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4. la caída de un dios

Era plenamente consciente de que ocultar su divinidad se convertía en un desafío cada vez mayor. Las preguntas de Sheline eran cada vez más incisivas; cada "¿por qué?" que brotaba de sus labios inocentes sembraba en mi un temor creciente.

Revelarle la verdad, sería como desatar una tormenta en su mundo, sumergirla en un océano de descubrimientos que podrían desgarrar el delicado velo de su realidad. Me vería obligado a revelar la historia de su verdadera madre, a contar cómo Apolo, en un capricho divino, la había amado con la intensidad de mil soles solo para luego abandonarla a su suerte, dejando tras de sí un rastro de luz dorada en el corazón de su hija.

Tendría que explicarle la naturaleza ilusoria de la familia que la había acogido como propia, una verdad que podría desmoronar todo lo que ella creía conocer y hacerla perderse en el oscuro laberinto de su propia mente.

No obstante, la verdad albergaba sus propios peligros. Si las sombras de la mentira se disipaban y la luz de la realidad se filtraba a través de ellas, los ojos del Olimpo podrían fijarse en Sheline, desenmascarando su linaje prohibido. Eso la situaría en el epicentro de un huracán, exponiéndola a riesgos que, incluso para un dios como yo, serían difíciles de contrarrestar. La protección que le había brindado hasta ese momento se desvanecería como la niebla al amanecer, aunque no dudaría en protegerla a cualquier costo, incluido si eso significaba sacrificar mi propia existencia.

Pero enfrentarme a mis propios fantasmas, reconocer que yo había sido el arquitecto de la tragedia que la había marcado desde antes de su nacimiento, era lo que más me aterraba. La posibilidad de que, al descubrir la magnitud de mi engaño, Sheline me rechazara para siempre, desterrándome de su corazón y de su vida.

En la noche de su decimoctavo cumpleaños, observaba desde mi trono cómo la Luna Gibosa Menguante iluminaba el cielo, presagiando un día de pasiones desenfrenadas. Marte, ardiente en Escorpio, avivaba el fuego de los deseos ocultos y me otorgaba el coraje para liberarlos.

Sheline, ajena a los designios celestiales que tejían su destino, disfrutaba de la fiesta mundana al atardecer, en el merendero de un claro del campo, que sus amigos habían preparado en su honor.

Depositaron la bebida y bolsas con patatas sobre una de las tantas mesas de madera, que se alzaban como islas en un mar de hierba. Con la retirada del sol, las mesas se iban quedando vacías de familias. Iluminaron la zona con un farolillo sobre la mesa y algunas luces portátiles en los árboles más cercanos, proyectando un cálido resplandor. Sirvieron vasos de plástico que llenaron con hielo, alcohol y refrescos, mientras el plato de sándwiches se vaciaba y las patatas fritas crujían en sus manos. Algunos se aventuraban a mezclar sus propios cócteles, experimentando con la alegría de un alquimista en su laboratorio. La música flotaba en el aire, invitando a todos a dejarse llevar. Risas y conversaciones se entrelazaban y las sombras de los jóvenes se movían al compás de la música, creando un baile de figuras que parecían cobrar vida propia.

La llegada de la tarta, cuando las estrellas comenzaban a aparecer en el firmamento, convirtió el momento en algo mágico. Su amiga, se acercó a ella, y colocó la tarta en el centro de una mesa, donde los platos desechables ya esperaban ser utilizados.

"Cierra los ojos y pide un deseo" pidió Michelle con una sonrisa cómplice, llena de entusiasmo.

Sheline obedeció y cerró los ojos, pensando en lo único que le faltaba esa noche. Su rostro era un reflejo de la ilusión y la diversión del momento. Las velas danzaban a son de la brisa, como faros diminutos, mientras ella, pensando en su deseó, cogió aire para soltarlo con todas sus fuerzas segundos después. Con el soplo, las llamas se extinguieron, y el deseo de Sheline se elevó hacia los cielos, hasta mi.

En ese momento, la tentación por revelar mi verdadera forma y confesarle mi amor fue abrumadora. Pero me contuve, sabiendo que el tiempo de las revelaciones aún no había llegado.

Los jóvenes alrededor aplaudieron y rieron, sirviendo trozos de tarta en platos de papel que pronto se convirtieron en migajas. Mientras, desde mi escondite entre las sombras, prometí protegerla y amarla por toda la eternidad.

Aquel merendero, que por un momento había sido solo suyo, se transformó lentamente en un hervidero de jovenes, muchos de ellos universitarios, del campus cercano, atraídos por el mismo espíritu de la noche y la diversión.

La fiesta crecía en intensidad, alimentada por el néctar embriagador que fluía libremente. Vasos de plástico se llenaban y vaciaban al ritmo de un ritual ancestral, cada sorbo era un paso más hacia el olvido de las preocupaciones diarias. El alcohol, obraba su magia: las mejillas se sonrojaban, los ojos brillaban con una luz traviesa, y las lenguas se desataban, tejiendo historias y confesiones que solo la noche conocería.
Lo que comenzó como un conjunto de pequeñas reuniones se fundió en una sola fiesta.

Y yo, deleitándome en la noche, desde mi propio templo, tentaba a los mortales a sumergirse en el abrazo prohibido, a desvelar los deleites que solo la oscuridad puede ofrecer. Era un vals de pasiones y cuchicheos, de promesas tan volátiles como el viento que acaricia y huye. Y todo ello, sin perder de vista a Sheline a la espera de mi momento.

Sheline no sospechaba que yo, el dios de sus sueños, le tenía preparado un regalo que desvelaría la verdad de mi existencia, un regalo que demostraría que yo, era más que una quimera nocturna.

Mientras los jóvenes se perdían entre el aroma de la hierba húmeda, en sus encuentros íntimos, me preparaba para esa celebración. Un acto que sería tanto una revelación como una condena.

Los últimos acordes comenzaban a desvanecerse. Los chicos, antes llenos de vida, comenzaron a estirarse, perezosos. El merendero, escenario de tantas emociones y confidencias, se sumía poco a poco en un silencio cómplice.

Sheline, aún vibrante por la emoción del día, se despidió de sus amigos con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar el cansancio de su alma. La luz de las estrellas, como faros celestiales, iluminaba su camino a casa, donde el silencio de su habitación la aguardaba, un santuario de calma.

Al deslizarse entre las sábanas, la suavidad del algodón acarició su piel, prometiendo un descanso merecido. La noche, con su manto estelar, envolvía el mundo en un abrazo etéreo. Sheline cerró los ojos, su respiración se hizo más profunda, y el latido de su corazón se acompasó al susurro del viento, invitando a Morfeo a tomarla en sus brazos.

Contemplé la inocencia de su juventud reflejada en sus ojos cerrados. Mi corazón, que conocía el ritmo inmutable de la eternidad, ahora latía desbocado, como el tambor de un guerrero antes de la batalla.

"Sheline, mi amada Sheline" murmuré, arrodillándome junto a su lecho. El aire se cargó de electricidad, un calor que emanaba de mi esencia. Extendí mi mano, y con delicadeza, mis dedos rozaron su mejilla, dejando un sendero de caricias incandescentes. Sheline se removió, un gesto sutil, sus pestañas temblaron como mariposas al alba.

"Adámastos" susurro y yo sonreí.

"He traído un regalo para ti, uno que encierra la esencia de mi ser" dije, y con un movimiento que desafiaba la realidad, abrí mi pecho. De mi corazón, extraje un fragmento, que en mis manos cobró la forma de un diamante oscuro como la noche sin luna. "Este es mi corazón" declaré, ofreciéndole la gema "Aunque oscuro y enigmático, arde con la pasión de las estrellas. Llévalo contigo y sentirás mi presencia, incluso cuando el alba nos separe."

Sheline, con ojos abiertos y llenos de asombro, me miró, no pudiéndose creer lo que estos veían. Después, contempló la joya, y está se trasformó en un colgante,que parecía un ancla que me arrastraba hacia ella y sellaba un pacto de amor eterno.

Mis dedos rozaron su cuello, trazando una línea invisible desde su clavícula hasta su mentón.

La fragancia de su cabello, una mezcla embriagadora de gardenias y azahar, se apoderó de mis sentidos, envolviéndome en un éxtasis que me dejaba sin aliento. Era como si la esencia misma de la pasión se hubiera concentrado en cada mechón. Deslicé mi nariz por su cuello, siguiendo el rastro de su perfume hasta encontrar la fuente de esa dulce tentación. Mis dedos se deslizaron por la seda de su piel, recorriendo cada curva, cada rincón. Era como tocar una obra de arte, delicada y perfecta. En la profundidad de sus ojos, descubrí un secreto que nos unía desde siempre, un lazo que el destino había tejido entre nosotros. Nuestros labios se encontraron, dos océanos infinitos chocando en una tormenta perfecta. En ellos, vi el reflejo de mi deseo más profundo.

'Te amo, Adamastos, con una intensidad que me asusta', susurró, su voz ronca y llena de deseo. 'pero tengo miedo de que esto solo sea parte de mi locura y perderte con la luz del alba"

"Mi amor, Sheline", respondí, tomando su mano y llevándola a mis labios. "Este amor que nos une trasciende las fronteras del tiempo y del espacio. Juro por las estrellas que brillan en el cielo y por la luna que ilumina nuestras noches, que te buscaré hasta el fin de los tiempos. Y cuando el alba llegue, te encontraré de nuevo."

Nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo ardiente, una danza de almas que trascendía el tiempo y el espacio. Cada beso era una promesa, cada caricia, una confesión. En ese instante, el universo se abrió ante nosotros, revelando un mundo de posibilidades infinitas. La pasión que nos consumía era un fuego sagrado, capaz de iluminar las sombras más oscuras. Nuestros cuerpos se entrelazaron como sarmientos, buscando la luz del otro. En ese instante, el tiempo se detuvo y el espacio se disolvió. Era como si estuviéramos flotando en un océano de sensaciones, cada ola más intensa que la anterior. Y en ese abrazo cósmico, encontramos nuestra verdadera identidad.

Las primeras luces del alba me arrancaron de su lado, y Sheline quedó desnuda sobre su lecho, con el calor de mi amor aún palpable en su piel y el peso del colgante sobre su pecho, prueba irrefutable de que nuestros destinos estaba irremediablemente atados y que su mundo ya no volvería a ser el mismo.

Tras abandonar sus aposentos, mi corazón aún ardía con la pasión de un amor prohibido, un fuego inextinguible que ni los vientos del Olimpo podían apagar.

Al regresar a mi morada celestial, Zeus y Apolo, me esperaban con miradas que destilaban una mezcla de ira y consternación.

Mi unión con Sheline había estremecido los cimientos del Olimpo. Ahora, el velo que ocultaba su divinidad se había desvanecido, dejando al descubierto la chispa sagrada de su ser.

Zeus, con su rostro como una tormenta a punto de estallar, alzó su mano en un gesto de autoridad.

"Has osado a desafiar los edictos divinos, escondiendo a esa mortal" su voz, grave y poderosa, hizo eco en los pilares del templo.

Al escuchar tal estupidez, solté una carcajada que resonó con desprecio y desafío.

"¿Debía dejarla a merced del destino cruel que sufrió su madre?"

"Esto no es una broma, Adámastos. Has cruzado un límite peligroso. Ocultar su existencia y revelarle los secretos del Olimpo es..."

"¡Hice lo que tú querido Apolo no se atrevió a hacer! ¡La protegí de ti" mi tono era firme. Y a Apolo, con el ceño fruncido por la confusión, no le quedó otra que mantenerse callado.

"¿Protegerla? ¡Le has mostrado nuestro reino! ¡La has traído a tu santuario! ¡Nos has puesto en peligro a todos"

"¿He puesto en peligro a todos o solo a tu autoridad?" Pregunté con voz firme. "Le enseñé lo que le pertenecía por derecho de nacimiento" repliqué con una voz que era un remanso de calma frente a la tempestad de Zeus. "tu hiciste lo mismo con Heracles ¿No es así? ¿Por qué Sheline debería haber muerto entonces?"me burlé.

"Te he cobijado como si fueras mi propio hijo. Pero esto... esta vez has ido demasiado lejos" replicó sin querer contestar a mis acusaciones.

"¿Me cobijaste? ¡Que tierno por tu parte!" Me recliné en mi trono sin poder evitar reírme. "¡Me mandaste al paraje más inospito del Olimpo! Pero esto no tiene nada que ver"

"¿Y qué pretendías al enamorarla? ¿Eres consciente del peligro que nos has traído?"

"¿Pretender? Nada. Solo me enamoré y... ¿me juzgas por amar?"

Zeus frunció el ceño, y la ira por mi insolencia, brilló en sus ojos como relámpagos lejanos.

"El amor no es un juego. Tu imprudencia amenaza el equilibrio del Olimpo y el mundo mortal."

"Por favor, Zeus, no me hagas reír. Los dioses juegan con los corazones mortales como si fueran simples peones de ajedrez. Y después ... Pero dime, ¿A qué has venido? Acaba con esto de una vez, porque empiezas a aburrirme."

Apolo, resopló rascándose la cabeza con frustración.

"Adámastos, este no es momento para tu insolencia. La gravedad de tus actos exige una resolución, no desplantes."

"¿Gravedad?" me puse en pie, enfrentándome a él. "Abandonaste a tu propia hija y ¿Pretendéis que me arrepienta de arrancarla de las manos de la muerte? ¿Pretendéis que pida perdón por amarla? ¿Acaso eres consciente de lo que habría pasado si yo no hubiera aparecido?

Apolo me miró interrogante. Obviamente ajeno del macabro plan de Zeus.

"¿Insinúas que un dios como tú puede enseñarnos sobre el amor?" intervino Zeus "¡Hades podría desatar una guerra!"

Mantuve el aliento. Era consciente, claro que era consciente de que mi padre, Hades, era capaz de eso y mucho más, pero mi única preocupación era la seguridad de Sheline, aunque el mismo Olimpo callera de un plomazo.

"Tu amor por mi hija ha despertado algo inesperado en mí. En agradecimiento, te ofrezco clemencia a cambio de que renuncies a ella. Yo garantizaré su seguridad."

"He ocultado y protegido a Sheline durante dieciocho años. Y ... siento que mi amor por ella haya revelado su divinidad, y poner a todos en peligro" continué. "Pero no me pidas que la abandone así, sin más."

"¡Renuncia a ella o enfrenta el exilio!" sentenció Apolo, intentando transmitir la seriedad de la situación.

"¿Es esa la clemencia de los dioses? " pregunté con ironía.

"¿Sería capaz de renunciar al Olimpo por ella? " cuestionó Zeus, viendo en esa opción la solución a sus problemas. "hagamos un trato" anunció y su voz resonó con autoridad y un atisbo de diversión. "Renuncia a ella para siempre o demuestra que vuestro amor es supremo. Acepta el exilio en la Tierra como un mortal, despojado de tu divinidad, olvidando incluso su existencia. Si en un año logras que vuestro amor renazca, ambos serán honrados en el Olimpo. Pero si fallas, estarás condenado a vagar en soledad, envejeciendo hasta que la muerte te brinde consuelo, como un alma perdida sin recuerdos de tu gloria pasada."

Apolo esbozó una sonrisa tenue, llena de esperanza. "Tu decisión pondrá a prueba la esencia misma de tu ser. Elige sabiamente, pues el destino de dos mundos depende de tu elección."

Guardé silencio por un momento, mientras Zeus me observaba, expectante, con la arrogancia que siempre le caracterizaba. Estaba seguro que bajo esa fachada de oportunidad se escondía una trampa. Nunca permitiría que volviera al Olimpo y menos de su mano. Ya en ese entonces, estaba seguro de que el exilio era una manera fácil de quitarme del medio, pues no permitirían siquiera que la encontrara, pero renunciar a ella significaba no poder protegerla.

"Sería prudente que aceptaras mi consejo y la dejaras ir" sugirió Apolo con su voz melódica. "Yo cuidaré de ella. Te lo prometo."

Incliné la cabeza, asintiendo. Zeus sonrió, creyendo que el temor a perder mi divinidad prevalecería sobre mis sentimientos. Sin embargo, con la certeza de quien entiende el verdadero significado del amor, no vacilé. Mi decisión estaba tomada mucho antes de que los dioses presentaran su ultimátum, sabía que esto sucedería y estaba preparado para ello.

¿Cómo podría yo, un dios que ha conocido la vastedad del amor verdadero, siquiera contemplar la idea de abandonar a la mujer que poseía mi corazón? La idea de renunciar a Sheline no podría siquiera rozar mi mente.

"Renunciar a ella jamás será una opción." declaré. "Acepto tu oferta."

Al pronunciar esas palabras, una sonrisa mezcla de liberación e irá se pintó en el rostro de Zeus. La aceptación del desafío, solo incrementó su irritación, revelando su sorpresa ante mi inesperada determinación. Con un gesto de su cetro, cargado más de frustración que de divinidad, el Olimpo se estremeció con un trueno ante mi.

El crujido de las columnas desmoronándose comienza a llenar el aire con una sinfonía de destrucción y como polvo divino se desliza entre mis dedos, frío y fino como la niebla matutina.

Zeus, cuyo rostro había sido hasta este momento una tormenta contenida, ahora mostraba fisuras de incertidumbre, y Apolo, con su gesto de preocupación apenas disimulado, parece un héroe trágico a punto de declamar su último verso.

En un instante todo se desvanece ante mis ojos. Mis manos se convierten en humo, que desaparece en la niebla y con ellas, mis recuerdos. Sin arrepentimientos ni miedo, acepto mi fin en el Olimpo, pues sin Sheline, la eternidad solo sería un castigo.

En un parpadeo, el mundo de los dioses queda atrás, y la oscuridad me envuelve, hasta que el chirriante sonido de una alarma hace que abrs los ojos a un nuevo día.

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