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31. Entorno gris.


Bajo del Lexus arrastrando los pies. Sabrina se encuentra en la entrada con una mirada llena de tristeza. Al parecer ya todos saben lo ocurrido. Intento sonreírle, pero no puedo. No puedo fingir que todo está bien cuando no lo está. Al menos ahora no.

—Oh Dios, Blair... —Se acerca a mí rápidamente y me envuelve en un reconfortante abrazo —. ¿Pero qué pasó?

—No... no estoy segura...

—Te ves tan apagada y triste... nunca te había visto así. — Me aprieta con más fuerza, y me recuesto en su hombro. De repente siento ganas de llorar otra vez pero no voy a hacerlo, no voy a llorar. Ya han sido suficientes lágrimas —. No puedo creer que te hayan despedido. Pero, ¿y Alex? ¿Qué dijo cuándo se enteró?

—No lo sabe— murmuro—. Pero estoy segura de que se pondrá feliz. La última vez que lo vi me corrió de la habitación del hospital. Tras de que rompí el cheque en sus narices, aun así...

Me separa de golpe y me toma de los hombros, mirándome con alarma.

— ¿El cheque? ¿Alice te pagó? —Afirmo con la cabeza—. ¿Y lo rompiste? ¡¿En qué estabas pensando al hacer eso?! ¡¿De qué vas a vivir?!

—Ya pensaré en algo.

— ¡Pero Blair...! ¡Ni siquiera lograste conseguir trabajo aquí en Los Ángeles cuando llegaste por primera vez! ¿Y si no consigues trabajo?

—Ya veré que hacer. De todas maneras necesito pagar la multa, así que la desesperación tendrá que llevarme a conseguir trabajo tarde o temprano.

— ¿Multa? ¿Multa de qué?

Se me fue la lengua, pero a decir verdad no me puede importar menos. No me importa que se entere de todo. Que tengo una multa, que viviré en la calle... no me importa nada. Mi alrededor se ha vuelto gris. Todo ha perdido el sentido de golpe. Ni siquiera los pasos que doy parecen ser importantes ahora mismo.

—De tránsito.

Le cuento la historia desde el principio hasta el punto en el que Alex me echa de la habitación de hospital. Le cuento todo con lujo y detalle: el cómo llevé a Alex a una academia de paracaidismo, el cómo tuvimos que hacernos exámenes médicos y sus resultados dieron que podía tener anemia. Luego conduje como una loca, y el resto ya es historia. Cuando termino de relatar lo sucedido, una soledad enorme me invade, y por instinto me llevo la mano a mi pecho para encontrar mi amuleto. Cuando no doy con él, recuerdo que Alex lo tiene.

Estoy sola en esto. Ni siquiera tengo el atrapasueños para infundirme fuerza.

—Pero... pero eso no es culpa tuya —Sabrina frota mis brazos —. Estabas preocupada por Alex... era lógico que-

—Sea como sea... infringí la ley. Alice me ordenó que me fuera de su casa hoy mismo. A Alex le darán de alta mañana, y cuando vuelva no quiere que yo esté aquí.

Asiente y me regala un par de frases de ánimo. Ya estaba enterada. Después de eso me jala hasta la cocina y me prepara una infusión, tal como yo hice con ella alguna vez. Luego me entrega las llaves de su antiguo apartamento.

— Puedes quedarte en el apartamento en el que solía vivir antes de que me rescataras. Cuando supe de tu situación, de inmediato fui con la casera. Ella es una buena amiga mía. No te preocupes por el primer mes de arrendamiento, ya lo pagué.

Agacho la mirada hacia las llaves. No... no puedo aceptar esto. Ella no debería gastar dinero en mí.

—Sabrina, no-

—No seas terca. Te quedarás ahí y punto —me sonríe con tristeza —. Y si cuando termine el primer mes no has conseguido con qué pagar el segundo, yo lo pagaré. Sé que no eres una joven aprovechada, además con lo que gano me alcanza de sobra para cubrir los tratamientos de mi madre. ¡Lo que pagan aquí es increíble!

No estoy muy segura de esto. Tal vez debería volver al apartamento en el que vivía cuando llegué a Los Ángeles, y pedirle a la casera que me deje regresar. Ya encontraré una manera de pagarle el primer mes.

—Deja de maquinar. — Pone un dedo sobre mi cabeza—. No seas terca y acepta mi ayuda. —Toma mis manos y las aprietas con la intención de reconfortarme, pero no funciona—. Tú me salvaste. Tú cambiaste mi vida, me sacaste de mi infierno. Gracias a ti soy más feliz ahora, así que acepta esta ayuda que te estoy brindando. Dame ese placer de devolverte aunque sea en pequeña cantidad lo que has hecho por mí, porque sé que nunca podré pagártelo por completo.

Bajo la mirada. Exagera. No hice nada especial. No soy ningún tipo de salvadora. Solo soy una chica normal, patética y tímida pero normal al fin y al cabo. Alguien como yo no podría llevar cosas grandes a cabo. Eso ha quedado más que demostrado. Solo hay que mirarme. Intenté ayudar a Alex a salir de su encierro, pero no pude hacerlo. Intenté publicar un libro con una editorial, pero al parecer no soy lo suficientemente buena para ellos. Tal vez Harmony ni siquiera debería molestarse en leer mi manuscrito.

— ¿Entonces te vas?

Una tercera voz se une a la conversación. Sabrina mira sobre mi hombro y tuerce el gesto con disgusto.

—Vete de aquí. Blair está muy deprimida ahora, no vengas a empeorar las cosas.

— Seguro crees que estoy feliz porque te vas. —Ni siquiera me había puesto a pensar en ello. Diana aparece en mi campo de visión y se para al lado de Sabrina —. Pues la verdad es que no. Aunque odie admitirlo, has hecho más por Alex de lo que nadie había hecho alguna vez. Estoy orgullosa, ¿sabes?

Sabrina ni siquiera parpadea de la sorpresa. Seguro no sabía que Diana tiene hacia mí un sentimiento de amor-odio. Por lo general me sentiría feliz por caerle un poco mejor, pero ahora no. Lo único que estoy recibiendo ahora es su piedad.

Alzo la cabeza y recuerdo una parte de mis planes.

—Necesito que me hagan un favor.

Ambas se miran.

—Si Alex se pone mal, tiene pesadillas o intenta suicidarse otra vez... llámenme. Vendré enseguida. A cualquier hora.

Ambas me miran llenas de sorpresa. Realmente no quiero dejar a Alex desamparado, así que con una llamada, pasaré por encima de toda la seguridad y llegaré a él. Sin importar cuanto me cueste y sin importar si tengo que pelearme con todos los hombres de seguridad, no lo voy a dejar solo en lo posible. No soy una experta en karate, pero usaré lo poco que sé para entrar si no me dejan pasar. Por lo pronto esta situación dificulta bastante las cosas, pero tengo que hacer el intento. La sola idea de que todo el avance que Alex ha hecho se eche para atrás me asusta.

No voy a permitir que las horas de angustia regresen. No permitiré que todo el avance que hemos hecho sea tirado a la basura.

—Alice no te dejará entrar —opina Diana.

—No me importa. Incluso si la misma Alice sale a detenerme, voy a llegar a Alex si me necesita.

Ambas se miran. Un mismo pensamiento corre por la mente de ambas, puedo sentirlo.

— ¿Por qué quieres cuidarlo? ¿No me dijiste que te trató horrible en el hospital? —pregunta Sabrina —¿Entonces por qué?

¿Por qué? Es cierto. Me trató horrible. Pero a decir verdad, es lo que por lo general suele hacer. Ya me he acostumbrado a su maltrato. Ya me he acostumbrado a sus desplantes. Pero desde el momento en el que lo conocí hasta ahora, muchas cosas han cambiado dentro de mí y dentro de él. No tengo todas las respuestas que necesito, pero sé que este sentimiento no es normal. Quiero seguir protegiendo a Alex, a pesar de todos los desplantes que pueda hacerme.

—No lo sé.

Diana y Sabrina se miran la una a la otra. Entrecierran la mirada, mandándose un mensaje visual que no alcanzo a comprender del todo. No me interesa entender sus teorías, solo quiero..., bueno, no sé qué es lo que quiero. Las complicaciones me inundan la cabeza.

Diana me mira.

—No sé de qué servirá, pero... te daré una llave que abre la mayoría de las puertas. Ya sabes, como una llave maestra. Te llamaremos si algo pasa con Alex, y te ayudaremos a escabullirte, entonces usarás esa llave—Me mira con sospecha—. Pero si la usas para malos propósitos y nos traicionas, pagarás por ello.

—Bien.

Empaco. Mientras introduzco todas mis pertenencias en una maleta, me coge la nostalgia. Observo las cortinas abajo: siempre han estado así porque Alex es un amargado. Pero cuando llegue, lo primero que quiero que vea será la luz del día. Me acerco a las cortinas y las abro de un tirón. Observo la habitación que fue escenario de tantos enfrentamientos entre Alex y yo, y sonrío con tristeza. Me dan ganas de llorar, pero no las suficientes para hacerlo. Sin duda odio las despedidas.

De inmediato pienso en la tiara: aún la tengo. ¿Debería devolvérsela? Si me voy a ir, no tengo razón para seguirla escondiendo. Si me voy sin devolvérsela, él nunca la tendrá de vuelta. Respiro hondo y después de rebuscar en las profundidades del closet, saco la tiara de su escondite. Seguro que Alex nunca se dio por enterado que la tiara estuvo escondida en una caja de zapatos todo este tiempo. La tomo entre mis manos y le sacudo un poco el diminuto polvo que pudiese acumulársele. Me acerco a la cama y la deposito suavemente sobre el colchón. De inmediato busco una hoja de papel y escribo una buena despedida. No quiero irme así como así, de hecho no quiero irme, pero inevitablemente el final ha llegado.

Dejo la nota al lado de la tiara, y tomo mi maleta. Acercarme a la puerta es realmente duro, ya que no quiero irme. Quiero que Alex se quede a mi lado, pero soy consciente de que es imposible. Así que, aunque sea difícil, haré el intento y me quedaré yo a su lado. Sin importar cuanto me cueste, si me necesita, aquí estaré.

Cuando salgo de la habitación, Diana y Sabrina me acompañan hasta la salida. Varios de los empleados se han amontonado a la salida para despedirme. Me siento conmovida. Me llenan de buenos deseos y me expresan su agradecimiento por haber ayudado a Alex. Sin duda tiene mucha gente que lo quiere y que lo aprecia. Sólo espero que sea capaz de verlo antes de que sea demasiado tarde.

Y mientras me marcho de aquel lugar que se convirtió en lo más cercano a un hogar desde que llegué a Los Ángeles, una nota reposa sobre la cama. Ese es mi último esfuerzo, y solo tal vez, el primero de muchos.

«Al marcharme, nuestro trato ha terminado, pero no dejaré de estar pendiente de ti. Si me necesitas, en frente me tendrás.

Blair. »

El apartamento de Sabrina queda más cerca de lo que esperaba. Solo tuve que caminar veinte minutos para llegar. Llego a la dirección indicada, y efectivamente Sabrina ha pagado el primer mes de arriendo. Sandy, la casera, es una mujer realmente amable. Me indica el número del apartamento, y luego de eso subo un montón de escaleras en espiral hasta el quinto piso. Cuando llego, estoy exhausta. El apartamento es pequeño pero acogedor. Me dirijo a la habitación y lo primero que veo es un cuarto lleno de posters de The Vampire Diaries. Damon y Elena están por todas partes. Según Sabrina me explicó, Sandy también es fanática de esa serie, así que dejaron los posters ahí. Suspiro. Al menos Damon y Elena son más felices en este momento, no como yo, la desdichada. Dejo mi maleta sobre la cama y luego me dejo caer. Lloro. No sé por qué, mi mente está tan atrofiada que ni siquiera recuerdo la razón de mi tristeza.

Otra vez sin trabajo. Otra vez sola. ¿Cómo fue que regresé al punto de partida? Todo terminó en un desastre para mí. Alex... se veía mejor la última vez que lo vi. Cuando llegue a su casa, verá la nota y la tiara. Ya nada lo atará a la vida, podrá suicidarse con toda libertad; pero algo me dice que no lo hará. En el fondo de mi mente hay una pequeña esperanza. Puede que se preocupe por mí. Puede que averigüe que sucedió conmigo, por qué me fui. Puede creer que lo abandoné, pero confío en que Sabrina o Diana lo sacarán de su error. Sabrina es uno de los pocos empleados que no le tiene miedo a Alex. Pero si ninguna comenta nada, él creerá que simplemente lo dejé como Melanie lo hizo. No lo he hecho y no lo haré. Si me necesita, Diana o Sabrina me llamarán y llegaré de inmediato a su lado.

Suspiro. Necesitaré redactar una nueva hoja de vida. Me daré el día de hoy para descansar, para olvidarme de todo. Necesito liberarme... desestresarme. Necesito escribir. Necesito saciar la sed en mi interior. Tengo una gran urgencia por hacerlo, así que me levanto y me dirijo hacia la vieja computadora en la habitación. La enciendo, y cuando aparece la pantalla de inicio abro un nuevo documento de Word. Cierro los ojos y comienzo a escribir todo lo que siento, lo que pienso, lo que necesito... me libero de mi prisión de dolor. Ni siquiera me molesto en ver lo que escribo, mis dedos teclean lo primero que me pasa por la mente.

Cuando abro los ojos, me siento más liberada. Leo con calma lo que acabo de escribir, y cuando termino, el corazón me late a mil. Por fin lo sé. Eso era. «No es posible».

Estoy enamorada de Alex.

Me alejo del computador como si éste quemara.

No. No, no y no. Por favor, no. Cualquier cosa menos eso. No puede estar pasando.

Yo no me enamoro tan fácilmente. ¿Cómo pudo pasar esto? Él no hizo nada para enamorarme, y yo tampoco di chance para que esto sucediera. Lo único que he hecho todo este tiempo ha sido cuidar de él. Aun así, ¿Por qué? Esto es un error. Él... él todavía quiere a Melanie, yo lo sé. Y yo no estoy a su altura ni a su nivel. Solo estoy destinada a ser un pilar en su vida, como una columna que sostiene un edificio. Siempre ha sido así, para esto nací: para ayudar a las personas, para motivarlas a seguir. Solo sirvo para proporcionar felicidad en un solo sentido, pero no para recibirla. Una relación unilateral. Pensé que lo estaba haciendo bien, ¿entonces cómo pude cometer semejante error? ¿Cómo pude enamorarme de él?

Hubiera deseado que esto jamás sucediera. En el instituto me enamoré una vez pero nunca fui correspondida, y en esta ocasión no es diferente. Alex no está enamorado de mí. Mucho menos se encuentra en un estado emocional adecuado para iniciar una nueva relación. Este sentimiento es cruel y despiadado, ¿Cómo puedo ser tan egoísta? ¿Cómo puedo sentir esto cuando sé que está mal? No puedo sentir esto. No quiero ser egoísta. No quiero presionarlo a nada.

No quiero esto.

Tal vez solo estoy demasiado confundida. Pasaron muchas cosas en muy poco tiempo, y mi cerebro no da para más. Respiro profundo, y cierro Word. Guardo el archivo, algo me dice que querré leerlo después. Apago el equipo, y regreso con pasos perezosos hacia la cama. Me dejo caer sobre el colchón sin pizca de gracia. El cielo está gris. Curiosamente, es el color de mi estado de ánimo en este momento.

De repente, música estruendosa se oye del apartamento de al lado. Suspiro e intento ignorarlo, pero no puedo. El rock a todo volumen solo pone todas mis células en alerta, hirviendo de forma individual. Mi tolerancia es mínima. Quiero dormir. He pasado unos últimos días horribles, fui despedida, acabo de descubrir que estoy enamorada de alguien que me odia, ¡Y otros simplemente ponen música!

No aguanto más. Me levanto de un salto de mi cama y salgo como un torbellino. Con rapidez llego a la puerta del vecino. No me importa si es un mastodonte el que está al otro lado de la puerta, quiero mandar a todo el mundo a la mierda.

Toco la puerta con mi puño, pero el sonido es opacado por la fuerte música. Chirrío los dientes. Mi paciencia está llegando al límite. Quiero estallar. Quiero gritar fuerte y acabar con quien sea que se me pase por delante.

Empuño mi mano con fuerza, y esta vez toco con el brazo.

— ¡Abre la puerta, maldito hijo de puta!

En el fondo me sorprendo por la grosería, pero no quiero parar. Estoy hecha una locomotora de furia, y hasta que no descargue toda esta rabia que siento, no podré sentirme mejor. Mi cabeza necesita silencio. Necesito paz en este momento, ¿es tan difícil de comprender?

Estoy a punto de tocar la puerta otra vez, pero me detengo al oír pasos acercándose. Agacho la cabeza, temiendo que si le veo la cara al maldito lo mandaré al hospital. Aprieto los puños fuertemente a mis costados y la vena de mi frente palpita.

La puerta se abre.

— ¡¿Quién rayos te crees para insultar...?! —la voz se detiene — ¿Blair?

Al alzar la vista me encuentro con Reed. ¿Vive aquí?

— ¡Oye hermano! ¡Apaga la música! —grita hacia el interior del apartamento.

— ¡¿Quién está ahí?!

—Una amiga mía. Bájale.

Nadie habla por un par de segundos, pero la música rompe neuronas aún sigue haciendo desastres en mi cabeza.

—Ahh, ya qué. Pero luego tendrás que presentarme a esa pollita.

Gruño por el apelativo. La música se apaga, y Reed pone toda su atención en mí.

—Blair, ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás cuidando de Alex?

—Porque he tenido unos días horribles —me ofusco. Sigo enojada, y el hecho de que sea Reed la fuente de la música no me hace sentir menos furiosa —. Todo ha salido mal. ¡Terriblemente mal! ¡Y algunos que no tienen consideración solo se les ocurre poner música a todo volumen cuando otros solo quieren desaparecer!

Me mira con una enorme sorpresa, y de repente toda la ira en mí desaparece para dar paso a la tristeza. No. No voy a derrumbarme, no frente a él.

— ¿Qué pasó?

—Que tu amigo es un idiota y su madre me trata como escoria. Eso pasó. —no voy a derrumbarme frente a él, a pesar de que tengo ganas de llorar mucho, lo suficiente como para crear un río de la nada. Pero no voy a hacerlo. No quiero provocar lástima.

Por un momento el silencio reina, y yo intento mantener mis sentimientos bajo control. Tengo un enorme estallido emocional y no puedo controlarlo. No puedo seguir así, Robert y Cynthia vendrán pasado mañana y no quiero que me vean así.

— ¿Qué te parece un poco de pizza y una buena película?

No respondo. Ni siquiera sé que decir o hacer. Pareciera que cada paso que doy siempre es el equivocado.

—Vamos.

Me rodea los hombros con su brazo y me acerca a él. En una circunstancia normal estaría incómoda, pero ahora mismo esto es lo que necesito. No hace nada inapropiado. Sólo me conduce al interior de su apartamento, el cual no me molesto en detallar mucho. Lo único que logro notar es que es más grande que el mío.

Un hombre de cabellos castaños que se encuentra parado en medio de la sala me mira y silba.

— ¡Oye amigo! ¡Qué bombón! —exclama con lascivia — ¿Me la prestas? ¡Tú ya tienes muchas tras de ti!

Reed le dirige una mirada de odio.

—Cállate imbécil. ¿Qué no ves? —frota mi brazo cariñosamente —. Ella no está bien.

Agacho la mirada y aprieto los labios. ¿Ahora soy centro de lástima?

—Ya veo... ¿Entonces actuaremos de psicólogos hoy? Siempre quise ser psicólogo.

—Este no es momento de bromas.

—Reed... yo... yo me voy... —murmuro, intentando zafarme de su agarre. No quiero provocarle molestias, y la tensión extra de una persona desconocida en la habitación no ayuda.

No me deja marchar. Me aprieta más fuerte y agacha su cabeza para hablarme en un tono suave.

—No, no te vas. Tienes algunas cosas que explicar.

No quiero dar explicaciones.

—Aunque no tiene que ser ahora—concluye.

No soy capaz de mirarlo a la cara. He caído demasiado bajo. Solo vine a reclamar por la música, y ahora soy centro de consuelo.

Media hora después me encuentro sentada en el sofá, con un pedazo de pizza en un plato sobre mis rodillas, con ambos hombres a mi lado mientras vemos una película romántica. No sé por qué han intuido que esto me animaría. Tras descubrir que estoy probablemente enamorada de Alex, ver esta película me hace sentir como si el universo se estuviera burlando en mi cara.

Reed alcanza el control del DVD y detiene la película.

—Muy bien, ¿Qué pasa?

—Nada—murmuro.

—No le estás prestando atención a la película, y ni siquiera has probado bocado de tu pizza.

—Es cierto—dice Colin a mi lado. Toma la pizza de mi plato y se la engulle. Con la boca llena dice: —Qué desperdicio.

Reed lo mira, molesto.

—Es por eso que no tienes novia—regaña, y luego regresa su atención a mí —. Entonces, ¿Qué sucedió?

Suspiro, y murmuro:

—El día de la entrevista de trabajo, Alice me advirtió que podría terminar tan destruida como ellos. Creo que... debí tomar en cuenta su advertencia.

—No entiendo a qué te refieres.

No encuentro las palabras adecuadas para explicarlo. Son muchas circunstancias, pero demasiadas palabras. Así que cierro los ojos e intento resumirlo todo en una sola frase.

—Le tengo miedo a Alex.

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