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🔥 Capítulo 21

Llevábamos horas caminando sin descanso y estaba agotada; por suerte, Calaham se había preocupado en proporcionarme algún alimento y agua. Durante toda nuestra caminata, no nos topamos con ningún tipo de inconveniente, bueno sí, pero uno muy pequeño y nada peligroso.

Mi aparato digestivo había estado haciendo su función de buenas maneras y no tardé en sentir ese llamado natural de querer evacuar lo ya ingerido. ¿Qué tipo de inconveniente es al que me refiero? Pues a la vergüenza y a la duda existencial de donde carajos hacerlo.

¡Por Dios! Me encontraba en medio en un maldito bosque. Era muy obvio que la gente que habitaba aquel mundo no iba tan avanzada como nosotros los humanos, o Clades. Ellos no tenían agua corriente, mucho menos un váter. Aquella era la época del «agua va» y no sabía dónde caerme muerta. Me negaba a hacer mis necesidades a la intemperie, pero tuve que hacerlo. No entraría en detalles, se vivía mejor en la ignorancia.

Miré al cielo y admiré las ramas de los árboles, se enredaban entre sí y el atardecer teñía las hojas de un tono anaranjado muy bonito. Lana encabezaba la fila, Calaham y su hijo conversaban con ternura detrás de ella y Mahína y yo íbamos rezagadas, como de costumbre.

La mujer Katpanu era muy lenta y Rem y Lana me habían estado ordenando que la hiciera andar más rápido; no lo hice. Era cierto que aquella criatura con apariencia de cabra apoyaba a otro «bando» con otros principios, sin embrago, no consideraba necesario darle un mal trato. Incluso Cal parecía estar de acuerdo conmigo.

Era posible que Mahína quisiera ver muerto a Rem, pero no se la veía tan mala. A mí no me había hecho daño todavía, tal vez porque era la inútil calamidad de un mestizo, no obstante, se había portado muy bien conmigo. Además, su único propósito era mantenerme alejada del muchacho para que la maldición se cumpliera. Hasta me había avisado, de manera indirecta, del influjo que la hipnosis de Rem tenía sobre mí.

Ella no me quería a mí, le quería a él.

—Me halaga que pienses que soy buena. —Mahína me sacó de mis pensamientos—. Y te agradezco mucho que no me trates como a una prisionera.

La miré, sorprendida. Se me había olvidado que leía la mente, creí que se trataba de un farol para salirse con la suya cuando se lo mencionó a Lana.

—Oh..., no es nada —le quité importancia.

—Dime una cosa, pichoncito. ¿Por qué sigues ayudando a este asesino si ya te has liberado de su atadura?

—No quiero hacerme cargo de su asesinato —respondí cortante.

—Eso o que no soportarías saber que ha muerto por tu culpa.

—Pues eso, que no quiero hacerme cargo de su asesinato.

—El chico te da pena —afirmó—. Le ves como a un animalillo indefenso al que debes rescatar.

Relajé la expresión de mi rostro y ralenticé el paso mientras observaba a Rem. Me mantuve en silencio, sintiendo como la Katpanu me escudriñaba con la mirada. Tenía razón, tanto Calaham como su hijo me daban pena. Me daba pena abandonarles a su suerte cuando yo era su única esperanza, la de Cal de proteger a la única familia que le quedaba y la de Rem de conservar su vida.

—¿Te digo una cosa? —volvió a hablar y yo le presté atención—. Rem, de animalillo indefenso, no tiene ni un pelo. Su raza mata a cualquier otra para subsistir.

—No todos —objeté—. Hay gente mala en el mundo, pero también buena.

—Él es malo.

Me callé ante esa afirmación, pues yo aún debatía conmigo misma si eso era así o no.

—Mató a un Eterno —agregó.

«Y a dos guardias».

—La eternidad no es tan duradera, eh... —intervino Rem.

Puse los ojos en él, quién se había dado la vuelta para poder vernos y ahora caminaba marcha atrás. Una sonrisa socarrona se abrió paso en sus labios, mostrándonos uno de sus colmillos; se burlaba de la Katpanu, cosa que a ella no le sentó muy bien porque no dudó ni un solo segundo en correr y querer lanzarse a su cuello. Lo impedí aferrándome con fuerza al cordel encantado que la apresaba, provocando que se quedara a mitad de camino.

—¿Cómo te atreves a reírte de los Eternos? ¡Eres un demonio sin corazón! —chilló.

—Sí. Ellos me lo sacaron, ¿recuerdas?

—¡No te soporto!

Mahína quiso volver a tirarse encima de él, sin éxito. La correa se lo impedía, así que se acabó comiendo el suelo. Enseguida me puse a su vera y me acuclillé para quedar a una altura más cercana.

Era consciente de que los Eternos organizaron una matanza contra los mestizos, no conocía las razones por las que cometieron tal barbarie y sabía que Rem mató a aquel Eterno por culpa del dominio de su dragón. Él era un mestizo y tenía sus motivos para odiarlos, aunque no era justificación para cometer un asesinato. No apoyaba la violencia y me parecía mal en cualquier situación, sin embargo, Rem tenía razón sobre algo.

—¿Te digo una cosa? —susurré—. Ni el bueno es tan bueno, ni el malo es tan malo.

La Katpanu arrugó el entrecejo y yo miré a Rem. Se había quedado estático y con los ojos fijos en los míos, como si estuviera contemplando a un ser de otro mundo que, en teoría, así era.

Me puse en pie y ayudé a la mujer a levantarse del suelo. Iba refunfuñando por lo bajo, lo que me decía que se había cabreado conmigo por ponerme de parte de su enemigo, pero lo cierto era que estaba en terreno neutral.

—¡Eh! —La voz de Lana sonó lejana—. ¡Acampamos aquí!

Rem reaccionó, se dio la vuelta y caminó hacia donde se encontraba su padre. Yo me quedé atrás con Mahína de nuevo y ella no tardó en hablar de nuevo.

—No tienes ni idea de nada. Los Eternos solo querían salvarnos la vida. Querían y quieren lo mejor para nosotros.

—¿Exterminando a todos los mestizos?

—Cómo te he dicho —repitió—, no tienes ni idea de nada.

Cogió un trozo de la correa que la mantenía presa y tiró de ella para hacerme andar.

🔥

Me quedé sentada en el suelo, con las rodillas flexionadas contra mi pecho y mis brazos rodeándolas. Observaba cómo Calaham encendía una pequeña hoguera que usaría más tarde para cocinar lo que fuese que Rem y Lana trajeran de su cacería. Mahína se encontraba atada en la raíz que sobresalía de un árbol cercano y peleaba con su cadena para liberarse. La mordía, la estiraba y le daba golpes con un pedrusco.

Algo en ella que me despertaba una gran curiosidad. Estaba tan segura de sus palabras, que me hacía dudar de quién era el mentiroso allí. ¿Me mentían Rem y su padre? ¿Me mentía Mahína? Me faltaba información, algo no encajaba. ¿Eran los Eternos malos, buenos o algo intermedio?

Acomodé la cabeza sobre mis brazos, intentando encontrar algo de tranquilidad en mí misma. Todo lo que había pasado hasta ahora me tenía mentalmente exhausta. Recordé la grieta que se abrió en el suelo hacía unas horas y temblé. Si el responsable no fue Rem...

«Ni de coña».

—Cal, ¿las calamidades tenemos algún otro poder? —inquirí—. Quiero decir, además de ser capaces de herir a los mestizos a los que estamos vinculados, ¿qué más podemos hacer?

—Tienes el poder de sembrar el caos, Gaia —contestó—. Eres destructiva.

Me puse rígida.

«No quiero ser destructiva».

Un retortijón cruzó mi estómago.

«Esto no me gusta».

Respiré hondo y me aguanté las ganas de vomitar.

Calaham terminó de encender el fuego y se sentó contra el tronco de un árbol para esperar a nuestros dos carnívoros. Llevaban bastante rato fuera y no sabía si debía preocuparme. Supuse que la caza llevaba su tiempo y que era muy corriente tardar tanto; primero debían buscar una presa, acecharla y...

—¡Te digo que es mío! —El chillido de Lana me sobresaltó—. ¡Aparta tus manazas!

—Yo lo he atrapado —atacó Rem—. Suéltalo tú.

—¡Pero yo lo vi primero!

«Ahí están».

Tanto la loba como el mestizo aparecieron de entre los árboles y caminaron hacia nosotros muy alterados. Cada uno tiraba de un extremo de un conejito grisáceo.

El pobre animalito estaba muerto y se iba dando de sí por la fuerza ejercida de sus cazadores. Lana gruñía y mostraba su dentadura como si de un perro rabioso se tratase. Rem se mantenía neutro, aunque se le notaba el ceño un poco fruncido y la musculatura tensa. Se aguantaba las ganas de entrar en una pelea con ella porque, como explotase, estaríamos perdidos.

—¡Búscate otro! —insistió la rubia.

El conejo empezaba a ceder y se podía percibir una leve fisura en el costado del que brotaba un hilillo de sangre que me puso los pelos de punta. El fluido penetró en las fosas nasales del mestizo, lo que provocó que sus ojos se encendieran y sus colmillos se agrandaran; su dragón estaba hambriento.

La situación acabaría en desgracia si nadie se interponía entre ambos, así que Cal se puso en pie y tomó cartas en el asunto. Ninguno se percató de su presencia, estaban demasiado sumergidos en la presa que tenían entre las manos. El Vator desenvainó la espada y cortó al conejito por la mitad, haciendo que cada uno se quedase con una parte. La sangre cayó a borbotones en el suelo y las tripas emergieron. Reprimí una arcada.

—Pero ¿¡qué haces!? —gruñó Lana, apretando el pellejo de la parte trasera del animal—. Repugnante Vator... ¡Te has cargado mi cena!

—Querrás decir... cena —corrigió Rem con una voz tan grave que me dio escalofríos; casi parecía una bestia.

Cal no dijo nada al respecto, solo regresó sobre sus pasos mientras limpiaba su espada. La loba volvió a gruñir y puso los ojos sobre los del mestizo, quien ya no parecía él; pronto se transformaría en un monstruito.

—¿Sabes qué? Todo tuyo —cedió lanzándole su parte; él lo cogió al vuelo—. Ojalá y te atragantes.

Antes de marcharse a buscar una nueva presa, le escupió a los pies con desprecio. Rem la siguió con la mirada y no tardó en pegarle un mordisco a la cabeza del conejo, arrancándosela de un bocado y haciendo crujir sus diminutos huesos. Aquello me dio tanto asco que no fui capaz de quedarme allí ni un solo segundo más. Me levanté y me marché lejos para poder airearme y pensar en otra cosa que no fuese en un roedor siendo despedazado crudo y sin pudor por un carnívoro despiadado.

Me senté en una roca que sobresalía de la tierra y les di la espalda a mis sangrientos compañeros. Tenía el estómago revuelto y unas inmensas ganas de llorar, siempre me había afectado mucho el sufrimiento animal y sabía que no iba a poder hacer nada porque ellos se alimentaban de carne.

No eran como yo, no podían permitirse comer vegetales o cualquier otro alimento, tenían una parte animal, debían matar para poder subsistir. Debería empezar a acostumbrarme. Al menos, tenía el consuelo de que la loba era un poco más fina a la hora de comer, no como el mestizo, que parecía que se iba a morir de hambre; no le importaba engullir su comida cruda o cocinada.

Estuve ahí sola durante algo más de una hora, no quería volver hasta que terminasen de cenar. Lana había llegado hacía un rato con su nueva presa y la había estado cocinando en la hoguera, lo sabía porque el olor a carne quemada llegó hasta a mí.

El frío ya penetraba en mi cuerpo; se hacía de noche y apenas podía ver algo, todo estaba oscuro y la densidad del bosque no ayudaba. Las tripas me rugieron y quise volver para ver si había algo que pudiera llevarme a la boca, pero me daba bastante repelús ir después de la imagen tan macabra que había presenciado de Rem. Me removí al sentir un escalofrío recorrer mi columna vertebral.

Esperaba que mi misión terminase cuanto antes para poder marcharme a casa con mi familia y Alice. ¿Cómo estarían? Apenas llevaba sin verlas un par de días y a mí me estaban pareciendo meses...

El sonido de unas pisadas acercándose a mí me hicieron mirar hacia atrás, viendo así a Rem con una bolsita de tela en una de sus manos y la cantimplora de cuero que le quitó al Rukrán. Conforme se aproximaba yo le asesinaba con la mirada; era muy rencorosa y podía estar enfadada por días, aunque fuese por una tontería, no obstante, la discusión que tuvimos me pareció algo más grave.

El mestizo, con su expresión facial cargada de seriedad, se sentó en el suelo frente a mí y cruzó las piernas como los indios. Forzó una sonrisa de oreja a oreja en la que me mostró toda su dentadura, incluso esos colmillos afilados que tanto temor desprendían cuando devoraban algo, y después me tendió las cosas que llevaba consigo. Arqueé una ceja.

—Qué.

—Vengo en son de paz —tanteó—. Toma, tienes hambre. Lo he notado.

—¿También puedes notar eso?

—Sí, cógelo —insistió—. Es queso, pan, una zanahoria y agua.

Entrecerré los ojos.

—Intentas comprar mi perdón con comida otra vez —expuse.

—Sí, ¿y qué?

—Que tus sobornos ya no me valen. Te lo dije.

Su sonrisa se borró de forma inmediata y bajó los brazos.

—¿Qué puñetas te sucede a ti? —espetó—. Te cabreas conmigo sin motivo y cuando vengo a arreglarlo, me rechazas.

—Tuve un motivo, Rem —aclaré—. Tu forma de pensar apesta, tu sentido de la razón apesta, tu mente apesta. Tú apestas.

Me miró con confusión y con gran disimulo se olfateó la ropa. No me había entendido, no me estaba refiriendo a que oliese mal, de hecho, era todo lo contrario. El aroma a lavanda predominaba sobre el tufillo de la sangre que manchaba su agujereada camiseta.

—No te comprendo —confesó—. No dije nada malo.

—Sí que lo dijiste.

—A ver, ilumíname.

—No quiero discutir, Rem. —Me crucé de brazos—. Está claro que pensamos diferente.

—Entonces deja de marearme y acepta mi soborno. —Volvió a ofrecerme el alimento.

—No.

—Agh, pero qué terca... —se quejó—. ¿Es que quieres morir de hambre?

—Si eso me ayuda a librarme de ti, sí.

Sus ojos se abrieron de par en par, se puso en pie con rapidez y se acercó a mí.

—¡No seas así y come, joder! —suplicó, desesperado.

Sus ojos se desquiciaron y su respiración se agitó, haciéndole lucir nervioso y muy asustado. Sentía los rápidos y fuertes latidos de su corazón latiendo en mi pecho. Parecía que le fuese a dar un infarto, así que tomé de entre sus manos la comida y el agua para que se calmase.

—Le temes a la muerte —declaré—. Te da miedo morir.

A pesar de su incansable insistencia e imperturbable fuerza emocional para ocultar lo que sentía en momentos de riesgo, la vez en la que esa flecha casi le mata, sus actos de extrema desesperación y su reacción a mí en ese preciso instante al negarme a comer, me dejaron muy claro que aquel chico no era de piedra. Que le daba miedo todo aquello que pudiera atentar contra su vida, aunque él se empeñase en ocultarlo.

—Yo no le temo a nada —negó con seriedad—. El miedo es para las presas.

—Ya veo. ¿Y por qué no dejas que la maldición te mate? Total, no le tienes miedo a nada.

—Cállate.

Se separó de mí e hizo el ademán de irse, sin embargo, antes de que pudiera dar siquiera un paso, su cuerpo se puso rígido y cayó al suelo como un peso muerto. Enseguida empezó a retorcerse de dolor y a soltar varios quejidos aflictivos. Miré mi pecho como acto reflejo y vi que estaba iluminado, pero no eran mis emociones las que le hacían daño, sino la misma maldición.

Dejé lo que me había traído Rem sobre la roca y me arrodillé a su lado para apartarle la camiseta de la zona de su corazón. La mancha morada se hacía más grande; invadió su abdomen, subía por su cuello, mandíbula y juraría que también se extendió hasta su cabeza.

—No puedo hacer nada, lo siento... —me disculpé con la culpa carcomiéndome por dentro—. ¡Cal!

Su padre no tardó en aparecer, se agachó para atenderle y me analizó con desconfianza. Seguro que se pensaba que era culpa mía. Aquel ataque duró más que cualquiera de los anteriores, un total de cuatro agonizantes minutos. Rem acabó tan exhausto, que se desmayó.

Calaham cogió a su hijo en volandas y se lo llevó hasta nuestro improvisado campamento; Mahína y Lana siguieron sus movimientos desde el sitio con indiferencia. Me quedé sola, aún arrodillada y notando un nudo en la garganta que crecía sin parar.

«Lo siento mucho, Rem».

¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Ya estáis libres de exámenes? Yo sí, y eso significa que algún día tocará maratón de está historia. 😌

¿Qué tal estuvo el capítulo? La relación entre los miembros de muestro grupo no es muy buena. 😬

¿Qué pensáis de los Eternos?

¿Y de Mahína?

En el próximo capítulo tendremos algo más de información de los Eternos, Mahína nos contará varias cositas de ellos. 👀

Besooos.

Kiwii.

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