pueblo de mi madre vivía en las montañas de Ulfrvert sufrieron mucho a manos de los cambiaformas. Dicen que la espada que los venció estaba hecha de hielo. Esa piedra la representa, es sagrada entre ellos.

Lena la observó con reverencia. Andreia se sorprendió cuando ella tomó su mano, se la colocó en la palma y luego se la cerró.

—Os agradezco mucho, Majestad, pero no puedo aceptar algo como esto —dijo con su rostro imperturbable.

—Por favor.

Lena negó con la cabeza

Volvió a tomar la mano que sostenía el colgante y le besó los nudillos. A Andreia el corazón empezó a latirle desaforado, donde los labios la habían rozado le cosquilleaba la piel.

—Me basta con que vuestro pensamiento esté conmigo, Majestad.

Lena se dio la vuelta y la dejó sola en la habitación, en la más absoluta zozobra.

—No —dijo Andreia para sí misma, acariciándose el dorso de la mano—. No puedo dejarte ir sola.

Rápidamente, buscó su uniforme de cuero y su armadura y se colocó las mismas partes que usaba Lena, de esa forma el metal no haría ruido en medio del silencio del campamento enemigo. Se colgó su espada, Susurro, en el cinto; se cubrió con la capa de piel forrada de lana y salió de la tienda como una sombra en mitad de la noche.

Lena y su avanzada le llevaban varias varas de distancia al haber salido antes, sin embargo, Andreia espoleó a Negra y la yegua incrementó el galope hasta que alcanzó al grupo.

—¡Majestad! —Lena abrió muy grande los ojos al verla cabalgar a su lado—. ¡¿Por qué estáis aquí?!

—Os dije que deseaba venir.

—¡Es demasiado arriesgado! —dijo la comandante, frenando su caballo—. ¡Debemos regresar!

—¡No volveremos! ¡Continuad cabalgando!

—Pero Majestad...

—¡Es una orden!

Era más de media noche cuando llegaron a las adyacencias del campamento de Doromir. Desde la pequeña colina en la que estaban lograban ver las tiendas dispuestas en forma concéntrica, protegiendo en el centro al rey y sus generales. Las fogatas de los soldados que prestaban guardia iluminaban las tiendas de forma dispareja. El campamento se hallaba en absoluta calma. Por suerte, debido a la cantidad de árboles y formaciones rocosas de la montaña, no construyeron murallas que los protegieran. El campamento se extendía unas doscientas varas a la redonda y las catapultas se encontraban en la retaguardia, seguramente custodiadas por varios soldados.

Se dividieron en dos grupos, el primero se dirigió a la vanguardia, dónde crearían una distracción, mientras ella, Lena y diez soldados más lo harían hacia las catapultas.

Avanzaron escudándose en los troncos de los árboles, sigilosos y cuidando no ser vistos por los soldados que vigilaban. Lena iba delante de ella, con la espada desenvainada y en ristre, detrás la seguían el resto de los hombres. Luego de lo que tarda en consumirse dos briznas de paja, el campamento despertó con un alboroto gracias a la distracción del primer grupo.

Ella y el resto se apuraron, cuidando de no ser descubiertos por los soldados que salían de sus tiendas a investigar qué sucedía adelante.

Tal y como informó el explorador, las diez catapultas se encontraban atrás. Cada una era una enorme construcción de madera y hierro de algunas seis varas de ancho y otras tres de alto. El grupo se distribuyó a lo largo, de modo que un soldado se encargaba del saboteó de una catapulta.

—Yo lo haré, vos vigiláis —le ordenó Andreia a Lena.

La noche era oscura, mucho más debido al follaje de los árboles que se extendía entre medio de las tiendas, era difícil ver, sobre todo si alguien se aproximaba. Andreia subió a la plataforma y buscó el mecanismo que hacía funcionar la catapulta, con Susurro cortó las cuerdas y desajustó los engranajes. De pronto escuchó ruido de voces, rápidamente se agachó para ocultarse bajo su capa.

—¿Qué sucede? —Era la voz de una mujer que llegaba desde tres varas a su izquierda.

—Hay fuego delante —contestó un hombre, seguramente un soldado—. Volved a vuestra tienda, iré a ver.

Durante lo que duró la conversación, Andreia apenas si respiró. Cuando las voces cesaron, ella continuó con el sabotaje de la catapulta. Un instante después, saltó de la plataforma para encontrarse con Lena, quien la esperaba más adelante, detrás de uno de los árboles.

—Está hecho, ¿dónde están los otros? —preguntó Andreia.

Pero en ese instante, la muchacha que había mantenido la conversación con el soldado, apareció frente a ellos. En la penumbra que creaban las fogatas, Andreia vio sus ojos verdes que la observaban, sorprendida. Antes de que pudiera hacer cualquier cosa, la mujer gritó.

Lena le tapó la boca y la arrastró detrás de la catapulta, un instante después regresó con Andreia.

—¡Pronto, Majestad, tenemos que irnos!

Andreia, inquieta, miró hacia el sitio donde Lena había ocultado a la muchacha, se preguntó si la comandante la había dejado con vida, no obstante no pudo hacer nada más, porque Lena tiró de su mano y la jaló para que corriera detrás de ella.

Como distracción, el primer grupo había incendiado la parte delantera del campamento. Un cuerno resonó por encima del bullicio alertando sobre el incidente y el campamento se sumió en el caos. Los soldados salían de sus tiendas con las armaduras a medio poner y las espadas listas. En medio de la oscuridad y todo el tumulto, casi nadie les prestaba atención, aun así, Andreia corría a través de las tiendas con la capa fuertemente sujetada y la capucha puesta.

—¡Ey, vosotros! —las llamó uno de los soldados—. ¿A dónde vais? ¡El fuego está por allá!

En ese instante, Andreia cayó en cuenta de que no sabía si en el ejército de Doromir había mujeres, dudó si debía hablar o asesinar al soldado antes de que las descubriera.

—¡Vamos en busca de agua! —contestó Lena, sorprendiéndola con una voz más grave de lo usual.

El soldado no dijo nada, se mantuvo frente a ellas; en la oscuridad, no podía ver la expresión de su rostro. Andreia apretó la empuñadura de su espada bajo la capa, lista para atacar.

—¡Muy bien! —respondió el soldado—, los baldes están por allá.

—¿Sabéis qué sucedió? —preguntó Lena, tentando a la suerte.

—¡Algún estúpido se durmió durante su guardia y el viento incendio varias tiendas!

—¿El emperador...?

—¡¿Qué carajos sé yo del emperador?! —Se impacientó el soldado—. Ya debe estar a salvo. ¡Vamos, muévanse antes de que toda esta mierda se queme!

Andreia jaló a Lena y se alejaron del soldado, siguiendo la dirección que les había señalado donde se encontraban los baldes con agua. Después se desviaron hacia las afueras del campamento.

Pasaron cerca de una fogata, en ese momento corrió una ráfaga de viento frío y la capucha se le resbaló de la cabeza, volvió a cubrirse, pero ya era tarde. Uno de los soldados, iluminado por la luz del fuego, la observaba con los ojos muy abiertos.

—¡Ey, vos! —gritó el soldado—. ¡Alto ahí!

En respuesta, Lena le apretó más fuerte la mano y corrieron.

La mayoría de los soldados iban de un lado para otro y siguieron sin prestarles atención, pero un par sí escuchó a su compañero. Corrieron hacia ellas con las espadas en alto, sin otra opción, Lena y ella tuvieron que enfrentarlos.

—¡¿Acaso sois vosotros quienes iniciasteis el fuego?!

Ninguna de las dos contestó. Lena alzó la espada y enfrentó a uno, mientras Andreia se encargaba del otro y rezaba porque nadie más se les uniera, sino que se concentraran en apagar el fuego, el cual ya se esparcía por la retaguardia del campamento.

La espada de Andreia brilló a la luz de las llamas cuando encaró a su oponente, el cual era hábil y la obligaba a moverse rápido. En un giro la capucha volvió a resbalar hacia atrás, el cabello negro quedó al descubierto. El soldado la miró impávido.

—Cabello negro, como el del príncipe Rowan —dijo en voz baja y sin creerlo del todo. Luego gritó—: ¡Sois la reina de Ulfrgarorg!

Andreia le hundió a Susurros en el pecho y el hombre cayó al suelo. Lena, que peleaba unos pasos más allá, la miró horrorizada mientras ella se cubría rápidamente la cabeza con la capucha. La comandante se apresuró en terminar el combate y le cortó el pecho al soldado con el que luchaba, sujetó de nuevo la mano de Andreia y se dieron a la fuga lo más rápido que pudieron.

Corrieron esquivando las tiendas y sin mirar atrás. Algunos soldados giraban a verlas al mismo tiempo que intentaban apagar el fuego, el cual se extendía entre las tiendas debido a los fuertes vientos. Finalmente, salieron del área y continuaron corriendo a través del bosque hasta llegar al sitio donde habían dejado los caballos. No había muchos amarrados, lo que quería decir que sus compañeros ya se habían marchado. Andreia subió al lomo de Negra y Lena a su caballo, los espolearon con fuerza, iniciando el galope de inmediato.

***Hola, mis amores. ¿Qué les pareció el capitulo? Espero que hayan disfrutado leer un poco mas de acción. Les dejo fotito de Andreia y Lena hecha por Bing. Imagino a Lena con el cabello un poco mas corto, pero así tambien luce hermosa. 

Hasta el proximo viernes con mas acción.


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