🔥 Capítulo 24
El calor de la estancia nos acogió de inmediato y la esposa de nuestro nuevo amigo vino corriendo hasta nosotros un tanto confundida y alarmada.
Rem tuvo que agacharse para no golpearse la cabeza con el marco superior de la puerta al cruzarla, cosa que acabó sucediendo de igual forma debido a su pequeño tamaño. Toda la casa era de pequeñas dimensiones y todos iban algo encorvados, a excepción de Mahína, que era muy bajita.
—¿Quién es esta gente, Kerwy? —preguntó la mujer.
Era de la misma estatura que su marido, tez clara y ojos verdes. Su larga melena pelirroja iba a juego con las pequitas que cubrían su rostro y su expresión facial denotaba preocupación. Más aún cuando reconoció al chico que me cargaba en brazos.
—Ellie, esta gente nos ha regalado toda su caza a cambio de refugio —le explicó él—. Está en la carreta del establo. Ayudémosles, ¿vale?
—Sí, claro. —Asintió ella—. Pasad, poneos cómodos. ¿Tenéis hambre? Os haré algo con lo que nos habéis traído... ¡Oh, estáis llenos de sangre! Os prepararé también el agua para que os podáis bañar. Pasad, pasad.
Ellie caminó hacia el salón y nos hizo un gesto para que tomásemos asiento mientras preparaba todo para que pudiéramos descansar en condiciones. De hecho, en cuanto vio cómo Lana se paseaba desnuda por su casa, se escandalizó tanto que pegó un grito y no tardó en echarle una manta encima para que se cubriera.
Lana rodó los ojos y bufó al ver como la señora se empeñaba en que se sentara, dejara todas nuestras cosas a un lado y se tapara. Decía que era para que no pescase un resfriado, pero yo todavía no había visto a esa loba tiritar, ni siquiera en la noche anterior.
Al ver que Rem no se movió ni un solo centímetro de la entrada y que no iba a soltar mi aún tembloroso cuerpo, me aclaré la voz y, con el tono más serio que pude poner, dije lo siguiente:
—Déjame en el suelo y no me toques.
Estaba enfadada, bueno, ¿cuándo no? Que me hubiese debilitado para manejarme a su antojo y poder meterme en contra de mi voluntad en un carro a rebosar de cadáveres de animales fue la gota que colmó el vaso. El olor a muerte se me había quedado pegado y todavía sentía las gotas de sangre resbalarme por la piel.
El mestizo obedeció y me bajó. En el momento en el que me vi libre de su agarre, me precipité de rodillas al suelo. ¿Qué diantres me pasaba? ¿Por qué me notaba tan débil?
—Rem, para —ordené, creyendo que se trataba de él.
—Yo no estoy haciendo nada —aseguró—. Déjame ayudarte.
—No. Vete.
—No seas orgullosa, puñeta.
Deslizó sus manos por debajo de mis brazos, me levantó de un tirón y me condujo hacia un sillón cercano. No peleé a pesar de querer deshacerme de él porque, por mucho que me costase admitirlo, necesitaba que me ayudase a caminar.
Me sentía sin fuerzas y mi cuerpo aún seguía teniendo espasmos de lo nerviosa y asustada que estaba. No podía quitarme de la cabeza los ojos sin vida de aquellas criaturas, todo me había parecido demasiado cruel, gore y terrorífico. Ni siquiera sabía que emoción predominaba en mi ser. Enfado, asco, tristeza, miedo o todas a la vez.
Rem me sentó con cuidado y luego caminó hacia la cocina con pasos apresurados. Allí llenó un cubo de agua limpia, buscó un trapo seco y lo metió en un barreño vacío. Una vez que lo tuvo todo listo, regresó sobre sus pasos, colocó las cosas en el suelo y se dejó caer en un taburete que colocó justo enfrente de mí.
Acto seguido humedeció el trapo y tomó una de mis manos para limpiarme los restos de sangre, no obstante, la aparté de inmediato. Su ceño se frunció.
—Déjame hacer esto, por favor —pidió.
—No quiero que me toques.
—¿Prefieres quedarte con la sangre?
Tragué saliva.
No, no quería quedarme cubierta de sangre.
Rem me tomó de nuevo la mano con cuidado y continuó pasando el paño húmedo por mi piel, estando pendiente de mi reacción; no volví a alejarle. ¿Por qué se tomaba tantas molestias por mí ahora? No lo entendía.
—No teníamos otra opción, Gaia —susurró—. Lo entiendes, ¿no? Siento que hayas tenido que pasar por esto.
Su sincera disculpa, verle tan concentrado escurriendo la suciedad en el barreño, volviendo a humedecer el trapo y limpiando mis brazos, me hacían verlo de otra forma. Tal vez estuviese equivocada cuando decía que se preocupaba por mí solo porque llevaba su corazón conmigo.
Solo tal vez.
Me dolía haberle extendido más la maldición porque tenía razón. Tenía razón y me daba rabia. No había otra alternativa. Si no la hubiésemos tomado, aún seguiríamos en el bosque y con muchos más problemas encima.
—Vos, Rem, ¿verdad? —La voz del enano hizo acto de presencia—. Siento si me entrometo, pero... ¿cómo matasteis a ese Eterno? Son inmortales...
—¿Inmortales? Eso está en duda —respondió este sin abandonar su tarea—. No lo sé. Solo sucedió. Yo tampoco pensé que fuera a poder matarle.
—¿Cómo puedes tener tan poca empatía? —escupió Mahína, quien se encontraba al lado de Cal—. Asesino.
—Los Eternos tienen en sus manos sangre de miles de inocentes. —Kerwy salió en defensa del mestizo—. ¿Cómo podéis defenderlos y compadecerlos? Ellos son los verdaderos asesinos aquí.
—Quisieron salvarnos.
—Condenando a otros —objetó y luego le dijo a Rem lo siguiente—: mientras estéis bajo mi techo, estaréis a salvo. —Miró al Vator—. Calaham, ¿no? ¿Os importaría venir a ayudarme a descargar vuestra mercancía?
—Faltaría más —contestó él.
Cal se puso en pie y se marchó junto al aldeano, dejando a Mahína encadenada a la pata de una mesa y bufando como si de un toro embravecido se tratase. Dejé de prestarla atención y giré la cabeza hacia la de Rem, provocando que me encontrase con sus ojos dorados sobre los míos y con el trapo muy cerca de mi rostro. Quería limpiarme las mejillas, pero se quedó petrificado en cuanto mis pupilas conectaron con los suyas.
Tras unos segundos en los que ninguno dijo nada, pasó la superficie del trapo por mi pómulo derecho con mucha suavidad. Lucía algo nervioso, su incapacidad por sostenerme la mirada por más de dos segundos y sus manos temblorosas me lo decían. El mechón más largo de su flequillo se le metió en un ojo e intentó soplárselo, sin embargo, acabó dándose por vencido al no ser capaz de retirarlo. Estaba tan concentrado en mí que parecía no querer aplazar su acción por una simple molestia como aquella.
Mi mano se movió por sí sola y le apartó esas hebras de cabello que no dejaban de fastidiarle. El roce de las yemas de mis dedos sobre su frente hicieron que su piel se iluminara y que Rem se tensara. Él me miró con confusión y yo me alejé entre carraspeos de garganta.
—Ya os he preparado el baño —dijo Ellie saliendo de un estrecho pasillo—. ¿Quiénes iréis primero?
—Las chicas —respondió el mestizo por nosotras—. Me voy a echarle una mano a mi padre.
Tiró el paño húmedo en el cubo lleno de agua con tanta fuerza que me salpicó. Después se levantó y se dirigió con pasos firmes y decididos hacia la puerta que daba a la parte trasera de la casa: el establo. Cuando hubo desaparecido de mi vista, noté la mano de Lana posicionarse sobre mi hombro. Su rostro se encontraba a pocos centímetros del mío y miraba la trayectoria que había tomado el mestizo, así como lo que había estado usando para limpiarme.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó cerca de mi oído con un tono pícaro que acabó molestándome.
No respondí, solo me puse en pie y me encaminé hacia la estancia que la Ellie me indicaba con una cálida sonrisa en sus labios, seguida de la joven loba. Antes de que ambas nos alejásemos, nos avisó de que pasaría para recoger nuestra ropa y lavarla.
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El agua de la pequeña bañera se iba tiñendo de rojo cada vez que me frotaba la piel con el cepillo, las lágrimas se deslizaban por mis mejillas al ver que ya me empezaba a bañar en sangre. Mientras que yo me sorbía la nariz y continuaba con mi dificultosa labor de deshacerme de todo lo que no pertenecía a mi cuerpo, Lana se mantuvo acuclillada cerca de una chimenea encendida, aprovechando para secarse las llamas que calentaban otro barreño.
Seguía desnuda y algo húmeda. No entendía por qué no se vestía con la muda de cambio que traía en su mochila, parecía que le gustaba ir en bolas por la vida.
En el instante en el que notó mi malestar, no dudó en venir a ayudarme. Se arrodilló detrás de mí, cogió el cuadradito de jabón y lo frotó contra mi cabello. Le agradecí en un susurro su buen gesto porque no iba a soportar estar ahí metida por mucho más tiempo. Me restregué los brazos y piernas con una dureza que hacía daño, la rabia que sentía se había apoderado de mí y mis emociones eran un completo descontrol. Lana pegó un tirón de mi pelo para llamar mi atención.
—Te vas a hacer daño, para —pidió—. La experiencia mal, ¿no?
—Fatal —sollocé.
—En otro momento me hubiese reído de esto, pero... entiendo que para ti debe de ser duro.
Asentí con la cabeza y me aparté las lágrimas con el dorso de una de mis manos.
—Yo en tu lugar le mataría.
—¿A quién?
—A Rem. ¿A quién si no? —aclaró entre risas—. Te ha revolcado entre animales muertos sabiendo que te horroriza verlos sufrir. Si a mí me hiciese cruzar un lago a nado, créeme que no tendría Dracones para correr.
—¿Te da miedo el agua? —indagué.
—Me da miedo ahogarme.
—Bueno..., en mi caso lo hizo porque no había otra opción.
—¿Por qué lo defiendes ahora? —Soltó una sonora carcajada—. ¿No estabas enfadada con él?
—Sigo enfadada.
—¿Entonces? —Se mostró confundida.
—Pues que me ha jodido lo que ha hecho, pero tiene razón. No había alternativa. Una cosa no quita la otra.
—Vaya, vaya...
—¿Qué?
—Nada, nada. Ya te digo, yo lo mataba.
Unos minutos más tarde, Lana se marchaba ya vestida y yo esperaba envuelta en una toalla a que Ellie acabase de lavarme la ropa. Me sequé la humedad antes de salir del cuarto de baño, sobre todo la del cabello, pues en la noche refrescaba y no quería pillar un resfriado. Nada más abrir la puerta, mi nariz chocó de lleno con algo duro que olía a sangre mezclada con lavanda.
Era Rem.
Mis mejillas se sonrojaron en el acto y una ola de calor propia de la vergüenza me recorrió de pies a cabeza. Estaba a una prenda de mi desnudez, poco me faltaba para salir corriendo y esconderme de él.
—¿Comes huevos? —quiso saber.
«¿Eh?»
—¿Q-qué?
—Huevos. De gallina. ¿Los comes?
—Eh... sí, sí... —afirmé.
—Bien.
Sus ojos abandonaron los míos y descendieron por mi cuerpo, detallándolo todo a su paso con descaro. Mi temperatura ascendió y mi corazón se desbocó. Rem se dio media vuelta y yo, nada contenta con las intenciones ocultas en su mirada, le enganché del pelo y tiré de él hacia atrás, doblando ligeramente su espalda y dejando su cara más o menos a la altura de la mía. El mestizo soltó un gruñido a modo de queja.
—Pero ¿¡qué haces!?
—Que te quede muy claro —le susurré al oído—. Se mira, pero no se toca.
«Embustera, quieres que te toque enterita», ese pensamiento me hizo ponerme aún más roja. «No, Gaia. Eso no va a pasar».
Le reincorporé de un empujón hacia adelante y le solté. Él me lanzó una mala mirada por encima del hombro, se llevó una mano a la cabeza y se la rascó, adolorido. No me inmuté ni me sentí culpable, solo me crucé de brazos y le reté elevando una ceja. Al cabo de unos segundos en los que decidía si continuar la pelea o no, se dio por vencido y se marchó.
Seguí sus pasos a una distancia prudente, reprimiendo una tonta sonrisa en mis labios con todas mis fuerzas. ¿Qué me pasaba?
Lo primero que me encontré al llegar al salón fue a Cal ayudando a Kerwy a cortar la carne del cuarto animal; tragué saliva y miré hacia otro lado. Ellie se encontraba en la punta contraria de la cocina preparando la cena, Rem no tardó en unirse a ella para ayudarla. La mujer enana le sonrió de oreja a oreja con ilusión.
Con cuidado de que la toalla no se me escapase, me senté en el sillón.
—Querida, vuestra ropa se está secando —me informó Ellie al percatarse de mi presencia—. Aún le falta un poco.
—No se preocupe.
Le mostré una sonrisa de agradecimiento.
—Yo también necesito bañarme, eh —habló Mahína.
Calaham, al escucharla, se limpió las manos y se dispuso a liberarla para que pudiera asearse. Dejó a Mahína a cargo de Lana, quien no se quejó y la acompañó al cuarto de baño. Antes de que desaparecieran, Ellie les gritó que trajeran la ropa sucia para lavarla. Era increíble la hospitalidad de esa gente.
Rem apareció ante mí con los ojos cerrados y un plato que contenía dos huevos duros y un puñado de judías verdes. Me lo puso encima de las rodillas y me tendió un tenedor y un vaso lleno de agua. No volvió a abrir los ojos hasta que se alejó de mí.
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Las horas pasaron, ya habíamos acabado todos de bañarnos y ahora cada uno esperaba su ropa en una punta diferente del salón, Rem era el único que no estaba con nosotros. Se había ido a una de las habitaciones del piso de arriba y tenía la extraña sensación de que no quería estar a mi lado.
Mientras tanto, Ellie nos había contado que ella y su marido perdieron a sus tres hijos en las minas. Argentum era un pueblo enano que se dedicaban a la minería y a la herrería. Tenían un amplio comercio en el que vendían armas, armaduras y amuletos fabricados con distintas piedras con propiedades mágicas que adquirían en las montañas. Después de aquella tragedia, dejaron el trabajo. No lograron levantar cabeza.
Miré a Lana. Llevaba mucho rato observando el exterior por la ventana con insistencia. Lucía cada vez más nerviosa y no tenía ni la menor idea de lo que le podía estar rondando por esa cabecita suya.
—¿A dónde os dirigís? —inquirió Kerwy.
—A la sede de los Eternos —respondió Calaham.
—¿No estabais huyendo de ellos? —indagó Ellie.
—Sí, pero llegué a un acuerdo con Tharely.
—¿Y confiáis en ella? —La mujer se mostró confundida.
—Es nuestra única esperanza —suspiró—. Firmamos un contrato, tiene que cumplir con su palabra lo quiera o no.
—El chico parece fuerte. Aguantará.
Lana se desplazó hacia las escaleras de forma tan brusca que captó nuestra atención.
—Me voy a arriba a descansar —dijo ella con seriedad—. Cerrad todas las puertas de casa y que alguien se quede haciendo guardia.
—Tranquila, aquí estáis a salvo —aseguró Kerwy.
—No sois vosotros ni la Guardia de los Eternos quienes me preocupan —confesó—. Estad cerca de las armas.
Se dio la vuelta y subió los escalones de dos en dos, dejándonos un tanto descolocados. ¿Qué era lo que ocurría? ¿A qué le tenía tanto miedo Lana? ¿Había una amenaza mucho mayor allí afuera de la que no éramos conscientes? Su actitud me tenía algo inquieta...
Nuestra ropa terminó de secarse, así que me llevé la de Rem y la mía a una de las habitaciones que quedaban libres y me vestí, oliendo el perfume floral que desprendía la tela. Luego fui al cuarto del mestizo y abrí la puerta para entregarle sus cosas. Él se encontraba sentado en la pequeña cama de espaldas a mí y con la cabeza entre sus manos. Una punzada de culpabilidad me atravesó el estómago al comprobar cuánto se le había extendido la maldición por su espalda desnuda.
No la tenía cubierta del todo, pero esa mancha morada se había desplazado por uno de sus hombros hasta llegar al omóplato. Mordí el interior de mi mejilla y carraspeé con la garganta para llamar su atención. El chico me miró por encima del hombro y se levantó, sujetando la toalla que cubría sus atributos masculinos para que no se le cayera.
—Traigo tu ropa —murmuré.
El mestizo se acercó a mí y me arrebató las prendas de entre los dedos. Se dio la vuelta, caminó hacia el fondo de la habitación y dejó caer su toalla al suelo. En el instante en el que una de sus nalgas apareció en mi campo de visión, me giré de un brinco para no verle nada más. ¡Qué poca vergüenza tenía!
Aguardé un minuto antes de volver a darme la vuelta. Para cuando lo hice ya se estaba poniendo su agujereada camiseta; iba a haber que conseguirle una nueva. Rem volvió a sentarse en la cama y yo, tras respirar hondo y cerrar la puerta, me aproximé a él. Este me miró de reojo y con le cejo fruncido.
—¿Estás bien?
—¿Ahora te importa mi estado de salud? —cuestionó con sarcasmo.
—Rem... Oye... —Me senté a su lado—. Sé que me enfado muy rápido, pero...
—No me digas.
Ignoré su comentario.
—Pero te equivocas.
—Ya empezamos —gruñó poniéndose en pie.
—No, Rem, escúchame. —Le tomé de la muñeca, lo que le hizo tensarse—. ¿Quieres saber por qué me enfadé? Siéntate, por favor.
Me quedé embobada admirando el brillo que desprendía la piel que quedó atrapada bajo el agarre de mi mano. Rem me obedeció, así que le solté.
—Diste por hecho que, para mí, la vida de los animales vale más que cualquier otra.
—¿Y no es así?
—Por supuesto que no. —Negué repetidas veces con la cabeza—. Para mí sois iguales. Me da la misma pena ver sufrir a un conejito que verte sufrir a ti. No soporto el sufrimiento de ningún ser vivo.
—Pues en más de una ocasión me has hecho saber que te importa una mierda si vivo o muero.
—Cuando estoy cabreada digo cosas que no pienso —expliqué—. Perdón.
—¿Y qué hay de lo de hoy? Pocas ganas te han faltado para matarme.
—Mira, ha sido algo horrible estar entre todos esos cadáveres.
—Ya, supongo que me lo merecía —admitió en un susurro—. Ah, ¿y qué hay de las plantas que te comes? También sufren.
—No. Me niego. No vayas por ese camino.
Una risilla burlona salió de sus adentros, aunque pude ver que no iba con maldad. Me echó un vistazo por el rabillo del ojo a la vez que apoyaba los codos sobre sus rodillas y me sonrió de medio lado, humedeciéndose los labios con la lengua. Su forma de mirarme me hizo darme cuenta de que bromeaba y de que su único propósito había sido hacerme un poco de rabiar. Quizás, igual que las veces anteriores.
—Te gusta verme cabreada, ¿verdad?
Amplió su sonrisa.
—Solo un poco.
—Eres consciente de que eso te perjudica, ¿no?
—Merece la pena.
—¿Se puede saber por qué? —Me crucé de brazos.
—Te enfadas con poca cosa. Es divertido.
—Tú lo que eres es imbécil. Aparte de masoca.
—No, es que... —se incorporó y dejó escapar el aire de sus pulmones— tanto en tu mundo como en el mío he podido observar que los amigos bromean y se fastidian entre ellos. Es... es lo que he intentado contigo.
—Tú y yo no somos amigos.
—¿Es definitivo?
La mueca en su boca me hizo darme cuenta de algo más.
—¿Nunca has tenido amigos? —pregunté, atónita.
—No.
—¿Y no has pensado que, quizás, sea porque tu forma de hacer amigos apesta?
—Tu carácter sí que apesta —contraatacó—. Eres muy quejica.
—¡Tú eres el culpable!
—¿Lo ves?
Me enfurruñé tanto que hinché mis mofletes con aire como si de una niña pequeña me tratase. ¡Lo que más me jodía era que tenía razón en todo!
Rem me tendió la mano y yo la observé con cierto recelo.
—Tercer intento. ¿Empezamos de nuevo?
—Está bien —reí—. Supongo que a la tercera va la vencida.
—Sí.
—Rem..., no me gusta hacerte daño, de verdad. Me siento muy mal cuando te lo provoco. Si pudiera hacer algo para ayudarte y evitarlo...
—Bueno, estás aquí.
Mi corazón se aceleró.
—Sí. Es verdad.
Tuvimos unos segundos para sonreírnos sin romper el silencio que se había formado entre nosotros. No sabía qué era lo que me ocurría y por qué me sentía tan bien a su lado. Mi pulso se había acelerado, mi boca se había secado y mi cerebro no quería hacer otra cosa que plantarle un beso en los labios; me reprendí ante ese pensamiento.
Deshice la unión de nuestras manos y me levanté para irme a mi cuarto y poder descansar, aunque fuera un poco. Lo necesitaba y me lo había ganado. No obstante, antes de que pudiera dar siquiera un paso, los dedos de Rem se enrollaron con suavidad alrededor de mi muñeca, deteniéndome.
—Oye..., gracias por defenderme de Mahína ayer.
—Ah, no te flipes. No te defendí —le quité importancia—. Me puse en terreno neutral.
Arqueó una ceja, no creyéndose mis palabras.
—Vale, sí —cedí rodando los ojos—. Puede que te defendiera un poco.
Sonrió satisfecho y fue apartando su mano de mi muñeca muy despacio, dejándome marchar. Me relamí los labios y comencé a caminar hacia la salida, pero en el momento en el que llegué a la puerta escuché un gran estruendo proveniente de abajo. Gritos de aflicción, de esfuerzo y de... lobos.
¡Holi! Siento la tardanza, el capítulo estaba bien largo y corregirlo se me hizo eterno porque quise hacerlo un poco más ligero a la hora de leer. ¿Cómo estáis? 👀
En el capítulo de hoy ha habido unos cuantos roces buenos entre Gaia y Rem, ¿qué os ha parecido?
Lana sigue estando algo rara y, por si fuera poco, unos lobos parecen estar atacando a nuestro grupo. ¿De qué creéis que se trata?
¿Qué pensáis que pasará en el siguiente capítulo?
Es muy probable que tengamos que llorarle a alguien, solo diré eso. 😬
Besooos.
Kiwii.
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