01
Cada vez que cierro los ojos, esas imágenes vienen a mi, sin que yo lo quiera. Se plasman en mi mente como si fuera un disco rayado que repite siempre la misma escena y no puedo detenerlo. Perdí la cuenta de todas las veces que soñé con ello, pero fueron años y años de lo mismo.
Aún después de haberme ido de casa y haber dejado atrás a esas personas que se hacían llamar «mi familia», sigo teniendo ese malestar y no puedo descansar como corresponde. No puedo esperar a que desaparezca, así que sólo lo soporto y sigo con mi rutina diaria.
Trabajo a través de Internet, traduciendo textos y libros. Es lo único que agradezco de mi casa: que hubieran libros de idiomas. Actualmente cuento con cuatro idiomas: inglés, el materno; francés, español y chino. Si, aprendí chino. Al principio lo creía imposible, pero con el tiempo lo conseguí entender.
Estudio en la universidad de arte y música, para que en un futuro no muy lejano pueda enseñar no sólo aquí sino en otros países. Quizás no pueda ser cantante como lo soñaba de pequeña, pero puedo ayudar a conocer la música a otros de todas formas.
La primer hora de clases estaba comenzando y yo había sido la primera en llegar. No es que me gustara llegar temprano, sino que de esa manera la gente no me miraría como si fuera un bicho extraño, solo me ignorarían o no me notarían. No soy de lo que podrían llamar «una persona normal», soy una especie de chica inalcanzable para todos, al menos así los escuche nombrarme. Y es que una morocha, de tez clara y de ojos claros como yo, que parece salida de una revista, si que llamaba la atención.
Siempre estuve consciente de mi atractivo físico, pero nunca me interesó hacer uso de ello para acercarme a nadie y tampoco se me acercaban los demás. Las niñas me tenían envidia y los chicos se baboseaban a distancia. No, con esa clase de gente no me quería juntar.
Si alguna vez tendría algún amigo o amiga, me gustaría que no fuera por mi apariencia.
La profesora comenzó la clase y yo me perdí en mis pensamientos, no quería ignorarla a ella pero si a los demás.
La hora pasó lentamente y cuando finalizó, todos se apresuraron en salir, excepto yo. A mi no me gustaba estar en medio de todo el tumulto de gente, ya que se podía oír todos sus comentarios y la mayoría eran sobre mí.
Así es como opto por ignorarlos y hacer la mía. Hice lo mismo en la secundaria y haré lo mismo aquí. Nadie se detiene a pensar antes de juzgar, ni a preguntarse por qué soy como soy, sólo sacan conclusiones sin fundamentos sólidos.
La siguiente hora era libre, mi profesor de matemáticas no estaría presente hoy y agradezco eso porque no me gusta su materia.
Corrí hacía «mi escondite»-así lo llamaba yo-, un lugar dentro del campus, donde normalmente no hay gente. Quizás sea solo un rincón con un par de árboles, pero para mí era el lugar perfecto. Una vez allí, colocaba mi celular a mi lado y ponía a reproducir la música mientras cantaba la letra a todo pulmón. No era la mejor cantante del mundo, pero tenía un buen registro vocal y sabía cómo usarlo. Si no intentaba ser una cantante profesional, era porque no quería estar entre tanta gente y mi pasado... Es algo que nadie tendría que saber y que yo quería olvidar, pero siempre encuentran manera de saberlo todo sobre las estrellas, por eso decidí no dedicarme a ello.
Cantar me hacía sentir libre y en otro mundo, huía de la realidad tanto como podía, hasta incluso se me olvidaba que tenía que volver a clases, pero eso era lo de menos. En ese lugar me sentía segura y a gusto. Nada me podía sacar de mi trance, ni nadie-o eso creía yo-, aún así, la vida da giros inesperados, y éste sería uno de ellos.
De pronto, se oyó un ruido y las hojas comenzaron a caer a la par del chico que bajaba del árbol que estaba a mi lado. Dejé de cantar, sorprendida, asustada. No esperaba que hubiera alguien allí y eso me trajo de vuelta a la realidad. Poco a poco pude divisar a la persona que tenía frente a mí. Un chico-de seguro un par de años más que yo-; su cabello era castaño claro; llevaba una camisa a cuadros roja y negra, y un gorro negro que hacía juego con sus vaqueros del mismo color. Sus ojos de color avellana, se habían clavado en mí.
Me estudió con la mirada una y otra vez, como si buscara algo en mi persona aunque no sabría decir qué exactamente. Me regaló una sonrisa suave indicando que lo había encontrado y luego se retiró. Lo vi hasta que desapareció dentro del edificio. Aquello había sido tan extraño y vergonzoso, que todavía podía sentir a mi corazón latiendo fuerte. Entonces, caí en la cuenta. Alguien pudo sacarme del trance, alguien desconocido, alguien que me había visto y oído cantar. No sabía si era un buen indicio o uno malo. La verdad es que nunca se sabe, todo es incierto.
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