Tercer Capítulo.
Melodía: Vals del beso. Johann Strauss.
Raymond al despertar escucha unas voces, no eran cotilleos, ni una institutriz alzando la voz, era algo gustoso al oído, risas, eso eran: sólo eran risas y un vals que ya había escuchado antes en un gran baile de salón en España, tal vez en su misma casona.
Al salir de la habitación de huéspedes con una alegría rebosante por aquel despertar tan alegre, observa a sus primas danzando por todo el pasillo, girando y alegrando a todo aquel que las miraba, las risitas de Rosaura junto con el tararear de aquel vals de María Sagrario purificaban el ambiente.
En ese instante llega José Isidro, con su paso discreto, sorprendiendo a Raymond viendo distraídamente a sus hermanas.
~Vaya, vaya. Con que al fin escapas de los brazos de Morfeo. ¿Deseas desayunar ahora o prefieres seguir observando a mis inmaduras hermanitas?
Raymond asombrado por la manera de referirse su primo a sus hermanas sólo lo saluda y asiente con la cabeza, añadiendo:
~Buen día querido primo, sí, voy a querer desayunar... ¿Cómo está tu madre?
~Perfecto, espera allí en el patio central, ya te traerán la comida y José Isidro se retira sin más, sin ni siquiera responder su inquietante pregunta, algo que lo dejó frío y perplejo, una actuación tan soberbia que sin duda alguna lo heredó de su madre, aunque ese tipo de trato no era de extrañar a Raymond.
Días después de aquel maravilloso y frío despertar, al fin llega el día, 20 de junio de 1811, fecha del decimoctavo cumpleaños de María Sagrario.
Aquella mañana, María al despertar ya tenía un hermoso y desastroso desayuno en su cama, con una carta que decía:
"Sal ya de esa habitación que hoy es tú día, feliz cumpleaños hermanita.
Siempre tuya, Rosaura.
Espero te guste"
Aquellas arepas desfiguradas únicamente hechas por su hermana menor, con manteca, algunos trozos de cochino y algo que preparaba el capataz que le llamaban "suero" según él, era con leche de vaca, o algo así decía, pero no dejaba de estar exquisita y de bebida, una chicha divinísima que sólo la sabía hacer verdaderamente Nana, su sabor, su dulzura, era algo indescriptible y gustoso para el paladar.
Antes de salir de su habitación, entra Nana a recoger la bandeja y para ayudar a la señorita a vestirse.
~Nana ¿Qué te sucede? Tienes una expresión en tu rostro digna de llevarte a la iglesia por una confesión; dice riendo María Sagrario
En ese momento Nana está ajustándole el corsé a María Sagrario, y al terminar le toma por un brazo, la voltea y le abraza llorando y con palabras entre cortadas le dice:
~Señorita, yo, le deseo un feliz cumpleaños y que Dios y la Virgencita junto con su abuelita Rosalind la bendigan y cuiden de usted siempre, ya cumple 18 años y ni siquiera tiene un marido, siento que le he fallado como Nana
~ ¡Oh por Dios! Nada de eso, yo te aprecio más que a nadie y sabes mejor que todos de que no tengo un marido por no querer, tu nunca me has fallado.
~Gracias señorita, no podría pedir más de usted que su simple perdón... Otra cosa que deseo decirle, hoy en su día, algunos de los esclavos, las damas y señores de limpieza junto conmigo, deseamos hacer una fiesta en su nombre pero debe ser en la plantación, ya que nos faltaría mucho dinero para hacer un gran baile, me gustaría que usted aceptase y que venga conmigo ¿Que dice usted al respecto?
~Querida Nana, no es necesario hacer eso por mí, ya hacen mucho con darme de comer y vestir, soy afortunada de tenerlos.
~Señorita, lo siento, no quería colocar mano dura pero usted tiene que ir, sería una falta imperdonable para mí y los esclavos si nos desprecia siendo usted nuestra ama más querida, y quién nos acepta tal y como somos, además de su padre. Debe venir con nosotros.
Después de un silencio algo petrificante María Sagrario asiente ir con su Nana a aquella fiesta, aunque con miedo, pero aun así, acepta ir.
Con el pasar de las horas las visitas no podrían faltar, la primera en llegar es su hermana mayor Eugenia junto con su esposo Francisco, además de tener ya varios años de casados y no tener ninguna descendencia aún, velan por la estabilidad social de su matrimonio que está cuesta abajo.
Al rato llega su tío Cristóbal junto con su esposa, la tía Coromoto y sus hijos: Julio de San Miguel con su esposa e hijos, Rosario María de Santa fe con su esposo e hijos, Raymond Alejandro con su rostro pensativo y distante y por último Rodulfo Francisco el hijo menor y el más mujeriego según los cotilleos entre la sociedad, algo que evidentemente a Doña Coromoto incomoda más que tener un hijastro con su apellido siendo un bastardo.
La familia felizmente reunida, dejando atrás diferencias, celos, problemas y todo lo imaginable, sólo viendo reír a los niños, hablando de política, recetas, última moda y hasta los problemas que causaban últimamente los esclavos, aparece Ellup.
~Señores, disculpen la interrupción pero me complace anunciar la llegada del Sargento Rafael Victorino Guzmán y Don Simón José Antonio Bolívar.
La cara de perplejidad de todos los presentes era indescriptible, la emoción de Doña Nazareth, el miedo de Don José, la molestia de Doña Coromoto por no haber podido casar a su hija con Simón, pero, habían dos caras diferentes, las de María Sagrario y su primo Raymond, eran caras de miedo y confusión pero... ¿Por qué?
Indudablemente la de María Sagrario era por el poder casamentero de su madre, de seguro ella tendría algo que ver con aquella visita, siempre tenía una carta bajo la manga, o en su caso, bajo las faldas del vestido y no se daría por vencida hasta ver a todos sus hijos casados, porque no se puede asegurar sobre su felicidad. Ahora ¿Por qué la cara de confusión y nerviosismo de Raymond?
Al entrar en la sala los dos recién llegados no hizo falta aquel silencio magistral hecho por toda la familia en pie, pero tan poco faltaba la interrupción de este, hecho por el estornudo y risillas de niños, acción que bajó la tensión en la habitación y llenó de familiaridad a todos los presentes.
Simón, un hombre apuesto que hacía suspirar a toda la clase alta y media de Caracas, por su inteligencia, su cuerpo esbelto, su belleza y su caballerosidad; al llegar sólo pregunta por María Sagrario haciéndola caminar al medio del salón donde todos se encontraban reunidos y con mucha pena pero sin apartar la elegancia María extiende su mano donde Simón posa un sublime beso y entrega una caja, algo pesada y grande acompañada de unas palabras silenciosas:
~Que el tamaño de esta gran caja quede pequeña con el tamaño de vuestra felicidad.
El rostro de María Sagrario indiscutiblemente demostraba una gran batalla de sentimientos, acciones, principios, decisiones, todo en contra de todo, y luego de aquel hermoso y significativo gesto solo decide responder con una amplia sonrisa y una reverencia.
Acto seguido por sonrisas y saludos, amplias conversaciones sobre teatros, bailes, viajes y demás cosas Raymond decide salir imperiosamente de la habitación; molesto, triste, tal vez hasta nostálgico, llenando de orgullo y prejuicios su vida, hasta que choca con Nana e instantáneamente le suelta un abrazo con el que las lágrimas no tardan en hacerse notar y las palabras de Nana tampoco tardan en hacerse escuchar.
~Tu madre, ella era una mujer con brío, hermosa y tomaba excelentes decisiones, y haberte dejado en manos de tu padre fue una de ellas, no te sientas mal por nada de lo que te ha pasado en la vida, tus tías, los desprecios de la soledad, piensa en el cariño de tu padre, de tu tía Lucia, del amor reflejado en los ojos de tu madre al verte nacer. Ella está disfrutando su cumpleaños en el cielo, no querrás arruinárselo llorando aquí en la tierra.
~ ¿Pero por qué me aleja cada vez más de las personas que quiero? Pregunta hiposo Raymond.
~ ¿Qué quieres decir?
~Me dejó solo, me está alejando de mi tía Lucia mientras estuve tan lejos de mi padre, ahora me aleja de María... ¿Qué hago?
La estruendosa risa de Nana deja más confundido al pobre Raymond
~Lo sabía, desde que te vi lo sabía, tantos años de práctica con la Señora Rosalind no fueron en vano, mire mijo, usted debe bañarse con cariaquito morado y seguir intentándolo, que ese Simón no le agache la cabeza que usted va triunfando. Debo irme a servir a los señores. Mil disculpas.
Y Raymond queda así, solo, pensativo y un poco más confundido que antes.
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