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Epílogo

Epílogo

Cuando los padres de Diana entraron a la habitación, y encontraron a su hija inconsciente, con las muñecas cortadas, y bañada en sangre, se horrorizaron por completo.

La pobre madre se desmayó en ese mismo instante, y el padre, no hacía otra cosa que lamentarse y llorar con desesperación a la vez que pedía ayuda. Una ayuda que no sirvió de nada, pues la muerte de Diana había sucedido horas antes, cuando ellos ni siquiera se imaginaban lo que estaba haciendo su hija.

La enterraron. Lloraron lágrimas de sangre sobre aquel ataúd en el que ahora yacía el cuerpo de su hija, el cual, estaba sin vida.

Ya no la iban a volver a ver. La niña de sus ojos, a la que adoptaron con tanto amor y cuidaron como si llevara su propia sangre, ya no estaba con ellos. La quisieron con todo su corazón, fue la gran alegría de la casa durante años, y la adoraron por sobre todas las cosas. Pero ella ya no estaba.

...

Pasaron varios días, y las cartas escritas por Diana, que aún estaban sobre la mesita de noche, fueron descubiertas.

Y fueron entregadas, leídas, y lloradas por todos sus destinatarios.

Los padres revivieron un gran dolor al leer la carta que iba dirigida a ellos. No podían creer que su hija hubiese vivido una calamidad tan grande, nunca se lo habían imaginado. Ellos se habían percatado de que últimamente, la pobre niña estaba más desanimada de lo normal, pero como siempre les aseguraba que no le pasaba nada malo, que simplemente eran tonterías de adolescentes, no sospecharon las cosas tan graves y el dolor tan grande que estaba viviendo.

Ellos se lamentaron muchísimo. No daban crédito a las palabras de Diana, las cuales, estaban plasmadas en ese papel que transmitía un dolor inmenso al leerlo. Trataron de indagar quiénes fueron las personas que orillaron a su hija a semejante atrocidad, a qué clase de tormentos la habían sometido. Pero tan solo tenían la pequeña pista que les dio sobre el orfanato, donde decía que la humillaron, y que la maltrataron para que trabajase sin parar. Y ellos tenían claro que iban a hacer lo que sea para darles su merecido a esas personas, para que pagasen el daño que le habían hecho a su hija.

Lo que no sabían, eran quiénes eran las otras personas que la habían tratado mal, y que habían provocado el dolor tan grande como para que se quitara la vida. Porque lo del orfanato pasó hace tiempo. Y a pesar de que se dieron cuenta de que su pequeña era más tímida y retraída de lo normal, poco a poco se fue integrando a la familia. Ella estaba bien. En unos meses parecía una niña completamente normal, feliz. Tuvieron que ser otras personas, tales como las que ella mencionaba en la carta, pero sin decir nombres, las que les causaron el dolor tan grande que le llevó a la muerte. Y ellos querían saber el nombre de esas personas, querían hacer justicia.

Amelia, por su parte, no podía creer lo que había leído en su respectiva carta. No podía creer que Diana se hubiera suicidado, que realmente lo hubiera hecho. Al principio entró en shock. Fue rápidamente a la casa de la que fue su mejor amiga, pero, efectivamente, se encontró un panorama desolador. Los padres de la pobre chica estaban vestidos de luto, llorando desconsoladamente, observando una fotografía de su fallecida hija.

Ella no lo podía creer. Amelia sintió que se desvanecía, que le fallaban las fuerzas y que el aire se le empezaba a agotar. Lo primero que vino a su mente, fue la carta que acababa de leer, donde Diana le decía todo el daño que le había hecho y el dolor tan grande que le había causado. Luego comenzó a recordar que todo eso era verdad. Ella le había hecho pasar un calvario, y ahora se sentía como una rata sin sentimientos.

Amelia comenzó a llorar. Se desvaneció en el suelo y empezó a sollozar sin control, dejando que suspiros ahogados y llenos de dolor le desgarraran el alma. Sobre todo, recordaba la crueldad que le había hecho hace dos meses. Ella le había engañado con Alex, con el que la pobre chica creía su novio. Y lo que es más, había elaborado, junto a él, un malicioso plan para que Diana se enamorase perdidamente, y luego, humillarla frente a todos los chicos y chicas del colegio.

Se sentía fatal. Tanto como no se había sentido nunca. Amelia no dejó de llorar en horas, suplicando el perdón de su amiga. Miraba hacia el cielo y gritaba que la perdonara, que ella no quería hacerle ese daño, que de verdad la quería como una hermana y que nunca había deseado perderla.

Amelia estaba destrozada. No hacía otra cosa que atormentarse, dañándose a sí misma con penosos pensamientos, recriminándose por haber traicionado a una chica tan buena como Diana. Ella estaba realmente arrepentida. La verdad es que no comprendía qué le había ocurrido, cómo había sido capaz de desplazar a esa niña tan buena para hacerse amiga de unas chicas sin corazón, que le llenaron la cabeza de atrocidades y que le instaron a que se separara de su fiel amiga, al punto de hacerle la vida imposible.

Estaba realmente mal. Amelia se sentía la culpable de todo, no podía concebir la tragedia que había ocurrido, no podía creer que la hubiese perdido.

La profesora Margaret tampoco podía creer lo ocurrido. Ella sí se enteró de la muerte de Diana, e incluso, estuvo en su entierro. No podía entender las razones de su suicidio. No, hasta que leyó la carta que iba destinada a ella.

Se quedó totalmente horrorizada al acabar de leerla. Había llorado sin cesar, con un nudo en la garganta que casi le había quitado la respiración. Ella no tenía la más mínima idea de todas las atrocidades que le habían hecho a esa pobre niña, nunca se las había imaginado. Pero al leer la carta pudo comprender todo el dolor que Diana había sentido, la vida tan miserable que había llevado durante años y el infierno en el que había estado sumida por tanto tiempo.

Le sorprendió demasiado lo de Amelia y Alexander. Nunca se imaginó que esos chicos, a los que ella creía buenas personas, hubiesen cometido tales canalladas en contra de ella, de Diana. Porque esa niña era extremadamente buena, noble, con un corazón de oro que apenas le cabía en el pecho. Era un ángel, incapaz de hacerle daño a nadie. Por eso la profesora no entendió la forma tan cruel en la que se ensañaron con ella.

Pero Diana le había pedido en la carta, que no hiciese nada contra de ellos. Y esa fue una de sus últimas voluntades, por lo que no le podía fallar.

Sin embargo, sí le pidió otra cosa. Le suplicó que hiciese justicia, que encerrara a la malvada directora del orfanato y que la hundiera en prisión, de forma que pagara por sus fechorías, haciendo que las criaturas que allí se hospedaban pudiesen tener una mejor vida.

Y eso fue lo que hizo la profesora Margaret. Inmediatamente llamó a la policía, y tras hacer una exhaustiva investigación, esta pudo verificar que lo que la profesora había dicho era cierto, encerrando en prisión a la malvada directora.

Por último, también cumplió con el otro pedido de Diana. Habló con sus padres, y les contó sobre la última voluntad de su hija. Les dijo que ella, en la carta que le había redactado, había pedido que los convenciese para que adoptaran a la pequeña Lucía.

Y así lo hicieron. Los padres de Diana, cumpliendo con su voluntad, se hicieron cargo de Lucía, y la trataron con el mismo amor que le habían otorgado a su adorada hija.

Nunca superaron su pérdida. Jamás se resignaron a perderla. Sin embargo, la pequeña niña fue como un pedacito de la misma Diana para ellos. Lucía fue su salvación. Fue la personita a la que pudieron llenar de amor, de cariño, de los mimos que no lograron darle a su pobre hija fallecida.

Siempre la recordaron. Llevaron a Diana en su corazón para siempre, con la intención de nunca olvidarla y adorarla con el mismo pensamiento.

La quisieron para siempre.

Alexander no podía vocalizar palabra con la carta que acababa de leer. Diana se había suicidado, y realmente no podía asimilarlo.

Después de leer con detenimiento cada una de las palabras que ella había plasmado en ese papel, no pudo más que sentirse como un verdadero canalla. Él nunca había deseado que le pasara algo así, jamás se había imaginado que la chica se sintiera tan mal, que realmente le hubiese hecho un daño tan grande, al punto de quitarse la vida.

Alexander se sentía mal. Muy mal. Leyó y releyó la carta que la pobre chica le había escrito, y por cada vez que lo hacía, una culpabilidad más grande ahondaba su alma. Él sabía que Diana era una muy buena chica, siempre se dio cuenta. La trató como si fuese de un trapo viejo, como si no valiese nada, cuando, realmente, la única basura era él.

Recordaba las veces que había salido con ella. Diana parecía tan contenta, tan feliz. No se cansaba de decirle lo mucho que lo quería, la forma en que lo adoraba, y el amor tan grande que sentía por él.

Era una chica realmente dulce. Lo había llenado de mimos, de abrazos afectuosos, de besos tímidos rebosantes de amor. Ahora se estaba dando cuenta. Alexander se estaba arrepintiendo profundamente, leer las palabras de Diana lo habían hecho entrar en razón y darse cuenta de las barbaridades que le había hecho.

Porque, realmente, a él nunca le causó antipatía salir con ella. Al contrario. Todas las veces que estuvieron juntos, a Alexander le parecieron veladas hermosas, pero nunca se atrevió a admitirlo. Su corazón sí sentía algo por ella, ahora se estaba dando cuenta. Y era el dolor tan grande que estaba sintiendo el que lo estaba delatando. Estaba tirado en el suelo, llorando desesperadamente y rezando para que la chica le perdonase desde el lugar en el que estuviese.

Alexander había llegado a quererla, sí. No sabía si había sido amor, pero esa niña lo había endulzado con su inocencia, lo había enternecido con actos llenos de pureza y besos verdaderos.

Pasaron los días, y Alexander cada vez estaba más destrozado. Pensaba en la pobre Diana, en el gran daño que le había causado, en el dolor tan grande que debía haber sentido para llegar al extremo de quitarse la vida.

Él sentía que la había matado.

Y algo mucho peor sucedió cuando le hicieron la autopsia a la chica. En ese momento se descubrió que no había muerto una persona, sino dos.

Si, Diana estaba embarazada.

Y lo estaba de Alexander, por supuesto.

En ese momento, cuando el chico se enteró, sintió que su alma moría por dentro. Diana estaba esperando un hijo suyo, y ahora también estaba muerto. Estaba seguro que ella no lo sabía. Y lo estaba, porque sabía que la chica era incapaz de matar a un ser que llevara en su vientre. Sobre todo porque tenía presente lo mucho que adoraba a los niños. Recordaba que en muchas de sus citas, la pobre Diana le comentaba su sueño de ser madre, casarse con su hombre amado y tener muchos hijos.

Y Diana iba a darle un hijo, lo iba a hacer...

Alexander pasó varios en shock. Ni siquiera hablaba, ni probaba bocado, ni salía de su cuarto. Se sentía completamente vacío, lleno de culpabilidad. Estaba convencido que él era el culpable de la muerte de Diana, y por consiguiente, del hijo que llevaba en el vientre, y que también era suyo.

Entonces ya no pudo resistirlo más. Él ya no quería vivir con esa culpa, con ese dolor que le mataba y no le dejaba respirar.

Alexander se mató.

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