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🔥 Capítulo 13

Tras unos intensos cinco minutos de carrera continua para escapar de aquellas criaturas que querían hacer daño a Rem y capturarnos a nosotros dos, llegamos a la entrada de Regnum Nemora. Cal había utilizado aquel truco de súper velocidad para librarnos de todo aquel que quiso interponerse en nuestro camino, pues los habitantes de Villa illecebra no perdían ni un solo segundo en impedirnos seguir.

Aquellas cincuenta mil monedas de oro que pedían por la cabeza de Rem estaban trastocando a la gente hasta tal punto de querer conseguir la recompensa por medio de nosotros. Supuse que querían atraer al chico con nuestra presencia. Solo con eso, ya sabía que nuestro viaje iba a ser bastante complicado.

Calaham dejó caer su hombro izquierdo contra un árbol, agotado. Me soltó la mano y buscó en su alforja una de las botellitas que había metido antes para bebérselo de un trago; sabía que se trataba del mismo líquido que le dio a su hijo para que se recuperase. Una vez que se la terminó, me hizo un gesto con el brazo para que continuara caminando y emprendimos de nuevo el rumbo. Yo iba haciendo malabares con las pertenencias de Rem, apenas podía con todo y había estado a punto de perderlas por el camino.

—Tenemos que adentrarnos en el bosque antes de que empiecen a buscarnos por los alrededores —advirtió.

—¿Quiénes eran?

—Pertenecían a la Guardia de los Eternos. —Suspiró, aún un tanto exhausto—. Son unos completos patanes en su mayoría. Están tan desinformados sobre los Dracars, que no saben cómo tratar con ellos. Solo saben usar la fuerza. Ese tío quería dejarle fuera de juego con fuego. Pero a los Ignis, ese elemento solo les fortalece y les cabrea. —Hizo una pausa—. Para saber a qué tipo de Dracar te estás enfrentando, primero debes saber qué color es el que se enciende cuando tocas su piel. Idiotas...

—Un Dracar es... ¿un dragón?

—Más o menos.

—¿Cómo que «más o menos»?

—El dragón lo tiene dentro —aclaró—. En su alma.

Estaba asustada.

Rem era un monstruito sanguinario y yo lo estaba ayudando. ¿A cuento de qué? Lo habían condenado, principalmente, por asesinato. Acababa de matar a dos guardias delante de mí como si no importasen sus vidas, era un asesino condenado a muerte.

No podía seguir ayudándole.

No quería.

Pero tampoco podía abandonarlo, mi cuerpo no me dejaba, mi cabeza no me lo permitía. Había una parte que se preocupaba por él y que deseaba que estuviese bien, ¿por qué? ¿Por qué me importaba tanto? No le conocía y era malo. Nada tenía sentido y eso me cabreaba, algo no andaba bien conmigo, pero no sabía el qué.

El mago se movía con rapidez, queriendo alejarse lo antes posible de allí. Aquello me obligaba a acelerar el paso, en cambio, me era más sencillo seguir su ritmo que el de Rem. Abracé con fuerza sus cosas para que no se me cayeran al suelo y, acto seguido, le pregunté lo siguiente:

—¿No vamos a buscar a tu hijo?

—No, nos encontrará.

—Pero ¿y si le atrapan?

—Nadie se va a atrever a acercarse a él cuando su dragón interior tiene el control de su cuerpo. Todos temen a los Dracars, y más a uno que no ha aprendido a dominar sus impulsos asesinos. Se sabrá cuidar —me tranquilizó—. Es una de las razas que más odio recibe, es muy raro ver a un Dracar fuera de Regnum Ignis.

Asentí y opté por confiar en él.

Durante una hora estuvimos andando por las profundidades del bosque, alerta a lo que pudiera pasar. Estaba todo tan poblado de árboles y vegetación, que me daba miedo que alguna de las criaturas que nos buscaban apareciese detrás de algún arbusto. Había suficientes sitios en los que esconderse, allí era todo gigantesco; las rocas, los hierbajos, los troncos, todo. Era bonito a la vista, pero muy bueno para las emboscadas.

En el trayecto, reconocí el canto de las famosas Perdikhiones; esas ratas voladoras de las que me habló Rem, las mismas que con su canto buscaban perderte. La melodía que emitían me seguía pareciendo hipnótica, aunque era consciente de que se trataba de eso, de encandilarte hasta que no supieras en qué parte del reino te encontrabas. Así que hice caso omiso, por muy duro que me resultase.

Por suerte, y a diferencia de Rem, Cal estaba atento a mí en todo momento. Si me quedaba atrás, me esperaba. Incluso me ofrecía una mano para ayudarme a subir los tramos más empinados, cosa que agradecí muchísimo. Llegados a un determinado punto, el Vator se dejó caer contra la corteza de un gran árbol, así que me aproximé a él y, después de dejar todo el equipamiento que transportaba en el suelo, me senté a su lado.

—Aquí —informó—. Siempre viene aquí cuando pierde el control.

—¿Por qué?

—Es especial para él, le da la paz necesaria para recomponerse.

Le eché un vistazo a mi alrededor; la zona era igual de bonita que el resto del bosque, aunque esa parte en concreto estaba algo más florida y podía escuchar el fluir de un río cercano. La verdad era que el ambiente transmitía tranquilidad, tanto por su olor como por el ruido que la naturaleza emitía. No me extrañaba que su bestia se viese apaciguada, hasta yo me sentía más relajada.

Calaham desenfundó su espada y la clavó en la tierra, lo que me hizo acordarme de lo que me tenía que explicar. Me parecía raro que un mago tuviese tantas armas, aunque era porque me los imaginaba de una manera muy diferente.

—Los magos Vatores —pronuncié—. Ibas a hablarme de ellos.

—Ah, sí. —Sonrió—. Estuve con Rem en el escuadrón de Vatores de los Eternos. Nuestra función era mantener a las criaturas que tenían como único afán hacer daño, alejadas. A veces teníamos órdenes estrictas de matarlas, aunque muchos nos negábamos. Trabajábamos para ellos, pero desde que condenaron a mi hijo, ambos lo abandonamos.

Arrugué el entrecejo. Actuaban como los defensores de Dracones, cosa que vi genial, pero cuando mencionó las órdenes de matar a algunas de esas criaturas, ya no me pareció tan bien. Cada vez veía más turbulenta la función de los Eternos en aquella civilización.

—Lo que en su día empezó siendo una buena labor para defender a nuestra gente, terminó siendo una masacre —añadió con decepción—. Me metí a Vator por el asesinato de mi mujer, no quería permitir que eso le pasase a alguien más. Aprendí todo lo que sé sobre las razas y especies, pero acabé convirtiéndome en lo que prometí destruir. Un asesino.

Me removí en el sitio un tanto incómoda. Había hecho que Calaham se sincerara sobre una parte de su pasado y se me antojaba dolorosa. Solo quiso hacer algo bueno, ayudar a los habitantes de aquel mundo a convivir en paz para que no hubiese más asesinatos como los de su esposa, no obstante, aquello no acabó como esperaba.

Decidí no tocar más el tema, pues a la vista estaba que al mago le dolía recordar aquel tipo de cosas. No mostraba su dolor, pero sí que se podía percibir. Mientras que su rostro se mostraba impasible, pude notar como se aferraba con fuerza al anillo de compromiso de su mujer y al suyo.

En el tiempo que esperábamos a que Rem hiciese acto de presencia, Calaham aprovechó para contarme más cosas acerca de Dracones. Había averiguado que yo pertenecía a su misma raza, resultaba que los magos, brujas, hechiceros, druidas y Clades eran solo especies dentro de una misma raza llamada Illecebra, que significaba magia. Todos nosotros utilizábamos la magia de diferentes formas y ninguno tenía la capacidad de aprender del otro.

También descubrí que Rem era un Ignis dentro de la raza Dracar, así como mago dentro de la Illecebra. Era un sistema social bastante complejo que me costó pillar, aún no entendía cómo iba la cosa con el resto de razas y especies, pero al menos ya no estaba tan perdida con respecto a la mía.

Con tantas explicaciones y falsas alarmas sobre estar siendo acechados, empezó a atardecer y todavía no teníamos noticias de Rem. Mi cuerpo se sentía inquieto al no saber lo que había podido pasarle.

Escuchamos el crujir de una rama a poca distancia de nuestra posición, lo que nos alertó por décima vez en el día. Por ello, Cal volvió a levantarse y a coger la espada por la empuñadura. Este se colocó tras el árbol en el que se encontraba apoyado y esperó a que el ser vivo que andaba por aquellos lares apareciese. Yo tampoco tardé en levantarme y seguir las indicaciones del mago, quien me había dado una de sus dagas para que tuviera algo con lo que poder defenderme; no sabía cómo manejarla y tampoco quería tener que usarla.

Calaham me miró por encima del hombro y se llevó el dedo índice a los labios para que guardase silencio. Asentí y apreté la empuñadura del arma. En el instante en el que él regresó la vista al frente, me preparé mentalmente para lo que estuviese a punto de suceder.

Las pisadas sobre las ramitas secas se escuchaban cada vez más cerca, acelerándome el pulso. En cuanto el ser que caminaba hacia aquí, pasó por el árbol en el que estábamos escondidos y se dejó ver, el mago alzó la espada y le puso el filo en el cuello para impedir que diese un paso más.

Era Rem.

Sus ojos dorados eran inconfundibles.

Y estaba cubierto de sangre.

«Iug».

El muchacho miró a su padre sin mediar palabra, a la vez que aguardaba a que este le apartase la espada. Cuando lo hizo, el hombre escaneó a su hijo de pies a cabeza y después le dio un abrazo tan fuerte que llegué a pensar que se fusionarían en uno solo.

—Por fin puedo darte la bienvenida como es debido —comentó Calaham—. Has cambiado en estos cinco años que llevo sin verte.

—No iba a decirte nada, pero tú también —rio Rem—. Te he detectado un par de canas.

Su padre soltó una carcajada que retumbó por todo el lugar, llegué a temer que nos hubiese escuchado alguien, no obstante, parecía que estábamos bastante alejados de la civilización de Regnum Terrenum.

El chico deshizo el abrazo y el Vator le observó con una ternura que me caló hondo.

—¿Estás bien? ¿Te han hecho daño?

—No, estoy bien. —Sonrió.

Cal le puso las manos sobre sus hombros desnudos y le dio un suave apretón.

—Tenemos que ponernos en marcha —comentó—. No sé cómo vamos a llegar a la sede de los Eternos, pero no me voy a rendir.

—Sé de un Airanis que no dudará en ayudarnos —declaró el joven—. El problema es que está en Falco y nadie que no sea o tenga relación con los Piratas del aire sabe en qué parte de Regnum Coeli se encuentra esa isla flotante.

—La encontraremos —animó su padre—. Ve a refrescarte al río antes de que nos vayamos, tu temperatura aún no se estabiliza. Estás ardiendo.

Apartó las manos de la piel de su hijo y luego se las frotó un poco para deshacerse del calor. Rem asintió y se dirigió hacia donde se escuchaba el agua correr, no sin antes lanzarme una mirada neutra que no supe interpretar. Sin pensármelo dos veces, cogí su camiseta para dársela y corrí tras él para exigirle una explicación.

Me molestaba que no estuviese siendo sincero conmigo, necesitaba saber quién era exactamente y lo que había hecho.

Antes de que pudiese abrir la boca, Rem se adentró en el río, provocando que de su cuerpo comenzase a salir humo ante el contraste de caliente a frío. Se pasó las manos por el torso, hombros y espalda, deshaciéndose de la matanza que teñía de rojo su piel; se me revolvían las tripas con solo mirarle.

De repente, su mirada dio conmigo y temblé aterrorizada. Tragué saliva y alcé el mentón con decisión, armándome de valor para indagar en las acciones de un asesino en potencia.

—¿Por qué te condenaron? —pregunté.

—Ya te lo dije.

—Sé más específico —ordené, molesta.

Rem soltó una breve carcajada y me miró con una sonrisa en la que presumía de sus relucientes colmillos, pero pronto la borró de su rostro y endureció el gesto.

—Los mestizos somos ilegales.

Arrugué el entrecejo.

—¿Cómo qué ilegales?

—Somos lo que llaman una raza defectuosa, un deshecho. Los Eternos nos han perseguido desde los comienzos. Nos han estado matando por no encajar en ningún sitio y por no poder controlarnos, por ser más poderosos que una sola raza —relató—. Nos tienen miedo y por eso buscan acabar con nuestra existencia. Somos pocos, es muy difícil tener a un mestizo. La mayoría mueren en el parto por no poder soportar la cantidad de poder que se acumula en nuestros cuerpos, pero los que sobrevivimos, estamos condenados a muerte. A mis padres les mataron cuando nací, solo por tenerme.

Mi rostro se fue transformando hasta mostrar espanto. Ahí recordé uno de sus delitos cometidos: nacer. Le habían condenado por ser una criatura que estaba fuera de las categorías ya impuestas; era horrible.

En definitiva, los Eternos no eran seres de buen corazón. Todavía me quedaba mucha información que obtener de ellos, pero por ahora me bastaba con saber que no eran lo que yo esperaba, que no eran buenos. ¡Mataron a sus padres por tenerle! Un momento...

—Espera. ¿Calaham...?

—Él me encontró ahí. —Señaló la orilla, justo donde me encontraba—. Calaham me adoptó y se convirtió en mi mentor. Me enseñó a usar la magia y a ser un buen Vator, aun sabiendo las consecuencias que conllevaría esconderme.

—Y si los Eternos ya buscaban matarte desde que naciste, ¿por qué Cal te metió al escuadrón de Vatores?

—Porque si quieres esconder algo hay que dejarlo a la vista —intervino él, quien apareció detrás de nosotros, preparado para emprender de nuevo la marcha—. Me adelanto para tantear el terreno, no tardéis.

El hombre se dio la vuelta y comenzó a caminar lejos de nosotros. En el momento en el que regresé la vista a mestizo, este ya estaba de pie a escasos centímetros de mí; sentía el calor que desprendía y las gotas de agua caer hasta mis mejillas. No podía dejar de admirable, era el ser más bello que había visto nunca.

Al extender la palma de su mano, supe lo que quería: su camiseta. Se la entregué y él se la puso de inmediato, privándome de aquella imagen que tan encandilada me tenía. ¿Qué me pasaba?

Carraspeé con la garganta y volví en mí.

—¿El asesinato del que se te acusa fue debido a que tu parte Dracar tomó el control de tu cuerpo como antes? —interrogué.

Rem se puso serio y me hizo saber con la mirada que no le gustaba por donde estaba yendo aquella conversación. Dejé de respirar por un segundo y me dispuse a retractarme.

—He vuelto a tocar tema delicado, ¿no?

Forzó una sonrisa de oreja a oreja en la que mostraba su entera dentadura, dejando en claro que mi suposición era correcta.

—Yo no tuve a mi verdadero padre para que me enseñara a controlar mis impulsos, no tuve a ningún Dracar, fuera del tipo que fuere, a mi lado. Así que sí —admitió con rudeza—. La ira y la rabia son mi detonante y no tengo ni puñetera idea de canalizarlas, no me sé controlar en ese estado, no soy yo. Pasó lo inevitable.

Sin nada más que añadir y un tanto fastidiado, se fue de mi lado y tomó el resto de sus pertenencias que se encontraban bajo el árbol. Luego siguió con su camino sin molestarse en esperarme, por lo que fui tras él antes de que desapareciera de mi vista.

Lo último que quería era perderme en aquel mundo del demonio.

¡Holi! Perdón la tardanza, no había terminado de corregir el capítulo y he tenido que modificar un par de cositas, jeje. ¿Qué tal estáis? 🥰

¿Os ha gustado el capítulo?

Ya sabemos lo que es nuestro pequeño monstruito y el mal que hizo que lo condenasen. ¿Qué pensáis de él ahora?

¿Y de los Eternos?

En el próximo capítulo tendremos a Mahína (esperemos que Rem no se la coma), y un problemilla que pondrá en un gran aprieto a nuestros queridos chiquitines. 😌

Besooos.

Kiwii.

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