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🔥 Capítulo 16

—¡Dejadme salir de aquí! —gritaba la mujer Katpanu aferrada a los barrotes de nuestra celda—. ¡Soy enviada de los Eternos! ¡Puedo ayudar!

Mahína llevaba gritando información relevante sobre su identidad cerca de media hora, pero en ningún momento obtuvo respuesta. Estábamos solos en esas mazmorras subterráneas, no había guardias que nos custodiaran. Tal vez no necesitábamos vigilancia porque sabían que no podríamos escapar, habían separado a Rem de nosotros y eso solo me ponía más nerviosa.

Se encontraba en la celda contigua, encadenado contra la pared más alejada con innumerables grilletes y cadenas por todo el cuerpo; los tobillos, el cuello y las muñecas. También nos habían quitado nuestros efectos personales y los habían dejado fuera de nuestro alcance, en una mesa próxima a la entrada del lugar.

—Calaham, ¿por qué no utilizáis vuestra magia para ordenarles que nos saquen? —cuestioné con voz temblorosa.

—La madera del tronco. —Señaló las paredes—. Tiene propiedades que nos anulan, igual que el Tótem lunar de la loba. Está tallado en este material. Es inútil intentarlo.

Me llevé las manos a la cabeza con desesperación; no íbamos a salir de allí en la vida. A pesar de haberme dicho que no me harían nada, seguía inquieta. ¿Por qué? ¿Por qué lo estaba si sabía que el único que corría un verdadero peligro era Rem? ¿Por qué me importaba tanto si hasta hacía un par de días quería abandonarle a su suerte? Todo eso me sumía en una eterna confusión de la que no lograba salir, era imposible que le hubiese cogido tanto afecto en tan poco tiempo. ¡Es que no era normal! ¿Qué demonios me pasaba? No temía por mi vida. ¡Temía por la suya!

—Rem —le nombré y caminé hacia los barrotes que nos separaban—. Antes me has dicho que tenías un plan. ¿Cuál es? Vamos a salir de aquí.

Él no abrió la boca, solo se me quedó mirando con neutralidad. Arrugué el entrecejo y le supliqué con la mirada que me dijera algo, cualquier cosa; fue inútil, el mestizo parecía estar muy concentrado en algo que no lograba comprender.

—¿Te vas a rendir? —quise saber.

—No se está rindiendo —dijo su padre a mi espalda.

Cuando este se posicionó a mi lado, me indicó que le mirase con mayor detenimiento. Al hacerlo, me percaté de que sus manos estaban al rojo vivo y humeantes. Fundía el hierro de sus ataduras subiendo la temperatura corporal de esa zona en concreto. Era fascinante ver cómo lo hacía sin inmutarse por el dolor que eso le podría provocar a cualquier otro.

Cal puso una mano sobre mi hombro.

—No le interrumpas.

—¿Está intentando escaparse? —interrogó Mahína—. ¿¡Está intentando escaparse!? ¡Eh, que se escapa!

Calaham se aproximó a ella con rapidez y le tapó la boca antes de que alertase a alguien. La Katpanu pataleó y gruñó sin cesar. El mago tenía muchísima más fuerza, así que acabó por rendirse bajo quejidos de frustración.

Aquella criatura era incansable, incluso estando encerrada con nosotros quería impedir que huyéramos. ¿Por qué razón estaba del lado de los Eternos si la gran mayoría los odiaba? Me resultaba incomprensible que tuviesen tantos fieles seguidores si tantas cosas malas habían hecho ya.

Mientras el padre de Rem se ocupaba de Mahína, yo opté por quedarme pendiente de su hijo. Era tal su concentración, que sus ojos se perdieron por el suelo. El proceso de fundido iba lento, notaba que le costaba mantener una temperatura lo bastante elevada como para deshacerse del hierro que lo apresaba, lo sabía porque la intensidad del rojo de la piel de sus manos disminuía y aumentaba de forma intermitente.

Era consciente de que él no podía controlarse en su forma Dracar y, quizás, tampoco podía controlar con facilidad las habilidades relacionadas con su segunda condición. Aún así, se esforzaba al máximo para poder salir de aquel lío.

Al cabo de un rato, ya veía cómo unas pequeñas gotas de hierro fundido caían sobre el suelo. En tan solo un par de minutos, Rem se deshizo de los grilletes de sus muñecas y Mahína gruñó al presenciarlo. Después llevó sus manos al grillete del cuello y comenzó a fundirlo, cada vez le costaba menos alcanzar la temperatura adecuada.

—Hijo, date un poco de prisa, estoy escuchando mucho jaleo arriba —susurró Cal.

Tenía razón, se escuchaba un gran barullo en la plaza; gritos, gruñidos de lobos y sonidos de armas chocando unas con otras. ¿Qué estaba sucediendo?

Rem acabó de romper la atadura de su cuello y se apresuró a hacer lo mismo con la de sus tobillos y las cadenas enroscadas a su torso. Tardó un mínimo de tres minutos en liberarse por completo. A continuación, se levantó y corrió a hacer lo mismo con los barrotes de la salida de su celda. Los dobló como si de mantequilla se tratase y repitió la acción con la nuestra.

Una vez que estuvimos fuera, el mestizo intentó apagar sus manos batiéndolas en el aire, pero al comprobar que eso no servía de nada, buscó algo a su alrededor hasta que se topó con un barril a rebosar de agua. Las metió ahí, haciéndolas chisporrotear. El olor a chamuscado se adentró en mis fosas nasales.

—Enfriarlas se me da peor —admitió.

—¿Y ahora qué? —quise saber.

—Ya te dije que mi plan no era del todo viable. —Mostró su dentadura en una sonrisa avergonzada—. Os he sacado de ahí, el problema ahora es salir.

«Estamos perdidos».

—¡No saldréis! —sentenció Mahína corriendo escaleras arriba.

«Ahora lo estamos aún más».

Tanto el mestizo como yo, miramos a Calaham con la intención de saber por qué narices había liberado a la Katpanu sabiendo que estaba en nuestra contra.

—Lo siento —se disculpó Cal—. Pensé que se comportaría.

Antes de que alguno de los dos pudiésemos decir algo al respecto, vimos cómo Mahína volvía gritando hacia aquí. Esta se escondió tras mi espalda y se agarró a mi ropa como si le fuera a servir de protección. Un par de guardias cayeron rodando por las escaleras hasta llegar al final y alguien nuevo hizo acto de presencia.

La loba.

Ella apareció ante nosotros sobrevolando los escalones de un solo salto, tenía la respiración agitada. Observó los barrotes derritiéndose y luego a Rem, quien continuaba con las manos en remojo.

—Veo que me habéis ahorrado trabajo —comentó satisfecha—. Tú, Vator. Acepto el trato. Venga, en marcha, no tenemos toda la noche.

Dicho aquello, se dio media vuelta y subió de nuevo las escaleras. Dudamos sobre lo que hacer, pero al final recogimos nuestras pertenencias y seguimos sus pasos sin demora. A Mahína no pareció agradarle nuestra decisión, pues tiraba de mi camiseta para impedirme avanzar.

Ella no estaba por la labor de que nos fuéramos de rositas, se le había encomendado la misión de impedir que Rem y yo mantuviésemos algún tipo de contacto. Estaba ahí para asegurarse de que cumplía condena. Desde luego, nos iba a hacer el viaje muy difícil.

En el momento en el que el mestizo se dio cuenta de que la mujer Katpanu no me dejaba en paz, descendió, me agarró de la muñeca y acercó su cara a la de la criatura mientras rugía con una ferocidad que nos hizo brincar del susto a las dos.

Mahína me liberó y Rem me arrastró con insistencia hacia arriba. En cuanto llegamos hasta la plaza principal, nos quedamos escondidos en las escaleras, viendo todo sumido en un espantoso caos. Los lobos que nos habían escoltado durante todo el camino junto a la mujer licántropo, se encontraban batallando con el resto de hombres y mujeres lobo, algunos transformados en su forma animal y otros no.

Me daba terror pensar en la cantidad de criaturas que iban a morir en aquella batalla, pero es que ni siquiera intentaban herirse los unos a los otros. Se mordían entre ellos, aunque era más una manera de distracción que de ataque. La diferencia de tamaño de ambas criaturas, dejaba en claro quienes ganarían la pelea si fueran en serio. Los licántropos eran cuatro veces más grandes que los lobos comunes.

—Mis lobitos los mantendrán ocupados por un buen rato, hay que aprovechar para escapar sin que nos vean. No podemos permitirnos que nos sigan —dijo nuestra salvadora—. ¿Podéis utilizar vuestra magia?

—Aquí no, seguimos bajo la influencia mágica del árbol —contestó Calaham—. Tenemos que salir para poder usarla.

—¡No os saldréis con la vuestra! —gritó la Katpanu.

¡Por favor! ¡Aquella mujer no se daba por vencida!

Esta se posicionó a nuestro lado y agarró con fuerza la capa de Rem. Aunque, nada más presenciar la «pacífica» pelea que teníamos delante de nuestras narices, tragó saliva y optó por soltarle y esconderse en los escalones más bajos, beneficiándose de la pared subterránea para ocultarse.

—Cuando lleguemos a la entrada saldremos de aquí corriendo —prosiguió hablando el mago e ignorando la presencia asustadiza de Mahína—. Tú llevas a Gaia y yo a la otra chica.

—Ah, no. Me niego a que me lleve a cuestas un Vator —se quejó ella.

—¿Prefieres un mestizo? —intervino Rem arqueando una ceja.

—También eres Vator.

—Estamos retirados, así que elige. ¿Un Vator retirado completo o un Vator retirado a medias?

—Vator a medias. Gracias.

La loba comenzó a caminar agachada hacia la salida a la vez que nos hacía gestos con su brazo para que la siguiésemos. No nos retrasamos más de la cuenta y nos pusimos en marcha, estando atentos a lo que ocurría a nuestro alrededor para estar preparados si alguien de importancia se percataba de nuestra huida.

—¡Eh, esperad! ¿Me vais a dejar aquí tirada? —chilló Mahína.

Ni siquiera se molestaron en responderla, simplemente siguieron caminando con precaución y esquivando a todos aquellos lobos y licántropos que peleaban por las cercanías. Yo quise esperar a la mujer y ofrecerle mi ayuda, no veía bien abandonarla. Sin embargo, antes de que pudiera hacer nada, Rem me volvió a agarrar de la muñeca y me obligó a caminar.

Miré por encima del hombro a la Katpanu, intentaba acercarse a nosotros como podía, pero el miedo le paralizaba y se quedaba rezagada.

Al salir del árbol, el líder de la manada transformado en un lobo gigantesco, puso toda su atención en nosotros y no dudó en abandonar la batalla y echar a correr hacia donde nos encontrábamos.

«Oh, no».

—¡Rápido, subiros! —presionó Cal.

Con toda la rapidez del mundo me subí a su espalda. En cuanto la loba imitó mi acción con Rem, padre e hijo salieron embalados hacia el bosque con aquella voraz criatura pisándonos los talones. Al menos tenía el consuelo de que íbamos más deprisa que él y no tardaríamos mucho en darle esquinazo.

Desgraciadamente, justo cuando ya nos estábamos alejando del lugar y nos encontrábamos en la entrada del denso bosque, algo sucedió. Vi como un gran resplandor azul salía del interior de mi pecho hasta el punto de casi cegarme. Me llevé una mano a la zona y como un acto instintivo, miré hacia atrás para poder ver a Rem y a nuestra nueva acompañante.

Él se había desplomado en el suelo y la muchacha había salido rodando hacia delante.

—¡Para, Cal! —grité al ver que no se trataba de un tropiezo cualquiera.

Calaham me obedeció y derrapó hasta frenar. Me bajé de su espalda y él se giró un tanto confundido para preguntarme lo que ocurría, pero se lo ahorró al ver lo mismo que yo. Ni siquiera lo dudé, solo corrí hacia ellos mientras observaba como la chica meneaba el cuerpo del joven con la intención de que reaccionara; no lo hacía.

En apenas unos segundos, tanto el padre de Rem como yo, llegamos a su lado. El muchacho se encontraba retorciéndose por una aflicción que no parecía cesar. El sufrimiento que estaba sintiendo era tal que no podía apenas moverse ni respirar en condiciones. Una de sus manos agarraba con fuerza la camiseta sobre la zona de su corazón, comprobé que mi pecho aún no dejaba de lucir.

—Eres tú —acusó la loba—. Lo estás matando.

Miré los ojos abiertos e inyectados en sangre de Rem. Soltaba pequeños quejidos que no hacían otra cosa que ponerme la carne de gallina y hacerme sentir una culpabilidad que sabía que no podría quitarme de encima hasta que lograse salvarle la vida. Le aparté la mano del pectoral y le levanté la camiseta para poder verle el pecho; la mancha morada que le había provocado yo al comienzo, se ensanchaba. Una especie de llamita azul quemaba su piel y la volvía de ese color.

«Lo estoy matando. Gaia, vamos, páralo».

—¿Qué hago para que pare? —le pregunté a Calaham, asustada.

—Nada. Esperar a que pase.

—No creo que tengamos mucho tiempo —avisó la rubia poniéndose en pie.

Ambos seguimos la trayectoria de su mirada. En tan solo unos segundos seríamos embestidos por la forma lobuna del líder; un lobo negro enorme que podría arrancarnos a los cuatro las cabezas de un solo mordisco.

Antes de que el animal se abalanzase sobre nosotros, nuestra acompañante se transformó en una gigantesca loba blanca, casi del mismo tamaño que el jefe de la manada. Su ropa cayó rasgada al suelo, solo el tótem quedó enganchado en su cuello, y, en apenas un pestañeo, ambos se enzarzaron en una pelea.

Unos zarpazos por parte de nuestra defensora, dejaron al líder alejado unos metros del lugar, observándonos a la espera de que la mujer licántropo bajase la guardia. Podría parecer tonto, pero tenía la sensación de que él no quería hacerla daño. Si así fuera, ya le habría devuelto el ataque. No obstante, se mantenía al margen. La loba caminó marcha atrás y se posicionó a nuestro lado sin dejar de enseñarle los colmillos al oponente.

De la nada mi pecho dejó de brillar, por lo que Rem dejó de sufrir. No duró mucho despierto, se desmayó casi de inmediato. Le agarré con suavidad de las mejillas, encendiendo sus dibujos tribales de esas zonas, y lo meneé con la esperanza de que despertase.

—Llévatelos —le pidió Calaham a la loba, quien le miró por el rabillo del ojo—. Yo me ocuparé de que no os siga.

El mago cogió en volandas a su hijo, provocando que el lobo hiciese el ademán de tirarse sobre ellos. Cal le echó una mirada al líder que consiguió frenarle en seco, cosa que me hizo saber que estaba utilizando sus poderes para ordenarle que se estuviese quieto. No sabría cuánto duraría aquello o cuánto aguantaría él. Por lo que me habían contado, sus trucos eran de corta duración y les costaba mucha energía realizarlos.

—Gaia, súbete encima —pidió refiriéndose a la mujer licántropo.

Ella le echó un rápido vistazo y gruñó, no muy contenta con la idea. No quise perder más el tiempo, así que me subí sobre su espalda de un salto. Cal sentó a Rem delante de mí y dejó recaer su cuerpo contra el mío para que pudiera proporcionarle la sujeción que él mismo no podía darse.

—Marchaos —ordenó sin romper el contacto visual con el lobo jefe.

—¿Cómo nos encontrarás luego?

—Recuerda que fui un cazador, sé reconocer y seguir rastros. Ahora largaos.

La loba comenzó a correr sin previo aviso, haciendo que casi me cayera hacia atrás. Por suerte, pude agarrarme con una mano a su pelaje y con la otra aferrarme al torso del mestizo para impedir que se escurriese. Esperaba no hacer daño a la chica con los tirones de pelo que le iba dando sin querer.

¡Hola! ¿Cómo estáis? ¿Cómo lleváis las clases? Yo de momento voy bien, pero pronto voy a comenzar con los finales y no voy a poder estar muy activa con respecto a las actualizaciones, pues corregir estos capítulos me quita mucho tiempo. Con lo que sea, os avisaré. 🥰💚

¿Qué os ha parecido el capítulo? Nuestro ser vengativo se puso del lado de los buenos. 😌

¿Qué pensáis de nuestra lobita? Su Tótem es muy importante, no le quitéis el ojo de encima. 👀

¿Qué pensáis que pasará con Mahína? La han abandonado a su suerte, corre el riesgo de que se la coman. 🤧

¿Qué pensáis que pasará con Calaham? ¿Se lo zamparán también? 🧙🏻‍♂️

¿Y el con el resto? ¿Se encontrarán algún peligro por el camino o tendrán un merecido descanso? 🐺

En el próximo capítulo sabremos por qué Gaia se siente tan atraía por Rem, y no le va a hacer ni pizca de gracia. 😬

Besooos.

Kiwii.

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