7- Lo que despierta la tormenta
SHELINE
El viento aúlla como un animal herido, y la lluvia golpea los cristales con fuerza. Un trueno retumba en la lejanía, y a los pocos segundos, un relámpago ilumina la habitación por un instante, revelando una sombra que se mueve en la esquina de mi ojo. Vuelvo la cabeza, pero no hay nada. Solo es producto de mi imaginación, me digo. La luz es cálida, y el silencio, solo roto por la tormenta, hoy me resulta opresor. Respiro hondo, tratando de desvanecer las nubes que se forman en mi cabeza, y el olor a papel se mezcla con el aroma del café que se me enfría sobre el mostrador. Me siento sola, demasiado sola. Enciendo la música en el movil, y una lenta canción de R&b lo inunda todo.
Aún quedan dos cajas llenas de libros esperando ser desempacadas. Cada libro es una promesa de nuevas aventuras, de mundos por descubrir. Sin embargo, hoy nada me entusiasma. La ausencia de Adamastos me pesa como una losa en el pecho.
Desempacar estás cajas siempre fue una de mis tareas favoritas en la librería, un momento mágico en el que descubría pequeños tesoros. Mama siempre me animaba a ello, y al terminar la tarea, me dejaba que escogiera un libro, y me sentara a leer hasta que llegaba la hora de cerrar. Pero hoy, mis manos se mueven por inercia, abriendo las cajas y colocando los libros en los estantes con una monotonía que me sorprende. La ilusión de siempre se ha desvanecido, reemplazada por una sensación de vacío. La librería, antes un refugio acogedor, ahora se siente como un laberinto sin salida.
Con un suspiro resignado, me obligo a abandonar esos pensamientos, y tratando de centrarme en el trabajo, enrollo mi melena en un torpe moño y lo aseguro con el bolígrafo más cercano y me aproximo al último paquete. El aroma a tinta fresca y cartón nuevo me inunda, un aroma que antes me transportaba a mundos lejanos, pero que ahora solo me recuerda su ausencia. Deslizo mis dedos por las cubiertas, sintiendo la textura del papel y la suavidad de la tinta, pero no encuentro la misma conexión que antes. Uno a uno, extraigo los libros, de tapas brillantes y hojas nítidas, que como soldados en formación, esperan su destino en los estantes. Cada uno es una historia sin contar, una promesa incumplida.
Los coloco en sus estantes, de la misma manera en la que trato de ordenar mismo pensamientos. ¿Dónde estas? Es la primera noche que no aparece en mis sueños desde que tengo uso de razón, y ahora que se que no es solo un producto de mi imaginación desaparece, dejando en mi pecho una incertidumbre que me carcome.
Uno a uno pongo un tic en el albarán, con los libros que voy colocando, pero al fondo de la caja, hay un libro más, uno que no encaja con el resto.
Es un libro antiguo, de cuero gastado y letras doradas que brillan al recibir la luz de la pequeña lamparita. Mis dedos tiemblan al extraerlo, sintiendo la rugosidad del cuero en mis manos. Reviso de nuevo el albarán, pero el libro no aparece en el envío, como un polizón que se ha colado en un pesquero. Como si hubiera viajado a través del tiempo para caer en mis manos.
Aparto el resto de los libros, dejando espacio suficiente para hojearlo y las páginas crujen al abrirlo, como si protestaran por ser molestadas. Las ilustraciones son extrañas, inquietantes. Figuras con apariencias sobrehumanas, paisajes oníricos que me resultan familiarmente extraños y entonces, lo que encuentro hace que se me erice la piel: una ilustración de él. Pero no es el Dios que yo amo. Este tiene los ojos sin luz y vacíos, una expresión de tristeza infinita, como si el vacío se hubiera adueñado de su cuerpo. Mis ojos se abren, sin poder creer lo que veo y un escalofrío me recorre la espalda. ¿Cómo ha llegado este libro hasta aquí?
Con dedos temblorosos, me aferro al colgante. La piedra, cálida y suave, se vuelve caliente en mi mano, palpitando contra mi piel, haciéndome sentir que está cerca. Cierro los ojos, concentrándome en esa sensación. Imágenes borrosas me invaden: su sonrisa, su voz, sus ojos brillando a la luz de la luna. Entonces recuerdo sus palabras. 'Llevalo contigo y siempre encontraré la manera de llegar a ti' Un nudo se forma en mi garganta mientras la desesperación me consume. Mi corazón late como un tambor en mis oídos, y siento como si el aire se me estuviera agotando.
Adámastos, ¿dónde estás? Se suponía que vendrías. ¡Tu palabra era ley! Me siento tan sola, tan perdida sin ti. ¿Por qué me haces esto? Mis ojos se inundan en lágrimas, que seco con el dorso de la mano, negándome a pensar que no volveré a verle.
Intento asimilar lo que el libro me muestra, pero la campanilla tintinea, interrumpiendo mis pensamientos, anunciando la llegada de un cliente. ¿Quién en su sano juicio, saldría con este temporal? Levanto la vista con resignada lentitud y lo encuentro allí, plantado a la entrada como si fuera el dueño del mundo. Empapado, eso sí, pero hasta en ese estado mantiene la arrogancia que le caracteriza. El agua resbala por su cabello oscuro, pegándolo a su frente, y se escurre por su cuello, delineando la perfecta curva de su mandíbula. Con un gesto indolente, se pasa los dedos por el pelo, echándolo hacia atrás con una arrogancia que me resulta exasperante. Sus ojos de un dorado tan intenso que parecen artificiales. Su mandíbula cincelada, los labios carnosos curvados en una sonrisa arrogante... ¿Qué hace aquí, este adonis de manual?
Intento esconderme entre las páginas del libro, pero es inútil. Sus ojos, como dos láseres, se posan en mí, recorriéndome de arriba abajo con una descarada insolencia que me hace hervir la sangre.
"¿Necesitas algo?" Mi voz sale seca, sin la mínima muestra de amabilidad.
"Busco un libro" responde, pero algo me dice que no es cierto.
"Enhorabuena, has llegado al sitio indicado" suelto con ironía dibujando en los labios una sonrisa descaradamente falsa. Ese idiota es la última persona que me apetecería encontrarme hoy. "¿Alguno en particular?" pregunto deseando deshacerme rápido de él.
Niega con la cabeza, mirando los libros que esperan ser colócalos en los estantes, con descarado disimulo.
"¿Qué haces aquí, Xander?" pregunto irritada, cruzando los brazos sobre mi pecho deseando que se marche.
Xander me mira sorprendido como si no entendiera mi comportamiento hacia él.
"Buscaba algo que leer y... Esto es una librería, ¿me equivoco?"contesta arqueando una ceja desafiante.
"¡Vaya! ¿Sabes leer? Eso sí que me sorprende. Después de cómo te comportaste la otra noche, pensé que solo eras un mono que sabía hablar... bueno... Más bien balbucear.¿Que tal si empiezas por esto? O es demasiado para ti?" Pregunto mostrándole un libro de Pocoyó. Deseo con todas mis fuerzas que se vaya, se qué si mi madre me oyera hablar así a un cliente, me echaria un buen rapapolvo, pero no puedo evitar recordar las groserías que me soltó la noche anterior.
Xander frunce el ceño y se rasca la cabeza, como si por una vez necesitara pensar un segundo que responder "No sé muy bien qué pasó ... La otra anoche. Supongo que me pasé bebiendo" se excusa.
Entrecierro los ojos, dejando el ceño fruncido mirándole directamente a sus ojos, "¿Te pasaste bebiendo? No me lo habría imaginado nunca." Respondo sintiendo que me empieza a hervir la sangre. ¿Pero este idiota que se ha creído? "Quizás entonces, deberías echar un vistazo a la sección de autoayuda. Podrías empezar con 'Cómo ligar sin ser un pelma' o 'Cómo presentarse a una chica sin amargarle la fiesta' o 'Cómo no hacer el ridículo estando borracho o a saber que mas'." Se queda pálido al escucharme como si realmente no supiera como me había hecho sentir.
"Ok... Supongo que eso significa que te debo una disculpa" dice con una sonrisa torcida, desplegando ante mi todo su encanto, como si fuera un pavo real"¿Puedo invitarte a algo para compensarte?"
Me inclino hacia adelante desafiante, ¿De que cojones va? "¿Suele funcionarte esa pose de 'aquí estoy yo, ya puedes caer rendida'?" Pregunto apretando tan fuerte los puños que me clavo las uñas en las palmas. Pero siento que no puedo aguantar por más tiempo su mirada, y aparto la vista de él, alejándose un paso, poniendo distancia entre nosotros.
"Si buscas un libro, adelante. Pero si no, tengo cosas que hacer", suelto con un tono cortante, recogiendo los libros que me había apartado y me sumerjo en uno de los pasillos, sintiendo que toda la fuerza y la valentía se escapa por cada poro de mi piel.
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