Prólogo
Un rugido ensordecedor, como el bramido de un dios moribundo, hace temblar los cimientos de mi templo. Ante mis ojos, las columnas de mármol se pulverizan en un torbellino de polvo que danza con la luz agonizante del sol. Incluso el trono de hierro en el que estoy sentado se desintegra lentamente como arena arrastrada por un vendaval celestial.
Levanto la vista con la serenidad de quien ha aceptado su destino y clavo la mirada en Zeus, con su cetro relampagueando en lo alto, símbolo de su poder absoluto, esperando que ruegue misericordia. Pero no lo hago, y su mirada glacial se clava en la mía, buscando un atisbo de miedo, de rencor, de súplica. Pero solo encuentra en mi, un vacío imperturbable.
Un gesto de desdén surca su rostro pétreo. Sus labios se curvan hacia abajo, formando una línea fina. Sus cejas se arquean con arrogancia, elevando sus párpados pesados y revelando una mirada gélida que me atraviesa con indiferencia, y frunce ligeramente su nariz, mostrando así que mi presencia le resultara intolerable.
Sin siquiera mirarme de nuevo, se da la vuelta con un movimiento brusco y despreocupado. Su espalda rígida y erguida refleja su total desinterés en mí. Su capa ondea al viento, como si quisiera alejarme de su presencia con un gesto despectivo. Su silencio es más hiriente que cualquier palabra. No me importa su desprecio. Ya no me importa nada.
Desvío mi gélida y la dirijo hacia Apolo con un movimiento lento y deliberado. Sus ojos, antes vacíos de emoción, se llenan de un remordimiento silencioso, buscando mi perdón por su papel en mi destino.
Sin embargo, en mis ojos solo encuentra lástima y resignación. La mirada de Apolo, antes llena de arrogancia, ahora refleja su derrota. Sus ojos se desvían, incapaces de sostenerme mirada. Aparta la vista avergonzado, incapaz de soportar mi estoicismo. Su silencio es ensordecedor, una admisión tácita de su impotencia. Su postura, antes erguida y orgullosa, se encorva, como si el peso de su culpa lo doblara.
Las figuras de los dioses se desvanecen ante mí, como si un pintor hubiera decidido borrarlos de la existencia con pinceladas de olvido. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, pero no hay miedo en él. Solo una extraña sensación de paz.
Bajo la cabeza con resignación, y mis ojos se posan en mis manos. Observo con horror cómo mi esencia se desintegra en el aire. Mis dedos se convierten en polvo, mis muñecas se desvanecen, y mis brazos se disuelven en la nada.
Un torrente de recuerdos, como un río caudaloso desbordado por la furia de Zeus, inunda mi mente inmortal. Revivo cada milenio de mi existencia, desde la aurora dorada del Olimpo hasta el crepúsculo de mi reino. Veo los rostros de titanes y ninfas, héroes y monstruos. Recuerdo las batallas cósmicas que he librado, las victorias épicas y las derrotas amargas, las alianzas forjadas y las traiciones que han marcado mi historia.
Y recuerdo la primera vez que sus ojos se clavaron en mí, como dos estrellas fugaces chocando en la inmensidad del cosmos.
Ahora, mientras mi cuerpo se desintegra y mi esencia se desvanece en el éter, solo una cosa me reconforta: la certeza de que nuestro amor es eterno. Acepto mi destino con la serenidad de quien ha contemplado el nacimiento y la muerte de estrellas, aunque mi legado se pierda en los mitos y leyendas que contarán las futuras generaciones.
Cierro los ojos por última vez, y esperando que mi cuerpo se desintegre por completo, y convertirme en uno con el universo, en una partícula de polvo que vagará por el cosmo por toda la eternidad.
Desapareceré en el Olimpo, pero eso no importa. Nada importa mientras ella esté a salvo. Ella, mi Sheline, mi estrella terrenal. Por ella, lo daría todo, incluso mi propio reino.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro