Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

🔥 Capítulo 33

A la mañana siguiente mi cuerpo amaneció sin dolor, agradecido por haber descansado sobre un colchón tan blandito y mullido. Estaba relleno de unas hojas lanudas de color morado muy suaves al tacto, algunas asomaban por los pequeños descosidos de la tela y me hacían cosquillas en la piel.

La ventana resquebrajada de mi dormitorio dejaba entrar voces lejanas que se entremezclaban con el ruido de la flora y la fauna. Me era imposible no pensar en los veranos que pasaba con mi familia en Saranac Lake, la melodía del bosque y su olor me transportaban allí durante unos segundos que disfruté como si no fuese un recuerdo ya muerto. Saber que no iba a volver a vivir esos momentos con mis seres queridos, me entristecía.

Ahora mi madre y mi hermana se encontrarían solas en Nueva York, sin noticias mías y con el peso de todos nuestros problemas sobre sus hombros. Y Alice se sentiría culpable por no haber podido cuidar mejor de mí, lo que hacía que ese mismo sentimiento se me atorase en el pecho hasta provocarme dolor.

Rem...

«Te odio».

Todo era culpa suya.

Me aparté las sábanas, me estiré a lo largo de la cama y obligué a mi mente a centrarse en otra cosa mientras me calzaba las botas: conejitos pequeñitos, blancos, meneando los bigotes y cubiertos de sangre por culpa de...

Era imposible.

—Buenos días. —La voz de Mahína se hizo presente en el lugar—. Erein me ha dicho que te suba esta ropa para que tengas qué ponerte después de bañarte.

—Gracias, Mah.

—Mah —repitió—. Me gusta.

Nos sonreímos con ternura y luego ella dejó las prendas sobre una silla cercana, tomándose el tiempo de doblarlas para que no se arrugasen más de la cuenta. Se trataba de una camiseta blanca holgada, unos pantalones marrones bombachos y unas manoletinas del mismo color.

Al tallarme los ojos y fijarme mejor en la Katpanu, me percaté de cierto detalle que hizo que mi entrecejo se arrugase: tenía una manzana clavada en uno de sus bonitos cuernos.

—¿Es una nueva moda? —pregunté.

—¿El qué?

Señalé su cabeza.

—Ah, tu mestizo me ha utilizado de diana para sus prácticas —murmuró quitándose la manzana—. Por suerte, Cal me dejó escapar... No sabía que me había dejado una puesta.

—¿Es que te ha puesto más?

—Una en cada cuerno.

Me enervé.

—Si te vuelve a molestar, dímelo —le pedí con la mandíbula tensa—. Le pondré firme en menos que canta un gallo.

«Capullo».

Me puse en pie y salí de la habitación con las tripas rugiendo. Tenía muchísima hambre por lo poco que había estado comiendo durante el viaje, ya habían pasado tres días desde la última vez que pude llenar mi estómago en condiciones. Recordar la cena que me preparó Ellie aquella noche me hacía la boca agua y pensar en que ya ni siquiera respiraba me mataba por dentro.

Retuve las lágrimas todo lo que me fue posible y bajé las escaleras que llevaban al salón principal. Necesitaba desayunar algo antes de bañarme si no quería desmayarme por el camino.

—Eh, corderito —dijo alguien a mi derecha—. Pásame eso.

Lana se encontraba sentada en una de las sillas situadas alrededor de la mesa que continuaba rebosando caos, con la pierna herida en alto y su dedo índice señalando cierto objeto punzante tirado en mitad de la estancia.

No sabía cómo había llegado su cuchillo allí y me daba un poco de miedo preguntarlo, porque ella no era tan torpe como para que un arma se le resbalara de las manos. Aun así, lo recogí del suelo y se lo entregué sin rechistar. La loba me dio las gracias y comenzó a juguetear con él, clavándolo en la superficie de la mesa una y otra vez hasta astillar la madera. A Erein no le iba a hacer ni pizca de gracia ver sus muebles agujereados, pero eso a Lana no parecía importarle.

—Se lo he tirado a Mahína cuando ha pasado por aquí —confesó mirándome de soslayo—. Iba con una manzana en un cuerno y quería ver si podía dar en el blanco.

—Fallaste.

—Por suerte para ella..., sí.

No me gustaba cómo trataban a la pobre Katpanu. Ella había cometido errores, como todos. No merecía tal trato.

—¿Qué haces aquí sola?

—El Vator no me deja levantar el trasero de la silla —respondió—. Dice que puedo hacerme más daño y bla, bla, bla...

Traté de no reírme. El rifirrafe que se traían esos dos me resultaba muy cómico y...

—¿Por qué razón embarcaste con nosotros? —quise saber, en un intento de recabar más información.

—Para salvaros el culo.

—Ya, pero ¿por qué?

Lanzó el cuchillo contra la mesa y lo desclavó haciendo otro boquete.

—El plumero ígneo está en la cocina —comentó con cierta saña, lo que confirmaba mis sospechas—. Vete a llenar el buche, va.

—Vale.

Con una sonrisa de oreja a oreja difícil de esconder, me di media vuelta y me dirigí a la cocina. Erein se encontraba allí, con las manos apoyadas en la encimera a rebosar de cubiertos sucios y la mirada puesta en la ventana que tenía enfrente, más concretamente, en su amigo mestizo y el mago Vator.

Ambos practicaban diferentes trucos de magia. Calaham llevaba un libro entre sus manos y le explicaba a su hijo los pasos a seguir mientras él lo intentaba, aunque no con muy buenos resultados. Rem, ya exhausto, no lograba hacerlos bien y Cal se estresaba tanto que acababa por alzarle la voz o palmearse la frente.

—Buenos días —le saludé.

El Airanis me miró.

—¡Hey! —exclamó sonriente—. ¿Qué quieres desayunar?

—Lo que sea que tengas.

—Pues marchando un poco de leche con un trocito de bizcocho de zanahoria.

Erein buscó cubiertos limpios entre todo el desorden que engullía la pequeña cocina, me preparó el desayuno en la esquinita de la mesa que en mejores condiciones se encontraba y me acercó un taburete para que me pudiera sentar a comer. Se lo agradecí con una sonrisa a pesar de lo antihigiénico que me parecía todo e hice lo propio.

La aprensión no me dejó satisfacer a mi estómago hasta que me aseguré de que el vaso de leche y el platito con el bizcocho no tenían indicio alguno de suciedad. Cuando di el primer bocado, un placentero gemido raspó mi garganta. Estaba riquísimo, daría lo que fuera para llevarme un kilo a Chaos y compartirlo con mi madre y mi hermana.

El Airanis rio ante mi repentino cambio de humor y se puso a recoger el caos que nos rodeaba, canturreando una canción en latín. Las puntas de sus destrozadas alas barrían el suelo cada vez que se movía y las plumas se le caían al mínimo soplo de aire fresco.

—¿Te duelen?

Me echó un vistazo por encima del hombro.

—Las alas —aclaré.

—A veces, con el frío y la lluvia.

—¿Puedo preguntarte... qué te pasó?

Erein abandonó su labor y se volvió hacia a mí muy despacio, mostrándome una sonrisa tan triste que enseguida hizo que me arrepintiera de haber indagado sobre el tema. Sus brazos se cruzaron a la altura de su pecho y su trasero se apoyó contra la encimera.

—Soy el capitán de una isla dónde antes se escondían los últimos mestizos —susurró con la voz rota—. Ñoro, mi mejor amigo, me vendió a los Eternos, dejó que me mutilaran, que me partieran cada hueso y me arrancaran cada pluma para que les diera la localización de Falco.

Me quedé petrificada.

—¿Sigue habiendo mestizos aquí?

—No —negó—. Huyeron cuando me atraparon.

—Tenían miedo de que les delataras.

—Sí.

—Pero no lo hiciste.

—¿Y de qué sirvió? —rio sin gracia—. Acabaron muriendo.

Hablaba con rabia y decepción en sus palabras, pero entendía cómo se sentía. Permitió que le torturasen para mantener a salvo a unas criaturas que escaparon por no confiar en él. Erein les había dado un hogar seguro y había perdido sus alas por ellos.

Me dio la espalda y centró su atención en la ventana.

—Rem podría ser ahora el único mestizo vivo del mundo, Gaia.

—Pues yo hay veces que lo mataría —admití.

«Y otras que me lo comería».

Carraspeé con la garganta.

«Basta, Gaia».

—¿Por qué?

—Porque me obligó a ayudarle —contesté con cierto resquemor—. Me trajo a Dracones en contra de mi voluntad y usó la hipnosis para que no pudiera abandonarle. Más tarde comprendí sus motivos, le perdoné y accedí a acompañarle porque me daba penita. Pero ahora que soy consciente del peligro al que me ha expuesto, estoy muy cabreada. Yo debería estar sacando a mi familia del barro, no aquí. Rem no es el único con problemas y tampoco el único que me necesita para solucionarlos. ¡Y me arrepiento de haber aceptado! —grité golpeando la mesa con las palmas abiertas—. ¡Le odio y a la vez no! Llevo una semana a su lado y... ¡Aaaaagh!

—Vaaaaaaale, ¿qué tal si nos tranquilizamos? No queremos provocarle más daño, ¿verdad que no?

Se puso detrás de mí y me agarró por los hombros para darme un suave masaje, deshaciendo la tensión que tenía acumulada en la zona.

—No me tientes... —murmuré.

—Tranquila. Rem no es mal chico, ¿por qué no le das una oportunidad?

Miré al mestizo a través del aguajero de la ventana y suspiré.

—Está bien.

🔥

Por la tarde fui a la biblioteca con la intención de ignorar a Rem el resto del día. Había estado buscándome desde la hora del desayuno, tratando de pasar tiempo a solas conmigo mientras yo corría en dirección contraria. No quería hablar con él hasta que mis emociones se estabilizasen porque, si volvía a sufrir por mi culpa, si lo mataba, no me lo perdonaría.

Llevaba cerca de cuatro horas traduciendo las páginas de un libro viejo que hablaba sobre las distintas razas y especies que habitaban en Dracones. Erein, aparte de tener libros de magia, hechicería, historia y entretenimiento, también tenía diccionarios con todos los idiomas del mundo, incluyendo el mío. Me lo había prestado antes de marcharse a trabajar a Ventus portus.

Mi nulo conocimiento en latín había hecho que las traducciones se basaran en una mala conjugación de los verbos y en varias palabras inventadas. No obstante, logré sacar en claro algunas oraciones que confirmaban todo lo que Calaham me había contado al llegar a Dracones y cierta información extra sobre los Eternos.

Su origen se remontaba a millones de años atrás. Eran estrellas, de esas que descansan en el cielo y solo se aprecian de noche. El descenso de estas al mundo terrenal se debía a un incumplimiento de las normas de su raza, condenado con el destierro y la confiscación de sus ojos.

Inmortales de gran poder con la capacidad de cumplir un solo deseo y arrebatarles la visión a terceros, aunque sin los dones que los originales les proveían.

«Expulsados del cielo».

Interesante.

Me puse en pie, recogí todos los libros que tenía esparcidos por la mesita y me acerqué a las estanterías para colocarlos dónde correspondían. Al devolver el último, un tomo de terciopelo granate captó mi atención. Sentía que me llamaba, así que lo saqué de su sitio y lo acaricié. En la cubierta se leía: «Hic sunt dracones».

Las letras comenzaron a descolocarse, a desvanecerse y reaparecer hasta formar la siguiente frase: «Aquí hay dragones».

—Ahora ya puedes leerlo sin necesidad de traducciones —dijo una voz masculina a mi vera.

Rem.

Iba vestido con ropa limpia, su cabello estaba mojado y olía a frutas del bosque, el aroma del jabón que utilizaba Erein.

—No estoy de humor, Rem —le advertí dejando el libro.

—Estás enfadada conmigo. ¿Qué he hecho esta vez? —inquirió con preocupación—. ¿Fue por la broma de ayer? No era mi intención molestarte. Bueno, sí. Esa era la intención, pero no iba a malas.

—No fue por eso.

—¿Entonces?

—No quiero discutir. Por favor, deja que se me pase.

—No —insistió—. Vamos, habla conmigo.

Avanzó hacia a mí y yo hice un esfuerzo sobrehumano para mantener mis emociones a raya. Me crucé de brazos y me humedecí los labios.

—Yo no debería estar aquí —murmuré con calma—. Me trajiste a la fuerza, me engañaste...

Frunció el ceño.

—Te pedí perdón —me recordó.

—Y yo te perdoné.

—No te estoy entendiendo.

Tragué saliva y aparté la mirada de él, reteniendo las lágrimas que peleaban por salir a la luz.

—Me alejaste de mi familia.

—Porque necesito tu ayuda.

—¡Ellos también me necesitan! —sollocé, notando los ojos y las mejillas húmedas—. Me has puesto en peligro, Rem. No puedo permitirme morir, no puedo abandonarles. Los problemas que tienen son por mi culpa. Qué digo... ¡Por la tuya! ¡Tú me dejaste en coma!

—Me condenaron, Gaia.

—Y tú me has condenado a mí.

—Mira... —Acortó la poca distancia que quedaba entre nosotros—. Lo siento mucho, pero yo no tengo la culpa de eso. Al menos, no toda.

Me di la vuelta y caminé lejos de él. Era consciente de que Rem no tenía toda la culpa, solo me estaba desahogando de malas maneras. Una vez que empezaba, no podía parar.

—Por favor, déjame sola.

—No —sentenció—. Creo que necesitas soltar todo eso que llevas dentro y los amigos están para...

—Tú y yo no somos amigos.

«Mierda».

Mi llanto cesó en el momento en el que me di cuenta de que la había cagado. Me volví hacia a él dispuesta a disculparme, pero ver cómo la decepción le desencajaba el rostro me formó tal nudo en la garganta, que no fui capaz de hablar. Su corazón latía adolorido.

—Vale —pronunció en voz baja—. ¿Pero sabes qué? Yo no soy el único egoísta aquí.

El mestizo me dio la espalda y caminó hacia la salida de la biblioteca.

—Rem, espera —le supliqué—. No lo he dicho en serio, lo he dicho sin pensar...

No me hizo caso y prosiguió con su camino hasta desaparecer de mi vista. Me restregué el rostro con frustración y me maldije internamente, porque Rem tenía razón en algo: los dos éramos egoístas. Solo pensábamos en nosotros mismos, en nuestro bien. Nadie podía culparnos por ello y yo acababa de hacerlo.

Un resplandor azul atravesó mi pecho sin previo aviso y un grito desgarrador penetró en mis oídos.

«Rem».

Presa del pánico, corrí en busca del mestizo con la cabeza inmersa en buenos pensamientos para frenar la maldición. En cuanto llegué a las escaleras, le vi retorciéndose de dolor en el salón. Calaham lo abrazaba y mecía contra su cuerpo en un intento de aliviar su agonía. Mahína se aproximaba a ellos en silencio y Lana los observaba sin saber qué hacer.

«No te odio».

«Para».

«Por favor».

No era yo.

Era la maldición.

Porque yo no estaba enfadada con él, estaba enfadada conmigo misma.

¡Holi! Hace mucho que no nos leemos por esta historia, ¿cómo estáis? ¿Habéis terminado las clases? A mí aún me quedan un par de semanas y dos recuperaciones. Deseadme suerte 🤞🏻

En el capítulo de hoy han pasado varias cosas importantes para la trama, una de ellas es el libro «Hic sunt dracones» que Gaia siente que le llama. ¿Teorías? 👀

¿Qué pensáis de Erein ahora que lo conocemos un poquito mejor?

Los Eternos son estrellas expulsadas del cielo, ¿os los imaginábais siendo otro tipo de criatura? 🌟

Y en general, ¿qué os ha parecido el capítulo?

En el próximo capítulo tendremos un momentazo #CALANA en el que conoceremos un poquito más a Cal y a Lana 🧙🏻‍♂️🐺

Nos leemos pronto 💚

Besooos.

Kiwii.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro