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El muchacho calabrés

MUCHACHO CALABRÉS

Sábado, 22

Ayer tarde, mientras el maestro nos daba noticias del pobre Robetti, que ahora tendría que
andar con muletas, entró el director con un nuevo alumno: un niño de cara muy morena, de
cabello negro, ojos también negros y grandes, de espesas cejas y poblado entrecejo; vestía
de oscuro y un cinturón de cuero negro ceñía el talle. El director, después de hablar al
maestro al oído, salió dejándole a su lado al muchacho, que nos miraba espantado.
Entonces el maestro lo tomó de la mano y dijo a la clase:
-Os debéis alegrar. Hoy entra en la escuela un nuevo alumno nacido en Reggio di Calabria,
a más de cincuenta leguas de aquí. Quered bien a vuestro compañero que de tan lejos viene.
Ha nacido en la tierra gloriosa que antes dio a Italia hombres ilustres y hoy le da honrados
labradores y bravos soldados; es una de las comarcas más bellas de nuestra patria, y en sus
espesas selvas y elevadas montañas habita un pueblo lleno de ingenio y de corazón
esforzado. Tratadlo bien, para que no sienta estar lejos del pueblo natal; hacedle
comprender que todo chico italiano encuentra hermanos en toda escuela italiana donde
ponga el pie.
Enseguida se levantó y nos mostró en el mapa de Italia dónde está situada la provincia de
Calabria. Después llamó a Ernesto Derossi, que es el que saca siempre el primer premio.
Derossi se puso en pie.
-Ven aquí –dijo el maestro.
Derossi salió de su banco y fue a situarse junto al escritorio, frente al calabrés.
-Como el primero de la escuela –dijo el maestro- da el abrazo de bienvenida, en nombre de
toda la clase, al nuevo compañero: el abrazo de los hijos del Piamonte al hijo de Calabria.
Derossi murmuró con voz conmovida: “¡Bien venido!” y abrazó al calabrés; Éste lo besó
con fuerza en las dos mejillas. Todos aplaudieron.
-¡Silencio! –gritó el maestro-. En la escuela no se aplaude.
Pero se notaba que estaba satisfecho, y hasta el calabrés parecía contento. El maestro le
indicó sitio y lo acompañó hasta su banco. Después continuó:
-Recordad bien lo que os digo. Lo mismo que un muchacho de Calabria está como en su
hogar en Turín, uno de Turín debe estar como en su propia casa en Calabria; por esto
combatió nuestro país cincuenta años y murieron treinta mil italianos. Os debéis respetar y
querer todos mutuamente; cualquiera de vosotros que ofendiese a este compañero por no haber nacido en nuestra provincia, se haría para siempre indigno de mirar con la frente alta
la bandera tricolor.
Apenas el calabrés se sentó en su sitio, los alumnos más próximos lo obsequiaron con
plumas y estampas, y otro muchacho, desde el último banco, le mandó una estampilla de
Suecia.

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