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🔥 Capítulo 31

Un movimiento lento y mecedor me despertó. Me fui incorporando poco a poco, sintiendo mi espalda y cuello adoloridos, otra vez, por haber dormido en una superficie dura y nada cómoda; las patatas de ese saco se me habían incrustado en las cervicales a mala leche.

Después de estirar un poco los músculos, eché un vistazo a mi alrededor. Calaham y Mahína seguían durmiendo plácidamente, el único que no lo hacía —y dudaba muchísimo que lo hubiese hecho en algún momento de la noche— era Rem. Él se encontraba de espaldas a mí, acuclillado a poca distancia de las escaleras que llevaban a cubierta y observándolas con un detenimiento que no supe comprender.

La luz del sol penetraba por los agujeros de la escotilla superior e iluminaba la espesa negrura que envolvía la estancia. Las sombras de los tripulantes que caminaban sobre nosotros se reflejaban en el suelo con diferentes formas, unas más humanas y otras más monstruosas. Tragué saliva. Era mejor no hacer ruido.

Con mucha cautela me levanté y rebusqué por los sacos de comida algo que llevarme a la boca. Algunos contenían alimentos de mi mundo y otros traían frutas y verduras que no había visto nunca. A pesar de la buena pinta que tenía la comida de Dracones, no quise arriesgarme y opté por desayunar lo que ya conocía: zanahorias.

Tomé una de ellas y le pegué un bocado que me hizo soltar un gemido de satisfacción. Me acerqué al mestizo mientras masticaba en silencio y me agaché a su lado. Ni siquiera me prestó atención, su mirada depredadora continuaba fija en los escalones.

—¿Cuánto hace que hemos salido de Pinnatus? —pregunté en un susurro.

—Poco más de dos horas —respondió sumido en su propia ausencia.

Al ver que no me iba a prestar mayor atención de la que ya me había dado, miré hacia aquello que tan encandilado le tenía: un pequeño gato blanco —de lo más bonito— con un cascabel dorado sujeto al lazo negro que llevaba atado en el cuello.

—Oh, pero que cosita más tierna —murmuré con el corazón derretido—. Ven, minino, minino, minino...

Estiré el brazo y moví los dedos hasta que el gatito se interesó por mí. Los músculos de Rem se tensaron.

—Gaia.

—¿Qué?

—Tengo hambre.

Pestañeé un par de veces y enseguida lo entendí.

—Ni se te ocurra —advertí.

—Me lo voy a comer.

—Quietecito.

Le amenacé con la zanahoria y él me dedicó una mueca de asco antes de tirármela de un manotazo. El mestizo se relamió los colmillos y se puso al acecho para cazar al pobre animalito que se lamía sus intimidades sin preocupaciones. No me lo pensé dos veces cuando salté a su espalda y tiré de su cuello hacia atrás en un intento de derribarlo. A diferencia de la vez anterior, tenía las pilas cargadas y me costaba retenerle. Un gruñido muy feo emergió de las profundidades de su garganta.

¡Por encima de mi cadáver!

No iba a permitir que despedazase al gatito.

Rem se quedó muy quieto, demasiado, y entonces supe lo que venía a continuación.

—No lo hagas —supliqué—. Por favor.

—Bá-ja-te.

—No.

Me aferré aún más a su cuerpo y él gruñó, rabioso. La temperatura de su cuerpo comenzó a ascender a niveles que pasaron de lo agradable a lo insoportable en menos de un segundo. Tuve que soltarme para no salir ardiendo, mi culo se estrelló contra el suelo.

«Au».

El felino saltó de las escaleras y huyó hacia la oscuridad del fondo con el mestizo pisándole las patitas. No pararía hasta tenerle entre sus fauces, pero yo tampoco me iba a dar por vencida. Me puse en pie y corrí directa a lo que se convertiría en una pelea poco pacífica entre un dragón hambriento y una calamidad hippie, no obstante, un hombre de aspecto humano bajó las escaleras a una velocidad de vértigo y me cortó el paso.

Un mago, quizás Vator.

Este se cruzó de brazos y acercó su rostro al mío, mostrándome su mellada dentadura en una sonrisa espantosa que dejaba en libertad su mal aliento. Retrocedí un paso con el miedo recorriéndome las venas.

—Se os acabó el viaje, ratas de bodega —canturreó con diversión.

Dos Vatores más llegaros detrás del primero y se aproximaron a Calaham y a Mahína, los despertaron de muy malas formas. El mago mellado me agarró por los brazos y me obligó a subir a cubierta entre empujones. Los chillidos histéricos de la Katpanu y los intentos fallidos de Cal para dialogar llenaban mis oídos.

La tripulación nos esperaba en cubierta con unas expresiones faciales que avisaban de sus malas pulgas. Eran fuertes, imponentes, y parecían haber estado aguardando el momento oportuno para sacarnos de nuestro escondite desde que subimos sin permiso al navío.

Nuestros captores nos pusieron enfrente del capitán, el joven Airanis rubio y de rostro angelical que nos observaba con neutralidad. Instintivamente miré a Mahína, seguro que no había dudado ni un segundo en meterse en su cabeza y sabía lo que nos esperaba. Su cuerpecito temblaba como gelatina y eso no presagiaba nada bueno.

—Con que tres polizones en mi barco —comentó el Airanis—. ¿Qué hacíais ahí abajo?

Fruncí el ceño. ¿Tres polizones? Busqué lo más disimuladamente posible a Rem, pero no lo vi por ninguna parte. Había pasado desapercibido por haberse ido tras el bendito gato.

—Necesitamos llegar hasta Falco —habló Calaham—. Es cuestión de vida o muerte.

—Pues es una pena que no vayáis a llegar. —Chasqueó la lengua—. No me gustan nada los polizones. Así que vais a tener que pasear la tabla. Rezad para que vuestros cuerpos aterricen en agua.

Los tripulantes obedecieron las órdenes de su capitán y se movieron con eficacia para poner a punto esa famosa tabla que ya había visto en varias películas de piratas, aunque en ellas tenías una mínima posibilidad de salir con vida. Nosotros nos veríamos inmersos en una caída libre sin paracaídas y acabaríamos hechos papilla en el momento en el que tocásemos alguna superficie, fuese líquida o sólida. Moriríamos igual.

Mahína entró en pánico y su habilidad para mimetizarse se estropeó, pues era lo más parecido al intermitente de un coche. Desaparecía y aparecía sin cesar. Justo antes de que empezaran a tirarnos por la borda uno a uno, una nueva presencia en cubierta captó la atención de la tripulación.

Rem.

El mestizo masticaba algo y analizaba el entorno con apatía, como si nada le importase lo suficiente para interrumpir su tentempié. El cráneo limpio que portaba entre sus manos me dejaron muy claro lo que acababa de comerse: el gatito. Había dejado los huesecitos como los chorros del oro.

Una arcada me cruzó el estómago.

—¡Misifú! —gritó uno de los grumetes con espanto.

Rem miró el cráneo y luego al minotauro que había mentado el nombre del animal. Todos los presentes le apuntaron con las armas de fuego que tenían enfundadas en las cinturillas de sus pantalones para que no se moviese y él, pese a la amenaza, caminó hacia la criatura que lagrimeaba desconsolada. El chico le entregó los restos de su peludo amiguito y luego le enseñó la palma de su mano para pedirle que esperase mientras que con la otra se hurgaba dentro de la boca. Unos segundos más tarde se sacó el pequeño cascabel, se lo dio y musitó sin ningún tipo de compasión:

—En paz descanse.

«Será bruto...».

—¿Y vos quién sois? —quiso saber el capitán.

A Rem no le dio tiempo a contestar, otro miembro de la tripulación intervino.

—¡Bajad las armas, es el mestizo! —pidió atemorizado—. Tened mi capitán. Mirad.

En cuanto las bajaron, el hombre le entregó el cartel de busca y captura en el que se encontraba dibujado el rostro del mestizo al que yo estaba ligada. El Airanis lo revisó, examinando al muchacho para asegurarse de que era él y no alguien que se le pareciese.

—Volved a apuntarle —ordenó, haciendo que su gente acatara el mandato sin rechistar—. Quiero que encerréis al defecto y a su calamidad, que supongo que seréis vos, en los calabozos. —Me señaló con el pergamino—. Se los entregaremos a los Eternos. El melenitas y la cabra tienen permiso para abandonar el barco... ahora mismo.

Los Vatores empujaron a Calaham y a Mahína hacia la tabla para hacerles saltar del barco. Traté de impedirlo zafándome del agarre de mi captor, pero él era mucho más fuerte que yo y apenas pude retorcerme entre sus manos.

Incluso a Rem, que lo único que quería era ayudar a su padre, le fue imposible deshacerse de la influencia mágica del mago que lo obligaba a permanecer quieto. Sus rasgos faciales se habían endurecido y tenía miedo de que su dragón despertase porque, si eso sucedía, ninguno saldríamos con vida de aquel navío.

Grité, pataleé y supliqué para que dejaran a mis amigos en paz, en vano. Iban a subir a la Katpanu a la tabla de madera hasta que un ruido brusco los detuvo. La tapa de un barril voló por los aires hecha añicos y un cuerpo fuerte y femenino asomó de su interior.

Lana.

—Hay que ver lo mal que se duerme aquí dentro —se quejó ella, crujiéndose el cuello y la espalda.

—¿Qué hacías ahí? —cuestioné con sorpresa.

—Ese plumero rubito os vio subir al barco. —Señaló al capitán y salió por completo de su escondrijo—. Así que estoy aquí para sacaros del lío.

—¿Y cómo pretendéis hacerlo si estáis rodeada? —intervino el Airanis con mofa.

—¡Buena pregunta!

Lana se despojó de todo su armamento y se llevó las miradas lujuriosas de la tripulación en cuanto empezó a quitarse la ropa. Se desnudó muy despacio mientras le dedicaba sonrisas coquetas a todo aquel que se le caía la baba con su striptease. Disfrutaban del espectáculo tanto como yo, aunque no por el mismo motivo. Ellos gozaban viendo a una mujer desnudarse y yo por lo que iba a suceder a continuación.

Calaham rodó los ojos y maldijo algo en latín al darse cuenta de lo que pretendía, supuse que su molestia se debía al asunto de su pierna herida. Lo primero que le había dicho al despedirse de ella fue que ni se le pasase por la cabeza cambiar de forma, ¿y qué iba a hacer la señorita? Oh, sí. Transformarse en una loba gigante.

El capitán sonrió de medio lado y la mujer le guiñó un ojo antes de llevar a cabo su transformación. De un salto, su cuerpo se vio envuelto en un cambio bestial que logró hacer retroceder a todas las criaturas que temblaban presas del pánico. Esperaba no verlos pelearse porque eso significaría ver más sangre y dolor.

Aprovechando la distracción, Rem desenvainó su espada y se aproximó con ella en alto hacia el Airanis. El filo quedó al ras de su cuello y barbilla. Los tripulantes volvieron a apuntar al mestizo con sus armas para que no se le ocurriese, por nada del mundo, rebanarle el cuello a su preciado líder.

—Suelta a mi padre —ordenó con rudeza—. No querrás que me enfade, ¿no?

El Airanis rio sin gracia y chasqueó los dedos, liberando a Calaham de la magia y de las manos del Vator.

—¡Y yo qué! —chilló Mahína con los nervios a flor de piel.

La Katpanu fue ignorada y callada por el mago que tenía al lado. Cal caminó hacia el capitán, acercó su rostro al de él con una amenaza brillándole en los iris y le dijo:

—Tenemos que llegar a Falco, así que nos dejaréis subir al barco pirata.

—¿Y si no? —rio el joven—. No sois el único Vator aquí, estáis en desventaja.

Se hizo un silencio sepulcral en el que solo tuvieron protagonismo las miradas cargadas de rabia de mis compañeros, las de triunfo del capitán y la tripulación y los gruñidos de Lana. Tragué saliva e hice mi mayor esfuerzo para poder mantenerme serena, pero estaba muy asustada. Aquello acabaría de una forma y no era la mejor de todas.

Estuve a nada de aceptar nuestro fatídico destino hasta que unos ganchos amarrados a unas cuerdas se clavaron en la estructura del navío, sobresaltándonos. Un barco, un poco más grande que el de los comerciantes, se aproximaba a nosotros con lentitud. Eran los Piratas del aire y no sabía si eso mejoraría o empeoraría la situación.

Un Airanis de cabello y alas rojizas aterrizó en nuestra cubierta con semblante alegre. Era un muchacho joven, de unos veintipocos. Su piel clara estaba cubierta de pecas del color de las zanahorias y tenía su larga cabellera lisa atada en una coleta baja que le llegaba a la mitad de la espalda. Sus ojos portaban el color de un bonito cielo despejado y las plumas que cubrían su estructura aérea eran un desastre; todas rotas, desordenadas y torcidas.

Iba medio desnudo. Vestía unos pantalones bombachos de un azul oscuro y una especie de cinturón que cruzaba su torso en diagonal, donde guardaba algún que otro objeto punzante. Complexión delgada y músculos definidos, orejas puntiagudas y sonrisa radiante. Era hermoso.

Giró sobre sí mismo, contemplando su alrededor con confusión.

—¿Qué pasa aquí, Ñoro? —preguntó el pelirrojo dirigiéndose al capitán—. ¿Ya se te han amotinado? Te dije que tu paga era una reverenda mier...

—Son polizones —le interrumpió él—. Querían llegar a Falco, pero estaba a nada de hacerles pasear por la tabla. ¿Te quedas a ver el espectáculo, Erein?

—Sí, bueno. No tengo nada mejor que hacer mientras suben la mercancía a mi barco. —Se encogió de hombros y miró a su tripulación—. ¡Chicos, tenéis trabajo! Venga, vamos, vamos. Que no os pago por mirar.

Su gente obedeció, saltaron de un navío a otro y se pusieron manos a la obra con la ayuda de los grumetes de Ñoro.

—¿Erein? —inquirió Rem, pero el dueño de aquel nombre le ignoró.

—Ah, este es el mestizo que tanto buscan —le explicó Ñoro apartando de un manotazo la espada de Rem—. Pensaba entregárselo a los Eternos junto con su Clades. Puedo compartir la recompensa contigo, ten. —Le entregó el cartel de busca y captura.

—No sabía nada.

—En Falco estáis tan aislados que no sabéis lo que pasa con el resto del mundo.

—Ya, pero tiene sus ventajas. —Le dio un meneo al pergamino y le echó una ojeada, su entrecejo se acentuó—. Rem... ¿Rem? —Alzó la vista y miró al mestizo—. ¿¡Eres Rem!? ¡No me digas! No te había reconocido, colegui.

Aquel Airanis se abalanzó sobre el mestizo y le dio un fuerte abrazo que él correspondió de la misma forma. Sus dedos soltaron la espada y se aferraron a la espalda desnuda del pelirrojo con una emoción palpable.

¿Eso quería decir que estábamos a salvo?

—Yo tampoco te había reconocido a la primera —confesó Rem—. Con plumas pareces otro.

El chico se separó.

—Ja-ja, muy gracioso.

—Espera, ¿os conocéis? —quiso saber Ñoro sin dar crédito a lo que veía.

—Por supuesto —confirmó Erein rodándole los hombros al mestizo—. Es mi amigo.

Sí, estábamos a salvo.

Rem abrió los ojos de par en par al escuchar aquella definición y miró al chico con ojos vidriosos. Recordaba cuando me dijo que nunca había tenido amigos y la escena me enterneció el corazón.

—Hay que entregarlo a los Eternos.

—Yo creo que no. —Negó con la cabeza y mostró su blanca dentadura en una sonrisa amplia—. Él y sus compañeros de viaje se vienen conmigo.

Ñoro se cabreó.

—Y una mierda. ¿Y yo que saco a cambio?

—Pues... no te meteré ningún bombazo.

—Venga ya, Erein.

—Siempre llevo los cañones a punto por si acaso, puedes asomarte y comprobarlo por ti mismo —ofreció con gracia.

Ñoro, con el rostro descompuesto, se aproximó a babor y echó un vistazo a los cañones. El nudo que se le formó en la garganta al corroborar las palabras del pirata fue notorio. Erein ordenó que nos soltaran, mandato que no obedecieron hasta que su capitán, con un leve movimiento de cabeza, les dio permiso para hacerlo.

Una vez libres, Mahína y yo nos reunimos con el resto. Erein dio un paso al frente y se sacó de uno de los bolsillos de sus pantalones un saquito de cuero en el que sonaban monedas chocar.

—Eres rastrero y despreciable —espetó Ñoro.

—Soy un pirata, ¿qué esperabas?

—Mínimo un poco de respeto y confianza, después de todo. ¿No crees?

—¿El que tú no tuviste conmigo? Perdiste mi confianza hace mucho, solo he mantenido el contacto contigo porque podías proveerme de víveres para Falco. Aquí tienes el pago por la mercancía. Un placer hacer negocios contigo... —le presionó el saquito contra el pecho—. Vosotros, venid conmigo.

Cal recogió las pertenencias de Lana del suelo y sin rechistar cruzamos el tablón de madera que nos llevaba al barco de los piratas. En la cubierta, la tripulación de Erein iba de un lado a otro subiendo y guardando la mercancía, todos trabajaban excepto una criatura que prefería vigilarnos. Se trataba de una mujer con cuerpo de serpiente de caderas para abajo, con la piel verde, el pelo negro y los ojos amarillos, como dos luces de luciérnaga. Tenía las pupilas rasgadas y afiladas y una lengua bípeda.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, me daba muy mala espina.

Entramos en el camarote del capitán, Erein cerró la puerta a su espalda y se quedó delante de nosotros de brazos cruzados. Su atención se puso en Rem y esperó a que este le diera una explicación.

—La última noticia que tuve de ti fue que te condenaron y desterraron de Dracones —informó el Airanis—. ¿Qué haces aquí? Sabías que si volvías tu cabeza tendría precio, ¿no?

—Sí —confirmó él—. Pero necesito tu ayuda.

—¿Para?

—Para llegar a la sede de los Eternos —intervino Calaham.

—¿Por qué queréis llegar allí?

—Hice un trato con Tharely. Si llegamos a su castillo junto con su calamidad, le quitará la maldición.

—¿Y la creíste? ¡Por favor! Estamos hablando de Tharely.

—Firmamos un contrato, no tenemos nada que perder.

—¿Un contrato? Eso cambia las cosas —admitió Erein—. ¿Y qué queréis exactamente?

—Tu barco —contestó Rem.

—Oh, pues hay un pequeño problema —siseó—. En Falco hay normas muy estrictas sobre las salidas y entradas de los navíos. Solo partimos una vez al mes para evitar que encuentren la isla, por lo que en el momento en el que pisemos Ventus portus..., nadie saldrá hasta nuevo aviso.

Todos nos quedamos petrificados y Rem jadeó al borde de la desesperación. La maldición se extendía muy rápido por su cuerpo, no estaba segura de que pudiera aguantar hasta que saliera el próximo barco.

—No tengo tanto tiempo, Erein —declaró el mestizo.

—¿Cuánto te cubre ya?

Rem se despojó de la capa, la chaqueta y la camiseta para que pudiera comprobar por sí mismo cuantos centímetros de piel había ocultado ya esa mancha morada.

Mucha piel, demasiada.

—Si esperamos un mes, mi hijo morirá —aseguró Calaham con dolor en sus palabras.

Erein cogió una bocanada de aire y la fue expulsando mientras pensaba en algo. La frustración se iba apoderando de él a cada segundo que pasaba. Se llevó las manos a la cara y se la restregó con fuerza.

—Tengo... contactos en Bonanza —expuso al cabo de unos instantes—. Es posible que puedan sernos de ayuda. Por el momento, os alojaréis en mi casa. Allí no correréis ningún peligro. Bueno, excepto vuestra mascota. —Señaló a Lana, quien seguía convertida en lobo—. La piel de animal, sobre todo la de los lobos, se vende muy bien.

La loba empezó a cambiar a su forma humana y, en apenas unos segundos, se mostró desnuda ante nosotros de nuevo. Erein se quedó boquiabierto y no se cortó ni un solo pelo en dedicarle un silbido de aprobación.

—Sé cuidarme yo sola —indicó ella cogiendo su ropa de entre los brazos del Vator.

Un mal paso le provocó un insufrible dolor en la pierna herida y Cal tuvo que sujetarla para que no se cayera al suelo. Lana le reprendió con un gruñido y un empujón. El padre de Rem rodó los ojos y suspiró cansado de la actitud de aquella mujer.

—¿Queréis algo de comer? —inquirió Erein dando una palmada al aire—. El camino a Falco será largo y seguro que tenéis hambre.

Todos, menos el mestizo que ya se había zampado a un gatito, asentimos con el hambre rugiendo en nuestras barrigas. Antes de que el muchacho se escabullera por la puerta, le frené.

—Ni carne ni pescado para mí, por favor —pedí con vergüenza.

Él parpadeó un par de veces y luego me sonrió de oreja a oreja con amabilidad.

—Oído cocina.

¡Holi! Siento no haber actualizado la semana pasada, se me acumularon muchas cosas y me acabé agobiando con las correcciones. Pero creo que ha valido la pena, porque el capítulo es bien largo y encima es mi favorito 🤓

¿Cómo estáis? ¿Qué tal vuestra semana?

Han pasado muuuuuchas cosas en este capítulo, ¿qué os ha parecido?

Lana ha regresado para salvarles el pellejo a nuestros monstruitos, eso significa que habrá más contenido de... CALANA 🧙🏻‍♂️🐺

¿Qué pensáis de Ñoro? ¿Y de Erein?

¿Y qué hay de la muner serpiente que miraba tanto a nuestros monstruitos?

F por Misifú... 🐱

En el próximo capítulo veremos un poco de Falco y a una Gaia enfadada con Rem. Sí, otra vez. Bendita cascarrabias 👀

Besooos.

Kiwii.

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