Capitulo XL: El Conquistador del Norte
Los colgantes de seda de araña verde oscuro y oro del techo de la tienda fue lo primero que Eirian vio al abrir los ojos.
Se sentía pesado, somnoliento y con la boca seca. Intentó incorporarse y de inmediato la mano de Brand se lo impidió.
—Majestad, aún estáis débil, no os levantéis.
Eirian obedeció, más que nada, porque el sueño le dificultaba mantener los ojos abiertos. Volvió a dormir y soñó con Rowan, con una época feliz en la que ambos se amaban. Cuando despertó, el joven capitán dormitaba en una silla a su lado.
La somnolencia ya no era tan pesada y sentía dolor allí donde Osadía se había hundido. Se quitó las mantas y miró la herida cubierta de vendajes un poco húmedos de sangre.
Brand iba a matar a Rowan y Eirian no lo pensó. Se lanzó sobre el príncipe y evitó que la flecha dirigida a su pecho lo atravesara, aunque eso le ocasionó la herida en su abdomen. Cerró los ojos y volvió a ver el rostro de Rowan esa mañana: ¿asustado?, ¿perplejo? ¿No quiso herirlo o, por el contrario, hundió la espada con toda la intención que la oportunidad le había dado? También recordó su expresión un instante antes: los ojos fieros y decididos, con la espada en alto, listo para asesinarlo. Eirian suspiró, la respuesta se le hizo evidente.
—Rowan me odia —se lamentó—. Él estaba dispuesto a matarme.
—¿Qué esperabas? —La voz cavernosa de su hermano no lo sorprendió—. Tienes más de seis mil hombres afuera esperando tu orden para arrasar su nación.
—Sí, pero... Creí que...
—¿Creíste que cuando el momento de enfrentarse llegara, Rowan correría a tus brazos y te suplicaría perdón? A veces me pregunto si realmente lo conoces.
—Me odia. —Le dolía más el corazón que la herida en el abdomen. Casi lamentaba que no lo hubiera matado.
—Todavía estás a tiempo, habla con él.
—¿Para qué? No va a perdonarme, mucho menos va a regresar conmigo.
—¿Para qué? ¡Para evitar cientos de muertes, Eirian, para eso!
«La muerte sería un dulce consuelo». La expresión de Eirian siguió siendo melancólica.
—No, ya no hay vuelta atrás. No hay cómo detener esto.
—Majestad. —Brand bostezó y se enderezó en la silla—, ¿hablabais con alguien?
El fantasma de Eirick desapareció como si nunca hubiese estado allí.
—Perdonad por despertaros, solo me preguntaba que tan grave era mi herida.
—El sanador dijo que el acero de la armadura evitó que fuera profunda, no tocó órganos, pero decidió sedarlo con leche de borag para que el sueño os ayudara a acelerar vuestra recuperación.
—¿Y vos habéis estado cuidándome?
El joven asintió con las mejillas teñidas de carmín.
—Agradezco mucho vuestra dedicación. Me gustaría comer algo.
—Iré a preguntarle al sanador si podéis hacerlo.
Eirian asintió y Brand salió de la tienda, solícito. Una vez solo, suspiró. Una honda tristeza lo embargaba. Se llenó de recuerdos de cuando Rowan y él eran felices. Tal vez Eirick si tenía razón y toda la desgracia que vivía era su culpa, debió dejar ir a Rowan cuando Cardigan murió, ahora ya no podía. Sentía que si no lo tenía a su lado moriría, ya lo hacía un poco cada día desde que se fue. Entonces, ¿para qué detener esa guerra? Su hermano no lo entendía, no comprendía que ya no le importaba vivir.
En el fondo siempre supo qué Rowan lo abandonaría, por eso hizo de todo para retenerlo, como convertirse en El Conquistador del Norte.
Después del funeral de su padre, quiso ir de inmediato por Rowan a Vindrgarorg, pero la más que posible rebelión de su tío se lo impidió. Tuvo que quedarse hasta ser coronado oficialmente por el sacerdote de Nu-Irsh y asegurarse de la sumisión de todos en la corte antes de partir.
Llegó a Vindrgarorg casi una lunación después de ser coronado.
La fortaleza de piedra negra se alzaba sobre el risco de una de las montañas de la cordillera de Ulfrvert. Los vientos huracanados y la neblina la envolvían como si de una agitada cortina de gasa se tratara. El sol brillaba tan débilmente que durante la mañana, la tarde y el mediodía, el cielo exhibía el mismo tono de gris. Nada más pisar las laderas de la empinada cumbre, el ambiente frío y lúgubre le ocasionó tristeza. Rowan había permanecido ahí durante más de una lunación. El príncipe, que solía ser tan alegre, rodeado de esa melancólica atmósfera, a Eirian se le encogió el corazón.
Mostró el anillo con el sello del rey, entonces los guardias bajaron el puente levadizo. Vindrgarorg, rodeado por un abismo en lo alto de la montaña, no era una fortaleza, sino una cárcel remota a donde su padre exilió a Rowan con el único propósito de alejarlo de él. Se mordió el labio y casi corrió por las galerías frías hasta los aposentos donde aguardaba el príncipe. Frente a la alta puerta de roble se detuvo con el corazón desbocado, hacía tanto que no lo veía, que le parecía casi un sueño que estuviera del otro lado.
Escuchó cuando el guardia le notificó que el rey deseaba verlo. Al entrar, lo encontró de espaldas, vestido enteramente de negro frente a la balconada, contemplando a través de las vidrieras cerradas el poderoso rugido del viento y como las nubes envolvían las blancas cúspides a lo lejos. Era una vista sobrecogedora.
Rowan, desafiante igual que siempre, permaneció de espaldas, seguro pensó que era Cardigan quien lo visitaba.
—Rowan.
Pero cuando escuchó su voz, se volteó de inmediato.
—Eirian —le respondió en un hilo de voz, con los ojos llenos de lágrimas.
Él no esperó, acortó la distancia y lo abrazó. Por fin volvía a sentir su calor y respirar su aroma, solo necesitaba recordar el sabor de sus labios. Se separó apenas lo suficiente para besarlo. El beso profundo duró hasta que ambos se quedaron sin aliento.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Rowan cuando se separaron.
—Vine por ti, para sacarte de este horrible lugar.
—Pero si Cardigan se entera...
—Cardigan está muerto, soy el rey ahora.
—¡¿Qué?! ¡No puede ser!
—Somos libres, Rowan. Nadie volverá a separarnos nunca más.
Lo estrechó de nuevo contra él y volvió a besarlo mientras lo desvestía. Llevaba muchas noches soñando con volver a tenerlo justo de esa manera, en ese instante en que era posible, no se contendría. Esa tarde hicieron el amor con el desespero de los primeros días, mientras las nubes tormentosas se arremolinaban afuera y el viento estremecía las vidrieras con su canción salvaje. Se besaron y se acariciaron hasta que los venció el cansancio, entonces se acurrucaron envueltos en las mantas frente al fuego del hogar.
Rowan tenía la cabeza apoyada en el regazo de Eirian, que miraba las llamas y deslizaba los dedos peinando los mechones negros. Reposar de ese modo tan íntimo junto a él le traía paz, ni siquiera el clima frío y despiadado que reinaba afuera del ventanal lo perturbaba, adentro estaba cálido.
—Del otro lado de esas montañas está Ulfrgarorg. Tan cerca.
La voz nostálgica de Rowan rompió el hechizo, el corazón de Eirian cayó en la zozobra, ¿quería marcharse?
—Te prometo que iremos pronto —dijo después de un largo silencio y volvió a acariciar las hebras, como plumas de cuervo—, ahora mismo no es buen momento, no puedo alejarme mucho de Noon.
—Cierto. —Rowan se medio enderezó y lo miró a la cara—. Tu tío no se quedará tranquilo, buscará traicionarte.
—Te necesito a mi lado, mi amor, contigo seré ms fuerte. Sin ti no soy nada.
Rowan sonrió con dulzura mientras el corazón de Eirian martillaba en agonía. El príncipe le acarició la mejilla, él atrapó su mano y se la llevó a los labios. Pero Rowan no dijo nada, volvió a acostarse en sus piernas y miró hacia el ventanal, a las nubes que bailaban afuera a merced del viento.
Durante los tres días que permanecieron en Vindrgarorg aguardando a que pasara la tormenta, Eirian se entregó sin reservas a lo que sentía, ya no había ninguna restricción, nadie que les dijera que amarse estaba mal o que debían guardar las apariencias. Descubrieron que la lúgubre fortaleza tenía una biblioteca formidable de donde tomaron libros que leyeron por las tardes frente al hogar de la habitación de Rowan, la cual compartían.
Aunque la mayoría de las veces no leyeron. El libro abierto quedaba olvidado en el suelo a un lado de la alfombra, la que en más de una ocasión les sirvió de lecho.
Rowan no volvió a mencionar Ulfrgarorg, Tampoco Eirian, pero de vez en cuando lo asaltaba el miedo y la duda de si Rowan finalmente se marcharía. Por eso, en cuanto volvieron al palacio del Amanecer, Eirian se encargó de que Rowan fuera indispensable para el reino. Debian controlar a los misteriosos conspiradores que acechaban en las sombras y luego, cuando ya no hubo enemigos invisibles con los cuales pelear, Eirian emprendió la loca idea de expandirse a todo el Norte. A una conquista siguió otra y pronto, él y Rowan se encontraron atrapados en una interminable cadena de batallas.
Aprendieron a amarse en las tiendas de los campamentos, en las pausas que la guerra les otorgaba, haciéndose promesas de amor eterno.
Poco a poco, Eirian se tranquilizó, Rowan no volvió a mencionar su reino, las batallas lo mantenían demasiado ocupado.
Pero ahora todo se había ido a la puta mierda. De nada sirvieron las interminables conquistas de los reinos del Norte, ni fingir que lo que más deseaba en el mundo era ser llamado «El Conquistador». Porque la única ambición de Eirian siempre fue estar con Rowan, aunque al final terminó odiándolo.
Brand entró acompañado de un soldado que traía una bandeja con caldo de vegetales y carne. Eirian se limpió las lágrimas con disimulo.
—El sanador dijo que podéis comer, Majestad, aunque solo el líquido por ahora.
El soldado acercó la bandeja hasta Eirian y se alejó luego de una reverencia. El emperador tomó una cucharada que llevó a la boca, el caldo le supo insípido. En realidad, hacía mucho que la comida había perdido su sabor.
No tenía hambre, pero debía obligarse a comer, ya había perdido mucho peso y casi toda la ropa le quedaba grande. Era igual que cuando su padre vivía y lo fustigaba con su desprecio. Por aquella época, Eirian nunca tenía apetito y si no murió de desnutrición fue porque Eirick lo instaba a probar pequeños bocados de comida cada día. Eirick ya no estaba, no había ya nadie que se preocupara por él, no tenía más remedio que forzarse a sí mismo.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que los enfrentamos?
—Dos días, Majestad.
—¿Nuestros enemigos han vuelto a atacar?
—No hemos logrado reabastecer las reservas de agua, cada vez que algún grupo sale a buscar agua, son emboscados. Tampoco hemos descubierto en qué lugar de la montaña se ocultan.
Eirian llevó a la boca otra cucharada sin importarle que no supiera a nada.
—¿Qué hay de la epidemia?
Brand frunció las cejas y agachó el rostro.
—Cada día hay más enfermos.
Finalmente apartó el plato.
—¿Y correspondencia?
Brand caminó hasta la mesita y tomó varios mensajes sin abrir que le entregó. Eirian los observó, dos eran de Drustan, su consejero; esos no los abrió, sino que escogió el último. Rompió el lacre y leyó atentamente: era lo que estaba esperando. Luego dobló con cuidado el pergamino, lo guardó en el bolsillo de su túnica y miró al capitán.
—No podemos seguir aquí, debemos levantar el campamento y partir de inmediato a Ulfrgarorg. Si continuamos detenidos, Rowan nos atacará otra vez. Llamad a los generales a una reunión de urgencia.
—Sí, Majestad. —Brand giró sobre sus talones, dispuesto a marcharse, pero Eirian lo llamó de nuevo.
—Esperad. Os encomendaré una misión. Haced un censo de los enfermos. Cuando sepais cuantos y quienes son, dejadlos aquí con provisiones y un sanador. No podemos llevarlos o todos nos contagiaremos. Si hay fallecidos, quemad los cuerpos fuera del campamento.
—Entendido, Majestad.
Aunque la herida de Eirian no había cicatrizado del todo y él todavía se encontraba débil, dos días después levantaron el campamento y marcharon rumbo a Ulfrgarorg. Deseaba acabar con todo lo más pronto posible.
El capítulo quedó cortito, aun así espero que les haya gustado. Esta es la última parte que faltaba del pasado. Entonces ya saben, Eirian se convirtió en Cosquitador para amarrar a Rowan.
Ay, menos mal que no sabe de la pastillita que se tomó Lys, porque si no ya se la hubiera dado molida en el jugo a Rowan y ya tedrían como 5 cachorritos.
Beibis estaré dedicando capitulos a los lectores que comentan, ya tengo una pequeña lista. Beistos y nos leemos el viernes.
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