27. Sé sincero.
Cuando me tumbo en la cama, cierro los ojos con agotamiento. Recuerdo al hombre al otro lado del pasillo, y siento unas enormes ganas de ir a tocar a su puerta para que me abra. No quiero que se lastime a sí mismo de nuevo. ¿Pero qué puedo hacer? Todo esto se está volviendo muy pesado para mí, y estoy comenzando a sentir cosas equivocadas. Sentimientos erróneos que no tienen razón de ser.
Bueno. No vale la pena pensar más. Lo mejor será que me duerma. Pensar mucho me está enloqueciendo. Así que me tapo con la manta hasta el cuello y me quedo mirando al vacío mientras recuerdo todo lo que ha pasado hoy. Poco a poco me voy quedando dormida, y sueño con un hombre sonriente que ama montar a caballo.
— ¡¿Por qué?!
No me doy cuenta del momento en el que despierto. Cuando menos sé, he salido de la cama de un salto y corro al pasillo. En la oscuridad, busco el frío metal del pomo de la puerta de su habitación, y al girarlo éste no cede. ¡Maldición! ¡Olvidé que se encerró!
Golpeo la puerta con desesperación, sin importarme despertar a Charlotte. Ahora lo único que me importa es él.
— ¡Alex! ¡Alex! ¡Abre la puerta!
Escucho quejidos al otro lado de la habitación y a mis oídos llega un ruidito que parece ser un ligero sollozo. Descalza, recorro el pasillo y bajo las escaleras. Desesperada, busco llaves por todo el lugar, y enciendo luces sin importarme armar un alboroto. Hay muchos llaveros con diferentes diseños, y cada uno tiene una cantidad de llaves diferente. Sin tener tiempo para ponerme a pensar, agarro todos los llaveros que encuentro y regreso al segundo piso. Logro guiarme hasta la puerta cerrada de su cuarto, justo frente a la mía.
Comienzo a probar llave por llave, y me desespero al ver que ninguna abre. A medida que llaves no sirven, tiro el llavero al suelo. Cuando voy por el quinto llavero, la desesperación me nubla la razón, las manos me tiemblan desenfrenadas y tengo el corazón a mil. Introduzco la última llave del llavero en mis manos, y gracias a Dios se abre. De inmediato, dejo caer los demás al suelo.
En la oscuridad logro ver el cuerpo de Alex sobre la cama. Parece tener un brazo sobre los ojos, y su pecho se mueve arrítmicamente. Está llorando. Él está llorando. Rápidamente me acerco y enciendo la lamparita que se encuentra al lado de su cama. Quiero calmarlo. Quiero que se sienta bien. No me gusta verlo llorar.
Me siento al borde de la cama y le quito el brazo sobre los ojos. Me lo permite, no parece importarle en lo absoluto. Está absorto en su dolor. Sus ojos están fijos en el techo y las lágrimas caen desbordadas desde sus ojos, formando un camino hasta caer en la almohada. Tengo unas enormes ganas de abrazarlo, y no me contengo. Me agacho a su altura y le rodeo el cuello con los brazos. Entonces se permite llorar como un niño pequeño, a lágrima viva. Nunca había sido testigo de una manifestación de sentimientos tan pura como ésta, o al menos no por parte de él. Pero está bien. Es bueno llorar. Todos necesitamos hacerlo a veces. Con mis dedos acaricio su cabello mientras lo consuelo. Todo va a estar bien. Sea lo que sea que haya pasado con Melanie, ya ha terminado. Ella... ya no está. Y él debe continuar con su vida.
Durante varios minutos permanezco en la misma posición, y poco a poco el llanto de Alex va disminuyendo. En un momento dado se sienta sobre la cama, y yo agarrada a su cuello soy levantada con él. Por un momento pienso que me va a echar de su lado, pero grande es mi sorpresa al ver que toma mi cintura y me sienta sobre su regazo. Con ambos brazos me estrecha contra su cuerpo y esconde su cabeza en mi cuello.
No pienso mucho sobre ello. A pesar de que me sorprende, solo me dedico a sentir el momento y me aprieto más contra él. Las mariposas revolotean salvajemente y siento un agradable cosquilleo en donde me toca, pero a pesar de eso no me aparto. Se siente bien. Se siente como un lugar seguro y tranquilo. Se siente como un hogar.
No siento el tiempo pasar. Lo único que puedo sentir es una enorme tranquilidad, y parece que él siente lo mismo. Ha dejado de llorar, y me aprieta contra él con fuerza, como si fuese su almohada. Me gusta ser su almohada. Por otro lado, dije que detendría esto. Que detendría estas sensaciones extrañas que podrían lastimarnos a ambos. Intento separarme pero no me lo permite, y a decir verdad yo tampoco quiero. Solo intento hacerlo por el bien de mi cordura. No quiero que estos extraños sentimientos sigan creciendo, sentimientos que, probablemente, comenzaron a aparecer desde mucho antes que yo me diera cuenta. Y eso me aterra.
Paso mis dedos lentamente por sus oscuros cabellos. Por un momento había olvidado que mi mano se había colado en su cabello.
— ¿Tuviste otra pesadilla? —murmuro, sin saber qué más decir en un momento como ese.
Su cabeza se mueve de arriba a abajo levemente para afirmar. Mi cuello se ha convertido en su cueva, me he convertido en su fuente de seguridad. Me sorprendo de la posición en la que estamos. Me pregunto si ha olvidado que me odia.
—Te preguntaría de que trató tu pesadilla, pero lo tengo prohibido según el trato —murmuro con voz suave.
Mi voz suena más baja de lo normal, y me pregunto si es por el estado de relajación que siento al estar entre sus brazos.
—Ya pasó la pesadilla. Tienes que volver a dormir.
—No... —murmura, para mi sorpresa—. No te vayas.
Tengo el corazón en la boca debido a sus palabras. Mi ritmo cardiaco se ha acelerado y los nervios comienzan a aparecer. Él no quiere que me vaya. No lo entiendo. Me odia. No me quiere cerca. Según él, sólo soy una caza fortuna que va tras las recompensas que ofrece su madre. No quiero que por la mañana despierte conmigo cerca de él y se arrepienta. No quiero que me grite a primera hora de la mañana, y menos con los sentimientos de vulnerabilidad que comienzan a nacer en mi interior.
—No... no sabes lo que dices, Alex. Sabes que me odias. Lo mejor es que te acuestes a dormir...
—Quédate aquí... por favor... —el tono frágil de su voz me parte el corazón.
Suspiro, derrotada. Me siento estúpida por no poder resistirme en un momento como éste. Me permito cerrar los ojos y hundirme en su hombro. No sé qué es lo correcto, y él no está pensando. Este hombre jamás me pediría que me quedara con él. Pero en medio de su desesperación, busca un apoyo para no sentirse desamparado. Quiere que sea su mantra por esta noche, pero no estoy segura de tener ese poder. ¿Tengo el poder de ser el escudo de alguien? ¿Una persona puede depender tanto de mí? ¿De mí, la señorita dependiente?
Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando Alex se recuesta en la cama, llevándome con él. Quedo acostada contra su pecho, y debido a la posición en la que me encuentro no puedo ver su rostro. Quiero saber que piensa. Cómo se siente. Pero por ahora, me conformo por estar así con él.
El sonido de su corazón me relaja, me adormece. Levemente soy consciente como Alex nos arropa a ambos con una cobija, y luego la lamparita se apaga. Sé que en la mañana estaré en zona de batalla con él. En cuanto despierte y vea que durmió conmigo, va a pensar lo peor y me culpará de todo. Por un momento reconsidero la idea de marcharme, pero la comodidad y la paz que siento en este momento vencen todo pensamiento. Y así, iluminados levemente por la luz de la luna, caemos juntos en un sueño profundo.
La luz del sol me fastidia, y a regañadientes soy obligada a despertar. Cuando abro los ojos, estoy sola en una cama que no es la mía. No es la cama en la que recuerdo haberme acostado anoche. Los recuerdos de esta madrugada llegan a mí de manera atropellada. Yo intentando abrir la puerta de Alex con un montón de llaves. Yo abrazando a Alex mientras él lloraba. Él, rogándome que me quedara. Y finalmente, ambos durmiendo juntos. Se me acalora el rostro con tan solo pensar que dormí sobre su pecho. ¡Dios santo! ¿Por qué siento que quería dormir con él desde hace tiempo? ¿En qué clase de persona me estoy convirtiendo? ¿Qué me sucede?
Miro a mi alrededor. Estoy sola. Reacciono de manera inmediata y de un salto me levanto de la cama. Corro hacia el baño. Si no está en la habitación, está cortándose las venas. ¿En dónde más? De un golpe abro la puerta del baño, pero éste está vacío. No está ahí. ¿Entonces en dónde está?
Unas risas llegan a mis oídos, y corro hacia el primer piso para verificar que lo que estoy oyendo es verdad. Y lo es. Charlotte ríe a carcajadas mientras Alex permanece de brazos cruzados, pero puedo percibir una ligera sonrisa en sus labios. Ambos se encuentran en la mesita de madera tomando el desayuno. Hace unos instantes oí la risa de Alex, pero probablemente me oyó bajar por las escaleras y se detuvo. Lo observo, atontada. Parece que alguien durmió bien anoche. ¿Por qué se ve tan... positivo?
— ¡Oh, buenos días Blair! —exclama Charlotte animadamente—. ¿Cómo dormiste?
«La verdad, me hubiera gustado dormir sobre el pecho de Alex un poco más.»
—Bien, gracias—murmuro, apenada. Recuerdo todo el ruido que hice anoche mientras corría por el pasillo y agarraba las llaves. Me pregunto si se despertó con tanta algarabía — ¿Y... Y usted cómo... cómo durmió?
—Como un tronco, cariño. Siempre duermo de lujo —sonríe con ánimo, pero su sonrisa oculta algo—. No hay poder humano que me despierte.
—Es cierto—murmura Alex, y lo miro sin saber que pensar. ¿Por qué me siento tan fuera de lugar en esta escena?
Charlotte me mira y se ríe. Frunzo el ceño y observo a Alex. ¿Qué es tan gracioso? ¿Por qué de repente me he convertido en su objetivo de burla?
—Alex me ha contado de tu aventurilla con Hayate. Cariño, ¿En qué estabas pensando al montar a ese animal? Ni siquiera los mejores jinetes de esta granja pueden montarlo sin caerse—comenta entre risas—. Debiste escoger otro caballo. Con razón estabas llena de tierra ayer.
Sonrío como puedo, maldiciendo a ese hombre en mi interior. ¡Al diablo con el Alex de anoche!
—Debes tener hambre, ¿no? Vamos, siéntate, desayuna y luego cámbiate la pijama. Alex te va a enseñar a montar a caballo.
Me quedo petrificada en mi lugar. ¿Que él va a hacer qué?
— ¿Cómo dijo?
Alex intenta sonreírme, pero le sale más como una mueca.
Minutos después me encuentro en mi habitación, aun petrificada. No pude contestarle nada en el momento debido a la sorpresa. ¿Por qué quiere enseñarme a montar a caballo tan de repente? ¿Es porque se siente mal? ¿Es porque quiere agradecerme? ¿O acaso se siente avergonzado de lo que pasó anoche? Creí que me culparía. Creí que se comportaría como un idiota, pero este es un movimiento inesperado. Me alegra que quiera intentar ser más amable conmigo, pero me temo que eso no podrá ser hoy.
Paso un dedo por uno de mis moretones. Duele al tacto. No puedo montar a caballo con la muñeca adolorida, ¿o sí? Sería arriesgado. Es como montar bicicleta con la muñeca lastimada, o al menos así lo veo yo.
Respiro hondo y bajo las escaleras. De todas maneras tendré que darle la cara. Alex ya se encuentra abajo, con su jean negro y su camiseta negra y... ¿Por qué me molesto en describirlo? Todo lo que usa es negro.
Cuando llego a su lado, se da la vuelta sin mirarme y sale de la casa. Asumo eso como una señal para que lo siga, y obedientemente lo hago. Caminamos por los verdes pastos hasta llegar al establo. El corazón me late con fuerza contra el pecho. El recordar lo que pasó la última vez que estuve cerca de Hayate me eriza la piel. Alex entra al establo, pero yo me detengo. ¿Por qué va a enseñarme a montar a caballo? Recuerdo habérselo pedido pero él no accedió. ¿Acaso intenta pagarme el favor de anoche? ¿Es eso?
No necesito que me pague ningún favor.
Alex sale del establo con Hazen a su lado.
—Te dejaré montarlo—expresa con voz seca.
Niego con la cabeza. Tengo las muñecas lastimadas. No quiero que me pague el favor, porque para mí no le hice un favor. Lo hice porque quise. Y además, después de lo que sucedió anoche, no quiero volver a esto y hacer como si nada de lo que pasó ayer hubiese sucedido.
Sin contar que ayer me dijo que si alguien más montaba a Hazen, éste se volvería indomable. Me pregunto si lo dijo solo para intimidarme.
—No, gracias —murmuro, retrocediendo un par de pasos.
Aunque la expresión de su rostro no cambia, su sorpresa es perceptible para mí. Ayer me veía tan entusiasmada por aprender a montar a caballo que hoy... me siento diferente. No puedo montar. No con las razones que motivan a Alex, y no con un impedimento en las muñecas. Me siento deprimida. Pensar que anoche todo parecía tan bien, y ahora hemos vuelto a la misma rutina de siempre. Una parte de mí se rehúsa a regresar a su papel.
—Creí que querías aprender —murmura, alzando una ceja.
Su frialdad me lastima, y no lo entiendo del todo. ¿En el fondo qué estaba esperando? ¿Que después de lo de anoche se convirtiera en alguien dulce y considerado? Así no parece funcionar la mente de este hombre.
—No puedo aprender ahora.
Inconscientemente sujeto mi muñeca con mi mano. La presión que hago sobre mi muñeca me saca un gesto de dolor. Alex nota ese acto y frunce el ceño. De manera inmediata me doy cuenta de lo que acabo de hacer y deshago esa posición. Pero Alex, que ya lo ha notado, de dos zancadas llega hasta mí. Sube las mangas de mi camisa y ve mis muñecas amoratadas. Se petrifica.
El entendimiento pasa con velocidad por su rostro.
—Ayer... —murmura para sí mismo.
Niego con la cabeza.
—No importa. Ya se me pasará.
—Yo lo hice, ¿verdad? —pregunta sin aliento.
Frunzo el ceño.
—Alex, ya basta. Ya sé que te sientes culpable, no tienes que recriminarte. Pero tienes que controlarte —miro mis muñecas y hago una mueca—. Sólo son moretones. Desaparecerán.
Su gesto se contrae y un gruñido furioso sale de su garganta. Me retraigo. No me siento tan fuerte como los días anteriores, y sé que es por el momento de anoche. Me ha hecho vulnerable.
—No es nada... — murmuro, mirando mis moretones. No son la gran cosa.
Sé que es lo que pasa. El hecho de haberme lastimado le afecta. Tal como dijo Alice, se siente mal cuando lastima a personas inocentes. No he hecho nada para ganarme su odio, o al menos así lo creo. Lo único que he intentado hacer durante todo este tiempo es ayudarlo.
— ¿Por qué no dijiste nada? —sisea con la rabia corriendo a través de sus palabras. ¿Ahora resulta que la culpa es mía? — ¡¿Cómo puedes decir que no me preocupe por esto?! ¡¿En qué clase de persona te quieres convertir?! ¡¿En una mujer a la que no le importa que su marido le pegue?!
Su cuestionamiento me deja con la boca abierta, pero tiene razón. Solo que no quería preocuparlo, y ya sabía cómo iba a reaccionar si se enteraba. Bueno... no del todo. Acaba de decir que lo que me hizo le preocupa. Le preocupo. No esperaba que confesara tal cosa.
Una pequeña sonrisa brota de mis labios.
— ¡Estúpida! ¡Eres una estúpida!
Y ahí va mi felicidad.
— ¿Qué? ¡Pero si tú lo hiciste! ¿Y ahora resulta que la culpable soy yo?
— Eres experta en meter tus narices en todos mis asuntos... ¡¿Pero te callas esto?! ¡¿Qué?! ¡¿Te crees que eres la única que puede meterse en los asuntos de los demás?! —sujeta mi muñeca con brusquedad y la levanta frente a su cara. Chillo de dolor — ¡Eres una imbécil!
Me quedo en silencio mientras cierto cuestionamiento pasa por mi cabeza. ¿En realidad está enojado conmigo... o lo está consigo mismo? Es difícil de saber. Pero el remordimiento oculto en su mirada es tan claro como el agua. Es como un libro abierto. A veces... Alex es así. Siente que, mientras descarga su rabia con otras personas, en realidad se dirige esas palabras a sí mismo. Y no debería ser así. Solo se lastima a sí mismo, y de paso lastima a la gente que se preocupa por él.
Niego con la cabeza. No vale la pena discutir. Por ahora, debo ir a ver si hay algún tipo de pomada en el botiquín, o simplemente esperaré a que se vaya el color púrpura de mi piel. Dedo por dedo, aflojo su agarre en mi muñeca hasta que me suelta. No quiero que el morado se vuelva más intenso.
—Iré a buscar algo de pomada, entonces.
Giro sobre mis pies, regresando de nuevo a la casa. Él no me sigue.
Mientras me acerco a la casa, me siento nerviosa. Puedo sentir su mirada en mi espalda, así que cuando entro finalmente es un alivio para mí. Charlotte tararea alegremente desde la cocina. Me pregunto si debería ayudarla. Después de todo Alex tiene razón, solo soy una empleada y debería servir para esas cosas. Pero por ahora, buscaré pomada o algo que ayude. Subo las escaleras y recorro el pasillo, hasta que me encuentro con la puerta del baño. Entro e inmediatamente busco la tan conocida cajita roja. Cuando la encuentro, me siento sobre la tapa del inodoro y la coloco sobre mis piernas. La abro, y en su interior encuentro un montón de cremas y remedios que no se cual pueda servir. Ah... nunca había tenido esta necesidad.
Veamos... de tin marin de do pingué...
Levanto un tarrito rojo frente a mí. Leo la etiqueta. Sirve para la hinchazón. Pero no estoy segura de que eso sea lo que me sucede.
Cúcara mácara titere fue...
Sigo rebuscando en el botiquín con el ceño fruncido. ¡Ah, no entiendo nada! Muchas marcas ni siquiera las había oído nombrar en mi vida. ¿Cómo se supone que sepa cuál es la correcta?
A continuación, unas manos quitan el botiquín de las piernas. Levanto la mirada y me sorprendo al ver a Alex arrodillado junto a mí. Me paralizo, y siento una corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Pero... pero... ¿Qué hace él aquí?
De la impresión me quedo enmudecida. Él analiza cada uno de los frasquitos hasta que se decide por uno de etiqueta verde. Deja el botiquín al lado y luego abre la tapita del frasco. Pero, ¿Qué está haciendo? ¿Él va a curarme? Eso es... simplemente increíble. Estoy atónita y feliz por partes iguales. No puedo creerlo. Cierro los ojos, pensando que tal vez estoy dormida. Cuando los abra, él no estará frente a mí.
Espero unos instantes antes de abrir los ojos otra vez.
Es real. Esto es real, pero no lo parece. ¿Por qué esto parece una especie de sueño fantástico? No lo sé, pero me gusta que sea como es ahora. No es agresivo ni está desesperado por alejarme. Solo es... él mismo. Y es una persona maravillosa a su modo.
Unta un poco de pomada en dos de sus dedos y luego toma mi muñeca. Lo observo fijamente para intentar averiguar que se trama. ¿Qué es lo que siente? ¿Puedo averiguar lo que le sucede con tan solo ver su rostro? Es inútil. No puedo saber en qué está pensando, pero no se encuentra en su modo hostil. Está haciendo esto porque se preocupa por mí, y eso me hace feliz.
Poco a poco masajea mi muñeca con la pomada, recorriendo cada trozo de piel colorada con sus dedos. Lo hace con tranquilidad y paciencia, y sus movimientos son suaves y certeros. Me quedo embobada mirándolo.
— ¿Aún me odias?
No puedo evitar preguntarlo. Necesito saber. No puede estar tratándome mal a un minuto, y luego preocupándose por mí al otro. Mantenerle el ritmo es extenuante. Soportar todos sus maltratos es aún más agotador. Solo necesito saber si quiere seguirme viendo como enemiga. Sólo necesito tomar impulso para continuar. Sólo necesito hacerme más fuerte para que su forma de tratarme no duela tanto... porque de repente, últimamente su forma de tratarme duele más que antes. Me estoy volviendo vulnerable, y es aterrador. No puedo permitirme flaquear, pero por alguna razón que se relaciona con él, no puedo detener esta debilidad.
Durante unos minutos Alex no contesta. Se dedica a llevar a cabo su labor con suma concentración hasta que su voz me trae de vuelta a la realidad.
—Ese es el problema de las mujeres. Siempre quieren obligar a los hombres a hablar de sentimientos —murmura y sus cejas se juntan —. Siempre quieren que seamos honestos, que seamos abiertos... siempre quieren obligarnos a hablar.
Tuerzo la boca. Supongo que la naturaleza sabe lo que hace. Además, no debería generalizar. A las mujeres también les cuesta ser sinceras con ellas mismas. Pero fuera de todo eso, no puedo dejar que las cosas sigan iguales. No permitiré que se siga destruyendo. No permitiré que siga destruyendo a todos aquellos que lo llevan en su corazón.
—Si no eres honesto contigo mismo, tendré que obligarte a que lo seas.
....................
Hoy no hay nota de autor porque estoy triste.
Chaitos :'(
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