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Octavo Capítulo.


Al partir de la Casona Alcatraz despiden alegres y esperanzados a María Sagrario y Don José, estos en su carroza mantenían una conversación muy animada, Don José anticipaba a su hija de lo hablado dos días antes en el Congreso, tema que dejó impresionada y entusiasmada a María por todo lo que se debatió allí y se enteró de algunos temas sobresalientes que la harían resaltar a ella y a su amado padre como por ejemplo; los argumentos históricos, la idea de la Independencia fue ganando adeptos en el seno del mismo, los apasionados alegatos hechos por quienes apoyaban esta gran idea, le hizo hervir la sangre la manera en que despreciaban a las mujeres, quienes son todo para ellos ya que gracias a ellas, ellos existían, pues no podría imaginarse a un hombre dando a luz y mucho menos a su padre quien con un resfriado no se levantaba más de la cama y casi hacía llamar al sacerdote para que le administrara un sacramento otorgándole dignidad o como el sacerdote le llamaba: "Servicio a la unción de los enfermos"; inmediatamente le dio la razón a su madre, a los hombres les insultaba la inteligencia de las mujeres y dudaban de su fuerza y su convicción, pero hizo caso omiso a todo; pues ya estaba acostumbrada a que le despreciaran algo por ser mujer, hablaron sobre la plantación sobretodo del excelente trabajo que llevaba Tit en esta, pues ya habían sesgado casi todo el terreno al momento en que él llegó a la plantación y quedó sorprendido al solo escuchar los gritos de ánimo de Tit y las guadañas segando al ras el forraje para el ganado. Los esclavos habían comenzado a trabajar un poco antes de que el sol inundara con su resplandor al cielo, y eso los hacia llevar ventaja, razón que hizo que Don José les diera un descanso y les ofreciera coñac a todos después de ya entrada la tarde, con la condición que se ya hayan terminado todos los terrenos o por lo menos su mayoría, acción que hizo que todos los siervos se entusiasmaran mucho más; al cabo de unos minutos, Don José, penoso por el tema que iba a tocar decide lanzar una pregunta.

~Hija, lamento inmiscuirme en tus asuntos, pero soy tu padre y debo hacerlo... ¿Qué relación llevas con el joven Raymond?

Tal pregunta cogió a María desprevenida, y con un silencio y un cambio de semblante decide contestar con una sonrisa fingida.

~ ¿A qué te refieres padre?

~No lo sé, tu madre últimamente ha estado muy preocupada por esa relación y quiero saber si yo también debo preocuparme. -Contesta Don José con un aire pacífico y despreocupado-

~No padre, considero que no hay nada en que preocuparse, de todas maneras casi no nos vemos y si al caso vamos, creo... que ni siquiera me pretende. -Dice María Sagrario con el corazón en la mano, rememorando cada beso, cada abrazo que la sumía en una duda total, porque en realidad no eran nada, y por lo que el viento va soplando, pues no lo serían nunca. Al ella mirar la manera en que su hermano observa a Claudia, como la mima y las frecuentes visitas que le hace, coloca en duda un sentimiento igual o parecido que pueda su primo hacia ella.-

Don José al mirar esa carita afligida de su hija y esos ojos llorosos, no puede dejar de imaginarse mil cosas que le pueden estar sucediendo a su hijita predilecta, y decide sentarse junto a ella y darle un fuerte abrazo, mientras su cabeza solo abundaban preguntas que sabía que no debía hacer.

Y en ese instante llegaron a la casona de los nobiliarios donde se reunirían los congresistas, llegaron justo a tiempo pues faltaban algunos minutos para comenzar la sesión y todos felicitándolos por su puntualidad, a pesar de lo lejos que vivían de la casa de Don Fernando Ascanio y Don Antonio Pacheco esto no les detuvo, mucho menos los hizo dejar mal. Tampoco se tardaron en llegar los halagos hacia María Sagrario por su hermoso vestido, su gracia y su grandiosa presencia, pero los murmullos eran difíciles de eludir, pues las personas mayores además de halagarla la destruían específicamente por el lugar en donde se tratarían temas políticos y que una mujer como ella, tan fina y delicada dudosamente podría entender; cotillos que obtuvieron como respuesta: "Si no lo entiendo, trataré de entender, además, Venezuela es una provincia que pertenece a todos por igual; hombres, mujeres, niños, esclavos, hasta de aquellos extranjeros que ven una esperanza en estas tierras, Venezuela es de todos y nadie es más que nadie, y por eso estamos aquí, para quitarnos de encima a este yugo opresor que quiere tener y ser más que nosotros, quienes nacimos en estas tierras, y no, no nos dejaremos pisotear por personas inútiles que sólo engendran odio en nuestros corazones ¡Qué viva Venezuela!" Y los aplausos y las felicitaciones de parte de los presentes no dejaban de escucharse, no porque sea una mujer, sino por el simplemente el hecho de que es una pequeña y delicada muestra de que la sed de libertad se apodera de todos.

Don Fernando Ascanio hace un llamado a la multitud para hacer orden en la sala, al quedar en silencio, decide presentar a Don Juan Germán Roscio y a Don Francisco Iznardy quienes serían los escritores del acta de la declaración de la independencia. Y en ese instante interrumpen la sesión.

~Lo siento por llegar tarde, tuve un problema y se me hizo un poco tarde ¿Tiene mucho rato que comenzó la reunión?

~Don Simón Bolívar, ya extrañábamos su presencia, pase adelante, apenas hemos presentado a quienes escribirán nuestra acta, como ya los conoce, no hará falta que se los presente nuevamente, pero ¡¿Qué hace allí parado como una columna del templo?! ¡Venga y tome asiento!

~Gracias señor. -Dice agitado y dando una reverencia Simón.-

Y así, ya a las 2:30 pm se daba por terminada la votación, resultando aprobada la independencia con un total de 40 votos a favor y de inmediato el Presidente del Congreso, Diputado Juan Antonio Rodríguez, anunció alegremente que estaba "Declarada solemnemente la Independencia absoluta de Venezuela" y los aplausos, abrazos y la emoción no se hicieron esperar.

En esa misma tarde del 5 de julio el Congreso celebró otra sesión, en la que se acordó redactar un documento, cuya elaboración fue encomendada al diputado y al secretario del Congreso, Don Juan Germán Roscio y Don Francisco Iznardy. En este documento debían aparecer los motivos y causas que produjeron la Declaración de la Independencia, para que sometido a la revisión del Congreso, sirviese de Acta y pasara al Poder Ejecutivo. Las razones eran muchas, especialmente igualdad, defensa de pertenencias, lucha, entre otras tantas ideas surgidas en ese momento por la comunidad.

~"¿Trescientos años de calma, no bastan?" -Grita Simón Bolívar para hacerse escuchar ante todos los presentes, entusiasmando así a la multitud, avivando la llama independentista que se encendía en los corazones de cada uno, mientras algunos aclamaban al cielo bendiciones para estas tierras esperanzadas, vivas y llenas de gloria. Allí añade: "Dios concede la victoria a la constancia."

Durante una pequeña celebración formada por los presentes, María Sagrario decide acercarse a saludar a Simón, y en cuestión de segundos ya lo tenía encantado con el vestido que él le obsequio el día de su cumpleaños, pero era casi inútil platicar con él, su semblante era despectivo, nada amable como ella lo recordaba, era más distante y orgulloso.

~ ¿Te sucede algo? -Pregunta María Sagrario inocentemente-

Como respuesta recibe un apretón en el brazo y le susurra en el oído.

~No me quiero acercar a ti, mucho menos hoy, no tienes ni la más mínima idea de lo hermosa que te ves con ese vestido y luchando por la libertad de esta provincia, no puedes encantarme más, a menos que te unas a las tropas con nosotros, pero, notoriamente no podrías hacerlo. -Dice Simón soltándola del brazo con una sonrisa sonsacadora.- María sin más que decir, se retira con una reverencia y se va en busca de su padre.

Al llegar a casa exhausta por el viaje y emocionada por los logros del día, ya un poco entrada la noche, al pasar al salón se encuentran con una sorpresa... ¿Qué será?

~ ¡Al fin llegan! Les tengo una noticia. -Dice Doña Nazareth-

~Y nosotros a ti, pero son ¿Buenas o malas noticias?

~Luego te cuento. Eugenia va a pasar aquí la noche.

~ ¿Pero qué pasa?

~Luego te cuento, iré a dormir ¡Qué pasen buenas noches! -Y para concluir Doña Nazareth le da un beso a su esposo y se retira.-

~ ¿Qué habrá pasado? -Pregunta María Sagrario.-

~No lo sé, pero de esta noche no pasa esta información oculta; ahora vamos a dormir.

~Buena noche padre. Te quiero.

~También te quiero hijita, que descanses.    

y deciden cada uno retirarse a su habitación, con la mente llena de dudas y el corazón alegre.




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