49: Herida.
El Sol mañanero se asoma por el horizonte, alumbrando el frondoso bosque entre los reinos Park y Jeon. Entre los cientos de árboles, en la profundidad del bosque se encuentra JiMin. Él siente su cuerpo pesado y cree que va a desmayarse en cualquier momento, el cansancio quiere derrumbarlo, pero no puede rendirse ante este. Su madre y hermano dependen de él.
"Ya falta poco, ya falta poco" se repite constantemente en su cabeza en un intento de cobrar fuerzas.
Tras un largo tiempo cabalgando entre los árboles, con estos siendo su único paisaje, finalmente puede divisar, no muy lejos, el lugar que tanto estaba buscando. El lugar donde debería refugiarse y esperar a Jungkook y Hoseok. Espera que lleguen pronto y a salvo, pero si no aparecen dentro de poco, él mismo irá a buscarlos.
Entre los árboles hay una pequeña cueva. Baja del caballo con cuidado, dejando a su madre y hermano, con los ojos casi cerrándose por el cansancio, un momento a solas.
― ¿A dónde vas, hijo...?
― Quédate ahí mamá, ya vuelvo. ― La tranquiliza con una pequeña sonrisa.
Pasa saliva, toma su espada y da paso por paso hasta estar cerca de la cueva. Debe verificar que ningún animal viva ahí para poder instalarse y descansar por fin de la ajetreada noche que vivieron. Con su mano hace a un lado las tiras de hojas que lloran sobre la entrada a la cueva, las cuales obstaculizan el ver con claridad su oscuro interior.
Finalmente se adentra y verifica que ningún animal vive ahí por el momento. Esto lo hace aliviarse. Guarda su espada, se acerca nuevamente al caballo y de ahí baja a su madre y hermano. Improvisa una cama en el suelo con sus ropas para su madre y hermano, él se sienta en una roca a su lado, su espada cerca suyo.
― Gracias a las hojas que cuelgan en la entrada no es fácil vernos. ― Le habla a su madre, aunque esta tenga los ojos cerrados y haya cedido ante el sueño. ― Eso nos da ventaja ante los hombres de Taehyung, si es que vienen a buscarnos, estaremos seguros...
Su pequeño hermano da cinco pasos hasta él y se sienta a su lado, toma su mano, mucho más grande que la suya, y entrelaza sus dedos. Recuesta su cabeza en su brazo y cierra sus ojitos para tratar de dormir. Luce muy cansado. JiMin sonríe con ternura ante esto, pero no pasa mucho cuando su sonrisa se desvanece, y baja la mirada al recordar todo lo vivido horas anteriores.
Sangre, humo, tragedia, gritos desconsolados, muerte...
Todo por el poder, por la avaricia, la envidia. JiMin no puede terminar de entender cómo una persona puede ser tan vil y despiadada. Aunque quizás algunos de los fallecidos esa noche fueron auténticos líderes corruptos, no puede evitar pensar que aún así, su muerte fue demasiado cruel.
La tos proveniente de su madre lo hace sobresaltarse.
― ¿Madre? ― Ve como la mujer hace una mueca de dolor y lleva una de sus manos a su abdomen. ― ¿Qué ocurre?
La reina no responde, solo levanta su torso con notable dificultad, su respiración se acelera y con sus manos se apresura en levantar una parte de su vestido hasta dejar en vista su muslo izquierdo. Un pedazo de tela alrededor de este, manchado de sangre, es lo que alarma a JiMin.
― E-estás herida...
Se estaba desangrando, la sangre que cubría toda la tela y bajaba por su pierna eran prueba suficiente. Había perdido mucha sangre. JiMin no tenía ni idea de esto, y maldijo dentro suyo al ver el dolor y cansancio en el rostro de su madre.
Se arrodilló a su lado, viendo la herida y sin saber qué hacer. Sus ojos rojizos bien abiertos se conectan con los de su madre.
― ¿Porqué no me lo dijiste? Te estás desangrando. ― Trata de controlar el nudo que repentinamente surgió en su garganta. Las lágrimas se apoderan de sus ojos. ― ¿C-cómo...?
― El rey Jeon... me apuñaló cuando tuvo la oportunidad... ― Sisea cuando toca superficialmente la tela que cubre su herida. JiMin trata de mantenerse tranquilo. ― Planeaba apuñalar mi pecho, p-pero logré esquivarlo. En ese momento Hoseok vino por nosotros...
Pasa saliva, nervioso por el estado de su madre, viéndose tan débil, con el rostro pálido y la expresión de dolor. ― Tengo que ver la herida. ― La mujer asiente recostándose sobre la cama improvisada, sintiendo su cuerpo pesado.
Mantiene estable su voz, no puede verse alterado o débil, debe mostrarse fuerte ante las circunstancias para transmitirle tranquilidad a su madre, aunque las lágrimas traicioneras se acumulen en las esquinas de sus ojos.
JiMin sujeta una de las manos de su madre y con su mano libre se acerca a la herida para hacer a un lado la tela, aunque eso le provoca dolor a su madre, se disculpa en voz baja pero no se detiene. Necesita saber la gravedad de la herida.
― M-madre...
Se quedó sin palabras. La herida se veían muy grave, se extendía a lo largo de su muslo hasta casi llegar a la rodilla. La sangre no paraba de brotar, tan espesa y rojiza como el color de sus ojos inyectados en dolor. La mira incrédulo, cada vez más difícil mantener la calma.
― ¿Cómo está?
Toma ambas de sus frías manos. ― Es grave. ― Explica con una voz suave, pero llena de dolor. Heesi cierra los ojos sabiendo la respuesta.
Escucha el llanto de su hermano, recuerda su presencia. Se aleja de su madre y camina unos cuantos pasos hasta su hermano, quien lo mira con los ojos llenos de lagrimas, su rubio cabello desordenado, luciendo asustado. El pequeño no entiende porqué su hermano y su mamá lloran. No entiende lo que está pasando.
― Tranquilo, tranquilo... ― Toma su rostro y deposita un beso en su frente.
― M-mamá... ― Señala a su madre, con un puchero en su labio y las lágrimas saladas bajando por sus tiernas mejillas. Confundido y asustado aferra sus manitas a la camisa del príncipe.
― Todo estará bien, ¿sí? ― Le asegura. ― Espera un momento. ― Da un paso atrás. Con una de sus manos arranca un pedazo de tela de su ya bastante maltratada camisa, y con esta en manos se vuelve a acercar a su hermano. ― Te colocaré esto en los ojos, ¿está bien? Y no te lo puedes quitar sin mi permiso.
El niño asiente tembloroso. El trozo de tela es colocado de tal forma que cubre sus ojos y el amarrado detrás de su cabeza con cuidado. ― Tampoco puedes quitar tus manos. ― Le indica, a lo que el niño emite un ligero sonido de aprobación.
Toma sus manitos y las dirige a su cabeza para tapar sus propios oídos. JiMin deja un último beso en su frente y se aleja para acercarse a su madre, se coloca de rodillas y toma una de sus manos para llevarla a su pecho.
La mujer solloza al sentir poco a poco que la vida abandona su cuerpo.
JiMin abre de más sus ojos y una lágrima cae por su mejilla al ver las ajenas de su madre rodar desgraciadamente. Jamás la vio tan débil ni llorando como en aquel momento.
― Hijo, siento mucho todo por lo que te hice pasar... ― Su voz se escucha tan suave como una caricia.
Su vida se le escapa por entre los dedos, no es capaz de detenerlo. No puede.
― Madre. ― Sujeta con más fuerza sus manos.
Ella le dedica una débil sonrisa. ― Todo lo que te hice pasar, hijo mío... Estoy tan arrepentida, aunque me hayas dado otra oportunidad... siempre cargaré con ese peso. ― Extiende una de sus manos y acaricia su mejilla. ― No creo poder recuperarme de esto, JiMin.
Su sonrisa duele más que una daga en el corazón.
― Prométeme que cuidarás de tu hermano. ― JiMin asiente, baja la cabeza y deja escapar un suspiro recargado de sentimientos. ― Promételo
― Lo p-prometo... Cuidaré de él. ― Le asegura con una forzada sonrisa, pero no logra mantenerla por mucho tiempo cuando la sonrisa de la mujer pierde fuerza.
― Con eso me siento más tranquila... ― Mira hacia el techo de la cueva. ― Mi tiempo como reina ha culminado, hijo... ― Ríe suavemente. JiMin la mira con detenimiento. ― Ahora es tú turno... ― Gira su rostro para verlo a los ojos. ― Sé que harás un gran trabajo, cariño.
Cariño...
Una palabra tan tierna, jamás pronunciada por su madre para referirse a él. Hasta ese momento. Será de las últimas cosas que recordará de ella.
― No, no llores... ― Pide con su voz escasa de fuerzas, dándole una suave caricia a su mejilla. ― Estaré bien, estaré con tu padre, finalmente. ― Le asegura con una mirada grisácea, como si la pasión y vida dejaran sus ojos aparentemente rojizos. Sus párpados empiezan a pesarle, JiMin sujeta con fuerza su mano. ― Te amo, JiMin.
Jamás se lo había dicho de esa manera, con tanta calidez, con tanto amor, con tanta honestidad. Un pequeño vacío dentro suyo finalmente lleno por sus palabras, por su amor.
― T-te amo, mamá... ― Besa su mano demostrando el amor en sus palabras.
Mantienen una mirada llena de significado por algunos segundos más, hasta que Heesi finalmente pierde su sonrisa, su rostro se relaja, sus ojos se cierran, su pecho se detiene y la mano en su mejilla pierde todo tipo de fuerza, cae.
Y finalmente, la chispa de vida abandona su cuerpo.
Abre sus ojos con pereza, un rayo de sol se cuela entre las hojas de la entrada. Ya es de mañana y debe levantarse para atender a su hermano menor. Levanta su torso de la nueva cama improvisada con distintas hojas y hasta flores.
Gira su cabeza y encuentra el rostro dormido del pequeño rubio. Un rayito de luz acaricia su mejilla, JiMin sonríe ligeramente, con ternura, y estira su mano para acariciar sobre aquel rayito de luz.
Su hermano es la viva imagen de su padre.
― Ahora estamos solo tú y yo...― Su sonrisa se desvanece por completo y cierra los ojos para retener la cascada de sentimientos que ataca su corazón, pero falla en el intento, y las lágrimas se apoderan de sus ojos.
Sus padres están muertos. Su familia está destruida por completo. La guerra los destruyó.
Primero su padre, el rey más amable y justo de todos, murió en sus brazos por culpa de los Kim. Luego, su madre fue apuñalada por culpa de la corrupción de terceros, y murió cuando él sostenía su mano. Ambos de sus padres murieron siendo víctimas de una guerra tan injusta que hasta el día de hoy no muere.
Poder, tierras, alianzas... ¿De qué sirve todo eso?
Para JiMin, nunca significaron ni significarán nada.
― Hola. ― Saluda acariciando los cabellos de su hermano mientras este lo mira con sus grandes y azules ojos. Idéntico al rey Haemin. ― ¿Dormiste bien?
El pequeño niega, su estómago gruñe. ― Tengo hambre. ― Forma una mueca en su pequeño rostro. ― Hace frío, y quiero a mamá. ― Frunce su ceño, quejándose.
JiMin trata de regalarle una sonrisa. No puede negarle sus quejas, porque él se siente igual. Llegaron ahí el día de ayer, ya es de mañana y aún nadie ha llegado por ellos. Tienen hambre, tienen frío, y están solos, ya que su madre ya que no se encuentra con ellos.
El día anterior la sepultó cerca de ahí, en aquel hermoso campo de luciérnagas donde Jungkook le pidió matrimonio.
Con ayuda de sus propias manos, y algunos trozos de madera que encontró, cavó una tumba improvisada para su madre donde la enterró, y se quedó a su lado hasta el anochecer, donde las luciérnagas del lugar emergieron para acompañarlo en su dolor. Sus manos llenas de rasguños sostenían a su hermano dormido contra su pecho, y él llorando por su madre, sin consuelo. Hasta que era tan tarde que se vio obligado a regresar a la cueva.
Uno de los peores días de su vida.
― Lo sé, sé que no te gusta estar aquí, y tienes hambre, yo también tengo hambre... pero debemos esperar... ― Susurra las últimas palabras, de repente decir aquello empezaba a irritarlo, a hacerlo sentirse inútil y poco satisfecho.
¿Porqué seguía ahí muriendo de dolor, de soledad e incertidumbre?
― ¿Porqué no volvemos a casa? ― El pequeño pregunta en medio de una queja.
― Porque... ― Las palabras no salen de su boca, porque ya no quiere seguir diciéndole a su hermano que "deben esperar".
Sabe bien que Jungkook prometió que los encontraría aquí, pero ha pasado un día, y él no ha vuelto. No puede quedarse ahí sentado de brazos cruzados esperando por Jungkook cuando quizás él esté necesitando su ayuda. Simplemente, tiene que hacer algo al respecto. Ahora él es la cabecilla de la dinastía Park, debe tomar riesgos si quiere vivir.
― ¿A dónde vamos? ― El niño es alzado en brazos. JiMin está determinado. Tiene sus ropas puestas, aunque manchadas de sangre, sus zapatos y su espada en mano. Sale de la cueva para acercarse a su caballo amarrado en un árbol.
Necesita encontrar a Jungkook, no puede seguir sentado en aquella cueva esperando por alguien que quizás necesite de él. No puede dejarlo atrás. Pero primero...
― Iremos a casa.
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