Capítulo LVI: El Reino de los Muertos
Eirian volteó, el portal por el cual había entrado acababa de cerrarse. Tomó aire y volvió la vista al frente. La nieve cubría el suelo y los fuertes vientos la levantaban formando una cortina blanca y helada que dificultaba la visibilidad. El paisaje le recordó al Valle del Colmillo en el cual enfrentó a Rowan.
Arriba ni siquiera podía ver el cielo, nada más blanco resplandecía a su alrededor. Temblando de frío, se ciñó la capa de piel y armiño y avanzó con dificultad en contra del fuerte viento que lo azotaba y le hincaba en la cara cientos de pequeños alfileres de hielo. ¿Por dónde debía seguir? Tampoco podía guiarse por algún sonido, solo se escuchaba el rugir del viento en aquel desierto gélido.
El hada había dicho que el nudo en su dedo lo guiaría a Rowan. Levantó la mano y contempló la lazada. En efecto, un delgado cordel partía de ella y se perdía en el blanco impoluto que tenía enfrente. Eirian caminó en pos del hilo durante un tiempo indefinido hasta que por fin se encontró con otras personas.
Primero vio a una mujer que arrastraba los pies con la cabeza gacha y los hombros encorvados. A su alrededor había otras personas, todas caminaban hacia el mismo lugar más adelante, el cual no era visible a causa de la neblina.
—Hola. ¿Hacia dónde vais todos?
La mujer giró hacia él, cuando la miró a la cara vio que sus ojos opacos parecían no ver hacia ningún lugar en específico. Ella abrió la boca, pero no emergió sonido alguno y acto seguido, volvió la cabeza al frente y continuó la caminata sin prestarle más atención. El resto de las personas eran igual que la mujer, con ojos ciegos y sin voz, todos dirigiéndose a ese mismo punto desconocido.
Eirian decidió seguir el hilo, entre la nieve parecía un delgado riachuelo de sangre escarlata. Caminó en medio de aquella marcha fúnebre hasta que, poco a poco, la neblina fue dispersándose y el sitio al que todos se dirigían se hizo visible. Un lobo blanco enorme aguardaba mientras frente a él las almas se formaban en fila.
«El Gran Lobo del Norte» pensó Eirian.
Él era el destinado a guiar las almas por el Desierto de Hielo, donde aguardarían el momento en que la rueda de la reencarnación los tomara para renacer otra vez, o si habían sido lo suficientemente virtuosos, llevarlos al Palacio en el Cielo por toda la eternidad.
Eirian avanzó en la fila. La bestia miraba a cada uno con ojos carmesís, abría la boca y con sus enormes fauces llenas de dientes se tragaba a las almas. ¿Qué pasaría si El Gran Lobo del Norte descubría que no estaba muerto? Cada vez estaba más cerca en la fila y su corazón, muy vivo, latía desesperado pensando en lo que le esperaba.
El hilo rojo en su dedo se perdía entre la nieve y no era posible verlo más allá del Gran Lobo. Tragó grueso al concluir que debía dejarse engullir por la bestia si quería llegar a Rowan. Cuando ya no hubo ningún alma delante, Eirian se armó de valor y avanzó. Miró la grandiosa estampa del animal: las patas peludas del tamaño de la cabeza de un bebé, con grandes garras que se clavaban en el suelo; el pelaje igual a la nieve que los rodeaba, seda moviéndose gracias al viento y los ojos rojos como la sangre: fijos en los suyos, profundos e intensos, tal vez podía mirar en su interior. Era tarde para arrepentirse, el guardián de las almas abrió la boca y fue como si un remolino lo succionara. Eirian gritó al mismo tiempo en el que se perdía en un hoyo denso y oscuro.
Flotaba en un espacio en el cual no tenía un cuerpo físico. No veía, olía o escuchaba, no percibía nada, ni siquiera a él mismo, pero lo que más lo asustó fue no sentir la conexión con Rowan. ¿Y si quedaba atrapado en ese otro mundo y no lograba hallarlo?
En lo que fuera que se hubiera convertido, sentía. Y lo que lo invadía era el puro y absoluto miedo a perderlo para siempre.
—¿Dónde estoy? —No escuchó su propia voz—. Necesito encontrar a Rowan.
Para su sorpresa lo habían escuchado, alguien habló.
—¡No estáis muerto! —La voz, profunda y cavernosa, era más bien un gruñido enojado—. ¡Solo los muertos pueden estar aquí!
Eirian se asustó, había cometido un error al preguntar y llamar la atención, pero ya no podía resarcirlo.
—Por favor, permíteme encontrar su alma.
—¡¿Cómo llegasteis aquí sin morir?! —bramó la voz.
—El, el hada me ayudó. Rowan no tenía que morir... Es, es mi culpa.
—¿Rowan? —La voz tardó en volver a hablar—. ¡¿Habéis venido siguiendo a tu alma gemela?! ¡No podéis estar aquí! —El espacio en el que Eirian estaba se volvió denso, como si la oscuridad fuera algo físico que lo presionaba al punto del dolor. La voz gritó de nuevo—: ¡Este no es lugar para vivos!
Le costaba respirar, todo lo que no podía ver ni tocar le dolía, se asfixiaba. Moriría, su alma lo haría y no volvería a ver a Rowan.
—¡No! —gritó sin voz—. ¡Por favor, no! ¡Tengo que encontrarlo! —El calor se desbordaba. La opresión en ese momento era diferente, venía de su interior y no de afuera. Angustia pura por el dolor de no verlo nunca más—. ¡No me iré! ¡No me iré hasta que lo encuentre!
El espacio en donde se hallaba cada vez se densificaba más. No veía su cuerpo. No tenía manos, pies o boca, nada que pudiera tocar y aun así sentía como se comprimía. Dolía. Infinitamente dolía. Casi ni siquiera podía pensar. Solo había una imagen en su mente. Brillaba en esa oscuridad imposible: Los ojos dorados de Rowan y su sonrisa luminosa. Opresión, dolor y la desesperación de haber fallado.
No lo encontraría.
El Gran Lobo del Norte lo aplastaba.
No lo volvería a ver.
Denso, más denso.
Moriría. Y Rowan lo había hecho odiándolo.
No podía soportarlo.
Su alma se fragmentó en diminutos pedazos. Lo último que vio fueron las lágrimas que brotaban de los ojos dorados.
Cientos de puntos brillantes como incontables mariposas plateadas agitaron sus alas en la profunda oscuridad.
—Tu voluntad es fuerte. —La voz grave reverberó en ese espacio imposible.
Los miles de mariposas volaban, chocaban entre ellas y se fundían unas con las otras.
—Tu alma persiste. No se disolvió a pesar de que este no es su lugar. —habló de nuevo la voz—. Yo soy solo el guía de las almas, no me compete a mí decidir sus destinos.
El alma de Eirian fue tomando de nuevo su forma original a medida que los fragmentos volvían a unirse.
—Todas las almas deben ser juzgadas, incluyendo la tuya, aunque esté viva.
De pronto la densidad que lo rodeaba se disolvió y Eirian cayó en un lugar diferente, como si hubiese salido a presión desde un estrecho agujero.
—Ese es El Laberinto de la Desolación, allí se decidirá tu destino.
Inhaló con fuerza, respiraba otra vez. Abrió los ojos y vio que su cuerpo había regresado, también el paisaje nevado y desértico, pero algo era diferente. Frente a él se extendía un enorme laberinto cuyas paredes estaban hechas de abrojos secos y espinas.
Levantó la mano derecha, en el dedo corazón seguía la lazada roja, un suspiro de alivio escapó de sus labios al verla. Siguió con la mirada el hilo, el cual se extendía hasta adentro del laberinto. Tragó y se dispuso a cruzarlo.
—Eirian Ax presentad vuestro corazón.
El rumor de varias voces fusionadas emergió de todos lados y a la vez de ninguno.
Eirian frunció el ceño, no sabía a qué se refería con presentar su corazón, tampoco a quién debía hacerlo.
—Presentad vuestro corazón —ordenó de nuevo. Era como si la voz aguda de un niño, la temblorosa de un anciano y la grave de un hombre se unieran a la melódica voz de una mujer.
De pronto, una fuerza invisible lo jaló del pecho de la camisa hacia el interior del laberinto, donde se encontraba una balanza de bronce. Ambas bandejas se hallaban en equilibrio a pesar de que en una de ellas había una pluma negra.
La fuerza invisible le abrió el pecho, le sacó el corazón, sangrante y palpitante, y lo depositó en la bandeja que no tenía la pluma.
Eirian observó entre el horror y la sorpresa su propio corazón.
—¿Qué tipo de persona fuisteis en vida, Eirian Ax?
«¿Qué tipo de persona fue en vida?» Él era el emperador del Norte, el gobernante de la mayor parte de Olhoinnalia. Se bañó de gloria y honor desde muy joven. También tuvo el amor de Rowan, pero lo perdió. Cerró los ojos con dolor. Rowan lo traicionó.
«No. Eso ya no importa. Solo quiero traerlo de vuelta. Quiero tenerlo conmigo otra vez».
—Así que gloria y honor —dijo el conglomerado de voces—. No es más que despotismo. Y ese amor, solo egoísmo.
Eirian abrió los ojos desorbitados, tragó espantado al ver que su corazón se pudría, se convertía en una masa informe y maloliente en el plato de bronce.
—No vale la pena ni siquiera que entréis al Laberinto, dispersaré vuestra alma.
—¡No! —exclamó con un grito ahogado—. ¡Por favor, no!
—Todos suplican llegado el momento.
El corazón de Eirian comenzó a achicharrarse entre las llamas que de pronto emergieron en la bandeja.
—No me importa mi alma, ni mi corazón —Eirian se arrodilló con la cabeza gacha—. Haced con ella lo que queráis, pero por favor, dejadme encontrarlo. Él no tenía que morir, fue mi culpa.
—¿Estáis dispuesto a entregar vuestra alma a cambio de la suya?
Eirian alzó la cabeza con ojos esperanzados.
—Sí. Mi vida. Mi alma. Mi corazón. Todo, si así tiene una nueva oportunidad de vivir.
—No estáis muerto, pero si hacéis este trato moriréis. Un alma por un alma. El hada que os envió aquí debió decíroslo.
—Me dijo que... Que debía pagar un precio.
—Así es. Muy bien, ya que estáis dispuesto a ofrecer vuestra alma por la suya, entrad al laberinto y veamos si sois digno.
Eirian se levantó y miró la estructura hecha de abrojos.
—¿Qué hay ahí adentro?
—Vuestros errores. —El conglomerado de muchas voces resonó entre las paredes de abrojos—. Vuestro corazón está podrido, si salís de allí con un nuevo corazón os concederé lo que pedís.
—¿Y si no?
—Vuestra alma se dispersará y Rowan se quedará en El Desierto de Hielo. ¡Hum! ¡Qué interesante! —dijo de pronto el conglomerado de voces—. ¡Sois almas gemelas!, ¡dos mitades de una sola! Si no lo lográis, la de él se quedará incompleta y nunca dejará de reencarnar. Jamás encontrará el descanso ni la felicidad en las vidas sucesivas.
Tragó, un fino temblor se había apoderado de su cuerpo. Si no tenía éxito, no solo moriría para siempre, sino que Rowan jamás sería feliz. Debía salir victorioso de ese laberinto, si lograba un corazón nuevo le entregarían el alma de Rowan. Eirian asintió y con pasos firmes cruzó el umbral hecho de espinas.
*** Mis amores, finalmente Eirian emprende la búsqueda de Rowan. Sean sinceros, ¿les pareció aburrido?
¿Que creen que suceda en adelante?
Besitos y nos leemos el proximo viernes.
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