🔥 Capítulo 26
Argentum se iba haciendo más pequeña conforme nos alejábamos. La velocidad hacía que el viento alborotase mi pelo y pegase algunos mechones en las comisuras de mis labios. Me aferré con fuerza al cuello de Rem, notando el pulso de sus arterias palpitarme en los brazos con agresividad. Su corazón latía de forma insana, iba muy rápido y temía que le diera un infarto.
Era consciente de lo mucho que le había costado dejar atrás a su padre porque lo único que quería era quedarse y luchar a su lado. Nunca había sentido el miedo reflejado en su ritmo cardiaco hasta ahora, lo que me decía que el control que tenía sobre este se comprometía cuando Calaham se encontraba en peligro y él no estaba cerca. No poder ayudarle le mataba.
Me atreví a mirar al frente. Rem nos conducía hacia unas montañas gigantescas que se alargaban varios kilómetros hacia la derecha, pronto estaríamos a salvo. O eso creía.
Sus pies tropezaron entre sí y estuvimos a punto de caer.
—¡Rem! —chillé.
Soltó un gruñido y siguió corriendo.
El agotamiento ya empezaba a hacerse presente en su cuerpo. El agarre de su mano en mi cintura se aflojaba a cada segundo que pasaba, su respiración se hacía más pesada y la presión de su mandíbula más fuerte. No tardaría en colapsar.
—¡Hay una mina allí arriba! —avisó Mahína.
—¡Agarraos! —gritó el mestizo.
En cuanto estuvimos cerca de la pared rocosa de la montaña y él se agachó para tomar impulso, le obedecí. Usó sus últimas fuerzas en un salto que me hizo sentir como si volara, mis tripas levitaron durante unos segundos y por un instante creí que las vomitaría. Nunca había sido fan de las montañas rusas y aquello era como estar en una.
Mahína se dejó la garganta en el ascenso, se quedó callada al aterrizar en un saliente y retomó su agonía en el segundo brinco. Una vez que el mestizo pisó tierra de nuevo, se estrelló contra el suelo. Por suerte su cuerpo me amortiguó el golpe porque quedé justo encima de él.
Apoyé las palmas a ambos lados de su cabeza y me incorporé, pudiendo tener una vista completa de su rostro; estaba exhausto. Su nariz sangraba, sus párpados se cerraban a pesar del esfuerzo que hacía para mantenerlos abiertos y el vaivén de su pecho era alarmante. Apenas respiraba.
«No, no, no, no».
—Rem, vamos, mírame... —susurré acariciando sus mejillas.
Nada.
La Katpanu se levantó y corrió hacia la cueva que teníamos a nuestra vera. La examinó antes de entrar y después de darle el visto bueno, me hizo un gesto para que entrase. Me puse en pie con prisa, agarré al mestizo por las axilas y le arrastré dentro de la mina mientras que su boca murmuraba cosas ilegibles.
—Joder... —mascullé—. ¿Pero tú qué comes?
Pesaba demasiado.
Mis talones resbalaron hacia adelante y mi culo colisionó contra el suelo, provocándome un dolor punzante en la rabadilla. Al menos Rem no sufrió más daño del ya recibido, su cabeza y espalda reposaron sobre mis piernas. Traté de acomodarle, pero él peleaba por deshacerse de mí. No entendía muy bien por qué.
—¿Qué haces?
No recibí respuesta.
Él se levantó entre tambaleos y yo me vi obligada a imitarle.
—¿A dónde te crees que vas? —cuestioné aferrando mis dedos a su muñeca.
—Mi... pa...dre.
Sus rodillas fallaron y volvió a precipitarse, aunque pude atraparle antes de que cayese contra los escombros que había esparcidos por el lugar. El mestizo, lejos de querer estarse quieto, se reincorporó y de un empujón me alejó de él.
«Y una mierda».
Pasé los brazos por debajo de los suyos y entrelacé mis manos sobre su pecho, apresándole contra mí.
—Suéltame... —ordenó.
—¿Estás loco? No tienes fuerzas.
—Maldita sea, Clades...
El muy bestia intentó apartarme de nuevo sacando fuerzas de donde no las había, hasta una brizna de aire podría derribarle en su estado. Con la intención de dificultarle aún más la tarea, di un pequeño salto y enlacé las piernas alrededor de sus caderas; no se libraría de mí tan fácilmente. Le escuché maldecir en latín.
Rem dejó de pelear y se quedó estático. Aquello me confundió un poco, así que me permití bajar la guardia para averiguar lo que tramaba esa cabecita suya. En apenas unos segundos su cuerpo comenzó a calentarse y sus dibujos tribales emitieron su característico color rojizo, hasta el punto de chamuscar su ropa.
—¡Eh! —me quejé—. ¡Me estás quemando!
Mi advertencia le sirvió de incentivo para aumentar la temperatura.
«Pedazo de...»
No lo soporté más y brinqué lejos de él. Rem no perdió el tiempo y avanzó hacia la salida de la cueva tambaleándose de un lado a otro como si estuviese borracho. No iba a darse por vencido, ese tío era muchísimo más cabezota que yo. Y ya era decir.
—Si utiliza sus poderes estando al límite su corazón puede explotar —informó Mahína—. Morirá.
Me hirvió la sangre. ¿Cómo podía ser tan irresponsable y luego desesperarse cuando estaba al borde de la muerte? Menudo idiota...
Descargué mi rabia en un pisotón y comencé a buscar algo con lo que poder detenerle. En una esquina divisé un tablón de madera que se habría descolgado de la estructura que tenía la mina para soportar el peso del techo, así que me encaminé hacia allí, lo empuñé entre mis manos y me acerqué al monstruito.
—¡Eh, Rem! —le llamé.
Él se dio la vuelta un tanto desubicado y yo no dudé en estamparle el tablón en la cabeza, dejándole inconsciente; ahora ya no daría más problemas. Me soplé el pelo que me estorbaba en la cara y tiré la tabla de madera por ahí.
—Yo he venido aquí a salvarte la vida, no a hacerte de niñera —espeté.
—Yo que tú tendría mucho cuidado de no hacerle tener otro ataque —agregó la Katpanu—. En las condiciones en las que está también le puedes matar.
—¡Ah, genial!
La situación era más complicada de lo que pensaba. Podía controlar mis emociones y evitarle un ataque, pero si la maldición decidía propagarse por sí sola, no podría hacer nada. ¿Por qué narices tenía que llegar siempre al límite? ¡Me ponía de los nervios...!
Solté un gruñido cargado de frustración y me dispuse a meterle de nuevo a la cueva; al menos estaría dormido un buen rato y dejaría de hacer tonterías. Acabé agotada de tirar de su cuerpo, no obstante, lo conseguí. Me senté en el suelo y recosté su cabeza sobre mis muslos para que pudiera estar más cómodo.
Mahína nos observaba con neutralidad. No comprendía por qué razón me había advertido sobre los peligros que corría Rem cuando ella era una de las primeras que quería verle muerto, pero se lo agradecía. De no ser por ella, hubiese acabado matándolo de un modo u otro.
—Solo pretendía ser amable, su vida me sigue importando poco —aclaró.
—Él no te ha hecho nada para que tengas esa actitud.
—Mató a un Eterno.
Volvíamos a lo mismo.
—Pues esos Eternos a los que tanto adoras han dado la orden de matarte —comenté.
—Menuda estupidez.
—¿Por qué sino iban a querer dispararte los guardias?
—Porque se piensan que los he traicionado. Y todo porque vosotros me retenéis en contra de mi voluntad —explicó—. Ellos saben que les guardo lealtad, confían en mí.
—Si confiasen en ti te habrían dado el beneficio de la duda, ¿no crees? —Alcé las cejas—. Y déjame que te diga que, ahora mismo, no estás siendo retenida. Yo estoy aquí con Rem y tú ahí. ¿Por qué no te marchas?
—Pues porque tengo esto. —Agarró el cordel y me lo mostró.
—Nadie lo está sujetando.
Ella abrió la boca para lanzar una objeción, pero ni una sola palabra salió de sus adentros. No tenía con qué rebatirme.
—Dime, ¿por qué no te vas? —insistí—. ¿Es que en el fondo sabes que los Eternos no son tan benévolos y que te matarán sin darte tiempo a explicarte?
—¿Cómo te atreves siquiera a suponer algo así? Ellos son buenos.
—No estoy suponiendo nada, solo te pregunto. —Me encogí de hombros—. Vete, eres libre.
Mahína hinchó su pecho, se levantó y desapareció de mi vista.
Yo, en cambio, la dejé marchar y puse toda mi atención en Rem. Le había hecho una pequeña herida en la sien al golpearle y me sentía mal. Al pasar el pulgar por la superficie le encendí la piel y la sangre. Me quedé maravillada viendo como las chispas rojizas y anaranjadas nadaban en las gotas que manchaban mi dedo.
Era hermoso.
Él era hermoso.
Estuve embobada un buen rato hasta que un ruido me sacó de mi ensoñación. La mujer Katpanu regresaba de brazos cruzados y con cara de pocos amigos; se había arrepentido. Ella volvió a sentarse contra la pared en la que se encontraba antes y comenzó a mordisquear la correa plateada que la mantenía presa. Arqueé una ceja.
—Me matarán —confesó en un murmullo—. Las traiciones están penadas con la muerte y no hay ningún tipo de juicio. La decisión de los Eternos es la única que importa a la hora de dictar sentencia.
—¿Por qué les defiendes entonces?
—Son mi familia —suspiró, abatida—. Me acogieron cuando un grupo de defectos acabaron con parte de mi poblado, llevándose la vida de mis seres queridos. Yo era una niña. Tharely me encontró acurrucada contra el cuerpo de mi mamá, me arropó con su capa y me trató como a una hija... —Se le quebró la voz y las lágrimas amenazaban con salir—. La única forma que tengo de agradecérselo es apoyando cada decisión que ella o sus hermanos tomen. Con el tiempo aprendí a estar de acuerdo con ellos.
—Nunca dejes que nadie, por mucho cariño que le tengas, mancille tu mente y tus principios —aconsejé—. Una persona que ya no piensa por sí sola, es una persona que ha dejado de existir. Recréate, Mahína. No es tarde.
La mujer me mostró un indicio de sonrisa y continuó jugueteando con su collar encantado a la vez que las lágrimas llenaban sus mejillas. Mis ojos se pusieron de nuevo en el rostro de Rem y me fue casi imposible no acariciarlo para poder admirar el brillo que seguía el recorrido que yo misma creaba con un simple roce. Transmitía una paz extraña.
—¿Sabes que detesta las cosquillas? —me dijo la Katpanu—. Si estuviese despierto te arrancaría el dedo de un bocado.
—¿Cómo sabes eso? —Fruncí el ceño.
Con el gesto de su mano señalando su cabeza respondió mi pregunta. Era capaz de leer la mente, era obvio que podía saber muchas cosas de las personas con tan solo meterse entre sus neuronas, hurgando en recuerdos casi olvidados y pensamientos más profundos.
Tragué saliva y me retracté, abandonando la cálida y luminosa piel del mestizo. No quería que me arrancase la mano entera de un mordisco si llegaba a despertarse en el momento menos esperado.
Me recosté en la pared que tenía detrás, respiré hondo y crucé los brazos sobre mi pecho. Miré la entrada de la mina y esperé ansiosa a que el resto de nuestro reducido grupo apareciese. Aunque sabía que era probable que nunca volviesen.
¡Holi! ¿Cómo estáis? Espero que bien. 🥰
Aunque Rem se haya llevado el madrazo de su vida, ¿qué os ha parecido el capítulo?
Mahína nos ha revelado una parte de su pasado, explica su odio hacia los mestizos y su amor incondicional a los Eternos, ¿qué pensáis al respecto? 👀
En el próximo capítulo tendremos a un Rem despierto y muy enfadado por el golpe que le ha dado Gaia, ¿despertará su dragón interior y se la comerá?
¿Cal y Lana regresarán con vida? ¿O solo uno de ellos dos habrá podido escapar? Uhmmm... 🤔
Os estaré leyendo. 💚
Besooos.
Kiwii.
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