E p í l o g o
—A ver, dije que formaran una fila hace diez minutos, ¿y todavía están discutiendo posiciones? ¡Formación ahora!
Todos los estudiantes hicieron de inmediato lo que el entrenador les dijo. No querían ser víctimas de su humor iracundo. El profesor Mason no era exactamente el tipo de persona que uno querría molestar.
—¡Déjame en paz! —uno de los chicos empujó a otro más alto que él.
—¿Qué está pasando aquí? —el profesor fue de inmediato hasta ellos.
—Él me empujó de la nada, yo no hice nada —el chico se levantó del piso.
El más pequeño tenía una mueca de fastidio en el rostro con un notable sonrojo encima. Iker ya estaba harto de ellos dos, siempre estaban discutiendo por todo, en cuanto desviaba la vista, el de rulos, como le solía decir al más alto porque sinceramente no recordaba su nombre, molestaba al otro. Aunque a veces, Iker también llegó a descubrir in fraganti al más pequeño siendo un completo demonio. Era como si disfrutaran molestarse constantemente uno al otro.
Aquello le sonaba algo familiar, pero era absurdo. No conocía a nadie así.
—Ustedes dos den cinco vueltas completas a la cancha. ¡Ahora! —gritó.
—¿Por qué yo? ¡No hice nada! —se defendió el pequeño.
—Vi perfectamente cómo le pisaste el pie antes de que él reaccionara —el enano no respondió nada al verse descubierto—. Ustedes me tienen cansado, no puedo soportar sus peleas una y otra vez, ¿qué no toman un descanso?
—¡Él es el que siempre me anda haciendo cualquier travesura! —se defendió el de rulos.
—¡Eso es mentira! —el pequeño enrojeció de nuevo. Qué frágil era la juventud actual para ponerse como tomates ante cualquier cosa.
No era como si Iker fuera anciano, pero estar entre adolescentes le hacía sentir como si hubiera envejecido veinte años más.
Los demás del equipo, rodaron los ojos, otros bufaron por la clásica revuelta de esos dos. A Iker le gustaba ser entrenador de fútbol, pero en días como estos se cuestionaba seriamente si había elegido la carrera correcta.
Les dio el castigo que se merecían y luego retomaron el entrenamiento, el equipo no estaba mal, eran muy rápidos y los que no, podían ser defensas excelentes. Iker estaba orgulloso de ellos. Evidentemente, no se los dijo a la cara.
—Muy bien, ya va siendo hora de irnos, estuvieron muy bien hoy, esperemos que sigan así mañana. Hey, ustedes dos, ¿A dónde van? —les dijo a los revoltosos—, el castigo para ustedes aún no termina.
Protestaron como si fuera un concurso de quien era el más irritante y eso no hizo más que ponerlo de los nervios. En cuanto los demás se fueron de la institución, les señaló con la mano para que se acercaran. Rulitos y pequeño pitbull vinieron hasta él desconfiados.
—¿Por qué me ven así? ¿Acaso quieren quedarse fuera del equipo? —ambos palidecieron y negaron con la cabeza—. Les hice quedarse un poco más para entender qué es exactamente lo que está pasando entre ustedes dos, no pueden pelearse cada dos segundos por algo estúpido, así que, ¿quién va a confesar primero cuál es el problema?
Los dos se miraron dubitativos y luego desviaron la vista enojados entre sí. Iker sintió como sus cejas se movían en un tic nervioso.
En ese momento, su celular sonó. Sonrió un poco al ver quién era y eso hizo que sus alumnos lo miraran sospechosamente, les hizo una señal con la mano para que se alejaran.
—¿Qué pasa? ¿Ya saliste? —preguntó.
—Hoy fue un día taaan estresante, necesito una ducha caliente, una cena deliciosa e irme a dormir hasta el próximo año —se quejó Jax en el teléfono.
Sus dos estudiantes lo miraron aún más extrañados cuando sonrió abiertamente, pero él no se dio cuenta.
—Creo que eso responde a mi pregunta. ¿Cómo estuvo tu día?
—Mi papá me dio una idea equivocada de lo que significaba ser profesor, él lo hizo sonar fácil, pero es el infierno mismo. Por más que sea un suplente, no tengo otra opción más que ser un demonio con ellos o si no, no me respetan. ¡Estoy harto de ser el malo de la película! —siguió desahogándose. Iker ya estaba acostumbrado a escucharlo decir lo mismo una y otra vez.
—A lo mejor lo eres —rio con ganas.
—¿Quieres que vaya a recogerte? —preguntó cambiando de tema.
—Si no vas a morir de cansancio, sí —admitió.
—Para ti siempre tengo ganas —Iker evitó que sus palabras calaran tan hondo en él, no quería seguir pareciendo un adolescente cachondo frente a sus estudiantes—, después de todo, ¿qué sería de mí si no veo tu cara de viejo estreñido todos los días? ¡Mientras antes, mejor! —se burló.
—¡A quién llamas viejo, idiota! Más vale que vengas rápido o lo lamentarás —cortó al escuchar las risas de Jax.
Ellos eran así, no podían estar más de dos minutos sin discutir. A Iker lo irritaba, pero a la vez, y esto no lo admitiría jamás en voz alta, disfrutaba de ese hecho.
—¿Es su novia? —preguntó el pequeño con curiosidad e inocencia fingida.
A Iker no lo engañaba, él era el más peligroso entre los dos.
—Mi novio, más bien —aclaró sin muchas ganas, encogiéndose de hombros.
Al principio, cuando oficializaron su relación, le había costado admitirlo, pero ahora ya le daba igual, era mejor decirlo de frente que esconderse por temor al rechazo. Después de todo, le daba exactamente igual si el mundo le aceptaba o no, ya tuvo suficiente con el odio a sí mismo durante su adolescencia.
—¿Novio? —preguntó el de rulos, sorprendido. El pequeño también estaba atento.
—Sí, ¿por qué? ¿Tienen algún problema con eso? —se sentó en la banca que estaba cerca de ellos.
Los dos se miraron mutuamente y luego a Iker.
—¿No tiene miedo de lo que vayan a decir los demás de usted? —preguntó con cierto temor el mayor.
Iker iba a decirles que en realidad le resbalaba la opinión ajena, pero algo le dijo que para ellos, lo que diría era extremadamente importante.
—Al principio, sí, es lo normal —se encogió de hombros—, pero con el tiempo me fui dando cuenta de que es mejor cortar vínculos con aquellos que no me aceptaban tal y como soy, ¿para qué tenerlos cerca? Solo me haría daño a mí mismo y a quien amo. No es un camino fácil, me costó adecuarme durante años al rechazo, pero al final del día, si estoy con la persona que me hace feliz, el sacrificio habrá valido la pena —miró hacia el cielo recordando con una expresión triste aquellos tiempos cuando recibió burlas, gestos y acciones despectivas de los demás en el colegio, solo unos pocos siguieron tratándolo igual a pesar del escándalo que conllevó su relación—. Hoy en día pienso que, si en aquel entonces me hubiera dado por vencido, me habría perdido de algo maravilloso y que hoy en día es una parte importante en mi vida.
Los dos chicos se quedaron pensativos un largo rato, parecían un poco tímidos después de escuchar las palabras de su entrenador. Su celular volvió a sonar, esta vez era un mensaje de Jax avisándole que había llegado y que iría junto a él. Las dos instituciones no estaban lejos una de la otra, por lo que era solo cuestión de minutos que estuviera ahí con ellos.
Ni bien lo vio aparecer por la entrada de la cancha, con el pelo recogido en una coleta y unos desastrosos lentes que usaba para leer o andar en coche cuando escurecía, como ahora, Iker no podía evitar que una avalancha de sensaciones únicas lo poseyera. ¿Cómo podía seguir causándole el mismo efecto después de años de estar juntos?
En cuanto Jax estuvo lo suficientemente cerca, bufó.
—Ya era hora, pensé que vendrías hasta mañana —lo regañó—. Por cierto, ustedes dos ya pueden marcharse, el bus pasará en unos minutos, no lleguen muy tarde a sus casas.
Ambos asintieron con la cabeza, todavía sin decirse nada, luego juntaron sus cosas y fueron hasta la salida, que era la misma por la que entró Jax.
—Verte en la faceta de entrenador siempre me pone tan... —Iker se levantó para taparle la boca.
—Todavía pueden escucharte —murmuró.
—Es la verdad —hizo una cara triste que era tan falsa como sus buenas intenciones—, que me dices si cambiamos de planes y vamos a cenar.
Iker siempre terminaba cediendo a aquella sonrisa soberbia y pícara que podía ver fácilmente a través de él.
—Está bien, pero solo un rato, ya me está empezando a doler la pierna.
—¿De nuevo? Últimamente pasa seguido, será mejor que vayamos el médico —se preocupó.
Una de las cosas que más le gustaba de él era que podía ser todo lo bromista y juguetón que quisiera, pero cuando se trataba de la salud de Iker, dejaba todo detrás y se ponía completamente serio.
—No hace falta, el doctor ya me dijo que es un efecto secundario que volverá alguna que otra vez, que no me debo preocupar y tú tampoco. ¿A dónde iremos?
Quiso poner su bolsón sobre los hombros, pero Jax se los sacó. Rodó los ojos porque sabía que por más que protestara, no se lo daría de vuelta, se ponía así de especial cuando hablaban de cualquier dolor que sentía Iker.
—¿Qué te parece aquel nuevo que abrieron a unas calles de aquí?
Jax siguió hablando mientras él iba asintiendo con la cabeza. Dentro del auto, todavía iban discutiendo sobre qué hacer después ya que no querían llegar temprano a casa, más cuando era viernes. Jax llamó a su papá y le dijo que llegarían tarde, todavía seguían viviendo en la misma casa de siempre, después de todo, era cómoda y confortable, por más que el señor Betancourt les decía constantemente que se consiguieran un lugar para ellos dos, no querían hacerlo pues el hombre necesitaría algún día de sus cuidados. Eso no se lo decían, pero su suegro lo intuía, por eso era tan insistente.
—Papá dice que está bien, me contó que Santiago vino con él a la tarde para armar un modelo a escala de uno de aquellos barcos con los que están tan obsesionados últimamente.
—¿Quién diría que se llevarían tan bien? —soltó Iker.
Su hermano descubrió que armar modelos diminutos de distintos tipos de transporte era su pasión y resultó que también la del hombre mayor. Ambos estaban en compañía del otro con frecuencia, aunque su mamá muchas veces no estaba tan contenta con la idea.
En cuanto a la mujer, con el tiempo terminó siendo menos dura con él, incluso lo invitaba a cenar en ocasiones especiales, pero la relación entre ellos no volvió a ser jamás como la de cuando Iker era un niño. Sin embargo, le alegraba saber que a su hermano lo protegía con tanto amor.
«Quiero darle todo el amor que no pude darte a ti y que ya es muy tarde para recuperar», le dijo una vez, Iker quiso agregar que no era así, pero en el fondo, sabía que tenía demasiadas heridas que no quería volver a abrir. No cuando su nueva familia se encargó de cicatrizarlas durante años.
—Espera, ¿que no son esos tus estudiantes? —dijo Jax en cuanto pasaron cerca de la parada de autobuses.
Los dos chicos estaban hablando de algo aparentemente vergonzoso, pues sus rostros se notaban tímidos. Aunque la manera en la que estaban frente a frente con las manos enlazadas le dijo lo que probablemente estaba pasando ahí.
—No puedo creerlo, creo que se están confesando —Iker estaba estupefacto.
—¡Qué buen entrenador eres, ni bien hablaste con ellos ya los hiciste superar un enorme obstáculo! ¿Qué les dijiste? —preguntó Jax.
A medida que se fueron acercando, vieron como los dos se acercaron cohibidos y se dieron un beso efímero.
—¿A eso llaman un beso? Qué lamentable — Iker bufó.
En cuanto pasaron cerca de ellos, Jax les bocinó y ambos saltaron por el repentino ruido, sin parar a decir nada, Iker les saludó con la mano al pasar y deseó que aquella sonrisa que les dedicó, les hiciera entender que estaba un poco orgulloso de ambos. Los chicos devolvieron el saludo con mucho entusiasmo.
—Creo que tengo a un cupido a lado mío —bromeó Jax.
—Cállate, solo estás celoso porque mis estudiantes sí me quieren —replicó. Aunque no estaba tan seguro de esa afirmación.
Jax le gritó algo de nuevo e Iker no se quedó callado. Siguieron diciéndose sus verdades como si fuesen enemigos hasta llegar al restaurante, se comportaron como una pareja romántica en la cena y se divirtieron como amigos de camino a casa. Eran tan completos que Iker no podía pensar en una mejor persona para él que no fuera Jax y estaba seguro de que aquel sentimiento era correspondido.
La brisa fresca del campus relajó a Sam como muchas otras veces. Hoy era su último día de examen y el estar libre de ellos le daba un poco de nostalgia, pero a la vez, satisfacción. La carrera de arquitectura no era fácil, tuvo varias dudas los primeros semestres y terminó aislándose de los demás con el tiempo. Aunque, de igual forma, el estar en una universidad tan lejos de casa hizo que perdiera un poco el contacto con su familia y amigos.
Al principio, sus padres le llamaban todo el tiempo, en el segundo y tercer año, sus llamadas eran al menos tres veces por semana, ahora, solo recibía una que otra de manera esporádica. No era como si su familia se hubiera alejado de él, Sam era el que muchas veces no contestaba el teléfono alegando estar atestado de exámenes. La razón era que el escuchar que todos hacían sus vidas aún con su ausencia, lo ponía un poco pensativo acerca de su propia importancia, eso derivaba a horas de reflexión que lo alejaban por completo de la realidad.
Sentía que le faltaba algo que a los demás no. Como si un oscuro agujero negro estuviera propagándose a través de él a causa de una enorme sensación de vacío. Sabía la razón de eso.
Sam no era feliz. Estaba satisfecho, aliviado, motivado, contento, cómodo, pero no podía tener sentimientos más profundos que aquellos.
Levantó sus manos para tapar el sol que le llegó al rostro. Los rayos pasaban a través de los dedos demandando atención. Sam sonrió al sentir la calidez contra su rostro. Todos a su alrededor seguían su camino, algunos sentados a unos metros leyendo algún texto, otros caminando y hablando con otros compañeros, a él le transmitía mucha paz el olor del césped, la textura del árbol a sus espaldas, las sombras que las hojas proyectaban gracias al sol y la brisa fresca que le movía el cabello.
Esa tranquilidad fue cortada por el timbre de su celular.
—Hola, Cameron —respondió.
—Sam, ¿por qué sigues evadiendo mis llamadas? —fue lo primero que le reclamó.
—Te estoy contestando ahora.
—¡Después de días de marcarte! ¿Acaso ya no quieres saber nada de mí? ¿Es eso? Me duele que me ignores de esa manera, no solo a mí, también al resto de la familia.
Sam debería estar enojado por aquel arrebato de Cameron, pero solo suspiró con resignación.
—No es así, Cameron, estaba ocupado con mis finales, ahora que ya terminé ya puedo hablar contigo —No era del todo mentira, pero tampoco toda la verdad.
Lo cierto era que a Sam le ponía un poco ansioso hablar con ellos. Cameron ya tenía una vida hecha, terminó el bachillerato un año después que Sam y se inscribió a una academia de policías para sorpresa de todos, ahora vivía con su novio en un departamento, trabajaba tiempo completo y era relativamente feliz, Lucas también ya estaba ejerciendo su profesión a pesar de que aún seguía dentro de la carrera, su hermana ya empezó su primer año de universidad y aprovechando la nueva independencia de sus hijos, sus padres hacían más salidas juntos, su papá incluso fue arrastrado a las clases de danza de su mamá, aunque parecía más revitalizado con aquel nuevo pasatiempo.
Era como si no lo necesitaran y esa idea lo llenaba de un sentimiento que no sabía cómo describir. ¿Incertidumbre? ¿Tristeza?
—Felicidades por haber aprobado todos tus exámenes, ¡ahora debemos prepararnos para tu graduación! —se alegró Cameron—. ¿Eso significa que volverás pronto?
Sam no estaba seguro, le iba bien en su pequeño departamento cerca del campus, a pesar de que su padre insistió en pagar el alquiler, Sam igual consiguió un empleo parcial como profesor particular. En un principio le sorprendió la cantidad de dinero que estaban dispuestos a pagar los bichos para entender algunas materias, ahora, lo agradecía. Sobre lo de volver a casa, no lo sabía, estaba muy cómodo con su vida actual y lo más probable era que con sus calificaciones, conseguiría un empleo acorde a su nueva profesión.
—No lo sé, Cam...
—¿Por qué te alejas de nosotros? ¿Qué pasa contigo, Sam? ¿Estás bien? —esta vez su hermano ya sonaba preocupado—, no contestas llamadas, no me envías mensajes, no me cuentas nada de ti, lo único que sé es el nombre de tu universidad y la dirección de tu departamento. ¡Después, nada! —se exasperó Cameron.
—Lo entiendo. Por favor, no te molestes más —escuchó un suspiro impaciente de Cameron.
—Por cierto, el otro día vi a Connor, sabes, él...
—¡No me digas nada! —el corazón de Sam dejó de latir.
No quería escuchar lo que su hermano le iba a decir, no estaba listo. Si bien fue Sam quien con el tiempo fue dejando de lado la amistad que tenía con Connor, no quería escuchar cómo había rehecho su vida sin él. Sam esperaba inútilmente que sus sentimientos por él terminasen una vez que cortara el contacto, pero estuvo equivocado, incluso ahora, Connor era el causante de noches de insomnio y de suspiros constantes. Si Cameron le decía que ahora le iba bien, que incluso tal vez esté saliendo con otra persona, no sabía cómo se lo tomaría, quizás, estaría feliz por él o a lo mejor sentiría una tristeza enorme. Aquella autocompasión era lo que quería evitar.
—¿Qué pasa, Sam?
—No me pasa nada, Cameron, me va muy bien, es solo que me gusta estar aquí, por eso no he ido —evadió la conversación anterior.
—No es privacidad, es aislamiento. Quiero verte, también mamá y papá, hace meses que no te vemos ni siquiera el rostro.
¿Estaba siendo un egoísta? No quería ser tan problemático.
—Está bien, Cameron, iré la próxima semana.
—No. Vendrás mañana, bueno, puede que pasado mañana si todo sale como lo planee —comenta pensativo.
—¿De qué estás hablando?
—Te envié un poco de medicina a tu dirección, espero que logres aprovecharla tanto hoy como mañana.
No esperó a que Sam dijera nada y cortó. Le sorprendía la manera en que Cameron podía decirle unas cuantas verdades a la cara con nada de compasión y después hablarle como si nada hubiera pasado. A lo mejor lo conocía más que él a sí mismo.
Sam se levantó del campus, se limpió la parte trasera de los pantalones con unas palmadas y se puso la mochila, con solo los apuntes de repaso, sobre sus hombros y fue a su departamento.
No estaba muy lejos, de hecho, podía hasta llegar caminando. Pensó alguna vez en comprarse una bicicleta para poder transportarse, pero prefería caminar que hacer cualquier otro tipo de ejercicios. En ese sentido, no había cambiado mucho.
Su pequeño lugar estaba ubicado en el segundo piso y lo peor, era que ni siquiera había un elevador. Sí, era así de holgazán. Luego de subir con pereza los escalones, vio a un hombre sentado frente a su puerta.
Sam se extrañó, era un hombre con un físico mucho más grande que el suyo, llevaba una campera azul ligera incluso con el calor que hacía, aunque parecía parte de un uniforme, pues también tenía puestos unos pantalones con varios bolsillos. Sam no pudo discernir su rostro debido a que estaba oculto entre sus piernas como si estuviera profundamente dormido, a lado del hombre, había un bolso cargado y sobre su cabeza castaña descansaba una gorra azul perteneciente a la brigada de bomberos voluntarios de su antigua ciudad.
Sam se acercó con sigilo y le tocó el hombro con algo de tacto.
—Disculpe, ¿podría darme paso? Quiero entrar a mi departamento —habló un poco dubitativo.
El hombre, quien parecía despertar de un profundo sueño, levantó el rostro a su dirección y tanto él como Sam quedaron congelados.
—¡Saaaam! —se levantó de golpe y lo encerró en un abrazo hermético—. ¡No sabes cuánto te extrañé!
—¿Connor? —preguntó todavía anonadado.
El sujeto lo soltó un poco y Sam pudo contemplar apropiadamente su rostro. Donde antes había un chico tímido y un poco inseguro con ojos resplandecientes y dorados, ahora había un hombre fuerte y confiado que lo miraba con nostalgia y a la vez, felicidad.
Connor le dio una enorme sonrisa y el corazón de Sam disparó sus latidos a una velocidad increíble. Por inercia, él también sonrió.
—Sam, estás muy cambiado —Connor lo miró de arriba abajo y Sam se cohibió un poco—, pero a la vez, sigues siendo el mismo de siempre.
Si se llegó a enojar por haberlo evadido tanto tiempo, no dijo nada.
—En cambio, tú estás hecho un gigante —Aquello era verdad, la altura de Connor se disparó en el tiempo que no se vieron, o a lo mejor, esa era la impresión que le daba pues ahora se lo veía mucho más formado físicamente. Nunca fue un enclenque, pero ahora tenía los brazos bronceados y marcados, no tanto, pero sí lo suficiente para que se pudiera notar por lo poco que llegó a ver debido a la ropa, como la campera estaba abierta, vio una remera blanca de cuello redondo por debajo, permitiéndole admirar aún más aquel cambio en él—. ¿Quieres pasar? —preguntó cuando se dio cuenta de que se quedó absorto contemplándolo.
Connor asintió con ganas y entró. Sam le sirvió un poco de jugo que había hecho el día anterior. Para su sorpresa, se sintió como si el tiempo no hubiera corrido en cuanto la conversación avanzó. Hablaron de muchas cosas, se pusieron al día con otras. Connor le dijo que se había unido a la brigada de bomberos voluntarios cuando por fin supo que aquello que lo motivaba en la vida, era salvar vidas y más si estaba involucrado con eventos similares a los que él vivió años atrás.
—Me alegro de que te encuentres bien y sobre todo, de verte feliz —Sam le sonrió.
—Estoy agradecido por todo lo que pude lograr hasta ahora, pero sabes, todo este tiempo sentí que no estaba del todo completo. Como si tuviera un vacío enorme en mi pecho —confesó, apuntando esos hermosos ojos directo a los suyos.
Sam titubeó. ¿Estaba entendiendo bien o su imaginación le estaba haciendo escuchar lo que su corazón tanto anheló hasta ahora?
Sam desvió la vista, pensó también en sus propios sentimientos, aquella sensación de soledad que lo carcomía a veces haciendo que sus días fueran extremadamente largos. ¿Realmente valía la pena seguir de ese modo? ¿Estaba bien arriesgarse un poco?
—Todo este tiempo me sentí de la misma manera —admitió. Connor se quedó estupefacto, como si no hubiera esperado aquella respuesta—, es como si faltara encajar algo para que pueda ser completamente feliz, a veces siento que hago las cosas como si fuera un robot o estuviera en piloto automático. Como alguien sin sentimientos.
Connor acercó su mano desde el otro lado de la pequeña mesa que Sam guardaba en el comedor, y la estrechó. Una calidez extrañamente conocida, lo invadió. Levantó la vista a Connor y él lo miraba con una sonrisa comprensiva y conmovida. Sam también apretó su mano contra la de él y le acarició los dedos con el pulgar, eso lo hizo reír. Escucharlo envió un aleteo incontrolable en su estómago.
Sam se levantó lentamente y sin cortar el contacto visual, rodeó la mesa para acercarse a Connor, cuando estuvo lo suficientemente cerca, acunó el rostro de Connor contra su palma y se acercó para depositar un beso en sus labios.
Connor lo rodeó de la cintura desde la silla y presionó aún más para que aquel beso le dijese a Sam todo lo que le extrañó. Lo que empezó siendo un gesto tierno, poco a poco fue subiendo de tono hasta que ambos dejaron escapar suspiros de placer. Sam no podía controlarse, necesitaba a Connor tan cerca de él que ardía en deseo. El castaño, aprovechando aquella situación, hizo sentar a Sam a horcajadas sobre él. El hombre que ahora era Sam ya no se comparaba con aquel chico inseguro que sonrojado, había disfrutado del roce de Connor y él en la adolescencia, ahora exigía lo suyo echando atrás todas sus defensas.
Menos mal Connor ya se había sacado el abrigo al entrar y ahora quedaba solo con la remera porque para Sam, fue muy sencillo deslizarla hasta tenerlo piel con piel. Sus besos aumentaron la intensidad a medida que pasaban los segundos.
—Sam... si seguimos con esto... no quiero que nuestro prim... digo, segundo recuerdo sea en una silla —Sam se rio de las palabras de Connor.
—Entonces, vamos a mi habitación —dijo reposando su frente contra la de Connor.
—¿Estás seguro? —preguntó. Sam vio un atisbo del chico que solía ser, se sintió un poco nostálgico y contento debido a que Connor no había cambiado tanto después de todo.
Con una sonrisa que pensó que era seductora, tomó la mano de Connor y lo guio hasta su habitación. La misma, no era tan grande y espaciosa como desearía, pero tenía lo básico y Sam estaba satisfecho con eso.
—Espera, necesito tomar algo de mi bolsón —comentó Connor nervioso.
—¿Qué cosa? —Sam se sentó en la cama. La mirada de deseo en el hombre, le hizo sentir fuego por dentro.
Connor no dijo nada, se fue rápidamente y volvió con algo sospechoso entre sus manos.
—Ehm... bueno, yo no lo sabía, pero tampoco perdí las esperanzas... —se disculpó cuando depositó el lubricante y los preservativos, sí en plural, sobre la cama.
—Pues sí que tenías muchas esperanzas —dijo Sam con una de las cejas levantadas mientras alzaba la tira de preservativos.
Connor enrojeció y balbuceó un millón de incoherencias, entre ellos, el nombre de su hermano fue mencionado unas cuantas veces, las suficientes para que Sam entendiera de quién fue aquel plan desde el inicio. Aunque ya lo sospechaba, después de todo, nadie salvo los miembros de su familia sabían su dirección.
Sam dejó que Connor siguiera diciendo un montón de palabras porque le divertía verlo en aquella faceta que ya conocía, sin embargo, no duró mucho porque su cuerpo también reclamaba la atención del castaño.
Le gustó la manera en que el cuerpo de Connor se acomodaba perfectamente contra el suyo. Su piel era suave y los dedos de Sam ardieron con cada caricia. No podía controlar sus jadeos a medida que Connor se iba adentrando en su cuerpo, pero tampoco quería hacerlo. Sintió una seguridad confortable bajo los brazos de esa persona de la cual llevaba años enamorado.
Al culminar, los ojos de Sam se cristalizaron hasta deslizar unas pocas lágrimas sobre sus mejillas, no supo si eran de placer o por los años que se prohibió estar al lado de la persona que amaba, todo debido a sus obstinados pensamientos. Connor le acarició la zona húmeda por las lágrimas y luego le depositó una serie de besos.
Sam no quería separarse de él. Estar ahí, rodeado por los brazos protectores de Connor, ser el receptor de sus sentimientos, sentir sus palabras de amor, era lo que necesitaba para poder cerrar el hueco que todo este tiempo amenazó con devorarlo.
—Te amo, Sam, no sabes cuánto —le dijo horas más tarde cuando ambos ya estaban con marcas nada disimuladas en la piel y satisfechos por haberle dado rienda suelta a los sentimientos que tanto tiempo oprimieron.
—Creo que eso me quedó claro —respondió señalando con la cabeza sus cuerpos, Connor se sonrojó, pero no lo negó—. Sabes que yo también lo hago, no he dejado de quererte en todo este tiempo. Sé que no vas a decírmelo de frente, pero el que me haya alejado luego de decidir que seríamos amigos debió ser muy doloroso para ti. Lo hice con la estúpida idea en mente de que así podríamos superar nuestros sentimientos, pero eso solo nos hizo daño.
Sam recostó la cabeza contra el pecho desnudo de Connor, escuchó sus latidos un poco acelerados y eso lo relajó.
—Sé que lo que hice dejó una marca muy profunda en ti, es por eso que cuando decidiste ya no atender mis mensajes ni las llamadas, me di por vencido, pensé que era lo que merecía. Estuve molesto al principio, pero después, resignado. Me enfoqué en mi formación y me metí a fondo en mi trabajo. Me decía a mí mismo que estaba bien, que era lo mejor, pero una parte de mí me lo recriminaba, como si me estuviera exigiendo luchar por lo que más quiero. No le hice caso hasta que un día llegó Cameron a mi puerta y me hizo un discurso del porqué he sido un total idiota todo este tiempo para permitir que tú me alejaras. En ese momento no lo quise escuchar, pero sus palabras siguieron resonando en mí hasta hacerse un eco repetitivo y molestoso. Así que cuando me decidí a ir para conseguir información, se exasperó diciendo que ya era hora de dejar de ser un maldito cobarde y me dio tu dirección. Lo único que lamento es que me haya tomado tanto tiempo reaccionar.
—Lo hiciste en el momento justo —Sam lo abrazó—. ¡Tengo una idea! —dijo y buscó su pantalón donde estaba su celular.
No lo encontró. Connor lo ayudó y se lo pasó. Sam abrió la cámara frontal.
—¿Qué haces? —preguntó Connor.
—Nos tomaremos una foto para enviársela a Cameron. Debemos hacerle saber que su plan funcionó —Sam alejó un poco la cámara mientras se acomodaba en el hueco existente entre el hombro y el cuello de Connor.
—¿Quieres que te ayude? —dijo al ver que no podía enfocar bien.
—¡No! Tú tienes prohibido sacar fotos hasta nuevo aviso —bromeó. Connor bajó el brazo inmediatamente y su sonrisa se borró. Sam rio con malicia—. ¡No es cierto! Solo te estoy tomando el pelo, supongo que algunas cosas nunca cambian —siguió mofándose.
—No tienes corazón —murmuró Connor, pero su buen humor volvió.
—Por supuesto que no, ¿acaso no recuerdas que me lo robaste hace años? —le dio otro beso fugaz.
Sam le entregó su teléfono y sacó una foto que para él, era hermosa, en ella, estaba sonriendo como hace mucho no lo hacía, sus ojos brillaban de felicidad y había un rubor saludable en sus mejillas, Connor a su lado, lucía igual solo que en vez de mirar la cámara, sus ojos estaban enfocados en Sam.
Ni bien le pasó la foto a su hermano, recibió una llamada.
—Vaya, vaya, pero miren quiénes están haciendo de las suyas —comentó con picardía.
—Déjame en paz, solo quería hacerte saber que Connor llegó sano y salvo —contestó Sam después de poner el altavoz.
—Eso es evidente. Me pregunto qué pensarán mamá y papá cuando la vean... —dijo con voz cantarina.
—¡Cameron ni se te ocurra! ¡Si lo haces...!
—Oh, qué coincidencia, estoy en la casa de nuestros padres —siguió cantando—. ¡Mamá! ¡Papá! Adivinen lo que anda haciendo mi hermanito...
Cameron colgó.
—Voy a matarlo —Sam ocultó su rostro en la almohada.
—Es obvio que no está en casa de tus padres, debería estar trabajando ahora —Connor lo devolvió a la Tierra—. Aunque puede que...
—¡Connor! —exclamó Sam y le dio con la almohada en la cara.
Connor no se quedó atrás y se vengó de Sam haciéndole cosquillas hasta que otra ronda de lágrimas lo invadiera, todo eso seguido de una de besos y caricias que le hicieron olvidar las burlas de su hermano.
En ese momento, Sam nunca se sintió tan feliz.
Hola a todos, ¿o debería decir adiós? Fue un largo recorrido para llegar hasta este punto, espero que hayan amado leer esta historia tanto como yo al escribirla. Nos veremos en otras muy pronto. Los quiero <3
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