Capitulo XXVIII: El pasado (V parte)
—¡Esto es espléndido! —Eirian caminaba entre los rosales del invernadero, sorprendido.
Si bien era cierto que cada noche entraban a hurtadillas, Rowan y él tenían mucho tiempo sin contemplarlo a la luz del día. Además, en sus incursiones clandestinas no se dedicaban a admirar las flores que había sembrado Eirick. Por eso, mientras caminaban en medio de los arbustos, Eirian se asombraba de la belleza que no había percibido durante las noches.
—Así era cuando mamá vivía. —Eirick los miró emocionado.
—Quisiera poder recordarlo —dijo Eirian con un dejo de tristeza en la voz—. Has hecho un trabajo magnífico al restaurarlo.
—Es gracias a ustedes que me alentaron a rescatar este sitio y de esa manera no olvidarla.
Eirick sonreía y sus ojos brillaban plenos. Siempre de buen humor y amable con todos, pero en ese momento había algo más, una felicidad sincera que pocas veces Eirian le había visto expresar. Su hermano resplandecía desde adentro. Los abrazó efusivamente a ambos, luego se separó y los miró con una sonrisa radiante.
—¡Sé que están enamorados! —exclamó de golpe, sorprendiéndolos. Rowan comenzó a toser, mientras Eirian sintió que la sangre abandonaba su cuerpo. Eirick se echó a reír al ver la reacción de ambos—. ¿De verdad esperaban que no lo supiera? Breogan y yo lo sabemos, incluso desde antes de que ustedes se dieran cuenta.
—Quieres callarte. —Eirian bajó el tono de voz y lo reprendió—. O ¿acaso estás loco?
Miró a su alrededor inquieto, por suerte solo estaban los tres en el invernadero. Eirian sentía pánico de que alguien pudiera descubrirlos y decírselo a su padre, él no toleraría que tuviera una relación con Rowan. Por más que dijera que era un invitado, todos en el palacio sabían que no era cierto. De alguna forma, Cardigan se encargaba de dejar en claro que Rowan no era igual a ellos, sino el heredero de un reino vencido destinado a servir a Doromir.
—Nadie viene nunca hasta acá —respondió Eirick, todavía sonriendo—, lo tienen prohibido. Quiero agradecerles y les hice un regalo.
—¿Un regalo? —preguntó Rowan cuando al fin recuperó el habla.
—Deseo que siempre estén unidos y nunca se separen. —Eirick los miró con ojos brillantes, luego rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó un pequeño talego de terciopelo—. De ahora en adelante también eres mi hermano —le dijo a Rowan.
Eirick abrió la bolsita y sacó un par de collares. Eran sencillos, tan solo un cordón de cuero del cual colgaba un dije de madera. Estaban labrados con una técnica rústica, como si él mismo los hubiera elaborado. Se acercó primero a Eirian y luego a Rowan y les colocó a cada uno un colgante en el cuello. Era la cabeza de un lobo tallada en madera, el emblema de ambos reinos.
—¿Qué es esto? —rio Rowan al verlo—. ¿Vas a casarnos?
—Tal vez. —Eirick alzó los hombros, indiferente, y habló con voz cantarina—. Soy el príncipe heredero, tengo la potestad para hacerlo. —Los miró alternativamente, luego prosiguió hablando, pero con un tono profundo y más serio—. Una vez que el lobo encuentra a su pareja, jamás la abandona; hasta la muerte está con ella. Y siempre la protege. Así deseo que sean ustedes, que se cuiden y estén unidos frente a las adversidades.
—Esto suena a matrimonio. —volvió a reír Rowan y fijó los ojos dorados y burlones en él.
Eirian no reía, por el contrario, las palabras de su hermano lo habían conmovido. Cuando su mirada se encontró con la de Rowan, aquel dejó de burlarse, la expresión de su rostro se suavizó y se convirtió en algo muy similar a la ternura.
—Prometan que si el amor entre ustedes se llega a acabar, seguirán siendo amigos.
Que el amor entre ellos terminara era algo impensable. Lo que Eirian sentía por Rowan era tan inmenso como el cielo, profundo como el abismo que se abría en la cima de las montañas. Jamás se acabaría.
—Lo prometo. —dijo Rowan observándolo con una cálida sonrisa.
—Nunca dejaré de quererte. —No sabía por qué, pero los ojos se le llenaron de lágrimas—. Más allá de la muerte también voy a amarte, Rowan.
La sonrisa en los labios de Rowan se volvió temblorosa mientras lo veía hacerle la apasionada promesa. Los rayos del sol atravesaban el cristal abovedado del techo, llenando cada palmo del invernadero de motas de luz, como si de pronto polvo de oro brillara alrededor. Más que nunca, Eirian sintió el hechizo que parecía tener ese lugar.
Eirick habló y rompió el encantamiento.
—¡Esa debe ser la declaración más cursi que ha existido jamás! —se burló entre carcajadas—. Bien, tortolitos, no me decepcionen y tengan muchos bebés.
Eirick abrazó a cada uno y salieron bromeando del invernadero.
Eirian jamás olvidaría ese día, el último en el que fue enteramente feliz. Los tres pasaron la tarde en la colina de los cerezos, haciendo planes para el futuro. Cuando Eirick fuera el rey liberaría a Ulfrgarorg, Eirian y Rowan se casarían e irían a vivir al castillo de Dos Lunas. Ulfrgarorg y Doromir por fin serían reinos aliados y no vasallo y señor.
Por la mañana se dieron cuenta de que Cardigan regresó al palacio en la noche mientras dormían. La felicidad, la paz y los planes de hermandad que forjaron la tarde anterior se deshicieron con la fragilidad de un sueño antes del despertar, cayeron en un pozo oscuro ante la presencia del rey. La comida en compañía de su padre fue tensa, Eirian intentaba incluso no respirar muy fuerte, no fuera que el sonido de sus exhalaciones disgustara a su padre. Hubiera dado cualquier cosa por ser invisible y evitar la el escrutinio al cual lo sometía Cardigan, quien parecía empeñado en hallar cualquier pretexto para criticarlo o burlarse.
En situaciones como esa, Eirick sonreía inmerso en una realidad alterna, donde todo era felicidad. Sus palabras solían suavizar las asperezas y le restaban importancia a las observaciones denigrantes que casi siempre le hacía su padre, como si de esa forma pudiera lograr que los comentarios despectivos y mal intencionados se convirtieran en una blanca broma. Esa mañana, sin embargo, Eirick no era el mismo, también él parecía intimidado por la presencia de Cardigan en la mesa.
—Los malditos perros de Osgarg siguen entrando en la frontera —dijo Cardigan mientras le arrancaba con los dientes la carne a una pierna de pavo—, tal parece que planean adueñarse de Groenvangar.
Groenvangar era un territorio en disputa. Que Cardigan lo mencionara solo acrecentaba la tensión en la mesa. Con disimulo, Eirian miró a su hermano para quien debía estar dirigido el comentario, no obstante, este no se dio por aludido y continuó comiendo como si nada.
—Deberían volverse a sus putas montañas y criar ovejas. No pueden entrar en nuestro territorio como si nada, no voy a permitirlo.
Lo único que se escuchaba en el comedor eran los sonidos que producía Cardigan al masticar. Nadie habló. Rowan comía con la cabeza casi enterrada en el plato y Eirick seguía haciendo oídos sordos a la conversación, Que no dijera nada era como tentar a los espectros del desierto de hielo, en cualquier momento su padre se enfadaría.
—¿Me estáis escuchando? —le preguntó a Eirick.
— Sí, padre.
Eirick soltó el tenedor sobre el plato y miró a Cardigan a los ojos, Eirian detalló a su hermano, algo en su expresión que había cambiado. Siempre complaciente, atendía los caprichos de su padre sin chistar, pero en ese instante sus ojos brillaban resolutos. Eirian se sintió fascinado y aterrado a partes iguales. Como si estuviera a punto de presenciar el enfrentamiento entre un oso y un gran lobo huargo.
—No creo que una guerra sea la mejor decisión —dijo Eirick con voz pausada—. Podéis invitar al rey Delian y llegar a un acuerdo sobre la frontera.
Cardigan lo miró impávido lo que tarda en consumirse una brizna de paja en el fuego, luego se echó a reír.
—¡¿Quién creéis que soy?! ¡Ya lo hemos hablado muchas veces, es hora de hacerlos sangrar!
—También nosotros sangraremos, padre.
—No somos unos cobardes, Eirick. Defenderemos nuestras tierras.
—Podemos hacerlo de otras formas, padres —continuó Eirick, impertérrito en su posición—. No apoyaré una guerra
—¡No entiendo qué os pasa! —exclamó Cardigan estupefacto—. ¿Acaso al haberme ido por tanto tiempo os habéis vuelto un cobarde, como el inútil de tu hermano?
A Eirian le ardieron las mejillas, de reojo observó los puños de Rowan apretados sobre la mesa. Imaginó a ambos tomando un cuchillo cada uno y apuñalando a Cardigan hasta que su sangre tiñera de rojo el mantel blanco.
—No soy un cobarde. —La voz de Eirick temblaba—. Tampoco Eirian lo es.
—¡Por supuesto que lo sois! ¡Ambos sois unos malditos cobardes! —Tronó Cardigan con desprecio—. Maldito el día en el que me casé con la meretriz de vuestra madre, solo su sangre mala es la que corre por vuestras venas.
Cardigan se levantó y abandonó el comedor. Eirick no dijo una sola palabra, sus ojos se mantuvieron fijos en el plato. Eirian no se atrevía a hablar, no sabía qué decir.
—Esta vez se superó a sí mismo —dijo de pronto Rowan en un tono risueño—, nunca había tardado tan poco en molestarse.
Eirian lo miró aturdido. La carcajada de su hermano se unió a la de Rowan y lo dejó a él estupefacto, sin entender de qué reían, hasta que poco a poco se relajó y finalmente también se echó a reír. Debian parecer tres enajenados riendo descontroladamente. Luego del estallido de rabia del rey, sin duda, no era lo que se esperaba.
Pero Eirick dejó de reír de golpe y sin decir una palabra, abandonó la mesa. Al ver a su hermano marcharse, Eirian pensó que debía decirle algo para consolarlo, pues Eirick había perdido en un instante todos los favores y el amor del que gozó siempre. Ahora su padre los odiaba a ambos.
—¡Eirick, espera! —lo llamó Eirian, pero no se volteó, a paso firme salió del comedor.
Rowan se levantó, rodeó la mesa hasta llegar a él y lo abrazó.
—Se le pasará —le dijo Rowan mientras le acariciaba el cabello—, ya verás.
—¿A cuál de los dos?
Rowan alzó los hombros.
—A los dos.
Eirian suspiró y le abrazó la cintura.
—¿Por qué mi hermano lo contradijo? No debió hacerlo, ahora seguro lo odia. Padre es el rey, hará siempre lo que quiera.
—Que Cardigan sea el rey no quiere decir que Eirick no pueda tener su propia opinión. Creo que se cansó de él. Siempre me ha parecido que tu hermano finge delante de tu padre. Lo odia tanto o más que tú y creo que se hartó de disimular.
Rowan volvió a reír, sin embargo, Eirian no le encontró gracia a sus palabras, pero sí quedó profundamente impresionado por estas. ¿Eirick en realidad odiaba a su padre? No podía ser. Secretamente, Eirian siempre lo había envidiado: lo perfecto que era, la admiración que todos le tenían en el palacio y en el reino. Y aunque no quisiera admitirlo, lo que más envidiaba era el amor que su padre le tenía. Eirick, que siempre había disfrutado de ese amor, acababa de despreciarlo y echarlo por tierra.
—Vamos, Cerecita. —Rowan le alzó el mentón para mirarlo a los ojos—. No estés triste, es un lindo día, vayamos a pescar al lago. Mientras menos tiempo estemos cerca de Cardigan, mejor.
Eirian suspiró y se levantó para hacer lo que Rowan decía. No encontraron a Eirick por ninguna parte, ni siquiera en el invernadero, así que tomaron un bote y se alejaron hasta la otra orilla del lago. No pescaron, descendieron de la balsa y, tomados de la mano, caminaron por la pequeña arboleda. Vieron un gran arce con las hojas del color del fuego y se acomodaron bajo su sombra.
Eirian apoyó la espalda contra el gran tronco y Rowan se acostó con la cabeza en su regazo.
—¿Te gusta estar en Doromir, Rowan? —preguntó mientras arrancaba la maleza junto a él.
Rowan se levantó y lo miró con una sonrisa ladeada.
—Me gusta estar contigo, Cerecita. —Se alzó hasta darle un beso corto en los labios, luego miró la hierba que Eirian tenía en la mano y frunció el ceño—. ¿Qué haces? ¡No toques esas plantas!
Distraídamente, Eirian había arrancado varios tallos de flores púrpuras.
—¿Por qué no?
—Son venenosas, tonto. Un tesito ligero de eso y le provocarás fueres dolores a quien lo beba; más concentrado, lo matarías. Tocarlas mucho tampoco es bueno.
Eirian soltó las ramas que se veían inofensivas, iguales a unas flores silvestres cualquiera.
—¿Cómo sabes eso?
Rowan volvió a recostarse en su regazo, fijó la vista en las hojas del arce encima de ellos y suspiró melancólico antes de hablar.
—En Ulfrgarorg tenía una nana que sabía preparar pócimas y encantamientos —bufó—. Nos enseñó a Andreia y a mí algunas cosas.
—Así que sabes cómo envenenar personas —dijo Eirian con voz risueña—. Tendré cuidado de no hacerte enojar.
Los dos rieron y pasaron el resto de la tarde, entre besos y caricias, mientras contemplaban la danza de las nubes en el cielo.
Volvieron remando antes del anochecer. Los preciosos ojos de fuego dorado de Rowan se entrecerraban cada vez que reía producto de alguna de sus tonterías. Eirian, fascinado, lo miraba y se preguntaba cómo era posible que alguien como él se hubiera enamorado de un ser inseguro y sin ningún atractivo como Eirian. Se sintió afortunado. Casi dejó de importarle la presencia de Cardigan en el castillo y la pelea que este tuvo con su hermano. Rowan endulzaba con su sola existencia cualquier contratiempo en su vida.
Remaron y pasaron junto a un bote que se balanceaba solitario en medio del lago.
—¿Qué hará ese bote allí?—preguntó Rowan—. No tiene ningún ocupante.
—Tal vez se soltó del muelle y lo corriente lo arrastró hasta aquí —contestó Eirian sin darle mayor importancia.
Ya se acercaban a la orilla y podían distinguir las antorchas encendidas que brillaban en lo alto de los postes de madera. Muchos sirvientes se paseaban de un lado al otro, lo cual le pareció extraño. Volvió a mirar el bote abandonado que habían dejado atrás y tuvo un mal presentimiento.
—¿Qué sucede? —Rowan, que remaba de espaldas y no podía ver la actividad en la orilla, lo observó con el ceño fruncido—. ¿Pasa algo allá?
—No lo sé, hay muchos sirvientes.
—Hay algo aquí abajo. —Rowan también frunció el ceño.
El príncipe hundió el remo, el cual no terminó de sumergirse. Comenzaba a anochecer y la luz ya no era suficiente para distinguir lo que era.
Eirian se acercó y el bote se balanceó. Rowan se asomó cerca de estribor, miró hacia abajo y con el remo movió el gran bulto. Eirian no alcanzaba a ver de qué se trataba.
—¡Dios del cielo! —exclamó Rowan y de inmediato se inclinó más, como si intentara alcanzar lo que sea que había en el agua.
Eirian también se recostó de estribor y miró hacia abajo.
En el agua flotaba un cuerpo humano. Los cabellos rojos alrededor de la cabeza se movían como si fueran miles de patas de alguna araña grotesca. Tenía la cara pálida, los labios azules, los ojos cerrados.
—Eirick... —susurró sin creerlo del todo—. ¡Eirick! —gritó. Se inclinó lo más que pudo hasta que sus manos sujetaron el cuerpo gélido.
Entre él y Rowan subieron a Eirick al bote. Rowan tomó ambos remos y comenzó a remar con todas sus fuerzas hacia la orilla, mientras Eirick revisaba a su hermano inconsciente.
Tenía algunos moretones en el rostro, como si hubiera peleado. Le abrió la boca, le dio algunas palmadas en las mejillas, frías como trozos de hielo. Su hermano no respondía y una angustia indescriptible se apoderó de él. Se inclinó sobre su pecho y trató de oír el latido de su corazón. Nada.
Las lágrimas descendieron por su cara, un nudo le apretó la garganta hasta hacérsele difícil respirar.
—¡Eirick, por favor! —Volvió a palmearle las mejillas, lo sentó para ver si así respondía. ¡Tan frío, no abría los ojos!—. ¡No te mueras! ¡No! ¡Por favor, no!
De nuevo lo acostó y le abrió la boca otra vez, pero en esa ocasión sopló aire dentro en un desesperado intento por lograr que su hermano volviera a respirar. Repitió el proceso una y otra vez sin conseguir nada.
—¡Rowan, Rowan! —gritó llorando, angustiado—. ¡¿Por qué no abre los ojos?! ¡¿Rowan, dime qué hago?!
Rowan lo miró con el rostro bañado en lágrimas, su expresión era un reflejo de la desesperación y el horror que él mismo sentía.
—¡Ayuda! —gritó Rowan cuando se aproximaron a la orilla—. ¡Ayuda! ¡El príncipe heredero está inconsciente!
Eirian abrazaba el cuerpo inerte de su hermano. Varios soldados que patrullaban en la orilla se metieron al lago y se lo quitaron de los brazos. En ese instante, Eirian se dio cuenta de que los bolsillos de la levita de Eirick estaban llenos de piedras.
Eirian y Rowan saltaron del bote hasta el pasto donde acostaron a Eirick de espaldas, nadie hacía nada, solo lo miraban horrorizados. Breogan llegó corriendo, despeinado y con abundantes lágrimas, surcándole el rostro.
—¡Id por los sanadores! —ordenó.
Breogan se arrodilló junto al cuerpo e hizo lo que antes había hecho Eirian: soplar aire en su boca.
No podía creer lo que estaba sucediendo, era una terrible pesadilla. ¿Qué le había pasado a su hermano? ¿Por qué flotaba en el lago? Unos dedos húmedos, pero cálidos le apretaron la mano. Rowan se había acercado. Sentir su calor fue cuánto necesito para quebrarse por completo. Se abrazó a él y lloró en el hueco entre su cuello y su hombro. Rowan le acarició con una mano la cabeza y con la otra la espalda. Se separaron al escuchar la voz temblorosa de Breogan.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—No, no sabemos —contesto Rowan sin soltar su mano.
Los sorceres sanadores llegaron y derramaron su magia plateada sobre Eirick. Eirian los miraba e internamente rogaba al dios del cielo que no se llevará a su hermano; que esa magia funcionara y él abriera los ojos; que se levantará y sonriera tan gentil como siempre.
—Eirian y yo estábamos del otro lado del lago —continuó Rowan con el relato— y vimos, vimos flotar un cuerpo. Al moverlo nos dimos cuenta de que era Eirick, entonces lo subimos al bote y, y lo trajimos.
Breogan los miraba como si no entendiera lo que Rowan decía.
—Llevamos mucho tiempo buscando al príncipe —dijo Breogan—. Se peleó con Su Majestad y ya no lo encontramos más. —El mayordomo se abrazó a sí mismo, su larga túnica oscura ondeó cuando sopló una ráfaga de viento—. Su Majestad descubrió el invernadero.
Eirian recordó los moretones que vio en el rostro de Eirick.
—¿Padre lo golpeó? —preguntó y Breogan asintió.
—Se dijeron cosas muy duras. Luego el príncipe huyó y yo me dediqué a buscarlo por todo el castillo.
Las lágrimas descendieron por el rostro de Eirian, como si un dique se hubiera roto. Breogan se dio la vuelta para hablar con los sanadores. Él no se atrevía a acercarse, no quería ver a su hermano, lívido y frío. Muerto. Sentía que en cualquier momento se desmayaría.
—¡¿Qué ocurrió?! —La voz grave de Cardigan fue como un trueno en medio de una noche silenciosa, terminó de desbaratarle los nervios.
El rey llegó de prisa, se detuvo junto a ellos y observó el cuerpo tendido de Eirick. Continuaba sin reaccionar, a pesar de que los sorceres seguían afanados, realizando encantamientos.
Breogan tragó antes de hablar con voz trémula:
—Sus Altezas encontraron al príncipe Eirick flotando en el lago. Lo trajeron hasta acá, pero...
—Majestad. —Uno de los sorceres sanadores se acercó a ellos—. El, el príncipe ha muerto.
—No. —El rostro de Cardigan se tornó lívido—. ¡No puede ser! ¡Sois todos unos malditos inútiles!
A Eirian las piernas le fallaron. Rowan lo sujetó por la cintura para evitar que cayera.
—No es cierto —dijo en un susurro quedó—. ¡Rowan, dime qué no es cierto!
Volvió a abrazarse a él y lloró sin creer del todo lo que pasaba. En el fondo tenía la vaga idea de que despertaría y se daría cuenta de que había sido una pesadilla, cuando sintió un jalón que lo arrancó de los brazos de Rowan. Su padre lo giró. Tenía el rostro rojo y deformado por la rabia, Eirian nunca lo había visto tan enojado. Sin mediar palabra lo abofeteó tan fuerte que lo lanzó al suelo, luego empezó a patearlo.
—¡Fuiste tú, maldito! ¡Maldito, mataste a mi hijo!
Eirian se ovilló en el suelo, acurrucado, se protegía de los golpes con los brazos. Rowan sujeto a Cardigan de los hombros para evitar que continuará pegándole. De inmediato, la guardia del rey apresó a Rowan y Cardigan continuó el castigo sobre su hijo.
—¡No, Majestad! —Breogan intervino—. ¡No lo golpeéis! ¡No fue él! ¡Su Alteza no tuvo nada que ver!
Por último, al ver que Cardigan no paraba, Breogan se arrojó sobre Eirian para protegerlo con su propio cuerpo. Solo así, Cardigan se detuvo.
—¡No fue él! El bote de su Alteza Real está en medio del lago y su levita... Los sanadores encontraron su levita llena de piedras. El príncipe se suicidó.
Tal vez debido a los golpes no escuchó bien lo que dijo Breogan, su hermano no pudo suicidarse. ¡Él jamás lo dejaría!
—¡Mi hijo no se suicidó! —gritó Cardigan fuera de sí.
Su padre corrió hasta el cadáver de Eirick y lo abrazó meciéndolo una y otra vez contra su pecho mientras lloraba.
Breogan y Rowan, a quien los guardias soltaron, ayudaron a Eirian a ponerse de pie. Sentía la humedad viscosa de la sangre, gotearle desde la nariz, tenía el labio partido y no veía bien por el ojo izquierdo; no obstante, no le importaba, los golpes no le dolían.
—¿Estás seguro de lo que dices, Breogan? —preguntó Eirian—. ¿Mi hermano se suicidó?
—Todo indica que fue así —dijo uno de los sorceres—. Hay agua en sus pulmones, la levita está llena de piedras, él quería hundirse.
—Pero alguien también pudo hacerlo —intervino Rowan.
El sorcere negó.
—No hay botes en el muelle, solo el vuestro, Alteza, y el que encontraron abandonado en el lago. ¿Si alguien más lo hizo, cómo regresó a la orilla?
Eirian miró a su padre, todavía lloraba con el cuerpo de Eirick en sus brazos. Entendió por qué creyó que él lo hizo. Miró al resto de los sirvientes y los guardias, seguramente ellos también lo pensaban. Eirian se sintió enfermó, giró a un lado y vomitó en el suelo. Él no era un asesino y nunca, jamás, hubiera lastimado a su hermano, a quien amaba más que a sí mismo.
—¡Yo no lo maté! —le dijo con vehemencia a Breogan, mientras lo sujetaba del pecho de la túnica—. ¡Yo jamás lo hubiera lastimado!
—Lo sé. —Los ojos claros de Breogan se dirigieron a Rowan—. Llevadlo adentro y no salgáis de vuestros aposentos hasta mañana que el rey esté más tranquilo.
Eirian recorrió las galerías del palacio abrazado a Rowan. No supo bien como llegó a su dormitorio, tampoco en que momento se durmió. Solo que cada vez que despertó aquella aciaga noche, sintiendo las manos frías y mojadas de su hermano, con el tacto viscoso de sus labios muertos contra los suyos, como cuando trató de revivirlo, fue Rowan quien lo consoló, fue él quien le acarició el pelo hasta que volvió a dormirse.
***Hola, mis amores. ¿Qué les pareció el capítulo? Mucho drama? Bueno, ya sabemos como murió el pobre Eirick y Eirian quedó desecho, solo rowan fue su consuelo.
Quería consultarles algo, ¿les gustaría que hiciéramos una dinámica de hacerles pregunstas a los personajes? Si lo desean, pueden dejar en este parráfo que pregunta desean hacerles y a cual personaje y yo publicaré un apartado con ellos respondiéndolas.
Pueden preguntarles lo que quierean como cuál es su color favorito, comida favorita su miedo mas profundo o por que actúan de la forma en la que lo hacen. Los leo.
Besitos, hasta el próximo fin.
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