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10. ¡Recuerda Adámastos!


XANDER

El alba se insinua con timidez, pintando el cielo de un delicado tono rosado que es preludio de un nuevo día. En el pasillo del campus, el eco de la actividad nocturna se desvanece, dando paso a la serenidad del amanecer. Los estudiantes, sombras fatigadas y alargadas, arrastran sus pies hacia el refugio de sus habitaciones, mientras las primeras luces de la mañana se cuelan por las ventanas, dibujando patrones de luz sobre el suelo aún dormido.

Alcanzo la puerta del cuarto solo para encontrarme con el infame cartel de 'no molestar', colgado con la discreción de un elefante en una cristalería. Hoy no, por favor, murmuro al vacío. Me recuesto contra la pared, sintiendo la textura fría y rugosa que raspa el cuero de la cazadora como un recordatorio de la realidad.

Con un suspiro me dejo caer hasta el suelo helado, mientras la luz del día comienza a reclamar su terreno a la noche. Apoyo la cabeza contra la pared, permitiendo que los pensamientos me enreden en ella, en esa chica de belleza cautivadora y mirada esquiva, que ha secuestrado mi atención sin siquiera revelar su nombre. Mientras espero, sueño con un próximo encuentro, uno en el que sus defensas se ablanden y sus ojos revelen más que reticencia.

Deslizo la mano en el bolsillo y, con un gesto cansado, extraigo el móvil. Mis dedos danzan sobre la pantalla, enviando un mensaje a Leo.

"Te doy 10 minutos para despejar el campo de batalla". Escribo con un hilo de esperanza, deseando que su festival amoroso haya llegado a su fin.

Desde que Leo había comenzado su romance, la puerta de ese dormitorio había sido testigo de más 'no molestar' que un monasterio en voto de silencio.

Aunque la espera fue breve, los minutos se habían dilatado, convirtiéndose en horas en mi mente. Entonces, como si respondiera a mis silenciosas súplicas, la puerta cede y Carolina aparece en el umbral, con su figura esbelta recortada contra la luz tenue del pasillo. Sus ojos, grandes y expresivos bajo arcos perfectamente delineados, reflejan un cansancio que grita por descanso, pero su sonrisa, cómplice y satisfecha, murmura secretos de una noche que ha merecido la pena. La luz acaricia su piel oliva, destacando los suaves contornos de su rostro y el brillo sedoso de sus oscuros rizos que enmarcan su cara.

Con un adiós, sus labios, de un rojo suave como el rubor de un atardecer en el desierto, se encuentran con los de Leo en un beso fugaz. Y tras despedirse de mi, con un gesto de la mano, se desvanece por el pasillo, como una espía que ha completado su misión con éxito.


"¡Hasta luego, princesa!" grita con una voz que lleva el calor de un amor que no entiende de horarios ni de silencios.

Con esfuerzo me pongo en pie, como si mi cuerpo pesara toneladas y entró en la habitación, un espacio impregnado de la esencia de un encuentro ajeno y mientras que Leo abre la ventana, me dejo caer en la cama, solo tomándome la molestia de quitarme los zapatos. Leo con la sonrisa de satisfacción que lo caracteriza, solo atina a encogerse de hombros como si nada fuera de lo común hubiera ocurrido.

Leo se sienta en su cama frente a mi, mientras se pasa una camiseta por la cabeza. "¿Qué tal estuvo la fiesta?" Pregunta.

Yo le ofrezco una media sonrisa, mi cabeza oscilando en un equilibrio incierto entre el sí y el no. "Bien... supongo. " Mi voz sale en un susurro ronco , como si luchara por encontrar su camino en el silencio de la habitación, y después todo se queda en un silencio, que rompo con un suspiro que se pierde en la penumbra.

"¿Estas bien?" La pregunta de Leo no es solo una formalidad; vibra con una preocupación sincera, temiendo que algo este cruzando mi mente.

Lo miro, mis ojos buscan algo más profundo en la mirada de Leo. Quizá alguna respuesta a las cientos de preguntas que rondan mi mente "¿Alguna vez te has sentido perdido? ¿Como si no encajaras en este mundo?"

Leo se encoge de hombros, una sonrisa medio burlona, que esconde algo más, se asoma en sus labios. "Vaya, qué filosófico te encuentras. Y eso que apenas son las ocho." Se acerca, intentando leer lo que ocultan mis ojos. "¿Te pasa algo? ¿Has... tomado algo raro?"

Niego con la cabeza, achinando los ojos. "Olvídalo. Solo pensaba." concluyo dándome la vuelta sobre la cama. Cierro los ojos aunque soy plenamente consciente de que el sueño se me resistirá una noche más.

Tal vez el exceso de café es el causante de este maldito imsopnio o tal vez era esa chica, a la que aún no había encontrado la manera de preguntarle el nombre. O tal vez es ese libro, con sus páginas llenas de enigmas, que se había convertido en mi obsesión. Cada palabra parecía un acertijo, cada frase, un código por descifrar. Me sumergía en él buscando respuestas, pero lo único que encontraba eran más preguntas, como si cada capítulo fuera un laberinto de jeroglíficos diseñado para desafiar mi entendimiento y ese caos me impedía encontrar el descanso.

Me revuelvo entre las sábanas, pero cada vez que cierro los ojos, la imagen de esa chica vuelve a mi mente, fusionándose después con la imagen de esa pequeña que aparece en mis sueños y jugaba a crear ilusiones de color en movimiento en un santuario un tanto oscuro y sin vida como la muerte misma.

Despierto a la tarde, con un día que huele a oportunidades perdidas, al eterno día de la marmota. Cada día parece una repetición del anterior, un ciclo sin fin de preguntas sin respuesta. Me levanto de la cama con la misma rutina mecánica de siempre: una ducha rápida que no logra despejar las dudas, algo de comer que sabe a monotonía y una taza de café, que es el único consuelo a mi persistente dolor de cabeza.

Salgo a la calle, donde la gente pasa por mi lado en un flujo constante, cada uno absorto en sus propias vidas y preocupaciones. En el camino, una chica del barrio, de cabellos dorados me lanza una sonrisa pícara, de esas que hacen detenerse en seco y cambiar los planes, pero ni siquiera esa chispa de coquetería logra animarle; mi mente esta demasiado ocupada dando vueltas a los mismos pensamientos.

Sin rumbo fijo, pasando por las mismas tiendas, los mismos rostros, el mismo cielo gris que parece haber perdido su capacidad de sorprenderme. Me siento en la misma mesa de la misma cafetería de siempre, frente a la misma librería, deseando verla, aunque sea de lejos.

Cansado de sentir que estoy perdiendo el tiempo, vuelvo a mi refugio, un cuarto que debería reflejar mis pasiones, pero que cada vez me resultaba más desconcertante. Me siento frente al escritorio, con intención de avanzar en mi novela. Junto al portátil, un sujetapapeles de metal negro que evocaba al propio Hades llama mi atención. No había sido consciente hasta ese momento de la mirada severa de esa figura. Lo tomó en sus manos, su tacto es frío, como si cada átomo de su ser hubiera sido forjado en los abismos más oscuros. Sus ojos parecen mirarme y emanar un poder que llena la habitación. Trato de recordar cuándo he comprado esa figura que me hace sentir algo extraño. Cada detalle, desde sus líneas implacables y los detalles de su rostro hasta las calaveras que adornan su trono, tienen un acabado sombrío y triste como si emitiera un juicio silencioso.
Soltando el aliento que me quema en el pecho, lo dejo sobre la mesa y abro el portatil.

Las teclas esperan, listas para capturar el fluir de mi imaginación, como patinadores en la cima de una rampa, a punto de lanzarse a la aventura. Sin embargo, un susurro inaudible me distrae una llamada sutil que emana del libro que reposa en la estantería. Sus páginas, impregnadas de misterios, me atraen de vuelta a su abrazo de papel, aislandome del mundo exterior, rodeado por las paredes que estan siendo testigos de mis mas desalentadoras frustraciones.

Me dejo llevar por la sutil llamada del libro, mis manos casi tiemblan mientras lo deslizo fuera del estante. La cubierta, desgastada por el tiempo, parece susurrar antiguos secretos al contacto con mis dedos. Con delicadeza abro el libro y me dejo caer en la cama.

El aroma del papel añejo se mezcla con el aire, evocando recuerdos de una era olvidada. Las páginas, teñidas por el paso del tiempo, crujen bajo el roce de mis dedos, revelando historias que parecían cobrar vida ante mis ojos. En los márgenes, las anotaciones escritas con pasión frenética, como si de un loco obsesionado se tratase 'Recuerda, busca y recuerda. Recuerda Adámastos recuerda', las palabras se repiten como un mantra llenando todos los espacios vacíos.

En el margen, una serie de números dispersos llama mi atención. Al principio, me parecen aleatorios y sin sentido, pero al enfocarme, la secuencia me resuena con una fecha significativa. Y justo al lado, una nota en el margen me hiela la sangre: 'La verdad no se puede ocultar eternamente tras un eclipse', una frase que vibraba con urgencia, como un eco de algo que debe ser descubierto.

Una mancha de tinta en la página siguiente forma una figura enigmática, un símbolo que me resulta inquietantemente familiar, como un espectro de mis sueños que se retuerce y cambia cuando desvio la mirada.
'Cuidado con los ojos que te observan desde las sombras', reza una frase subrayada que siento que se dirige directamente a mi, provocando que lanze una mirada paranoica alrededor, casi esperando encontrar una presencia oculta en las sombras de la habitación.

La frustración se apodera de mi mientras intento encontrar sentido a las palabras. ¿Quién ha escrito todas estas notas? ¿Me llevaran al mismo destino de locura? Me pregunto, mientras mi mente gira en un torbellino de especulaciones. Cada palabra, cada dato, parece ser parte de un mensaje cifrado, una verdad oculta que me desafia a ser descubierta.

Mi mirada se posa una vez más sobre ese nombre, Adámastos, escrito con una caligrafía desconocida pero extrañamente familiar y un escalofrío recorre mi columna vertebral. Cojo un bolígrafo, con la mano temblorosa, y sobre un papel comienzo a escribir, 'Recuerda, busca y recuerda. Recuerda Adámastos recuerda'. Suelto el bolígrafo como si quemará en mis dedos, la caligrafía es la misma que aparece en el libro ¿Pero como puede ser eso posible?
¿Yo escribí esto? Pero si no recuerdo nada... ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Estoy loco? Esta caligrafía, es inconfundiblemente mía, y sin embargo... Es imposible.

El reloj avanzaba inexorable, siento que el tiempo se ha congelado en un instante eterno. La noche desciende con su manto estrellado y temo que las paredes se estrechen a mi alrededor hasta aplastarme y quedarme sin aliento, Necesito ... Necesito salir de aqui.

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