Parte 5
Cuando llegaron al Golfo de México el Tiburón Negro estaba ahí esperándolos. El Tiburón Negro era un navío con dos mástiles, dos cubiertas, ochenta cañones distribuidos y velas blancas con negro.
Las tripulaciones de ambos barcos empezaron a gritar.
"¡Fuego!", ordenó Tomás y los cañones del Despiadado Leviatán empezaron a disparar. "¡Quiero a Aviles en el fondo del oscuro océano!"
El capitán Aviles era un hombre de cuarenta y tres años, de pelo negro, ojos verdes, y una boca grande y nariz puntiaguda.
"¡Todo a estribor!", ordenó Aviles.
Los navíos empezaron a acercarse y los tripulantes empezaron a atacar y combatir.
"Pero señor, usted nunca pasa a los otros barcos.", le dijo el teniente del Tiburón Negro a su capitán.
"¡No volveré hasta que la cabeza de esa bruja este en el fondo del océano!", dijo Aviles antes de columpiarse en una soga para llegar hasta el barco enemigo.
Daisy lo estaba esperando; recién que se vieron desenvainaron sus espadas y empezaron a luchar. El sonido de sus espadas era el más ruidoso de todos; recorrieron todo el barco entre ataques y esquivaciones. Daisy intentó dar un salto atrás pero resbaló y su espada cayó en el mar. Aviles estaba apunto de atravesarle el corazón a Daisy con su espada... hasta que Tomás lo atacó por la espalda.
"Esto de que tu ataques a mis enemigos por la espalda, ¿no crees que ya pasó de moda?,", dijo Daisy sarcásticamente y con una sonrisa.
"Un simple gracias también sirve.", dijo Tomás mientras ayudaba a Daisy a levantarse.
Ataron el cadáver de Aviles con una soga y lo arrojaron al Tiburón Negro; los cañones se detuvieron. La tripulación del Despiadado Leviatán comenzó a celebrar y arrojaron sus sombreros al aire.
Reynaldo se le acercó a Dasiy y le dijo con una pequeña sonrisa: "Lo nuestro nunca hubiera funcionado."
"¿En serio?", dijo Daisy sarcásticamente.
Daisy se despidió de sus amigos y se preparó para reclamar el Tiburón Negro.
"Fija el curso a Santo Domingo, tengo algo para ti.", le dijo Tomás a Daisy antes de que se fuera. Daisy asintió y se columpió en una soga a su nuevo navío.
"¡Su capitán ha caído! ¡Ahora yo soy su capitana!", gritó Daisy cuando llegó. La tripulación empezó a celebrar porque ya no estaban bajo la arrogancia de Aviles. "¡Fijen curso a Santo Domingo perros hambrientos!"
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