🔥 Capítulo 14
Llevábamos varias horas caminando y el sol aún no se había ido, aunque le faltaba poco. Apenas nos llegaban los rayos de luz y conforme más avanzábamos, más paranoica me ponía. Sentía que nos observaban muchos ojos y que un par en concreto nos acechaban desde las zonas más oscuras.
No era la única que tenía esa sensación; Rem estaba inquieto, lo notaba en los latidos de su corazón y en su forma de mirar hacia todas partes, alerta. En cambio, Calaham se mostraba más tranquilo, como si nada de lo que nos rodease le causase temor. Supuse que sería algo de cazadores, algo que se aprende a controlar para poder hacer su trabajo sin cometer ni un solo error.
—No os quedéis atrás —habló el mago, quien encabezaba la marcha—. Estamos cerca de Montaraz. Esto ya es tierra de lobos.
El mestizo echó un rápido vistazo hacia atrás, hacia a mí, asegurándose de que todo estuviese en orden conmigo. Al ver que él aminoraba el paso, aproveché para alcanzarle. En cuanto lo hice, se pegó a mí como una lapa, tanto, que podía oler el jabón de lavanda de su ropa y piel. No sabía a qué se debió su repentino acercamiento, pero no me iba a quejar.
—Nos están vigilando —le comenté en un susurro.
—Desde hace un rato —respondió—. Ve por delante de mí.
Puso su mano sobre mi espalda baja, haciéndome pegar un pequeño brinco, y me empujó hacia el frente.
—Antes no te importaba dejarme atrás.
—Eso era porque no corríamos peligro —explicó.
Tragué saliva y fijé la vista en la espalda de Cal. Iba con muchísimo cuidado, prestando atención a cada tramo del bosque para comprobar que no había ninguna amenaza. De vez en cuando, también se paraba a ver los rastros en la tierra, queriendo saber a qué criatura pertenecían, si era peligrosa o no y si eran muy recientes o antiguas. En ningún momento mostró preocupación, así que me mantuve serena.
Mi tranquilidad se disipó ante el crujir de una rama. Los tres paramos de golpe y nos quedamos en silencio. Rem miró hacia atrás e hizo un escaneo completo de la zona mientras su mirada se iba desplazando hacia la izquierda.
—¿Qué ha sido eso? —quise saber.
Calaham me pidió que guardara silencio con un gesto de su mano. Padre e hijo estaban muy sumergidos en el silencio que nos inundaba, con la intención de detectar al ser que nos perseguía. Al cabo de unos instantes, el mestizo se aproximó a mí con cautela y rodeó mi cintura con uno de sus brazos, tomando una actitud de sobreprotección que relacioné enseguida con aquella maldición que nos unía.
Rem no me estaba protegiendo a mí, se estaba protegiendo a sí mismo.
De la nada, una punzada de dolor se alojó en el interior de mi pecho. Me llevé la mano al corazón y agarré con fuerza la camiseta a la vez que ahogaba un grito en el interior de mi garganta, el cual se transformó en un gruñido desgarrador.
Mis piernas perdieron las fuerzas y caí al suelo de rodillas junto a Rem, a quien le estaba sucediendo lo mismo y se retorcía sin parar. A mí se me saltaron las lágrimas y a él le rechinaron los dientes por la presión que su mandíbula ejercía; era como si nos estuviesen arrancando la piel de las costillas.
El Vator corrió hacia nosotros.
—¿Qué... le pasa? —preguntó su hijo con dificultad.
Calaham puso su mano sobre la mía.
—Que su cuerpo está haciéndole hueco a tu corazón. Sus huesos y músculos se están separando y amoldándose a él —contestó—. El dolor debería de cesar una vez que haya terminado el proceso.
Jadeé y arañé la tierra con mi mano libre hasta que aquel mal pasase. Tras unos segundos de eterna agonía, el dolor cesó y por fin pude respirar con normalidad. Rem se deshizo en un suspiro en el que dejó escapar toda su angustia y se puso en pie entre tambaleos y muecas.
—¿Cuántas veces te ha sucedido? —quiso saber el mago.
—Creo... creo que tres.
—Entonces relájate, no volverás a sufrirlo.
Asentí, temblorosa. Cal me tendió una mano para ayudarme a levantarme y yo no dudé en tomarla. De un fuerte tirón logró su propósito, no me soltó hasta que estuvo seguro de que podía mantener el equilibrio yo sola. Miré al mestizo, aún parecía un tanto exhausto, como si el dolor se hiciese notar en forma de eco dentro de él hasta desaparecer del todo.
Un grito agudo, que se me antojó a uno de guerra, hizo acto de presencia. Antes de que pudiéramos darnos cuenta, una criatura saltó de entre las ramas de los árboles y se abalanzó sobre el cuerpo extenuado de Rem, provocando que ambos colisionaran contra el suelo.
—¡No podrás conmigo! —chilló el ser.
Tan pronto como observé con atención a aquel sujeto, me percaté de que se trataba de Mahína; golpeaba con muy poca fuerza los pectorales del muchacho. Sus puños se acabaron por desviar a la cara, pero él reaccionó pronto y la sujetó por las muñecas para que dejara de fastidiarle. Calaham desenfundó la espada y se le puso a la Katpanu bajo la mandíbula.
—Eso parece hacer mucho daño —comentó ella, aterrorizada.
—Lo hará como no te quites de encima de mi hijo —advirtió el mago.
Mahína tragó saliva y comenzó a vibrar como si fuese un chihuahua. Rem aprovechó el despiste de la Katpanu para tirarla al suelo, robándole una queja. Él se levantó y se sacudió la tierra de la ropa mientras fulminaba con la mirada a la criatura.
—Se llama Mahína y trabaja para los Eternos —le informó a su padre—. Quiere mantener alejada a Gaia de mí.
—¡Debes cumplir condena! —intervino la mujer levantándose de nuevo.
—Oh, cállate.
Le agarró uno de los cuernos y volvió a tirarla suelo, no obstante, ella no se rindió y volvió a incorporarse.
—¿¡Quieres pelea, defecto!? —Le mostró los puños.
—¿Quieres que te vuelva a tirar al suelo?
—¡Silencio! —pidió Calaham.
Todos le miramos; sus ojos azules analizaban los alrededores con detenimiento, algo malo pasaba. Enseguida escuché gruñidos pertenecientes a criaturas que tenían pinta de ser carnívoras y con muy malas pulgas. No muy tarde, se dejaron ver.
Eran lobos, cuatro para ser extactos, y tenían algo que les hacía peculiares. Sus pelajes estaban en total sintonía con la naturaleza, había uno recubierto de musgo, otro de corteza y ramas de árboles, el tercero de flores y último tenía el aspecto de las piedras. Podían parecer animales indefensos, pero sus dientes y garras afiladas demostraban todo lo contrario. Daban miedo y nos estaban rodeando.
—Calaham, tú eres el cazador. ¿Qué se hace en estas situaciones? —inquirí, retrocediendo.
—Con tantos lobos al acecho y pudiendo haber más cerca, solo hay una cosa que se pueda hacer.
—¡Correr! —gritó Mahína, histérica—. ¡Sálvese quien pueda!
Dicho aquello, comenzó a correr lejos de nosotros.
—Sí, eso mismo. ¡Corred! —secundó el Vator.
Los tres emprendimos la carrera tras Mahína, sintiendo como los lobos rugían y nos perseguían como si fuésemos su comida, aunque en teoría, lo éramos. Sin demora, Rem me agarró de la mano para ayudarme a mantener un buen ritmo y evitar que me mordieran el pandero, cosa que agradecí.
En cuanto la mujer Katpanu giró de golpe hacia la izquierda debido a un quinto lobo que le cortó el paso, nosotros derrapamos en la tierra para girar en la misma dirección. Cada vez nos seguían más bestias voraces y a mí se me agotaban las ganas de seguir corriendo; nunca fui buena en temas de deporte.
No entendía la razón por la que ni Calaham ni Rem utilizaban sus poderes para escapar más rápido. Tal vez sería porque era una forma de extinguir casi toda su energía en apenas unos minutos y no estaban por la labor de desperdiciarla, no lo sabía.
Al llegar a un pequeño claro, Calaham disminuyó la velocidad. Había detectado algo raro, eso estaba claro.
—¡Mahína, frena! —le gritó.
—¡Y un cuerno! ¡No quiero morir!
El mago aceleró hasta que consiguió alcanzar a la Katpanu, sin embargo, fue demasiado tarde.
El terreno sobre el que pisaron se elevó, atrapando a ambos en una red de cuerda gruesa que había enganchada a un árbol. Antes de que Rem y yo pudiésemos reaccionar, caímos en otra trampa idéntica, apresándonos el uno junto al otro. Si no hubiese puesto las manos sobre su pecho, nos hubiésemos roto los dientes mutuamente.
Justo en el momento en el que Rem y Cal se pusieron a sacar algunos de los objetos afilados que portaban para poder romper las cuerdas, los lobos se pusieron a dos patas y, entre mordiscos, zarpazos y fuerza bruta, les arrebataron todas las armas. Los animales las dejaron tiradas por ahí y deambularon por nuestro alrededor para impedir que intentásemos escapar.
—Nos han atraído hasta una trampa —declaró Calaham—. Estos lobos solo obedecen a los de su misma especie: licántropos. No se moverán hasta que el dueño se lo pida.
—Pudiste habernos avisado antes —me quejé.
—Estaba ocupado impidiendo que Mahína cayera en la red —se defendió—. Pero por qué iba a hacerme caso, ¿verdad?
Mahína sonrió avergonzada y se encogió en el sitio. Miré a Rem, quien no dejaba de observar a los lobos.
—¿No puedes hacer algo para sacarnos? Chasquea los dedos y quema la cuerda. ¡O transfórmate!
Él se rio.
—Uno: no sé transformarme cuando me da la gana y, en el caso de que lo hiciera mediante mi detonante, te mataría en un pestañeo. —Sonrió—. Y dos: después de quemar la red, ¿qué pretendes que hagamos? Se tirarán sobre nosotros y nos despedazarán en cuestión de segundos. Ah, y están viniendo más.
Eché un vistazo y tenía razón. Cada vez se acumulaban más lobos por la zona.
—Ponte cómoda, Gaia. Esto va para rato —dijo pasando los brazos detrás de su cabeza.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?
—¿A caso alterarme serviría de algo?
Gruñí con frustración y me removí buscando una mejor posición; no la encontraba. Mi cuerpo se encontraba entre las piernas del mestizo, estaba prácticamente tumbada sobre él. Debería de estar roja como un tomate y eso me incomodaba. Quería salir de allí cuanto antes.
—Por favor, deja de pisotearme y estate quieta de una buena vez —me riñó.
—¡No puedo!
Él rodó los ojos, pasó sus fuertes brazos por mi espalda y me aprisionó contra su pecho, limitando así mi movilidad.
—Suelta —ordené.
—No.
—¡Oh, vamos!
—Gaia, cálmate —pidió Calaham desde la otra red—. Intentaremos negociar con el creador de esta trampa para que nos deje marchar.
—¿Y si reconoce a Rem y quiere entregarle?
—Nos tocará improvisar.
—¡Por favor! Ya me doy por muerta.
Rem se rio a carcajadas, provocando que su pecho subiera y bajara, lo que hacía que mi cabeza siguiera ese ritmo.
—A ti no te tocarán ni un pelo —aseguró el mestizo—. El problema lo tengo yo.
Suspiré y acomodé la cabeza sobre su pecho. Me sorprendía bastante que estuviera tan calmado sabiendo que podrían acabar con él en un santiamén si le pillaban, a pesar de haberme mostrado su desesperación por recibir mi ayuda desde el principio.
Eso había cambiado en él, o tal vez solo lo ocultaba. Podría ser que muy en el fondo estuviese tan asustado como yo y que no quisiera dejarlo ver.
Con la intención de averiguarlo, desplacé la oreja que tenía contra su caja torácica hasta la zona de su corazón, queriendo escuchar los latidos de este. Pronto me percaté de que aquel órgano lo portaba yo y de que nada latía en su interior; no se escuchaba nada, solo podía notar el vaivén de sus costillas a causa de su respiración, la cual estaba igual de tranquila que él.
Cerré los párpados por unos segundos y me concentré en las pulsaciones de los dos corazones que tenía dentro de mí. Percibí los míos, bombeaban sangre demasiado deprisa; seguro que el miedo a lo que pudiera pasar y el nerviosismo al estar tan cerca de aquel chico, eran los motivos por los que no lograba calmarme. Sin embargo, cuando conseguí concentrarme en los de Rem, me di cuenta de que sus constantes eran normales, aunque de vez en cuando pegaban algún que otro salto.
—Vaya, vaya. Pero mira lo que ha caído en mis redes. —Una voz femenina se hizo presente en el lugar—. La cena de hoy promete.
Después de quitarme los brazos de Rem de encima, me incorporé y busqué con la mirada a la dueña de aquella voz: una mujer joven de tez blanquecina y de unos treinta y tantos años de edad. Era rubia, con el cabello muy largo, liso y recogido en una coleta alta en la que tenía pequeños mechones trenzados y un par de plumas sujetas. Sus ojos eran de un azul muy intenso y la expresión en su rostro denotaba voracidad; las mejillas las tenía marcadas por dos líneas de pintura roja.
Llevaba puesto un top de un solo hombro de color gris, una capa recubierta de pelo de algún animal, una especie de falda abierta que solo le tapaba la parte trasera y las caderas, también recubierta de pelaje. En la parte delantera tenía lo que parecía ser un trapo doblado y remetido en la cinturilla, de color rojo y largo, hasta las rodillas; solo le cubría la zona de la pelvis, las piernas las tenía desnudas. Por último, en el cordón que usaba de cinturón, iban aferradas dos espadas y un hacha corta manchada de sangre.
«Vamos a morir».
—Veamos que tenemos aquí. —Se relamió los colmillos y se aproximó hacia Calaham y Mahína—. Vaya, un Vator. El cazador ha resultado ser cazado, que cosas, ¿eh? Odio a los de tu calaña, será todo un placer matarte.
Desvió la vista hacia la mujer Katpanu.
—Tú tienes la carne muy dura, serás el alimento de mis pequeños —sentenció señalando con un leve movimiento de sus brazos a los lobos.
Mahína tragó saliva.
—Te lo dije —susurró Rem contra mi oído.
Ignoré su comentario y seguí prestándole atención a aquella chica. Ella se dio la vuelta y caminó con una lentitud aplastante hacia nosotros mientras olfateaba el aire. Cuando estuvo cerca, se agarró a la red y aproximó su nariz al cuerpo de Rem. Luego se alejó con una sonrisa plantada en el rostro.
—Un mestizo. Mago y Airanis, ¿tal vez? —indagó, pero al olerle otra vez rectificó—. No. Mago y Dracar. ¿Y tú? —Me miró y esnifó mi aroma—. Oh, su Clades. Esto está interesante. ¿Cómo es que estáis tan cerca el uno del otro? Tienes el poder de destruirle... ¿Te estás dejando destruir, mestizo?
—No —pronunció él con dureza.
—Pues claro que no —rio—. Los mestizos no sois tan estúpidos, y menos uno que sigue con vida.
Analizó a Rem y conforme avanzaba el tiempo, la sonrisa se le borró del rostro. La mujer se llevó las manos a su espalda baja y sacó un papel doblado de la cinturilla de su vestimenta. Tras desdoblarlo, la cara de mi acompañante apareció en él. Se trataba de su orden de busca y captura.
—La tienes a tu lado porque la necesitas —acertó y volvió a sonreír—. Os llevaré conmigo a Montaraz, seguro que me dejan volver a la manada si os entrego. A todos.
Los nervios se hicieron presentes en mi cuerpo y la histeria me iba a brotar en cualquier instante, así que me dispuse a lanzar una queja en un intento de que nos dejara marchar, pero Rem llamó mi atención y me ordenó con la mirada que no dijera nada.
Cuando la voz de Calaham hizo acto de presencia, me tranquilicé. Eso solo quería decir que tenían algún plan entre manos que podría llegar a salir bien, por lo que opté por no entrometerme.
—No podemos acompañarte hasta tu pueblo —declaró él—. Tenemos que llegar al palacio de los Eternos cuanto antes.
La mujer se giró y enfrentó al mago.
—A mí eso me da igual. —Se encogió de hombros—. No era una invitación.
—Debes soltarnos —insistió—. ¿Qué quieres a cambio? Puedo recompensarte con lo que más desees.
—Lo que yo quiero lo obtendré entregándoos. Os venís conmigo.
Se giró hacia nosotros otra vez y, con una sonrisa de medio lado dibujada en su cara, tomó el hacha de su cinturón y la empuñó con fuerza y determinación. Pegué un salto del susto y miré a Rem con la esperanza de que me asegurase que tenían otro plan.
Tan rápido como me acordé de que ese Plan B era improvisar, comencé a hiperventilar. Aquello no iba a acabar muy bien.
¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Qué tal las vacaciones? Ya pronto terminan, lloremos. 🤧
¿Qué os ha parecido el capítulo? 🤓
¿Creéis que saldrán victoriosos del lío en el que se han metido?
¿Qué pensáis de este nuevo personaje? ¿Será bueno o malo? 🐺
No sé vosotras/os, pero Mahína es tan torpe y tan ella, que me dan ganas de achucharla, aunque quiera ver muerto a Rem jajaja.
¿Habéis podido averiguar por qué Gaia se siente atraída hacia Rem? No es solo por la hermosura que este arrastra, hay algo más. 👀
Antes de despedirme, vengo a decir que hay un grupo de Telegram en el hablamos los capítulos ya publicados y sacamos teorías. Si os queréis unir, comentad por aquí y os paso el enlace por privado. 🥰
Besooos.
Kiwii.
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