🔥 Capítulo 36
Aquella madrugada tuve el placer de buscar el calorcito entre las sábanas gracias al fresquito que se colaba por las grietas de las paredes. Era una sensación que me gustaba porque me recordaba a mis veranos en Saranac Lake, donde mi hermanita Audrey se colaba en mi habitación para dormir conmigo. De hecho, la noté.
Las yemas de sus dedos daban toquecitos en una de mis mejillas para que despertara y le hiciera un hueco. Fruncí el ceño, respiré hondo y levanté las sábanas para que se acurrucase a mi vera.
—Ven aquí, anda... —murmuré, adormilada.
En cuanto sentí el colchón hundirse por el peso de su cuerpecito, la arropé y me abracé a ella como en los viejos tiempos. Sus músculos se tensaron de inmediato, lo que me desconcertó un poco. Incluso podía sentir los latidos de su corazón dentro de mí, como si fuese yo quien lo portara. Al deslizar la mano por su abdomen, me di cuenta de que era demasiado cuadrado y firme para una niña de quince años.
Abrí los ojos y me incorporé de golpe, viendo que la persona que se encontraba acostada a mi lado no era Audrey, sino Rem. Pegué un chillido que le hizo brincar del susto y le tiré de la cama de un empujón.
—¿¡Pero qué demonios te pasa!? —se quejó entre lamentos mientras se levantaba del suelo.
—¿Por qué estabas en mi cama?
—Me has invitado a entrar.
—¡No era a ti! —aclaré.
—¿A quién más? —cuestionó confundido—. Solo estaba yo.
La sangre se me subió a las mejillas y tuve que ahogar la vergüenza gritando contra la almohada. Me había dejado llevar tanto por el recuerdo que olvidé dónde me encontraba, al menos hasta que Rem me trajo de vuelta a la realidad. Alcé la cabeza y le escudriñé con la mirada. Mi seriedad le confundió.
—¿Qué hacías aquí? —interrogué.
—Venía a despertarte.
—¿Para?
—Quiero enseñarte una cosa.
—¿Qué cosa?
Una sonrisa cargada de ilusión iluminó su rostro, pero la que le precedió me asustó. Como un niño que está a punto de cometer una travesura, se levantó y me sacó de la cama de un tirón. Me llevó arrastras por los pasillos, ignorando mis quejas y mis tropiezos. Ni siquiera se paró a darle los buenos días a su padre, a quien nos cruzamos en la puerta al salir de casa.
Rem, a cada paso que dábamos, parecía convencerse de que mis intentos por frenarle iban a durar todo el camino, así que me cogió en volandas y corrió hacia el interior del bosque. Creo que le rompí los tímpanos con mis gritos, pero no me gustaba ir tan rápido, me daba muchísimo miedo estrellarnos.
Después de un minuto en el que casi vomito mi primera papilla, llegamos a nuestro destino. El mestizo clavó los talones en la tierra y derrapó hasta frenar. En cuanto me dejó en el suelo, mi estómago se retorció con resentimiento y mi cuerpo tembló, no sabía si por miedo o frío.
—Esto no me gusta —confesé entre tiritones.
—Era necesario —rio mientras me colocaba el pelo detrás de las orejas—. Ven, no quiero que te lo pierdas.
Me tomó de la mano y me llevó hasta un pequeño claro teñido por el naranja del cielo, donde unos animales majestuosos se comían las flores del lugar. Eran como una especie de pavos reales, pero más grandes y con las plumas pintadas de colores cálidos. Caminaban a cuatro patas y tenían unas garras capaces de despedazar hasta la carne más dura, así como un pico similar al de las águilas.
Tenían pinta de ser agresivas.
«Voy a morir».
—¿Por qué me has traído aquí? —quise saber, temerosa.
—Observa. —Me agarró de los hombros y me agachó junto a él—. Migran una vez cada cien años, cuando los primeros rayos de luz reflejen los colores de sus alas, se marcharán.
—¿Hoy se marchan?
—Sí, pensé que te gustaría verlo. Son de las criaturas más bonitas de todo Dracones, dicen que verlas emprender el vuelo es una maravilla.
Presté atención a las aves y en cómo el sol iba arropándolas lentamente con su luz. Sus plumas brillaron como el oro e hicieron del bosque un tesoro. En cuanto extendieron las alas y echaron a volar, dejaron una estela dorada a su paso. Parecían estrellas fugaces regresando a casa.
Me quedé tan embobada que no me di cuenta de la presencia de una de esas criaturas acercándose a mí con lentitud. Mi reacción fue retroceder, no obstante, Rem me lo impidió empujándome hacia adelante con cuidado.
—No te muevas... —me susurró antes de alejarse un poco de mí.
Tragué saliva.
Cuando el animal terminó de analizarme, desplegó su cola y me enseñó los ojos dibujados en sus plumas que, a diferencia de los pavos reales, parpadeaban. Acto seguido, me hizo una reverencia y emprendió el vuelo.
—Nunca había visto a un Nonohi comportarse así en la vida —comentó Rem sorprendido—. Tienes algo especial, Gaia. Algo que nadie conoce.
Se sentó a mi lado.
—¿Algo especial? —indagué.
—Se han doblegado ante ti dos criaturas ya, Gaia. Es extraño...
—¿Debería preocuparme?
—Supongo que no.
Me dejé caer de culo en el suelo y me abracé las piernas para poder entrar en calor. El mestizo notó mi tiritera y se pegó a mí todo lo que pudo, haciéndome sentir el fuego que corría por sus venas. Se lo agradecí con una sonrisa. Era lo más parecido a una estufa.
—Oye, ¿qué fue de ti en Chaos? —curioseé—. ¿Cómo te las ingeniaste para sobrevivir y pasar desapercibido?
—No pasé muy desapercibido, tu pueblo me conoce como el forastero rarito que se escapó de una fiesta de disfraces —respondió entre risas—. Usé mis poderes para que me prestasen ropa y un techo bajo el que dormir. Cazaba en el bosque y me desahogaba con los animales que lo habitaban cuando perdía el control.
Hice un mohín.
—Fueron los peores cinco años de mi vida. No tenía con quién hablar, no supe dónde estabas hasta que despertaste, no entendía nada de tu mundo... Solo esperé a que aparecieras —continuó y soltó un suspiro—. Pero también me he llevado cosas buenas.
—¿Cómo cuáles?
—El olor a café recién hecho y una canción. Iba todas las mañanas a una taberna a disfrutar del aroma de un café caliente y a escuchar una melodía que siempre sonaba en el aire. Daría lo que fuera por volver a oírla...
—¿Te acuerdas de lo que decía?
—Algo de un pianista que cantaba los sueños de la gente en una taberna de mala muerte.
Estuve unos segundos pensando hasta que una canción en concreto me cruzó la mente.
—Piano man de Billy Joel, ¿tal vez?
—No lo sé. Prueba a cantármela.
—Ni de coña —negué con espanto.
—¡Vamos! Esa será mi condición para volver a ser amigos, que me cantes.
Respiré hondo y le miré por el rabillo del ojo con desdén.
—Está bien... —accedí—. Pero en otro momento.
—Quiero escucharla antes de morir, eh.
—No te vas a morir.
—¿Trato?
—Trato.
Cerramos nuestro pequeño tratado de paz con un apretón de manos que me arrebató una sonrisa, la cual intenté ocultar metiendo los labios en el interior de mi boca. Rem me observó durante varios segundos casi sin pestañear y mis mejillas enrojecieron. Deshice nuestro agarre y carraspeé la garganta algo nerviosa.
—¿Por qué me miras tanto?
—Tu piel no es como la de los demás Clades.
El corazón me dio un vuelco, me daba miedo que se burlara.
—Ya, nací con vitíligo.
—¿No te duele? —Pareció preocuparse.
—No, tranquilo, solo me hace ser un bicho raro.
Su silencio confirmó mis propias palabras, al menos hasta que...
—Me gustas.
—¿Cómo dices?
La saliva se me fue por mal sitio y estuve a punto de morir.
—Que me gustas —repitió—. Igual que me gusta el olor a tierra mojada, el aroma del café y ver bailar el fuego.
—Ah, en ese sentido.
Por un momento sentí alivio y luego una punzada en el pecho.
¿Qué me pasaba?
—¿Hay más de un sentido? —indagó.
—Sí.
—Pues me gustas en todos los sentidos.
Me quedé atónita, pero la neutralidad con la que lo decía... Rem no sabía de lo que hablaba ni lo que significaba eso, pero vi su forma de pensar muy bonita. Veía las cosas de manera diferente, desde otra perspectiva y me fascinaba.
—Rem, tienes una mente preciosa.
Parpadeó un par de veces y arqueó una ceja.
—¿No decías que mi forma de pensar apestaba?
—Lo retiro.
—Bien.
Las tripas de Rem rugieron.
Era hora de volver.
🔥
Después de comer y darme un baño, continué con las traducciones. Esa vez lo hice en mi habitación porque Erein se había encargado de cerrar la biblioteca gracias al extraño apetito de Mahína.
Había avanzado mucho y cada vez estaba más confundida. Los mestizos, esos que acabaron con la vida de los reyes como me contaron, ahora eran los protectores de estos dragones. Daban su vida ante cualquier peligro que atentase contra ellos para que Dracones pudiese persistir y no pudrirse.
Juntos eran los que mantenían a la Madre Tierra con vida.
—¡Gaia, se están volviendo salvajes! —gritó Mahína, sobresaltándome.
La Katpanu apareció en el umbral de la puerta con la respiración agitada y los ojos fuera de las órbitas. La histeria se había vuelto a apoderar de ella.
—¿Qué ocurre?
—¡El halcón!
—¿El halcón...? —Arrugué la nariz con extrañeza hasta que lo entendí—. ¡La carta!
Salté de la cama y corrimos hacia el salón, dónde nos encontramos a Lana tirándole objetos punzantes al ave blanca que descansaba sobre la cabeza de una de las estatuas. La loba tenía muy buena puntería y el halcón muy buenos reflejos.
Rem trepaba por el Airanis de piedra con el claro objetivo de atrapar al pájaro, pero el animal le vio las intenciones y voló al lado contrario. Y Calaham solo miraba la escena con pasividad mientras les decía:
—Estáis perdiendo el tiempo, solo obedece las órdenes de Erein.
—¡Necesito leer esa carta! —vociferó su hijo.
—Si no la hubieses espantado ahora tendrías la carta y la cena —espetó Lana.
—No puedes matarla, es el único medio de comunicación que tenemos con el resto de reinos —objetó Rem, enervado—. Disminuye tu índice de agresividad, anda.
Esos dos nunca se llevarían bien.
—Mira quien fue a hablar.
—¡Yo no soy agresivo!
—Para no serlo, ya has matado a...
—¡Voy a buscar a Erein! —intervine bajando los escalones.
Ambos pusieron sus ojos en mí y dejaron de pelearse. El Vator asintió conforme y la Katpanu trató de detenerme:
—¡Pero Erein dijo que no podíamos...!
—Es eso o que acaben matando al pajarraco.
Dicho aquello, me dirigí a Ventus Portus por el bonito sendero que atravesaba el bosque. Me pareció raro que Rem no se hubiese ofrecido a acompañarme por si su vida —más que la mía— corría peligro, pero no iba a ser yo quien se quejara. Ahora su prioridad era esa carta y a mí no me venía mal un poco de libertad.
Pronto vi los primeros edificios y las criaturas que deambulaban por las calles. Tomé todas las precauciones que pude y me mantuve lejos de los seres monstruosos para no cometer el mismo error del primer día.
En cuanto llegué al trabajo y al hogar de la tripulación de Erein, me adentré en la tienda que tenían en la planta baja. Llamé a al Airanis de plumas rojas y no obtuve respuesta, por lo que subí las escaleras con la esperanza de encontrarle en alguna de las demás plantas.
Todo estaba tan tranquilo que estuve a punto de darme por vencida, hasta que escuché jaleo al otro lado de una de las puertas. Me acerqué y alcé los nudillos para avisar de mi llegada, pero la conversación que estaban teniendo dentro me detuvo.
—Debemos de entregarles cuanto antes —dijo la voz de un hombre—. Si los Eternos se enteran de que le has estado dando cobijo, te matarán.
—Falco es el refugio de criaturas que huyen de los Eternos, ¿cómo podéis traicionar los principios por los que se fundó esta ciudad? —habló otra criatura—. Lo siento, pero yo no apoyo esto.
—Pues eres el único —se sumó uno más—. Por mucho que odiéis a los Eternos, tenéis que admitirlo, es mejor no tenerles de enemigos. Además, ¿sabéis lo que podríamos hacer con semejante recompensa?
—De verdad que no me creo que vayáis a poner en peligro la ubicación de Falco por delatar a ese mestizo y a su calamidad.
—Es lo que hay, ¿lo tomas o lo dejas?
—Lo dejo, es obvio.
—¡Tirémosle por el muelle!
—¡Basta! —Erein hizo acto de presencia—. Soltadle, nadie va a matar a nadie. ¿Queda claro?
El silencio reinó en el lugar y temía que mi respiración o los latidos de mi corazón me delataran. Estaba discutiendo si era buena idea entregarnos o no y solo había una persona en contra. Por desgracia, no era Erein.
—Sí, mi capitán... —respondieron todos los presentes al unísono.
—Bien. No podemos entregarles todavía —objetó Erein—. Hay que esperar a que la carta de Bonanza llegue aquí. Ellos serán nuestro billete de salida para entregarlos. Bajo ningún concepto dejaré que un Eterno ponga un solo pie en Falco. Cada cosa a su tiempo, no podemos precipitarnos. No hagáis ninguna tontería porque la recompensa que piden por ellos se verá afectada, ¿vale? No haréis nada hasta que yo os lo ordene y como vea que me desobedecéis, entonces sí que habrá alguien que saltará del muelle.
Tragué saliva y, con el miedo a flor de piel, retrocedí unos pasos. Tenía que contarle a los demás que habíamos caído en una trampa. Mi espalda chocó contra algo y unas manos me agarraron por los hombros, parándome el corazón.
—Veo que te gusta husmeaaaarrssss...
Una lengua fría se deslizó por mi oreja.
Era la mujer serpiente.
Holi, ya lo dije en la nota de «Tangente», pero lo digo por aquí también: ¡he salido del bloqueo! Así que nada, volvemos con las actualizaciones semanales. 🤗
¿Cómo habéis estado?
En este capítulo han pasado varias cosas, entre ellas, una traición. ¿Qué pensáis que trama Erein?
Ahora que han pillado a Gaia escuchando cosas que no debía, ¿qué va a pasar?
En el próximo capítulo sabremos más cositas al respecto, nos leemos pronto. 💚
Besooos.
Kiwii.
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