Delirio
El pasado se niega a desvanecerse
Y mi corazón se aferra a tu recuerdo
Aquella línea que creé nos separa
Perdí el conocimiento
Y también las ganas de vivir
Te perdí a ti, y lo lamento.
En la eterna y apabullante oscuridad del ostentoso atardecer, se oía paulatina, monótona y exuberante-mente los susurros de la lluvia, volviéndose tormentosa con el pasar de las horas.
Las calles apacibles se encontraban alumbradas por faroles que resplandecían una amarillenta luz interminable. Los transeúntes caminaban más rápido de lo normal, pues el cielo amenazaba con caerse y mostrar furor incesable.
Era una tarde de San Valentín, donde las parejas profesaban amor inacabable. No les importaba si la lluvia era inagotable, o si un hecho catastrófico los molestaba, con sentir que estaban al lado de quien aman era suficiente.
Sin embargo, en Park Jimin, la soledad gobernaba, y no porque no tenía una pareja, pues el rubio sí la tenía. Pero aquella persona no se encontraba junto a él. El de bonitos ojos había preparado una cena con unas hermosas velas color caramelo que decoraban el lugar. Había puesto pétalos de rosas por todos lados, y también decoró la mayor parte de su habitación con telas rojizas que en el centro mostraban algunas fotos que el rubio compartía con su pareja. Jimin había estado esperando a su pareja desde las cinco de la tarde —pues a esa hora salía de su trabajo— Incluso tuvo que rechazar algunas invitaciones de sus amigos para hacer una salida de parejas.
Ya eran las diez de la noche, y en poco tiempo serían las doce. Su corazón solo palpitaba de temor, y su inquietud sólo aumentaba cuando su pareja dejó de responder los mensajes y llamadas.
El rubio siguió esperando, las manecillas del reloj se movían con lentitud, angustiando con más fuerza al mismo. Ya eran las dos de la mañana, y nada. Sin embargo, no se cansaría de esperar, pues ver a su pareja era lo único que quería.
Jimin estaba sentado en el bonito sofá rojizo que decoraba su sala, solo se podía divisar la luz apabullante de la lámpara. Su cuerpo solo temblaba con pensar en que lo peor le había ocurrido a su pareja. El reloj marcó las 3:30 am, cuando por la puerta lisa color blanco entró un castaño bastante ebrio, Jimin solo lo miró y de alguna manera, algo dentro de él ya estaba en calma. Con saber que su pareja había llegado era suficiente.
—Yoongi, ¿Dónde estabas? —Su voz sonaba afligida y algo temerosa. Sin embargo, el mencionado no respondió y siguió su camino. Las tambaleadas que el mayor daba eran muy notorias, y Jimin no pasaba desapercibido eso. —Respóndeme —,era un grito ligero, que el mayor escuchó haciéndolo detener su camino. El castaño volteó, viendo el rostro perfecto de Jimin y luego de pocos segundos se echó a reír como si su vida dependiera de ello.
—¿Hyung? —Cuestionaba el rubio, pues no entendía el motivo de su risa.
Yoongi solo se acercó a Jimin y lo miró de pies a cabeza con fastidio e incomodidad persistente, lo que menos necesitaba era que alguien lo molestara. Sin más, el castaño le dio una cachetada al rubio, haciendo que este último se sienta atemorizado e impotente.
—Nunca te di permiso para que hablaras —Resopló el mayor de los dos. Una mirada siniestra decoraba su rostro, Jimin estaba pasmado, su mente no procesaba lo que estaba sucediendo.
—¿Yoongi? —Trataba de hablar mientras sostenía su rostro adolorido. Sin embargo, el pelinegro agarró al de bonitos ojos de la camisa que llevaba y lo tumbó al piso sin problemas. Su sangre hervía de rabia, y lo único que lo iba a hacer calmar era golpear al bonito chico frente a él. Así que lo hizo.
Jimin solo gemía de dolor, pues su cuerpo estaba demacrado, las patadas y golpes eran incesables, que se intensificaban con el pasar del tiempo. Su cuerpo dolía, pero ya había intentado detener al mayor y no había funcionado.
Cuando el castaño se cansó, simplemente se quedó dormido en el sillón que permanecía en la sala, mientras que Jimin seguía en el suelo, pues su cuerpo no le permitía levantarse. El rubio solo lloraba en silencio, ya que lo que menos quería era despertar a su pareja.
Con solo ver sus facciones te darías cuenta de cuánto dolor sufría, el de bonitos ojos solo se aferraba a la alfombra, era su única manera de retener el dolor físico y emocional que sentía.
¿Esto es amor o por qué no se siente así? Una flor es capaz de marchitarse cuando no tiene los cuidados necesarios, intentar revivirla es absurdo, lo mismo sucede con un corazón.
Ya al amanecer el rubio se había dado una ducha y se había metido a su dormitorio, el desgaste físico era muy notorio, y lo que menos necesitaba era ver al castaño, quien seguía durmiendo en el sillón rojizo.
Los ojos de Jimin contenían lágrimas que se negaban a salir, su cuerpo y corazón dolía. Se veía afligido y taciturno, lo único que hacía era ver la luz inminente entrando por la ventana.
Ya siendo las tres de la tarde, el castaño tocó la puerta de la habitación en la que se encontraba el menor. —Jimin... ¿Puedo pasar?
El rubio en un susurro casi inaudible aceptó, pues de nada servía negarse a Yoongi.
El mayor entró con un ramo de rosas rojas, y una cajita en forma de corazón. Se sentó en la cama matrimonial y con algo de sosiego, acercó el ramo de flores y la cajita a las manos del rubio. —Son para ti
—Gracias —. Sin problema recibió los regalos, pero su voz evidenciaba la melancolía.
—Jimin, lo lamento. Yo estaba ebrio, no sabía lo que estaba haciendo. —Justificaba el mayor, la desesperación lo delataba.
—Está bien, hyung, fue mi culpa por molestarte. —Balbuceaba el menor, aun mirando la luz que entraba por la ventana.
—No es tu culpa. Por favor no estés triste. —El mayor se acercó y besó las sienes del menor.
—Tú nunca me habías pegado... —Y sin más una lágrima escapó de sus hermosos ojos, aquellos que el castaño tanto admiraba.
—Te prometo que nunca más lo haré, fue un error. No llores —Limpió aquella lágrima que bajaba por su mejilla. El menor simplemente lo miró y le lanzó una sonrisa genuina.
Tal vez eso hubiese sido suficiente, quizás así hubiese resuelto los problemas con su pareja, pero eso no pasó.
El mayor de ambos continuaba llegando tarde, volvía a golpear al menor, al amanecer siempre le pediría disculpas a Jimin, y este siempre las aceptaría. Si, aquello se había vuelto una rutina, solo que esta vez los golpes del menor no desaparecían, pues todo era continuo. Los amigos del menor se preocupaban por la salud del mismo. Cada vez usaba ropa más abrigadora, tratando de ocultar así los maltratos de su pareja.
Siempre diría que estaba bien aunque no fuese cierto. Siempre sonreiría aunque en verdad nada lo hacía feliz.
El menor ya no podía soportar tal cosa, pedir clemencia era en vano, su corazón dolía, y su cuerpo también. Cuando su pareja llegaba, solo deseaba huir, pues en cualquier momento sucedería lo que evitaba. Pero no podía hacer nada, no podía y eso lo dejaba débil e imposibilitado.
Siempre era lo mismo, se había convertido en un hábito, y a pesar de que el castaño siempre le dejaba en claro que cambiaría, el de bonitos ojos ya no podía creer en esas palabras. No cuando las había escuchado un montón de veces.
Jimin llevaba un corazón marchito, aquel rastro de felicidad que contenía en su interior había desaparecido. La decepción gobernaba su ser, y le impedía ver con claridad. Estaba cegado, es cierto.
La melancolía burlaba su forma de protegerse, haciendo así que la nostalgia y pesadumbre se hagan evidentes. Ya no había forma de arreglar su desasosiego, la pena había acabado con él, sentenciándolo a sufrir y morir en el intento de adquirir felicidad.
Porque si, puedes soportar el dolor por bastante tiempo, sea físico o emocional, pero eso no te convierte en una persona sin sentimientos.
Ahora Yoongi lo comprendía, ahí estaba sentado él. Aquel bar al que ha asistido los últimos tres años, nunca dejó de ir allí desde que el rubio lo dejó. Tomar se había convertido en un vicio para él. Y en algún momento, ver a Jimin sufrir también lo era.
Cada año, Yoongi recordaba el día de San Valentin como un infierno sombrío e imponente, pues le hacía rememorar el daño irremediable que había cometido. Y hoy era uno de esos días. Las parejas caminaban amándose sinceramente, con solo ver sus ojos podrías darte cuenta, y eso se convertía en un gran espectáculo duradero, sin embargo para el castaño no era así, pues este sufría, y lo único que hacía era hundirse en el alcohol, reprimiendo así su dolor insondable.
Yoongi permanecía allí, con un vaso de whisky en la mano, llorando por la pérdida de quien más amaba. Jimin era parte de él, y a pesar de que tres años habían transcurrido no pudo superarlo, incluso en sus sueños, el rubio permanecía junto a él. Ningún recuerdo se desvanecía, aquella sonrisa angelical estaba grabada en su memoria y se negaba a desaparecer.
Sin pensarlo, con todas sus fuerzas salió corriendo de aquel tediosos lugar, ignorando que aún tenía una cuenta por pagar. Iba corriendo por la pista, no le importaba que los autos pasaran por encima de sí. Solo quería ir al lugar que ya conocía de memoria.
La luz de la luna alumbraba la apacible ciudad, para todos era inquietante ver como el castaño corría con desesperación, importándole poco lo que se cruzaba en su camino.
Cuando Yoongi estuvo a unos pocos metros del lugar se detuvo, era como si el alcohol hubiera abandonado su cuerpo. Desde donde estaba se divisaba con facilidad aquel departamento con paredes blancas. Las ventanas traían las cortinas abiertas, así que fácilmente pudo ver al rubio ahora peliplata, aquel chico sonreía mientras recibía un ramo de rosas de quien supondría su nueva pareja. Las lágrimas acorralaban al castaño, se lamentaba no haber podido cuidar de Jimin, se lamentaba no haberlo amado como debía. Ahora el mayor ni se conocía a sí mismo.
Jimin era feliz, y eso sería lo mejor, aun si no estaba junto a él, estaría bien. Pues Yoongi sabe que perdió su oportunidad. Sabe que fue su culpa, que él fue la causa de que Jimin haya tenido un mal momento.
El primer golpe había desatado un estímulo satisfactorio en Yoongi, y el dolor más frustrante en el menor. Pero ya no había más aflicción, pues dejar ir fue una salvación.
—Perdóname, Jimin —Soltaba con melancolía, aún con las lágrimas aborrecidas. Su cuerpo se encontraba tétrico y su rostro se encontraba afligido, ya que aunque quisiera estar feliz por el menor, no podía hacerlo pues sus facciones no se lo permitirían. —Te amo...
Un hermoso plenilunio sería testigo evidente e indiscutible, y el arrepentimiento traería opresión errante. Sin embargo, si aguantar dolor fuera un don, créeme, no habría absolución. Pues la condena es amenazante y una muerte es insignificante.
¡Hola! ¡Volví!
Esta es una idea que tuve hace unas horas, sin embargo no sabía cómo plasmarla. Cuando la terminé se borró todo, así que tuve que iniciar de nuevo. :(
No soy la mejor, pero trataré de mejorar. Sé que hay errores y faltas ortográficas, trataré de corregirlas en el futuro. Por favor tengan-me en cuenta.
Es todo. Gracias. :D
-TYT-
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