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6. El templo de los libros olvidados


XANDER

Las primeras gotas de lluvia golpean el parabrisas con un ritmo frenético, dibujando arabescos que distorsionan la imagen de la ciudad. Dejo atrás el laberinto de hormigón y acero, donde el tráfico ruge como una bestia hambrienta y las luces neón parpadean insistentemente; y me adentro en el casco antiguo, donde las calles empedradas se estrechan como venas y los edificios, de piedra y ladrillo, parecen suspirar bajo el peso de los siglos. Los balcones de hierro forjado, adornados con macetas vacías, cuelgan como garras de araña.

Conduzco despacio, disfrutando del crepúsculo que tiñe de ocre las fachadas descascarilladas. Las luces de las farolas, como luciérnagas perdidas, iluminan brevemente los charcos que reflejan el cielo encapotado. Un gato negro cruza la calle, desapareciendo entre las sombras de un callejón. El viento aúlla con fuerza, arrancando hojas de los árboles y azotando los cristales.

La ciudad se encuentra sumida en un silencio sepulcral, roto solo por el sonido de la lluvia y el viento. La sensación de aislamiento es abrumadora, y me invade una profunda melancolía mientras sigo conduciendo sin rumbo, buscando un refugio en medio de la tormenta. Preguntándome que me ha llevado hasta aquí.

La necesidad de una aspirina para calmar el zumbido persistente en mi mente se hace cada vez más urgente y quizá también un café, con una cantidad obscena de azúcar para endulzar la amargura de los pensamientos que atacan mi cerebro. Mientras contemplo esta idea, el olor a humedad y a tierra mojada se cuela por la ventanilla, mezclándose con el aroma a café de una antigua cafetería cuyo letrero, desgastado por el tiempo, apenas se distingue. Como un oasis en medio del desierto. Aparco frente a la puerta y me adentro en el local, sintiendo el calor que emanaba de la máquina de espresso. El olor a café y a bizcocho recién horneado me envuelve en un abrazo reconfortante. Me dirijo hacia una mesa junto a la ventana y me hundo en un sillón de terciopelo, junto a la ventana. El mundo afuera parece ralentizarse hasta convertirse en una serie de imágenes borrosas, y colores que se diluyen como una acuarela. Un camarero se acerca a mí, me toma nota y, al cabo de unos minutos, trae un café, humeante y reconfortante, junto con un sándwich recién tostado que promete satisfacer más que el hambre. Saboreo cada bocado mientras me pierdo en la pantalla del móvil, buscando pistas que le revelaran algo más sobre quien soy.

Las fotos y las redes sociales no dicen nada bueno de mi. Me siento abrumado por un torbellino de recuerdos que no puedo aceptar como propios. Cada imagen y mensaje me hace cuestionar la persona que había sido, archivos que harían ruborizar al más desvergonzado de los sátiros. Entre la confusión y la repulsión, siento una ola de vergüenza, y el deseo de lanzar el dispositivo tan lejos como sea posible. Con un dedo tembloroso, cierro cada aplicación y respiro hondo, como quien cierra las puertas a un pasado embarazoso que ya no está seguro de querer conocer.

Mi mirada atraviesa el cristal empañado, buscando consuelo en las gotas de lluvia que se deslizan como lágrimas por la ventana. El murmullo de la lluvia crea una melodía suave, un contrapunto a la cacofonía de voces y el tintineo de las tazas que provienen del interior. Entre el asfalto mojado y los paraguas multicolores, mi vista se detiene en un pequeño gato negro, su pelaje empapado y erizado. Sus ojos verdes, grandes y redondos, reflejan una tristeza que me conmueve. Se mueve con cautela, buscando refugio de la tormenta. Le sigo con la mirada hasta que encuentra un rincón acogedor bajo el alero de una vieja librería. Se acurruca allí, su cuerpo tembloroso, y observa el mundo desde su refugio con una mezcla de curiosidad y resignación.

Mis ojos se posan en la fachada de la librería, una construcción de ladrillo visto con grandes ventanales que parecen ojos que observan el mundo. La luz del atardecer se filtra a través del cristal, bañando el interior en una cálida luminosidad. Entre las sombras, puedo distinguir filas interminables de libros, sus lomos de colores formando un arcoíris silencioso. El olor a papel viejo y cuero me llega como una caricia. Un letrero de madera tallada preside la entrada, donde se puede leer en letras doradas la inscripción "El templo de los libros olvidados". Siento una irresistible atracción hacia ese lugar, como si los libros que allí se guardaran contuvieran las respuestas que busco. Quizás, al igual que el gato, encuentre en ese refugio un lugar donde resguardarme de la tormenta.

Empujado por un impulso inexplicable, termino el sándwich y el café de un trago, sintiendo que ni siquiera la cafeína más fuerte es capaz de disipar la neblina que nubla mi mente. Con un suspiro que parece llevarse consigo todo el peso del mundo, dejo unas monedas sobre la mesa y me levanto, decidido a enfrentar el día gris y lluvioso que me espera afuera.

Agacho la cabeza y meto las manos en los bolsillos, dando grandes zancadas, protegiéndome de las gélidas gotas que amenazaban cada uno de mis pasos. Atravieso la calle sin prestar atención a los coches que pasan a mi alrededor. Las gotas de lluvia caen como balas sobre mi abrigo y mojan mi cabello.

La puerta se abre con mi empuje y la campanilla sobre ella suena con un tintineo metálico que anuncia mi entrada. El aroma a papel añejo y tinta desgastada me envuelve como un bálsamo en medio de la tormenta. Los estantes, llenos de libros antiguos, parecen murmurar ecos de historias olvidadas.

Mis ojos recorren el local, buscando un refugio entre la inmensidad de libros. La luz tenue, filtrada a través de los vitrales emplomados que representan un cuervo posado sobre una rama de olivo, proyecta sobre las paredes un suave resplandor. Su mirada penetrante, de un intenso dorado, miran directo a mis ojos, hipnotizándome. La figura erguida del ave, con sus plumas negras como el ébano, parecen estar apunto de cobrar vida, de extender sus alas en cualquier momento y emprender el vuelo, custodiando este santuario. El aroma a papel antiguo y tinta, se mezcla sutilmente con el perfume de azahar y gardenias que emanaba de algún lugar a mi espalda. De pronto, me vuelvo y la veo: una joven detrás del mostrador, un faro de luz en medio de la penumbra. Su delicado aroma, dulce y embriagador, me envuelve al instante, transportándome a un vago recuerdo que no consigo descifrar, provocando una sensación de nostalgia, como si estuviera buscando algo que he perdido hace mucho tiempo. Su cabello blanco como la nieve, recogido en un moño rebelde sujeto por un bolígrafo, desafía cualquier intento de orden. Su rostro posee la belleza serena de un amanecer, y sus ojos parecen encerrar la belleza de las auroras. Viste un jersey holgado de punto y cuello alto en tonos pastel, que le da un aire de sencillez y calidez. Sus manos blancas pasan las páginas de un libro, de páginas amarillentas por el tiempo, con delicadeza y atención.

Tan absorta está en su lectura que parece no percatarse de mi presencia. O quizás simplemente elige ignorarme, esperando que me vaya. No lo sé, pero no me importa. En este momento, solo quiero quedarme aquí, y observarla.

"¿Puedo ayudarte a encontrar algo?", pregunta sin levantar la vista, cansada de sentir mis ojos sobre ella.

"Estoy buscando un libro" respondo con una sonrisa forzada intentando parecer casual.

"Enhorabuena, has llegado al sitio indicado" murmura dibujando una falsa sonrisa en su inmaculado rostro.  "¿Alguno en particular?" pregunta sin apartar la vista del libro.

Niego con la cabeza, desconcertado. No se qué hago allí ni qué estoy buscando realmente y vuelvo la vista hacia los estantes de madera tallada, que me rodean.

Con una mezcla de irritación y nerviosismo, me mira, clavando sus ojos en mi. "¿Qué haces aquí, Xander?" pregunta desafiante, tratando de ocultar el temblor de su voz, descolocándome totalmente.

Cruza los brazos sobre su pecho, en señal de protección, esperando una respuesta o directamente que me marche.

Siento la garganta seca de repente. ¿Qué es lo que he hecho para que me hable de tal manera?. Trato de recordar la noche anterior pero todo en mi mente es vacío. Como un cuaderno en blanco por estrenar.

"Buscaba algo que leer y... Esto es una librería, ¿me equivoco?", inquiero, temiendo que sea alguna conquista de las que aparece entre los mensajes que no me había atrevido a leer, tratando de restarle importancia a la situación.

"¡Vaya! ¿Sabes leer? Eso sí que me sorprende. Después de cómo te comportaste la otra noche, pensé que solo eras un mono que sabía hablar... bueno... Más bien balbucear. " Contesta con sarcasmo mostrandome un libro infantil con dibujitos que enseñan las vocales."¿Que tal si empiezas por esto? O es demasiado para ti?"

Tragó saliva y me rasco la cabeza, dibujando una sonrisa ante su ironía, buscando una salida digna. "No sé muy bien qué pasó ... La otra anoche. Supongo que me pasé bebiendo" me excuso intentando disculparme.

Ella entrecierra los ojos, dejando el ceño fruncido mirando directamente a los míos, como si tratara de leerme a través de ellos. "¿Te pasaste bebiendo? No me lo habría imaginado nunca." Responde con falsa sorpresa. "Quizás entonces, deberías echar un vistazo a la sección de autoayuda. Podrías empezar con 'Cómo ligar sin ser un pelma' o 'Cómo presentarse a una chica sin amargarle la fiesta' o 'Cómo no hacer el ridículo estando borracho o a saber que mas'." me quedo pálido al escuchar sus palabras que salen temblorosas de su boca, revelando una inseguridad que trata de esconder tras una postura altanera.

Mi comportamiento del día anterior debía haber sido peor de lo que suspechaba.

"Ok... Supongo que eso significa que te debo una disculpa" digo con una sonrisa torcida, tratando de mostrar arrepentimiento y desplegando ante ella todo mi encanto. "¿Puedo invitarte a algo para compensarte?"

La chica me examina con mirada escéptica, inclinándose hacia adelante desafiante, como si intentara descifrar mis intenciones o dictaminar si estoy loco. Sus ojos son un espectáculo hipnótico donde verdes, azules y morados se entrelazaban en un baile etéreo. La profundidad de su mirada se torna insondable cuando se clavaban en los mios. Mientras sus labios se curvaban en algo parece que estallará en una carcajada en cualquier momento. ¿Qué había hecho para merecer esa evaluación tan minuciosa?

Cada vez me encuentro mas seguro de que no era la primera vez que me veo enredado en un lío como este, pero tenía esperanza de que la sonrisa que había visto está mañana en el espejo, fuera mi pasaporte hacia la absolución, pero eso no parece tener efecto sobre ella. Como si hubiera encontrado mi kriptonita en su indiferencia.

"¿Suele funcionarte esa pose de 'aquí estoy yo, ya puedes caer rendida'?" inquiere con un tono burlón, alejándose un paso, poniendo distancia entre nosotros.

Sus palabras me golpean con fuerza, quedándome sin palabras por un momento. ¿Quizás había leído mis pensamientos? ¿O simplemente era buena leyendo a las personas?

"Si buscas un libro, adelante. Pero si no, tengo cosas que hacer", espeta con un tono cortante, recoge los libros con una brusquedad innecesaria y se pierde entre los estantes, dejándome solo con mi humillación. No puedo evitar sentir la tensión en su cuerpo, como si estuviera a punto de explotar.

Vago por las calles empedradas, sombra de mi propio ridículo. "¡Chapeau, Xander! ¡Eso sí que es elegancia!", me burlo de sí mismo, mientras el eco de un 'no' me sigue como una sombra pegajosa.
La brisa nocturna se rie bajo su manto de nubes, jugueteando con las hojas muertas, cómplice de mi desdicha.
Las farolas de las calles, con su luz tenue y anaranjada, iluminan las calles y las fachadas de los edificios antiguos. Unas gotas de agua aún caen de los tejados, como lágrimas silenciosas.

¿En qué demonios estaba pensando? Me cuestiono, pero las respuestas se desvanecen, más esquivas que el humo en una corriente de aire. y esto solo parece el principio.

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