Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

🔥 Capítulo 1

Una voz que parecía lejana no paraba de retumbar en mi cabeza, haciendo eco cada vez que afloraba. Quise escucharla con detenimiento para poder saber a quién pertenecía y de dónde provenía, pero no llegué a reconocerla. Era como un susurro, apenas la podía oír.

Intenté con todas mis fuerzas abrir los ojos y comprobar por mí misma el lugar en el que me encontraba; no pude. Era como si mis párpados estuviesen pegados, me pesaban lo suficiente como para no ser capaz de separarlos. Tampoco lograba moverme, tenía la sensación de estar atrapada.

Pronto me noté mareada. Mi cabeza daba vueltas sin parar y sentía que podría llegar a caerme. Mi cuerpo me hacía creer que me precipitaba hacia el vacío, no obstante, el impacto nunca llegaba. Probé a gritar y a pedir ayuda, sin éxito. Mis labios no se despegaban y ningún sonido salía del interior de mi garganta. Comenzaba a asustarme, no entendía nada.

Tenía muchas ganas de llorar y no muy tarde ese hecho se cumplió; aunque no notaba las lágrimas sobre mi piel, tenía la sensación de estar llorando. A los pocos segundos, la voz volvió a emerger, tranquilizándome. Me llamaba. Alguien pronunciaba mi nombre desde algún sitio que desconocía.

—Gaia... tienes que despertar —susurraba aquel dulce tono.

Mi sistema respiratorio empezó a funcionar de una manera más sosegada, lo que me dejó percibir los latidos de mi corazón, el cual bombeaba sangre demasiado rápido. Me era imposible calmarlo.

—La verdad..., no te voy a mentir. —Su voz se aproximaba—. Hablar contigo en este estado me resulta ridículo. Ni siquiera sé si me estás escuchando, siento que estoy hablando con la pared...

Notaba su cercanía. Las ansias por descubrir lo que pasaba me carcomían y lo único que quería era poder abrir los ojos, moverme y hablar, pero algo me lo impedía y me resultaba muy angustiante. Seguía mareada y la cabeza me dolía como si me hubiesen golpeado con un martillo. De hecho, había uno imaginario chocando contra mi cráneo una y otra vez.

—Han pasado tantas cosas, Gaia... —sollozó—. Me gustaría que despertases y que estuvieses a mi lado para decir que todo estará bien. Por favor..., haz un esfuerzo... No sé por cuánto tiempo más podremos mantenerte con vida...

No la conocía, estaba segura de que no la había escuchado antes. La desesperación que me mostraba aquella persona me alteraba, no sabía de qué hablaba, yo solo quería despertarme de una vez y volver con mi familia.

Recordaba lo que pasó la noche anterior, era de locos... ¿Un corazón ardiendo flotando? Sonaba a película de terror. Me preguntaba qué habría pasado después de que eso entrase en mi pecho. ¿Estaría en mi casa? ¿En un hospital, tal vez? La última opción me resultaba más lógica.

—Vamos... Despierta.

Esa palabra rebotó con eco.

«Despierta».

Fruncí el ceño al escucharla como si estuviese a milímetros de mi tímpano. Era molesto, no soportaba lo alto que se oía ese simple vocablo. Se había amplificado de repente. Sonaba tan fuerte que creí que mi oído sangraría.

Justo en ese instante, algo sucedió dentro de mí. Un fuerte latido hizo acto de presencia de forma repentina, pero no pertenecía a mi corazón. El mío seguía acelerado. Sin embargo, esas constantes eran diferentes: tranquilas y enérgicas.

Abrí los ojos y cogí una bocanada de aire con desesperación, como si hubiese estado sin respirar por un largo periodo tiempo. La luz blanca que había en el lugar se me clavó en las retinas como si de agujas se tratasen, haciéndome cerrar los párpados de nuevo hasta que me acostumbré a la iluminación del exterior.

—¡Gaia, joder! —gritó una chica muy cerca de mí.

Noté unas gotas de sudor recorrer mi frente y un olor a antiséptico inundar mis fosas nasales. Miré a la persona dueña de esa voz y vi a una niña en plena adolescencia, de un tono de piel lo más parecido al chocolate y de ojos verdosos. A pesar de que sus rasgos se me hacían familiares, no la reconocía.

Las lágrimas resbalaron por sus mejillas y ella se las apartó de inmediato. Luego de colocarse unos mechones de su negro cabello detrás de las orejas, me observó a la espera de que alguna palabra saliera de mi boca. Estaba tan impactada que no sabía reaccionar.

Tenía claro que me encontraba en la habitación de un hospital. Los pitidos de las máquinas a las que me encontraba conectada me lo decían, aunque no veía a ningún miembro de mi familia, cosa que me desconcertaba.

—¡Por fin despiertas! —exclamó la muchacha.

—¿Quién eres? —pregunté, confundida.

La chica arrugó su entrecejo y me miró con desilusión.

—Soy tu hermana... —contestó—. Soy Audrey... ¿No me recuerdas?

Me incorporé un poco de la camilla hasta quedar sentada sobre el colchón. Un dolor punzante se alojó en varios puntos de mi cuerpo, tenía todos los huesos y músculos agarrotados, era como si me hubiesen congelado por días.

—Mi hermana tiene diez años —objeté.

Era imposible que fuese Audrey. Ella era una adolescente, no coincidía con la edad de mi pequeña.

—Gaia... soy tu hermana. Eso te lo puedo jurar —dijo con voz temblorosa—. Has estado cinco años en coma.

Me quedé rígida. Eso era mucho tiempo, no terminaba de creérmelo. En mi cabeza había estado inconsciente unas cuantas horas, ya no sabía qué pensar. No sabía si hacer caso a la chica que tenía ante mí o a mis pensamientos.

Acentué el ceño y analicé las facciones de su rostro con atención; lucía desesperada y temerosa. Llevó sus finas manos hacia a una de las mías y la apretó con efusividad al ver que aún seguía dándole vueltas al asunto, instándome a decir algo.

Estuve cerca de un minuto mirando cada parte de su bonita cara, buscando algo que me asegurase que, efectivamente, era mi hermana. Bajé la mirada hasta nuestras manos a punto de darme por vencida, sin embargo, en ese momento lo divisé: una pulsera de tela y de color azul con pequeñas bolitas de madera. Aquel accesorio lo hice yo para Audrey como regalo por su décimo cumpleaños.

Regresé los ojos a los suyos, notando como estos se aguaban. Ya era capaz de reconocer sus rasgos, de relacionarlos con los que tenía ella cuando no era más que un renacuajo. Esa adolescente era, sin duda alguna, mi hermana pequeña.

—¿Cómo...?

—La noche que estuvimos paseando por el bosque del pueblo, hubo un incendio —explicó—. Las llamas nos cortaron el paso y el humo hizo que te quedaras inconsciente. Yo fui en busca de ayuda porque no fui capaz de llevarte conmigo.

Eso no lo recordaba así.

Hice el esfuerzo de acordarme de esa versión de la historia y no fui capaz. Estaba segura de que eso no fue lo que pasó en realidad, no hubo incendio, sino una cosa envuelta en llamas que levitaba a tan solo unos pasos de nosotras.

—Aún no saben cuál fue el origen del incendio, pero el caso es que te encontramos tirada en el suelo intacta —agregó trasmitiéndome su desconcierto—. No te habías quemado, pero toda esa parte del bosque acabó siendo cenizas.

Sus palabras me confundían, era incapaz de poner en orden todo lo que rondaba por mi mente. Aparté las manos de las de Audrey y rastreé con la mirada la piel de mis brazos en busca de quemaduras de algún tipo. No tenía ni un solo rasguño, solo las manchas blancas propias del vitíligo.

Joder... ¿Qué estaba pasando?

—¿Te encuentras bien? —indagó mi hermana.

Mi mente seguía procesando la información recibida, buscando una explicación lógica. Sabía muy bien lo que vieron mis ojos, pero me estaban diciendo algo muy distinto.

—Ha-ha... había... un corazón humano desprendiendo fuego esa noche, en el bosque. Estaba flotando delante de nosotras —declaré y la miré.

La nariz de mi hermana se encogió y sus ojos me observaron como si yo hubiese perdido un tornillo o más de uno. No estaba loca, sabía lo que había visto, sabía lo que ocurrió y lo que sentí. Mi corazón había estallado dentro de mi pecho.

—No estoy loca —susurré y negué lentamente—. Tú y yo fuimos a buscar a Jaramillo, el duende de tus cuentos, ¿recuerdas?

Audrey se quedó unos instantes en silencio, atónita.

—Voy a llamar a la doctora —avisó.

Se levantó y se dirigió a paso rápido hacia la salida de la habitación. Antes de que desapareciera de mi vista, grité lo siguiente:

—¡No estoy loca!

«No lo estoy».

La garganta se me secó y mi pulso se aceleró, me palpitaban las sienes y las yemas de los dedos. Ya no estaba segura de si había ocurrido lo que yo contaba en mi versión de los hechos o solo se trataba de una secuela del «accidente».

—Buenas tardes, Gaia. —Una voz femenina me sacó de mi ensoñación—. Veo que ya has despertado, ¿cómo te encuentras? ¿Mareada, tal vez?

La mujer pertenecía al centro médico, su bata blanca y la pequeña identificación que colgaba de uno de los bolsillos superiores me lo indicaron. Detrás de ella venía Audrey, quien parecía seguir un poco preocupada.

—No. Confundida —respondí.

—Es algo normal.

Dado a su jovial aspecto supuse que se trataba de una residente, algo así como una novata en el campo hospitalario. Se aproximó a mí con pasos pausados y empezó a revisar las máquinas.

—Tu hermana me ha contado lo que le has dicho respecto al accidente que sufriste —habló mientras cogía lo que deduje que era mi informe médico—. Aquí no pone que hayas tenido ningún traumatismo craneoencefálico, pero es posible que solo sean delirios por la exposición de tu cuerpo a tan altas temperaturas.

—No estoy delirando. —Negué con la cabeza—. Audrey estaba conmigo cuando pasó, ella vio lo mismo que yo.

La residente dirigió la mirada hacia Audrey, quien se restregaba la frente con una energía desesperante.

—Gaia..., yo no lo recuerdo así, ya te lo he dicho —dijo soltando un leve suspiro.

—Pero las dos lo vimos —insistí—. No estoy mintiendo...

Las lágrimas se me acumulaban, tenía muchas ganas de echarme a llorar como una niña pequeña, no obstante, las retuve. Me decidí a mantener la calma y a escuchar todo lo que tuvieran que decirme. Estar receptiva y no interrumpirla.

—Según los datos registrados en tu informe durante estos años, puedo decirte que cuando llegaste aquí no tenías una temperatura corporal normal —me explicó la chica con toda la amabilidad del mundo; se notaba que quería ayudarme a comprender el estado en el que me encontraba—. Ningún termómetro convencional nos servía para tratarte. Eras un volcán en erupción, Gaia.

No tenía sentido. ¿Qué sucedía conmigo? ¿Me había transformado en alguna especie de extraterrestre o algo así?

—En otras palabras —prosiguió—. No sabemos cómo sigues con vida. Se te intentó bajar la temperatura de miles de formas y fue imposible. Eso cambió hace cosa de unos meses, que ya comenzaste a estabilizarte.

Inhalé y exhalé en profundidad, abrumada. Había mucha información contradictoria en mi cerebro que no podía ordenar. Estaba muy segura de que lo que vi aquella noche era real, incluso lo sentía como tal, pero las palabras de la doctora me hicieron replantearme cualquier dato existente que tuviera en aquel momento. Cada vez era más consciente del problema que se me había venido encima.

Sí que podría estar equivocada y estar aferrándome a un recuerdo que no era verdadero. Aunque no podía obviar cierto dato perturbador. ¿De verdad un incendio provocó tanto lío en mí? ¿Cómo era posible que no hubiera muerto ante una fiebre tan espantosa?

—Sé que cuesta creerlo —comentó—. No tengo explicación lógica para lo de tu temperatura corporal, pero sí para tu versión errónea de los hechos. La inhalación del humo te dejó inconsciente, por lo que tu cabeza ha podido modificar el recuerdo que tienes del accidente.

—¿Es eso posible? —indagué.

—Claro. Cuando se trata de cosas del cerebro, nunca se sabe. —Se encogió de hombros—. Es un campo que sigue siendo desconocido para nosotros.

—Vale, necesito ir al baño —pedí—. Tengo que despejarme, por favor.

La residente asintió y se apresuró a quitarme las vías de los brazos para que pudiera levantarme de la cama y desplazarme sin problema.

—Viendo que tus constantes y todo lo demás está correcto, creo que podremos darte el alta en unos días —añadió—. De momento, descansa. Te traeré una silla de ruedas para que puedas manejarte mejor, dudo que puedas caminar. Necesitarás rehabilitación para poder hacerlo de nuevo.

Moví la cabeza en respuesta afirmativa mientras seguía cada uno de sus movimientos; manipulaba los cables y las agujas con un cuidado que agradecí. Recordaba los hematomas que me hacían cuando venía a hacerme algún análisis. No me encontraban la vena y acababan rompiéndome algún que otro vaso sanguíneo.

Unos minutos más tarde acabó con su labor, por lo que me mostró una agradable sonrisa en su rostro y se marchó de la habitación para traerme esa silla de ruedas de la que hablaba. Audrey no dejaba de mirarme como si fuese mercancía muy frágil, se preocupaba mucho por mí, no tenía duda de ello.

Me levanté con lentitud de la cama, notando un mareo invadirme de pies a cabeza. Mi hermana no tardó en acercarse y tomarme de un brazo para ayudarme a mantener el equilibrio; era como si hubiese olvidado andar, me sentía débil, pero había una fuerza en mi interior que no me dejaba caer, al contrario, me obligaba a estar en pie y a no temblar por el esfuerzo. La sensación era muy extraña.

—Tranquila, puedo sola —aseguré.

—Llamaré a mamá para decirle que has despertado —avisó con una alegría muy contagiosa.

Tenía muchas ganas de volver a ver a mis padres.

Audrey me soltó y me permitió marchar. Con un paso lento y tanteando con las manos lo que tenía a mi alcance, fui caminando hacia el cuarto de baño que se encontraba en la esquina del fondo de la habitación. A cada pisada, una mueca de molestia se instalaba en mis labios, los huesos me dolían y crujían como si hubiese envejecido cincuenta años de golpe.

En cuanto llegué a mi destino, cerré la puerta y me aproximé al lavabo. Jadeé al ver mi aspecto desaliñado en el espejo y con cinco años de más. Cinco años de mi vida perdidos por un accidente del que ni siquiera tenía los recuerdos claros.

Agaché la cabeza, abrí el grifo y me llené las manos de agua para empaparme la cara y recomponerme. Coloqué los mechones de pelo que me estorbaban detrás de las orejas y peiné con los dedos el flequillo despuntado que ocultaba mi frente.

«Tranquila...».

La respiración se me cortó al escuchar un ruido a mi derecha. Dirigí la vista en esa dirección con gran rapidez, pero no había nada, aunque las cortinas de la bañera se movían. Me incorporé y puse rumbo hacia allí.

Cuando estaba a tan solo unos centímetros, tragué saliva y corrí las cortinas. No había nada. Por el suelo de la bañera solo se encontraban esparcidos algunos botes de champú y gel que, seguro, pertenecían a mi familia de las veces que podrían haberse quedado a pasar la noche conmigo durante mi estancia.

Me aparté algo confundida y me di la vuelta para volver con mi hermana. Eso sí, con la sensación de estar siendo observada en todo momento.

¡Holi! ¿Cómo estáis? ¡Feliz año nuevo, chiquis! 🥰

¿Cómo estuvo el primer capítulo? Aún sigo un poco insegura con esta historia por ser nueva escribiendo este género. Podéis decirme vuestras opiniones sin miedo. 👉👈

Hay un bicho que observa a Gaia, ¿quién será? Es importante, eso desde luego. 👀

Besooos.

Kiwii.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro