9. miradas furtivas
XANDER
Tumbado en la cama, con el libro "Olimpo Oculto" descansando sobre mi regazo. Sus páginas amarillentas y frágiles susurran secretos bajo la luz tenue de la lámpara, mientras el ruido en el pasillo, al otro lado de la habitación, se filtra a través de mis pensamientos; un recordatorio constante de la vida que sigue allí afuera. Puedo oír las risas distantes, el murmullo de conversaciones entusiastas y el ocasional chasquido de puertas que se abren y cierran con un eco sordo.
Trato de olvidarme de todo lo que me rodea, sumergiéndome en este libro que llevaba días obsesionándome. Las notas manuscritas en los márgenes, con una caligrafía que danza entre las líneas impresas, sugieren que las historias contadas no son del todo ciertas o quizás les faltan detalles cruciales. ¿Pero quién había escrito esas notas? ¿Con qué fin?
En algunas páginas, el nombre de un dios, Adámastos, está escrito con una belleza que contrasta con el contenido oficial del libro. Un nombre que me resultaba extrañamente familiar, y sin embargo, no aparece en ninguna parte del texto.
Con un suspiro profundo, siento la necesidad de llenar sus pulmones, como si el aire pudiera despejar la confusión que le asfixia. La realidad de las palabras en el libro se mezclan con la ficción de las notas al margen y, por un momento, todo me resulta demasiado abrumador.
Instintivamente, hundo la cabeza entre sus rodillas, buscando un momento de refugio en la oscuridad que me rodea. Mis manos se elevan hasta mi cabeza, y mis dedos entrelazan enredando mi cabello en un gesto de desesperación y búsqueda de claridad.
¿Por qué ese nombre resuena en mí con tal fuerza? ¿Qué significa realmente Adámastos, el indomable?
La pregunta me absorbe tanto que casi no escucho el ruido que se acerca. De repente, la puerta se abre de golpe, interrumpiendo mi ensimismamiento. Leo, Adrián y Mateo entran a la habitación, trayendo consigo el bullicio del exterior. Sus expresiones y las sonrisas dibujadas en sus rostros me dicen que no me dejaran tranquilo esa noche.
"¡Xander!", exclama Leo, avanzando hacia mi con pasos decididos. "No puedes perderte esto, amigo. La facultad de medicina ha organizado una fiesta para recaudar fondos, y va a ser legendaria."
"Estoy leyendo. ¿Acaso no lo veis?" respondo molesto.
"Estás muy raro, tío." afirma Mateo.
"Es este libro. Me está volviendo loco." Pronuncio con un bufido.
"Necesitas desconectar" insiste Leo, guiñándome un ojo. "Pero no le eches al libro la culpa de tu locura."
Sonrío de medio lado, y respiro hondo, admitiendo que tiene razón, necesito desconectar. Siento que es importante que lea este libro, pero no perder aun más la cabeza, también lo es.
Me paso las manos por la cara, frotándo mis ojos como si con ello pudiera borrar la confusión que me asalta.
A pesar de mi resistencia inicial, algo en su tono me convence, o quizás es la necesidad de escapar de las preguntas sin respuesta que me asediaban. Asiento, cerrando el libro con cuidado, marcando la página que estoy leyendo, seguro que su misterio seguiría ahí a mi regreso.
"Está bien, está bien" dijo finalmente, con una sonrisa resignada, incorporándome en la cama.
Leo arranca el libro de mis manos y lo deja sobre la mesa, me lo pienso un segundo antes de ponerme en pie.
"¡Pero date una ducha, no sea que espantes a todas las futuras doctoras!" exclama Adrián.
"Aunque no me duchase en un mes, seguiría oliendo mejor que tú." replico dándole la espalda y dirigiéndome al baño. Y sin darme la vuelta, el dedo corazón aparece en mi diestra y una risa colectiva llena la habitación.
La risa aún resuena en mis oídos mientras el agua caliente lava las últimas dudas. El vapor se lleva consigo la pesadez de sus pensamientos, dejando espacio para la anticipación de una noche impredecible.
En poco más de cinco minutos, salgo duchado, desprendiendo aroma a sándalo, almizcle y cedro. Me visto con unos vaqueros y otra de mis camisetas aptas para un entierro y nos ponemos en marcha, con la promesa de olvido temporal.
Doy un último vistazo a la estantería, y al libro que allí reposaba, antes de cerrar la puerta del cuarto y salir al pasillo.
El frescor de la noche nos recibe al salir a la calle. La ciudad, con sus luces y sombras, se extiende ante nosotros como un lienzo listo para ser pintados y siento cómo la energía de la urbe se funde con la mia.
Adrián lanza una mirada cómplice a Mateo, cuyos ojos brillan con la anticipación de una noche memorable. Mientras dejo que una sonrisa se dibuje en mi rostro, contagiado por los chicos.
Nos abrimos paso entre la multitud, moviéndonos con fluidez, como si la marea humana nos abriera camino naturalmente. Las luces parpadeantes y el bullicio son un contraste marcado con la quietud de la librería que aún resuena en mi mente.
Me detengo un instante, al cruzar la puerta de ese local, cerrando los ojos para sentir la vibración de la música a través de las paredes y el calor del ambiente y las risas que llenan el aire.
A mi alrededor, los chicos se mueven con la confianza de quienes conocen el juego de la seducción y disfrutan cada jugada. Todos, excepto Leo, que espera relajado la llegada de su querida Carolina, tratan con descaro de encontrar compañia para esta noche.
Y aquí estoy yo, sintiéndome como un mero espectador en mi propia vida, observando cómo los demás se sumergen en la fiesta.
La música me envuelve, las chicas pasan por delante de mi, con movimientos de cadera que harían voltearse al mismo Hades y, aunque mi cuerpo responde a su llamado, mi mente vagaba, perdida entre los ecos de un libro que me aguarda y una librera cuyo nombre aún desconozco.
En algún lugar, entre la multitud y la música, puedo sentir la presencia burlona de Dionisio, observando la escena con una sonrisa astuta, sabiendo que incluso los más serios no pueden resistirse al encanto de la diversión que él rige.
Y entonces la veo, destacando entre la multitud no por su vestimenta llamativa, sino por su aura. Esta apoyada contra una pared, hablando con alguien y con una copa en la mano, observando la escena con la misma sonrisa enigmática que yo. Su cabello blanco cae en cascada sobre sus hombros y a lo largo de su espalda, como la espuma de una cascada siy sus ojos, iluminados por las luces intermitentes, son como imanes que me atraen. Pero cuando su mirada se encuentra con la mia, aparta la vista con un disimulo poco convincente, un destello fugaz antes de esconderla, evitando cruzarse con la mía. Yo, también trato de ignorarla, de la misma manera que ella trata de hacerlo, pero en el momento en que se queda sola, el bullicio de la fiesta se desvanece, como si una burbuja de silencio nos envolviera, abriéndose como el mar rojo ante Moisés. Y como guiado por una fuerza que no puedo resistir, me acerco a ella.
"¿Qué haces aquí?", pregunto con un tono bordeando la sorpresa mientras una sonrisa irónica se asoma en mis labios, burlándome de mi propia incredulidad. "¡No me digas que has venido a detectar más universitarios con delirios de grandeza!"
Ella me mira fijamente, con una expresión mezcla de diversión y desafío. Sus ojos se iluminan con un brillo travieso bajo las luces, reflejando las chispas de colores que danzan sobre su piel.
"Ahora que lo dices... "comienza a decir, elevando su voz por encima de la música, mientras su mirada recorre la multitud con una curiosidad fingida, "No creo que aquí haya ninguno que te supere. ¿Por eso querías un libro de mitología? ¿Para ver a cuál de esos dioses eras más afín?"
Suelto una carcajada, que resuena incluso por encima de la música.
"¿En serio? ¿Eso crees?" replico cruzando los brazos con serenidad, listo para un nuevo ataque verbal. Mi postura es relajada, pero mis ojos destellan con el reflejo del desafío. "Entonces, según tu experta opinión... ¿a qué deidad crees que emulo?"
"Bueno, Dionisio era conocido por sus festines, aunque tú eres más patético que alegre" ataca ella con voz suave pero cargada de sarcasmo. Yo, aunque asombrado, y admitámoslo, un tanto molesto por sus palabras, sigo escuchando y encajando sus ataques. "O quizá Apolo. Sí. Creo que eres igual de idiota y engreído y le echabas la caña a todo ser viviente. Aunque con esa ropa bien podrías parecerte a Hades"
"Dionisio, Apolo o Hades... interesante" me inclino hacia adelante, con una media sonrisa rozando la provocación. "Podría ser aún peor y haberme comparado con Zeus. Pero no me gusta el vino, y no salgo tanto de fiesta como tú crees. Y Hades... Bueno ... Pero ... ¿Apolo?... ¿En serio? Tocar la lira no es lo mío" Mi voz se suaviza casi en un susurro, mientras me acerco aún más a ella, en un gesto que insinúa un contacto que ambos sabemos que no me atrevería a completar. "Supongo que si yo fuera Apolo, tú serías Dafne, deseando transformarte en laurel con tal de evitar mi toque, ¿verdad?"
Ella retroce instintivamente, frunciendo el ceño en señal de molestia por el acercamiento.
"Pues espero no tener que convertirme en árbol para evitar a un pelma como tú" espetó con un tono cortante, pero no puede evitar que su mano tiemble ligeramente al sostener la copa.
"Vaya, parece que he tocado un nervio sensible" articulo soltando una risotada que resuena con una nota de triunfo indisimulado. "No te preocupes. No tenía la mínima intención de tocarte."Me burlo demostrando que mi acercamiento solo se debe a la necesidad de hacerlo para agarrar una de las cervezas de la mesa que estan detrás de ella. "Creo que te confundiste de dios, yo no soy tan... persistente. Y tampoco es que tenga el mínimo interés en ti. Solo me acerqué porque estás al lado de las bebidas y ya llevaba un rato esperando que te apartases."
Ella se sonroja, con una mezcla de vergüenza e ira, y aprieta la mandíbula, tratando de esbozar una sonrisa como si mis palabras no la hubieran afectado.
"Por cierto" continuo clavando la mirada en sus ojos. "con esos aires de grandeza, tú pareces Hera."
No puedo soportar demasiado tiempo su mirada y, para evitar caer perdido en ella, la desvio hacia la cerveza y le doy un gran trago.
Ella se queda en silencio por un momento, contemplándome beber. Levanta una ceja y su sonrisa se ensancha restándole importancia a mis palabras.
"Hera, ¿eh? Al menos ella sabía cómo manejar a los dioses arrogantes. Y si recuerdo bien, no era alguien a quien quisieras tener como enemiga." su tono es juguetón pero con un filo de advertencia. "Así que ten cuidado, Xander, no vaya a ser que termines atado a una roca con serpientes por compañía."
"Uff, menuda amenaza, señorita. Estoy a punto de ponerme a temblar" guardo silencio unos instantes. "¿Sabes? Eres... insoportable".añado antes de darme la vuelta y alejarme.
La tentación de un nuevo acercamiento es tan palpable como el aire que nos rodeaba, pero contenida por una barrera no menos formidable. Un juego silencioso de tira y afloja, un intercambio de miradas que se encuentran y desviaban, como dos imanes en un eterno baile de atracción y repulsión.
Desde ese instante, las miradas entre nosotros en la distancia, se convirtierten en dardos, en un campo de batalla, cargado de una tensión que ninguno de los dos sabe cómo disipar. A nuestro alrededor, la fiesta estallaba en un frenesí de vida; las luces destellan como luciérnagas salvajes, y las risas y conversaciones de los demás tejen una sinfonía que envuelve la noche.
Y así, mientras la fiesta se desmorona como un castillo de naipes en un soplido, nos encontramos contemplando el inevitable amanecer. La noche nos abandona dejándonos a merced de la cruda luz del día.
Genial, justo lo que necesitaba, pienso con una sonrisa torcida, observando cómo las últimas sombras de la noche se esfuman. Otro encuentro que se desvanece con el sol. Porque, por supuesto, nada dice 'romántico' como un montón de basura y botellas vacías al amanecer.
Ella sigue allí, a unos pasos de distancia, su silueta recortada contra las luces que parpadean su adiós. Nuestras miradas se encuentran por última vez, pero esta vez ninguno de los dos la aparta.
No decimos una palabra, no es necesario. Todo lo que necesitamos decir esta escrito en la forma en que nuestrodojos se aferran a los mios, como dos náufragos en un mar de incertidumbre.
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