U n o
Hace once años.
Sam estaba buscando con desesperación el juguete que se le había perdido en la arena.
—¿Ya la encontraste Samy? —preguntó su hermano Cam.
Volteó a mirarlo en busca de ayuda y unos grandes e infantiles ojos verdes como los suyos le devolvieron la mirada.
—No Camy, mamá va a enojarse conmigo —se llevó las manos en la rojiza cabellera, afligido al pensar que lo que su mamá le diría por perder el juguete que le había comprado hace una semana y que se había vuelto su favorito. En ese entonces, la ira de una madre era lo peor que podía imaginar.
Los dos niños de seis años estaban en el parque de la ciudad en una cálida tarde de primavera mientras su madre, con una niña un poco más pequeña que ellos, estaba hablando con otras madres que también traían a sus hijos para divertirse.
Los mellizos vieron con susto como su madre se levantaba del lugar para ir a recogerlos.
—¡Busca rápido Samy o mamá nos gritará a ambos! —susurró Cam mientras su hermano hundía las manos en la arena.
—No lo encuentro, yo solo lo enterré para jugar a las escondidas, pero no está en ningún lado, ¡ya sé! —A muy corta edad, Sam ya podía ser considerado un niño muy listo si se trataba de armar un plan— Irás cerca de mamá y fingirás que te duele la barriga, así podré buscar más tiempo.
—¿Estás seguro? —preguntó con duda.
—Confía en mí.
Cam, asintió con incertidumbre mientras se levantaba y hacía lo que su hermano le dijo. La madre de los tres pequeños de inmediato se alertó al ver que su hijo se apretaba el estómago y se echaba a llorar cuando llegó hasta ella. Mientras tanto, Sam escarbaba en la arena blanca para seguir buscando.
—¿Se te cayó algo? —preguntó una voz igual de infantil que él.
Se volteó y un niño de curiosos ojos color miel con cabello ondulado y de un rubio oscuro, lo miraba con expectación.
—Se perdió mi hombre araña —dijo pidiendo ayuda con los ojos. Aquel personaje de ficción era uno de sus favoritos con el de batman, aunque su mamá solo quiso comprarle uno cuando se lo pidió.
—No te preocupes, yo te ayudaré.
Aliviado por tener una mano más que buscar con él, Sam se puso a la marcha. Después de que su madre haya muerto de preocupación en medio del parque por la increíble actuación de su hermano y su hermana haya llorado por ver al niño de ese modo, Sam finalmente encontró lo que buscaba, o más bien, la persona a lado de él lo hizo.
—¡Aquí está! ¡Lo encontré! —dijo con alegría haciendo que sus ojos parecieran dorados. A Sam le fascinó y se quedó mirando el color tan inusual que se formaba en los ojos del otro niño por los rayos del sol.
—¡Gracias! —dijo con alegría mientras tomaba lo que era suyo.
—No hay de qué —dijo el niño mostrando la misma sonrisa que el otro—. ¿Cómo te llamas? Yo soy Connor.
—Mi nombre es...
—Vámonos cariño, tu hermano debe ir de inmediato al hospital —El rostro de su hermano, que estaba sujeto de la mano de su madre, se puso completamente pálido. Sam, solo asintió con la cabeza. No sabía como lo haría, pero ahora debía idear un plan para salvar también a su mellizo. Cuando estaba por el camino, se acordó del otro niño.
—¡Adiós Connor! —dijo Sam con la mano aún sosteniendo su juguete.
—¡Adiós, amigo! —gritó de vuelta el otro.
Sam lo despidió con más ánimo. Amigo. Lo había llamado amigo y eso era algo que él quería desde siempre. Cam era su hermano y también su compañía de siempre, pero él quería un mejor amigo, como el que se ven en sus dibujos animados y pensó que Connor podría ser uno. En su corazón se formó un cálido sentimiento al pensar en su reciente amistad.
Sin embargo, al día siguiente, no fue a él quien Connor saludó con entusiasmo, sino a su hermano Cam quien había convencido a su madre de que solo fue un dolor pasajero el del día anterior cuando Sam se había quedado sin ideas para salvarlo.
Connor no le dirigió ni una sola mirada a pesar de haberse acercado sonriendo hasta él, hizo como que no existía y se centró solo en su hermano. Triste por aquello, había ido a columpiarse y estuvo ahí toda la tarde con la cabeza gacha oculta por la gorra que su madre a veces le obligaba a llevar a los hermanos y que solo Sam lograba tener por más de cinco minutos.
Mas tarde, cuando estaban en su habitación ya después de marcharse del parque, Cam le habló del increíble amigo que había hecho con una sonrisa radiante.
—No sé por qué fue tan genial conmigo, pero no importa. Ahora tengo un amigo —Cam no lo decía con malicia así que Sam no lo tomó así, pero no pudo evitar estar un poco celoso, él lo había visto primero, pensó infantilmente —¡Ah Samy!, me olvidé de decirte algo, pero prométeme que no te enojarás conmigo.
—¿Qué cosa? —soltó todavía enfurruñado por lo ocurrido.
—Prométemelo primero.
—¡Está bien, te prometo!
—Llevé sin permiso tu juguete del hombre araña.
—¿Qué? ¡Pero es mío!
—Pero yo quería jugar con él.
—¿Cómo lo hiciste sin que me diera cuenta? —Sam era muy perceptivo cuando se proponía.
—La puse debajo de mi ropa, fue muy difícil, por eso se me cayó cuando corrí en el parque, ahí fue cuando Connor se acercó a mí.
Sam, a sus seis años de edad, entendió a medias lo que pudo haber pasado en realidad con Connor, cualquiera confundiría a Sam y Cam, eran muy parecidos, pero no se atrevió a decir nada al ver lo contento que estaba su hermano.
Aquel fue el comienzo de un largo camino que terminó en una pesadilla para él y su hermano.
Actualidad
Samir se despertó sin ganas, tal y como últimamente lo hacía. Las pesadillas eran algo habituales, por lo que no lo afectaba mucho. Para él, la última semana había sido una tortura, una de la que no podía huir. Sentía que los días eran todos iguales, grises y monótonos, sin ningún motivo por el cual despegar las sábanas de su cuerpo. Pero tenía obligaciones y a pesar de que le gustaría encerrarse en una cueva e invernar por años, no podía hacerlo.
De a poco, fue poniéndose el uniforme que le quedaba horrible. El color azul no era la mejor combinación con su cabello desarreglado y rojizo y los ojos verdes y sin vida. Odiaba el azul, el uniforme, la estúpida corbata, los zapatos ajustados. Odiaba todo y sobre todo, el hecho de no poder hacer nada al respecto.
Salió de su habitación y vio la puerta que pertenecía a su hermano, justo en frente de la suya. Siempre recordaba las veces que Cam se había escabullido de la suya e iba a acostarse con él y madrugar viendo películas, series o animé. Lo extrañaba. Sentía que un pedazo de su alma se había ido cuando su hermano fue echado de la casa hace una semana.
Él había estado tan herido por no haberse enterado nunca que a Cam le gustaban los chicos, que había dejado que todo aquello pasara. Pero no fue solo eso lo que le dolió, sino que Cameron nunca se lo había dicho a Sam. Eran hermanos, amigos, mellizos, pero al parecer nunca se había ganado la confianza de Cam.
Aun así, la culpa por no hacer nada cuando sus padres echaron a Cameron, no lo dejaba solo un segundo.
En el comedor la recibió su madre y su hermana, a la niña si le sentaba bien el uniforme, pues era la única de los hermanos que no había heredado aquella apariencia que descendía de una larga línea de irlandeses de parte de su madre. La misma, estaba colocando las tazas sobre la mesa en forma silenciosa. De hecho, toda la casa lo estaba. Su hermana no le había dirigido la palabra desde que había obligado a Cam a confesar a sus padres sobre su homosexualidad. Sí, fue Sam quien lo había delatado. Por eso la entendía, merecía ser ignorado, molestado, rechazado por todos, él había condenado a su hermano a la calle. Ni siquiera sabía si estaba vivo.
Tomaron el desayuno en silencio absoluto. Ni siquiera hubo un "buenos días". Cam era quien traía alegría y vida al lugar, sin él, todo era silencio y tristeza. En cuanto a Sam, solo sabía hablar de números, cómics y cosas aburridas.
Su madre los llevó al instituto y pronto terminaron adentrándose en aquel enorme edificio en donde la probabilidad de perderse eran más que significativas. Su hermana fue hacia su sección y Sam, con su mochila cargada de libros, caminaba con la cabeza gacha por los pasillos, no por cobarde, sino porque era fastidioso tener que lidiar con todos ahí.
Pero no era fácil pasar desapercibido para alguien como él. Sintió empujones que ignoró y risitas a sus costados. Sin hacer caso de idiotas presuntuosos que solo buscaban una víctima para no ser una ellos mismos, fue hasta el salón a esperar que el profesor llegara. Le hubiera gustado que en su colegio haya casilleros como las películas americanas, en cambio, debe de lidiar con sus cosas hasta sentarse en la silla. Depositó la mochila cargada de libros a su costado y esperó con paciencia otro día totalmente aburrido.
La segunda hora era su favorita, tenían un joven profesor de matemáticas que manejaba los números mejor que nadie. A Sam le gustaba escuchar las explicaciones del hombre y prestaba la máxima atención a pesar de que se sentaba en la última fila para poder observar a la clase entera. Uno podía aprender muchas cosas mirando a los demás. Eso hizo hoy con el chico nuevo, si mal no recuerda, su nombre es Lucas y mientras se presentaba hace unas horas, estaba rojo de pies a cabeza, supuso que era tímido.
Lo había estado mirando desde su asiento, Lucas parecía perdido desde ahí. Había observado alrededor disimuladamente y otras veces, en cambio, parecía estar en las nubes.
Ahora estaba sacando los libros que usaría para la hora de matemáticas pasando totalmente desapercibido para todo el mundo. Él, en cambio, estaba dibujando al dorso de su cuaderno. Esa era su pasión secreta. Le encantaba trazar dibujos o historias como en los mangas o cómics que siempre leía. Ahora estaba haciendo uno sobre un dragón-dinosaurio que quemaba una ciudad entera en busca del hijo que le robó el gobierno para usarlo en la guerra contra otro país poderoso. Sí, tenía mucha imaginación y también le gustaban las matemáticas. Lastimosamente, solo uno de ellos parecía ser útil para sus padres y no era el que él prefería.
El aula quedó en silencio y Sam supo de inmediato el motivo. El señor Morrison entró con su porte imponente a pesar de lo joven que se veía y luciendo un traje que se acomodaba a su figura de manera perfecta. A Sam a veces le incomodaba lo bien que se veía su profesor, pero evitaba pensar en ello.
Aquella alta estatura y mirada oscura al igual que su cabello perfectamente recortado y del mismo tono, lo miraron por unos segundos, pero hacía lo mismo con todos. A Morrison le gustaba memorizar los rostros de cada uno y sus nombres, eso le daba un extraño poder sobre los demás.
Si el profesor había notado que Sam últimamente se sentaba al fondo y casi no participaba cuando solía ser el primero en su clase, no dijo nada. Eso solo le hizo darse cuenta que a nadie le importaba realmente lo que hiciera con su vida.
Sam miró por la ventana por un momento fijándose en quienes estaban en el patio entrenando. Su hermano solía estar ahí, la hora de matemáticas coincidía con la de educación física del aula B, al que pertenecía Cam. Él en cambio, era del A debido a que los profesores no querían tenerlos a los dos en un mismo aula porque solo uno de ellos hacía las tareas. No hace falta decir quien era ese alguien.
Sin embargo, cada uno tenía su estilo propio y no permanecían mucho tiempo juntos en el instituto, pero dentro de su casa eran inseparables.
En su garganta se instaló de nuevo un nudo como cada vez que pensaba en él.
La silueta de Connor, el mejor amigo de su hermano, apareció en su vista periférica que daba al campo de fútbol. Connor se había convertido en alguien alto y presuntoso desde que había ingresado al equipo, siempre pasaba tiempo con Cameron y supuso que estaría de su lado cuando Madison, la ex novia de su hermano, revelara a todos por despecho que Cameron era gay cuando este se negó a seguir con ese noviazgo. Pero no. Hizo lo opuesto y se unió al grupo de personas que lo molestaron hasta el cansancio. Sam, por alguna razón, había tenido esperanzas de que aquel chico que alguna vez le dedicó una mirada dorada de niños, sería mejor persona. La decepción que sintió por sus acciones lo habían tomado de sorpresa, pero no mitigó el sentimiento.
El profesor empezó la clase. Su estatura le permitía escribir con comodidad los números en el pizarrón mientras iba hablando sobre trigonometría y relaciones entre radianes y sexagesimales. Seguía dibujando absorto en ese pedazo de papel que contaban historias que él quisiera vivir. Lo que le hizo volver a la tierra de los números fueron las palabras de su profesor.
—Y bien jovencito, ¿me va a dar los resultados hoy o mañana? —El corazón de Sam paró de repente, pero se dio cuenta de que no estaba dirigiéndose a él.
«Claro, ni se habrá dado cuenta de que no estaba prestando atención».
Quien era víctima de su frívola conducta era el chico nuevo, que había estado casi tan distraído como él. Su rostro se volvió un rojo profundo, pero no evito que el hombre frente a él dejara pasar aquella acción.
—¿Y bien? —insistió el profesor al ver que no respondía.
Sam sintió pena por él, se notaba lo avergonzado que estaba, pero igual lo escuchó balbucear:
—Eh...bueno...aún lo estoy resolviendo —Parecía intimidado por el hombre, pero eso no era nada nuevo. Todos temían a Liam Morrison.
—Te dejaré pasarlo por hoy ya que eres nuevo —al decir lo último, su mirada se dirigió hasta Sam, para su sorpresa, quien notó la indirecta de aquello—. Pero me gustaría que me prestaras más atención en clases —nuevamente, su mirada estaba centrada en Sam.
—Sí profesor —respondió Lucas.
Sam sentía como un atisbo de vergüenza se dejaba evidenciar en su rostro. Sin embargo, le gustó un poco que alguien por fin le prestara atención, le hizo sentir que no era tan marginado por todos como pensaba.
La clase por fin cobró sentido para él a medida que iba atendiendo y entendiendo. Si no estaba equivocado, su maestro le dedicó un gesto de satisfacción y Sam odio un poco el hecho de que ese pequeño detalle le alegrara tanto.
Al final de su hora, el profesor tomó sus cosas, pero antes de salir, llamó a Sam.
—Te espero en mi oficina cuando termine con el salón B —al decir aquello salió cerrado la puerta del salón atrás suyo. Él, en cambio, se quedó aturdido pensando en qué le diría el hombre. Sabía que su comportamiento era un tanto distante últimamente, pero no pensó que alguien se daría cuenta. Al parecer estuvo equivocado.
Fue por su dinero para poder comprar algo de comer y de paso prestar de la biblioteca un libro para la clase de historia. Pero algo le detuvo de inmediato, Madison estaba hablando con el nuevo.
La misma ondeaba sus bucles castaños mientras hablaba con Lucas. Podía saber a la perfección lo que quería. Poner a Lucas de su lado. Era así con todos, se hacía la víctima y luego tenía al colegio entero comiendo de sus manos, menos a él, claro que debido a que fue su hermano el objetivo de su descargo.
—¿Tan temprano fastidiando a alguien Mady? —dijo mientras se acercaba a ellos. Su hermano solía usar aquel apodo con ella y le encantaba fastidiarla con eso.
—Disculpa, pero Madison y yo estamos teniendo una charla, así que, si no te molesta, ¿podrías dejarnos continuar? —Samir lo miró sorprendido al igual que Madison.
—Es verdad Sam, Lucas y yo estábamos teniendo una interesante conversación antes de que vinieras —agregó la chica mirándolo de pies a cabeza.
Pensó que Lucas era un chico tímido, pero al parecer eso no era del todo cierto. No le sorprendía que le respondiera de aquella manera ya que era evidente que Madison se ganó su confianza con su sonrisa amable y falsa. En cambio, él lucía como un espectro caminando desganado y sin vida en los ojos. era obvio de parte de quien estaría.
—Veo que no dudaste un segundo en conseguir nueva víctima —Madison de inmediato adoptó una actitud de enfado, pero poco y nada le importaba.
—No es así, y no soy la única que hizo algo malo según escuché.
Golpe bajo. Aquellas palabras dichas por una mujer sin un ápice de sentimientos, no debería afectarle, pero lo hizo. La vergüenza de haber sido parte de aquel grupo de personas que hostigó a su hermano hasta el cansancio, surgió voraz y haciéndole tambalear de inmediato. Él solo había querido que su hermano le dijera a sus padres la verdad para que ellos pudieran defenderlo del acoso y maltrato escolar a la que se sometía día a día.
Pero el camino al infierno estaba plagado de buenas intenciones.
El brillo de satisfacción en los ojos de Madison no le pasó desapercibido y decidió que ya no quería seguir con aquella absurda conversación. Se marchó a tomar sus cosas y salió del salón.
Cuando estaba por llegar a la biblioteca, un mensaje de texto de la secretaria del colegio le advirtió que la siguiente hora la tenían libre, la de historia y geografía, por tanto, había caminado en vano todo aquel trayecto. Le agradeció a la secretaria que le avisara y nuevamente le dijo que dejara de ser tan informal. La Srta. Fernández era tan haragana, que solo le mandaba mensajes en vez de ir a avisar como debería, pero eso en cierto modo le divertía. Sin embargo, ya debía renunciar pronto a su título como delegado, era bastante tedioso tener que lidiar con todos los asuntos escolares.
Pensó en las palabras de su profesor y recordó que la clase de matemáticas del salón B empezaba después del receso, por tanto, tenía bastante tiempo para poder leer el manga que trajo en su mochila, razón por la cual estaba algo pesada, y también comer algo porque empezaba a tener hambre. No obstante, las cosas nunca salen como uno los planea y alguien salió frente a él.
Connor.
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