🔥 Capítulo 6
Avancé con rapidez entre los árboles con el corazón desbocado y notando como las otras pulsaciones se volvían tan aceleradas como las mías, o incluso más. La herida en mi pecho dolía y el solo roce de la camiseta hacía que me escociera, podía ver como la tela blanca se manchaba con gotitas de sangre que iban en aumento.
Las ramas y las hojas secas crujían bajo mis pies a cada zancada que daba, la suave brisa golpeaba mi cuerpo y alborotaba mi cabello. Empezaba a sentirme cansada y acalorada, el sudor resbalaba por mi frente y mis pulmones dolían por la cantidad de aire que entraba y salía de ellos. Miraba hacia todos lados, paranoica de que aquel tipo apareciese en cualquier momento; no me atrevía a mirar hacia atrás.
Por aquella zona ya no había rastro del desastre de hacía cinco años. Ya no había vegetación reducida a cenizas, todo estaba cubierto de verde. A lo lejos vi un árbol bastante más grande que los demás, de tronco ancho y rodeado por distintos matorrales y rocas que podrían llegar a servirme de escondite. Corrí hacia allí, me acuclillé y apoyé la espalda contra la corteza rugosa, permitiéndome unos segundos para respirar con calma; solo se oían los cantos de los pájaros, nada fuera de lo normal.
Tragué saliva y dejé caer el trasero en el suelo. Mis costillas se abrían y se cerraban acompañando el rápido vaivén de mi respiración, me costaba mucho regularla porque estaba demasiado nerviosa e histérica como para poder pensar con lucidez y calmarme. Todo lo que estaba ocurriendo pasaba de lo esquizofrénico.
¿Y si había desarrollado alguna enfermedad mental grave? Era imposible que hubiera salido ilesa. No había tenido rehabilitación, veía cosas y escuchaba otras que los demás no podían, y ahora estaba huyendo de un tío que quería asesinarme.
—Vamos, Gaia... —me dije en voz baja—. Respira, tranquila. Todo va a salir bien...
«Tengo que volver al médico».
—No existe, nada es real... —Mis pupilas no se detenían en un punto fijo—. ¿Quién iba a querer matarme? No tiene sentido, todo está en mi cabeza. Sí, eso es.
Escuché un crujido a mi derecha y miré hacia esa dirección con el corazón azotando con fuerza.
—¿Y si estoy soñando? —me pregunté—. ¿Y si sigo en coma?
Volví a escuchar el mismo ruido seguido de un brusco movimiento de las hojas de algún arbusto cercano. Me atreví a echar un pequeño vistazo, por lo que me puse de rodillas y me giré para ver lo que había tras mi escondrijo. El matorral de enfrente se movía con insistencia.
—Que sea un conejo, que sea un conejo. Por favor, un bonito conejito blanco... —supliqué para mis adentros.
El meneo cesó y todo quedó en silencio. Nada salió de entre las ramas, al menos, nada visible. Unas extrañas huellas, parecidas a las de un ciervo bípedo, afloraban en el suelo y se dirigían hacia a mí con una lentitud aplastante. El aire se me quedó atorado en la tráquea cuando comprobé que no había nadie allí, que las pisadas aparecían solas conforme avanzaba.
Aparté la mirada y adopté una posición de defensa, como la de un armadillo. Volví a sentarme, encogí las rodillas y las abracé, escondiendo el rostro en el hueco que dejaban mis brazos. Sentía como las lágrimas descendían por mis mejillas y como me temblaba el cuerpo. Estaba tan aterrorizada y confundida que no sabía qué hacer.
—Es un sueño, un sueño... Vamos... ¡Desaparece!
Levanté la cabeza, me limpié las lágrimas con las mangas y junté los párpados, repitiéndome que todo era una simple pesadilla de la que me costaba despertar y que lo único que necesitaba era un buen pellizco para regresar a la realidad. Lo hice, me pellizqué y no permití que el dolor me detuviera. Despertaría, aunque tuviese que arrancarme la piel.
Antes de que se me escapase un sollozo, una mano cubrió mi boca y me sostuvo contra el árbol. Pegué un brinco y abrí los ojos, sobresaltada, viendo así al chico que intentó matarme. Quise apartarme, pero él me lo impidió y me advirtió con la mirada que debía estarme quieta. Luego se llevó el dedo índice a los labios y me pidió con ese simple gesto que guardase silencio.
Este se posicionó muy cerca de mí, hincando una rodilla en la tierra a la vez que observaba a su alrededor. Su mano no se apartaba de mi boca, supuse que no se fiaba de mí, que sabía que gritaría y saldría corriendo en cuanto viese ocasión. Si pensaba eso, no se equivocaba.
—Cómo te he dicho antes, esto es largo y difícil de explicar. Y sí, ahora tengo menos tiempo que antes, así que escucha con atención porque no lo repetiré dos veces —habló en voz baja, era consciente de que teníamos compañía—. ¡Maldita sea! ¿Puedes dejar de pellizcarte? ¡Me duele!
Hasta que él no me lo dijo no me había percatado de que seguía pellizcándome el brazo. ¿De verdad sentía mi dolor? Le hice caso y dejé de hacerlo para que pudiera proceder con la explicación que quería darme y que yo tanto necesitaba para poner en orden mis ideas.
—Tienes algo que me pertenece y que debo recuperar si no quiero morir —susurró—. No sé por qué mierda me duele lo mismo que a ti, pero mi plan de recuperarlo se ha visto comprometido. Tienes que venir conmigo. Ahora.
Sus ojos se achicaron y adoptaron una expresión de seriedad que me hizo temblar. Los mechones de cabello que formaban su flequillo caían sobre sus párpados y el puente de su nariz; daban ganas de soplárselos para apartárselos de la cara.
Negué con la cabeza para hacerle saber que no iría con él a ninguna parte. ¿Qué diantres le pasaba? ¡Yo no tenía nada suyo! Ni siquiera le conocía. Estaba volviéndome loca. ¡Loca!
—Mi vida depende de ti —agregó y su rostro se suavizó.
Le aparté la mano de mi boca, provocando que el dorso se encendiera por esa luz rojiza que iluminaba los dibujos tribales ocultos en su piel. Me quedé embobada una vez más observando cómo desaparecían al deshacerse de mi contacto físico.
Le miré a los ojos y salí de mi ensoñación.
—Tú me das completamente igual, solo quiero volver con mi familia —espeté—. Ahora vete al cuerno y déjame en paz.
Hice el ademán de levantarme, no obstante, sus dedos se enredaron en mi muñeca y me hizo volver a sentarme. Eché un rápido vistazo a mis vaqueros antes de fulminar al muchacho con la mirada; pasaron de ser grises a estar manchados de tierra y barro.
—¿Acaso quieres que te vea el Katpanu que hay ahí detrás? —me regañó.
—Ni siquiera sé qué es eso. Suéltame.
—No te hagas la tonta, lo has visto —aseguró—. Lo has sentido en más de una ocasión, ¿verdad?
Fruncí el ceño; se refería a la cosa invisible.
En cuanto lo pensé un poco más llegué a la conclusión de que también podía tratarse de la misma criatura que me empujó al entrar y al salir del maletero, esa que estuvo vigilándome desde que salí del hospital. ¿Qué pasaba? ¡Nada de eso era real! Todo era imaginación mía... Me resultaba muy frustrante no saber ni lo que sucedía conmigo misma. Solo quería echarme a llorar en un rinconcito y esperar a que todo pasara.
—Lo único que he sentido son los síntomas de una posible esquizofrenia o demencia. ¡Yo que sé! —grité y me deshice de su agarre de forma brusca.
Volvió a retenerme.
—No te estás volviendo loca. Esto es real —confirmó, cada vez más nervioso e irritado.
—Si así fuera, ¿por qué debería creerte? Has intentado matarme. ¡Dos veces!
—Clades... Te necesito.
—¡Qué me sueltes! —chillé, furiosa.
Un brillo azulado emergió de mi pecho y él, de un segundo a otro, se desplomó en el suelo. Se retorcía de dolor e intentaba gritar, pero era tal la aflicción que ni un solo sonido salía de su garganta. Me puse en pie y retrocedí con la atención puesta en la luz que desprendía mi interior hasta que choqué contra algo duro que me tensó de pies a cabeza.
El brillo se apagó y el muchacho respiró tranquilo, dejando de sufrir lo que fuera que estuviese sufriendo. Se arañó adolorido la zona del corazón y luego miró en mi dirección; su expresión cayó en picado y eso me inquietó.
«Mierda», maldije.
Giré sobre mis talones muy despacio hasta que estuve enfrente de la mismísima nada. Bajé la vista al suelo y vi las huellas a tan solo unos centímetros de mí. De inmediato, dos extremidades me empujaron en los hombros y me hicieron caer de espaldas.
«Voy a morir».
—Oye... ¿Qué se supone que es un Katpanu? —pregunté con voz temblorosa.
—Un bicho feo que te comerá si no corres —respondió detrás de mí, fatigado—. Así que corre. ¡Ya!
Le hice caso y hui tan rápido como pude, sin embargo, las pisadas que escuchaba aproximarse a mí me tenían tan nerviosa que llegué a tropezar con mis propios pies en más de una ocasión. Ese bicho invisible me perseguía hasta la saciedad. ¿Qué quería de mí? ¿Qué querían todos de mí? A cada segundo que pasaba dudaba más de mi salud mental, de la veracidad de mi versión de la historia y de la de los médicos y mi familia.
«¡Izquierda!», la voz del muchacho retumbó en mi cabeza.
Mi cuerpo torció hacia esa dirección, haciéndome derrapar y casi caer al suelo. Solo me bastó eso para confirmar que era él quien estuvo controlándome desde que desperté del coma. Opté por no pensar en ello y seguir centrada en la huida de algo que aún no lograba comprender ni saber si existía o no.
Un cuerpo chocó contra mi lado izquierdo de forma repentina y brusca. Giré la cabeza, topándome de nuevo con el chico de ojos dorados, quien parecía bastante alterado y agobiado. Sus dedos se aferraron a mi muñeca y, sin poder esperármelo y prepararme con anticipación, la velocidad con la que sus piernas se movían aumentó. Me hacía avanzar con una rapidez sobrehumana y estuvo a punto de hacerme tragar barro.
En apenas unos instantes dejé de percibir los pasos de aquella criatura. La habíamos dejado atrás, cosa que me aliviaba, aunque todavía tenía bastantes cosas de las cuales preocuparme.
Cuando puse la vista al frente divisé un pozo de piedra a lo lejos. Este se encontraba recubierto por diversas enredaderas, flores y malas hierbas, supuse que llevaba tiempo sin haber sido utilizado y, para colmo, el extraño me llevaba hacia él.
—¡Prepárate para saltar! —avisó.
—¿¡Saltar a dónde!?
No hacía falta que me contestase la pregunta, sabía a lo que se refería. Él aceleraba la marcha y yo intentaba clavar los talones para frenarme, mas no lo conseguía. Iba tan rápido y con tanta potencia que me era imposible llevarle la contraria.
No quería ir, no quería saltar dentro de ese agujero. Parecía que ese tío no se cansaba de querer acabar conmigo. Si el pozo tenía agua estancada acabaría ahogándome, y si no tenía ni una sola gota me partiría las piernas por tan dura caída. ¡Ya no sabía quién estaba más loco! Si él o yo...
—No, no, no. —Negué con la cabeza y me colgué de su brazo para tirarle hacia abajo—. Frena. ¡Frena!
No supe con exactitud lo que ocurrió, pero el chico paró en seco, a tan solo unos centímetros del muro de piedra que rodeaba el pozo. Me soltó y nuestras manos se posicionaron en él para evitar estrellarnos contra el mismo. Jadeé y le miré confundida. ¿Me había hecho caso? ¿Se había apiadado de mí?
—¡Deja de interferir, joder! —espetó; su mirada se endureció.
Parpadeé un par de veces y me alejé unos pasos. Entonces... ¿Yo había hecho que parase?
—¡Si te quieres suicidar, allá tú! —exclamé—. Pero yo me quedo aquí. Vivita y coleando. ¿Me oyes?
—Yo no...
—¡Suficiente! Fuera de mi vista.
Dicho aquello, me di la vuelta y comencé a caminar a un paso firme lejos de él. Oí como se rio sin gracia a mi espalda y, acto seguido, noté como las fuerzas abandonaban mi cuerpo, haciendo que me cayera como un peso muerto. Gruñí con todas mis ganas, cargada hasta las trancas de una frustración que me iba a costar hacer desaparecer.
El muchacho se aproximó a mí y me cogió en volandas, como si fuera una recién casada. Mi cabeza caía hacia atrás y veía el bosque del revés, acabaría mareándome y vomitándole encima, lo que no me pareció una muy mala idea. Sería como el método defensivo de una mofeta.
—Calamidad de los cojones... —murmuró para sus adentros.
—¿Qué me has hecho? —quise saber.
—Nada de lo que debas preocuparte.
—Déjame en el suelo.
—Lo haré cuando estemos en el otro lado.
¿Cómo que «el otro lado»? Eso sonaba a que iba a tener una muerte inminente.
—Oye, no quiero morir —sollocé.
Iba a romper a llorar.
—Yo tampoco —admitió.
Sentí como el chico se subía a lo alto del muro del pozo. Apreté los párpados y retuve las lágrimas todo lo que pude.
—Respira hondo —pidió.
Sin darme tiempo a hacerlo, saltó al interior del oscuro agujero. Cogí una bocanada de aire durante la caída y la mantuve dentro de mis pulmones todo lo que pude en cuanto nuestros cuerpos colisionaron contra el agua fría.
Abrí los ojos y observé como la luz del exterior se alejaba conforme nosotros nos hundíamos. Quise pelear para salir a la superficie al ver que el chico no lo hacía, no batallaba, solo se dejaba llevar por la corriente que nos empujaba hacia las profundidades.
La luz del sol comenzaba a difuminarse, volviéndose borrosa y mezclándose con la oscuridad. Las burbujas de aire que perdía por la nariz ascendían hasta que ya no quedó nada de oxígeno en mi interior.
¡Holi! ¿Cómo estáis? Espero que bien. 🥰
En el capítulo de hoy hemos podido ver un poquito lo que Gaia puede hacerle a Rem con solo pestañear, y en el siguiente sabremos más cosas sobre esto. Rem nos soltará un poco más de información, tanto de ella como de él. 😌
Teorías por aquí. 👀
Nos vemos el sábado que viene. 💚
Besooos.
Kiwii.
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