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🔥 Capítulo 10

Me desperté tras recibir tres toques en la cadera, los cuales se repetían de manera continua si no abría los ojos. Gruñí por lo bajo y me acurruqué entre el musgo y la capa de Rem; no quería despertarme tan pronto, quería seguir durmiendo unas cuantas horas más porque me sentía muy cansada después de la caminata del día anterior.

Los golpecitos fueron sustituidos por una presión que adquiría más fuerza conforme pasaban los segundos y la cual iba acompañada por movimientos que iban de un lado a otro, consiguiendo así que mi cuerpo se tambalease hacia las direcciones que esta imponía. Solté un suspiro de frustración y abrí los ojos para enfrentar a la persona que me estaba fastidiando.

Enseguida vi a Rem, mirándome desde arriba, con las manos puestas en sus caderas y con uno de sus pies pisando la mía. ¡Me estaba pisoteando! Y sus botas... ¡Sus botas estaban llenas de barro! Las ganas de matarlo aumentaban en mi interior.

Volví a gruñir, con los dientes apretados, y luego hice el ademán de darle un manotazo en la pierna, pero él fue más rápido y la retiró antes de que pudiera rozarla. Iba a gritarle y a despotricar contra él por mancharme los vaqueros, porque sí, había apartado su bendita capa para no ensuciarla. No obstante, Rem me pidió que guardase silencio llevándose el dedo índice a los labios.

—No hagas ruido, no quiero que despiertes a Mahína —dijo en un susurro.

Miré hacia donde estaba la mujer Katpanu, se encontraba dormida con la boca abierta, seguía atada al árbol y emitía unos ronquidos que se me antojaban tiernos.

—Los Eternos deberían de buscarse unos súbditos que se tomen más en serio su trabajo —comentó con decepción—. Pensé que me lo pondrían más difícil, pero este bicho no hace otra cosa que traerme dolor de cabeza.

—¿Piensas dejarla aquí? —inquirí—. Eres cruel.

—No ataste la liana muy fuerte, se soltará y no tardará en captar nuestro rastro. Da gracias a que no me la zampo.

—¿Te la comerías? —Abrí los ojos de par en par, espantada.

—No sé, su carne es muy dura. —Sonrió con malicia—. Pero si no tuviese más remedio, lo haría.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—Eh..., no... —Se observó las manos, confundido; no me había entendido—. Vamos, levanta. Aún nos queda camino que recorrer.

Refunfuñé para mis adentros, me puse en pie bajo su atenta mirada y eché un rápido vistazo a mi alrededor. Apenas había luz, no se veía muy bien, estaba amaneciendo y las copas de los árboles nos privaban de los primeros rayos de sol; esperaba no comerme el suelo por andar medio a oscuras.

Me desaté la capa y se la entregué a Rem golpeándole con ella en el pecho. Él la agarró entre risas, se la puso de nuevo y emprendió el rumbo. Yo le seguí sin despegar la mirada de su espalda, haciendo el esfuerzo de disipar todos los malos pensamientos que podían entrar en conflicto con él; me estaba costando un triunfo.

Miré hacia atrás con la esperanza de que Mahína despertase, se liberase y corriese hacia nosotros. No sabía muy bien por qué, pero me sentía protegida y a salvo con ella cerca. Había algo en aquella criatura que me daba muy buenas vibraciones, como si fuera un amuleto de la suerte que me salvaría de todo mal. En cambio, la mujer continuaba roncando.

Suspiré y regresé la vista al frente, percatándome de que Rem ya me había vuelto a dejar atrás. ¿De dónde diantres sacaba la energía para ir tan rápido? Tal vez fueran las ansias de querer seguir con vida o, solamente, otra de sus habilidades.

Como vi que no tenía intención alguna de esperarme, opté por echar a correr para alcanzarle yo misma, cosa que no tardé en conseguir. Durante los siguientes cinco minutos, me ignoró, como si estuviese concentrado en otro tipo de cosas, y tan pronto como conseguí amoldarme a su ritmo, mis tripas rugieron en protesta.

No había comido, cenado y tampoco desayunado. Tenía muchísima hambre, sed, y sabía que, se proseguía con el viaje sin llenar mi estómago o hidratarme, me desmayaría. Carraspeé con la garganta para llamar su atención, pero él no me dio importancia. Y viendo la conexión que teníamos ambos, debería preocuparse un poco más por mi salud.

—Tengo hambre —protesté—. Y sed. Mucha sed.

—Te alimentarás cuando lleguemos a Villa illecebra —sentenció.

Fruncí el ceño y me hirvió la sangre en las venas.

—Oye. Es posible que tú, súper hombre depredador, puedas estar sin comer y beber por un largo periodo tiempo —refunfuñé con molestia—. Pero yo me muero.

—No te vas a morir.

—¡Me muero de hambre!

—Yo también me estoy muriendo, ¿recuerdas?

—¡Pero a largo plazo! ¿Es que hace falta que te recuerde que, si yo muero antes, tú lo harás después? —contraataqué.

Rem paró en seco y se dio la vuelta para luego acercarse a mí peligrosamente. Su rostro denotaba seriedad y no tenía ni idea de por dónde iba a salir. Al menos, el resto de su cuerpo parecía estar relajado, por lo que no me preocupé de que me fuera a hacer daño.

—Pues como no quieras comerte la corteza de los árboles o chupar musgo para saciarte, yo no tengo nada —se defendió y alzó las cejas—. ¿O prefieres que te cace algo? ¿Un conejillo, tal vez? Pero deberás comértelo crudo, no podemos permitirnos parar a cocinarlo.

—No gracias, no como animales. —Hice una mueca—. Soy vegetariana.

—Entonces avancemos antes de que desfallezcas.

El muchacho se dio la vuelta y siguió con su camino, obligándome a reemprender la marcha.

—¡Espera! Tú haces magia, ¿no? —Me puse a su lado—. Hazme aparecer una manzana o algo por el estilo. ¡O agua!

—Lo siento mucho, pero eso no funciona así —se disculpó con sinceridad—. Si pudiera, lo haría. Créeme.

«¿Qué te crea? Menuda gracia».

Jadeé y no tardé en volver a quedarme atrás. Él caminaba demasiado rápido y a mí me costaba mantener su paso. Con el cansancio, el hambre y la sed que tenía encima, el trayecto se me hacía cada vez más pesado. Estuve con la mirada pegada en su nuca por una media hora, el tiempo que llevábamos andando, y había una cosa que no entendía. Rem se había ofrecido a cazarme algo para llenar mi estómago, sin embargo, todavía no le había visto cazar para su propio beneficio. Él tampoco había comido ni bebido nada a pesar de que podía hacer una de esas dos cosas. ¿Por qué no lo hacía?

—Rem. ¿Tú no tienes hambre? —interrogué.

—Sí.

—¿Y por qué no comes nada? Puedes cazarte algo, ¿no?

—Sí, pero no voy a hacerlo sabiendo que tú no puedes porque no comes carne —respondió—. Comeré cuando tú comas. No voy a saciarme cuando tú no lo harás, no me parece bien.

Ni siquiera se dio la vuelta para verme, seguía a lo suyo, dándome la espalda mientras hablábamos y continuábamos con el viaje.

—¿Otro acto de buena voluntad? —me burlé.

—¿Me lo das como válido? —Me miró por encima del hombro y arqueó una ceja.

—Este sí —confirmé.

—¿Y los demás no? Vaya.

En cuanto dejó de mirarme, metí los labios en el interior de mi boca para aguantarme la sonrisa que quería abrirse paso por mis comisuras. Había algo en su sentido del humor, en su forma de hablar, de comportarse, en su entera personalidad, que no me hacía verle malo del todo.

Tal vez antes le había juzgado demasiado rápido, o quizás le estaba juzgando demasiado rápido ahora. Había llegado a un punto en el que no sabía qué pensar del chico que me había arrastrado a un mundo completamente diferente al mío. No sabía si confiar en él, si temerle o tenerle esa poca fe ciega que me había pedido la noche anterior.

Rem tenía mucho que demostrar aún.

—Rem. Tengo una pregunta —informé—. ¿Eras tú el que mataba a los ciervos en Saranac Lake?

Noté como su cuerpo se volvía rígido y como su paso aminoraba por momentos, hasta el punto de quedar casi tan rezagado como yo. Cuando me hube posicionado a unos centímetros de él, me echó un rápido vistazo y asintió lentamente con la cabeza.

—¿Por qué lo hacías?

—Necesitaba comer. —Se encogió de hombros.

—Para eso está el mercado, bestia. Además, aquellos hombres dijeron que los ciervos estaban mutilados, no devorados.

—Eran esos animales o la gente del pueblo —confesó sin más.

A cada palabra que pronunciaba, más curiosidad sentía en saber lo que era en realidad, pero también me provocaba temor. Lo único que sabía era que se trataba de un depredador con habilidades sobrehumanas y que hacía algo parecido a la magia. Bueno, y que tenía la etiqueta de amenaza potencialmente peligrosa. Quería preguntarle qué clase de criatura era, aunque algo muy dentro de mí sabía que no respondería, que evitaría la pregunta mediante evasivas de cualquier tipo.

Fui a probar suerte, a ver si aquella vez le daba por contestarme con la verdad sobre él, pero Rem frenó tan de golpe que me hizo callar y mirarle con cierta confusión. Sus pupilas se quedaron fijas en el suelo y tragó saliva mientras se echaba el flequillo hacia atrás, el cual volvió a su posición inicial al instante. Respiró profundo un par de veces y luego subió sus ojos dorados hasta los míos.

—Súbete a mi espalda. —Una sonrisa de medio lado se hizo presente en sus labios.

—¿Por qué?

—Nos queda un buen rato para llegar al pueblo y no tienes muy buen aspecto —comentó—. Puedo ir más rápido. Venga, sube.

—Cuando salimos del pozo estabas agotado —objeté.

—He tenido tiempo de recuperar mi energía.

—¿Cómo? Si ni has cazado.

—Hace tan solo un rato que querías verme muerto. ¿Y ahora te preocupas? —se rio—. Vamos, eso nos retrasaría más.

—Come algo. —Me crucé de brazos, dejando clara mi sentencia.

No sabía a qué se debía mi precipitada preocupación por él, pero cada vez le prestaba menos atención a ese extraño sentimiento de atracción.

Rem respiró hondo y desvió la mirada hacia la derecha a la vez que murmuraba algo que no alcancé a escuchar. Tras relamerse los labios, el chico se aproximó hacia a mí con pasos firmes y decididos, lo que me hizo retroceder un par de pasos al ver claras sus intenciones.

Al estar a muy poca distancia de mí, se agachó y me cogió por las piernas hasta que mi abdomen quedó apoyado sobre uno de sus hombros. En el momento en el que se incorporó, me vi como un saco de patatas. Un grito agudo salió de mis adentros en cuanto estuve boca abajo y teniendo unas vistas en primera fila de su redondo trasero.

—Bá-ja-me —ordené.

Mantuve los brazos encogidos para evitar tocarle el pandero por accidente. Se me iba a caer la cara de vergüenza a ese paso.

—En unos minutos, estaré encantado de hacerlo.

Dicho aquello y sin darme tiempo a patalear, cogió carrerilla y, en menos de un segundo, salió disparado como una bala en línea recta. Grité como si no hubiera un mañana y me agarré con fuerza a la tela de sus pantalones, olvidándome de que le estaba enganchando esa zona que tanto quería evitar: su culo.

La cabeza me daba vueltas y notaba como sus manos se aferraban con mucha fuerza a mis piernas para impedir que me cayera. Mi mayor miedo en ese momento era aterrizar de boca y arrancar un trozo de musgo de su sitio con la dentadura. Más le valía no soltarme.

Hice el esfuerzo de alzar un poco la cabeza, viendo así el suelo pasar a toda velocidad bajo los pies de Rem. ¿Cómo diantres podía correr tanto? Sabía que era por su condición sobrenatural, pero no dejaban de sorprenderme aquellas habilidades.

Comprobé que ir mirando al suelo mientras el chico corría era una muy mala idea porque aceleraba mi mareo, así que volví a bajar la cabeza y a sujetarme de su cuerpo. Cerré los ojos e intenté pensar en otra cosa para que aquel mal trago se pasase cuanto antes.

El sonido del aire pasando a nuestro alrededor se colaba en mis oídos, era lo único que podía escuchar a parte de las pisadas de Rem. También fui capaz de sentir su corazón latiendo acelerado y con fuerza dentro de mi pecho; iba tan rápido que temí que le diera un infarto.

Al cabo de un rato, perdí la noción del tiempo. No sabía durante cuánto tiempo llevábamos recorriendo el bosque, pero para mí habían pasado más de diez minutos. ¿Y él pretendía llegar allí al amanecer a paso normal? ¡Qué fe tenía!

Antes de lo que me esperaba, Rem fue frenando poco a poco. En cuanto paró por completo, noté como su cuerpo caía hacia adelante hasta colisionar contra la tierra. Sus manos me soltaron y yo rodé hacia mi izquierda. Apoyé las palmas entre las hojas embarradas e intenté levantarme, no obstante, estaba tan mareada que me costaba horrores ponerme en pie.

No lo logré, pero al menos pude sentarme hasta que el mundo dejó de darme vueltas. En cuanto puse la vista en el muchacho, vi que se encontraba tirado boca abajo, como si estuviera muerto; apenas podía ver los movimientos de su pecho al respirar. ¡Casi ni lo hacía!

—Rem —le llamé; no dio respuesta.

Gateé hacia a él y le tomé de los hombros para darle la vuelta y ponerle boca arriba. Tenía los párpados cerrados y le costaba mucho respirar. Agarré con suavidad su rostro, pudiendo deleitarme una vez más con aquel brillo rojizo que recorría el contorno de los dibujos ocultos en su piel, únicamente en la zona en la que le estaba tocando.

Deslicé los pulgares por sus pómulos, quitándole el barro adherido y meneando su cara con la intención de que volviera en sí. Incluso probé a darle pequeños toques en las mejillas, pero el chico seguía sin dar señales de vida. Tragué saliva y miré los alrededores.

Estábamos a pocos pasos de un muro de tierra que se alargaba de forma horizontal y que tenía un gran hueco en forma de entrada tallada en un arco apuntado recubierta de lianas y todo tipo de vegetación. Habíamos llegado a nuestro destino.

—Eh, despierta. Hemos llegado —avisé—. Vamos, Rem. Reacciona...

Estaba empezando a ponerme nerviosa. Si él moría a causa del agotamiento, me sentiría fatal, así que continué dándole pequeños golpes y meneos para hacerle volver en sí, cosa que fui logrando conforme los segundos pasaban. Él abrió los ojos muy despacio y un hilillo de sangre empezó a resbalar por el orificio izquierdo de su nariz. No hacía falta que me lo explicaran, eso tenía que ser debido al sobreesfuerzo ejercido.

—No debiste de hacerlo —opiné mientras le ayudaba a incorporarse.

—Estoy bien... —aseguró.

En cuando logré despegar su espalda del suelo, su frente cayó contra mi clavícula. Estaba demasiado cansado.

—Ayúdame a levantarme —pidió en un susurro—. Siento decirte que tendrás que cargar conmigo.

—Tú me has llevado este último trayecto, no tengo problema en hacerlo ahora yo.

Me puse en pie y, acto seguido, le levanté del suelo con todas mis fuerzas. Antes de que volviera a caer, pasé uno de sus brazos por mis hombros, le agarré de la muñeca con la que tenía libre y con la otra le sujeté por la espalda.

—Guíame —dije—. Solo tienes que hacer eso.

Regnum Terrenum. —Señaló la entrada del muro—. Y sigue recto.

Fijé la vista allí y me puse en marcha, obligando a Rem a arrastrar sus pies para que me ayudase un poco a desplazarle. Con una lentitud aplastante, atravesamos la entrada. Al llegar al otro lado, los rayos de la luz del sol nos golpearon de lleno; aquel lugar era muchísimo más luminoso dada la ausencia de árboles.

Justo delante de nosotros se habría paso un pueblo con pequeñas casitas muy coloridas que se encontraban muy cerca las una de las otras, tenían un aspecto medieval, al igual que todo a nuestro alrededor. Era como si hubiese entrado en otra época, aunque el vestuario de Rem ya me lo había dejado muy claro.

Avancé por un caminito de piedras hasta que llegué al inicio del pueblo, donde había un poste de madera con un par de tablones. El primero apuntaba hacia la pequeña ciudad y ponía: «Villa illecebra». El segundo apuntaba por donde habíamos venido y ponía: «Regnum Nemora». Y un poco más abajo, clavado con un clavo al palo grueso de madera, había un cartel en pergamino con el rostro de Rem dibujado y una cifra bastante grande justo debajo.

Era un cartel de busca y captura en el que daban de recompensa cincuenta mil monedas de oro; incluso estaba abierto a negociaciones.

—Rem, creo que tenemos un problema —hablé con voz temblorosa.

Él alzó la cabeza y miró el pergamino. Le escuché mascullar algo, pero no le entendí. Después, su vista se dirigió hacia el frente, lo que provocó que jadeara y que su expresión facial cayera en picado.

—Pues yo veo un problema mucho más grande —agregó.

Seguí la trayectoria de su mirada, topándome así con varios de los habitantes haciendo ocio. La mayoría tenían aspecto humano, como Rem y como yo, pero una minoría eran criaturas que nunca pensé que podría llegar a ver.

Había sátiros, faunos, minotauros y personas con orejas y bigotes de felino y todo el cuerpo recubierto de pelo. Aquello sí que era de locos. Había muchísimas más especies que no me paré a analizar porque la situación ya me parecía lo suficientemente preocupante como para sacarme la histeria.

Rem estaba en busca y captura. Tenía claro que toda aquella gente sabía de ello y de la recompensa que ofrecían por entregarle a las autoridades de Dracones. Nuestro mayor problema ahora era pasar por las calles del pueblo sin ser vistos. Y eso, iba a ser muy complicado.

¡Holi! ¿Cómo estáis? Ya falta menos para las vacaciones y eso significa que habrá maratón de esta historia. 🥰

¿Qué tal el capítulo? ¿Os ha gustado?

¿Creéis que serán Rem y Gaia capaces de atravesar el poblado sin problemas?

En el próximo capítulo conoceremos a un nuevo personaje que nos acompañará en esta aventura y sabremos muchísimo más sobre las calamidades y la maldición del Corazón vagabundo. Vuestras dudas serán resueltas. 👀

Besooos.

Kiwii.

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