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🔥 Capítulo 25

Tomé el picaporte de la puerta con miedo y abrí muy despacio, hasta que apareció ante mí un lobo enorme con elementos de la naturaleza decorando su piel; pertenecía a la manada de Lana. El animal gruñía sin parar y olfateaba el lugar en busca de algo. Su hocico vibraba y se fruncía, sus dientes relucían bajo el resplandor de la luna, la babilla se le caía al suelo y sus ojos brillaban por la ausencia de iris y pupila, eran blancos.

Algo no iba bien.

La mano de Rem aprisionó la mía contra el picaporte desde atrás y me obligó a cerrar de nuevo antes de que el lobo me viese, pero fue demasiado tarde. Sus ojos nos captaron y un rugido voraz raspó su garganta antes de abalanzarse sobre nosotros. La madera de la puerta se resquebrajó por el impacto y el mestizo tuvo que usar su cuerpo como soporte para impedirle entrar.

—Tráeme el cuchillo —me pidió señalando una silla cercana.

«No, otra vez no...»

Me dirigí hacia allí entre lamentos, cogí la daga y la observé muy reacia durante unos segundos. No quería volver a saber nada de ningún arma, no me gustaba tenerlas cerca, tocarlas y mucho menos tener que usarlas.

—¡Gaia!

La voz de Rem me sacó de mis pensamientos; cada vez le costaba más trabajo soportar la fuerza con la que le embestía aquel depredador. Tras respirar hondo, corrí hacia a él, le entregué lo que me había pedido y después me alejé unos pasos. Sabía lo que iba a hacer, no lo apoyaba, no quería verlo.

—Lo siento —se disculpó mirándome con pena—. Date la vuelta, no mires.

Obedecí y me di la vuelta. Ya había estado envuelta en cadáveres de animales, no quería tener que ver cómo mataban a un lobo por muchas ganas que este tuviese de quitarnos la vida a zarpazos y mordiscos.

Apreté los párpados y los labios al escuchar el filo del cuchillo adentrarse en la piel del animal una y otra vez. El gimoteo que profería me ponía la carne de gallina y yo solo quería echarme a llorar como una niña pequeña. En cuanto escuché algo desplomarse en el suelo supe que su sufrimiento ya había acabado, así que me fui girando hasta que vi su cuerpo sin vida y ensangrentado tirado en el suelo.

Rem tenía la respiración agitada y el cuchillo cubierto de sangre, así como el mango del mismo y parte de la mano que lo empuñaba. Me extendió su mano libre y yo se la tomé algo dudosa mientras me aseguraba de que estuviese limpia.

No tocaría sangre ajena de nuevo.

El mestizo pasó al lobo por encima y luego me ayudó a saltarlo pegando un pequeño tirón de mí que me hizo caer contra su pecho. Temblé al sentir un escalofrío alojarse en mi espina dorsal y brinqué ante el ruido que hizo Lana al salir de su cuarto; estaba descolocada y ausente. Nos dedicó una mirada llorosa y fría cuando vio al lobo muerto a sus pies, mas no dijo nada.

Enseguida me di cuenta de algo importante: los gritos habían cesado de manera radical, ya no se escuchaba nada y eso daba mucho que pensar. ¿Habría acabado nuestro grupo con los lobos? ¿O los lobos con nuestro grupo? Estaba nerviosa y tenía demasiado miedo como para poder dar un paso sin perder el equilibrio.

El corazón de Rem y el mío latían con fuerza. Por primera vez desde que llegué a Dracones descifré el verdadero terror en cada uno de sus latidos. Le aterraba la idea de ver a su padrastro muerto, lo tenía claro. Era la única familia que le quedaba.

—¡Rem! —gritó una voz masculina desde abajo—. ¡Rem!

Era Cal.

«Está vivo».

Rem me soltó y corrió escaleras abajo como alma que lleva el diablo. Lana y yo seguimos sus pasos hasta dar con su espalda en el último escalón, impidiéndonos ver más allá. Me asomé por un lado y el poco ánimo que me quedaba se vio pisoteado por un millar de elefantes.

Mahína se encontraba acurrucada detrás del sofá, temblando y sin atreverse a salir, mientras que Cal estaba arrodillado en el suelo, con una espada ensangrentada en una mano y un cuchillo en las mismas condiciones en la otra. Observaba a su hijo con lágrimas en las mejillas y la respiración agitada. Los cuerpos de Ellie y Kerwy yacían cerca de la entrada en pésimas condiciones junto con los cadáveres de tres lobos más. Ahogué un sollozo en la palma de mi mano.

—No... no he podido hacer nada —susurró Calaham, abatido—. Entraron de la nada y nos atacaron sin miramientos. No sé qué les ocurría, sus ojos no les pertenecían...

Rem se aproximó a su padre con lentitud y puso una mano sobre uno de sus hombros, queriendo brindarle apoyo. Lana bajó un escalón más y se puso a mi lado. Cuando Cal se percató de su presencia, su rostro se ensombreció, se levantó de golpe y se dirigió hacia nosotras, apuntando con el filo de su espada al cuello de la loba, quien ni se inmutó.

—Tú. Lo sabías. Sabías que esto iba a pasar —le acusó él—. ¿Qué mierda es todo esto? ¿¡Eh!? ¡Contesta!

—Tu hijo no es el único que tiene que lidiar con una maldición —contestó Lana con suavidad.

—¿Una maldición? ¿Tienes una maldición y no se te ocurre comentarlo? ¡Has matado a esta gente! ¡Casi morimos nosotros! ¿Por qué no lo dijiste?

Ella se mantuvo en silencio y Cal maldijo por lo bajo algo que no entendí, bajando el arma y dándose la vuelta completamente enervado. No estaba contento con Lana y, a decir verdad, yo tampoco. Nos había ocultado algo de gran importancia.

Rem también parecía bastante enfadado, se le notaba en sus músculos tensos y en su mandíbula apretada; temía que se llegase a transformar. Él, de dos zancadas, llegó hasta nosotras y no dudó en agarrar a la mujer lobo del cuello. Lo hizo con tanta fuerza que incluso la levantó del suelo. Ella le agarró de las manos y le clavó las uñas en un intento de que la soltara, cosa que no sucedió.

—Eh, venga, suéltala —intervine—. No vas a solucionar nada así.

El mestizo me miró de reojo y sus dientes rechinaron. No había indicios de que su dragón interior fuese a salir a la luz, sus ojos seguían en su dorado apagado, así que no me achanté. Al ver que no me obedecía, le sujeté del brazo y se lo oprimí, imponiendo mi deseo de que dejara en paz a Lana, a quien ya le comenzaba a faltar el aire.

Este regresó la vista a la chica a la que intentaba ahogar con todas sus fuerzas y, tras soltar un resoplido, abrió la mano y la dejó caer. La loba se desplomó de rodillas contra las escaleras, tosiendo y respirando de forma desesperada para recuperar el aire.

La tensión en el ambiente seguía latente, no obstante, la ignoramos y nos pusimos manos a la obra para despejar la zona. Cal sacó a los lobos muertos fuera de la casa y Rem y yo trasladamos los cuerpos de los enanos al centro del salón. Las lágrimas se me escaparon sin control cuando los arropamos de pies a cabeza con una de las mantas tejidas por Ellie.

Me sorbí la nariz.

—¿No les vamos a enterrar? —pregunté en un susurro.

—Creo que es mejor que sus vecinos les encuentren —respondió Rem—. Seguro que tienen amigos muy queridos. Querrán despedirse antes de enterrarlos, ¿no?

Asentí con la cabeza y abracé mis adoloridas entrañas. Tenía ganas de vomitar, los retortijones en mi estómago eran insoportables y el hedor a muerte me consumía por dentro; necesitaba salir de allí.

La rapidez con la que Calaham entró de nuevo en casa y cerró la puerta, nos sobresaltó. Su expresión facial denotaba preocupación y eso no presagiaba nada bueno. Estábamos en peligro.

—La Guardia de los Eternos está viniendo hacia aquí —informó—. Los lobos les habrán alertado. Hay que marcharse. Ya.

—¡Yo me quedo aquí! —sentenció Mahína saliendo de su escondrijo.

Rem agarró de inmediato el cordel que la mantenía presa para que no escapase, lo que no le hizo ni pizca de gracia a la mujer Katpanu. Ella, muy dispuesta a luchar por su libertad, intentó arrebatárselo dando fuertes tirones desde el extremo contrario.

El Vator se restregó el rostro con frustración y puso su atención en una de las ventanitas, vigilando el exterior. Mahína y Rem continuaban concentrados en el tira y afloja en el que se habían sumergido, no dándose cuenta que lo que se avecinaba. Mis ojos se centraron en el cristal de la ventana que se encontraba detrás de ellos dos, dónde un arquero, que identifiqué como elfo, apuntaba con su flecha a la cabeza de la mujer con apariencia de cabra.

«Oh, no».

Corrí hacia a ella y la tomé por debajo de los brazos, atrayéndola hacia a mí y apartándola del punto de mira de aquel guardia. Lo hice justo a tiempo, pues la flecha no tardó en resquebrajar el cristal y clavarse en la madera del suelo. Tanto el mestizo como yo nos miramos sin saber por qué razón habían decidido atentar contra la vida de una aliada de los Eternos.

—¿E-e-e-e-eso iba p-p-p-p-para mí? —tartamudeó Mahína con los nervios a flor de piel.

—Sí, eso iba para ti —confirmó Rem—. ¿Aún sigues queriendo quedarte aquí?

La mujer soltó la cuerda plateada y enrolló sus finos brazos alrededor de mi cintura mientras que su cuerpo vibraba como un flan recién hecho. Estaba muerta de miedo y podía notar en la expresión de su cara y en el oscuro brillo de sus pupilas que no entendía nada.

—¡Vámonos! ¡Ahora! —ordenó Cal.

No nos dio tiempo a movernos. La puerta principal del hogar de Ellie y Kerwy se abrió de golpe, dejando a la vista a dos minotauros furiosos preparados para abalanzarse sobre nosotros. Calaham reaccionó al momento y levantó la mano para ralentizar los movimientos de nuestros atacantes.

—¡Corred!

Rem se acercó a mí, deslizó su brazo por detrás de mi espalda y me pidió que me agarrase a él como las otras veces. En el instante en el que fui consciente de que su padre no aguantaría mucho más el esfuerzo, le rodeé cuello con los brazos, pegué un salto y enrosqué las piernas alrededor del lateral derecho de su cadera. Acto seguido pasó su brazo libre por el abdomen de la Katpanu y la levantó del suelo, dejándola colgando sobre su mano como un saquito de patatas.

Íbamos a salir corriendo hasta que el grito de Cal volvió a hacer acto de presencia, esta vez dirigiéndose a Lana, quien no había movido ni un solo músculo desde hacía varios minutos; no parecía ella. El Vator gritaba su nombre una y otra vez, suplicándole que huyese, pero ella no obedecía. Su mirada se mantenía fija en los cuerpos sin vida de los aldeanos.

Calaham tuvo que alzar su otra mano para frenar al elfo que nos había disparado y a un licántropo que había aparecido de la nada, ambos entraban por la puerta trasera, la que daba al establo. A cada segundo que pasaba, se debilitaba más.

—Yo los entretendré, marchaos —dijo Lana al fin muy segura de sí misma; no hicimos caso—. ¡Qué os vayáis, joder!

—No voy a dejarte sola —sentenció Cal—. Idos vosotros.

—No pienso abandonarte otra vez —objetó su hijo.

—No voy a poder aguantar mucho más. Por favor, vete.

—Vete con ellos, Vator. Puedo con esto sola —insistió la loba poniéndose en posición de ataque.

—¡Idos! —imploró Cal ignorándola—. Os encontraremos después. ¡Vamos!

Escuché cómo la mandíbula de Rem crujió y cómo su corazón empezó a latir desbocado, pero no se movió del sitio, cosa que a Mahína y a mí nos angustiaba.

No obstante, en cuanto el Vator cayó arrodillado al suelo, agotado, y todas las criaturas comenzaron a entrar con una fuerza y una velocidad indescriptibles a destrozarlo todo a su paso, Lana se transformó en la loba que llevaba dentro y el mestizo puso en funcionamiento su súper velocidad para sacarnos de aquella casa antes de que se viniese abajo.

¡Holi! ¿Cómo estáis? Espero que bien. 🥰

Siento haber tardado en actualizar, las correcciones me llevan mucho tiempo porque quiero hacerlo bien y no de forma chapucera. Cuanto escribí esta historia me pasé tres pueblos y medio con descripciones innecesarias y quiero aligerar la narración eliminando todo aquello que no aporta nada a la trama, espero no estar cagándola.

Bueno, ¿qué os ha parecido el capítulo? Os dejo pañuelitos por aquí para sobrellevar la muerte de Ellie y Kerwy. 🤧

Lana tiene una maldición en la que su manada se vuelve contra ella, ya nos contará más acerca de esto más adelante. 👀

¿Cómo creéis que les irá a Cal y a Lana? Es posible que tengamos que llorar más muertes, ¿morirá alguno? Chan chan chaaaaaaan...

¿Y Rem, Gaia y Mahína? ¿Qué será de ellos?

En el próximo capítulo tendremos a una Gaia cabreada armada con un tablón de madera para atizarle a Rem las veces que haga falta para que se esté quietecito, jejeje.

Besooos.

Kiwii.

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