Primer capítulo.
María Sagrario, una blanca criolla hija de españoles pero nacida en Venezuela; una provincia hermosa, lleno de bosques, ríos, costas, y lindos atardeceres, sin dejar de añadir, españoles, esclavos, caballos, carretas, tafetán, corsets, vals y grandes fiestas, en fin, Venezuela estaba en su apogeo, pero un apogeo lleno de desigualdad, esclavitud y poderío que afectaba a todos por igual, o mejor dicho, a los menos aventajados con poder económico y gran belleza, situación que hacía que Venezuela se hallara en vísperas de independencia.
Entre los más aventajados, tenemos al más nombrado y querido: Simón Bolívar, lleno de grandes dotes, principalmente su deseo de libertar a un país, siendo un blanco criollo al igual que María Sagrario y un gran porcentaje de la población venezolana.
El 25 de junio de 1811, faltando sólo 5 días para el decimoctavo cumpleaños de María Sagrario. Doña Nazareth Montesinos de Alcatraz, una casamentera nata, madre de seis hijos de la cual sólo cuatro viven, en el cual María es la mayor de dos hermanos y la única que no se ha casado, exceptuando a sus hermanos menores por no tener la edad para contraer matrimonio, al menos en el caso de Rosaura Fortunata, su última hermana.
En Venezuela hay cierta costumbre entre las familias, especialmente para las mujeres, que va pasando y se ha ido modificando a través del tiempo, es la gran celebración del décimo quinto cumpleaños, dónde se presenta a la sociedad a la primogénita, principalmente a las familias acaudaladas con el fin de buscar prontamente el futuro marido de aquella afortunada chica.
La fiesta dada por la familia Alcatraz Montesinos en nombre del décimo quinto cumpleaños de María Sagrario fue digno de admirar, fiesta que después de tres años aún se conversa ¿y cómo no hacerlo? Si María es la hija predilecta de Don José Alcatraz, cuestión que se ha ganado desde siempre, por su desenvoltura en el mundo, su belleza e inteligencia y su gran potestad a la hora de tomar decisiones, mal carácter y una mirada dulce y desafiante, razón por la cual María Sagrario se tomó la libertad de rechazar cada pretendiente con intenciones de casarse, otorgándole mayor trabajo a su pobre madre para casarla y la felicidad incalculable a su padre por poder conservarla con el por mucho más tiempo.
Al cabo del pasar de la tarde, llega una carta, ¡Una invitación! Para Don José, pero no cualquier invitación, sino una representación escrita para asistir el 5 de julio como testigo de lo que llamaban como el "Primer paso hacia la independencia" en casa de dos condes con títulos nobiliarios como lo son: Don Fernando Ignacio Ascanio y Don Antonio Pacheco.
~Padre, deseo ir con usted a tan magnífico evento. -Ruega María Sagrario al escuchar semejante noticia.-
~Por el amor a Cristo María Sagrario, esas son reuniones sólo para hombres, principalmente grandes notarios de toda la provincia, no puedes asistir, los temas políticos son sólo para caballeros, no para nosotras, unas damas que no entendemos esos temas, lo que harías es entorpecer y ridiculizar a tu padre y a la familia.
~Padre, por favor. Sabes mejor que nadie que sería incapaz de ridiculizarte y mucho menos en temas políticos, algo lo cual me apasiona fervientemente. -Implora María Sagrario-
~Hija, soy tu padre y te aprecio, pero tu madre tiene razón, no está bien visto que una mujer esté en ese tipo de eventos, pero, veré que puedo hacer para llevarte. -Comenta con picardía Don José-
~ ¡José Simonato de la Trinidad Alcatraz Hernández! ¿Cómo puedes desautorizar mi palabra y alabar un comportamiento tan irrespetuoso hacia su familia y en representación como mujer? ¡En nombre de Dios y que María la Virgen se apiade de ella y de nosotros al encontrarnos con el señor! ¡Ahora menos conseguirá un marido!
~¡No me importa un marido! Me importa sentirme útil realmente.
~ ¡Niña insolente! ¡Si así fueras para aceptar un marido, ya no tendría estos dolores de cabeza! -Expresa con drama Doña Nazareth-
~ ¡Basta! No permitiré que discutan de esa manera en mi presencia. No es necesario hacer una algarabía por una reunión, María Sagrario, tu...
En ese momento llega Ellup, un mayordomo negro, simpático y respetuoso, querido por toda la familia.
~Señor, señora, señorita. Con su permiso, disculpen las molestias; vengo a informarles que en el salón los espera un joven llamado: Raymond Alejandro Montesinos Iborte, y dice que desea verlos.
~ ¿Quién es él? -Pregunta confundida María Sagrario.-
~ ¿Cómo se atreve a venir sin avisar ese bastardo? –Dice ofendida Doña Nazareth-
~Cuida tu vocabulario, mira que es tu sobrino. –Comenta severamente Don José-, viendo a su esposa de manera desaprobatoria, sólo agrega: "Ellup, dile que ya bajamos a encontrarnos con él, puedes ofrecerle café, té, panecillos, lo que desee. María, luego terminamos esta conversación."
Aún confundida, María Sagrario asiente con la cabeza y se retira del despacho de su padre en busca de su hermano José Isidro, quien tal vez por ser hombre sepa algo al respecto de ese chico quién los visita. Pero su nana, una señora del servicio, esposa de Ellup y criada de su abuela materna: Rosalind García de Montesinos, la sorprende alegremente y le dice:
~Mary, hija mía. Esta casa huele a compromiso.
~ ¿Disculpa nana?
~Oh si, a compromiso huele, abajo hay un muchacho, no me extrañaría que viniera a pedir tu mano.
~ ¿Qué? -María se ríe de forma burlesca y pícara.- No nana, por lo poco que sé, es mi primo hermano, no podría casarme con él.
~Oh, bueno, me temo que ya mi época de casamentera terminó, pero sigo diciendo que esta casa huele a compromiso.
~ ¿Te vas a casar Mary? Dice Rosaura, la hermana menor de todos.
Luego de un silencio lleno de sonrisas falsas y caras de perplejidad, Rosaura añade:
~Todos se van, y yo sigo aquí, esperando ser presentada...
~Oh no Rosaura, no digáis eso, aún no deseo casarme, eso tenlo seguro.
~Señorita, señorita. Acompañado por una reverencia de Ellup, continúa diciendo:
~Sus padres y señores de esta casona las esperan en el salón, junto con su hermano José Isidro.
~Gracias Ellup. Dicen al unísono María y Rosaura.
~Aquí me huele a compromiso. Añade Nana, ¡Qué Dios y la señora Rosalind se apiaden de estas niñas y les conceda buenos maridos!
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