Capítulo L: Una historia antigua
Hubiera querido permanecer la noche entera en brazos de Lena, disfrutar de su amor y perdonar cada afrenta, pero ella no era tan bondadosa. Cuidando de no despertarla, apartó las mantas que las cubrían a ambas y dejó el lecho. Se vistió con un camisón de seda negra y dorada y encima se puso un largo abrigo, se calzó y salió de los aposentos.
Andreia no había visitado la recámara de su padre desde que este murió hacía ya cuatro lunaciones. En cuanto cruzó el umbral, un nudo se apretó en su garganta, seguía oliendo a medicina y enfermedad. Cerró los ojos para disipar la imagen de su padre moribundo sobre la cama y con paso tembloroso entró en la habitación.
Cada objeto ahí dentro seguía igual a como lo recordaba: Las pequeñas esculturas de heidrsand traídas desde Augsvert, los tapices de épocas gloriosas, la colección de blasones de las familias que los habían antecedido en el trono y sus más cercanos vasallos. Andreia suspiró y apartó la vista de los recuerdos, debía enfocarse.
Se dirigió a los armarios. Esa habitación también había sido de su madre cuando ella vivía. No estaba segura de qué esperaba encontrar, pero cualquier cosa que la ayudara a desentrañar el misterio de los cambiaformas sería bienvenido. Se le había metido entre ceja y ceja que quizás su madre no había huido solo porque no deseaba ser una sacerdotisa de La Espada, como le había dicho nana Eliza. Aquello no era motivo para ocultar todo un pasado y linaje a sus hijos. No, tenía que haber algo más.
Los elegantes vestidos de tafetán, seda y terciopelo de su madre aún guindaban de las perchas. Recordó la época en la que se colaba a su habitación y miraba embelesada los hermosos atuendos, soñando con el día en el que fuera tan hermosa como ella y pudiera usarlos. Acarició los broches de plata, los pendientes con gemas engarzadas, las diademas de oro y los collares de perlas y obsidianas guardados en los primorosos estuches de madera lacada, dispuestos cuidadosamente en los anaqueles dentro del armario. Nada.
Luego se dirigió a la estantería. Decenas de libros de diferentes géneros languidecían en los travesaños, la mayoría de historia, pues a su padre le encantaba conocer los hechos del pasado para evitar cometer errores en el futuro. Uno llamó su atención. Era un volumen grande encuadernado en cuero muy viejo, el pergamino de las hojas también era antiguo y parecía que si se manipulaba demasiado se desharía al contacto de los dedos. Andreia lo abrió, por dentro no era diferente. La tinta deslucida y borrosa debido a la antigüedad hacía difícil la lectura.
Suspiró frustrada, el libro era ininteligible, no tanto por las condiciones en las que se encontraba, sino por la jerga con la que estaba escrito. Los símbolos le recordaron a aquellos grabados en la hoja de La espada de Hielo.
«Lísico».
No tenía tiempo para aprender un nuevo idioma, ni siquiera para darse a la tarea de conseguir a alguien que supiera traducirlo. Pasó las hojas, cada una llena con esos símbolos desconocidos. Pero entonces se fijó que en los márgenes se apretujaban notas con una caligrafía cuya tinta sí era reciente, y para su felicidad era la lengua común del Norte.
Los apuntes eran la traducción del texto. Contaban una historia: la de Do.mirh contra los cambiaformas. Andreia se sentó en uno de los sillones forrados de terciopelo oscuro y empezó a leer. Al parecer, Do.mirh fue el aprendiz de un brujo, nada menos que el líder de los Vermishei, Vicar Maynard, quien tenía el título de Ulfr Har. Las primeras páginas narraban cómo era la vida en la tribu: El culto que hacían a la luna y los espíritus del bosque; como estaba jerarquizada su sociedad y las actividades que hacían para vivir.
Hasta que los humanos, a quienes llamaban «fölr» y que habían llegado mucho tiempo atrás desde Northsevia cuando esta se congeló, comenzaron a destruir los bosques y a atrapar a las hadas y otras criaturas para traficar con ellas. El Ulfr Har se opuso a ellos durante años. Aun así, los humanos seguían cazando a los de la tribu, llevándose a los jóvenes. Cuando raptaron al hijo de Vicar Maynard, esto marcó un cambio radical en él.
El libro describía que el hombre se encerró en su taller durante lunaciones enteras refinando pócimas y elaborando hechizos. Nadie sabía en realidad qué hacía o que buscaba conseguir, pero en más de una ocasión el mismo Vicar Maynard se vio afectado y herido debido a sus experimentos. Hasta que lo logró.
Andreia sonrió, ahí estaba el hechizo que Vicar Maynard había usado.
Los vermishei tenían la capacidad de intercambiar su conciencia con los lobos de Ulfrvert. Se decían así mismos Bregdas. Vicar Maynard había ideado una forma de hacerlo permanente y de que no solo fuera la conciencia lo que intercambiaran, sino que tomaran también la fuerza, la agilidad y la inteligencia.
—Cambiaformas —susurró para sí.
Siguió hojeando el libro. Más adelante hablaba de como Do.mirh forjó La Espada de Hielo, con la que se opuso a Vicar Maynard cuando este se salió de control. En las últimas páginas las notas no traducían nada, eran más que todo interpretaciones de la historia. Estaba la profecía que decía que los cambiaformas regresarían y ese día también lo haría La Espada de Hielo en manos del Lobo Negro o Ulfr Svart como le llamaban en ese antiguo idioma. Andreia frunció el ceño al leer la última nota. Describía los deberes de una sacerdotisa de La Espada.
Que lo último escrito fuera eso, le hizo pensar que quien tradujo el libro había sido una de las sacerdotisas. Luego detallaba la genealogía de Vicar Maynard, el último miembro era una mujer de nombre Arawyn Nisa. ¿El libro lo había traducido ella? Siguió leyendo. Al final describía la tumba en el interior de la montaña donde encontró la espada. Andreia abrió muy grande los ojos debido a la sorpresa de lo que leía. Si su madre había leído ese libro y descubierto el secreto de la tumba, era muy lógico que huyera y no quisiera ser una sacerdotisa.
Cerró el libro y lo abrazó contra su pecho. No estaba muy segura de cómo debía interpretar lo que había descubierto. Los cambiaformas habían existido y probablemente se podían traer de vuelta a la vida. Si ese lobo, Foeri, la escogió para sacar la espada, fue porque existía una razón para ello.
El problema era que su madre huyó para que nadie de su linaje despertara a los cambiaformas. ¿Debía desestimar todo lo que había descubierto, perdonar y olvidarse de Rowan? ¿O usarlo y tomar venganza al precio que fuera?
El trayecto a la tribu de los Vermishei era difícil. Si bien el clima en la cordillera de Ulfrvert siempre era gélido, se encontraban en pleno invierno y, además de las bajas temperaturas, estaban los fuertes vientos provenientes de Vindrgarorg que solían terminar en ventiscas. A eso había que sumarle que Andreia no conocía los caminos del pico del Aullido, donde se asentaba la tribu, y debía confiar en Xena.
Habían escogido veömirs para la travesía que, aunque resistían mejor el frío y las rutas agrestes, eran más lentos que los caballos. Por todo lo anterior, a pesar de que habían salido al alba de Dos Lunas, ya la montaña se oscurecía y la reina y su escolta no llegaban a su destino.
—¡Majestad! —gritó Lena por encima del viento para hacerse oír—. Deberíamos buscar un lugar para acampar, casi es de noche.
Andreia miró a Xena que cabalgaba a su lado, un poco por delante.
—¡Xena, ¿cuánto falta para llegar?!
—¡Ahí está la entrada! —gritó la joven.
La guía señaló al frente. El camino no se vislumbraba con claridad debido a la neblina y la incipiente tormenta, sin embargo, a medida que avanzaban notaba que una pared de piedra se erigía más adelante.
Xena se detuvo y desmontó frente a la maciza montaña. Andreia aguzó la vista, tratando de ubicar una entrada en la pared o en el suelo, pero ahí no había nada. Miró en derredor, inquieta, temiendo que se tratara de alguna trampa. Sin embargo, la joven sacerdotisa susurró unas palabras en aquella lengua antigua mientras deslizaba la mano por encima de la piedra. Poco a poco, se hizo visible una entrada con forma de arco.
Andreia la observó asombrada. En la parte de arriba del arco brillaban unos símbolos que poco a poco fueron desapareciendo mientras la entrada se hacía más evidente.
—¡Increíble! —exclamó—. ¿Por qué no vi antes esta entrada secreta?
—Cuando te hallé estabas inconsciente —respondió entrando en la cueva, sin mirarla—. Y cuando te fuiste la salida no estaba oculta.
Andreia entró mirando con los ojos muy abiertos cuanto la rodeaba. La galería que tenía frente a ella estaba excavada en el interior de la montaña. A cada lado varias antorchas encendidas aportaban luz y calor. Se giró esperando ver que la entrada se hubiera cerrado, pero no fue así.
—¿Qué hay si alguien descubre la entrada? —preguntó.
—No es visible a menos que pronuncies el hechizo.
—Dijisteis que no sabías lísico.
—Y no lo sé, solo algunas frases importantes que se transmiten de generación en generación, como la contraseña para abrir la puerta. Solo los ancianos hablan fluido el lísico.
Continuaron avanzando a través de la galería de piedra. El espacio era lo suficientemente amplio como para que caminaran en parejas. Detrás de Andreia cerraban la marcha los dos guardias de su escolta y a su lado estaba Lena.
—Majestad, esto no me gusta —susurró ella—. Estaremos encerrados en esta montaña con desconocidos.
—Tranquila, estaremos bien —contestó aparentando una seguridad que no tenía.
Luego de lo que le pareció el más largo de los trayectos, llegaron a un sitio donde varios caminos se encontraban o bifurcaban. Andreia recordó cuando antes estuvo allí, cada uno de aquellos llevaba a una casa-cueva. Xena escogió uno y los demás la siguieron.
A medida que caminaban por las calles hechas de tierra y piedra, pasaban por delante de algunas casas. En las puertas de estas a veces había una persona de cabello oscuro, hombre o mujer, parado allí, mirándolos con curiosidad. Era un poco incómodo, así que Andreia evitaba sus miradas.
Finalmente, la joven guía se detuvo frente a una puerta de madera que parecía estar incrustada en la piedra. La empujó con fuerza y esta se abrió con un chillido. Adentro era como aquella vivienda en la que se alojó la primera vez: con mantas en el suelo hechas de pieles de animales, un fogón para la cocina, utensilios como ollas y similares y una mesa baja sin sillas, solo cojines en el suelo.
—Espero que estén cómodos aquí —dijo Xena—. Iré a avisarle a los ancianos que han llegado. Volveré pronto con algo de comer.
Una vez que la joven salió, Andreia suspiró y miró a sus escoltas con una pequeña sonrisa avergonzada. Lugo recorrió la estancia en pocos pasos. Al fondo había otra habitación que correspondía a un baño en el que había una tina hecha de piedra, una letrina y una pila.
—Estén alertas —les ordenó Lena a los dos soldados. Con una mano en el pomo de la espada, la comandante salió al exterior—. No hay nadie afuera, solo algunas cabezas curiosas asomándose desde las otras viviendas —dijo al entrar de nuevo—. Nos turnaremos para montar guardia.
Andreia miró el lecho de pieles y cojines, le hubiera encantado descansar al menos una sexta, pero la ansiedad por lo que ocurriría una vez estuviera delante de los ancianos no se lo permitía.
Xena no tardó mucho, por fortuna. La mujer entró acompañada de un muchacho que lucía igual de joven que ella. Traían bandejas con humeante sopa de verduras y carne que colocaron sobre la mesa.
—Hablé con Malag Kena, te recibirá por la mañana —dijo Xena—. Los exhortó a todos a descansar el día de hoy y mañana vendrá por ti para que te reúnas con el resto de los ancianos.
—Muy bien. ¿Le contasteis sobre la espada?
Xena bajó la mirada antes de responder.
—Sí.
—¿Y bien? ¿Se disgustó?
—No. —Xena la miró a la cara como si solo en ese momento se diera cuenta de eso—. No estaba molesto. Parecía más bien entusiasmado de que estuvieras aquí.
Andreia sonrió para sus adentros. Si era cierto lo que decía el libro de su madre, era muy lógico que Malag Kena estuviera feliz de que volviera.
—Te dije que no debías preocuparte. Gracias por todo lo que has hecho por nosotros, Xena.
La chica asintió, antes de retirarse dijo:
—Estaré en la casa de al lado, por si se les ofrece algo.
Andreia sonrió y cuando la joven salió, todos se sentaron en los cojines alrededor de la mesa y probaron la sopa, la cual tenía un gusto exquisito. Poco tiempo después, Andreia se acostó y casi al instante se durmió.
Esa noche volvió a soñar con lobos.
GLOSARIO
Bregda: Del lísico: Intercambiadores. Se les dice Bregdas a aquellos que pueden cambiar de cuerpo con animales. Los mas conocidos son los vermishei, una antigua tribu que en la época antigua podían intercambiar su conciencia con la de los lobos de las montañas de Ulfrvert. Luego de que Do. mirh enfrentara a los cambiaformas, los vermishei se aislaron en las montañas y esta habilidad de cambiar de piel ha permanecido desconocida por los habitantes del Norte de Olhoinnalia.
Fölr: Del lísico: pálidos. Los humanos que vinieron de Northsevia tenían pieles muy blancas, cabello rojo o rubio y ojos claros en contraste con los habitantes del otro lado del Dorm, cuya piel era mas morena y tenían cabello oscuro. Los nativos al sur del Dorm, comenzaron a llamar fölr o pálidos a los extranjeros que venían del norte.
Lísico: Antigua lengua que hablaban en Olhoinnalia antes de la llegada de los humanos. Tambien se le conoce como el lenguaje de la magia.
Lengua comun del Norte: El idioma que se comenzó a hablar en el Norte de Olhoinnalia luego de la llegaada de los humanos.
Ulfr Han: Del lísico. Ulfr: Lobo. Han: Gran, Alto, Supremo. Se traduce como Lobo supremo.
Ulfr Svart: Del lísico. Svart: Negro. Se traduce como Lobo negro.
Vindrgarorg: Region montañosa al este de Doromir. Es el punto mas alto del reino, asotado por fuertes vientos, de donde viene su nombre: Tierra de vientos.
*** Hola. Como había algunas palabras nuevas aproveché para dejarles un pequeño glosario. Como siempre, si algo no entienden pueden preguntar.
¿Qué creen que le espere a Andreia cuando se reuna con los ancianos de los vermishei?
Nos leemos la próxima semana, ojalá y con un mini maratón de 3 capítulos, haré todo lo posible. Besitos y gracias por leer.
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